jueves, 15 de julio de 2021

De la tiranía sanitaria actual

    Si los medios informativos no hablasen de la dichosa covid-19, hipnotizándonos en una suerte de alucinación colectiva, la gente no sabría que “eso”, sea lo que sea, ha existido alguna vez o existe todavía. La realidad sería diferente: los síntomas de la susodicha enfermedad se interpretarían como una gripe ordinaria más o menos perniciosa o una típica o atípica neumonía y se tratarían clínicamente, como se ha hecho siempre, y nadie aceptaría las ordenanzas sanitarias totalitarias impuestas de confinamiento, distanciamiento social y enmascarillamiento de las personas sanas, ni tampoco la inyección de dos dosis de un preparado preventivo que no sirve para curar sino para evitar, en el mejor de los casos, que se coja "algo" que no tiene un índice de letalidad significativo y que médicamente no justifica la asunción de ninguna de las susodichas medidas demenciales. 
 
 
 
    El nombre, en este caso “covid-19”, el acto nominalista de nombrar una cosa, la hace existir, ya sea subrayándola y extrayéndola del ruido de fondo, o haciéndola surgir de la nada como por arte mágica de encantamiento. La ingeniería social, al igual que el abracadabra, consiste en poner nombre a las cosas para que existan, borrando el gesto y provocando la ilusión de que ocurre espontáneamente por sí mismo y no como un acto performativo del lenguaje. 
 
 
En un IES (Instituto de Educación Secundaria)  de Málaga

     El poder político, por su parte, aplica todos los recursos de este nominalismo a su alcance para dar a entender que las cosas por él nombradas no dependen de su voluntad, sino que existen objetivamente al margen de su denominación, lo que permite establecer el dominio simbólico de una narrativa oficial gubernamental en la mente, que es el sistema operativo, de las personas. 
 
     La llamada crisis sanitaria en realidad no es tal cosa, es una crisis meramente política que repercute en la mentalidad y en la forma  de ver las cosas de la mayoría de la gente. Desde el punto de vista de la salud, la covid-19 no es un problema, pero sirve de argumento para llevar al mundo entero a una "nueva normalidad", a una sociedad "contactless", es decir, sin contacto humano, siguiendo un programa en el que desaparece la interacción social, que es controlada en la medida de lo posible y sustituida al fin por artefactos tecnológicos. 
 
    Para conseguir este objetivo paulatinamente, los gobiernos, sin importar su sesgo político de izquierdas o derechas, que resulta indiferente, promulgan medidas de control social irreversibles sin que ninguna de ellas sea capaz de anular a las demás. 
 
 
Póster de Paul Colin (1939)
 
    El confinamiento, por ejemplo, y el toque de queda -rebautizado ridículamente entre nosotros por el cráneo privilegiado del presidente del gobierno como “restricción de movilidad nocturna”- deben ser perpetuos aunque intermitentes para poderse sobrellevar cómodamente, el distanciamiento físico y el uso de mascarillas permanente, hasta el punto de que ahora, cuando en los reinos de taifas hispánicos se levanta la obligación de utilizarlas al aire libre, la ciudadanía acojonada sigue enmascarándose por voluntad propia, mostrando así que su voluntad coincide con la del Estado Terapéutico. 
 
    Y la reinyección deberá perpetrarse cada seis meses para actualizar el "pasaporte sanitario" de nuestro sistema inmunológico, la nueva versión del pase interno o salvoconducto de los viejos regímenes totalitarios, que se nos exigirá para entrar en un bar o un restaurante. Podrá darse entonces la curiosa paradoja de poseer uno la cartilla sanitaria al día y estar, sin embargo, contagiado y contagiar, teniendo vía libre a dichos establecimientos y otros eventos públicos, y podrá negarse el acceso a otro que no posea dicha licencia acreditativa pese a gozar de un óptimo estado de salud. 
 
 
 
    Al final se ve lo que importa: no se trataba de una cuestión sanitaria, sino de política obediencia. Lo que cuenta no es que contagies o no contagies, estés sano o no lo estés, que eso no le importa a nadie, si le importa a alguien, más que a ti, sino que obedezcas y te dejes inocular porque estás haciendo lo que Dios, es decir,  el Estado, manda, lo mandado.

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