lunes, 8 de mayo de 2023

Lecciones de economía: 10. -El dinero es crédito y el crédito pura deuda.

    La paulatina evanescencia del dinero físico y su sustitución por el electrónico o plástico, lejos de ser una metamorfosis del dinero, pone en evidencia no una nueva forma, sino su forma verdadera, lo que era y es la esencia misma del dinero: deuda contraída. 

    El número de tarjetas de crédito es ya muy superior a las de débito, cara y cruz de la misma moneda digital. Con la de débito se efectúan operaciones siempre que hay fondos efectivos disponibles en la cuenta corriente, mientras que una tarjeta de crédito permite hacerlo aun cuando no haya dinero contante y sonante en ese momento: es un préstamo automático que concede el Banco sin necesidad de mayor justificación, que permite disponer de un efectivo que no existe todavía, que aún no se ha materializado. 
 
    En el momento de su utilización el cliente está contrayendo automáticamente con el Banco una deuda que no le será perdonada nunca porque el Señor, ay, ya no perdona nuestras deudas, como hacía antaño cuando se le rezaba el Padrenuestro como Dios manda y se le rogaba aquello en latín de dimitte nobis débita nostra sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris (perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores).

Dinero electrónico o plástico
 
    Estas tarjetas incentivan el consumo a través del crédito, que nos otorgan y que nos endeuda. El pago puede hacerse de forma total a mes vencido o fraccionado “en cómodos plazos”, pero cuando se hace de este modo los intereses suelen ser elevados, lo que hace que se forren a costa de eso las entidades bancarias, que suelen vincular,  o fidelizar como dicen ellas,  al cliente cuando pide un préstamo de envergadura para adquirir una vivienda o el último modelo de la marca de un automóvil, obligándolo a domiciliar su nómina, sus recibos, su plan de pensiones en su caso y sus tarjetas de crédito y débito. 
 
    Los establecimientos comerciales agradecen, por su parte, también el pago con dinero plástico o electrónico que evita el engorro de dar cambios y de manejar billetes y monedas,  ofreciendo seguros en viajes que nos venden la falsa ilusión de la huida de la realidad, descuentos en gasolineras que alimentan los depósitos de los coches que nos llevan a ninguna parte, establecimientos de hostelería o espectáculos y devoluciones en las compras si no estamos satisfechos con los productos entre otras prácticas ventajas.

    El peligro de la utilización de este instrumento financiero es, aparte de las comisiones, por un lado, de emisión y mantenimiento anual que cobra el Banco,  el alto interés que, generalmente, se aplica a la hora de fraccionar las compras, que suele rondar el 25% muy cercano a la usura, que es un delito y además algo éticamente reprobable, y, sobre todo, el hacer un uso irresponsable, contra el que  los propios economistas y banqueros nos previenen,  y contraer, por ende, una deuda que no seamos capaces de afrontar, y que no va sernos perdonada.

    Quieren presentarse al cliente las tarjetas, si no como algo positivo totalmente, sí como algo neutro y aséptico, de lo que se puede hacer un uso racional y bueno, aunque también completamente irracional y malo, lo que depende del cliente, recayendo en él toda la responsabilidad. 


 
    Algunos argumentan lo mismo sobre las armas de fuego: si disponemos de una pistola podemos hacer un buen uso, no usándola, paradójicamente, o un uso irracional de ella, que es precisamente el que ella reclama y el que nos fuerza a apretar el gatillo a todo lo que se mueva. No en vano reza un proverbio japonés: "Cuando la espada (más propiamente, la catana, que es el arma y el alma, digamos, del samurai) está desenvainada, tiene que matar". Y lo mismo que sucede con las armas, que las carga el diablo, como se sabe, podemos decir del dinero y la deuda que conlleva. 

    El tinglado del sistema político y económico, que sólo sobrevive precisamente fomentando un consumo irracional y desmesurado, se ha denominado tradicionalmente "sociedad de consumo”, como se decía antes, pero según Rafael Sánchez Ferlosio en su libro "Non olet" (editorial Destino, Barcelona 2003) debería llamarse más bien "sociedad de producción", porque su principal objetivo es precisamente la producción de consumidores a cargo de la poderosísima industria publicitaria, hasta el punto de que las empresas se gastan más en publicidad que en producir el objeto de consumo.

    Analiza muy finamente Ferlosio lo que ha dado en llamar la figura del "homo emptor" u hombre comprador, que es, huelga decirlo, el último estadio de la evolución del "homo sapiens sapiens". Toma la expresión seguramente del latinajo "caueat emptor", que significa que tenga cuidado el comprador, ya que asume el riesgo de la adquisición, descartando ulteriores reclamaciones.  


    A imagen y semejanza del término "ludopatía", híbrido grecolatino de “ludus” (juego en latín) y “patheia” (enfermedad en griego), crea él "emopatía”, para calificar la patología de comprar ("emo" en latín es comprar) compulsivamente, la adicción al consumo sin ton ni son. (Otros prefieren llamarla con el helenismo "oniomanía", de "onios" mercancía y "manía" locura, según el modelo de toxicomanía). 
 
    El emópata y el ludópata se arruinarán  porque el último no puede controlarse ante los casinos, loterías y tragaperras que prometen duros a cuatro pesetas, y el  primero ante los escaparates y estanterías de las enormes superficies comerciales donde comprará cosas que no necesita en absoluto pero que le auguran la tierra prometida de la felicidad en la que como Moisés jamás se adentrará.

    Parece que la “patía” o enfermedad en ambos casos, es individual, personal, y que la responsabilidad, por así decirlo, o la culpa, recae en el individuo que la contrae, que tendrá problemas psicológicos, y se convierte así en un enfermo mental,  y no en la sociedad y sus desigualdades sociales y económicas. 
 
    Cito literalmente a Ferlosio: “La total inocencia con que el individuo se ve recompensado por hacerse morada de la enfermedad tiene el congratulable correlato de dejar a su vez garantizada la total pureza e inocuidad patológica y patógena del entorno circundante”. 

    La responsabilidad, que es el correlato laico de la vieja culpa judeocristiana, ya no es social, no recae ya en el entorno que ha provocado la necesidad de consumir, reducida a la de comprar compulsivamente, y su estudio no corresponde, por lo tanto, a la sociología, sino que sería objeto de la psicología y aun de la psiquiatría, por lo que el caso ya no es político o económico, sino clínico.  Una jugada maestra.



    Esta sociedad de producción, según Ferlosio, ya no produce para satisfacer las necesidades, que pueden ser lujos o caprichos mismamente, de los consumidores, sino que los consumidores, alentados por la publicidad, consumen para satisfacer los intereses, económicos por supuesto e irracionales, de la producción.

domingo, 7 de mayo de 2023

THE pandemic END

    En el cómic, publicado en 2017 bajo el título de 'Astérix en Italia', los dos simpáticos protagonistas, Astérix y Obélix, incorrecto este último políticamente dada su obesidad mórbida,  se enfrentaban en una carrera de cuadrigas (mejor que cuádrigas que tanto se oye), que son los carros tirados por cuatro caballos -había también bigas y trigas de dos y tres respectivamente-,  a un tal Coronavirus, sí, así se llamaba, que era un malvado personaje... enmascarado.

    Hay un guiño indudable en el cómic a la espectacular carrera del circo de la película Ben-Hur de William Willer (1959): los caballos de Astérix son blancos como la nieve inmaculada, y representan el bien, mientras que los del auriga enmascarado (y su fiel Bacillus) son negros como los del pérfido Mesala, y personifican, por lo tanto, la maldad. 
 
 
    Astérix y Obélix, los personajes antológicos creados por Uderzo y Goscinny y recreados por los actuales encargados del cómic, Jean-Yves Ferri y Didier Conrad, se enfrentan a un misterioso rival, llamado 'Coronavirus', o sea el virus o veneno coronado.
 
 
    Los irreductibles galos que poblaban aquella "aldea que resiste, todavía y siempre, al invasor", tuvieron que vérselas con el fiero Coronavirus, que no era tan fiero sin embargo como lo pintaban los políticos y los medios de comunicación, ni tan invencible como parecía,  porque, a punto de ganarles la partida, sufre un accidente en el último momento a escasos metros de la meta, lo que origina su derrota y la victoria de los simpáticos amigos. 
 

     Al despojarse Coronavirus de la máscara, el lector descubre que, tras ésta, se escondía, no podía ser menos, el virus más mortífero que hay, el mismísimo Julio César, el enemigo invasor imperialista y globalizador ávido de hacerse con el triunfo, el Poder absoluto. 
 
    Téngase en cuenta que el término 'coronavirus' data de los años 60 del siglo pasado y que hay una docena de tipos conocidos de virus coronados, todos ellos inofensivos, pero este era el más pernicioso de todos, porque no era un inocuo virus, como ha quedado demostrado, sino el mismísimo Poder que nos confinó entre las cuatro paredes de nuestro dulce hogar, nos obligó a enmascararnos y a guardar la distancia con los demás y sólo nos concedía un salvoconducto para viajar y acceder a eventos sociales si nos inoculábamos una sustancia experimental que ha resultado al fin y a la postre más peligrosa que la novedosa enfermedad más vieja que el catarro que pretendía combatir. 


     Y resulta que viene ahora la OMS, y el señor Tedros Adhanon  Ghebreyesus que la regenta se quita la mascarilla, y pone fin a la farsa pandémica tres años después de declarada la 'emergencia sanitaria internacional' digna de la doctrina secreta del doctor Knock con veinte millones de víctimas, según su falaz estimación, a sus espaldas, muertos que justificarían las injustificables medidas implementadas. Y todavía habrá algún gilipollas que crea que, si no hubiéramos hecho lo que hicimos, obedeciendo a los que nos lo mandaron, habríamos muerto todos, o, al menos, ya que no la totalidad, la mayoría.
 

sábado, 6 de mayo de 2023

Lecciones de economía: 9. - El poder del dinero y el dinero del Poder.

    ¿Hay dinero falso? ¿Se puede falsificar el dinero? No es una pregunta fácil de responder, porque lo primero que habría que desmentir es la dicotomía verdadero/falso aplicada al dinero con la que le otorgamos credibilidad, cuando en realidad todo el dinero que circula en el mundo, aunque de curso legal, es intrínsecamente falso.

    Lo mismo sucede con la creación de un “banco malo”, impulsada por los gobiernos. Crean un banco malo para que creamos que las entidades bancarias que hay son bondadosas y desinteresadas hermanitas de la caridad.

    Asimismo, la utilización de la expresión “mercado negro” conlleva una petición de principio: se presupone que frente al “mercado negro” existiría un “mercado blanco”, con las connotaciones de bondad, pureza y limpieza asociadas generalmente a este color. Sucede lo mismo con la expresión blanquear dinero. Del mismo modo cuando se habla de comercio justo se está justificando el comercio en último extremo. 

 
    Preguntémonos qué es lo que se blanquea cuando hablamos de blanquear dinero negro. Más que el dinero en sí, parece que la “negrura” se le contagia al vil metal por la ilegalidad de la mercancía o por el fraude de la transacción económica realizada, cuando en verdad esta otra dicotomía maniquea blanco/negro lo que hace es ocultar la realidad. Es como si se quisiera dar a entender que el dinero, el mercado, los bancos, el comercio son medios inocentes de los que se puede hacer un uso bueno o malo, que dependería de los usuarios, es decir, de las personas, y no es así. Cualquier uso financiero que se haga es intrínsecamente malicioso.

    Nuestro dinero sólo vale algo porque aceptamos que valga algo y que cuente. Dejaría de existir si no creyéramos en él, es decir, si no lo aceptásemos como medio de pago y endeudamiento. La cuestión se basa en la confianza que todos tenemos de que no ya con los billetes y las monedas, que no son más que calderilla barata, sino con el número de nuestra tarjeta de crédito/débito o simplemente con nuestra firma estampada en un cheque vamos a conseguir adquirir bienes y servicios. Las cosas no son así: con dinero no se puede comprar ninguna cosa buena, nada bueno, sólo sustitutos, simulacros, sucedáneos de las cosas buenas de verdad. El dinero reduce las cosas a futuro, y el futuro es un objeto de fe, un trampantojo que nos obnubila y esclaviza.
    ¡Cómo cambian los tiempos! Hablar de dinero, que antes se consideraba un síntoma de mala educación, que se evitaba pudorosamente en las conversaciones, es ahora objeto de la Educación Secundaria Obligatoria, y se llama fomento del espíritu financiero, económico, empresarial o, más neutro aparentemente,  emprendedor, y se incluye como asignatura troncal en el Bachillerato de Ciencias Sociales y de Humanidades con una formulación matemática y una jerga pseudocientífica y especializada que lo único que pretende es que no haya Dios ni Cristo que entienda sus manejos.

    ¿Qué da valor al dinero? Buena pregunta. La fe que tenemos depositada en él, una fe expresada numéricamente en forma de crédito. La nueva moneda no es una moneda física o real porque el dinero ya no es material, concreto, sino espiritual, virtual e ideal, abstracto, una especie de contrato que establecen los estados con las instituciones bancarias nacionales e internacionales. ¿En qué consiste ese contrato nupcial entre el Estado y el Capital? 

El atracador, el banco, viñeta de Forges.

    Los bancos crean el dinero y se lo “venden” a los estados a cambio de más dinero. Estado y Capital se lo venden a sus clientes y súbditos, que se endeudan de por vida, deuda que asegura la hegemonía de los grupos financieros y de los poderes político-económicos. El dinero, creado por los bancos ex nihilo, sin correspondencia con ningún recurso o riqueza material, es utilizado por los estados a cambio de una deuda aplicada con interés; el “nuevo dinero” creado de la nada adquiere valor a partir del previamente existente, que deberá forzosamente someterse a inflación; del latín inflatio, es la acción y el efecto de inflar: hinchazón sería un sinónimo, y una imagen gráfica: la de un globo inflado que se eleva como el alza sostenida de los precios al consumo. La población hace frente al pago de esa deuda trabajando como puta tras rastrojo, de modo  que la deuda, la inflación y la esclavitud humana en forma de trabajo asalariado quedan garantizados indefinidamente sine die.

    Los grupos financieros dan sentido y razón de ser a la clase política que, respaldada mejor que elegida democráticamente por la mayoría de la población, que nunca por la totalidad, porque la mayoría no somos todos, se encargará de aprobar leyes, regulaciones económicas, declarar guerras so pretexto de misiones humanitarias de defensa de la democracia y de los derechos humanos y de lucha contra el terrorismo o contra el virus, y –en definitiva- “tomar las medidas” que perpetúen el sistema.

    La gente se ve así forzada a trabajar para sobrevivir -no hablemos de vida, sino de supervivencia- porque estamos trocando nuestras posibilidades vitales por futuro, esa entelequia inalcanzable como el horizonte siempre lejano, que, cuando creemos haber conquistado, se nos escapa, y se convierte en un espejismo que vamos dejando atrás, por futuro, es decir, por dinero, que es deuda, una deuda que hay que satisfacer porque Dios, que es el propio Dinero, nuestro Padre Celestial, ya no perdona nuestras deudas “como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, como le rezábamos antes en el Padrenuestro, sino que exige su satisfacción inmediata so pena de embargo y de desahucio decretados por el poder judicial del Estado a su servicio.

    ¿Con qué se engaña a la gente en la trampa del dinero? ¡Con más dinero! El aumento del poder adquisitivo hace que la gente firme el contrato con el sistema monetario y solicite un préstamo, ignorante de que ese contrato es su condena al futuro, es decir, la sentencia de su muerte.

viernes, 5 de mayo de 2023

Marginalia

Ileísmo

El ileísmo, consistente en hablar de uno mismo en tercera persona, es recurso literario, pero también coloquial: el menda o este menda soy yo despersonalizado.

 
 
¿Tecnoloqué?
¿Cuál es el fin de la tecnología? La tecnología es una entelequia en el sentido aristotélico: no tiene más fin que su propio desarrollo infinito y su progreso.
 
 Creemos que el usuario controla la tecnología y hace uso mejor o peor de ella, y no vemos cómo la herramienta, por ejemplo el esmarfon, controla a sus usuarios. 
 A la vejez viruelas: Senectudes Libertarias
Si a los veinte años no te rebelas no tienes corazón, y si a los sesenta sigues manteniendo vivo el rescoldo no tienes cabeza pero te sigue latiendo el corazón.
 
 La pertinaz sequía 
El adjetivo 'pertinaz' se consagró en el siglo XIX como epíteto o compañero inseparable y tenaz del sustantivo 'sequía': la pertinaz sequía, la sequía pertinaz. 
 
 El NODO, noticiario propagandístico del cine del domingo, popularizó el dicho: el caudillo luchaba contra la pertinaz sequía inaugurando pantanos por doquier. 
 

 El Primero de Mayo
 Consagran un día al trabajo en vez de a la pereza y abolición del dinero: El Día del Trabajo los sindicatos salen a la calle para reclamar subidas salariales. 
 
El güiquén de tres días
 Creen que luchan contra la imposición judeocristiana del trabajo cuando reivindican la semana laboral de cuatro días, pero el finde no es el fin de la semana.
 
 τῶν γὰρ ἠλιθίων ἀπείρων γενέθλα 
(Simónides de Ceo, citado por Platón) 
Ya lo dijo el poeta Simónides en griego antiguo: la generación de necios es infinita, y popularmente el vulgo: el número de tontos crece cada día que amanece
 
 
El envenenador que curaba
 Érase una vez un médico anestesista que provocaba paros cardíacos a los pacientes que iban a ser operados a fin de reanimarlos después “salvándoles la vida”...
 
 «L'État, c'est eux» Bertrand de Jouvenel (1903-1987) 
 Acierta y yerra a la par De Jouvenel cuando a la pregunta ¿Somos el Estado? responde No, el Estado son ellos; todos somos sin querer funcionarios del Estado.

jueves, 4 de mayo de 2023

Al son de la balalaica

    Hay en la película “Doctor Zhivago" (1965) una breve pero significativa escena que constituye una preciosa reflexión sobre la revolución rusa, telón de fondo temático del filme, cuyo centenario celebraban los historiadores el año 2017.
    Un hombre del pueblo, ya entrado en años y que sólo aparece una vez en pantalla, formula una pregunta ante la noticia de la entrada de Lenín en Moscú tras el derrocamiento del último zar de la madre Rusia: -“¿Ese Lenín va a ser el nuevo zar entonces?” No es una pregunta ingenua, como puede parecer a primera vista, sino que lleva incorporada en su planteamiento la respuesta positiva que sugiere,  porque es una pregunta retórica: Lenín, en efecto, será el nuevo zar de todas las Rusias. El pueblo, ese gran escéptico resignado, sabe muy bien aquello de "a rey muerto, rey puesto".
 
    El igualitarismo comunista, sin embargo, trató de disimular la jerarquía política y militar existente utilizando la expresión "tovarich" ('camarada') aplicada a todo el mundo, haciendo que entre los bolcheviques revolucionarios, equiparados por el rasero apelativo de la palabra “camarada”, que literalmente significa en castellano “compañero de cámara o de cuarto”, reinara la confusión y se ocultara el hecho que parecía desaparecer como por arte de magia de que no era lo mismo pese al mismo tratamiento igualitario ser el zar, Kaiser, sha, César -todas ellas desfiguraciones del nombre latino de Gaius Iulius Caesar- o superior jerárquico que ostenta el poder de mando de la vasta Rusia, y el subordinado sumiso y obediente, último funcionario gris u hombre del Partido o del pueblo.

    Sería una ingenuidad pensar que porque todos tengamos el mismo tratamiento  o porque vistamos todos el mismo uniforme que dicta la moda o el Partido como en la China de Mao seamos iguales de hecho, una ingenuidad creer que han desaparecido la jerarquía, el escalafón de mando, los jefes, sustituidos por los líderes, que son el mismo perro con británico collar, y los súbditos porque hayamos generalizado el tuteo, como se hace en la lengua del Imperio y se comienza a hacer entre nosotros. 
 
    Y no es que las cosas cambien para seguir igual, es que cambian para empeorar, porque continúan como estaban pero con el embeleco de que no son las mismas, lo que sucedió en España, sin ir demasiado lejos, con la restauración borbónica tras la dictadura franquista, que lo dejó todo 'atado y bien atado' como tantas veces certeramente se dijo, y el advenimiento de la llamada transición y democracia, que no deja de ser otro nombre para disimular la misma y oprobiosa dictadura del Estado y el Capital.

 

miércoles, 3 de mayo de 2023

Lecciones de economía: 8. -Dinero y artes.

    Decía Antonio Machado: Todo necio confunde valor y precio. Las artes, como todas las cosas en este mundo, no se libran del proceso comercial que las convierte en mercancías y en propiedades privadas, por lo que sus obras tienen un precio, y a menudo muy alto, tan alto que muchas veces resulta incalculable, hasta el punto de que suele estar en razón inversamente proporcional al del valor y utilidad que tienen para la gente, por lo que cuanto menos valen para el común de los mortales, más caras se pagan, y viceversa. 
 
    Hoy,  como decía Óscar Guail con su agudeza habitual, conocemos el precio de todo y el valor de nada, aunque los precios de las cosas nunca sean fijos del todo, sometidos como están a los vaivenes y oscilaciones del mercado según su disponibilidad y según las fluctuaciones de las leyes de la oferta y la demanda. 

    Como el precio de una obra de arte, de un cuadro, de una melodía musical, de una poesía, de un razonamiento filosófico o de una narración es tan difícil de calcular, porque hay que efectuar su conversión a dinero, capitalización o catargiriosis, cosa que parece imposible pero se hace, se recurre para su tasación a las subastas donde las producciones artísticas se venden al mejor postor, adjudicándoles su propiedad al que está dispuesto a pagar más por ellas. 

 ¿Arte o chatarra?

    La palabra subasta, por cierto, procede de la preposición latina sub (bajo) y del sustantivo hasta (lanza). Cuando a un ciudadano se le requisaban los bienes, se clavaba una lanza para indicar que aquello estaba custodiado por el poder militar del Estado y nadie podía tocarlo hasta que no se celebrara una venta pública y se adjudicara al que más pagara por ellos tras una pública puja. Lo mismo sucedía con el botín de guerra, en el que se incluían los prisioneros, que, habiendo perdido su libertad, se subastaban en pública almoneda como esclavos que pasaban a ser propiedad de los dueños que los adquirieran. 

    Llegamos, pues, a la conclusión de que las obras de arte y los artistas también se venden y también cotizan, y sus cotizaciones suelen estar en razón inversa a su valor. Cotizar es término económico que significa pagar una cuota y fijar un precio en la Bolsa, que deriva del latín “quota” (cuánto), por lo que la cotización de una obra está relacionada con la cantidad de dinero que cuesta, pero no con la calidad, que como se ha dicho suele ir en la proporción de a mayor cotización menor calidad y viceversa: los que más venden, por otra parte, son los más vendidos.

    Uno de los pintores más cotizados del siglo XX es sin duda Salvador Dalí. Su firma da inmediatamente valor a cualquier cosa, por muy insignificante o anodina que sea. El poeta surrealista francés André Breton rebautizó despectivamente al pintor catalán con el anagrama "Avida Dollars", que definía perfectamente la relación de Dalí con el dinero, y lo expulsó del grupo surrealista por considerar que prostituía su arte al comercializarlo.

 

    Avida Dollars es, en efecto, un anagrama: Las diez letras de este latín macarrónico, que significa "deseosa de dólares", escritas en otro orden corresponden al nombre y apellido del pintor Salvador Dalí. El adjetivo "avida" está en forma femenina. A veces se traduce por "sediento", pero, más propiamente sería "sedienta de dólares". ¿Por qué el femenino? Pues porque podemos sobreentender, por ejemplo, el sustantivo "persona" o "alma": Dalí era una alma deseosa de dinero. También podemos sobreentender, en una alusión a su codicia, mujer codiciosa de dinero: prostituta, artista que comercializa su arte, que se/lo vende.

 La fuente, marcel Duchamp (1917)

    El urinario de Duchamp demostró que cualquier cosa podía considerarse una obra de arte con tal de que el artista, en este caso Marcel Duchamp (1887-1968), la declarara tal chef d'oeuvre –le puso el título de La Fuente (1917)- , la separara de su contexto original (en este caso, un retrete) y la situara en un nuevo marco adecuado -una galería, una exposición o un museo-, y algún crítico especializado o entendido en arte la considerara como tal “obra de arte” u “obra maestra”. Fue firmada inicialmente por “R. Mutt”, un nombre desconocido en el mundo artístico, por lo que se rechazó, pero cuando se supo que R. Mutt era un pseudónimo detrás del que se escondía Marcel Duchamp, reconocido artista vanguardista, se reconsideró como una obra de arte escultórica con un significado trascendente que estaba implícito en su título.

    Otro ejemplo bastante más significativo de catargiriosis o conversión en dinero es la obra “Mierda de artista” de Piero Manzoni (1933-1962). ¿En qué consistía esta singular obra maestra de arte? El artista firmó –y la simple firma de Manzoni le imprimió carácter de arte a la obra e incrementó su valor dándole un significado y su cotización- noventa latas de conserva con la etiqueta “Mierda de artista. Peso neto 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada en mayo 1961” escrita en cuatro idiomas para que estuviera bien claro: italiano, francés, inglés y alemán (le faltó el castellano). ¡Vendió cada lata al precio equivalente a la cotización que tenía el oro en el día! Pero lo curioso ha sido que la lata número 69 de las 90 que firmó ha alcanzado la cotización actual de 275.000 euros en una subasta reciente de Milán. La artística caca se ha vendido no ya a precio de vil metal, su peso en oro, sino más cara aún que el oro. Se ignora cuál es el contenido de estas latas de conserva herméticamente cerradas, si Manzoni defecó y depositó sus heces en su interior, porque, según parece, ninguna ha sido abierta, todavía.

Mierda de artista, Piero Manzoni (1961)

    ¿Qué convierte las cosas en arte, ya que cualquier cosa puede convertirse en obra de arte? En primer lugar, la personalidad de un artista estampada en la firma de su nombre propio; en segundo lugar, la exhibición del objeto en una galería consagrada o museo donde se exponen otras obras de arte. El objeto se ha convertido como por arte de magia ya en obra de arte, aunque no haya ningún proceso creativo detrás en su realización, gracias a la firma del artista. Y en último lugar, el beneplácito de  la crítica especializada, que considera que la pieza es una obra de arte y como tal la consagra, aunque el público no entendido no comparta esa opinión y no la valore. 
 
    Frente al  profanum vulgus, se alza la opinión del único que entiende, además del artista, que es el crítico especializado, que se convierte así en sumo sacerdote del culto de Apolo y  las Musas, y dictamina lo que puede entrar y lo que no en la Historia del Arte. El resto del público -no entendido- queda excluido y considerado "ignorante" del arte moderno y contemporáneo.

    La alquimia pretendía encontrar la piedra filosofal que trans-mutaba todas las cosas en oro, y que era el elixir de la eterna juventud que rejuvenecía y confería la inmortalidad: pues bien, esa piedra filosofal es el dinero, lo más abstracto, que efectivamente trans-muta todas las cosas en oro y las  idealiza. La merda d' artista es el lógico producto del artista di merda.

    Hemos sacralizado el concepto de creación y el de originalidad, cuando en realidad la mayoría de las producciones artísticas, sometidas a derechos de autor como están, no tienen ningún valor para la gente, y la mayoría de las obras de arte contemporáneas son, como suele decirse vulgarmente, “una mierda pinchada en un palo”, lo que, paradójicamente, aumenta su cotización en la bolsa de valores del mercado y las subvenciones estatales. 

    Lo que más se promociona y subvenciona econónicamente hablando suele ser lo que menos vale para la gente y el pueblo, lo más inocuo y lo menos peligroso para el Estado y el Capital, como sabemos desde que la figura de Mecenas dio nombre al mecenazgo y a la protección de los poetas bajo el principado de Augusto, exigiéndoles que cantaran las glorias del nuevo régimen imperial.

martes, 2 de mayo de 2023

Duane Michals, Narciso o la realidad y sus imágenes.

    Desconocía la obra del fotógrafo autodidacta estadounidense Duane Michals (nacido en 1932), hasta que he visto por casualidad una serie de fotografías suya titulada “Narciso”. Me llamó la atención que un fotógrafo actual se interesase todavía por un tema mitológico y pictórico como este de Narciso, de claras reminiscencias clásicas, renacentistas y homoeróticas masculinas, que remonta nada más y nada menos que a las Metamorfosis de Ovidio,  lo que podía deberse a la homosexualidad declarada de Duane Michals y a su interés por retratar la belleza del desnudo masculino, pero también a su más importante descubrimiento de la falsedad de la realidad y sus apariencias.


 
    Investigando sobre su obra descubro que se trata de un fotógrafo bastante honesto y poco habitual porque es muy crítico con el arte fotográfica que practica y con la sobrevaloración de las imágenes en nuestra sociedad actual, que Débord acertó a definir como “la sociedad del espectáculo”.  
 
    Precisamente estas fotografías  de Narciso si algo nos transmiten es esa desconfianza de la última foto, la quinta de la serie, hacia la propia imagen proyectada en el agua que se desvanece y hacia todas las imágenes. 

    Michals ha dejado escrito que los fotógrafos siempre miran a las cosas, pero nunca se cuestionan por la naturaleza de las cosas mismas (Photographers are always looking at things, but they never question the nature of the thing itself). Aparte de las citadas influencias renacentistas o surrealistas (la obra pictórica de René Magritte, por ejemplo), hay en él una clara tendencia narrativa, como él mismo reconoce, y mucha influencia del cine y de la animación, por lo que sus series fotográficas se prestan a convertirse enseguida en modernos GIF,s. o formatos gráficos animados en la Red. 


    Duane Michals ha abandonado en algunas ocasiones la imagen fotográfica en favor de la descripción puramente verbal, como si fuera consciente de que una imagen no vale más que mil palabras, como se suele decir, sino que, por el contrario, la palabra puede despertar muchas veces en nosotros más de mil imágenes y más sugerencias que una imagen. Comenzó a escribir poesía por la frustración que producían en él las limitaciones inherentes a la propia fotografía (I began to write poetry because of my frustration with the inherent limitations of the photograph)

    Las fotografías de Michals son frecuentemente series de imágenes, acompañadas a veces por textos y explicaciones a propósito, como si fuera consciente de que la imagen de por sí no basta para reflejar la realidad, es decir, para captar la luz, que eso y no otra cosa es lo que significa la palabra griega “fotografía” (descripción, dibujo o reproducción -grafía- de la luz -foto-). Sirva como ejemplo esta "Salvación", donde figura escrito en la lengua del Imperio que "Ningún americano tiene el derecho de imponer su moral propia a ningún otro americano"


    Mediante el uso de una secuencia fotográfica o serie de imágenes consecutivas consigue narrar pequeñas historias con movimiento, casi cinematográficas, pero partiendo siempre de una imagen estática, o transmitir el mensaje que desea, que casi siempre consiste en la desconfianza sobre la propia realidad, entretejida como está por una tupida red de apariencias.

    Su reflexión para mí más importante es que la fotografía reproduce fielmente, con una fidelidad exquisita, dice él, la apariencia de las cosas, pero las cosas no son nunca lo que aparentan,  y que por eso no sólo no hay que fiarse de las apariencias, como dice la gente, sino de la realidad tampoco (Photography reproduces with exquisite fidelity the appearance of things, but things are not always what they appear to be)


  Cito textualmente de una página que leo sobre él: Una de las más importantes de estas piezas exclusivamente textuales, que puede considerarse casi como una declaración de principios es A Failed Attempt to Photograph Reality -Un esfuerzo fallido a la hora de fotografiar la realidad- (1975), que consta de solo cuatro frases en las que resume con maravillosa economía su entendimiento de que cualquier intento de fotografiar ‘la realidad’ sólo puede desembocar en el fracaso precisamente porque se basa en una confusión entre la experiencia y la apariencia transitoria de las cosas. Su conclusión “soy un reflejo que fotografía otros reflejos dentro de un reflejo”, sugiere un profundo malestar frente a todo el proceso de intentar atrapar la apariencia, un proceso inútil que para él resulta en la incertidumbre sobre su propia existencia.

    Una serie fotográfica muy famosa de Michals, relacionada con los espejos y sus reflejos, es The Heisenberg Magic Mirror of Uncertainty, 1998, donde alude al principio de incertidumbre de Heisenberg, que podríamos glosar, grosso modo,  como "la observación de la realidad modifica la realidad observada". La deformación de la imagen que ofrecen los espejos, por otra parte, nos recuerda a nuestro Valle-Inclán y a sus espejos cóncavos y convexos -esperpénticos- del Callejón del Gato madrileño, y hace que nos preguntemos dónde está el esperpento, si en el reflejo de la sociedad, en la sociedad reflejada o en ambos.

 
 

lunes, 1 de mayo de 2023

Lecciones de economía: 7. -¿Quién es el rico y quién el pobre?

    Sócrates no escribió nada. Platón y Jenofonte son los principales autores que escribieron sobre él. Es difícil distinguir en sus obras cuándo nos están hablando del Sócrates histórico y cuando el Sócrates del que nos hablan no es más que un personaje literario detrás del que se parapetan ellos mismos para dar más autoridad a su discurso. En lo que ambos autores coinciden es en el carácter oral de las enseñanzas del maestro y en la práctica del diálogo, y en concreto en la formulación de la pregunta fundamental que plantea Sócrates a sus interlocutores: ¿qué es?. 
 
    Con esta pregunta se consiguen dos cosas contrarias: por un lado se intenta saber lo que es una cosa, la pregunta es un deseo, digamos, de sabiduría (filo-sofía); pero, por otro lado, el hecho mismo de preguntar revela que uno no sabe muy bien qué es aquello que pregunta, por lo que quiere definirlo mejor de lo que está: no está claro el significado de la cosa y por eso se pregunta por ella, para aclararlo. 
 
    Si se habla como vamos a hacer aquí de una idea definida como la de riqueza en términos económicos, por ejemplo, se habla contra ella, porque hablar de una idea cualquiera es ponerla en tela de juicio, revelar su imperfección, y desactivarla como tal idea al mostrar sus contradicciones.

 Sócrates, dibujo de Esteban Navarro Galán

    En los diálogos que escribió Platón en su juventud (incluyendo la Apología, que no es propiamente un diálogo sino el discurso de defensa de Sócrates en el juicio donde fue condenado a muerte) es donde es más fiel probablemente al Sócrates histórico: en ellos Sócrates se pregunta por diversas cosas sin llegar nunca a una conclusión definitiva, porque el razonamiento no conoce cierre, es sin fin, un preguntarse constantemente por la realidad de las cosas,  lo que denuncia así la falsedad, por su propia pretensión,  de cierre: la pregunta no puede tener respuesta definitiva, tiene que estar siempre en el aire, corriendo de boca en boca.

    Jenofonte en este discurso titulado “Económico”, que es el primer tratado escrito de economía en nuestro mundo, utiliza la figura de Sócrates como intermediario para formular sus propias ideas sobre economía (término griego que nos llega a través del latín oeconomia y que literalmente significa administración, "-nomía",  del "oikos", es decir, de la casa o hacienda).

    Es posible que en este breve fragmento de la conversación que mantienen Sócrates y Critobulo resuene la voz auténtica de Sócrates, no del Sócrates jenofóntico, que es el alter ego del autor, bajo cuya identidad se parapeta y esconde, sino del Sócrates histórico. (La traducción que copio es la de Juan Zaragoza, Edit. Gredos Madrid 1993, y corresponde a la obra de Jenofonte Económico): 

Busto de Jenofonte

Un diálogo entre Sócrates y Critobulo

(Habla Critobulo) - ...¿O es que ya has decidido que somos suficientemente ricos y piensas que no necesitamos más dinero?
 
 -Por mi parte, dijo Sócrates, si también te estás refiriendo a mí, creo que no necesito más riquezas, sino que tengo el dinero suficiente. Tú, en cambio, Critobulo, me pareces absolutamente pobre y a veces, ¡por Zeus!, siento una gran lástima de ti. 
 
Critobulo, soltando una carcajada, dijo: -¿Y cuánto dinero, Sócrates, ¡por los dioses! crees que sacarías vendiendo tus bienes y cuánto por los míos?
 
 -Por mi parte, dijo Sócrates, creo que si consiguiera un buen comprador sacaría muy fácilmente por todos mis bienes cinco minas, incluida la casa. En cambio, de los tuyos sé con certeza que conseguirías cien veces más.

    No podemos estimar la cantidad de la fortuna de Sócrates. Él la tasa en cinco minas. Lo que sí sabemos es que la mina equivalía a 100 dracmas, moneda que ha estado vigente en Grecia hasta la implantación del euro, por lo tanto su fortuna ascendía a 500 dracmas en el mejor de los casos, incluida su vivienda, si encontraba un buen comprador, como él dice, porque las cosas no tienen un precio fijo y definitivo, valen no lo que valen sino lo que alguien esté dispuesto a pagar por ellas. Para hacernos una idea lo más aproximadamente cabal de esta cifra, salvando las distancias insalvables, y teniendo en cuenta que algunos economistas establecieron la paridad de la dracma del siglo V a. de C. con 25 dólares norteamericanos del año 1990, -que se convierten casi en el doble en 2016, al aplicarles la tasa de inflación, más o menos 48,43 dólares-, podemos conjeturar que la fortuna de Sócrates ascendería aproximadamente a unos 24.000 dólares actuales, lo que vendría a ser, grosso modo, unos 20.578 euros de hoy. Según Antonio Tovar en su Vida de Sócrates, el filósofo mantenía una renta anual de unas 200 dracmas, lo que no era mucho para su tiempo. Hoy serían 9.600 dólares, es decir, 8.232 euros.

    ¿Quién es el rico y quién el pobre? Aparentemente a los ojos de cualquiera, Critobulo es el rico y Sócrates más bien pobre. Sin embargo, Sócrates considera que él es el rico y Critobulo el pobre, por el que incluso siente lástima. Lo que critica Sócrates es que la riqueza se cuantifique en dinero. Según el criterio económico, Critobulo sería cien veces más rico que Sócrates, pero según el baremo que aplica Sócrates Critobulo es más pobre que él, lo que le produce la risa en forma de carcajada a su interlocutor, que se considera más rico que el filósofo, aunque no tanto como quisiera. 
 
     No es rico el que más tiene sino el que se conforma con lo que tiene y no desea más. La riqueza no consiste exactamente en tener gran cantidad de bienes; se puede ser rico con bienes escasos si estos son más que suficientes para satisfacer las necesidades básicas. Tal opinión ha dado lugar al dicho popular de que no es más rico quien más tiene sino quien menos necesita, que formula Séneca en latín escribiendo: Nōn quī parum habet, sed quī  plūs cupit pauper est: No es pobre el que tiene poco, sino el que desea más.

    El dinero no proporciona la felicidad, sino todo lo contrario: suele ser la causa de la desdicha y la fuente de casi todos nuestros males y problemas. La dicha no está en la posesión de bienes, sino en su usufructo. Es más, la posesión suele matar el usufructo o disfrute de los bienes. La felicidad que los griegos llamaban eudaimonía, no puede comprarse con dinero porque no está a la venta, no es un objeto de consumo, y no está a la venta porque no es algo definido como todos los productos que están a la venta en el mercado. En primer lugar,  habría que definir qué es.

    Con motivo de las protestas del 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol de Madrid, la poetisa Isabel Escudero quema un billete, como hicieron algunas anarquistas durante la guerra civil española. Los manifestantes, que corean la cantilena infantil  Cuatro banqueros / se balanceaban / sobre la tela de una araña; / como veían / que no se caían, /  fueron a llamar a otro banquero... aplauden el gesto revolucionario. 


    Cualquiera de nosotros sería capaz de prender fuego en un momento dado a un billete de cinco o de diez euros, que son peccata minuta, pero, me pregunto yo, si tuviéramos entre las manos ahora mismo por ejemplo uno de 500 euros, el de mayor valor entre los de curso legal en la zona euro en la actualidad,  uno de esos que la gente dice que son como Dios, porque, aunque existan, no son manejables ni siquiera visibles para el común de los mortales, ¿haríamos lo mismo?

    Así son siempre las cosas: o las tienes o las gozas. Son incompatibles, en contra de lo que creemos habitualmente y nos inculcan, tener y gozar, la posesión de las cosas, que es lo que nos da el dinero, porque sin dinero no hay privada propiedad ni identidad tampoco, y el usufructo o disfrute de ellas. Para algunos, en el colmo del enrevesamiento, el único goce que hay es la posesión, el dinero. Pero el dinero no nos da más que la posesión legal y propiedad de las cosas, no su disfrute, que es lo bueno de ellas. Decir de alguien que no disfruta de lo que tiene no es hacerle ningún reproche o crítica, sino reconocer lo que habitualmente nos pasa a todos y cada uno de nosotros: no podemos disfrutar de lo que poseemos, porque la propiedad y el disfrute están íntimamente reñidos.

domingo, 30 de abril de 2023

Lecciones de economía: 6.-El valor del dinero en el tiempo.

    El principal axioma de la educación financiera al servicio de la economía de la empresa y de las entidades bancarias es: “Un euro (o un dólar, o cualquier otra moneda: todas son iguales para el caso) vale más ahora que mañana”. Este principio no contempla el efecto de la inflación que hace que el poder adquisitivo de los salarios y del dinero disminuya con el tiempo y que se disparen -se inflen, se hinchen- los precios del consumo, lo que echaría por tierra la afirmación, sino el hecho de que si se posee un capital hoy puede invertirse de modo que mañana se tenga más que hoy, porque el dinero se reproduce y a la vez que produce más dinero crea el tiempo que lo produce: la tierra prometida del futuro: pecunia pecuniam parit.

    En italiano hay un dicho que reza meglio un uovo oggi che una gallina domani, esto es, que es mejor un huevo hoy que una gallina mañana, es lo que nos dice Nuestra Señora de la Incertidumbre, porque la recepción de algo en el futuro es incierta e insegura, habida cuenta de la inexistencia del futuro -siempre por venir- (y de la gallina) si no hay capital sometido a tasa de interés por medio que lo cree, como veremos. 


    "Todo necio", dijo Machado, "confunde valor y precio". No confundamos nosotros el valor con el precio del dinero, que es el lucro que reporta el vil metal. En realidad deberíamos hablar del precio y no del valor del dinero, pero ya está consagrada la expresión.  El valor del dinero en el tiempo (en inglés, Time Value of Money, abreviado usualmente como TVM) es un concepto económico fundamentado en la premisa de que un emprendedor(*) prefiere recibir un pago de una suma fija de dinero hoy, en lugar de recibir el mismo valor nominal en una fecha futura.

    Suelen manejarse dos conceptos económicos importantes: Valor Futuro (VF) y Valor Presente (VP). ¿Qué relación hay entre el VF y el VP? Según una página de economía cualquiera que consulto al azar en la Red, se trata “de dos caras de una misma moneda”, expresión muy significativa. Prescindiendo de los adjetivos “futuro” (que va a ser) y “presente” (que está delante), nos queda lo sustancial: valor. El dinero tiene un valor, pero ese valor no lo tiene per se, se lo conferimos nosotros.

    Por otra parte, el Valor Futuro (VF) del dinero en el tiempo es el valor que creemos que tendrá una suma determinada de dinero de la que disponemos en la actualidad (VP, o Valor Presente), o que decidimos invertir, emprendedores que somos, en un proyecto determinado. Para poder calcular el VF necesitamos conocer la tasa de interés que vamos a aplicar a nuestro capital en los períodos de tiempo venideros. 


    La fórmula del Interés simple es muy sencilla: Interés = Capital x Rédito x Tiempo partido todo por 100, ya que el Rédito se establece en tanto por ciento. Si queremos averiguar los intereses que producirá un capital al 0% en un año, la solución es muy sencilla: cero. No hay interés. El Valor Futuro se equipara al Valor Presente. El capital no se ha incrementado porque no ha habido afán de lucro ni ganancia. 

    Pero siempre se espera que el mismo dinero tenga un VF mayor que el VP. ¿Por qué? Por el interés, porque el dinero produce dinero, o, dicho de otra manera, porque el dinero genera tiempo, una expectativa de futuro en la que recuperaremos nuestro capital incrementado. Ese incremento (que es el interés que se interpone: inter est) no deja de ser un excremento propiamente dicho, es decir, y perdón por lo vulgar de la expresión, una mierda.

    Despejemos ahora el factor T(iempo) en la fórmula. Se establece así la ecuación de T = Interés x 100 / Capital x Rédito. Si presuponemos, pasando del 0 al 100, un hipotético Rédito del 100%; T sería igual al Interés dividido por el Capital; al ser idénticos Interés y Capital, porque este último se habría duplicado, el factor T sería un año justamente: hemos generado un año de dividendos: doce meses, trescientos sesenta días: el dinero ha parido una suma equivalente de dinero durante un año y, a la vez, ha generado ese año: el Tiempo sería el cociente de la división de los dividendos (el Interés) por el divisor (el Capital).


    El término cociente se remonta al vocablo latino quotiens (adverbio que deriva de quot, “cuantos” y que significa “cuantas veces”) y que por lo tanto indica la cantidad de veces que el divisor está contenido en el dividendo.

    ¿Qué le sucede ahora al factor T, pongámonos en este otro caso, si la tasa de interés es del 0%? Si no hay interés ninguno por medio, la ecuación se reduce a T = Interés (que es 0) x 100 partido del Capital x 0. El resultado de la operación sería igual a cero. El tiempo sería cero, vacío, ninguno. En conclusión: sin interés o con un interés del 0%, el Tiempo, es decir, el futuro no existe, y el Capital no es más que una convención que sólo tiene el valor actual que queramos darle, y nuestro dinero no funcionaría en un país donde no se admite nuestra moneda, o en una isla desierta de los mares del sur, si es que todavía queda alguna, o en un pueblo abandonado de la serranía de Cuenca donde ya no vive ni Dios.

¿Esto es economía crítica? No, lo que aquí hacemos es crítica de la economía.
 
 
(*) Nótese cómo se ha sustituido el término "empresario" por el aparentemente más positivo o neutro "emprendedor", debido seguramente a sus connotaciones despectivas capitalistas, y de qué modo el sistema educativo fomenta el sedicente espíritu emprendedor, y cómo se oculta el grosero materialismo anteponiendo el noble sustantivo "espíritu". Nótese cómo también las autoridades en lugar de fomentar el espíritu crítico y el aprendizaje, alientan el "emprendizaje", horrísono palabro, o los talleres, más horrísonos todavía,  como he leído por alguna parte, de emprendeduría (sic).  

oOo

Lluvia de dinero
 (Moscú, un día ya lejano de julio de 2011)

El sueño de que se ponga de repente a llover interminablemente, y que las gotas de la lluvia infinita que cae del cielo sean billetes de banco llevó a decenas de conductores de Moscú a salir a trompicones de sus coches y tirarse al suelo de la autopista a la caza del dinero, cuando vieron que su sueño se hacía realidad aquel día rutinario y gris.

Los diez carriles de una de las autopistas de entrada y salida a Moscú no fueron suficientes para absorber el monumental atasco de tráfico que se organizó cuando unos desconocidos –ángeles bienhechores del Señor, que regalaba dinero gratis a los moscovitas como si fuera el maná caído del cielo, según unos, o quizá idiotas, según otros, o quizá ladrones, como en las películas, perseguidos por la policía que se desembarazaban del botín- lanzaron una lluvia de billetes que revolotearon y se posaron al fin como hojas que caen de los árboles en otoño al soplo del viento sobre el asfalto. Muchos conductores deteniendo sus autos en marcha salieron a recogerlos a la calzada, esparcidos como estaban por el firme.

Eran numerosos billetes de banco de mil rublos, unos 25 euros al cambio. El problema de estos billetes, cuando los conductores los examinaron con detenimiento es que eran falsos. Saltaba enseguida a la vista. ¡Qué desilusión! La ilusión se desinflaba como pompa de jabón.

Pocos se pararon a pensar que, en verdad, aunque no salte tan pronto a la vista, todos los billetes de banco, por más que sean de curso perfectamente legal, son falsos en verdad. Pocas veces nos paramos a pensar, engañados como estamos, que el dinero, siendo real como es, una cosa realísima, la realidad de las realidades más real de todas, no deja de ser pese a eso, o por eso mismo, una mentira, y que como dice la pintada anónima en la pared: todos los billetes son falsos.