Mostrando entradas con la etiqueta estadística. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta estadística. Mostrar todas las entradas

martes, 25 de abril de 2023

Lecciones de economía: 2. -Mentiras, cochinas mentiras y estadísticas.

    En esta segunda entrega vamos a hablar de una de las aplicaciones prácticas de las matemáticas a las ciencias sociales en general y a la economía en particular, que es la estadística.

    Empecemos por preguntarnos qué es la estadística. La mejor definición que se me ocurre es la siguiente: La estadística es el arte de engañar  y manipular a la gente con números, utilizando políticamente la aritmética. Es una definición muy amplia pero adecuada. La palabra, como revela su etimología, procede de "estado" en un doble sentido: como situación en la que se está (status quo) y como instrumento de reducción a número de cosas y personas para su administración y gobierno (Estado como organización política); los censos eran una práctica muy común en la antigüedad: se computaba a la población para hacer recuento de los individuos a fin de administrarlos y gobernarlos.


    De la mentira de las estadísticas ya nos advierte un célebre aforismo: there are three kinds of lies: lies, damned lies, and statistics: “hay tres tipos de mentiras: mentiras, cochinas mentiras y estadísticas”. El gran Eduardo Galeano nos lo explica mejor y ejemplifica magistralmente en uno de sus Puntos de vista, diciéndolo muy clarito: Desde el punto de vista de las estadísticas, si una persona recibe mil dólares y otra persona no recibe nada, cada una de esas dos personas aparece recibiendo quinientos dólares en el cómputo del ingreso percápita.

    Vivimos en un mundo donde todo se reduce a cifras, no sólo las cosas, sino también las personas, que, al aritmetizarnos, nos cosificamos e igualamos como si fuéramos gotas de agua.  Y los números están por todas partes. Dejamos que nos numeren, y numerar es una contradicción, es uniformar lo que es diverso y multiforme.

    Hay un refrán medieval, que se remonta a lo que se me alcanza al teólogo benedictino Rupert von Deutz, que vivió entre los siglos XI y XII, y escribió entre otras obras De diuinis officiis, que dice, glosado,  “caballo y caballero no son dos seres, sino uno solo”. O en versión mitológica,  “caballo y jinete no son dos, sino un centauro”. Él lo decía así: homo sedens in equo non duo sunt, sed unus eques: Un hombre montado en un caballo no son dos, sino un solo hombre-a-caballo. Venía a cuento de cómo Dios hecho hombre no eran dos personas distintas, sino una sola, que se llamaba Cristo: no eran dos Dioses ni dos hombres ni siquiera dos Cristos, sino un único Cristo.
 Rupert von Deutz (Rupertus Tuitianus)

    Viene el benedictino a decir algo tan elemental como que no se pueden sumar cosas distintas. Lo paradójico es que todas las cosas son distintas, tienen algún distintivo, algo que las hace originales y únicas,  y que impide que puedan  equipararse. Solamente pueden sumarse dos cosas cuando las reducimos a su condición previa de cosas: caballo y caballero son dos animales o dos seres vivos, o, más en general, dos casos de cosa. Si los sumamos y metemos en el mismo saco, ya no son lo que eran, han perdido su especificidad al uniformarse lo que era diverso y pasarlo por el mismo rasero.

    No se pueden sumar peras y manzanas, decía nuestro profesor de matemáticas del instituto, alias Pitagorín, con más razón de la que él creía, a no ser que las convirtamos en piezas de fruta, por ejemplo: dos peras y dos manzanas son, efectivamente, cuatro piezas, un kilo de fruta. Las hemos sumado, las hemos unificado y reificado. Han perdido su sabor: ya no son ni peras ni manzanas. Y ¿qué es lo que nos obliga a sumarlas? Ni más ni menos que el dinero, que es la epifanía de todas las cosas, lo que las equipara, pone precio, da existencia en el mercado y acaba por sustituirlas a todas convirtiéndolas en mercancías, esto es, en ideas o palabras, o sea en números.

 
    Desde que el dinero y la propiedad privada son los pilares fundamentales del orden social que padecemos, las personas nos hemos convertido en números, y, por lo tanto, también en cosas, como atestigua nuestro Documento Nacional de Identidad, o los dígitos de nuestra cuenta bancaria y correlativa tarjeta de débito y crédito: meras cifras. (Y cifra es palabra de origen árabe, por cierto, que revela la esencia de los números:   ṣifr significa 'vacío, cero').  Y frente a eso no cabe más que un grito de rebeldía y sensatez: ¡No somos números!

    Las estadísticas sirven para engañarnos con sus cifras sobre las bondades del  régimen vigente La estadística, por ejemplo, habla del aumento de la esperanza de vida en nuestro primer mundo situándola por encima de los 70 años de edad. Ahora vivimos más, nos dicen. Y añaden, "y mejor", confundiendo la cantidad con la calidad, y la vida que vivimos con la edad que tenemos. No es raro que un mamarracho como es la presidente del Fondo Monetario Internacional hable de la conveniencia de alargar la vida laboral, retrasando por lo tanto la edad de la jubilación de la clase trabajadora. Si viven más,  que trabajen más, no vaya a ser que se jubilen muy pronto y no sepan qué hacer con su vida.

    El factor estadístico también se emplea en política para convencernos de que estamos saliendo de la crisis económica que es y genera el propio sistema, y del aumento del empleo o del desempleo que sube y baja, se estira y se encoge "como las tripas de Jorge". La estadística les sirve finalmente a los partidos políticos para arrogarse la representación y la representatividad, que son cosas distintas, del pueblo al recibir el respaldo de los votos de una minoría, en el mejor de los casos, del 15% o el 20% de la población, minorías que se pasan por mayorías, y mayorías  que se quieren hacer pasar por la totalidad. Pero la mayoría, por muy mayoritaria que estadísticamente pretenda ser, nunca será la totalidad, porque no hay todo que valga, porque no hay un conjunto cerrado y exacto del que no se pueda entrar o salir constantemente y ser más o menos.

    Al matemático Jacobi, que dijo "aei ho theós arithmetizei" Dios siempre aritmetiza, -otros atribuyen la frase a Gauss, el príncipe de los matemáticos, para quien la matemática era la reina de las ciencias y la aritmética la reina de las matemáticas- le corrigió Dedekind afirmando: el hombre siempre  aritmetiza. Las estadísticas, las haga Dios o el diablo, lo aritmetizan todo y a todos. Todo se reduce a una cuestión numérica porque nos han convertido en dígitos que tratan de definirnos, catalogarnos, uniformarnos, ubicarnos en la celda de una casilla estanca, que es el lugar que quieren que nos corresponda: el nicho de nuestra sepultura.  

martes, 3 de noviembre de 2020

Del fraude estadístico (glosa)

Fraude estadístico: No es que no haya fraudes estadísticos, que los hay y no deja de haber muchos, es más que eso: toda estadística es un engaño fraudulento. 
 
Es al primer ministro británico Benjamin Disraeli a quien suele atribuírsele, no sé si con razón o sin ella, la famosa frase:"There are three kinds of lies: lies, damned lies, and statistics (Hay tres tipos de mentiras: mentiras, malditas mentiras y estadísticas)". En todo caso, el dicho parece tan antiguo como la propia palabra “estadística”, cuyo origen, relativamente moderno, remonta a 1749, fecha en que fue acuñada en la lengua alemana Statistik por el economista Gottfried (o Godofredo) Achenwall para designar el análisis que hace el Estado de los datos con vistas a incrementar su dominación y administración de bienes y personas. 
 
La etimología de la palabra "estadística" procede del latín tardío statisticum ("relativo al Estado") y de su derivado italiano statista ("hombre de Estado" o "político"). La raíz que subyace es la latina clásica status, un nombre de acción sacado de la raíz del participio de perfecto del verbo stare, de la raíz indoeuropea *sta-, que en principio significaba “estar de pie”, frente a sedere que era “estar sentado” (cf. sede, sedentario, silla, derivado de *sedla) y a iacere “estar tumbado, yacer”. 
 

 
La frase, que equipara las estadísticas a las mentiras mayúsculas, revela la enorme desconfianza que los datos numéricos despiertan con razón en la gente, dado que suelen utilizarse para reforzar argumentos débiles o inexistentes, cuando no para justificar la realidad que se impone sin más. 
 
Para ilustrar que toda estadística es un engaño manifiesto, suele contarse la parábola del pollo. Dos personas se sientan a comer y comparten un pollo asado, pero una de ellas se queda con la parte del león, como suele decirse, es decir, con la mejor y mayor parte. Ya lo dice el refrán: El que parte y reparte se lleva la mejor parte. Uno de los dos, por lo tanto, se come al fin y a la postre prácticamente todo el pollo. Si queremos calcular el promedio de pollo ingerido por nuestros dos comensales, obtenemos, aplicando la media aritmética ampliamente aceptada, que es medio pollo. Según esto cada uno de ellos ha comido estadísticamente media pechuga, un muslo, un ala y media carcasa, es decir, medio pollo. Pero la cruda realidad revela que esto es mentira: un comensal se ha comido todo el pollo y el otro se ha quedado “a verlas venir”. Las cifras, en este caso, están distorsionando la realidad. 
 
Lo mismo sucede con la Renta Per Cápita que nos dice, por ejemplo, que la española durante 2018 fue de 30.370,89 dólares norteamericanos, el resultado de dividir el PIB o Producto Interior Bruto entre el número de españoles vivos ese año, de donde se deduce el promedio de la renta individual de todos los españoles, es decir, lo que gana cada uno al año, haciendo imperdonable abstracción de las enormes diferencias que hay entre el mendigo callejero que no obtiene ningún ingreso regular y el multimillonario de postín. 
 
El Instituto Nacional de Estadística utiliza los datos numéricos de las encuestas que realiza para manipular y conformar la opinión pública, al margen de las triquiñuelas de las representaciones gráficas que falsean la presentación de los propios datos.  En política o economía se recurre habitualmente a realizar encuestas para cosechar datos con los que luego nos bombardean. Se considera que las encuestas reflejan una realidad, cuano lo que hacen es configurarla. No revelan lo que piensa la gente, sino lo que tiene que pensar. Por eso recurren tanto a ellas los gobernantes, para imponernos su pensamiento único.
 
Su base es lo que se denomina «muestra», es decir, un grupo reducido dentro de una «población». Se da por hecho que la información extraída de la muestra es representativa del total de la población, pero no es que haya un margen de error dependiendo del tamaño de la muestra (cuanto más pequeña sea la muestra, mayor es el margen de error), es que el error consiste en extrapolar los datos de una parte que se quiere representativa a la totalidad, haciéndola significativa. 
 
 
Y lo que en principio podía ser descriptivo puede convertirse en prescriptivo para los demás. Si nos dicen, por ejemplo, como hace un periódico muy leído: “Un 59% de los españoles apoya el confinamiento más estricto”, es porque han hecho una encuesta, pero no a todos los españoles, cosa imposible, sino a una ínfima parte de ellos, y esa muestra se hace pasar por representativa de la totalidad, y de ahí se deduce que la mayoría de los españoles es partidaria del encierro “más estricto”, con lo que, por otra parte, están conformando la opinión mayoritaria favorable a la política del gobierno. Cualquier lector de ese periódico sabe lo que la mayoría de los españoles piensan, y lo que deben pensar si quieren situarse entre la mayoría democrática biempensante. 
 
El análisis de las cifras y los datos pone de relieve que estos sirven para, mostrando idealmente la realidad y haciendo abstracción de ella, ocultarla de verdad.