Cualquier tratado de ateología clásica podría empezar muy bien con la siguiente cita del
más ilustre de los abogados romanos, Marco Tulio Cicerón: Velut in hac quaestione plerique […] deos esse dixerunt, dubitare se
Protagoras, nullos esse omnino Diagoras Melius et Theodorus Cyrenaicus
putauerunt. La mayoría cree que hay dioses. Protágoras dijo que él lo dudaba.
Diágoras de Melo y Teodoro de Cirene pensaron que no había dioses en modo
alguno. Protágoras quedaría, pues, como un agnóstico, mientras que Diágoras y
Teodoro serían nuestros primeros ateos.
Reconstrucción del Partenón.
Comencemos
por Protágoras, que escribió un tratado
sobre los dioses e hizo una lectura pública en Atenas de larga resonancia. Se
organizó el escándalo porque el sabio reconoció su ignorancia. Oigamos su voz
solemne al cabo de los siglos profiriendo imperecederas palabras: Sobre los
dioses no puedo decir si los hay o no ni cómo son, pues son muchos los
obstáculos que me lo impiden... Sin duda alguna, Protágoras ofendió las
creencias y principios morales de muchos de sus contemporáneos dando fe de su
incredulidad. Fue enseguida tachado de blasfemo y ateo. Todos sus escritos
fueron quemados, en una de las primeras cremaciones de libros de la historia
públicamente en el ágora de Atenas. Se requisaron, además, los ejemplares que
obraban en manos de particulares por medio de la fuerza pública: comenzaba la
persecución de la palabra.
Teatro antiguo de Melo (hoy Milo, Grecia)
¿Quién
fue Diágoras de Melo? Un poeta del siglo V antes de Cristo. Diágoras el ateo de
Melo fue discípulo de Demócrito. Llegó a la conclusión de que no podía haber
dioses ni tampoco un solo Dios habiendo tantas injusticias impunes en el mundo. Fue condenado a
muerte por divulgar los misterios secretos de Eleusis (ritos de iniciación al
culto de las diosas Deméter y Perséfone) con la intención de promover la
incredulidad y la reflexión entre sus contemporáneos. Una fuente árabe del
siglo XI, Mubashshir, basándose al parecer en Apolodoro, dice que al persistir
en su ateísmo y descreimiento, hubo un intento de asesinarlo. Un arconte
llamado Carias habría puesto precio a su cabeza, diciendo que se recompensaría
con una gran suma a quien matara al melio.
¿Quién fue Teodoro de Cirene? Un filósofo cirenaico que vivió a caballo entre los siglos IV y III a. C. y que fue el maestro del cínico Bión de Borístenes, otra víctima de la intolerancia. Su nombre significa regalo de dios, y era, oh paradoja, un sindiós, un contradiós, un ateo. Nació en Cirene, la colonia griega del norte de África en la costa de Libia, y se vio influido por la filosofía hedonista de la escuela cirenaica que hacía consistir el supremo bien en los placeres sensuales y el goce de la carne: aprecio de los bienes materiales y desprecio de los valores del espíritu. Teodoro, pues, tuvo que salir por pies de Atenas por haber publicado un libro sobre los dioses tachado de impiedad. Negaba tajantemente su existencia. Consideraba que religión y moral eran convencionalismos sociales. Decía este sumo sacerdote del ateísmo y pontífice máximo de la anarquía, antes de que haga fortuna en el mundo la palabra, que el robo o el sacrilegio no eran actos inmorales de suyo, sino en virtud de lo que establecía la sociedad y nos mandaba. Así, robar es delito y pecado en una sociedad como la nuestra que defiende la propiedad privada. Nadie ha dicho todavía que el auténtico robo es la propiedad privada como sentenciará Proudhon siglos después. Teodoro también sostenía que los hombres no tenían patria, como Diógenes, como Miguel Bakunín, quien exclamará algún día por venir que el verdadero patriotismo consiste en aborrecer de corazón todas las patrias. También dirá este revolucionario ruso algún día en una reunión memorable de polacos en París que no tenía importancia ser polaco o ruso, que ser un hombre libre era lo solo que importaba.
Templo de Zeus en Cirene (Libia)
¿Quién fue Teodoro de Cirene? Un filósofo cirenaico que vivió a caballo entre los siglos IV y III a. C. y que fue el maestro del cínico Bión de Borístenes, otra víctima de la intolerancia. Su nombre significa regalo de dios, y era, oh paradoja, un sindiós, un contradiós, un ateo. Nació en Cirene, la colonia griega del norte de África en la costa de Libia, y se vio influido por la filosofía hedonista de la escuela cirenaica que hacía consistir el supremo bien en los placeres sensuales y el goce de la carne: aprecio de los bienes materiales y desprecio de los valores del espíritu. Teodoro, pues, tuvo que salir por pies de Atenas por haber publicado un libro sobre los dioses tachado de impiedad. Negaba tajantemente su existencia. Consideraba que religión y moral eran convencionalismos sociales. Decía este sumo sacerdote del ateísmo y pontífice máximo de la anarquía, antes de que haga fortuna en el mundo la palabra, que el robo o el sacrilegio no eran actos inmorales de suyo, sino en virtud de lo que establecía la sociedad y nos mandaba. Así, robar es delito y pecado en una sociedad como la nuestra que defiende la propiedad privada. Nadie ha dicho todavía que el auténtico robo es la propiedad privada como sentenciará Proudhon siglos después. Teodoro también sostenía que los hombres no tenían patria, como Diógenes, como Miguel Bakunín, quien exclamará algún día por venir que el verdadero patriotismo consiste en aborrecer de corazón todas las patrias. También dirá este revolucionario ruso algún día en una reunión memorable de polacos en París que no tenía importancia ser polaco o ruso, que ser un hombre libre era lo solo que importaba.
Jesús echando a los mercaderes del templo, Cecco del Caravaggio (1610)
Todavía el verbo encarnado en la figura de Jesús el Nazareno no ha clamado, irrumpiendo en el templo y expulsando a mercaderes y cambistas del recinto sagrado, que no se puede servir a la vez a Dios y al dinero (Mateo 6, 24): eso era cuando Dios y el Becerro de Oro, esto es el ídolo veterotestamentario que representa el poder omnímodo del vil metal, eran dos cosas distintas y no la misma como son hoy.
Hoy las
catedrales, sinagogas, mezquitas y pagodas, es decir los templos o recintos
sagrados, son las sucursales de los grandes bancos con sus cajeros automáticos a modo de confesionarios. El mundo es una enorme superficie comercial. Dios, el viejo Jehová, el egoísta,
el celoso, el déspota cruel de los judíos, el único y monoteísta que proclamó
su existencia a voces en el monte Sinaí e hizo que los dioses y diosas antiguos
se murieran de risa a carcajadas, es el dinero. Y viceversa. Esto conlleva que
servir al Becerro de Oro equivalga a servir a Dios y que la moderna epifanía de
la fe sean las tarjetas de crédito que expide la iglesia triunfante de la
Banca.
Quizá entendeamos ahora un poco mejor por qué no se han conservado los libros de estos primeros ateos, y por qué la palabra "ateología", al contrario de "teología", no ha hecho fortuna en este mundo hasta que la rescatara Michel Onfray en su Tratado de ateología (2005).