jueves, 22 de julio de 2021

¡Qué horror!

 


¡Dese un baño de multitudes sorteando las sucesivas olas epidémicas y zambulléndose en cualesquiera de las numerosas playas de nuestra comunidad heteronómica! 


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 En el Parque de Bomberos de Santander tres veces al día suenan 4 notas: Din don din dán. “Es la hora de tomar la temperatura.” Resuena el aviso por megafonía. 

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El triunfo del doctor Knock: Van a dar las diez, hora de la segunda toma de temperatura rectal; en unos instantes, cientos de termómetros a la vez penetrarán...


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 Hay dos modos de aliviar la presión hospitalaria: no enfermando o dotando a los hospitales de medios, lo que implica gastar dinero, y eso es carísimo, muy caro.
 

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 Cada cual tendría que poner su granito de arena para no enfermar y, en estos malos tiempos para la lírica que corren, sobre todo, para no enfermar a los demás.
 
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 Fallece una anciana de cien años de edad en Cantabria con el presunto virus, tras dos semanas sin registrarse muertes derivadas de letalidad de virus coronado.
 

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El Hospital de Haguenau (Alsacia, Francia) exigirá obligatoriamente a partir de agosto pase sanitario a pacientes y visitas para entrar al centro hospitalario.


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 El artista denuncia la contradicción inherente al sistema de la sociedad: cuanto más y mejor critica, más cotiza su obra gráfica. ¡Menuda pesadilla recurrente!

 

 

miércoles, 21 de julio de 2021

Contra El País

    Los lectores de El País pueden dormir tranquilos después de leer el titular de la portada digital del 20 de julio de 2021, pese a decir que La vacunación en Europa empieza a perder fuelle en pleno avance de la variante delta, porque España es la excepción, que se mantiene a la cabeza en el ritmo de la inmunización. (Ya he comentado en otra parte cómo los periodistas, y los de El País no son ninguna excepción ni van a ser menos que los demás, utilizan sin ningún empacho los términos "vacunación" e "inmunización" como si fuesen sinónimos, y si esto puede ser discutible en general, en el caso que nos ocupa, en particular,  es aún más discutible, por no decir que totalmente erróneo, porque ni siquiera se puede llamar "vacunación" a las inyecciones que están poniendo a la gente que se presta a dejarse inocular). Pero sin duda la aclaración de que España va en cabeza y no a la cola como en tantas otras cosas confortará a los lectores complacidos al saber que Spain is different, como decía aquel eslogan propagandístico de la dictadura que invitaba a los turistas a invadirnos. 

 

    Pero indaguemos un poco en qué consiste esa diferencia que nos pone a la vanguardia de la vieja Europa, a nosotros que éramos poco más que el rabo del toro de Zeus raptando a la princesa... Según El País, que recibió en octubre de 2013 una subvención de un millón novecientos sesenta y ocho mil ciento ochenta y cuatro dólares norteamericanos exactamente (1,968,184) y en 2016 dos millones de la fundación de los señores Bill y Melinda Gates, fundación que según sus propias palabra lucha sin ánimo de lucro contra la pobreza, la enfermedad y la desigualdad en el mundo, y  los recibió con el propósito de fomentar la concienciación de los lectores sobre el tema de la salud y el desarrollo mundiales, se debe a dos razones: la primera, un sistema de atención primaria proactivo (atención al anglicismo proactive empleado aquí, de origen latino: creado para oponerlo a reactive o reaccionario y que la docta Academia define como sigue: “Que toma activamente el control y decide qué hacer en cada momento, anticipándose a los acontecimientos” cursiva de mi cosecha por la extrañeza que me produce esta nota definitoria sugerida por el prefijo "pro-" que se ha antepuesto a “activo”); y la segunda: “la marginalidad del movimiento antivacunas” español, porque en España el apoyo a las vacunas es muy elevado.

    Quizá el mayor truco publicitario, aceptado incluso hasta por los escépticos y críticos, ya lo he dicho más arriba, es haber llamado “vacunas” a los productos que so pretexto de lucha contra la enfermedad del virus coronado se están inyectando desesperadamente a las poblaciones. Habría que olvidar ese término, y decir que esos sueros, mejunjes (del árabe clásico mamzūǧ, que significa 'mezclado') o cócteles no son vacunas, que no es una cuestión de estar a favor o en contra del invento de Pasteur en general, sino de la fiabilidad de estos preparados químicos que los laboratorios han puesto enseguida a la venta sin haber acabado la fase de experimentación.

 

    De aquí se deduce en primer lugar que en Europa no hay un sistema de atención primaria proactivo como el que tenemos nosotros a Dios gracias en España, y, en segundo lugar, que en Europa el movimiento antivacunas es muy poderoso.

    No voy a entrar en el primer argumento que nos llevaría a comparar sistemas de atención primaria, y las comparaciones, ya se sabe, son siempre odiosas. Pero sí quiero entrar en la segunda razón esgrimida para explicar nuestra genuflexión ante las autodenominadas "vacunas". No creo yo que los europeos sean más o menos contrarios que nosotros, que a fin de cuentas también somos europeos, pese a aquello que se decía en la oprobiosa dictadura de que Europa empezaba en los Pirineos. No creo yo, y hablo por mi caso, que no soy un antivacunas -creo que las tengo todas puestas como Dios manda, y bien puestas,  incluidas las de la mili-, que no prestarse a la inyección de los productos anticovídicos de los laboratorios se deba a que uno pertenezca al movimiento antivacunatorio, del que ya digo que no formo parte, sino al escepticismo que uno siente ante dichos preparados farmacológicos, autorizados provisionalmente para su uso por razón de una emergencia sanitaria que no se comprende, cuya necesidad no se ve por ninguna parte, y cuyos efectos secundarios inmediatos, por lo que me cuentan algunos familiares y amigos que se han prestado al experimento voluntariamente, me parecen, cuando menos, preocupantes, y espero que se queden ahí, por su bien, y no haya futuras complicaciones. 


     Vamos a retorcer el argumento un poco, para hacerle decir más verdad de la que dice: estamos a la cabeza de Europa como ratas de laboratorio en sumisión a un experimento. La mayoría democrática, que no la totalidad pero casi,  de la población española, con nulo sentido crítico, ha dejado abducir su masa cerebral por los medios de comunicación, y ha olvidado ese sano escepticismo popular. Y eso es lo preocupante: Los lectores del periódico citado podrán dormir tranquilos esta noche y las siguientes. Somos los primeros en algo: Campeones olé olé olé. Asistimos al espectáculo de ver cómo en los grandes países europeos los pinchazos se ralentizan, pero en España se aceleran que da gusto: la vacunación va como un tiro, que dijo nuestro presidente. Y podemos estar orgullosos de eso.

    Según El País habría que convencer a los que dudan. A mí me parece, sin embargo, que habría que hacer que germinara la benéfica semilla de la duda en los que están tan convencidos. Parece que Europa no va a conseguir la meta de “inmunizar” (habría que decir “vacunar”, ya lo he dicho más arriba un par de veces, pero no son vacunas tradicionales, mejor “pinchar”, que lo entiende todo el mundo, o “inyectar”, que suena más culto, o "inocular", más por lo finolis) y algunos expertos sostienen que la inmunidad de grupo no se alcanzará con el 70% sino con el 80% o aun hasta con el 90% de la población inmunizada. Y yo, que no soy ningún experto, me atrevería a decir que la inmunidad colectiva no se alcanzará ni siquiera con el 100% de la población “inmunizada”. 

    En España los antivacunas son anecdóticos, dicen, y tienen poco peso específico. Puede ser. Pero lo preocupante es que los pro(presuntas)vacunas son algo más que una anécdota y son pesos pesados, y el resto, la inmensa mayoría silenciosa es un rebaño dócil, gregario y genuflexo, carente de espíritu crítico, obediente y manso que, cuando le dan cita para el matadero, pregunta que a qué hora hay que ir y que si tiene que llevar el deeneí.

martes, 20 de julio de 2021

Una lección de ateología clásica

    Cualquier tratado de ateología clásica podría empezar muy bien con la siguiente cita del más ilustre de los abogados romanos, Marco Tulio Cicerón: Velut in hac quaestione plerique […] deos esse dixerunt, dubitare se Protagoras, nullos esse omnino Diagoras Melius et Theodorus Cyrenaicus putauerunt.  La mayoría cree que  hay dioses. Protágoras dijo que él lo dudaba. Diágoras de Melo y Teodoro de Cirene pensaron que no había dioses en modo alguno. Protágoras quedaría, pues, como un agnóstico, mientras que Diágoras y Teodoro serían nuestros primeros ateos. 


 Reconstrucción del Partenón.
 
    Comencemos por Protágoras,  que escribió un tratado sobre los dioses e hizo una lectura pública en Atenas de larga resonancia. Se organizó el escándalo porque el sabio reconoció su ignorancia. Oigamos su voz solemne al cabo de los siglos profiriendo imperecederas palabras: Sobre los dioses no puedo decir si los hay o no ni cómo son, pues son muchos los obstáculos que me lo impiden... Sin duda alguna, Protágoras ofendió las creencias y principios morales de muchos de sus contemporáneos dando fe de su incredulidad. Fue enseguida tachado de blasfemo y ateo. Todos sus escritos fueron quemados, en una de las primeras cremaciones de libros de la historia públicamente en el ágora de Atenas. Se requisaron, además, los ejemplares que obraban en manos de particulares por medio de la fuerza pública: comenzaba la persecución de la palabra.

 Teatro antiguo de Melo (hoy Milo, Grecia)

    ¿Quién fue Diágoras de Melo? Un poeta del siglo V antes de Cristo. Diágoras el ateo de Melo fue discípulo de Demócrito. Llegó a la conclusión de que no podía haber dioses ni tampoco un solo Dios habiendo tantas injusticias impunes en el mundo. Fue condenado a muerte por divulgar los misterios secretos de Eleusis (ritos de iniciación al culto de las diosas Deméter y Perséfone) con la intención de promover la incredulidad y la reflexión entre sus contemporáneos. Una fuente árabe del siglo XI, Mubashshir, basándose al parecer en Apolodoro, dice que al persistir en su ateísmo y descreimiento, hubo un intento de asesinarlo. Un arconte llamado Carias habría puesto precio a su cabeza, diciendo que se recompensaría con una gran suma a quien matara al melio.

 Templo de Zeus en Cirene (Libia)

    ¿Quién fue Teodoro de Cirene? Un filósofo cirenaico que vivió a caballo entre los siglos IV y III a. C. y que fue el maestro del cínico Bión de Borístenes,  otra víctima de la intolerancia.  Su nombre significa regalo de dios, y era, oh paradoja, un sindiós, un contradiós, un ateo. Nació en Cirene, la colonia griega del norte de África en la costa de Libia, y se vio influido por la filosofía hedonista de la escuela cirenaica que hacía consistir el supremo bien en los placeres sensuales y el goce de la carne: aprecio de los bienes materiales y desprecio de los valores del espíritu. Teodoro, pues, tuvo que salir por pies de Atenas por haber publicado un libro sobre los dioses tachado de impiedad. Negaba tajantemente su existencia. Consideraba que religión y moral eran convencionalismos sociales. Decía este sumo sacerdote del ateísmo y pontífice máximo de la anarquía, antes de que haga fortuna en el mundo la palabra, que el robo o el sacrilegio no eran actos inmorales de suyo, sino en virtud de lo que establecía la sociedad y nos mandaba. Así, robar es delito y pecado en una sociedad como la nuestra que defiende la propiedad privada. Nadie ha dicho todavía que el auténtico robo es la propiedad privada como sentenciará Proudhon siglos después. Teodoro también sostenía que los hombres no tenían patria, como Diógenes, como Miguel Bakunín, quien exclamará algún día por venir que el verdadero patriotismo consiste en aborrecer de corazón todas las patrias. También dirá este revolucionario ruso algún día en una reunión memorable de polacos en París que no tenía importancia ser polaco o ruso, que ser un hombre libre era lo solo que importaba.

 Jesús echando a los mercaderes del templo, Cecco del Caravaggio (1610)

     Todavía el verbo encarnado en la figura de Jesús el Nazareno no ha clamado, irrumpiendo en el templo y expulsando a mercaderes y cambistas del recinto sagrado, que no se puede servir a la vez a Dios y al dinero (Mateo 6, 24): eso era cuando Dios y el Becerro de Oro, esto es el ídolo veterotestamentario que representa el poder omnímodo del vil metal, eran dos cosas distintas y no la misma como son hoy. 
 
    Hoy las catedrales, sinagogas, mezquitas y pagodas, es decir los templos o recintos sagrados, son las sucursales de los grandes bancos con sus cajeros automáticos a modo de confesionarios.  El mundo es una enorme superficie comercial. Dios, el viejo Jehová, el egoísta, el celoso, el déspota cruel de los judíos, el único y monoteísta que proclamó su existencia a voces en el monte Sinaí e hizo que los dioses y diosas antiguos se murieran de risa a carcajadas, es el dinero. Y viceversa. Esto conlleva que servir al Becerro de Oro equivalga a servir a Dios y que la moderna epifanía de la fe sean las tarjetas de crédito que expide la iglesia triunfante de la Banca.


    Marco Minucio Félix escribió un diálogo, llamado Octavio,  en el que participan tres personas: el autor, y dos amigos suyos: Octavio, que es un cristiano, y Cecilio, un pagano. Van de camino a Ostia y al pasar ante una estatua de Serapis, Cecilio lanza un beso al aire, lo que da pie a una discusión en forma de debate en la que Cecilio actúa como fiscal que ataca el cristianismo. Octavio es el defensor de la nueva fe. Y Minucio es el juez. Cecilio defiende el paganismo y ataca el cristianismo, y resulta interesante bajo nuestra perspectiva actual la crítica que hace del cristianismo desde su óptica pagana. Octavio lo refuta, y finalmente Cecilio acepta la fe cristiana, convirtiéndose a ella, por lo que Minucio se siente feliz. 


    Minucio Félix menciona (Octavio I, 8, 2)  allí a nuestros dos ateos condenándolos al olvido del que aquí pretendemos rescatarlos: Aunque esté aquel célebre Teodoro de Cirene, o bien el que, antes que él, Diágoras de Melo, a quien la antigüedad colgó el sambenito de ateo, sit licet ille Theodorus Cyrenaeus, uel qui prior Diagoras Melius, cui atheon cognomen adposuit antiquitas, quienes, afirmando entrambos que no había dioses algunos,  qui uterque nullos deos adseuerando eliminaron por completo todo el temor, por el que se rige la humanidad, y la devoción,  timorem omnem, quo humanitas regitur, uenerationemque penitus sustulerunt, nunca, sin embargo, prevalecerán ellos con su nombre y la  autoridad de su falsa filosofía en esa enseñanza de la falta de religión numquam tamen in hac impietatis disciplina simulatae philosophiae nomine atque auctoritate pollebunt. 

    Quizá entendeamos ahora un poco mejor por qué no se han conservado los libros de estos primeros ateos, y por qué la palabra "ateología", al contrario de "teología", no ha hecho fortuna en este mundo hasta que la rescatara Michel Onfray en su Tratado de ateología (2005).

lunes, 19 de julio de 2021

La policía hace pedagogía

    Un titular del 18 de julio de 2021 de El diario montañés, el periódico de campanario de Cantabria, reza en portada con grandes letras debajo de la foto de dos policías nocturnos a caballo: Cantabria respeta el toque de queda.

    Debajo, en letra más pequeña: La primera madrugada con límite horario transcurre sin incidente en los 53 municipios afectados. (Aclaración del que suscribe: El "límite horario" del toque de queda, avalado por la autoridad judicial, al que alude el titular es de 1 a 6 de la mañana, que es la franja en que la gente no puede circular libremente porque se supone que anda suelto el virus con nocturnidad y alevosía) A continuación se lee: Los dispositivos policiales realizaron una labor pedagógica para despejar las zonas de ocio.

    Llama mi atención la expresión “los dispositivos policiales”. Leyendo el artículo me entero de que una vez que comenzó el toque de queda la Plaza Cañadío fue invadida por seis coches de la policía local y nacional, lo que suponía la presencia de quince agentes efectivos humanos uniformados, además de los efectivos caninos, es decir, los perros policía, y la caballería, los efectivos equinos. Cuatro jinetes, en efecto, se incorporaron al equipo nocturno que controló el cumplimiento de la nueva medida draconiana. 

 

     Pero lo que más me llama la atención es la expresión “labor pedagógica” para referirse a la función de despeje de las zonas de ocio encomendada al cuerpo policial local y nacional. Pedagogía, en efecto, es palabra griega compuesta de pais paidós, que significa “niño”, y agogé que quiere decir “conducción”. ¿En qué consistía la labor pedagógica de la policía? Pues en conducirnos, por las buenas o por las malas, a casa o, en su defecto, a comisaría,  tratándonos como se trataría a un niño, y recordánonos lo que está mandado: A la una de la mañana todos (y todas y todes) a casita por la cuenta que os trae...”. La labor pedagógica consiste en hacernos cumplir las ordenanzas, que no admiten cuestionamiento: ¿Por qué uno no puede estar en la calle una noche calurosa de estío como esa a la una y cinco de la mañana paseando tranquilamente por ejemplo? Porque hay toque de queda. Y ¿por qué hay toque de queda? Porque hay un virus muy peligroso suelto. Y ¿por qué hay un virus tan peligroso suelto campando a sus anchas? Porque interesa que así sea, ni más ni menos. Y si no lo hay, se inventa para que cunda el pánico, porque existir existe, resistente como es, consistente y persistente. "Y ¡váyase usted para casa! Y aquí no hay más que hablar". 


    A veces me pregunto yo si eso que se denomina la mayoría silenciosa no tiene alguna responsabilidad en todo esto que está pasando. Hay un discurso que disculpa o justifica la conducta de esa mayoría silenciosa compuesta por individuos que son personas normales y corrientes, como usted y como yo, que simplemente hacen su trabajo lo mejor que pueden y se dedican a cumplir las órdenes que les dan desde arriba sin cuestionarlas porque es su forma de ganarse la vida, porque es su obligación y por la memez aquella de Calderón de que "su más principal hazaña es obedecer", como los soldados de los tercios de Lombardía y de Flandes. Ese discurso quiere responsabilizar solo a los oligarcas, pero  los oligarcas que tienen el poder y el dinero, tanto monta, los que mandan, los mandos, gobiernan porque otros, nosotros, los subordinados, obedecen.

 


     Yo diría que el policía que, procedente de la clase obrera más o menos como yo, hace su "labor pedagógica" diciéndome que me ponga la mascarilla, o que faltan cinco minutos para que me retire a mis aposentos porque a la una tengo que estar en casa, o que, dejando la pedagogía de lado pasa a la acción policial, es decir a obligarme a hacer lo que no quiero hacer, y me propone para una sanción, como suele decirse, por incumplimiento de la restricción de movilidad nocturna, o me detiene voluntariamente o a hostia limpia si me resisto y entonces ya no valen las palabras, y me lleva esposado a comisaría, pues no en vano vivimos en un estado policial, tiene tanta o más responsabilidad que Klaus Schwab, el economista y empresario alemán, presidente ejecutivo y fundador del Foro Económico Mundial de Davos, y artífice de la teoría del Gran Reinicio, o que Bill Gates, el fundador de Microsoft, el filántropo que odia a la humanidad, o que cualquiera de esos millonarios que hicieron el agosto con la pandemia, o cualquiera de los jefes y jefecillos, esos politicastros nuestros que, gobernados ellos, que son los más mandados, nos gobiernan a nosotros. 

 

    ¿Qué interés tiene ese policía, que al final será él mismo sustituido por un robótico dron de vigilancia y relegado a formar parte de la clientela de estómagos agradecidos de la Renta Básica Universal? ¿Qué interés, a parte del económico, les mueve a los policías que vendrán a buscarnos a casa para llevarnos voluntariamente o por la fuerza al centro de vacunación obligatoria? 

Una pintada popular: "Policía en todos los sitios. Justicia en ninguna parte." 

domingo, 18 de julio de 2021

Periodistas, terroristas.

    Un vídeo del Gobierno de Australia de 30 segundos, que puede herir la sensibilidad del público, alerta sobre la severa peligrosidad de la Covid-19. Una mujer joven se asfixia pese a los dos tubos de oxígeno en la nariz para respirar, y nos mira aterrada como diciéndonos: "Me estoy muriendo". A continuación se lee, en la lengua del Imperio: COVID-19 CAN AFFECT ANYONE, o sea que LA ENFERMEDAD DEL VIRUS CORONADO COSECHA DE CRIANZA 2019 PUEDE AFECTAR, por si no nos hubiéramos enterado, A CUALQUIERA. Nadie está libre de contraerla y, no sólo eso, no está libre ni Dios de contagiarla.

    Se oye de fondo la dificultosa respiración de la joven. Y, acto seguido, aparecen las consabidas consignas gubernamentales que quieren salvarnos la vida matándonos, es decir, haciéndonosla imposible y más difícil de lo que es: Stay home (Quédate y púdrete en casa), Get tested (Hazte la prueba, chequéate), Book your vaccination (Reserva tu inyección letal).

 

    El mensaje terrorista ha sido autorizado por el Gobierno australiano de Canberra, como parte de su campaña de agitación y propaganda, en realidad se trata de terrorismo de Estado, pero podía ser de casi cualquier otro país del globo terráqueo, empeñados como están todos los gobiernos del signo político que sean en aterrorizar a la población en esta guerra por la gobernanza mundial que han emprendido de hacernos mal por nuestro propio bien reforzando el poder del binomio Estado y Capital.

    ¡Qué tiempos aquellos en que un periódico serio como The Times escribía en un artículo editorial en 1854 sin que nadie se rasgase las vestiduras: "We prefer to take our chance with cholera than be bullied into health" (Preferimos arriesgarnos con el cólera que ser intimidados por la salud)! Imaginemos el escándalo que supondría que dijese algún periódico ahora: Preferimos tentar a la suerte con la Covid-19 que vivir acojonados con consignas sanitarias.

Fotograma del vídeo del Gobierno australiano que incita irresponsablemente a la vacunación.

    El caso es que a uno de nuestros flamantes plumíferos académicos, Arturo Pérez-Reverte, escritor cuya obra literaria desconozco -sólo he leído de él algunos artículos en los que destaca el uso gracioso que hace del lenguaje popular y coloquial, y poco más- le ha salido la vena periodística y por lo tanto terrorista y comenta en un tuite o pío-pío de esos que saca en sus redes sociales a propósito del susodicho vídeo: “Que es muy duro el video, dicen algunos, horrorizados. Pues claro que es duro. Para eso lo hicieron los australianos, para horrorizar y concienciar a los irresponsables y los tontos. Y justo por eso debería verlo todo el mundo”.

    Subrayo dos cosas que no entiendo: cómo reconoce que los australianos -se refiere al gobierno confundiéndolo con el pueblo- hicieron el video para “horrorizar” y “concienciar”, equiparando significativamente ambos términos como si tomar conciencia de algo  supusiese estar atemorizado, “a los irresponsables y los tontos”, volviendo a equiparar dos palabras que no son equiparables. Y finalmente añade que todo el mundo debería verlo, se supone que para horrorizarse, más de lo que a estas alturas estamos ya, y concienciarse permaneciendo en su casita bien encerrado, sometiéndose a las pruebas de Reacción en Cadena a la Polimerasa y demás análisis, ahora disponibles en farmacias a módicos precios, y correr pronto a vacunarse... Olvida el insigne plumífero que si el miedo es mal consejero, como dice el dicho popular, el horror sería terrorífico.



     Aterrorizar no es forma de concienciar a nadie, pero sí de gobernar con coacción. El miedo y la mentira son las dos grandes armas del Poder para impedir vivir a la gente su vida, inculcándoles el temor a la muerte que la envenena y haciendo que, como diría el académico, se caguen por las patas abajo. De ahí que corran despavoridos a comprar papel higiénico a los supermercados agotando las existencias. Vivir con miedo, en eso consiste ser esclavos, como decía el otro.

    Imagino que nuestro flamante académico se habrá inoculado a estas alturas, y no con una sola dosis, sino con las dos reglamentarias, como el presentador de televisión que en otro pío-pío de esos confesó el otro día, compungido: “Tras haber esquivado las cuatro primeras olas. Tras haber pasado más de un año trabajando casi todos los días y sin contagios. Tras haberme vacunado de la primera y segunda dosis. Esta semana he dado positivo en Covid. Y lo que es peor, parte de mi familia también”. 


     El cociente intelectual del presentador de “Todo es mentira” no ve la relación que hay entre lo uno y lo otro. El pasado mes de junio se inyectó la primera dosis, y no fue algo privado concerniente solo a su historial médico, sino que lo retransmitió públicamente en vivo y en directo por la tele para dar ejemplo a los telespectadores. Hace poco se ha puesto la segunda dosis y ahora ¡toma virus! Me recuerda mucho a una vecina que se vacunó contra la gripe por primera vez en su vida, pilló un trancazo descomunal que estuvo a punto de arrastrarla al otro barrio, y comentó: "¡Menos mal que estaba vacunada, que si no llego a estarlo...!"  No sabemos lo que hubiera pasado si no llega a estar vacunada. Eso no lo sabe nadie, ni Dios padre. Lo que sí sabemos es lo que le pasó estándolo.

    Claro que la estúpida lógica para encefalogramas planos que hay detrás de todo esto es muy sencilla: Si la inoculación tiene efectos secundarios: “Es normal que te escueza un poco y te dé algo de fiebre y que...” Si hay contagio tras la primera dosis: "Solo tenía una dosis y no estaba inmunizado todavía". Si se contagia tras la segunda: "Es que no habían pasado dos semanas". Si ya habían pasado dos semanas: "Es que la vacuna es para que no sea grave". Si es grave: "Es que es para que no se muera". Si se muere: "Es que no protege 100%. No hay nada cien por cien definitivo”.

sábado, 17 de julio de 2021

La enésima ola

    Ya nadie sabía muy bien en la Residencia si era la cuarta, la quinta o la sexta de las olas. Pero la noticia de la televisión era que había estallado una nueva ola epidémica, la enésima, y que inundaba en pleno verano el paseo marítimo y las terrazas de las cafeterías elegantes, después de romper contra los arenales de la playa y los diques que malamente podían contenerla. 
 
    La prensa oficial que leía el viejo en la Residencia insistía en que la repentina irrupción del tsunami se debía a la irresponsabilidad de la juventud, -divino tesoro, la juventud, ay, que se va para no volver, como cantó el poeta-, y al hecho de que los jóvenes no habían recibido ninguna dosis todavía en su inmensa mayoría, lo que ponía sobre el tapete la conveniencia de reinyectar a los residentes como él con una sobredosis, pues ya habían pasado seis meses desde la última inyección, y la ambulancia ululaba cuando venía a buscar a alguno con su sirena que hacía ladrar a los perros  con un aullido parecido al de los lobos. 
 
 
    Él había visto morir a algunos residentes estigmatizados como él, aunque nunca se sabía muy bien si morían por el estigma o debido a otra razón, como por ejemplo de viejos simplemente, de aquello que le pasaba a uno cuando le llegaba su hora y siempre se había llamado "muerte natural".  
 
    Solo a finales del año 2021 después de Cristo se había comenzado a ver algo de luz al final del túnel con la llegada de las primeras jeringuillas y las inyecciones en manos de sonrientes enfermeras. Hubo que arremangarse para sentir en el brazo el frío pinchazo de la aguja que garantizaba la salud. Y él lo hizo y sonrió a las animosas  enfermeras. No podía ocultar su alegría por lo que parecía el principio del fin de aquella pesadilla. Pero era una luz que en lugar de iluminar cegaba los ojos deslumbrados. 
 
    La ilusión, es decir, el engaño había durado poquísimo, muy poco... Lo cierto era que, pese a la doble inoculación  -o a causa de ella, como pensaba ahora-, estaban todos los residentes apestados. La gente seguía muriéndose lentamente y ya no se sabía la razón... Parecía que el túnel no tenía salida, que ni siquiera era un túnel, sino una tenebrosa galería.
 
    Leía el jubilado en el periódico que le facilitaba la Residencia que un estudio de la Universidad de Algún Sitio afirmaba que los perros y los gatos también podían estar estigmatizados. Según los científicos que habían llevado a cabo el estudio, los animales de compañía que habían sido objeto de su seguimiento, eran un foco de contagio, ya que habían resultado positivos a la prueba de Reacción en Cadena a la Polimerasa que avalaba la existencia del estigma, por lo que sus dueños deberían evitar el contacto con ellos a fin de no contagiarse de aquella plaga. Se imponía la distancia física. Había que hacer como con el resto de personas: guardar las distancias. Se dijo a sí mismo: "¡Ahora van a quitarnos también las caricias a los gatos!" 
 
El lector, Ferdinand Holder (c.1885)
 
    Era lo que faltaba. Que les prohibieran en el lazareto, como llamaba él a la Residencia, también la compañía silenciosa de los gatos, que le inspiraban una inmensa ternura, fieles compañeros de su soledad que iban y venían por aquellas dependencias a su antojo. En la Residencia, en efecto, había nacido de la noche a la mañana una camada felina que se dejaba acariciar y ronroneaba, y transmitía una inmensa paz a los ancianos morituros. 
 
    Había que aislarse, ese era el mensaje. Vivir como un náufrago a la deriva en el seno de la institución, privados de la sonrisa de los niños, de los abrazos y los besos de los hijos y los nietos, sin poder siquiera acariciar a un gato, con la serenidad y despreocupación que eso le daba a uno.
 
 
    El mundo en el que vivimos no tiene nada que ver con el mundo en el que creíamos vivir, pensaba el viejo, es una quimera sostenida por los que mandan, por los monitores de ocio y educadores, por el sistema sanitario que se encarga de crear e inventar enfermedades que diagnosticarnos, por las noticias de los medios de información, que están hechas para mostrarnos la realidad y ocultarnos, de paso, la verdad de que esa realidad que nos muestran es una mentira, real pero engañosa, por los mercados financieros cuya misión es hundirnos en la miseria haciendo que trabajemos toda la vida para ganarnos la vida y descubrir, al cabo, que hemos perdido eso que creíamos estar ganándonos, y, en fin, por el orden establecido, cuya tarea es sembrar el caos y el desorden.

viernes, 16 de julio de 2021

Humanismo, machismo, racismo, especismo

Se le atribuye al sabio Tales de Mileto el estar agradecido a la Fortuna por las tres siguientes cosas: primero por haber nacido hombre y no animal; segundo, varón y no mujer; y tercero heleno y no bárbaro.

ἔφασκε γάρ, φασί, τριῶν τούτων ἕνεκα χάριν ἔχειν τῇ Τύχῃ: πρῶτον μὲν ὅτι ἄνθρωπος ἐγενόμην καὶ οὐ θηρίον, εἶτα ὅτι ἀνὴρ καὶ οὐ γυνή, τρίτον ὅτι Ἕλλην καὶ οὐ βάρβαρος

Tales de Mileto agradecía haber nacido humano y no animal porque la sociedad en la que vivió, que es esta misma nuestra a pesar de lo mucho que ha llovido desde entonces, es una sociedad que privilegia la superioridad de una especie animal, la del homo sapiens, sobre todas las demás especies y cosas habidas y por haber, dando origen al especismo humanista.

Asimismo agradecía haber nacido varón y no hembra, al vivir en una sociedad de supremacía masculina, esencialmente patriarcal, lo que daba origen al machismo.

Finalmente daba gracias por haber nacido griego y no extranjero, lo que nos da idea de que la sociedad en la que vivía, y en la que vivimos nosotros, es una sociedad racista, donde la raza blanca se considera superior a las demás.

El dicho atribuido a Tales retrata mejor que ningún otro nuestra sociedad actual, basada en la creencia, falsa como todas, de que el ser humano es superior a los animales, el varón a la mujer, y el nacional(ista) al extranjero, lo que da lugar a los tres terribles -ismos que nos caracterizan: humanismo, machismo y racismo.




No existe ningún argumento lógico ni mínimamente coherente para que los llamados "seres humanos" creamos que somos el centro del universo (antropocentrismo, humanismo). No somos más que un tipo de cosas entre otras muchas cosas. Se dice que somos animales mamíferos pertenecientes a la especie homo sapiens sapiens, el hombre que sabe que sabe, cuando en realidad pertenecemos a la del homo sapiens non sapiens, o sea al hombre que sabe que no sabe, conscientes como somos de nuestra vasta ignorancia y numerosísimos prejuicios. 


El humanismo del que solemos hacer gala no es más que el último reducto del patriotismo y del nacionalismo más cerril, que nos ha hecho tanto daño a los propios seres humanos como al resto de las criaturas, plantas y seres del reino inerte. El nacionalismo y el patriotismo nos hacen creen que nuestra nación y nuestra patria son las mejores. El racismo nos hace creer que nuestra raza es superior. El sexismo nos hace creer que nuestro sexo es superior, el mejor. El especismo nos hace creer que la especie humana es superior a todas las demás, como culminación de la creación divina, ya que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, según la Biblia. El humanismo es la culminación y justificación de todos estos -ismos. Hasta hay un Partido Político Humanista que se presenta a las elecciones, colmo ya de los colmos.



El humanismo, como culminación de todos los -ismos, se basa en la creencia, falsa como todas, de que nosotros somos el fin de la creación: nuestra nación, nuestra patria, nuestra especie, nuestro sexo... sólo porque es lo nuestro, pero el hecho de que sean nuestros o ajenos no los hace ni mejores ni peores que los demás. Es lo que acertó a denominar genialmente Rafael Sánchez Ferlosio como "la moral del pedo": a ninguno nos molestan nuestras propias ventosidades, que pueden llegar a complacernos, mientras que las de los demás, por el contrario, nos ofenden, sin que objetivamente haya razones aromáticas para ello.

El animalismo se quiere plantear como la superación del humanismo, pero los animales en general y sobre todo algunos en particular, los que disponen de sistema nervioso central, los domésticos o mascotas, que privilegiamos como compañeros de nuestra soledad frente a los que criamos para comérnoslos, son demasiado parecidos a nosotros, demasiado humanos, pobrecitos, por lo que el animalismo tan en auge no deja de ser un nuevo humanismo de onda más amplia, que trata de conferir a algunos mamíferos algo de la dignidad humana, y que deja fuera inexplicablemente a otros animales, plantas y rocas y demás cosas del llamado reino inerte.


 
Ilustración de Pawel Kurczynski (1976-...)
 
 

jueves, 15 de julio de 2021

De la tiranía sanitaria actual

    Si los medios informativos no hablasen de la dichosa covid-19, hipnotizándonos en una suerte de alucinación colectiva, la gente no sabría que “eso”, sea lo que sea, ha existido alguna vez o existe todavía. La realidad sería diferente: los síntomas de la susodicha enfermedad se interpretarían como una gripe ordinaria más o menos perniciosa o una típica o atípica neumonía y se tratarían clínicamente, como se ha hecho siempre, y nadie aceptaría las ordenanzas sanitarias totalitarias impuestas de confinamiento, distanciamiento social y enmascarillamiento de las personas sanas, ni tampoco la inyección de dos dosis de un preparado preventivo que no sirve para curar sino para evitar, en el mejor de los casos, que se coja "algo" que no tiene un índice de letalidad significativo y que médicamente no justifica la asunción de ninguna de las susodichas medidas demenciales. 
 
 
 
    El nombre, en este caso “covid-19”, el acto nominalista de nombrar una cosa, la hace existir, ya sea subrayándola y extrayéndola del ruido de fondo, o haciéndola surgir de la nada como por arte mágica de encantamiento. La ingeniería social, al igual que el abracadabra, consiste en poner nombre a las cosas para que existan, borrando el gesto y provocando la ilusión de que ocurre espontáneamente por sí mismo y no como un acto performativo del lenguaje. 
 
 
En un IES (Instituto de Educación Secundaria)  de Málaga

     El poder político, por su parte, aplica todos los recursos de este nominalismo a su alcance para dar a entender que las cosas por él nombradas no dependen de su voluntad, sino que existen objetivamente al margen de su denominación, lo que permite establecer el dominio simbólico de una narrativa oficial gubernamental en la mente, que es el sistema operativo, de las personas. 
 
     La llamada crisis sanitaria en realidad no es tal cosa, es una crisis meramente política que repercute en la mentalidad y en la forma  de ver las cosas de la mayoría de la gente. Desde el punto de vista de la salud, la covid-19 no es un problema, pero sirve de argumento para llevar al mundo entero a una "nueva normalidad", a una sociedad "contactless", es decir, sin contacto humano, siguiendo un programa en el que desaparece la interacción social, que es controlada en la medida de lo posible y sustituida al fin por artefactos tecnológicos. 
 
    Para conseguir este objetivo paulatinamente, los gobiernos, sin importar su sesgo político de izquierdas o derechas, que resulta indiferente, promulgan medidas de control social irreversibles sin que ninguna de ellas sea capaz de anular a las demás. 
 
 
Póster de Paul Colin (1939)
 
    El confinamiento, por ejemplo, y el toque de queda -rebautizado ridículamente entre nosotros por el cráneo privilegiado del presidente del gobierno como “restricción de movilidad nocturna”- deben ser perpetuos aunque intermitentes para poderse sobrellevar cómodamente, el distanciamiento físico y el uso de mascarillas permanente, hasta el punto de que ahora, cuando en los reinos de taifas hispánicos se levanta la obligación de utilizarlas al aire libre, la ciudadanía acojonada sigue enmascarándose por voluntad propia, mostrando así que su voluntad coincide con la del Estado Terapéutico. 
 
    Y la reinyección deberá perpetrarse cada seis meses para actualizar el "pasaporte sanitario" de nuestro sistema inmunológico, la nueva versión del pase interno o salvoconducto de los viejos regímenes totalitarios, que se nos exigirá para entrar en un bar o un restaurante. Podrá darse entonces la curiosa paradoja de poseer uno la cartilla sanitaria al día y estar, sin embargo, contagiado y contagiar, teniendo vía libre a dichos establecimientos y otros eventos públicos, y podrá negarse el acceso a otro que no posea dicha licencia acreditativa pese a gozar de un óptimo estado de salud. 
 
 
 
    Al final se ve lo que importa: no se trataba de una cuestión sanitaria, sino de política obediencia. Lo que cuenta no es que contagies o no contagies, estés sano o no lo estés, que eso no le importa a nadie, si le importa a alguien, más que a ti, sino que obedezcas y te dejes inocular porque estás haciendo lo que Dios, es decir,  el Estado, manda, lo mandado.

miércoles, 14 de julio de 2021

Higienismo a ultranza (y II)

Con la imposición obligatoria de la mascarilla en todos los espacios públicos comunes tanto interiores como exteriores nos prohibieron dar la cara, cuya imagen quedaba reducida a la intimidad familiar, una vez que habíamos perdido el espacio público. La cara, que era el espejo del alma, se enmascaraba y así se despersonalizaba. 
 
Buena paradoja: la mascarilla -persona era el nombre de la máscara en latín- nos despersonaliza, haciendo que todos seamos máscaras impersonales, sustrayéndonos al reconocimiento de la mirada de los demás. 
 
El rostro es lo más propio mío, como revela la foto del Documento Nacional de Identidad al lado de la huella digital, pero lo que yo no puedo ver si no me miro en un espejo, como hizo Narciso enamorándose fatalmente de su propia imagen. 
 
Una sociedad sin rostro es una sociedad sin alma, porque el rostro es el espejo del alma. 
 
La imposición, por otra parte, de la distancia interpersonal demuestra que ya no hay comunidad, sino una agregación de individuos reunidos por casualidad que forman una grey, es decir, un rebaño.
 
 
Algo nos dice que una sociedad sana no puede basarse en la desconfianza de cada uno en relación con los demás. Como nos han inculcado esa desconfianza, nos han enfermado, nos han convertido en una sociedad enferma. No es saludable adaptarse a una sociedad enferma, como escribió Crisnamurti, no es un síntoma de buena salud. 
 
La expresión distancia social es una contradicción en sus términos. La sociedad no puede fundarse sobre la distancia. Inscribir la distancia en lo social significa borrar de un plumazo la sociedad, sustituyéndola por una suma de individuos congregados por azar pero perfectamente identificados. 
 
Lo que se pretende con la distancia social es la distanciación o el alejamiento de lo común. Y la palabra distanciación, mejor que distancia o distanciamiento, expresa muy bien el proceso que no está abocado a detenerse nunca. 
 
La sociedad se atomiza, es decir, se individualiza etimológicamente hablando, pierde el sentido de lo común. Desde hace año y medio vivimos sujetos y sumergidos en un océano de informaciones que cada día nos condicionan en función de los requisitos políticos.
 

 La gente que se somete es porque ve que hay una ganancia. Les han propuesto una falsa elección: "Si quieres recuperar tu vida anterior, tienes que cumplir estas condiciones". Es una promesa a todas luces falsa, porque la lógica que se ha impuesto de la distanciación y del constreñimiento social no tiene ninguna razón de encontrar en sí misma su propio límite que le ponga fin. 
 
El Estado, ávido siempre de poder, nunca renuncia al poder que se le otorga. La imposición ahora del pasaporte sanitario que se ofrece a cambio de someterse a la doble inyección inaugura una sociedad escalonada, graduada en función del estado médico de los individuos. De este modo el sistema inmunitario natural del ser humano se ve como un arcaísmo que hay que sustituir por un sistema inmunitario artificial explotable por la industria farmacéutica, que encuentra así un óptimo nicho de mercado. 
 
Un operador telefónico nos llama por teléfono -cada uno tiene ya su número propio individual e intransferible- y nos ofrece una “oferta inmejorable de inmunidad” por sólo, es un decir, 9,99 euros al mes -que salen de nuestros bolsillos a través de los impuestos indirectos, ojo, porque los pinchazos no son gratuitos, aunque lo parezcan, que nadie se llame a engaño- y con una permanencia de un año... La novedad es que si rechazas la oferta de la inyección letal antitanática -contra la muerte- pierdes algunos de los derechos que tenías. 
 
La vacunación es un acto de adhesión a un nuevo contrato social de tipo técnico-sanitario fundado en el ideal falso de la higiene común. 
 

 
El Poder ha sometido al pueblo a un referéndum: sí o no al nuevo contrato social. La inyección es el bautismo de fuego. Acceder a ella arremangándose uno es decir de hecho “sí” a este nuevo contrato social. 
 
Lo importante, además, no es la inyección que supone que uno está desarrollando cierta inmunidad, lo cual no está demostrado en absoluto, sino el documento acreditativo de ella, que se convierte en un requisito imprescindible para acceder a determinados eventos y en un salvoconducto para viajes. 
 
Hasta ahora el hecho de vacunarse por ejemplo anualmente de la gripe era una decisión privada que no afectaba a la relación con los demás. Era algo que pertenecía al historial médico de cada cual y que no condicionaba ningún comportamiento propio ni ajeno. La gente que se vacunaba de la gripe lo hacía, generalmente aconsejada por su médico de cabecera, para no contraer la enfermedad en una forma grave. 
 
La inyección ahora es mucho más que eso, es un gesto de adhesión al sistema del higienismo a ultranza preconizado por la Organización Mundial de la Salud y las autoridades sanitarias de los estados avasallados. 
 
¿No podríamos dejar de ser unos malpensados y olvidarnos por un momento del adagio “piensa mal y acertarás” y reconocer que la mascarilla, el pasaporte sanitario y la propia inyección que estamos analizando aquí son medidas tomadas para protegernos a los ciudadanos de nosotros mismos y que, por lo tanto, están al servicio no de los intereses de los laboratorios farmacéuticos sino del bien común? 
 
Claro está que esas medidas se han implementado, como dicen ahora, con las mejores intenciones del mundo, porque se ha creído que son buenas, eficientes y eficaces. Las intenciones que hay detrás de ellas son, a buen seguro, vamos a pensarlo así, inmejorables,  pero ya se sabe que de buenas intenciones está empedrado el pavimento del infierno. 
 
Litografía de Paul Colin (1949)
 
 Nadie hace mal a sabiendas, nos enseñó Sócrates, y es verdad: hacemos lo que hacemos porque creemos que es bueno. Y si hacemos algo malo no es porque lo hagamos adrede y a conciencia, sino por error y equivocación, nunca a propósito. 
 
Por eso hay que denunciar el engaño, es una labor política hacerlo: se han tomado unas medidas creyendo que eran buenas, y no lo son. Hay quien puede pensar, ingenuamente, que estamos en un paréntesis provocado por un suceso excepcional, la pandemia de los demonios, que ha requerido unas medidas excepcionales, que si no son buenas, porque no pueden serlo, son un mal menor, pero en realidad es un camino que una vez emprendido no tiene vuelta atrás, y el mal, por muy menor que sea, nunca es bueno.

martes, 13 de julio de 2021

Higienismo a ultranza (I)

    El establecimiento institucional de un “nuevo” régimen -que en realidad es más viejo que el catarro y no deja de ser el mismo perro con distinto collar, en este caso sanitario- basado en el terror fomentado por lo que podríamos denominar un higienismo a ultranza de la seguridad pública ha hecho posible la práctica destrucción de las relaciones humanas. Esto ha sido posible desde el momento en que gestos tan entrañables como darse la mano, abrazarse o besarse han sido catalogados potencialmente como mortalmente peligrosos, y se han recomendado sustitutos como reverencias orientales o choque de codos. Se ha propiciado, en lugar de la comunicación presencial, la televideofónica, supuestamente más segura, que a veces llamamos “virtual” porque es un sustituto de la “real”, lo que ha fomentado la instalación de redes inalámbricas y de difusión de la Red Informática Universal, que alejándonos nos acerca a los demás, o que acercándonos a los demás nos aleja del peligro que supone su contagio o, lo que es lo mismo, su contacto. 
 
 
Litografía de Paul Colin (1949)
 
    Esta ideología sin ideología que algunos han llamado higienismo securitario se ha fundamentado en la desconfianza en uno mismo y en los demás, y ha sido difundida por reputados virólogos, como el asesor de la canciller alemana, que afirmó con una sinvergonzonería rayana en el más puro cinismo: “Lo mejor sería que nos comportásemos como si estuviésemos contagiados y quisiésemos evitar la transmisión de la enfermedad”. ¿Cómo puede uno engañarse a sí mismo y a los demás emulando al Enfermo Imaginario de Molière, fingiéndose apestado cuando no lo está y no tiene ningún síntoma ni por asomo?
 
    Pero no acaba ahí la cosa, porque al mismo tiempo que el virólogo recomendaba eso, decía contradiciéndose a sí mismo que también había que ver la cosa al revés y considerar que los enfermos, no ya imaginarios sino reales, ya sea en acto o en potencia más bien aristotélica, eran los otros. Se diría que estaba Christian Drosten, tal es el nombre del responsable, parafraseando el célebre “l'enfer c'est les autres” de Jean Paul Sartre con un “le virus c'est les autres” (el virus son los otros). Es decir nos está invitando a vernos a nosotros mismos simultáneamente, con una grave distorsión de la realidad, como enfermos que pueden contagiar a los demás que están sanos, y como sanos a la vez que pueden ser contagiados por los demás, que están enfermos. 
 
 
    Es como si estuviéramos uniendo al triple lema de Orwell (la guerra es la paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza), un cuarto eslogan exitoso: la salud es una enfermedad grave que debe ser tratada lo antes posible porque es, además, contagiosa y mortal. 
 
    El Poder, auxiliado por científicos a sueldo de los laboratorios farmacéuticos como el susodicho, después de haber jugado la baza del miedo sembrando el pánico entre la población del planeta, utiliza ahora las cartas del resentimiento afirmando que los viejos son las víctimas de los jóvenes irresponsables que no siguen las medidas recomendadas por las autoridades sanitarias que velan por nuestra salud enfermándonos a todos y cada uno de nosotros. 
 
    Con ochenta y noventa años la gente ya no se muere de vieja, sino de la enfermedad del virus coronado, como si la vida pudiera continuarse indefinidamente si no fuéramos puestos en peligro constantemente por la amenaza potencial que suponemos nosotros mismos y nuestros congéneres viralizados. 
 
 

 
    El Poder afirma ahora que los que se han dejado inyectar van a ser o ya lo son víctimas de los que no, lo que viene a revelar por otra parte que la inyección no inmunizaba en absoluto. 
 
    Lo que quiere el Poder a toda costa es sustituir el resentimiento vertical del pueblo contra el gobierno en una desconfianza horizontal mutua entre el pueblo dividido entre sí. Es el viejo principio de inspiración maquiavélica del divide y vencerás. Es como si de pronto se hubiera trasladado la lucha vertical entre lo de arriba y lo de abajo, al enfrentamiento horizontal entre los de abajo, dividiéndonos entre los que se sentarán en el Juicio Final a la izquierda de Dios padre y los que se sentarán a la diestra del Señor, entendidas en un sentido muy amplio que va más allá de la política tradicional de los políticos que sólo aspiran a sucederse en el poder para que cambie el gobierno y pueda seguir el sistema igual, garantizando la alternancia. 
 
    La salud se ha convertido en la enfermedad de nuestros días: todos somos pacientes y víctimas de un higienismo a ultranza. Pacientes en acto, como los ingresados en hospitales y unidades de cuidados intensivos, o en sus propios hogares, donde son atendidos en el mejor de los casos por médicos teleoperadores; y pacientes en potencia todos los demás. No somos enfermos imaginarios, sino enfermos bien reales. ¿No es esto un delirio colectivo, una histeria sin precedentes, una paranoica y gravísima psicosis?