Mostrando entradas con la etiqueta Minucio Félix. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Minucio Félix. Mostrar todas las entradas

martes, 27 de junio de 2023

Antes que dios fuera Dios

    Un viejo lema heráldico castellano encapsulado en una cuarteta octosilábica reza: “Antes que dios fuera Dios, / y los peñascos peñascos, / los Quirós eran Quirós, / y los Velascos, Velascos”.

    Mucho ha dado que hablar la frase, especialmente por la primera parte, ya que parece inapropiado hablar de un tiempo anterior a Dios, que es el creador del tiempo y de todas las cosas que en él se desarrollan… ¿Ante qué nos hallamos? Ante algo que no sé yo muy bien cómo pudo dejarlo pasar la Santa Inquisición. Es verdad que hay otra versión menos irreverente, que reza, sin mencionar al ser supremo: Antes que el sol fuera el sol y los peñascos peñascos, y, como figura en la oficina de correos de Ciudad Rodrigo (Salamanca), corrigiendo la blasfemia heráldica: "Después de Dios, la casa de Quirós" y "Después de Dios, antes (de) que el sol fuera el sol y los peñascos peñascos, los Quirós eran Quirós y los Velascos Velascos".

     En su segunda parte se mencionan los nombres propios de las familias Quirós (o Muñoz, en otras versiones) y Velasco, cuyos linajes eran de un abolengo tan rancio que serían anteriores a la existencia de los nombres comunes y a las cosas mismas que mencionan, tales como los peñascos o el sol, o el dios, con anterioridad a que su nombre se convirtiera en nombre propio y triunfara en el mundo el monoteísmo sobre el politeísmo pagano que rendía culto a dioses y diosas.

    Cierto es que los nombres propios carecen de significado, a diferencia de los comunes, pero tienen una utilidad muy grande en nuestro mundo: sirven para marcar hitos tanto en el tiempo (cronónimos como enero, febrero, lunes, martes...) como en el espacio (topónimos como Murcia o Francia o Creta... ), así como para bautizar a las personas y de ese modo individualizarlas (antropónimos) y a los animales que domesticamos y que responden así a la llamada de nuestra voz de mando. 

    El nombre propio no deja de ser una marca comercial, y, en cierto sentido, es anterior y extraño o ajeno a los nombres comunes, que son palabras con significado, que forman parte del diccionario o vocabulario de la lengua. Los nombres propios pertenecen al acervo cultural, aunque hay interferencias entre unos y otros. 

    Los nombres comunes, a diferencia de los nombres propios, admiten fácilmente moción de número y género, lo que no impide el hecho de que algunos nombres propios se hayan convertido en nombres comunes y adquirido significado, como por ejemplo César, que era el sobrenombre de Gayo Julio César, y que se convirtió entre nosotros en sinónimo de emperador, y por lo tanto a raíz de eso admite la moción de número: los césares.

    Y si el nombre propio se puede convertir en común, también puede suceder lo contrario, que el nombre común se convierta en propio y pasemos a escribirlo con mayúscula, aunque eso es algo trivial y propio de la escritura, no de la lengua hablada. Es lo que sugiere el verso con el que arranca la cuarteta: “Antes que dios fuera Dios”, en el que se anula la oposición nombre común/nombre propio en el monoteísmo triunfante. Anteriormente había una moción de género (dios/diosa) entrecruzada con la de número (dioses/diosas), pero desapareció con la ascensión del nombre común masculino singular a la categoría de nombre propio.

    En las religiones monoteístas, en efecto, la divinidad no se distingue por tener un nombre propio, sino por un nombre común ascendido de categoría. Como dice Minucio Félix (Octauis, 18,10): No le busques un nombre propio a dios: su nombre es “dios”. Solo hay necesidad de nombre propios cuando hay que distinguir una multitud por sus individuos mediante los signos distintivos de las apelaciones; para “dios”, que es único, el nombre “dios” es el absoluto.

 

     De ahí viene la dificultad de traducir los nombres propios, esencialmente intraducibles: La divinidad llamada por los musulmanes “Alá” es la misma que los cristianos llaman “Dios”: como nombre común puede traducirse: “el Dios”, pero como nombre propio es intraducible: “Alá”. De hecho, cuando un musulmán pronuncia el takbir como profesión de fe: Allāhu ʾakbar suele decirse que significa: Alá es (el más) grande, y no traducirse como Dios es (el más) grande. Como dice Maurizio Bettini en su “Elogio del politeísmo” (Alianza Editorial, Madrid, 2016, pág. 72): El carácter único y exclusivo de la divinidad hace que el nombre común que la designa asuma el estatus de un nombre tan “propio” que no tiene equivalentes fuera del lenguaje compartido por el grupo que la venera.

martes, 20 de julio de 2021

Una lección de ateología clásica

    Cualquier tratado de ateología clásica podría empezar muy bien con la siguiente cita del más ilustre de los abogados romanos, Marco Tulio Cicerón: Velut in hac quaestione plerique […] deos esse dixerunt, dubitare se Protagoras, nullos esse omnino Diagoras Melius et Theodorus Cyrenaicus putauerunt.  La mayoría cree que  hay dioses. Protágoras dijo que él lo dudaba. Diágoras de Melo y Teodoro de Cirene pensaron que no había dioses en modo alguno. Protágoras quedaría, pues, como un agnóstico, mientras que Diágoras y Teodoro serían nuestros primeros ateos. 


 Reconstrucción del Partenón.
 
    Comencemos por Protágoras,  que escribió un tratado sobre los dioses e hizo una lectura pública en Atenas de larga resonancia. Se organizó el escándalo porque el sabio reconoció su ignorancia. Oigamos su voz solemne al cabo de los siglos profiriendo imperecederas palabras: Sobre los dioses no puedo decir si los hay o no ni cómo son, pues son muchos los obstáculos que me lo impiden... Sin duda alguna, Protágoras ofendió las creencias y principios morales de muchos de sus contemporáneos dando fe de su incredulidad. Fue enseguida tachado de blasfemo y ateo. Todos sus escritos fueron quemados, en una de las primeras cremaciones de libros de la historia públicamente en el ágora de Atenas. Se requisaron, además, los ejemplares que obraban en manos de particulares por medio de la fuerza pública: comenzaba la persecución de la palabra.

 Teatro antiguo de Melo (hoy Milo, Grecia)

    ¿Quién fue Diágoras de Melo? Un poeta del siglo V antes de Cristo. Diágoras el ateo de Melo fue discípulo de Demócrito. Llegó a la conclusión de que no podía haber dioses ni tampoco un solo Dios habiendo tantas injusticias impunes en el mundo. Fue condenado a muerte por divulgar los misterios secretos de Eleusis (ritos de iniciación al culto de las diosas Deméter y Perséfone) con la intención de promover la incredulidad y la reflexión entre sus contemporáneos. Una fuente árabe del siglo XI, Mubashshir, basándose al parecer en Apolodoro, dice que al persistir en su ateísmo y descreimiento, hubo un intento de asesinarlo. Un arconte llamado Carias habría puesto precio a su cabeza, diciendo que se recompensaría con una gran suma a quien matara al melio.

 Templo de Zeus en Cirene (Libia)

    ¿Quién fue Teodoro de Cirene? Un filósofo cirenaico que vivió a caballo entre los siglos IV y III a. C. y que fue el maestro del cínico Bión de Borístenes,  otra víctima de la intolerancia.  Su nombre significa regalo de dios, y era, oh paradoja, un sindiós, un contradiós, un ateo. Nació en Cirene, la colonia griega del norte de África en la costa de Libia, y se vio influido por la filosofía hedonista de la escuela cirenaica que hacía consistir el supremo bien en los placeres sensuales y el goce de la carne: aprecio de los bienes materiales y desprecio de los valores del espíritu. Teodoro, pues, tuvo que salir por pies de Atenas por haber publicado un libro sobre los dioses tachado de impiedad. Negaba tajantemente su existencia. Consideraba que religión y moral eran convencionalismos sociales. Decía este sumo sacerdote del ateísmo y pontífice máximo de la anarquía, antes de que haga fortuna en el mundo la palabra, que el robo o el sacrilegio no eran actos inmorales de suyo, sino en virtud de lo que establecía la sociedad y nos mandaba. Así, robar es delito y pecado en una sociedad como la nuestra que defiende la propiedad privada. Nadie ha dicho todavía que el auténtico robo es la propiedad privada como sentenciará Proudhon siglos después. Teodoro también sostenía que los hombres no tenían patria, como Diógenes, como Miguel Bakunín, quien exclamará algún día por venir que el verdadero patriotismo consiste en aborrecer de corazón todas las patrias. También dirá este revolucionario ruso algún día en una reunión memorable de polacos en París que no tenía importancia ser polaco o ruso, que ser un hombre libre era lo solo que importaba.

 Jesús echando a los mercaderes del templo, Cecco del Caravaggio (1610)

     Todavía el verbo encarnado en la figura de Jesús el Nazareno no ha clamado, irrumpiendo en el templo y expulsando a mercaderes y cambistas del recinto sagrado, que no se puede servir a la vez a Dios y al dinero (Mateo 6, 24): eso era cuando Dios y el Becerro de Oro, esto es el ídolo veterotestamentario que representa el poder omnímodo del vil metal, eran dos cosas distintas y no la misma como son hoy. 
 
    Hoy las catedrales, sinagogas, mezquitas y pagodas, es decir los templos o recintos sagrados, son las sucursales de los grandes bancos con sus cajeros automáticos a modo de confesionarios.  El mundo es una enorme superficie comercial. Dios, el viejo Jehová, el egoísta, el celoso, el déspota cruel de los judíos, el único y monoteísta que proclamó su existencia a voces en el monte Sinaí e hizo que los dioses y diosas antiguos se murieran de risa a carcajadas, es el dinero. Y viceversa. Esto conlleva que servir al Becerro de Oro equivalga a servir a Dios y que la moderna epifanía de la fe sean las tarjetas de crédito que expide la iglesia triunfante de la Banca.


    Marco Minucio Félix escribió un diálogo, llamado Octavio,  en el que participan tres personas: el autor, y dos amigos suyos: Octavio, que es un cristiano, y Cecilio, un pagano. Van de camino a Ostia y al pasar ante una estatua de Serapis, Cecilio lanza un beso al aire, lo que da pie a una discusión en forma de debate en la que Cecilio actúa como fiscal que ataca el cristianismo. Octavio es el defensor de la nueva fe. Y Minucio es el juez. Cecilio defiende el paganismo y ataca el cristianismo, y resulta interesante bajo nuestra perspectiva actual la crítica que hace del cristianismo desde su óptica pagana. Octavio lo refuta, y finalmente Cecilio acepta la fe cristiana, convirtiéndose a ella, por lo que Minucio se siente feliz. 


    Minucio Félix menciona (Octavio I, 8, 2)  allí a nuestros dos ateos condenándolos al olvido del que aquí pretendemos rescatarlos: Aunque esté aquel célebre Teodoro de Cirene, o bien el que, antes que él, Diágoras de Melo, a quien la antigüedad colgó el sambenito de ateo, sit licet ille Theodorus Cyrenaeus, uel qui prior Diagoras Melius, cui atheon cognomen adposuit antiquitas, quienes, afirmando entrambos que no había dioses algunos,  qui uterque nullos deos adseuerando eliminaron por completo todo el temor, por el que se rige la humanidad, y la devoción,  timorem omnem, quo humanitas regitur, uenerationemque penitus sustulerunt, nunca, sin embargo, prevalecerán ellos con su nombre y la  autoridad de su falsa filosofía en esa enseñanza de la falta de religión numquam tamen in hac impietatis disciplina simulatae philosophiae nomine atque auctoritate pollebunt. 

    Quizá entendeamos ahora un poco mejor por qué no se han conservado los libros de estos primeros ateos, y por qué la palabra "ateología", al contrario de "teología", no ha hecho fortuna en este mundo hasta que la rescatara Michel Onfray en su Tratado de ateología (2005).