jueves, 27 de abril de 2023

Lecciones de economía: 4.- Time is money, money is time.

    Hay una película mediocre pero ilustrativa que lleva por título “El Precio del Mañana” (In Time en inglés), dirigida por Andrew Niccol (2011). Se trata de una distopía en la que las personas, llegadas a una determinada edad, mueren repentinamente a no ser que tengan dinero para adquirir tiempo extra de vida.  Mientras que los ricos pueden vivir eternamente, el resto empobrecido de la población debe negociar o pedir préstamos para poder seguir viviendo.


    Ya lo dijo, según cuentan, Benjamin Franklin, un prohombre de Estado, en dos palabras: Time is money: el tiempo es dinero: horas de trabajo que se remuneran, que se convierten en dinero, un dinero que exige el sacrificio de nuestro tiempo, por lo que ese tiempo siempre futuro se convierte en un dinero también futuro. El refrán viene a decir que todo el tiempo que uno pueda dedicar a trabajar y generar dinero, es tiempo “bien invertido”, remunerado, que vale su peso en oro, que puede trocarse por dinero. En cambio, si uno se aparta de ese camino e invierte el tiempo en otros ocios o negocios, está perdiendo dinero y perdiendo, como suele decirse, el tiempo.

Tempus pecunia est, El tiempo es dinero, Richard Harpum (2004)

    El dicho tiene su equivalencia en castellano: “El tiempo es oro”, aunque el patrón oro ya esté desacreditado como moneda.  Se trata de una metáfora literaria y ecuación matemática que equipara esas dos magnitudes, aparentemente inconexas, en una sola, como si dijéramos A=B, por lo que también podríamos decir: y vivceversa B=A. Así que démosle la vuelta al archiconocido refrán y obtendremos una valiosa verdad, como propone George Gissing en 1903, en sus Papeles privados de Henry Ryecroft: “Money is time. With money I buy for cheerful use the hours which otherwise would not in any sense be mine; nay, which would make me their miserable bondsman.” (El dinero es tiempo. Con dinero compro para uso fruitivo las horas que de otra manera no serían mías en ningún sentido; más aún, que me convertirían en su miserable fiador).

    Con el dinero ya no sólo se compran cosas (y personas, y vientres de alquiler, si llega el caso), sino también, y sobre todo, ideas: más dinero y tiempo. Las cosas que más importan económicamente hablando, que no son las más importantes; las cosas que más valen, que no son las más valiosas, sino las más caras, las que cuestan cifras astronómicas de millones de millones, ya no son los bienes concretos que pueden palparse, comprarse y venderse en el mercado, sino los dineros, el capital mismo, que es la cosa que crea todas las cosas, el Ser Supremo, Dios en persona, lo que hace que las cosas (y las personas) sean tales y se compren y se vendan en el mercado global, estableciéndose otra ecuación indiscutible: Dinero = Dios, y viceversa. 


    Lo que importa hoy es que dinero compra dinero, dinero produce dinero: pecunia pecuniam parit. (PECVNIA era, por cierto, el nombre del dinero en latín, ya que “denarius”, de donde nos viene a nosotros la palabra, era el nombre de una moneda que valía diez ases como vimos en la primera entrega). ¿En qué consiste esa compraventa? En nada concreto y material, sino en todo lo contrario: en la más pura abstracción ideal e inmaterial. El dinero compra dinero que genera más dinero: crece y se multiplica.

    El dinero, según los economistas, es un bien (petición de principio: repárese en que el dinero se considera un bien, algo bueno), intercambiable por todos los demás bienes, incluido él mismo en el cómputo, porque él también es una mercancía, y, por lo tanto, tiene un precio que se expresa en dinero. ¿Resulta contradictorio? Lo es, en efecto.

    A veces oímos a esos economistas hablar del precio del dinero. Examinemos esta locución aparentemente inofensiva. No la confundamos con “el valor del dinero”. el valor es una cualidad subjetiva más bien que nosotros le atribuimos al vil metal, mientras que el precio es algo más objetivo y que es auto-referente: hace referencia precisamente al dinero mismo. ¿Cuánto dinero cuesta, qué precio tiene, precisamente, todo el dinero que hay en el mundo? ¿Hay suficiente dinero en el mundo, dinero extra que no entra en el cálculo total, como si dijéramos metadinero metafísico, para comprar todo el dinero del mundo, o habría que crearlo ex nihilo?


    A la pregunta de cuánto dinero hay en el mundo, no hay una respuesta exacta, porque depende de la definición de dinero que se dé. Cuanto más amplia y abstracta es la definición dada, más alta es la cifra y el número de ceros. ¿Hay dinero en el mundo para comprar el dinero que hay en el mundo?

    Pero hay un efecto secundario de primer orden en este proceso financiero: la inversión de dinero crea el tiempo, y cuando decimos el tiempo queremos decir el futuro, un futuro que no existía antes, que está esencialmente vacío pero que resulta rentable, que nos reporta una cantidad adicional de dinero por la inversión o el préstamo que hemos hecho a otra persona o a una entidad financiera que, por su parte, se lo va a prestar a otro usuario por el interés.

    Y en esa huida hacia adelante es donde el dinero crea el futuro, el nuestro propio y el de la humanidad en general, porque el dinero es tiempo, el dinero es futuro, y el futuro, que es el factor importantísimo con el que opera la economía, es la muerte. El templo de ese Ser Supremo está vacío. Ese vacío mismo era Dios: en eso consisten los depósitos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial y Universal Intergaláctico, el Sancta Sanctorum sólo contiene su propio vacío: eso eran las reservas de oro del erario público. Hay que repetirlo: Está vacío. Y el tiempo, como el rey en el cuento infantil de El Traje Nuevo del Emperador, está desnudo.

La persistencia de la memoria o Los relojes blandos, Salvador Dalí (1931)

    La relación entre ambos conceptos es interesante, pero compleja. Aparentemente el dinero es mucho más fácil de definir que el tiempo. Ya el obispo Agustín de Hipona, santificado por la Iglesia Católica,  constataba esta dificultad  en sus Confesiones (XI, 14, 17): quid est ergo tempus? si nemo ex me quaerat, scio; si quaerenti explicare uelim, nescio: Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. El tiempo resulta inaprehensible, por lo que no se puede hablar de él, explicarlo, pero gracias al dinero, que es el Dios creador de ese can Cérbero de tres cabezas -pretérito, presente y futuro, como los tiempos verbales de la gramática que aprendíamos en la escuela-, lo cronometramos y falsificamos.

miércoles, 26 de abril de 2023

Lecciones de economía: 3.- Educación en valores... bursátiles.

    Entre la progresía pedagógica ya es un clásico curricular, aunque algo démodé, el tema de la educación “en valores” (traducción de on values, en la lengua del Imperio). Se concebía la enseñanza, instrucción o proceso de aprendizaje como educación. De hecho la E de nuestro ominoso acrónimo ESO no significa "enseñanza", sino "educación" (la S,  "secundaria",  y la O, a la fuerza ahorcan, "obligatoria"). 
 
    Se entiende que haya una enseñanza primaria o básica y que pueda haber otra posterior secundaria, o media que se decía antes,  y aun una superior, especializada o universitaria, y una enseñanza o formación profesional, como le dicen, pero esos adjetivos no cuadran bien con "educación": la educación se tiene o no se tiene, puede ser buena o mala, pero no admite progresión ni grados en su adquisición.

    Decían aquellos pedagogos que no había que limitarse a transmitir unos conocimientos, sino que había que inculcar tra(n)sversalmente, como el que no quiere la cosa, unos valores tales como la solidaridad, que es la versión laica de la cáritas cristiana, la no discriminación sexual y racial, el espíritu de la tolerancia, la lucha contra la violencia y un largo etcétera con el que fomentaban la defensa de los derechos humanos y el buenrollismo desde la escuela y la más tierna infancia.

    Lo malo es que esos valores de los que se quería imbuir a las jóvenes generaciones han acabado, me temo, por convertirse en valores... bursátiles. Esa  educación en valores que estamos dando a nuestros hijos, a juzgar por el éxito de la Economía en nuestro sistema educativo, y por el fracaso de la Educación para la Ciudadanía y la prevención del acoso escolar (bullying en la lengua del Imperio) y la violencia contra las mujeres en la sociedad en general,  se ha quedado en agua de borrajas.

 

    Séneca escribió non uitae, sed scholae discimus no aprendemos para la vida, sino para la institución escolar. ¿Qué quería decir el cordobés? Que las cosas eran en su tiempo así, lo que criticaba porque deberían ser al revés, y de hecho, la frase suele citarse al contrario, pese a que Séneca no la escribió así en su epístola a Lucilio,  para indicar no cómo son las cosas, sino cómo deberían ser.
 
    A tenor de lo que sucede ahora, podemos nosotros imitando a Séneca decir: non uitae, sed bursae discimus no aprendemos para la vida, sino para la bolsa.  
 
    La palabra latina bursa significaba monedero o faltriquera donde se guardaba el dinero, de ahí nuestra bolsa y nuestro bolsillo; no tenía en latín todavía el sentido actual de casa de contratación, que adquirió del nombre de la familia flamenca Van der Bürse, en cuya sede se reunían los mercaderes venecianos para hacer sus negocios.
 
    No aprendemos, pues, para la vida, con el estudio de la Economía y Economía de la Empresa, sino para la Bolsa. Y ahí está la disyunción: "o la bolsa o la vida", como exigen los atracadores, los bandoleros o los salteadores de caminos. Tenemos que elegir: si amamos la vida, entregaremos la bolsa deshaciéndonos del dinero que llevamos encima, pero si amamos la bolsa que contiene la plata perderemos la vida. O enseñamos para la vida o enseñamos para la bolsa.


La bolsa y la vida, viñeta de Juli Sanchis “Harca”

    Alguien podrá objetar, con mucha razón, que no hay en el planeta Tierra vida humana que se precie, nunca mejor dicho,  si no hay bolsa que la respalde, porque con la bolsa se compran los medios de subsistencia, y de alguna manera la bolsa es la vida, por eso los modernos ladrones con traje de esmoquin, cuando nos atracan, nos sustraen, como en la sarcástica viñeta de Harca que os pongo arriba, la bolsa a la vez que la vida. 
 
    Si equiparamos estos términos a dinero y tiempo respectivamente, llegamos a la ecuación general: time is money y money is time, sobre lo que habrá que volver en otra entrada,   desde el momento en que el jornal es el salario equivalente a una jornada laboral, y el trabajo, la Arbeitskraft o fuerza de trabajo que decía Marx, se remunera no tanto por la producción de bienes o el servicio prestado como por el tiempo empleado en ello,  y se convierte, por lo tanto, en mercancía.

    Hagámonos a estas alturas la siguiente consideración: ¿Podríamos vivir sin la bolsa, es decir, sin dinero? Pero la pregunta estaría mal planteada. Hay que cuestionar lo que hay, no lo que no hay: ¿Se puede vivir con dinero, con el vil metal? ¿Es esto acaso vida? Algo nos dice por lo bajo y lo hondo que no, que es prostitución, la cual, no en vano, se ha considerado el oficio más viejo del mundo: la conversión del tiempo de nuestra vida en vil metal.

 
Viñeta de Quino

    Preguntémonos, a propósito, en este punto por el sentido de la expresión “vil metal”. ¿Por qué a un metal, en este caso al oro, lo calificamos de vil? Porque es el metal noble, precioso, es decir, el que pone precio a todas las cosas, y por eso mismo, el apreciado, y precisamente por eso, por ponerle precio a las cosas, incluso a la vida humana, el metal, el dinero es vil, nos envilece. 
 
    Es una forma, obviamente, despectiva de referirse al dinero, pero no se puede ser neutral o hablar positivamente de algo que es intrínsecamente perverso. 
 
    Otra razón de la vileza del metal es que por encima de cualquier otro interés humano, sentimental, familiar o de amistad interpone el interés del capital, cuyo objetivo es crecer y multiplicarse a sí mismo por la tasa que le interesa en un período de tiempo que automáticamente se establece y cronometra. 
 
    En muchos idiomas se justifica la vileza del dinero diciendo: “bussines are bussines”, “les affaires sont les affaires” o “los negocios son los negocios” con lo que se justifica lo injustificable.

martes, 25 de abril de 2023

Lecciones de economía: 2. -Mentiras, cochinas mentiras y estadísticas.

    En esta segunda entrega vamos a hablar de una de las aplicaciones prácticas de las matemáticas a las ciencias sociales en general y a la economía en particular, que es la estadística.

    Empecemos por preguntarnos qué es la estadística. La mejor definición que se me ocurre es la siguiente: La estadística es el arte de engañar  y manipular a la gente con números, utilizando políticamente la aritmética. Es una definición muy amplia pero adecuada. La palabra, como revela su etimología, procede de "estado" en un doble sentido: como situación en la que se está (status quo) y como instrumento de reducción a número de cosas y personas para su administración y gobierno (Estado como organización política); los censos eran una práctica muy común en la antigüedad: se computaba a la población para hacer recuento de los individuos a fin de administrarlos y gobernarlos.


    De la mentira de las estadísticas ya nos advierte un célebre aforismo: there are three kinds of lies: lies, damned lies, and statistics: “hay tres tipos de mentiras: mentiras, cochinas mentiras y estadísticas”. El gran Eduardo Galeano nos lo explica mejor y ejemplifica magistralmente en uno de sus Puntos de vista, diciéndolo muy clarito: Desde el punto de vista de las estadísticas, si una persona recibe mil dólares y otra persona no recibe nada, cada una de esas dos personas aparece recibiendo quinientos dólares en el cómputo del ingreso percápita.

    Vivimos en un mundo donde todo se reduce a cifras, no sólo las cosas, sino también las personas, que, al aritmetizarnos, nos cosificamos e igualamos como si fuéramos gotas de agua.  Y los números están por todas partes. Dejamos que nos numeren, y numerar es una contradicción, es uniformar lo que es diverso y multiforme.

    Hay un refrán medieval, que se remonta a lo que se me alcanza al teólogo benedictino Rupert von Deutz, que vivió entre los siglos XI y XII, y escribió entre otras obras De diuinis officiis, que dice, glosado,  “caballo y caballero no son dos seres, sino uno solo”. O en versión mitológica,  “caballo y jinete no son dos, sino un centauro”. Él lo decía así: homo sedens in equo non duo sunt, sed unus eques: Un hombre montado en un caballo no son dos, sino un solo hombre-a-caballo. Venía a cuento de cómo Dios hecho hombre no eran dos personas distintas, sino una sola, que se llamaba Cristo: no eran dos Dioses ni dos hombres ni siquiera dos Cristos, sino un único Cristo.
 Rupert von Deutz (Rupertus Tuitianus)

    Viene el benedictino a decir algo tan elemental como que no se pueden sumar cosas distintas. Lo paradójico es que todas las cosas son distintas, tienen algún distintivo, algo que las hace originales y únicas,  y que impide que puedan  equipararse. Solamente pueden sumarse dos cosas cuando las reducimos a su condición previa de cosas: caballo y caballero son dos animales o dos seres vivos, o, más en general, dos casos de cosa. Si los sumamos y metemos en el mismo saco, ya no son lo que eran, han perdido su especificidad al uniformarse lo que era diverso y pasarlo por el mismo rasero.

    No se pueden sumar peras y manzanas, decía nuestro profesor de matemáticas del instituto, alias Pitagorín, con más razón de la que él creía, a no ser que las convirtamos en piezas de fruta, por ejemplo: dos peras y dos manzanas son, efectivamente, cuatro piezas, un kilo de fruta. Las hemos sumado, las hemos unificado y reificado. Han perdido su sabor: ya no son ni peras ni manzanas. Y ¿qué es lo que nos obliga a sumarlas? Ni más ni menos que el dinero, que es la epifanía de todas las cosas, lo que las equipara, pone precio, da existencia en el mercado y acaba por sustituirlas a todas convirtiéndolas en mercancías, esto es, en ideas o palabras, o sea en números.

 
    Desde que el dinero y la propiedad privada son los pilares fundamentales del orden social que padecemos, las personas nos hemos convertido en números, y, por lo tanto, también en cosas, como atestigua nuestro Documento Nacional de Identidad, o los dígitos de nuestra cuenta bancaria y correlativa tarjeta de débito y crédito: meras cifras. (Y cifra es palabra de origen árabe, por cierto, que revela la esencia de los números:   ṣifr significa 'vacío, cero').  Y frente a eso no cabe más que un grito de rebeldía y sensatez: ¡No somos números!

    Las estadísticas sirven para engañarnos con sus cifras sobre las bondades del  régimen vigente La estadística, por ejemplo, habla del aumento de la esperanza de vida en nuestro primer mundo situándola por encima de los 70 años de edad. Ahora vivimos más, nos dicen. Y añaden, "y mejor", confundiendo la cantidad con la calidad, y la vida que vivimos con la edad que tenemos. No es raro que un mamarracho como es la presidente del Fondo Monetario Internacional hable de la conveniencia de alargar la vida laboral, retrasando por lo tanto la edad de la jubilación de la clase trabajadora. Si viven más,  que trabajen más, no vaya a ser que se jubilen muy pronto y no sepan qué hacer con su vida.

    El factor estadístico también se emplea en política para convencernos de que estamos saliendo de la crisis económica que es y genera el propio sistema, y del aumento del empleo o del desempleo que sube y baja, se estira y se encoge "como las tripas de Jorge". La estadística les sirve finalmente a los partidos políticos para arrogarse la representación y la representatividad, que son cosas distintas, del pueblo al recibir el respaldo de los votos de una minoría, en el mejor de los casos, del 15% o el 20% de la población, minorías que se pasan por mayorías, y mayorías  que se quieren hacer pasar por la totalidad. Pero la mayoría, por muy mayoritaria que estadísticamente pretenda ser, nunca será la totalidad, porque no hay todo que valga, porque no hay un conjunto cerrado y exacto del que no se pueda entrar o salir constantemente y ser más o menos.

    Al matemático Jacobi, que dijo "aei ho theós arithmetizei" Dios siempre aritmetiza, -otros atribuyen la frase a Gauss, el príncipe de los matemáticos, para quien la matemática era la reina de las ciencias y la aritmética la reina de las matemáticas- le corrigió Dedekind afirmando: el hombre siempre  aritmetiza. Las estadísticas, las haga Dios o el diablo, lo aritmetizan todo y a todos. Todo se reduce a una cuestión numérica porque nos han convertido en dígitos que tratan de definirnos, catalogarnos, uniformarnos, ubicarnos en la celda de una casilla estanca, que es el lugar que quieren que nos corresponda: el nicho de nuestra sepultura.  

lunes, 24 de abril de 2023

Lecciones de economía: 1.- El homo oeconomicus.

    ¿De qué se ocupa la Economía, la nueva asignatura estrella de nuestro sistema educativo tanto de 4º de eso que se sigue llamando ominosamente ESO -nomen est omen- como del  primer curso de Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales, y del segundo curso, donde se apellida ...de la Empresa? Elemental, querido Watson: Del dinero. ¿Y qué es eso del dinero? ¿Lo que llevamos acaso ahora mismo en el bolsillo o en el monedero? No. ¿Los ahorros de las pagas y propinas que guardábamos en la hucha con forma de cerdito cuando éramos pequeños? Tampoco. No estamos hablando de dinero contante y sonante, cash en la lengua del Imperio o efectivo o metálico, que es una especie ya en vías de extinción, estamos hablando del dinero inmaterial o como mucho de materia plástica de la tarjeta de crédito, un chip, una cifra matemática y abstracta, un valor numérico despojado de cualquier correspondencia con algo palpable y verdadero,  el valor económico de nuestra fuerza de trabajo en el banco de datos. Ya no es aquello de tanto tienes tanto vales, sino esto otro de tanto ganas tanto vales. El Banco te adelanta tu sueldo, el dinero que todavía no es tuyo, para que te endeudes, para que sigas trabajando a fin de pagarle la deuda contraída al Banco. 

 Denario romano de época republicana

    La etimología de las palabras “dinero, dineral, adinerado” nos lleva, como todos los caminos, a Roma: DENARIVM era el nombre de una moneda de plata que equivalía a diez ases, el denario. En la raíz de esta palabra está el número diez: dēnī, un numeral distributivo que significa “diez cada uno, de diez en diez, diez cada vez”. DENARIO, como cultismo es el nombre de esta moneda antigua romana que multiplica por diez el valor de un as, pero ha evolucionado vulgarmente a dinero, con el significado de moneda o billete de banco, y, en general, medio de pago comúnmente aceptado. Hasta en algunos países árabes (Argelia, Jordania, Túnez, Libia, Serbia...), el nombre de su moneda deriva del denario romano: el dinar.

    El inglés money (más adelante estudiaremos la ecuación imperial time is money -el tiempo es oro- = money is time -el dinero es tiempo-) tiene también una relación con el latín, procede del sobrenombre de la diosa Iuno Moneta, Juno muñidora o consejera, cuyo templo estaba anejo a la casa donde se acuñaba la moneda en Roma, lo que dió origen a nuestra palabra moneda, precisamente, y a las inglesas money, monetary.

    Hay dinero negro, que escapa al control fiscal, es decir, del Estado que quiere identificarse con el pueblo. Y dinero sucio, que suele ser dinero negro obtenido por medio de actividades ilícitas. Las expresiones dinero “negro” y “sucio” son perversas, porque dan a entender implícitamente que hay otro dinero “blanco” y “limpio”, que sería el que ganamos honradamente con el sudor de nuestra frente. Hay quienes hacen dinero: y se hacen ellos mismos dinero, pudriéndose en dinero, como el rey Midas, prototipo de los modernos banqueros, que todo lo que tocaba lo convertía en oro, es decir, en mierda, como en numerosos cuentos populares. La expresión “dinero falso” también es intrínsecamente perversa porque da a entender que hay un “dinero verdadero” que sería el de curso legal, cuando todos en el fondo sabemos que todos los billetes que hay en realidad son falsos, y el dinero la más falsa y abstracta de las monedas.


    Cuando el homo oeconomicus habla de dinero, no habla de la calderilla que lleva en el monedero o en la faltriquera, sino de la unidad artificial y arbitraria en la que se basa un sistema –el monetario o financiero-, que no expresa más que una cantidad desprovista de valor cualitativo por la que se endeuda su supuesto propietario. 
 
    ¿Qué vale un billete de curso legal de 50 euros del Banco Central Europeo? Que equivale a cincuenta euros. Y que un euro se subdivide en cien céntimos... Y que por esas magnitudes podemos adquirir cosas que tengan ese precio... Hace tiempo que desapareció el patrón oro que se guardaba en el Sancta Sanctorum del Banco que decía que a cambio de ese billete de curso legal que corría de mano en mano te correspondía una cantidad de oro. Ahora mismo la autoridad te pide que tengas fe en tu cuenta corriente donde ya no hay billetes sino una cifra equivalente que te permite adquirir determinadas cosas o acceder a determinados servicios... 
 
 
    Y tu fe se confirma cada vez que en una transacción comercial otro creyente te da algo, una cosa o un servicio, a cambio de esa cifra. Se está acabando la situación en la que a cambio del viejo billete de banco obtenías un producto o un servicio, y si su precio no ascendía a tanto, sino a una cifra menor, por ejemplo a treinta euros, te devolvía otro billete de 20 euros... Ahora se paga con la cifra exacta que se sustrae de tu cuenta corriente a través de la tarjeta electrónica. La fe no se sustenta en nada más que en la pura creencia -ya no hay reservas de oro que la avalen-, porque ese dinero es inmaterial. 
 
 Aviso a los atracadores: El Banco no dispone de efectivo.
 
    Las religiones hablan de fe, pero los mercados prefieren hablar de confianza, que es la versión laica de la vieja fe religiosa. La autoridad emisora no te pide ya fe -fides, en la lengua del viejo imperio romano-, que queda un poco obsoleto, sino confianza -fiducia, en la misma lengua-, por lo que se llama sistema fiduciario, que se basa en la confianza que en él depositamos todos los creyentes.  Confiar es compartir la fe en el sistema económico mundial. Lo contrario se llama desafío. 

domingo, 23 de abril de 2023

¿Va todo bien?

    Todo irá bien, nos aseguraban. Y a continuación nos endilgaban la consigna gubernamental del confinamiento: ¡Quédate en casa! ¡Salva vidas! ¡Sigue a la Ciencia! Pero aunque ahora quieran pasar página apresuradamente, hay que decir que no ha ido todo bien, sino al contrario: todo ha ido mal, francamente mal. Y va de mal hacia peor.
 
 
    La pandemia ha dejado una huella indeleble en todos, pero especialmente en las nuevas generaciones y en los ancianos que no se llevó por delante con las medidas de confinamiento y distancia social que se implantaron para enloquecernos, porque de lo que se trataba era de dinamitar nuestra salud mental volviéndonos psicóticos. Pero la verdadera pandemia empieza ahora de verdad. 
 
    Nuestras vidas han cambiado. El confinamiento -eufemismo que disimulaba lo que era el vulgar encierro de un arresto domiciliario en toda regla- modeló nuestro comportamiento en una medida mucho mayor de lo que nos gustaría. 
 
    Muchos se vieron obligados a trabajar desde casa, y aunque en principio la cosa parecía tener sus ventajas, pronto se dieron cuenta de que habían metido al enemigo -el trabajo- en el hogar. En seguida descubrieron que no podían compaginar el laburo con su vida privada y sus ocios. No tenían un horario fijo y a veces acababan currando a altas horas de la madrugada. 
 
    A lo cual se añadía el problema de que la gente no podía relacionarse con sus compañeros de trabajo, cosa que al principio a algunos les parecía ventajosa, pero pronto se vio que era una condena a la soledad que arruinaba la vida social. 
 
    La gente empezó a desconfiar de los demás. No es que antes confiaran mucho en sus semejantes, pero ahora desconfiaban sistemáticamente de todo hijo de vecino. Un simple e inocente estornudo síntoma de un resfriado común y corriente se interpretaba como si hubiera explotado una bomba atómica. 
 
 
    La restricción social y el distanciamiento tuvo en algunos un impacto inicial positivo en su estado de ánimo, por lo novedoso de la situación que parecía invitarnos a la introspección y al recogimiento, pero la alternancia de períodos de reclusión con sus toques de queda militares, cuarentenas y salvoconductos para viajar y entrar en los restaurantes y demás lugares de alterne si no nos habíamos inoculado, y los períodos de libre circulación desestabiliza el equilibro mental de cualquiera.
 
    Algunos, hacia el final del segundo confinamiento, comenzaron a padecer episodios depresivos.  Muchos adolescentes, enmascarados en sus centros de estudios, declaraban en sus redes sociales cosas terribles como: “Siento ansiedad, soledad, cansancio constante, angustia, pesimismo, un nudo en el estómago...Todos vamos a morir. 
 
    La pandemia que declaró la OMS ha tenido un impacto dramático en la salud mental de toda la población, afectando particularmente a niños, adolescentes y ancianos. A nivel mundial, pero también en el Reino de España hubo un aumento de la violencia doméstica y los problemas de convivencia.
 
    Aumentaron todos los comportamientos adictivos, destacando la adicción a Internet, que lograba imponerse como medida higiénica -el mundo real era peligroso porque circulaba un virus letal-, y se generó la actual adicción a las series televisivas, que lograban imponerse y provocar empachos y atracones. 
 
 
 
    Lo falso -un virus letal en la realidad- se volvía verdadero y lo verdadero -el virus letal de todas las pantallas- se volvía falso, y nos aferrábamos al móvil como a un clavo ardiendo para asomarnos al mundo exterior y comunicar con los demás. 
 
    La depresión, la ansiedad, el estrés, la fatiga, los trastornos del sueño y de la alimentación también registraron un considerable aumento. Los niños soportaron una pesada carga al perder su rutina diaria y su socialización, pero los ancianos también sufrieron un duro golpe. Los pacientes con demencia en particular mostraron un deterioro considerable debido a su aislamiento de la sociedad. 
 
    Sin embargo, los efectos en la salud mental no se limitaron a los dos años pandémicos, ya que, después de la pandemia, han venido otros desafíos: la crisis energética, la guerra de Ucrania, la crisis climática, y la siempre presente crisis económica que se traduce en la subida del IPC.
 
    Ha surgido, además, la repentinitis, como se ha dado en llamar al incremento de muertes súbitas de gente saludable que no llega a los hospitales y que las autoridades sanitarias se niegan a investigar, o cuando se les piden explicaciones, responden incoherencias tratando de normalizar lo escandalosamente anormal. O callan como putas o dicen que se deben al cambio climático, al tabaco o al alcohol y las drogas, o a la pertinaz sequía que atravesamos ahora fruto del cambio climático producido por las olas y oleadas virales, o por las siestas prolongadas, que, cosa desconocida hasta ahora, producen ictus e infartos de miocardio... 
 
 

    Los trastornos mentales comunes como la depresión, las fobias, los ataques de pánico, las crisis de ansiedad y del sueño han aumentado con la pandemia y siguen causando estragos en la post-pandemia decretada por las autoridades sanitarias que se apresuran en pasar página y "a otra cosa, mariposa".
 
    No hace falta ser ningún lince para diagnosticarnos a todos estrés postraumático, y una nueva pandemia no declarada por la OMS, pero sí inducida, de falta de estabilidad mental, debida a las secuelas de las medidas sanitarias de choque implementadas por los protocolos sanitarios, que no saludables: proceso traumático que nos deja el encierro, la incertidumbre, la ansiedad y el miedo paranoico a los demás. 
 
    Como dice un amigo: El nuevo mundo post-pandémico ha alterado la realidad hasta límites insospechados sumergiéndonos en catástrofes, desastres, colapsos y constantes crisis que configuran la virtualidad del espectáculo.

sábado, 22 de abril de 2023

¿Quién obtendrá la alcaldía?

    La alcaldía de la “muy noble, siempre leal, decidida, siempre benéfica y excma. ciudad de Santander” va a quedar vacante y en las próximas elecciones se decidirá democráticamente por mayoría de votos qué alcaldesa o alcaldeso obtendrá el Bastón de Mando o Vara de Alcaldía y la regirá. 
 
 
    El cartel de la alcaldesa actual del Partido ¿Popular? (P¿P?), candidata a la reelección, sonriente y vestida de azul, que es el color de su partido, reza: CUENTO CONTIGO y con el mejor equipo. 
 

    Me recuerda, no lo puedo evitar, los años pasan y pesan, que aún en plena dictadura oprobiosa, el Gobierno franquista inicio una campaña, bajo el eslogan Contamos Contigo, para incitar a los españoles a hacer deporte, rezaba la cantilena: Contamos, contamos contigo / sabemos que podemos contar / y todos unidos podremos / una raza (sí, sí, una raza) más fuerte lograr. 
  
 
    El cartel del candidato del Partido ¿Socialista? ¿Obrero? Español es el careto de un joven sonriente  que se presenta bajo el lema: UNA SANTANDER SINIGUAL. De fondo se ve una fotografía de la ciudad y su marco incomparable. El lema tiene su intríngulis porque la expresión “sin igual”, que se escribe habitualmente separada pero puede escribirse junta como aquí, encubre el nombre propio de la actual alcaldesa, cuyo apellido es Igual, por lo que debe entenderse “Una Santander sin Igual”. Es decir el candidato del P¿S?¿O?E se presenta como la alternativa para quitar a la actual alcaldesa, que al ser sustituida por el postulante convertirá a la ciudad en una urbe sin par, muy excelente, más excelentísima de lo que sus títulos dicen, y sobresaliente por encima de las demás ciudades de esta curtida piel de toro. No se nos dice cómo va a lograr esa proeza. Se da a entender que basta con quitar a la actual regidora para que la ciudad sobresalga más, si cabe, todavía. Una publicidad muy infantil. (Llama la atención la nueva simbología del partido: el corazón en lugar del puño marxista y la rosa).
 
 
    Pero no menos infantiloide es la publicidad del candidato del Partido Regionalista Cántabro, el único que se precia de presentar candidatos autóctonos -aunque en algunos casos sin gente del pueblo- en los ciento dos ayuntamientos de Cantabria, también juega con la anfibología de un nombre común ascendido a la categoría de nombre propio. El candidato, el señor Piña, se postula bajo el eslogan de: SANTANDER NECESITA PIÑA. Ya el punto sobre la i se ha convertido en un ícono de una piña, pero a continuación viene lo mejor: se comparan las virtudes gastronómicas de la piña con las del candidato así apellidado de forma que no sabemos si nos está hablando del caballero sonriente o de la fruta tropical: Favorece la recuperación, Mejora la digestión, Aporta energía, Fortalece y Limpia. El grado de infantilismo de esta propaganda es tal que uno no sabe si echarse a reír o romper a llorar amargamente.

    Ya puestos a relacionar el ananas comosus nativo de América del Sur con lo cántabro podían los publicitarios habernos regalado la receta de la tarta de piña con sobaos pasiegos dentro del ámbito culinario de lo dulce. Otros intentos gastronómicos ha habido de relacionar la fruta tropical con lo salado, por ejemplo con la pizza italiana; así surgió la variante jaguayana, que no deja indiferente a nadie porque o se la ama con pasión por la mezcla intercultural que supone o se la odia con todo el corazón por el despropósito que ofende a tantos italianos. Se podría también haber relacionado la dulcísima piña con las anchoas sazonadas con sal del Cantábrico, otro producto genuinamente cántabro (?).
 
 
    Con estos reclamos electorales de rostros juveniles, agraciados y sonrientes, los partidos intentan llamar la atención inmediata de los votantes no por las medidas que vayan a tomar cuando ocupen la alcaldía de la Casona consistorial, porque no hacen ninguna mención de ellas, sino por las ocurrencias supuestamente ingeniosas que tratan de engañar a los incautos votantes electores.

viernes, 21 de abril de 2023

"Dulce et decorum est pro patria mori"

    El verso más horripilante que escribió el poeta Horacio es dulce et decorum est pro patria mori. Un hendecasílabo alcaico: Es dulce por la patria morir y honor, la vieja patraña, como la calificó el también poeta Wilfred Owen. 
 

     Morts pour la Patrie” es la inscripción que suele figurar en los monumentos memoriales franceses dedicados a los soldados  que murieron luchando por su país. 
 
    En España, durante la dictadura franquista, teníamos “Caídos por Dios y por España”, más típica del nacionacatolicismo que aquí se practicaba, y que asociaba la figura de Dios con la de la Patria sacrosanta. Recordemos también durante la oprobiosa dictadura el grito de “¡Arriba España!” que daba a entender claramente que si España estaba arriba, los españoles de carne y hueso, españoles mal que nos pese porque ninguno hemos nacido tales, sino que nos han (y nos hemos) hecho a la fuerza españoles, teníamos que estar abajo, dispuestos a inmolarnos y a morir por la idea de la nación, dándolo “todo por la patria”, como reza todavía en los cuarteles de la benemeritísima Guardia Civil.
 
 
    En Hamburgo hay un monumento a los soldados muertos durante la primera guerra mundial que contiene un verso de un tal Heinrich Lersch (1889-1936) no menos deleznable que el de Horacio, que dice en la lengua de Goethe 'Deutschland muss leben, auch wenn wir sterben mussen', es decir: Alemania debe vivir, aunque nosotros tengamos que morir, que no deja de ser un insulto y una afrenta a todas las víctimas de todas las guerras, como cualquier espíritu sensible siente enseguida. Refleja muy bien sin embargo  cómo los fetiches nacionalistas abstractos tales como España o Alemania exigen sacrificios humanos, de los que se nutren. Los ideales, en efecto, para poder vivir necesitan la ofrenda del derramamiento de sangre humana en sus altares para dar, de paso, un sentido a la vida de los que se inmolan y ennoblecen su existencia. 
 
    La letra del himno nacional alemán, cuya música es original de Joseph Haydn, contiene una primera estrofa, que ya no se canta oficialmente, que comenzaba con el conocido “Deutschland, Deustschland über alles” (Alemania, Alemania por encima de todo), que ponía el nombre de la Patria sobre todas las cosas y personas nacidas en Alemania, elogiando indirectamente la supremacía de la raza aria como se sintió durante el nazismo. 
 
    Frente al horrible verso de Lersch, puede esgrimirse lo contrario, intercambiando la vida y la muerte: Alemania tiene que morir para que nosotros podamos vivir (Deutschland muss sterben, damit wir leben können). Es lo que gritaba y repetía hasta la saciedad la banda punquiroquera alemana Slime, cuya letra habla de un país gobernado por fachas y multinacionales que desprecian la vida y la naturaleza, donde las personas no cuentan para nada, donde los tanques y los misiles 'aseguran' la paz y donde las centrales nucleares, los ordenadores y los robots 'mejoran' la vida.  


    Pero donde dice Alemania, debemos poner cualquier otro nombre propio de cualquier otro Estado. España, digamos nosotros, tiene que morir para que nosotros podamos vivir.  No vale sustituir, sin embargo, el nombre de España por cualquier otro nombre propio. No vamos a caer en esa burda trampa de poner en su lugar el nombre propio de cualquier comunidad autónoma, reino de taifas o patria chica.
 
    Os dejo la espléndida versión que hace Roger Dam de la canción original de Slime, que a mí particularmente me gusta más.
         

jueves, 20 de abril de 2023

¿Educación lúdica?

    Como diz Aristótiles (Política, V, 4): Así pues, está claro que no hay que educar a los jóvenes mediante el juego; pues los que están aprendiendo no juegan, ya que la educación se produce con dolor. ὅτι μὲν οὖν δεῖ τοὺς νέους μὴ παιδιᾶς ἕνεκα παιδεύειν, οὐκ ἄδηλον· οὐ γὰρ παίζουσι μανθάνοντες, μετὰ λύπης γὰρ ἡ μάθησις

    Es curioso como en el lenguaje del estagirita, la educación de los niños  παιδεία (paideia)  no es una παιδιά (paidiá), un juego de niños. En ambas palabras interviene el término "niño",  παῖς παιδός (pais paidós), pero en el primer caso se trata del proceso de hacer que el niño deje de ser pronto lo que es, un niño, que es algo muy peligroso, para hacer que éntre enseguida por el aro de la sociedad adulta cual fierecilla domada, inculcándole no sólo unos conocimientos sino también unas normas de conducta y adoctrinamiento; mientras que en el segundo caso se trata de un juego infantil: la educación, según el sabio, no es un juego de niños, no es divertida, no debe ser lúdica tampoco, pese a que el nombre latino de la escuela cuando esta no era obligatoria todavía era "ludus" precisamente y el término griego era σχολή (scholé) con el mismo significado de "juego y ocio o tiempo libre del trabajo", porque no hay proceso de aprendizaje sin pena ni esfuerzo: a fin de cuentas de lo que se trataba era de matar al niño, y, como decían los maestros de antaño, en contra de los modernos psicopedagogos o pedopsicagogos a la virulé,  la letra con sagre entra; a lo que el maestro Correas añadía, no sin razón: "y la labor con dolor". 
 
    No en vano la gente dice a veces -o decía, porque ahora es políticamente inoportuno- "te voy a dar un palo (o unas buenas hostias confundiendo la eucaristía evangélica con el sadomasoquismo) para que aprendas".  Así era, efectivamente, cuando se trataba de aprender la lección de la letra, en sus dos modalidades tanto de escritura como de lectura, que es la que no entra sin sangre, sudor y lágrimas, porque otra cosa es el aprendizaje placentero de la lengua, que entra y se aprende sola, sin que nadie nos la enseñe, sin ningún derramamiento de sangre inocente.

 La letra con sangre entra, Francisco de Goya, Museo de Zaragoza (1780-11785)
 
    La frase proverbial significa que para aprender es necesario el trabajo y el esfuerzo. Se ha entendido, a veces, también como que es preciso el castigo corporal como estímulo. Por ejemplo, en el cuadro de Goya que lleva ese mismo título de La letra con sangre entra: asistimos a una escena de escuela en la que el maestro azota a un alumno con las nalgas al aire, que se inclina para recibir el castigo. A su derecha, de pie, otros dos alumnos lloran doloridos después de haber recibido el mismo castigo, mientras sus compañeros se enfrascan en sus tareas de lectura y escritura por la cuenta, como suele decirse, que les trae.
 

miércoles, 19 de abril de 2023

¿Churro, media manga o manga entera?

    Nostalgia y reminiscencias de la infancia, el único paraíso perdido. Llevábamos aquellos pantalones cortos, tan cortos que dejaban al descubierto las piernas enteras. Jugábamos en la calle. Jugábamos en pandilla. Jugábamos al escondite. O a las canicas. O a tapar la calle, que no pase nadie...
 
Juegos de niños,  P. Bruegel el Viejo (1560)
 
     O al burro, es decir a montarnos unos sobre otros, en dos bandos. El que se la quedaba, adoptaba la postura de burro, agachado y poniendo la cabeza entre las piernas del compañero de delante y sujetándose con las manos entre sus piernas. El burro era el que estaba en la cabeza de la fila, se apoyaba sobre la "madre", que estaba de pie contra la pared y que venía a ser el árbitro del juego. Entonces los jugadores del otro bando iban saltando uno por uno sobre la fila de burros, montándolos, digamos, y procurando los primeros ocupar los puestos delanteros para dejar sitio a los de atrás. El que iba a saltar gritaba: "¡Churro (o burro) va!". Cuando todos habían saltado, el último pregunta al primero de los agachados: "¿Churro, media manga o manga entera?" Tocándose al mismo tiempo una parte del brazo: Churro era el hombro, media manga el pliegue del brazo y manga entera la mano. Si el de abajo acertaba se intercambiaban los papeles; si no, se volvía a empezar. 
 

      Era un juego en el que primaba el contacto físico: nos tocábamos, nos frotábamos, nos rozábamos, nos sentíamos: tocábamos al que teníamos delante y nos tocaban, cuando estábamos debajo, el que teníamos detrás y el que saltaba sobre nosotros. Hace mucho tiempo que no veo jugar en ninguna parte a este juego ni al escondite ni a las canicas. 
 
    Hace mucho que no veo jugar a los niños en la calle. Durante la pandemia se prohibió en España que los niños salieran del confinamiento domiciliario porque se veían como contagiadores sin serlo y como contagiados sin estarlo, pero ya antes se veían pocos en los parques y en las calles de los pueblos y ciudades.
 
Detalle de Juego de niños, de Bruegel el Viejo (margen inferior derecho)
 
     Hace mucho que no se ven siquiera niños. ¿Existen todavía, angelitos perversos polimorfos, o se los ha tragado el progreso, que avanza que es una barbaridad, víctimas de la escuela y de la virtualidad de las nuevas tecnologías de la (in)comunicación y del virus asesino que ha impuesto el contact-less?

martes, 18 de abril de 2023

Consultorio íntimo (2)

    Me escribe un tal Íker, al que no conozco, y me cuenta lo siguiente: “Quisiera algo de luz, porque no se qué va a ser de mí ni de mi vida. Quisiera tener fe, pero no la tengo. Tengo la sensación de que ni psicólogos, ni psiquiatras, ni fármacos van a ayudarme a salir de este pozo sin fondo en el que me hundo. Que lo único que me queda es esperar a estar lo suficientemente desesperado como para dar el paso de quitarme la vida. ¿Hay salida?” 
 
 
    Querido Íker: Hay una salida muy sencilla, que consiste en decir que no a todo, como haces tú con psicólogos, psiquiatras y fármacos. Dices que no tienes fe, pero sí la tienes: tienes fe en la posibilidad de quitarte la vida, como esos 4003 españoles que según el Instituto Nacional de Estadística se suicidaron a lo largo del año 2021, a razón de once al día, un dato alarmante donde los haya y que parece no preocupar mucho a nuestro gobierno, más interesado en luchar contra la violencia machista que se tradujo en los 48 feminicidios que hubo ese mismo año 2021, o los 49 que hubo el año pasado. 
 
 
    Pierde esos restos de fe que te quedan, amigo Íker, en la muerte y el suicidio. No pases a ser un número más engrosando la cifra esa de casi cuatro mil casos de suicidios que hay al año en el desdichado Reino de España.

     Permíteme que te cite un epigrama de Marcial, que es un pequeño poema digno de esculpirse sobre una lápida fúnebre, un dístico elegíaco que consta solo de dos versos, un hexámetro y un pentámetro dactílicos, que decía así en su versión original en latín: hostem cum fugeret, se Fannius ipse peremit. // hic, rogo, non furor est / ne moriare mori?  Te lo traduzco porque esos latines probablemente no te digan gran cosa: Fanio, por huir de enemigo, se dio a sí mismo la muerte. // ¿No es, digo yo, demencial / por no morirse morir? Y donde dice "Fanio" no pienses en el nombre propio de un personaje histórico de alguien que fue acusado por Tiberio y condenado por haber conspirado contra el emperador Augusto, sino en ti mismo: Fanio es cualquiera, por ejemplo tú mismo. Y el enemigo ese ese pozo sin fondo del que hablas metafóricamente en el que sientes que has caído o que sigues cayendo como en una pesadilla sin cesar.  
 
Suicidio de Cánace
 
     Y te doy la versión de don Manuel de Salinas, que lo tradujo con una afortunada redondilla donde reprueba la muerte voluntaria y estoica de Fanio, Fanio, ansioso por huir, / del que su muerte procura / se mató. ¿No es gran locura /  matarse por no morir?   Y te doy también la versión de Quevedo:   Matóse Fanio al huir  / de su enemigo el rigor. / Pregunto yo: ¿No es furor /  matarse por no morir?
 
    No hay salvación, muchacho, ni falta que hace que la haya porque tampoco hay ninguna condena. No hay ninguna salida porque tampoco hay ninguna entrada ni ningún pozo sin fondo o túnel del que no se ve la luz al final, porque tampoco hay principio ni fin: no hay un adentro y un afuera: lo de dentro es lo de fuera y lo de fuera es lo de dentro.