domingo, 27 de agosto de 2023

Casarse consigo

    De vez en cuando de un tiempo a esta parte se oye por ahí el caso de que alguien ha decidido casarse por todo lo alto consigo mismo. Se trata de personas que no quieren una pareja heterosexual ni homosexual, que no quieren una pareja, sin más, y que deciden, en el colmo del narcisismo, declarar su amor propio hacia sí mismos.

    Así como la monogamia es el matrimonio con otra persona, la bigamia con dos, y la poligamia con varias, surge ahora el término sologamia para designar el automatrimonio. Hay quien dice incluso que las personas sológamas son más felices que las demás y pueden cumplir mejor sus propias aspiraciones y expectativas vitales sin subordinarse al yugo del matrimonio tradicional ni supeditar su éxito al de su pareja. 

     Hay otro término equivalente a sologamia, que es autogamia, de factura totalmente helénica, a diferencia de sologamia que es un híbidro grecolatino.

    Sologamia y autogamia no son términos reconocidos todavía por la docta Academia, pero ya están operativos en la lengua del Imperio (sologamy, autogamy) y por lo tanto entre sus lenguas vasallas, como la nuestra, por lo que no tardarán en entrar en nuestro ilustre diccionario. 

 

    La autogamia o sologamia consiste, pues, en emparejarse de hecho y casarse uno consigo mismo, una boda de momento sin validez legal, pero matrimonio indisoluble y consistente, a prueba de divorcio. La sologamia no es una prolongación de la soltería, porque el soltero siente que le falta su media naranja que no ha encontrado todavía, pero el casado consigo mismo no siente esa carencia, y nunca se será infiel a sí mismo, hasta que la muerte disuelva el vínculo. 

  No sé cómo puede realizarse en términos jurídicos, pero es un síntoma esencial del espíritu de nuestro tiempo. Supongamos que llega a legislarse e institucionalizarse, lo que no es del todo descabellado. ¿Qué sentido tiene contraer nupcias con uno mismo? ¿Qué valor tiene esta institución? Algunos consideran que supone la disolución extrema del vínculo matrimonial, que se juzga obsoleto y patriarcal. pero, lejos de eso, parece todo lo contrario: es la consumación y consagración de la institución del matrimonio. 

El baño de Narciso, Paul Dubois (1863)
 

    El individuo no necesita encontrar su media naranja para completarse, sino que se declara completo y es ya, como el andrógino de Platón, una naranja entera que engloba los dos sexos, ni siquiera se ve obligado a identificarse con un sexo (cisgénero), ya que puede adoptar el sexo que elija a su antojo (transgénero), dado que se considera de 'género fluido' según la expresión consagrada por la moda. 

    No hace falta que haya dos para hacerse uno, pero sí que uno se vea, me atrevería a decir, a sí mismo como dos, como Narciso, que, despreciando todas las voces de los que requirieron su compañía y los ecos de la ninfa enamorada de él, se enamora de sí mismo cuando contempla fascinado su propia imagen en el espejo del agua, y allí mismo contrae nupcias uniéndose consigo mismo, es decir, con su propia imagen, ahogándose por ende en las aguas del estanque. 

   

  Me atrevo a decir que es la institución clave de nuestra sociedad: una sociedad narcisista, de átomos que encuentran en el autorretrato solipsista del selfi la expresión más acendrada de su individualismo llevado a su grado más alto, la sociedad del individuo aislado que percibe al otro como una amenaza que invade su privacidad.

sábado, 26 de agosto de 2023

¿Qué es ser progresista, papá?

    Hay palabras que zumban al oído y revuelan constantemente a nuestro alrededor como molestas moscas cojoneras, hija mía; por ejemplo esa de 'progresista'. Hay que ser progresista, cacarean nuestros políticos profesionales. El diccionario define progresismo como «ideología y doctrina que defiende y busca el desarrollo y el progreso de la sociedad en todos los ámbitos y especialmente en el político-social». Mala definición, porque incluye el término que hay que definir y que subyace al -ismo, que es progreso, en la definición.
 
    "Progreso" procede del latín progressus, avance, marcha hacia delante, contrapuesto a regressus, que sería el retroceso, retorno o vuelta atrás. Se supone que partimos de una situación de retraso y penuria material y moral, y que el avance técnico mejora la comunidad y facilita la supervivencia de la humanidad, como si el paso del estado salvaje al civilizado hubiera supuesto una notable mejoría. 
 
    El progresismo no deja de ser una huida hacia delante. Hay una creencia escatológica secularizada, y en el fondo religiosa, es decir, supersticiosa, que dice que la historia sigue una línea ascendente de mejora, que consagra la idea de Progreso, con mayúscula, como si en ese paso hacia delante supiéramos a dónde vamos. 
 
    Pero este relato de la modernidad es desmentido sistemáticamente por la realidad. Las fuerzas progresistas, identificadas con las izquierdas políticas, están ancladas en el pasado. A finales del siglo XVIII, con la revolución francesa, se categorizaron los espacios políticos de izquierda y derecha, una división política que estructuró ideológicamente el mundo entre buenos y malos durante todo el siglo XX, y que perdura todavía. 
 

 
    Pero ahora, entrados ya en el tercer milenio de la era cristiana, está en crisis la dicotomía diestra y siniestra, como supo ver el Movimiento del 15 de mayo del año 2011 cuando se razonaron cosas como: «no existe derecha o izquierda sino arriba y abajo», o, la copla de Isabel Escudero: “Ni derecha ni izquierda; / entre arriba y abajo / está la pelea”. 
 
    Además, el progreso tecnológico e industrial nos ha llevado al borde del precipicio con un capitalismo suicida que expolia todos los recursos, incluidos las personas o recursos humanos, del planeta provocando una degradación sin precedentes, y con la revolución informática de esa cosa tan tonta que es la Inteligencia Artificial, cuyo avance ya no controlamos, sin olvidar la amenaza siempre pendiente de una III Guerra Mundial, que sería la definitiva porque “a la tercera va la vencida”. 
 
    Si las naciones no eran buenas, hija mía, porque  no lo han sido nunca, las crecientes instituciones supranacionales como la ONU, la OMS, responsable de la pasada pandemia y de la futura que ya se entrevé en el horizonte, la OTAN, que nos vende la idea orgüeliana de que la guerra es la paz, o  la Unión Europea no son mejores. De la Unión Europea, precisamente, ha dicho el flipado de nuestro presidente del Gobierno que "es el proyecto común que une al conjunto de los europeos y europeas" y que representa "la Europa solidaria que dio respuesta a esta grave pandemia de la COVID-19(!), la Europa líder y referencia en la transición (!) ecológica y la perspectiva humanista de la transformación digital (!!)".   ¿Qué perspectiva humanista será esa, me pregunto yo, hija mía, "de la transformación digital"? ¿Qué querrá decir el que le escribe los discursos al jefe del Ejecutivo? ¿No habrá querido decir "perspectiva transhumanista y se le habrá atascado el prefijo trans-?


       La UE, capitaneada por la señora Úrsula von der Leyen, a la que el flipado parece referirse cuando dice "Europa", la Europa solidaria que dio respuesta a la gravísima pandemia firmando contratos opacos, millonarios y suculentos con un laboratorio farmacéutico de cuyo nombre no merece la pena acordarse, que aseguraban diez dosis inyectables para cada europeo (y europea, que no está de más, aunque no haga falta decirlo),   emprende ahora la lucha contra la desinformación, que no es otra cosa más que la institucionalización de la censura en el viejo continente... La UE, hija mía, no es más que un engendro político en el que 27 países no aciertan a resolver los problemas que no tendrían sin la UE.
   
    Hay que salir de la falsa alternativa progresista. Quizá haya llegado el momento de parar, de hacer un alto en el avance en el que un ciego que cae en un precipicio, como en el lienzo de Brueghel el Viejo, arrastra consigo a los otros ciegos que iban tras él, inspirado en las palabras de Jesucristo (Mateo 15,14): Dejadlos, son guías ciegos; si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la hoya.
 
La parábola de los ciegos, Pieter Brueghel el Viejo (1568)
 
    Quizá haya llegado el momento de dejar de progresar, si no queremos precipitarnos en el abismo al que vamos de cabeza.
 

    En el Libro de los Seres Imaginarios o Manual de Zoología Fantástica de Jorge Luis Borges, encontramos esta sorprendente perla: "No olvidemos el Goofus Bird, pájaro que construye el nido al revés y vuela para atrás, porque no le importa adónde va, sino dónde estuvo."

viernes, 25 de agosto de 2023

Fabricando el consentimiento

    ¿Por qué se atribuyeron a Noam Chomsky las diez estrategias de manipulación que veíamos el otro día? En primer lugar para darles mayor repercursión. Chomsky es un intelectual consagrado, y lo que diga, se esté o no de acuerdo con él, va a misa. Es un magister, y ya se sabe: magister dixit, como decían los escolásticos medievales para dar a entender que un argumento no tenía discusión porque lo había dicho el Maestro, ensu caso Aristóteles. Tiene más resonancia decir que su autor es Chomsky que alguien menos conocido o prácticamente desconocido como Sylvain Timsit. 
 
    El documento puede estar inspirado en algunos escritos del lingüista norteamericano, pero él mismo se ha declarado sorprendido por la atribución. No recuerda haber descrito ni mencionado en ninguna entrevista nunca esas diez estrategias, aunque coincida con ellas en muchos postulados.
 
 
     Noam Chomsky es, sin embargo autor del importante ensayo Manufacturing Consent: The political Economy of the Mass Media (1988), que escribió en colaboración con el economista Edward S. Herman y apareció en español en 1990 con el título "Los guardianes de la libertad", en lugar del original de La fabricación o manufactura del consentimiento. 
 
    Según los autores del ensayo los medios de comunicación operan a través de cinco filtros, que son la propiedad -sus propietarios son grandes corporaciones que invierten en ellos, a cuyos intereses sirven-, la publicidad, que los financia, el suministro constante de noticias relativas al gobierno del Estado y al capital, la desacreditación de contenidos críticos y la creación de un enemigo común, desde el comunismo, antes de la caída del muro de Berlín, al terrorismo, o actualmente Putin. 
 
  
    Aplicando estos filtros, la realidad deja de ser real y la política política. Le falta al análisis de Chomsky el uso del miedo o recurso a la emoción, que provoca una forma de intimidación constante. El maquiavélico Maquiavelo, lo resumió bien en el renacimiento italiano: "Quien controla el miedo de las personas se convierte en el amo de sus almas".
 
   El uso del miedo al pánico (por ejemplo, generado por atentados terroristas, desastres naturales, epidemias, cambio climático, etc.) permite acentuar el control de las instituciones y los gobiernos sobre su población. Eso es lo que no ha sabido ver Chomsky, cuyos lúcidos análisis, por otra parte, se centran en las luchas de las élites internacionales por el poder y en la crítica del papel hegemónico de los Estados Unidos,  pero su análisis olvida que el enemigo es el miedo, que bloquea nuestra comprensión inteligente de la vida.
 
    Noam Chomsky, como escribimos en ¿Chochea Noam Chomsky?, también creyó en un momento de su vida, cediendo al miedo, que a propósito de la falsa alarma sanitaria había unos expertos, o científicos astutos en algún lugar que sabían exactamente qué hacer frente a un virus asesino y tenían la solución, olvidando lo que realmente importaba: señalar todos los sesgos que aparecen entre bambalinas en aquellos tiempos de pandemia declarados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), uno de los cuales es la carrera por desarrollar productos patentados capaces de asegurar jugosas ganancias a sus promotores, o incluso la oportunidad de hacer una población dócil a ideas opuestas variando la percepción de un peligro real, en este caso el de una enfermedad generalmente leve para la mayoría de la gente.

jueves, 24 de agosto de 2023

Alegoría de la prudencia de Tiziano

    Como si fuera un tricéfalo cancerbero, presenta Tiziano esta Alegoría de la prudencia o, más bien, Alegoría del tiempo gobernado por la prudencia, que viejo ya el artista habría pintado entre los años 1560 y 1570. Vemos tres cabezas humanas: el perfil de un viejo a la izquierda, quizá el propio Tiziano, la figura central y frontal de un hombre adulto, quizá su hijo Orazio, que mira directamente al espectador del lienzo, y el perfil de un joven a la derecha, su joven nieto o sobrino Marco, configurando así tres generaciones de una misma familia. Respresenta el cuadro las tres edades de la vida humana: vejez, madurez, juventud. Debajo de estos rostros, vemos una tríada de cabezas de animal asociadas a ellas: a la izquierda, el perfil de un lobo, en el centro la testa de un león, y a la derecha el perfil de un perro. 

    En la parte superior del lienzo, Tiziano ha escrito unos latines en los que llama la atención el uso de la conjunción NI, propia del latín arcaico, si no es un error, en lugar de NE, la conjunción final negativa: EX PRAETERITO A partir del pasado (sobre la cabeza del anciano y la figura del lobo) / PRAESENS PRVDENTER AGIT el presente actúa prudentemente (sobre la cabeza central) / NI FVTVRV(M) ACTIONE(M) DETVRPET para que el futuro no arruine la acción (sobre la cabeza del joven y del perro). El mensaje del cuadro es que la prudentia o pro-uidentia consiste en ver antes, prever, lo que puede pasar para evitar que pueda arruinar la acción del presente.

    Resulta curiosa la conjunción de la palabra “pretérito” con el viejo y el lobo, “presente” con el adulto y el león, y “futuro” con el joven y el perro, asociándose las tres formas del tiempo con las tres edades de la vida: vejez/pasado, madurez/presente, juventud/futuro. Algunos críticos destacan cómo Tiziano resalta la apariencia de realidad casi palpable de las dos cabezas centrales que representan el presente: la del hombre en la madurez de su vida y la del león, mientras que desdibuja un poco los perfiles de los lados, contrastando lo que es, lo central, con lo que fue -y por lo tanto ya no es- y lo que todavía no ha llegado a ser -y por eso mismo tampoco es. Ahí radica la imposibilidad de reflejar el tiempo en el espacio atemporal del lienzo, y el éxito y fracaso de esta alegoría: el éxito en la plasmación gráfica y el fracaso en la imposibilidad de reflejar en el espacio de un lienzo el transcurso del tiempo.

   

  Tiziano no inventó ni la teoría de las tres edades, ni la iconografía del lobo/león/perro, que vemos que tomó prestada de Macrobio, quien en Saturnales I, 20, dice lo siguiente: La ciudad vecina de Egipto, que se ufana de haber sido fundada por Alejandro de Macedonia, honra a Sarapis (o Serapis) e Isis con una veneración rayana en delirio. Ahora bien, está demostrado que toda esta veneración, bajo el nombre de Sarapis, se consagra al sol, bien en tanto que colocan una cestilla sobre su cabeza, bien en tanto que añaden a su estatua la imagen de un animal de tres cabezas: la cabeza del centro, y también la más grande, reproduce la figura de un león; al lado derecho, surge la cabeza de un perro de aspecto dócil y afable; en cuanto a la parte izquierda del cuello, la remata la cabeza de un lobo voraz, y estas figuras de animales las entrelaza con su espiral una serpiente, que repliega su cabeza hasta la diestra del dios, el cual, con dicha mano, apacigua al monstruo. Pues bien, la cabeza del león simboliza el tiempo presente, porque su condición, entre el pasado y el futuro, es enérgica y fogosa en la acción inmediata. Por su parte, el tiempo pasado está representado con la cabeza del lobo, porque la memoria de las cosas pasadas se nos roba y quita. Asimismo, la imagen del perro afable representa el resultado del tiempo futuro, cuya esperanza, aunque incierta, nos seduce.” (Traduc. De Ferando Navarro Antolín, Saturnales, Macrobio, I, 20)

    Según este texto, la imagen del monstruo tricéfalo conllevaba la presencia de una serpiente, que debía servir como nexo de unión de las tres cabezas y representar el carácter cíclico del tiempo.

    El problema que plantea esta alegoría es que nos presenta el tiempo como una secuencia espacial: simultánea, donde precisamente no hay un tiempo que transcurra: nos presenta el tiempo en el espacio, y lo hace creando un Jano trifronte, diríamos, es decir, quiere presentarnos tres edades de un ser en una sola, para lo que se ve obligado a presentar las cabezas de tres seres como si fueran las de uno solo, un Jano, diríamos, trifronte, que no solo mira al pasado y al futuro, como el dios romano que da nombre al mes que abre el año, sino también al presente. Y eso es imposible porque nunca veremos esas tres cabezas juntas, esas tres edades de un mismo ser, a la vez, sino sucesivamente como cuando contemplamos ya viejos un álbum de fotos del joven o el niño y el adulto que hemos sido, nuestros que son antepasados.

miércoles, 23 de agosto de 2023

De cómo nos manipulan (apuntes pseudo-chomskyanos)

    Hace unos diez años se publicó una lista de "Diez estrategias para manipular a las masas", cuya autoría se atribuyó erróneamente a Noam Chomsky, el eminente lingüista y crítico analista político estadounidense, que fuera profesor de ciencias políticas en el Instituto de Tecnología (MIT) de Masachuses. Aunque todavía figura en internet como autor, véase la ilustración adjunta, él ha desmentido su autoría. El autor de las estrategias es el francés Sylvain Timsit, quien se presenta como "ciudadano del planeta Tierra" y diseñador web. 
 
    He aquí un resumen sucinto de estas estrategias que utilizan para manipularnos, la mayoría de las veces combinadas entre sí.  
 
 
    Con la estrategia de la distracción. Desvían nuestra atención de los problemas que realmente nos importan hacia fruslerías mediante un aluvión de informaciones irrelevantes, haciendo que nos interesemos así por noticias que no tienen ningún interés, asuntos que no nos incumben, cosas que ni nos van ni nos vienen para que no nos preocupemos de lo que de verdad nos importa y nos desentendamos de nuestros propios problemas. Esta estrategia, apunto yo, ya la desarrolló en la antigua Grecia el conspicuo Alcibíades, como contábamos en El rabo del perro de Alcibíades.
 
    Planteando problemas inexistentes. Crean un problema que no existía previamente para que desencadene la respuesta que ellos desean, buscando una reacción prevista en nosotros, a fin de que nosotros mismos seamos los que exijamos la aplicación de las soluciones o medidas que ellos nos quieren imponer. Pueden tolerar la violencia urbana, por ejemplo, para que nosotros demandemos más presencia policial en las calle; o, como han hecho hace poco, provocar una crisis económica para que la gente acepte como mal necesario -reparad en la perversión de la expresión “mal necesario”, que hace que veamos el mal como necesidad, como si de verdad fuera necesario lo malo para algo bueno- la supresión de algunos derechos adquiridos y el desmantelamiento de los servicios públicos.
 
    Mediante la técnica de la gradación. Un modo de lograr que se acepte lo inaceptable es aplicarlo gradualmente en lugar de hacerlo de una sola vez de golpe y sopetón. Fue así como se impusieron condiciones socioeconómicas hasta entonces nunca vistas durante las décadas de 1980 y 1990 del siglo pasado. 
 
    Con la procrastinación o la estrategia del aplazamiento: Se presenta un “mal necesario” como inevitable en el futuro. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que uno inmediato, sobre todo si es malo para nosotros. La mayoría democrática, bastante necia y optimista, espera que las cosas se arreglen solas de por sí el día de mañana con el tiempo. Nos vamos así haciendo a la idea del sacrificio y eso significa que cuando llegue el momento iremos resignadamente al matadero. 
 
    Gracias al proceso de infantilización: Nos tratan -la publicidad, sobre todo- como si fuéramos menores de edad en todos los sentidos de la palabra, incluido el de débiles mentales que necesitan la tutela constante del Gran Hermano. Si nos tratan como niños o preadolescentes, nosotros, por hipnosis sugestiva, tendemos a responder como tales. Eso es lo malo. Nos infantilizan y nosotros, encima, nos lo creemos. 
 
    Utilizando el chantaje emocional: Apelan, más que a nuestra reflexión racional, a la emotividad visceral. Vieja técnica que pretende provocar un cortocircuito en el análisis lógico, logrando, de paso, inculcarnos ideas, prejuicios, temores o compulsiones que inducirán a los comportamientos que se esperan de nosotros. Este recurso también posibilita abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar allí ideas, deseos, miedos, impulsos o comportamientos.
 
    Con la promoción de la ignorancia y la mediocridad: La calidad de la enseñanza obligatoria que se imparte a la ciudadanía -es un secreto a voces- es mediocre y paupérrima, al tiempo que aumenta el tiempo de escolarización obligatoria, lo que se refleja en la caída sustancial del nivel de enseñanza y en el descenso general del cociente de inteligencia.
 
    Animándonos a revolcarnos en la mediocridad. Nos dicen, además, que es "cool" el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto. Desde los medios de (in)formación de masas, se impone, esa moda de ser grosero y chabacano. Recordemos también el creciente número de horas que pasamos frente a una pantalla o una tableta en realidad virtual en lugar de hablar, lo que no ayuda. Y luego el uso del juicio por conspiración para animar al público a no mencionar ciertos temas, censurando así el espíritu crítico. Y no olvidemos el uso interesado de la Inteligencia Artificial, la cosa más tonta que hay, para hacernos creer que las máquinas son superiores a los humanos, logrando así que seamos incapaces de comprender las tecnologías y métodos utilizados para nuestro control y esclavización. 
 
    Mediante la inculcación de sentimientos de culpa: Encima nos hacen creer que tenemos lo que nos merecemos, que somos culpables -mea culpa, mea maxima culpa-, según la terminología cristiana, o responsables, según la laica, de nuestra propia desgracia por causa de nuestra escasa inteligencia, capacidades o esfuerzo. Logran así que nosotros, en vez de rebelarnos como deberíamos hacer contra el sistema -el Estado y el Capital, tanto monta, monta tanto- y tratar de romper las cadenas que nos subyugan, nos volvamos contra nosotros mismos, anulando nuestro amor propio, cayendo en la depresión y en la inhibición de nuestro sentido crítico y acción, y acabemos yendo al psicagogo, psicólogo o al psiquiatra para que resuelva "nuestro" problema con sesiones de terapia, psicoanálisis y toda suerte de fármacos antidepresivos. Logra así el sistema sofocar la rebelión con el sentimiento de la culpa. 
 
    Conociéndonos mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos: Puede decirse que el sistema nos conoce mejor que nosotros mismos, como si fuera la madre que nos ha parido, lo que significa que tiene mayor control sobre nosotros que nosotros. ¡Gracias a Gúguel, Feísbuq, yutub, guasap, télegram...  y compañía! Porque cuando se trata de proporcionar a quienes nos dirigen información sobre nosotros mismos, somos nosotros los que voluntariamente se la suministramos, tal vez sin querer, pero eso poco importa, la verdad.

martes, 22 de agosto de 2023

Cultura vs. natura

    Rafel Sánchez Ferlosio, en una entrevista concedida al diario El Periódico y publicada el 1 de enero de 2017 le confesaba al periodista Juan Fernández que la “cultura es un instrumento de control social. Hoy, sus máximas expresiones son el deporte, el cine y la novela. El fútbol y las novelas son las formas de control social más eficaces que tiene ahora mismo el sistema.” Al fútbol y las novelas que cita el entrañable nonagenario habría que añadir las teleseries, fenómeno de rabiosa actualidad que está creando auténtica adicción entre los telespectadores que permanecen, cómo no, fieles y atentos a sus pantallas horas y horas. 


    El nuevo trending topic o tema de conversación superficial de moda es “¿Qué serie estás viendo tú?” “Y tú ¿por qué temporada vas ya?” La epidemia televisiva del siglo XXI ya tiene nombre en la lengua del Imperio: binge watching o, con alusión clásica a la larga carrera de Filípides de Maratón a Atenas para gritar el νενικήκαμεν o  “hemos ganado”, marathon watching: atracón o atiborramiento maratoniano de varios capítulos de la misma serie de televisión de forma continua en formato digital, particularmente grave, pero no sólo, entre los mileniales que consumen hasta cinco horas seguidas al día de su tiempo en estos bodrios culturales estupefacientes gracias al fenómeno del streaming o retransmisión de un flujo de corriente continua que fluye sin interrupción difundiendo contenidos audiovisuales para la diversión del aburrimiento. 

    Parece que no se puede hacer nada para cambiar la realidad, sólo acaso tratar de evadirnos de ella, refugiarnos en la burbuja del jardín de literatura y delicias, en la torre de marfil de la cultura: ir a un concierto, leer un libro, ver una película de cine, ir a una exposición y un muy largo etcétera dada  la generosa oferta cultural del mercado que responde a la variopinta demanda de todo tipo de gustos individuales y preferencias personales de todos los públicos. 



    Pero ¿qué es la cultura? No soy quién para responder a eso directamente. Sólo quiero contraponer esta palabra a otra que rima con ella, que es natura. Buen par de vocablos de latina raigambre: cultura y natura: Natura es lo que nace de por sí, libremente, sin necesidad de que nadie lo plante, la naturaleza salvaje, actualmente en vías de extinción, como muy bien saben los ecologistas; mientras que cultura es lo que se planta y cultiva para que nazca, de ahí la agricultura, que está acabando con la natura, por cierto, si no ha acabado con ella ya. ¿Qué es pues lo que se cultiva hoy? ¿Qué sembramos hoy en el campo de la música, la literatura, la pintura y demás artes?

    La respuesta es infinidad y diversidad de productos de toda índole, subvencionados generalmente por el mecenazgo estatal o el capital privado de fundaciones y demás, que respondiendo a los gustos particulares siembran la resignación y el conformismo por doquier. Hay, en efecto, tal inflación del sector cultural que a cualquier cosa se llama cultura. 

 Ilustración de Pawel Kuczynski

    Esta cultura que se nos vende como tal no conlleva una emancipación social o liberación personal del individuo masificado posmoderno, porque su consumo nos obliga a adoptar el papel pasivo y receptor de público. No nos libera de la dualidad “actor” “espectador”, sino todo lo contrario. La cultura que se consume y se potencia desde el Poder –no en vano hay un Ministerio de Cultura y un presupuesto bastante elevado del Estado destinado a subvencionarlo- más que hacernos actores, artistas, nos vuelve espectadores, consumidores pasivos de esos productos. Más que afinar nuestra sensibilidad, nos anestesia, nos embota. 

    Además, cualquier cosa entra ya dentro del ámbito de la cultura y de las realidades “multiculturales” e “interculturales”, como si no hubiera una sola y verdadera cultura, desde los vinos de Rioja hasta los lienzos de la pinacoteca de El Prado, desde las series populares de televisión hasta los partidos de balompié, los cruceros por el Mediterráneo, las corridas de toros - dicen que la tauromaquia o, mejor dicho, el taurobolio o tauroctonía* carpetovetónica  es un arte- la gastronomía mexicana -léase mejicana, por favor-, el camino de Santiago o los cursos de Pilates y de bailes por parejas a lo agarrado: un saco o cajón de sastre donde, sospechosamente, todo cabe, donde todo entra, donde todo vale y donde en definitiva nada vale para nada,  donde coexisten lo clásico y lo rabiosamente moderno y aun posmoderno.

*Al dios Mitra se le aplicó el epíteto de tauróctono -matador de toros-, a imagen y semejanza de sauróctono -matador de lagartos-, epíteto aplicado a Apolo. La tauroctonía sería el nombre de ese rito, que acabó confundiéndose con el taurobolio y denominándose así, aunque el taurobolio era propiamente la caza del toro para el sacrificio ritual. 

 Ilustración de Pawel Kuczynski

    Todo se vende y todo se compra bajo la prestigiosa etiqueta de la industria cultural, que se ha convertido en la mayor productora de artículos de consumo y que abarca a casi todo. Sin embargo ¿quién se para a distinguir las voces de los ecos, como diría el poeta, es decir, la cultura de verdad de sus muchos y demasiados sucedáneos culturales y embelecos? 

    La cultura de verdad, la que podría hacer algo para cambiar el estado de las cosas o al menos para denunciar y revelar su mentira, no se compra ni se vende: se rebela contra las modas y contra el mercado, contra lo que se vende como cultura y la prostitución posmoderna. La cultura de verdad denuncia la falsía de la realidad, y no potencia la evasión o la distracción, sino todo lo contrario, por lo que sólo puede ser contracultura, contracorriente. Pero la cultura de verdad está neutralizada por el enorme aluvión de productos pseudoculturales que persiguen el entretenimiento para que no hagamos nada mientras nos llega la muerte.

    De lo que se trata es de distraernos -la distracción del aburrimiento que fomenta el aburrimiento de la distracción- con un mero pasatiempo, una fruslería inofensiva que no hace daño a nadie y que queda muy bien, dado su prestigio. La cultura no es lo que resiste a la distracción, sino que se ha convertido en fábrica de distracción masiva, entretenimiento de individuos socialmente manipulados: la cultura, tal y como la conocemos, es el último refugio de los imbéciles. Volviendo al imprescindible Ferlosio: La cultura, ese invento del gobierno. 



    ¡Qué razón tenía aquel personaje nacionalsocialista que dijo: “Cuando oigo “cultura”… le quito el seguro a mi Browning”! Unos dicen que lo patentó Göring, otros que Goebbels. Es dudosa la atribución a ambos. Sin embargo, la ocurrencia aparece en el drama teatral nazi 'Schlageter' de Hanns Johst: 'Wenn ich Kultur höre... entsichere ich meinen Browning'. Parafraseándolo: Cada vez que oigo la palabra cultura a alguien, desenfundo el revólver, le quito el seguro, aprieto el gatillo y: ¡pum! Lo malo, como decía el llorado Umberto Eco, es que los que sacan la pistola ignoran habitualmente el origen docto de la cita, porque no suelen leer, porque ya no lee ni Dios.

lunes, 21 de agosto de 2023

Diez mensajes breves

Todas las noticias del mundo son falsas, no sólo las catalogadas como bulos o fake news por la narrativa oficial, todas, debido a su pretensión de verdaderas. 
 
La serpiente informativa y auténtico culebrón de este verano es, si antes no lo remedia el Cristo Redentor, la combustión espontánea: la nuestra y la del mundo.
 
 
 
Es harto probable que la donación hoy voluntaria en ciertos establecimientos para eliminar nuestra huella personal e individual de carbono se haga obligatoria.
 
Pese al 'colorín colorado, este cuento se ha acabado', sabíamos que la cosa no iba a acabar así y que nos contarían otros cuentos para así seguirnos engañando.
 
 
 

Gracias a Dios, dicen, tenemos hoy fármacos efectivos que protegen de la gravedad de la enfermedad y de la muerte, si antes no nos enferman ellos y nos matan.

  La hipocondría de resfriados en pleno verano que corren a la farmacia a hacerse un test y les da positivo, amplificada por los medios, es un virus contagioso. 

 Los hipocondríacos no son una minoría, son la mayoría, una mayoría silenciosa, pero, no nos engañemos, dispuesta a volverse pronto muy operativa y muy gritona.
 
 
No contentos algunos hipocondríacos con ponerse ellos la mascareta, claman porque nos la pongamos todos otra vez obligatoriamente ante el repunte de los casos.
 
Agosto da sus últimos coletazos con sus olas de calor extremo y algo que hay por ahí que amenaza la salud mundial, aunque ya no sea una emergencia sanitaria.
 
 
La mayoría de las conversaciones que mantenemos con los demás no son diálogos, sino monólogos ante testigos que nos oyen como el que oye llover, indiferentes.

domingo, 20 de agosto de 2023

Medicina letal

    Una serie de entretenimiento recién estrenada en la exitosa plataforma de una empresa de streaming estadounidense muy popular en el universo mundo, titulada Medicina letal entre nosotros y en la lengua del Imperio Painkiller, literalmente 'matadolores', y más propiamente '(medicamento) analgésico', dicho en griego con el prefijo negativo an-, la raíz algos/alges 'dolor', y la terminación -ico, propia de los adjetivos, pretende ser, además una denuncia que puede servir para mostrarnos el rostro verdadero e inquietante, debajo de la mascarilla sanitaria, de la industria farmacéutica y la medicina en general, si no fuera porque no se refiere a la actualidad, sino al pasado.

    Se centra en la comercialización de un fármaco de la familia de los opioides, la oxicodona, bajo la marca OxyContin, que se utiliza en el tratamiento del dolor, y que convirtió en dependientes, altamente adictivo como es, a miles de estadounidenses que lo consumieron como droga de uso común triturándolo y esnifándolo, a los que se llevó por delante, sin ser enfermos terminales, al otro barrio, so pretexto de paliarles sus dolores. 

    Basado en hechos reales, cada episodio comienza con el testimonio conmovedor de una de las familias de las víctimas.

    El poderoso clan Sackler, director de los laboratorios Purdue Pharma, decide enriquecerse comercializando dicho producto, desencadenando una de las crisis de salud pública más graves de América del Norte. Los médicos recetaban OxyContin  a troche y moche, y los pacientes se volvían dependientes. 

    Las visitadoras médicas que aparecen, jóvenes y atractivas, reciben bonificaciones de la empresa no por el número de batas blancas que convenzan, sino por la cantidad de recetas que cada médico visitado prescribía. La información que se da del mágico producto es que es seguro, eficiente, no adictivo y sin efectos adversos secundarios. 

    La FDA (Food and Drug Administration, la Administración de Alimentos y Medicamentos norteamericana) autorizó OxyContin en 1995. Este medicamento liberaba una dosis continua de oxicodona durante  doce horas. En 2004 era el fármaco del que más se abusaba en los Estados Unidos, por lo que en 2007 había generado 35.000 millones de dólares de beneficios par la empresa Purdue Pharma que lo comercializaba, según leemos en Salud y Fármacos.

     Lógicamente, a la industria farmacéutica no le interesaba que murieran sus clientes, sino que se convirtieran en pacientes crónicos, y, por lo tanto, clientes de por vida, como tampoco le interesaba curarlos, porque entonces dejaban el consumo del producto y disminuían sus ingresos. El hecho de que el fármaco tenga efectos adversos se considera normal e inherente a cualquier medicamento.

     Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC Centers for Disease Control and Prevention) norteamericanos, doce millones de estadounidenses se volvieron dependientes de este opiáceo, que sería responsable, cada año, de más de 45.000 muertes prematuras por sobredosis.

    El fármaco se comercializa actualmente en nuestro país, pero, según El Español, no corremos peligro de que suceda lo mismo que en los Estados Unidos, donde los muertos por sobredosis superan ya los quinientos mil, medio millón, ya que aquí "hay un control exhaustivo gracias a las recetas, donde se registran los consumos y saltan las alertas cuando el paciente ya está tomando opioides", lo que resulta muy tranquilizador, pese a que el consumo se ha duplicado en las Españas. Podemos dormir tranquilos: aquí no habrá una ola de muertos como en USA.

    Hoy nadie discute las causas de este escándalo, que ya es historia, de unas prescripciones excesivas e inapropiadas asociadas a la promoción farmacéutica no controlada por unas autoridades sanitarias que no eran ajenas a los sobornos. Pero no nos preocupemos, parece decirnos la serie, distrayéndonos de nuestras preocupaciones, cualquier parecido con la realidad que estamos viviendo ahora y con los laboratorios Pfizer, Moderna y AstraZeneka, por ejemplo, es pura coincidencia.

sábado, 19 de agosto de 2023

El Prado y el prao

    Cualquier gramática del español oficial contemporáneo o cualquier profesor de lengua castellana que se precie nos dice  que el participio de perfecto del verbo hablar es “hablado”, es decir, /abládo/; permítaseme escribirlo con esta grafía que refleja la pronunciación real y sus dos correspondientes faltas de ortografía: sin hache etimológica superflua, y con la tilde en la vocal que carga con el acento paroxítono. Sin embargo, la mayoría de los hablantes de esta lengua, a poco que nos descuidemos y nos dejemos hablar contradiciendo la gramática aprendida en la escuela, diremos /abláo/, cosa que no osaremos escribir nunca  sin la farragosa hache y sin el fonema oclusivo dental sonoro /d/, que en nuestra lengua hablada ha desaparecido prácticamente en posición intervocálica en final de palabra,  so pena de ser tachados de incultos.


 
 Museo de El Prado
    Casi nadie, en efecto, por poner otro ejemplo, dice en España /el prádo/, a no ser que se refiera a la pinacoteca y museo madrileño, sino /el práo/, y sin embargo ninguna gramática ni léxico recoge todavía que yo sepa este término. Según el Diccionario de la Real Academia el único “prao” que hay es una “embarcación malaya de poco calado, muy larga y estrecha”. 


    Sin embargo, si un inglés nos pregunta por ejemplo cómo se dice “meadow”, “field” o “grass” en castellano, le diremos tentativamente “prado”, una forma aprendida en la escuela que si bien no nos sorprende una vez escrita, víctimas de la alfabetización que hemos padecido en la infancia, les resulta no poco extraña a nuestros castos oídos cuando se la oímos pronunciar a alguien así o a nosotros mismos, si somos capaces de oírnos.


    Los hipercultos tachan la pronunciación de /práo/ de vulgar, porque no corresponde a la forma “correcta”, que es la escrita. La escritura, que era una representación gráfica cristalizada de la lengua hablada en un determinado momento, se convierte así en el modelo impuesto que debe reflejar el habla en cualquier momento, de forma que la escritura no es espejo como originariamente pretendía del habla, sino que, al revés, el habla refleja lo que está escrito, que es lo que está mandado.  La escritura y la gramática dejan de ser descriptivas y pasan a ser prescriptivas.


    Los ultracultos siempre dirán, contra la tendencia natural de los hablantes de esta lengua, /èmos abládo/ y /el prádo/, esforzándose en la pronunciación “como Dios manda” que les imponen la escritura y la gramática escolar. Y este titánico esfuerzo contra natura les llevará a incurrir a veces en el divertido y ridículo fenómeno de la ultracorrección, mediante el cual y so pretexto de adoptar un estilo que les dé prestigio y diferencie del vulgo profano, modificarán la pronunciación que ellos juzgan “degenerada”, prohibiéndose a sí mismos, pongo por caso, las terminaciones en /-áo/ y forzándose a terminarlas siempre en /-ádo/ con la consonante intervocálica bien marcada y sonora, para que se note, llegando a decir en vez de bacalao, sarao, Bilbao y cacao barbaridades tan espantosas como “bacalado”, “sarado”, “Bilbado” y “cacado”.

viernes, 18 de agosto de 2023

Miseria de la filosofía después de Sócrates

    En el tratado Cuestiones académicas, libro I, 27 de Cicerón, que como filósofo no aportó gran cosa a la filosofía pero que nos transmitió por la vía latina gran parte del legado filosófico griego, se habla de las dos grandes escuelas filosóficas de la antigüedad posteriores a Sócrates, que sirve como punto de inflexión en la historia de la filosofía, dividiéndola en un antes (pre-socráticos) y un después (post-socráticos), al igual que Jesucristo parte en dos la historia universal de la humanidad y el cómputo de los años y los siglos en un antes y un después. Estas dos grandes escuelas fueron los académicos y los peripatéticos, que, aunque con distinto nombre, coincidían en lo fundamental, que es en su raigambre platónica, dado que Aristóteles no deja de ser un heredero de Platón, aunque se aparte de él en muchos aspectos. 


 La escuela de Atenas, Rafael Sanzio (1508-1511)

    (En el fresco de Rafael La escuela de Atenas ambos filósofos ocupan el centro de la escena: Platón señala hacia arriba, al mundo de las ideas, mientras que Aristóteles, más materialista, señala las cosas de aquí abajo). La escuela fundada por Platón era la Academia, que así se llamaba por el nombre del gimnasio donde se reunían y conversaban sus miembros. La que fundó Aristóteles era el Liceo, otro gimnasio donde el estagirita y sus secuaces gozaban de una avenida arbolada que regalaba su sombra al maestro y a sus discípulos durante sus conferencias, por lo que se les denominó peripatéticos, que en griego significa “paseantes”.

    Ambas escuelas, académicos y peripatéticos, afirma Cicerón, fundaron una determinada filosofía sistemática imbuidos de la fecundidad de Platón (sed utrique Platonis ubertate completi certam quandam disciplinae formulam composuerunt), y esta filosofía era en verdad consistente y completa, sistemática diríamos nosotros, (et eam quidem plenam ac refertam), mas abandonaron aquella costumbre socrática de discutir incansablemente acerca de todas las cosas sirviéndose de la duda y sin hacer ninguna afirmación positiva (illam autem Socraticam dubitanter de omnibus rebus et nulla adfirmatione adhibita consuetudinem disserendi reliquerunt). Así se hizo, lo que de ninguna manera Sócrates aprobaba, un cierto tipo de filosofía y un orden de materias y sistema de doctrina. (Ita facta est, quod minime Socrates probabat, ars quaedam philosophiae et rerum ordo et descriptio disciplinae).

    La filosofía postsocrática, según Cicerón, dejó de cuestionarse todas las cosas y de poner en duda la verdad de la realidad,  sin asentar nunca nada positivo como definitivo, como hacía el maestro. Es decir, dicho en pocas palabras, dejó la duda fuera porque en sus sistemáticas doctrinas, que afirmaban cosas como la inmortalidad del alma humana, por ejemplo, de un modo dogmático que no admitía discusión, no cabía la más mínima duda. La duda socrática que consistía según el arpinate (Conversaciones en Túsculo, libro I, XLII) en mantener hasta el límite (tenet ad extremum) aquello suyo (de Sócrates) de no afirmar nada (suum illud, nihil ut adfirmet), no cabía ni en la Academia ni en el Liceo, como no cabe tampoco en las modernas instituciones educativas, en nuestras academias y liceos, en nuestros institutos, universidades y escuelas,  que siguen, muchas de ellas, llevando sin querer los nombres de las viejas escuelas atenienses. 


    A diferencia de Platón y de Aristóteles, Sócrates, según el arpinate, (opere citato I, 16),   discurre de tal manera que él mismo no afirma nada (ita disputat ut nihil adfirmet ipse), refuta a otros (refellat alios), dice que no sabe nada salvo esto mismo, (nihil se scire dicat nisi id ipsum), y que aventaja a los demás por el hecho de que ellos creen saber lo que ignoran (eoque praestare ceteris quod illi quae nesciant scire se putent), mientras que él mismo sólo sabe esto solo, que no sabe nada, (ipse se nihil scire, id unum sciat), y que por esta razón juzga que fue considerado el hombre más sabio de todos por el oráculo de Apolo de Delfos (ob eamque rem se arbitrari ab Apolline omnium sapientissimum esse dictum), porque toda la sabiduría era esto solo, solo esto: no creer que uno sabe lo que ignora (quod haec esset una omnis sapientia, non arbitrari se scire quod nesciat).
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