sábado, 3 de octubre de 2020
Gracias al Gobierno
viernes, 2 de octubre de 2020
Batería de mensajes políticos contra el confinamiento
No hay eufemismo peor que a morir llamarlo perder la vida, resaltando la pérdida, cuando a veces lo que se pierde, paradójicamente, es lo que se gana.
Exceso de información y opiniones tertulianas idiotizantes de todo hijo de vecino, multiplicadas y replicadas hasta la saciedad en las redes sociales, vomitivo.
Otorgan al virus, entidad microscópica que desafía fronteras nacionales e individudales, el mayor atributo de soberanía y poder absoluto: la monárquica corona.
Propaganda institucional: ¡Ánimo, vecinos, lo estáis haciendo muy bien como campeones! Vamos a ganar esta guerra juntos. El virus no pasará. ¡Resistiremos!
El confinamiento, que quiere evitar el contacto/contagio personal con la imposición del distanciamiento social, nos encapsula en una burbuja de cristal.
Todos somos enfermos para el ogro filantrópico del Estado Terapéutico, aunque no presentemos síntomas, portadores asintomáticos del virus que somos o seremos.
La medicina oficial fomenta la enfermedad y su amenaza en el futuro que justifica la profilaxis para su propia subsistencia médica, farmacéutica y corporativa.
Enfermos crónicos, clientes del sistema sanitario y su farmacopea, incapaces de sobrellevar ni un vulgar episodio de gripe ni un momentáneo estado de tristeza.
El virus coronado, que se ha viralizado, es, como Dios, ubicuo. Somos sus anfitriones, conscientes o no. No desea matarnos, sino solamente nuestra hospitalidad.
Cacarean que la clausura es para evitar contagios, pero, cuando nos sancionan por salir a la calle solos o con alguien con quien convivimos, falla el argumento.
Repiten hasta la saciedad, tratándonos paternalmente como a tontos colegiales, que debemos quedarnos en casa por nuestro propio bien y por el de los demás.
Parodiando a Octavio Paz: el Estado del siglo XXI es el ogro filantrópico, más poderoso y terrible que los antiguos imperios y sus viejos déspotas y tiranos.
¿Quién teme la privación de libertad en la cárcel después de haber pasado cuarenta días y sus noches como Noé durante el diluvio universal en el arca confinado?
Pierde el Norte el navegante que deja de ver la estrella Polar, que señala ese punto cardinal. La desorientación conlleva también la lamentable pérdida del Sur.
Sólo la mala noticia es noticia, por eso los medios de comunicación las necesitan para llenar el vacío de sus tiempos y espacios, las codician, las celebran.
jueves, 1 de octubre de 2020
Taller de métrica (I)
miércoles, 30 de septiembre de 2020
Inteligencia asintomática
Si recurrimos ahora al expediente etimológico, vemos que síntoma procede del griego σύμπτωμα, vía latina symptōma, pero conservando la acentuación griega, no sé si por afán puramente conservador, por pedantería esdrujulista o por ambas cosas, ya que debería ser llana, habida cuenta de la ley de la penúltima latina, que es larga.
Los periodistas y políticos hiperculteranos prefieren utilizar el palabro “sintomatología” en lugar de “síntomas”, en frases como “La enfermedad presenta una sintomatología...” en vez de lo normal que sería “...unos síntomas...” porque parece que son más leídos cuantas más palabras polisilábicas metan, y sín-to-mas sólo tiene tres sílabas mientras que sin-to-ma-to-lo-gí-a tiene siete.
El verbo griego συμπίπτω quiere decir “yo caigo juntamente, coincido, concurro”. Σύμπτωμα, sustantivo derivado de ese verbo, está documentado en griego a partir de finales del s. V a. C. en historiadores, en los que significa, con connotación negativa, "infortunio", o "desgracia"; después en filósofos como Epicuro "atributo", "propiedad", "fenómeno concomitante", y un poco más tarde en textos propiamente médicos "fenómeno revelador de una enfermedad".
Galeno, por ejemplo, en su tratado De symptomatum differentiis K. 7. 50 diferencia el síntoma de la enfermedad (νόσημα nósēma en griego) comparándolo con las sombras: los síntomas son como las sombras que acompañan a la enfermedad principal, pero no son ella misma.
martes, 29 de septiembre de 2020
Vizcaya se escribe con be
lunes, 28 de septiembre de 2020
Recuento de La máscara de la Muerte Roja de Edgar Allan Poe
domingo, 27 de septiembre de 2020
Sonriéndole a la vida
viernes, 25 de septiembre de 2020
Neofascismo antifascista
El filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995) profetizó algo que desgraciadamente es hoy realidad. A raíz de la prohibición en Francia de la película L' Ombre des anges de Daniel Schmid en 1977, acusada de antisemitismo, publicó Deleuze un artículo en Le Monde, 18 de febrero de ese mismo año, titulado Le juif riche (El judío rico), que leo recogido en su libro “Deux Régimes de fous, textes et entretiens 1975-1995”, donde analiza dicha prohibición y reconoce que la película es tan bella que podría perdonársele un poco de antisemitismo... Al parecer está basada en una obra de teatro de Rainer Werner Fassbinder y la sinopsis de su argumento podría ser esta que leo en una página de cine de la Red: Una prostituta sin muchos clientes es contratada por un tipo llamado "el Judío" para que le escuche las escenas grotescas y sexuales que imagina. Lamenta en su artículo Deleuze que la Liga contra el antisemitismo declare antisemitas a todos los que pronuncian la palabra “judío”, y escribe: “Es como si se prohibiera una palabra en el diccionario”.
Lo que me interesa del texto de Deleuze, más allá de la anécdota de la prohibición de esta película que no he tenido la ocasión de ver, es la reflexión que hace a propósito de este tema y que es válida para la situación actual que atraviesa cuarenta años después el mundo: Por muy actual y poderoso que sea en muchos países, el viejo fascismo ya no es el problema de nuestro tiempo. Se nos prepara otros fascismos. Se está instalando un neo-fascismo en comparación con el cual el antiguo pasa por ser folclórico (...) En lugar de ser una política y una economía de guerra, el neo-fascismo es una alianza mundial para la seguridad, para la administración de una “paz” no menos terrible, con una organización coordinada de todos los pequeños miedos, de todas las pequeñas angustias que hacen de nosotros unos micro-fascistas encargados de sofocar cada cosa, cada rostro, cada palabra un poco fuerte en nuestra calle, en nuestro barrio, en nuestra sala de cine.
La aparición del neo-fascismo que denuncia Deleuze va más allá de la existencia de partidos políticos como Vox en España, el Front National en Francia, o Amanecer Dorado en Grecia, que responden, más bien, al viejo fascismo que el denomina folclórico. El neofascismo del que habla es una metástasis que el neoliberalismo ha ido desplegando sutilmente por casi todas las esferas de la vida en nombre de la seguridad y, recientemente, de la Salud Pública.
Este neofascismo no entiende de gobiernos de izquierdas ni de derechas. No se alimenta de ingredientes ideológicos, sino del miedo que siembra entre la gente. Y llama la atención cómo se extiende en ámbitos progresistas, sirviéndose incluso de eso que Deleuze denominó antifascismo folclórico, que le sirve como cortina de humo y distraccion para inocularse sigilosamente como un auténtico virus en el cuerpo social.
Muy oportuna y desgraciadamente profética resulta la reflexión que hacía Deleuze. Resulta paradójico, pero el neofascismo se disfrace de antifascismo, como el cuento aquel de la infancia en que el lobo se hacía pasar por mamá cabra aclarándose la voz y untándose sus negras pezuñas con harina blanca para confundir a los cabritos, de forma que le abriesen la puerta y pudiera, acto seguido, devorarlos.
Dando un salto de más de cuarenta años, y viniendo a nuestros días, la epidemia declarada pandemia del virus coronado que llevamos padeciendo durante siete meses está sirviendo de caldo de cultivo de una dictadura fascista mundial. Desde Nueva Zelanda hasta los Estados Unidos de América, pasando por las monarquías y repúblicas de la vieja Europa, las sedicentes democracias representativas occidentales han adoptado y están desarrollando el modelo chino de tecnocracia fascista para imponer un Estado de bioseguridad singular.
jueves, 24 de septiembre de 2020
Calladitos
Leía yo el otro día una noticia que publicaba La voz de Galicia, cuyo titular rezaba: ¿La solución para el covid? Ponte la mascarilla, habla más bajo y sal afuera. Pero lo mejor de ella venía en el subtítulo: “Los expertos aseguran que si toda la humanidad estuviese en silencio durante uno o dos meses la pandemia desaparecería”. Y también se decía: “Quienes investigan el covid-19 han ensalzado con razón las virtudes de las mascarillas; han aclamado la necesidad de la ventilación y han elogiado la naturaleza saludable de las actividades al aire libre. Pero hay otra táctica conductual que no ha recibido suficiente atención, en parte, porque se da a conocer por su ausencia.” La tácita alusión se refiere al silencio, que, efectivamente, brilla por su ausencia.
Uno de tales expertos, el profesor José L. Jiménez de la Universidad de Colorado, ha lanzado al mundo su remedio infalible: colocar como en las bibliotecas en todos los lugares públicos un cartel que diga: «Silencio, por la salud de todos». Y cumplimiento obligatorio. O sea: calladitos todos.
miércoles, 23 de septiembre de 2020
Generando miedo
Leía yo el otro día en El diario montañés, el sedicente "decano de la prensa de Cantabria", el siguiente titular no poco alarmista en grandes letras: “La pandemia asesta un duro golpe a Cantabria con tres fallecidos en una jornada negra”. En letra más pequeña, debajo del gran titular, se decía: “Las víctimas, dos mujeres de 69 y 88 años y un hombre de 55, todos con problemas de salud previos, elevan la cifra total de decesos a 228”.
Lo más relevante de esta noticia, a mi modo de ver, no era el dato en sí de la elevada cifra total de decesos teniendo en cuenta que se refiere a siete meses y que por lo tanto no es tan alta aunque estemos hablando de un pequeña taifa como es sin duda esta comunidad autónoma, sino la reflexión que hacía el periodista en el grueso del artículo, donde afirmaba: Las escuetas informaciones de la Consejería de Sanidad suelen incluir al referirse a cada nuevo deceso, la coletilla de las “comorbilidades”.
Me llamaba la atención la culta latiniparla de la que hacía gala el periodista al llamar con eufemismo “fallecidos” a los muertos y “deceso” a la muerte, y de usar el tecnicismo médico “comorbilidades”, que el diccionario de la Academia define como "coexistencia de dos o más enfermedades en un mismo individuo, generalmente relacionadas", para lo que la prensa escrita y los locutores y locutrices televisivos suelen denominar habitualmente con culto helenismo “patologías previas”, pero me llamaba más la atención todavía la reflexión que hacía después sobre la coletilla o significativo añadido que la Consejería de Sanidad incluía honestamente, todo hay que decirlo, en su escueta información, soltando la siguiente perla: En ocasiones, esto tiende a interpretarse como que el virus precisa combinarse con problemas de salud previos para ser mortal, cuando más bien se trata de que encuentra un camino más fácil para desarrollar toda su capacidad letal. Aquí contrapone el periodista lo que todo el mundo entiende a primera vista, a saber, que el virus no mata si no hay “problemas previos de salud”, y lo que en el segundo miembro de su frase él quiere que se entienda, que es lo mismo pero al revés: que el virus sí mata, cuando encuentra allanado el camino por otras afecciones.
Salta a la vista de cualquiera que la letalidad del virus, si no se combina con problemas de salud previos, es prácticamente nula. El contagio, por lo tanto, del virus no debería ser tan temido porque no mata per se. ¿Qué significa esto? Que esas tres víctimas probablemente no habrían muerto todavía, pese a estar contagiadas, si no hubieran tenido previas patologías, y que esas enfermedades previas son las que nuestro sistema sanitario debería también tratar de atajar con mayor esmero, para que el contagio de este virus o de cualquier otro que nos venga no nos lleve por el mal y allanado camino que dice el periodista.
Como ya no nos asustan mucho con los llamados “casos positivos”, que suben de día en día como la espuma efervescente, cosa que no dejan de recordarnos a todas horas así como que son debidos, cómo no, a nuestra irresponsabilidad, casos positivos que no son propiamente hablando enfermos ni mucho menos muertos, vuelven a la carga ahora sacando a relucir los fallecidos, aunque sean pocos y no sean tantos ya, pero cuentan y cuánto en la nueva normalidad y en esta segunda ola que se han empeñado en declarar para seguir metiéndonos el miedo en el cuerpo y en el alma, que es lo que tratan de hacer tanto los medios de formación de la opinión pública como las autoridades sanitarias.
Que tres muertos sean un duro golpe asestado por la pandemia que ennegrece particularmente una jornada, como proclama el provinciano periódico local de campanario, es mucho decir, y por eso se dice: para que se diga mucho y se repita, y a fuerza de repetirlo como si fuera un mantra o la letanía del rosario, suene a que tres son muchos y suene a verdadero. Pero el número tres, como tal número, no es sinónimo de muchos en absoluto, porque también puede serlo de pocos, como en este otro titular de otro diario: "La Junta corrige el dato de ayer y confirma solo tres muertos por coronavirus en Zamora".
martes, 22 de septiembre de 2020
(In)solidarios
El adjetivo “solidario” y el sustantivo “solidaridad” se oyen a todas horas por todas partes. Es relativamente reciente su incorporación a los diccionarios de las lenguas. En la lengua del Imperio, que influye sobre todas las demás, el término solidarity entró hacia 1829, tomado del francés solidarité con el significado de “comunión de intereses y responsabilidades, responsabilidad recíproca”, de una entrada de la Encyclopédie (1765), a partir del adjetivo solidaire con el significado de común a varias personas, de manera que cada una responde de todo, derivado de solide, propiamente “sólido, compacto”, y del latín jurídico in solidum (siglo XV) "para el todo".
Ya a finales del siglo XX, en 1980 se formó en Polonia un movimiento sindical importante que se llamó Solidarność, solidaridad en polaco, de raíz cristiana y contrario al gobierno comunista del país, cuyo líder Lech Wałęsa, apoyado por Karol Wojtyła, que más tarde se convertiría en papa con el nombre de Juan Pablo II, llegó a la presidencia del país. Este sindicato contribuyó notablemente a la caída del comunismo en la Europa del este.
Tanto solidario como solidaridad, pues, son términos que proceden del adjetivo latino solidus -a -um, que en principio significa “denso, consistente, entero, completo”, relacionado con el griego ὅλος, hólos, de donde nuestros holístico, holocausto y católico, con pérdida en castellano de la hache aspirada (cf. ing. catholic), y con el latín sollus “todo, entero” y saluus. Tanto el término latino como el griego derivan de la raíz indoeuropea *sol "entero", que en grado cero y con sufijo -u dio en latín salus, origen de nuestra salud, que etimológicamente sería "condición entera o sana".
La evolución del adjetivo solidus nos da por un lado el cultismo sólido, consolidar, solidario y demás, pero por la vía popular evoluciona a sueldo (solidum, solidu, sólido, soldo, sueldo), y a los verbos soldar y, con alteración fonética, saldar.
En latín tardío el solidus era el nombre de una moneda de oro, un ducado, porque era una moneda sólida, propiamente consolidada, a diferencia de las demás de escaso valor o de valor variable. En la Edad Media sueldo era el nombre de una moneda, que era la paga del ejército mercenario, que por eso se llama soldada y a los militares soldados. De ahí evolucionó a "paga del criado" y finalmente a "salario en general", como en la expresión asesinos a sueldo.
El término insolidario, con prefijo negativo in-, es decir que no es solidario o no actúa solidariamente, se puso bastante de moda con el auge de las oenegés u Organizaciones No Gubernamentales, que apelaban al sentimiento de solidaridad o cohesión de la gente para resolver los problemas del mundo al margen de los gobiernos, aunque las más de las veces subvencionadas por estos. Se puede considerar la apelación a la solidaridad como la versión laica de la caritas cristiana, una de las tres virtudes teologales junto a la fe y a la esperanza.
Con motivo del arresto domiciliario que se decretó en las Españas desde el 15 marzo hasta el ingreso en la Nueva Normalidad el 21 de junio de 2020, se oía mucho el adjetivo "insoldiario" como reproche que se hacía a todas aquellas personas que ponían en duda la necesidad de las medidas represivas tomadas -“implementadas” como decían ellos- por el gobierno o que se replanteaban la propia gravedad e incluso la definición de la “pandemia” que trataba de justificarlas, retorciendo el significado del término.
Solidaridad, en efecto, se define como apoyo a los demás, pero la solidaridad que, sin embargo, reclaman gobiernos y medios de manipulación de masas, era acatamiento y obediencia ciega, esgrimiendo el peregrino argumento de que “debíamos sacrificarnos para proteger a las personas más vulnerables”. Aquí vemos cómo la extorsión del lenguaje llegó a calificar de “solidaridad” lo que en realidad debería denominarse “sumisión, conformismo, acatamiento, obediencia ciega”, e “insolidaridad” a la rebeldía o cuestionamiento crítico de eso, es decir a lo contrario.