Una serie de entretenimiento recién estrenada en la exitosa plataforma de una empresa de streaming estadounidense muy popular en el universo mundo, titulada Medicina letal entre nosotros y en la lengua del Imperio Painkiller, literalmente 'matadolores', y más propiamente '(medicamento) analgésico', dicho en griego con el prefijo negativo an-, la raíz algos/alges 'dolor', y la terminación -ico, propia de los adjetivos, pretende ser, además una denuncia que puede servir para mostrarnos el rostro verdadero e inquietante, debajo de la mascarilla sanitaria, de la industria farmacéutica y la medicina en general, si no fuera porque no se refiere a la actualidad, sino al pasado.
Se centra en la comercialización de un fármaco de la familia de los opioides, la oxicodona, bajo la marca OxyContin, que se utiliza en el tratamiento del dolor, y que convirtió en dependientes, altamente adictivo como es, a miles de estadounidenses que lo consumieron como droga de uso común triturándolo y esnifándolo, a los que se llevó por delante, sin ser enfermos terminales, al otro barrio, so pretexto de paliarles sus dolores.
Basado
en hechos reales, cada episodio comienza con el testimonio conmovedor
de una de las familias de las víctimas.
El poderoso clan Sackler, director de los laboratorios Purdue Pharma, decide enriquecerse comercializando dicho producto, desencadenando una de las crisis de salud pública más graves de América del Norte. Los médicos recetaban OxyContin a troche y moche, y los pacientes se volvían dependientes.
Las visitadoras médicas que aparecen, jóvenes y atractivas, reciben bonificaciones de la empresa no por el número de batas blancas que convenzan, sino por la cantidad de recetas que cada médico visitado prescribía. La información que se da del mágico producto es que es seguro, eficiente, no adictivo y sin efectos adversos secundarios.
La FDA (Food and Drug Administration, la Administración de Alimentos y Medicamentos norteamericana) autorizó OxyContin en 1995. Este medicamento liberaba una dosis continua de oxicodona durante doce horas. En 2004 era el fármaco del que más se abusaba en los Estados Unidos, por lo que en 2007 había generado 35.000 millones de dólares de beneficios par la empresa Purdue Pharma que lo comercializaba, según leemos en Salud y Fármacos.
Lógicamente, a la industria farmacéutica no le interesaba que murieran sus clientes, sino que se convirtieran en pacientes crónicos, y, por lo tanto, clientes de por vida, como tampoco le interesaba curarlos, porque entonces dejaban el consumo del producto y disminuían sus ingresos. El hecho de que el fármaco tenga efectos adversos se considera normal e inherente a cualquier medicamento.
Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC Centers for Disease Control and Prevention) norteamericanos, doce millones de estadounidenses se volvieron dependientes de este opiáceo, que sería responsable, cada año, de más de 45.000 muertes prematuras por sobredosis.
El fármaco se comercializa actualmente en nuestro país, pero, según El Español, no corremos peligro de que suceda lo mismo que en los Estados Unidos, donde los muertos por sobredosis superan ya los quinientos mil, medio millón, ya que aquí "hay un control exhaustivo gracias a las recetas, donde se registran los consumos y saltan las alertas cuando el paciente ya está tomando opioides", lo que resulta muy tranquilizador, pese a que el consumo se ha duplicado en las Españas. Podemos dormir tranquilos: aquí no habrá una ola de muertos como en USA.
Hoy nadie discute las causas de este escándalo, que ya es historia, de unas prescripciones excesivas e inapropiadas asociadas a la promoción farmacéutica no controlada por unas autoridades sanitarias que no eran ajenas a los sobornos. Pero no nos preocupemos, parece decirnos la serie, distrayéndonos de nuestras preocupaciones, cualquier parecido con la realidad que estamos viviendo ahora y con los laboratorios Pfizer, Moderna y AstraZeneka, por ejemplo, es pura coincidencia.