Mostrando entradas con la etiqueta post-pandemia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta post-pandemia. Mostrar todas las entradas

domingo, 13 de agosto de 2023

Lo que queda de aquello

    Información periodística de un diario de provincias, cuyo nombre propio omito por delicadeza: “Los expertos consultados auguran que los casos seguirán avanzando en las próximas semanas como consecuencia del aumento de las interacciones sociales propias del verano.”

    En primer lugar, el sujeto de la frase: No se especifica ni quiénes ni cuántos son esos presuntos expertos, peritos en lunas, que diría el poeta, que han sido consultados, probablemente alguna asociación como Expertos Anónimos o una oenegé tal que Expertos sin Fronteras. 

         En segundo lugar: Se utiliza un verbo como 'augurar' que evoca a aquel colegio sacerdotal de la antigua Roma, los augures, que se dedicaban a la adivinación, pronosticando hechos futuros -repárese en la contradicción en los términos, si son hechos es porque están  'hacidos' y, por lo tanto, no pueden estar por hacer- a partir de simples indicios por intuición o meras conjeturas, tales como interpretación de señales divinas, sueños, auspicios de pájaros de buen o de mal agüero, etc. inaugurando así, nunca mejor dicho 'in-augurando' el adviento del futuro. 

    Estamos hablando, claro está, a propósito del virus coronado y según los susodichos expertos consultados hay aumento de “casos”, que seguirán aumentando -en auge, in augmentando- las próximas semanas. Curioso concepto este de 'caso' que nos metieron a machamartillo junto con el de 'pandemia' y que persiste y no significa gran cosa: los casos no son enfermos, porque cualquiera puede ser un caso, como se dice vulgarmente, sin tener ningún síntoma y, por lo tanto, sin estar enfermo. ¿Qué hace falta para ser un caso? Ser cualquiera, lo primero, y lo segundo, dar positivo a una prueba de antígenos, por ejemplo, de esas que se venden en farmacias.

    A continuación viene el fárrago de los datos y los porcentajes estadísticos por comunidades autónomas, que son 17, si no recuerdo mal, en las Españas, y la noticia de que las farmacias han casi triplicado en la última semana las ventas de los tests que, a falta de personal médico, nos diagnostican.

     En tercer lugar: El aumento de los citados casos se debe a “las interacciones sociales propias del verano”. ¿Qué son esas interacciones veraniegas? ¿Se refieren a la plaga del turismo, que sería buena para la economía pero mala para la salud de los lugareños por los gérmenes, viruses y bacterias foráneas que traen los de fuera, que son no solo los extranjeros sino también los nacionales de otras comunidades? ¿Son siempre estos agentes patógenos foráneos, alóctonos y nunca autóctonos?  ¿Desde cuando el verano es propenso a infecciones respiratorias? ¿Son malas las interacciones sociales? ¿O solo lo son las veraniegas? Sí, parece que ese es el mensaje subliminar que quieren incrustarnos otra vez: hay que aislarse, quedarse en casa, salvar vidas, no entrar en contacto -ni siquiera en mera interacción contactless - con los demás.

    Sigue la información periodística: ...pero -añaden- en su inmensa mayoría seguirán siendo leves sin repercusión relevante en las tasas de hospitalización e ingresos en las UCI.

    ¿Podemos dormir tranquilos, entonces? Sí, y no, porque, para no perder la costumbre, nos dan los últimos datos sobre la evolución de la cosa en el Informe de Vigilancia Centinela de Infección Respiratoria Aguda en Atención Primaria y en Hospitales por gripe, covid-19 y otros viruses respiratorios. Nótese que se agrupan bajo una misma etiqueta de “Infección Respiratoria Aguda” cosas como la gripe, que había desaparecido misteriosamente -¿a dónde iría la vieja influenza?- durante los dos años de la pandemia y que ha vuelto a resucitar una vez dada por 'concluida' esta con un cierre en falso, "la" covid-19, perfectamente asimilada y normalizada ya desde que se 'gripalizó', y 'otros viruses respiratorios' varios de origen desconocido

 

    Y ya vuelven a la carga los datos de los casos por 100.000 habitantes, que han aumentado tantos puntos con relación al anterior informe... Y las 'tasas de hospitalización', y la de ingresados en UCI... Y blablablá.

    ¿A qué se debe todo esto? A que sin lugar a dudas están preparando la próxima campaña de otoño-invierno, en la que quizá no se atrevan a confinarnos ni a enmascararnos obligatoriamente otra vez, pero en la que nos aconsejarán que por nuestro propio bien y por el de los demás nos confinemos, enmascaremos y nos revacunemos a la mayor brevedad posible y gloria de la industria farmacéutica.

domingo, 23 de abril de 2023

¿Va todo bien?

    Todo irá bien, nos aseguraban. Y a continuación nos endilgaban la consigna gubernamental del confinamiento: ¡Quédate en casa! ¡Salva vidas! ¡Sigue a la Ciencia! Pero aunque ahora quieran pasar página apresuradamente, hay que decir que no ha ido todo bien, sino al contrario: todo ha ido mal, francamente mal. Y va de mal hacia peor.
 
 
    La pandemia ha dejado una huella indeleble en todos, pero especialmente en las nuevas generaciones y en los ancianos que no se llevó por delante con las medidas de confinamiento y distancia social que se implantaron para enloquecernos, porque de lo que se trataba era de dinamitar nuestra salud mental volviéndonos psicóticos. Pero la verdadera pandemia empieza ahora de verdad. 
 
    Nuestras vidas han cambiado. El confinamiento -eufemismo que disimulaba lo que era el vulgar encierro de un arresto domiciliario en toda regla- modeló nuestro comportamiento en una medida mucho mayor de lo que nos gustaría. 
 
    Muchos se vieron obligados a trabajar desde casa, y aunque en principio la cosa parecía tener sus ventajas, pronto se dieron cuenta de que habían metido al enemigo -el trabajo- en el hogar. En seguida descubrieron que no podían compaginar el laburo con su vida privada y sus ocios. No tenían un horario fijo y a veces acababan currando a altas horas de la madrugada. 
 
    A lo cual se añadía el problema de que la gente no podía relacionarse con sus compañeros de trabajo, cosa que al principio a algunos les parecía ventajosa, pero pronto se vio que era una condena a la soledad que arruinaba la vida social. 
 
    La gente empezó a desconfiar de los demás. No es que antes confiaran mucho en sus semejantes, pero ahora desconfiaban sistemáticamente de todo hijo de vecino. Un simple e inocente estornudo síntoma de un resfriado común y corriente se interpretaba como si hubiera explotado una bomba atómica. 
 
 
    La restricción social y el distanciamiento tuvo en algunos un impacto inicial positivo en su estado de ánimo, por lo novedoso de la situación que parecía invitarnos a la introspección y al recogimiento, pero la alternancia de períodos de reclusión con sus toques de queda militares, cuarentenas y salvoconductos para viajar y entrar en los restaurantes y demás lugares de alterne si no nos habíamos inoculado, y los períodos de libre circulación desestabiliza el equilibro mental de cualquiera.
 
    Algunos, hacia el final del segundo confinamiento, comenzaron a padecer episodios depresivos.  Muchos adolescentes, enmascarados en sus centros de estudios, declaraban en sus redes sociales cosas terribles como: “Siento ansiedad, soledad, cansancio constante, angustia, pesimismo, un nudo en el estómago...Todos vamos a morir. 
 
    La pandemia que declaró la OMS ha tenido un impacto dramático en la salud mental de toda la población, afectando particularmente a niños, adolescentes y ancianos. A nivel mundial, pero también en el Reino de España hubo un aumento de la violencia doméstica y los problemas de convivencia.
 
    Aumentaron todos los comportamientos adictivos, destacando la adicción a Internet, que lograba imponerse como medida higiénica -el mundo real era peligroso porque circulaba un virus letal-, y se generó la actual adicción a las series televisivas, que lograban imponerse y provocar empachos y atracones. 
 
 
 
    Lo falso -un virus letal en la realidad- se volvía verdadero y lo verdadero -el virus letal de todas las pantallas- se volvía falso, y nos aferrábamos al móvil como a un clavo ardiendo para asomarnos al mundo exterior y comunicar con los demás. 
 
    La depresión, la ansiedad, el estrés, la fatiga, los trastornos del sueño y de la alimentación también registraron un considerable aumento. Los niños soportaron una pesada carga al perder su rutina diaria y su socialización, pero los ancianos también sufrieron un duro golpe. Los pacientes con demencia en particular mostraron un deterioro considerable debido a su aislamiento de la sociedad. 
 
    Sin embargo, los efectos en la salud mental no se limitaron a los dos años pandémicos, ya que, después de la pandemia, han venido otros desafíos: la crisis energética, la guerra de Ucrania, la crisis climática, y la siempre presente crisis económica que se traduce en la subida del IPC.
 
    Ha surgido, además, la repentinitis, como se ha dado en llamar al incremento de muertes súbitas de gente saludable que no llega a los hospitales y que las autoridades sanitarias se niegan a investigar, o cuando se les piden explicaciones, responden incoherencias tratando de normalizar lo escandalosamente anormal. O callan como putas o dicen que se deben al cambio climático, al tabaco o al alcohol y las drogas, o a la pertinaz sequía que atravesamos ahora fruto del cambio climático producido por las olas y oleadas virales, o por las siestas prolongadas, que, cosa desconocida hasta ahora, producen ictus e infartos de miocardio... 
 
 

    Los trastornos mentales comunes como la depresión, las fobias, los ataques de pánico, las crisis de ansiedad y del sueño han aumentado con la pandemia y siguen causando estragos en la post-pandemia decretada por las autoridades sanitarias que se apresuran en pasar página y "a otra cosa, mariposa".
 
    No hace falta ser ningún lince para diagnosticarnos a todos estrés postraumático, y una nueva pandemia no declarada por la OMS, pero sí inducida, de falta de estabilidad mental, debida a las secuelas de las medidas sanitarias de choque implementadas por los protocolos sanitarios, que no saludables: proceso traumático que nos deja el encierro, la incertidumbre, la ansiedad y el miedo paranoico a los demás. 
 
    Como dice un amigo: El nuevo mundo post-pandémico ha alterado la realidad hasta límites insospechados sumergiéndonos en catástrofes, desastres, colapsos y constantes crisis que configuran la virtualidad del espectáculo.