Se
le atribuye al sabio Tales de Mileto el estar agradecido a la Fortuna por las tres siguientes cosas: primero por haber nacido hombre y no animal; segundo,
varón y no mujer; y tercero heleno y no bárbaro.
ἔφασκε γάρ, φασί, τριῶν τούτων ἕνεκα χάριν ἔχειν τῇ Τύχῃ: πρῶτον μὲν ὅτι ἄνθρωπος ἐγενόμην καὶ οὐ θηρίον, εἶτα ὅτι ἀνὴρ καὶ οὐ γυνή, τρίτον ὅτι Ἕλλην καὶ οὐ βάρβαρος.
Tales
de Mileto agradecía haber nacido humano y no animal porque la
sociedad en la que vivió, que es esta misma nuestra a pesar de lo
mucho que ha llovido desde entonces, es una sociedad que privilegia
la superioridad de una especie animal, la del homo sapiens, sobre todas
las demás especies y cosas habidas y por haber, dando origen al
especismo humanista.
Asimismo
agradecía haber nacido varón y no hembra, al vivir en una sociedad
de supremacía masculina, esencialmente patriarcal, lo que daba
origen al machismo.
Finalmente
daba gracias por haber nacido griego y no extranjero, lo que nos da
idea de que la sociedad en la que vivía, y en la que vivimos
nosotros, es una sociedad racista, donde la raza blanca se considera
superior a las demás.
El
dicho atribuido a Tales retrata mejor que ningún otro nuestra
sociedad actual, basada en la creencia, falsa como todas, de que el
ser humano es superior a los animales, el varón a la mujer, y el
nacional(ista) al extranjero, lo que da lugar a los tres terribles
-ismos que nos caracterizan: humanismo, machismo y racismo.
No existe ningún argumento lógico ni mínimamente
coherente para que los llamados "seres humanos" creamos que somos el
centro del universo (antropocentrismo, humanismo). No somos más que un
tipo de cosas entre otras muchas cosas. Se dice que somos animales
mamíferos pertenecientes a la especie homo sapiens sapiens, el hombre
que sabe que sabe, cuando en realidad pertenecemos a la del homo
sapiens non sapiens, o sea al hombre que sabe que no sabe, conscientes como somos de nuestra vasta ignorancia y numerosísimos prejuicios.
El humanismo del que solemos hacer gala no es más que el último reducto del patriotismo y del nacionalismo más cerril, que nos ha hecho tanto daño a los propios seres humanos como al resto de las criaturas, plantas y seres del reino inerte. El nacionalismo y el patriotismo nos hacen creen que nuestra nación y nuestra patria son las mejores. El racismo nos hace creer que nuestra raza es superior. El sexismo nos hace creer que nuestro sexo es superior, el mejor. El especismo nos hace creer que la especie humana es superior a todas las demás, como culminación de la creación divina, ya que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, según la Biblia. El humanismo es la culminación y justificación de todos estos -ismos. Hasta hay un Partido Político Humanista que se presenta a las elecciones, colmo ya de los colmos.
El humanismo del que solemos hacer gala no es más que el último reducto del patriotismo y del nacionalismo más cerril, que nos ha hecho tanto daño a los propios seres humanos como al resto de las criaturas, plantas y seres del reino inerte. El nacionalismo y el patriotismo nos hacen creen que nuestra nación y nuestra patria son las mejores. El racismo nos hace creer que nuestra raza es superior. El sexismo nos hace creer que nuestro sexo es superior, el mejor. El especismo nos hace creer que la especie humana es superior a todas las demás, como culminación de la creación divina, ya que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, según la Biblia. El humanismo es la culminación y justificación de todos estos -ismos. Hasta hay un Partido Político Humanista que se presenta a las elecciones, colmo ya de los colmos.
El humanismo, como culminación de todos los -ismos, se basa en la creencia, falsa como todas, de que nosotros somos el fin de la creación: nuestra nación, nuestra patria, nuestra especie, nuestro sexo... sólo porque es lo nuestro, pero el hecho de que sean nuestros o ajenos no los hace ni mejores ni peores que los demás. Es lo que acertó a denominar genialmente Rafael Sánchez Ferlosio como "la moral del pedo": a ninguno nos molestan nuestras propias ventosidades, que pueden llegar a complacernos, mientras que las de los demás, por el contrario, nos ofenden, sin que objetivamente haya razones aromáticas para ello.
El animalismo se quiere plantear como la
superación del humanismo, pero los animales en general y sobre
todo
algunos en particular, los que disponen de sistema nervioso central, los
domésticos o mascotas, que privilegiamos como compañeros de nuestra
soledad frente a los que criamos para comérnoslos, son demasiado
parecidos a nosotros, demasiado humanos, pobrecitos,
por lo que el animalismo tan en auge no deja de ser un nuevo humanismo de onda más amplia, que trata de conferir a algunos mamíferos algo de la
dignidad humana, y que deja fuera inexplicablemente a otros animales, plantas y rocas y demás cosas del
llamado reino inerte.
Ilustración de Pawel Kurczynski (1976-...)