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miércoles, 11 de septiembre de 2024

Lo que el mosquito le dijo a Alicia

    Vivimos en una época en la que los números identifican a las personas con más facilidad que los nombres propios. Somos números. Somos el número del documento nacional de identidad, el de la seguridad social, el de la cuenta bancaria y las tarjetas de crédito y débito, y el número del teléfono móvil, que casi viene en nuestros días a suplir a todos los demás. Quizá por eso nos resulta difícil comprender el poder que antaño se atribuía a los nombres propios que hacen que respondamos a su llamada. Solo los nombres propios de los VIP conservan su poderío, sobre todo en los ámbitos artísticos, donde la firma del autor tiene tanta relevancia que muy pocos creadores renuncian a ella, aunque algunos oculten su nombre propio bajo algún nombre artístico o pseudónimo. 
 
    En el capítulo tercero de “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí”, de Lewis Carroll, titulado 'Insectos del espejo', hay un diálogo muy instructivo entre el Mosquito y Alicia, que le dice a la niña que los insectos responden por sus nombres cuando se les llama, a lo que Alicia le contesta que a ellos no les sirven de nada pero sí a las personas que se los ponen. Si no, se pregunta la niña, ¿por qué tienen nombre las cosas? A lo que el mosquito le contesta: "¡Vaya usted a saber!" Y le confiesa que allá abajo, en aquel bosque, las cosas no tienen nombre.
Alicia y el mosquito, Pat Andrea (2007)
  
    “Con esto, Alicia se quedó callada durante un minuto o dos, considerándolo todo. Mientras tanto, el mosquito se entretenía zumbando y dando vueltas y más vueltas alrededor de su cabeza. Por fin, volvió a posarse y observó: 
    -¿Supongo que no te querrías quedar sin nombre? 
   -De ninguna manera -se apresuró a contestar Alicia, no sin cierta ansiedad. 
     -Y sin embargo, ¿quién sabe? -continuó diciendo el mosquito, así como quien no le da importancia a la cosa-. ¡Imagínate lo conveniente que te sería volver a casa sin nombre! Entonces si, por ejemplo, tu institutriz te quisiese llamar para que estudiaras la lección, no podría decir más que «¡Ven aquí...!», y allí se quedaría cortada, porque no tendría ningún nombre con que llamarte, y entonces, claro está, no tendrías que hacerle ningún caso.” 
 
Peter Newell (1902)
 
     Pero Alicia le contesta que eso no daría mucho resultado: “-¡Mi institutriz nunca me perdonaría una lección sólo por eso! Si no pudiese acordarse de mi nombre me llamaría «señorita», como hacen los sirvientes"
 
    Viene a decir Alicia que un nombre común como ese de “señorita” podría sustituir sin ningún problema al nombre propio, y no tendría más remedio que darse por aludida. A fin de cuentas, diríamos nosotros, una orden es una orden y hasta los perros y los gatos responden por su nombre propio cuando se les llama.
 
    El Mosquito le responde entonces con un juego de palabras intraducible al castellano: "Well, if she said 'Miss,' and didn‘t say anything more," the Gnat remarked, "of course you‘d miss your lessons". Aquí se ve el juego de la homonimia inglesa entre ‘miss’ (señorita) y ‘miss’ (perder). Si la profesora le dijese ‘miss’ a Alicia, ella podría interpretarlo como que no tiene que tomar sus lecciones y que podría perder la clase, librándose de ella. 
 
    El traductor se las ha ingeniado para sustituir la homonimia inglesa por una rima castellana, como si Alicia se hiciera un poco la sorda y no entendiera bien lo que oye: -Bueno, pero entonces si dice «señorita» sin decir más, tú podrías decir que habías oído que «te la quita» y quedarte también sin lección.
 
A puny gnat makes a humorous remark, Sheryl Humphrey
 
   Si proseguimos el diálogo en nuestra lengua, podemos darle otro sesgo: Ya que el Mosquito le decía a Alicia que sería muy interesante no tener un nombre propio porque entonces su institutriz no podría imponerle deberes o tareas, y ella le replica que podría interpelarla como “señorita”, el Mosquito podría sugerirle que se rebelara contra esa denominación dando una respuesta contestataria: -Bueno, pero entonces si dice “señorita” sin decir más, tú podrías decir que aquí no hay ninguna señorita, que tú no eres ninguna señorita, y quedarte también sin lección
 
    De esa manera Alicia se estaría rebelando contra el nombre propio y el común, al mismo tiempo. Pero esa rebeldía, que siempre es posible, contra las palabras que pretenden definirnos es muy difícil cuando nos hemos visto reducidos bajo el fenómeno de la digitalización a la condición de números.

martes, 27 de junio de 2023

Antes que dios fuera Dios

    Un viejo lema heráldico castellano encapsulado en una cuarteta octosilábica reza: “Antes que dios fuera Dios, / y los peñascos peñascos, / los Quirós eran Quirós, / y los Velascos, Velascos”.

    Mucho ha dado que hablar la frase, especialmente por la primera parte, ya que parece inapropiado hablar de un tiempo anterior a Dios, que es el creador del tiempo y de todas las cosas que en él se desarrollan… ¿Ante qué nos hallamos? Ante algo que no sé yo muy bien cómo pudo dejarlo pasar la Santa Inquisición. Es verdad que hay otra versión menos irreverente, que reza, sin mencionar al ser supremo: Antes que el sol fuera el sol y los peñascos peñascos, y, como figura en la oficina de correos de Ciudad Rodrigo (Salamanca), corrigiendo la blasfemia heráldica: "Después de Dios, la casa de Quirós" y "Después de Dios, antes (de) que el sol fuera el sol y los peñascos peñascos, los Quirós eran Quirós y los Velascos Velascos".

     En su segunda parte se mencionan los nombres propios de las familias Quirós (o Muñoz, en otras versiones) y Velasco, cuyos linajes eran de un abolengo tan rancio que serían anteriores a la existencia de los nombres comunes y a las cosas mismas que mencionan, tales como los peñascos o el sol, o el dios, con anterioridad a que su nombre se convirtiera en nombre propio y triunfara en el mundo el monoteísmo sobre el politeísmo pagano que rendía culto a dioses y diosas.

    Cierto es que los nombres propios carecen de significado, a diferencia de los comunes, pero tienen una utilidad muy grande en nuestro mundo: sirven para marcar hitos tanto en el tiempo (cronónimos como enero, febrero, lunes, martes...) como en el espacio (topónimos como Murcia o Francia o Creta... ), así como para bautizar a las personas y de ese modo individualizarlas (antropónimos) y a los animales que domesticamos y que responden así a la llamada de nuestra voz de mando. 

    El nombre propio no deja de ser una marca comercial, y, en cierto sentido, es anterior y extraño o ajeno a los nombres comunes, que son palabras con significado, que forman parte del diccionario o vocabulario de la lengua. Los nombres propios pertenecen al acervo cultural, aunque hay interferencias entre unos y otros. 

    Los nombres comunes, a diferencia de los nombres propios, admiten fácilmente moción de número y género, lo que no impide el hecho de que algunos nombres propios se hayan convertido en nombres comunes y adquirido significado, como por ejemplo César, que era el sobrenombre de Gayo Julio César, y que se convirtió entre nosotros en sinónimo de emperador, y por lo tanto a raíz de eso admite la moción de número: los césares.

    Y si el nombre propio se puede convertir en común, también puede suceder lo contrario, que el nombre común se convierta en propio y pasemos a escribirlo con mayúscula, aunque eso es algo trivial y propio de la escritura, no de la lengua hablada. Es lo que sugiere el verso con el que arranca la cuarteta: “Antes que dios fuera Dios”, en el que se anula la oposición nombre común/nombre propio en el monoteísmo triunfante. Anteriormente había una moción de género (dios/diosa) entrecruzada con la de número (dioses/diosas), pero desapareció con la ascensión del nombre común masculino singular a la categoría de nombre propio.

    En las religiones monoteístas, en efecto, la divinidad no se distingue por tener un nombre propio, sino por un nombre común ascendido de categoría. Como dice Minucio Félix (Octauis, 18,10): No le busques un nombre propio a dios: su nombre es “dios”. Solo hay necesidad de nombre propios cuando hay que distinguir una multitud por sus individuos mediante los signos distintivos de las apelaciones; para “dios”, que es único, el nombre “dios” es el absoluto.

 

     De ahí viene la dificultad de traducir los nombres propios, esencialmente intraducibles: La divinidad llamada por los musulmanes “Alá” es la misma que los cristianos llaman “Dios”: como nombre común puede traducirse: “el Dios”, pero como nombre propio es intraducible: “Alá”. De hecho, cuando un musulmán pronuncia el takbir como profesión de fe: Allāhu ʾakbar suele decirse que significa: Alá es (el más) grande, y no traducirse como Dios es (el más) grande. Como dice Maurizio Bettini en su “Elogio del politeísmo” (Alianza Editorial, Madrid, 2016, pág. 72): El carácter único y exclusivo de la divinidad hace que el nombre común que la designa asuma el estatus de un nombre tan “propio” que no tiene equivalentes fuera del lenguaje compartido por el grupo que la venera.

sábado, 18 de febrero de 2023

Bautismo civil

     En la inagotable Odisea de Homero, hay unos versos (VIII, 550-554) en los que los feacios le preguntan al náufrago que ha arribado a sus costas cuál es su nombre. Dicen así: Dime el nombre que allá te decían tu madre y tu padre / y otros, de la ciudad y vecinos de los aledaños./ Dado que no hay en modo ninguno hombre sin nombre,/ sea de bajo o de noble linaje, ya desde que nace,/ sino que a todos bautizan, tras engendrarlos, sus padres. 

    Ese náufrago es el fecundo en recursos Odiseo, más conocido como Ulises, que cuando el inhóspito ciclope Polifemo le preguntó cómo se llamaba, le respondió que su nombre propio era Nadie, engañándolo después de haberlo cegado y escapado de su cueva y haciéndole creer que Nadie lo había dejado ciego y se había burlado de él...


     Escribe Charmian Clift en Cantos de sirena: "En la iglesia ortodoxa griega, el bautismo no es solo uno de los grandes misterios, sino que también tiene un significado místico y secular que un forastero difícilmente puede comprender. Al margen de consideraciones religiosas, para cualquier griego sería impensable no bautizarse, por puras razones materiales. Es la garantía de su legitimidad como ser humano. Si no se bautiza no existe. Para poder votar, se tiene que presentar la partida de bautismo. Sin bautizarse, en la vida adulta, no se puede ostentar un cargo público, ser funcionario, ni tener un empleo corriente. Hasta el momento de la inmersión, ni se tiene nombre siquiera."

    Hoy en día, entre nosotros, las cosas no son exactamente así, pero tampoco son muy diferentes. Para cualquiera de nosotros sería impensable no inscribirse en el Registro Civil donde se da fe del nacimiento o alumbramiento, es decir, "el momento en que una persona tiene vida propia, independiente fuera del seno materno".

    Según el Ministerio de Justicia: El nacimiento produce efectos civiles desde que tiene lugar, pero para el pleno reconocimiento de los mismos es necesaria su inscripción en el Registro Civil.

    En dicho registro figura, aparte de la hora, fecha y lugar de nacimiento, el nombre que se le impone al recién nacido, que no tiene por qué ser un nombre propio propiamente dicho, ya que se admiten "nombres comunes, abstractos, mitológicos, legendarios, artísticos, geográficos apropiados para designar persona, de fantasía y de personajes históricos", y también "diminutivos o variantes familiares y coloquiales", siempre y cuando no perjudiquen la dignidad y no induzcan a error a la hora de identificar al inscrito, nombre que lo individualiza, de manera que podríamos decir, emulando a Charmian Clift: "Es la garantía de su legitimidad como ser humano. Si no está inscrito en el Registro Civil no existe". 

    De alguna manera, la inscripción en el Registro Civil es el bautismo laico. El Estado viene a sustituir así a la vieja iglesia. Nada nuevo bajo el sol.