viernes, 24 de abril de 2020

Contactos y contagios

La palabra “contagio”, tomada del latín CONTAGIVM tiene una curiosa historia detrás, como casi todas las palabras. La tenemos en castellano desde comienzos del siglo XVII con el significado de “transmisión de una enfermedad”. Procede del verbo latino CONTINGERE, que a su vez es un compuesto con apofonía vocálica de TANGERE, que significa tocar, con el preverbio CON-, que le da un valor de convergencia y de reunión, un valor sociativo y de acción recíproca y confluencia: Si TANGERE es sólo tocar, CONTINGERE es tocarse. Algo parecido a lo que sucede con LOQVOR, que es hablar, y CON-LOQVOR, que con el prefijo delante se convierte en conversar: el monólogo se convierte en diálogo o coloquio. 

El verbo simple TANGERE, que evoluciona a tañer -un instrumento de cuerda o el tañido de las campanas, por ejemplo-, por lo que nos atañe, contiene un infijo nasal -N- en el tema de presente que desaparece yéndosenos por la tangente a la hora de formar el participio de perfecto, quedando su raíz reducida a TAG-: al añadir el sufijo del participio -TVS se ensordece el fonema oclusivo gutural sonoro G en contacto con el  dental sordo T, se contagia de su "sordera" y pierde la sonoridad característica que le proporcionaba la vibración de nuestras cuerdas vocales convirtiéndose en C, pronunciado como en “casa” o “cosa”, de modo que lo que debería ser *TAGTVS acaba siendo TACTVS, tacto: aquí lo tenemos en nuestra lengua también.

Y de ahí uno de nuestros sentidos corporales, el del tacto, cuyo órgano es la piel extendida a lo largo y ancho de todo nuestro cuerpo. Con el prefijo negativo IN-, tenemos intacto, con lo que nos referimos a lo que no ha sido tocado y permanece puro, casto, virgen, sin mezclar, inalterado. 


Es curioso que nuestra palabra tacto, además de referirse a uno de los cinco sentidos corporales y a la acción de tocar o palpar, también signifique entre nosotros “prudencia para proceder en un asunto delicado”, como en la expresión “andarse con tacto”, donde es prácticamente sinónima de “cuidado”. 

Esto nos lleva a la siguiente contingencia: contagio y contacto son desde un punto de vista estrictamente etimológico esencialmente lo mismo. Pero si el contagio en el sentido de transmisión de una enfermedad es un resultado del contacto, no se puede decir, sin embargo, al revés, que todo contacto conlleve siempre un contagio. Hay contactos por ejemplo virtuales, los que se producen a través de una pantalla táctil, de las personas que rehúyen los contactos epidérmicos, reales, físicos. 

Hay que lamentar que se haya perdido entre nosotros el componente táctil físico a la hora de contactar con alguien o a la hora de relacionarse uno con sus contactos, como se dice en las redes sociales. Gracias (de nada) a la tecnología, hemos sustituido el calor humano del contacto físico por la frialdad del virtual o telemático. 

Ahora, además, gracias (de nada también) al miedo que nos han metido en el cuerpo a la plaga del virus coronado,  no nos queda otra, nos aseguran, que evitar el contacto físico si queremos evitar contagiarnos, por lo que nos autoimponemos el distanciamiento social: guardamos las distancias. Pero es inhumano. 


Perdemos las caricias, el calor efusivo de un abrazo o de un apretón de manos por miedo a que el otro nos contagie, por el miedo a contagiarle nosotros o por el miedo recíproco a contagiarnos mutuamente. El no miedo sino pánico al pestífero contagio hace que nos apartemos de todo contacto, de todo tacto

Una cosa es tener cuidado con lo que se toca, siempre nos lo han dicho, desde pequeños, así como que hay cosas que no se tocan, intangibles, las cuales eran precisamente las que queríamos tocar, y otra es tocar sólo asépticas pantallas táctiles, como si estas fueran inofensivas, o tocar otras cosas y personas con la mediación sanitaria de un guante profiláctico.

jueves, 23 de abril de 2020

Dos epigramas de Luca Gaurico

Os presento dos epigramas latinos en dísticos elegíacos de Luca Gaurico (1476-1558), astrónomo y matemático italiano, en los que figuran dos claras referencias horacianas a la "pallida mors", la muerte demacrada que golpea con idéntico pie las chabolas de los pobres y los casoplones de los ricos -Bate la muerte pálida con pie de igual pujanza / las torres de los reyes y el rancho del pastor, en la traducción de Aurelio Espinosa Pólit-, y el "puluis et umbra sumus" que aparece en la celebración de la primavera que leíamos aquí

 
Aurum quid prodest homini? Quid gloria? Quid uis?
 Pallida mors dira     singula falce metit.
 Nil aurum, nil pompa iuuat; nihil sanguis auorum.
 Excipe uirtutem,     cetera mortis erunt. 

¿Qué le reportan al hombre el oro, el poder y la gloria? 
Pálida muerte con su hoz     todo cercena brutal. 
Valen nada el oro, la pompa, el rancio abolengo. 
Salva virtud, lo demás     pasto de muerte será. 

Puluis et umbra sumus; puluis nihil est nisi fumus; 
sed nihil est fumus;     nos nihil ergo sumus. 
Hora fugit, celeri properat Mors improba passu; 
et tegitur coelo     quidquid acerba rapit. 

Somos polvo y sombra; el polvo no es sino humo; 
nada es el humo; así      nada nosotros también;
 Huye el tiempo, la Muerte atroz corre a paso ligero;
 y bajo el cielo lo que hay     nos arrebata feroz.

miércoles, 22 de abril de 2020

Arnold Böcklin y la Muerte

Arnold Böcklin, autor del cuadro La Peste, del que hablábamos el otro día a propósito de una cita de Tucídides, estuvo bastante obsesionado con la Muerte, hasta el punto de que su autorretrato representa a ésta detrás del artista en forma de un esqueleto que toca el violín al oído, como si fuera su sombra, mientras Arnold está, pincel en mano, pintando un cuadro con una mirada que indica su preocupación, que le trasmite al espectador del cuadro. 

 Autorretrato, Arnold Böcklin (1873)

Pero su obra más célebre es sin duda Die Toteninsel: La isla de los muertos, que ejerce una gran fascinación sobre quien la contempla. Pintó varias versiones, a modo de variaciones musicales del mismo tema. Esta es la tercera. 

 La Isla de los Muertos, Arnold Böcklin (1880)

Representa el último viaje en la barca de Caronte, y la travesía de la laguna Estigia. En el pequeño islote hay altos y oscuros cipreses, árboles fúnebres presentes en numerosos cementerios, así como lo que parecen nichos de sepulcros horadados en la roca. 

En esta obra Arnold Böcklin pinta a un remero y una figura blanca de pie y de espaldas al espectador sobre una pequeña barca que se dirige sobre aguas tranquilas hacia una pequeña isla rocosa. En el bote hay un ataúd blanco. 

Caronte sería el remero, y la figura blanca podría ser el alma del muerto frente al ataúd igualmente blanco, o podría ser también el propio Caronte.  

El simbolismo de la obra multiplica su misterio. El cuadro fascinó a muchos pensadores (Freud, Nietzsche) y artistas (Munch, Dalí), así como al músico Sergey Rachmaninoff (1873-1943) que compuso un poema sinfónico, inspirado por la visión de la obra, del mismo título. Disfrutadla.


Böcklin pintó también una Medusa, que deja petrificado al espectador por su mortecina palidez y su apagada mirada.  Resulta interesante la iconografía de este motivo mitológico, que puede verse en esta página electrónica dedicada a la Gorgona y a la belleza medusea. Asimismo puede resultar interesante la opinión que le merecía su simbolismo a Sigmund Freud, que tratamos en otra ocasión  aquí.

La mirada de la Medusa de Böcklin nos deja petrificados, como la de la Gorgona, nos horroriza más que las serpientes que tiene por cabellos. Sus ojos muertos, sin brillo, sin la luz de las pupilas que los iluminen, nos matan. 
 
Medusa, Arnold Böcklin (c.1878)

martes, 21 de abril de 2020

Una pregunta de Giorgio Agamben

El filósofo italiano, que ya había denunciado a propósito de la lucha contra el terrorismo que cualquier ciudadano era para el Estado un terrorista virtual, un presunto terrorista que tiene que demostrar su inocencia cuando no es culpable de nada, y que la excepcionalidad del Estado de Alarma se había convertido en la regla, denuncia ahora en su artículo Una pregunta del 13 de abril del corriente año publicado en quodlibet la irresponsabilidad de aquellos que deberían haber velado por la dignidad humana, y no lo hicieron, a raíz de la emergencia sanitaria del virus coronado: “En primer lugar, la Iglesia, que al convertirse en la sierva de la ciencia, que se ha convertido en la verdadera religión de nuestro tiempo, ha renunciado radicalmente a sus principios más esenciales. La Iglesia, bajo un Papa llamado Francisco, ha olvidado que Francisco abrazó a los leprosos. Ha olvidado que una de las obras de misericordia es visitar a los enfermos. Ha olvidado que los mártires enseñan que uno debe estar dispuesto a sacrificar su vida antes que la fe y que renunciar al prójimo significa renunciar a la fe”. 

 

En segundo lugar denuncia al poder legislativo, que ha enmudecido ante la prepotencia del ejecutivo: “Otra categoría que ha fallado en sus deberes es la de los juristas. Hace tiempo que estamos acostumbrados al uso imprudente de los decretos de emergencia mediante los cuales el poder ejecutivo sustituye al legislativo, aboliendo ese principio de separación de poderes que define la democracia. Pero en este caso se han superado todos los límites y se tiene la impresión de que las palabras del Primer Ministro y del Jefe de Protección Civil se han convertido inmediatamente en ley, como se decía para las del Führer. Y no vemos cómo, habiendo agotado el plazo de validez de los decretos de emergencia, las limitaciones de la libertad pueden ser, como se anuncia, mantenidas. ¿Por qué medios legales? ¿Con un estado de excepción permanente? Es tarea de los juristas verificar que se respeten las reglas de la constitución, pero los juristas permanecen en silencio. Quare silete iuristae in munere vestro? (¿Por qué calláis, juristas, en el desempeño de vuestro oficio)".

 Giorgio Agamben

Y concluye con esta aseveración: “Una norma que establece que hay que renunciar al bien para salvar el bien es tan falsa y contradictoria como una que, para proteger la libertad, requiere que se renuncie a ella”. 

Esto me recuerda a mí a aquel oximoro que dijo y dio la vuelta al mundo un comandante de infantería después de la batalla de Bến Tre, en el delta del río Mekong, reducida a escombros tras los ataques norteamericanos durante la guerra del Vietnam: "it became necessary to destroy the village in order to save it" (se hizo necessario destruir la aldea para salvarla). 

Otro celebérrimo oximoro fue, allá por el verano de 2002, el del por aquel entonces presidente de los Estados Unidos George W. Bush que propuso, a raíz de la ola devastadora de incendios veraniegos, la tala de árboles para acabar con los fuegos forestales (sic).  Suena contradictorio, fuera de contexto.  El presidente no sólo quería eliminar la maleza que arde enseguida, sino también árboles adultos, muy codiciados por la industria maderera, a fin de reducir así la masa forestal. Parece contradictorio. Y lo es. Dentro y fuera de contexto.

domingo, 19 de abril de 2020

Túcidides a propósito de la peste ilustrado por Arnold Böcklin

Escribe Tucídides a propósito de la peste de Atenas (La Guerra del Peloponeso, II, 53): πρῶτόν τε ἦρξε καὶ ἐς τἆλλα τῇ πόλει ἐπὶ πλέον ἀνομίας τὸ νόσημα. Por lo demás, la epidemia -hoy ya pandemia- fue también para la ciudad -la polis en griego, pero hoy diríamos el Estado- el comienzo de un mayor desprecio por las leyes (anomía, en griego, con prefijo negativo). 

Lo mismo podríamos decir en la coyuntura actual en la que el virus coronado ha supuesto la suspensión de algunos derechos no voy a decir ya constitucionales sino fundamentales como el de reunión y asociación, imponiendo el llamado distanciamiento social, así como el de la libre circulación de las personas, que se ven constreñidas al confinamiento en sus hogares, que pueden ser un auténtico infierno, renunciando a todo contacto físico con el exterior. 


 La Peste, Arnold Böcklin (1898)

Ilustro la cita de Tucídides con una imagen del cuadro “La Peste” (1898) de Arnold Böcklin (1827-1901), el pintor suizo considerado uno de los grandes maestros del simbolismo romántico alemán. 

En este impresionante cuadro pintado al temple sobre madera, antigua técnica pictórica característica de los estilos románico y gótico, y de los iconos bizantinos y ortodoxos, el objetivo del artista es representar el sufrimiento de la gente bajo la Peste Negra que azotó Europa en el siglo XIV. 

El cuadro representa la cabalgada de la Muerte, en su alegoría de Señora de la Guadaña, que blande con dos manos, sobre una criatura alada similar a un dragón con alas de murciélago que sobrevuela la calle de una ciudad cercenando la vida de todas  las personas que encuentra a su paso.  En esta alegoría la Muerte no es la consecuencia de la peste, sino que ella misma es la peste. 

La Muerte, vestida de negro, presenta en rostro y extremidades un tono verde pálido cadavérico. Destacan, por lo demás, los tonos oscuros en la ropa de las víctimas. El color rojo de la mujer cuya vida ha sido truncada simboliza la sangre, el único color vivo en el cuadro, que contrasta con el vestido blanco de la otra mujer sobre la que yace.

sábado, 18 de abril de 2020

Proverbio georgiano y un jaicu.


oOo

Es el jaicu o jaicú, como se sabe, una composición poética breve japonesa que consta sólo de tres versos de arte menor de 5, 7 y 5 sílabas en este orden. Esta definición no nos dice nada, sin embargo, del ritmo de esos versos, que teóricamente podrían acabar en una sílaba átona o no marcada rítmicamente, como este ejemplo que es traducción de Kobayashi Issa: Huye el rocío. / En este mundo sucio / no hago yo nada; o podrían acabar con la última sílaba marcada rítmicamente y, por lo tanto, tónica; nos encontraríamos entonces con jaicús de  otro tipo, que según el cómputo castellano serían versos de 6, 8 y 6 sílabas, porque al acabar en sílaba tónica se cuenta una sílaba más, como este que improviso: Lo sacrificó / al cordero el buen pastor, / carnicero al fin; o como los Ocho jaicus para una cuarentena que saqué .
 

El buen pastor, José García Hidalgo (1646-1717)

El verso del jaicu o jaicú japonés acaba siempre en tiempo marcado rítmicamente, como el último ejemplo. Eso es al menos lo que se desprende del minucioso estudio de Agustín García Calvo en su monumental Tratado de rítmica y prosodia y de métrica y versificación. (Editorial Lucina, 2006 Zamora, 1691 páginas).

viernes, 17 de abril de 2020

Más seguiriyas y jaicus contra el confinamiento

Confinado en casa, 
muy a mi pesar, 
guardando las distancias que el Estado
 obliga a guardar. 

Si insisten, me pongo
 mascarilla ahora, 
pero mordaza no voy a ponerme 
que calle mi boca. 

Algunos vecinos 
toditas las tardes 
se asoman a la ventana a las ocho
y cantan y aplauden. 

(Oigo desde aquí, /  lejos, las olas del mar / que no alcanzo a ver)

Malhaya el Estado 
que así nos condena 
a la soledad sin besos ni abrazos 
de la cuarentena. 

Ordena el Gobierno 
que nadie se salte 
el confinamiento, y yo me lo salto, 
que no hay quien lo aguante. 

Hay  otra pandemia
peor que la peste 
y el virus coronado, madre: el miedo, 
que mata a la gente.

(Por seguridad, / esa falsa sensación, / pierdes libertad.)

jueves, 16 de abril de 2020

Los Muertos, de Gabriel Albiac

Publica Gabriel Albiac una espléndida columna en el diario ABC el 13 de abril de 2020 titulada Los Muertos, que me permito transcribir para comentar tres referencias clásicas que incluye.

He aquí, sin su permiso, el texto que copio y pego: 

Es fácil descender a los infiernos. Regresar de allí es la tarea más ardua (1). Pero, sin ese viaje, quede claro, nadie accede a la plena condición humana: la experiencia de la muerte. De la muerte de los otros, que es la única muerte que experimentamos (2). Y, entre los otros, la muerte de aquellos a los que amamos. Ése es el rito de paso: el único ineludible. Retornar entre los vivos, tras haber atravesado el misterio en el cual late lo sagrado, lo indecible de la muerte, es iniciar una vida de hombre. 

Y no hay retorno si no hay viaje. Viaje al reino de las sombras, sin el cual nuestras vidas se pudrirían en una larga adolescencia, un ameno inacabamiento. 

La muerte debe ser mirada a los ojos, en la medida misma en que sabemos que nunca entenderemos su lógica. Y el viaje a través del reino de las sombras nos hará el don, si sabemos cruzarlo sin cerrar los ojos, de merecer la luz. Aunque apenas la atisbemos. Eso advierte la Sibila a Eneas: «Fácil es descender a los infiernos... Retornar de allí, no lo es tanto». Retornar es tarea de héroe. Lo demás, en su vida, habrán sido juegos. Sólo juegos. 

Al cabo ya de un mes de confinamiento, me golpea la hermética constatación de una ausencia: la de los muertos. Ausencia material como simbólica. Los muertos han quedado en sólo cifras. Y han sido, en esas cifras monstruosas -16.000 oficiales, que serán el doble, en España-, eludidos. Con el pulcro borrado de las estadísticas. No los hay en lo simbólico: sin excepción casi, sobre la necia -¿la perversa?- pantalla de los televisores, voces pizpiretas canturrean cifras y horrores con voz y tono idénticos a los usuales en concursos y pasatiempos. No hay un signo de luto verdadero. No hay ni asomo de ese serio abordaje trágico que es el exacto contrario del obsceno melodrama. Por ninguna parte. Y, sin embargo, la tragedia está aquí. Primordial como pocas veces la hemos conocido. El dolor acumulado es atroz. No se dice. Y a la muerte la desplaza el espectáculo. Inofensivo. Se tapona, así, en quien sobrevive, el dolor verdadero. De realidad humana primordial, la muerte pasa a convertirse en recurso virtual de redes e imágenes: nadería. Y queda, así, invisible. Y el duelo, esa esencial travesía del Averno en la cual afrontar la verdad más honda, queda bloqueado. 

Y, sin embargo, el duelo es lo que nos hace hombres: el dolor que se sabe inaceptable y ante el cual, sin embargo, no nos está permitido cerrar los ojos. La aceptación de este mundo inaceptablemente doliente que es el nuestro. Toda la emoción humana cabe en la larga noche en la cual Aquiles conversa con el cadáver de Patroclo. Y en la desolación de Odiseo en los infiernos ante su muerta madre que ni siquiera lo reconoce. Pero sólo después de haber atravesado, ojos abiertos, tal dolor, podrá Odiseo retornar al mar y al viaje. Con su dolor. Irrenunciable. Tras el duelo, «nuestro barco las aguas dejó del océano, el gran río, / y salió nuevamente a las olas del mar anchuroso» (3). A eso llamamos luto. Eso nos niegan. 

oOo

(1) Se trata de las primeras palabras que le dice la Sibila de Cumas a Eneas, al que va a acompañar en su descenso a los infiernos en el libro VI de la Eneida de Virgilio, concretamente los versos 127-130. Así dicen en latín: ...facilis descensus Auerno; / noctes atque dies patet atri ianua Ditis; / sed reuocare gradum superasque euadere ad auras, / hoc opus, hic labor est. Vienen a decir algo así: ...es fácil bajar al Infierno, / noche y día se abre la puerta de Dite sombrío; / pero volver sobre el paso y salir al aire de arriba, / tal el trabajo y tarea. La referencia a Dite, “el rico”, es una alusión apotropaica a Plutón o Hades, el dios del inframundo. Se han hecho proverbiales entre nosotros las palabras facilis descensus Averno: fácil es la bajada al Averno, dando a entender que lo difícil es desandar el camino andado, y subir una vez que se ha bajado. Hay una máxima griega, que Diógenes Laercio (IV, 49) atribuye a Bión de Borístenes, que es el perfecto correlato griego de la frase virgiliana: εὔκολον ἔφασκε τὴν εἰς ᾄδου ὁδόν: decía que es fácil el camino al Hades.

(2) Encuentro aquí un eco de Epicuro que en su carta a Meneceo establece que nosotros y nuestra muerte somos incompatibles: El más aterrador, por tanto, de los males, la muerte, nada es para nosotros, por cuanto mientras nosotros estamos, la muerte no está presente;  y cuando la muerte esté presente, entonces nosotros no estaremos. Por tanto, ni para los que están vivos es,  ni para los que han muerto, por cuanto para unos no está, y los otros ya no están ellos. (Traducción de Luis -Andrés Bredlow). Detrás de estas palabras se oculta un descubrimiento muy sencillo, que repetirá Lucrecio en latín, haciéndose eco del divino Epicuro: nil igitur mors est ad nos neque pertinet hilum (De Rerum Natura, III, 830): Nada es pués a nosotros la muerte y nada nos toca. (Traducción de García Calvo). No tenemos ninguna experiencia previa de la muerte propia. O como dice Albiac, la única muerte que experimentamos durante nuestra vida es la de los otros, la muerte ajena, nunca la propia.

(3) Cita Albiac los dos primeros versos del canto duodécimo de la Odisea de Homero en la traducción de Pabón: Así dicen en su original griego: αὐτὰρ ἐπεὶ ποταμοῖο λίπεν ῥόον Ὠκεανοῖο / νηῦς, ἀπὸ δ᾽ ἵκετο κῦμα θαλάσσης εὐρυπόροιο. En el canto anterior se narra el descenso a los infiernos de Odiseo, que viaja a la mansión de Hades a consultar al adivino Tiresias sobre su regreso a Ítaca. Allí se encuentra con las almas de muchos combatientes que habían muerto durante la guerra de Troya, y con la de su madre, que se había quitado la vida en su ausencia. A continuación Odiseo, Ulises, vuelve al mundo de los vivos y se hace a la mar: "Tan luego como la nave, dejando la corriente del río Océano, llegó a las olas del vasto mar..."

lunes, 13 de abril de 2020

Letalidad y Exitus (letalis).

¿Hay diferencia entre letalidad y mortalidad

Juzgad vosotros mismos. 

Mortalidad: cualidad de mortal, que deriva del latín mortalem que a su vez procede de mortem: “muerte”. Mortalidad es también la tasa de muertes producidas en una población durante un tiempo dado, en general o por una causa determinada. (Más popular, es decir, más nuestra y menos latiniparla, es la palabra mortandad, que es una alteración de *mortaldad, forma apocopada de mortalidad por la pérdida de la vocal átona pretónica, y que la academia define como “gran cantidad de muertes causadas por epidemia, cataclismo, peste o guerra”). 

Letalidad: cualidad de letal, derivado de letalem que a su vez procede del latín letum: “muerte”. Sinónimo de mortalidad. 

¿Por qué se emplea últimamente tanto “letalidad” en la expresión “tasa de letalidad” en lugar de la más comprensible “mortalidad” y “tasa de mortalidad”? Parece a primera vista elemental, querido Watson: porque se quiere ocultar con la culta latiniparla la realidad de la Muerte que hay detrás de la palabra. Y porque el palabro, siendo latino, nos llega sin embargo a través de la lengua del Imperio.

Asimismo, hablamos de inyección letal y no de inyección mortal para referirnos al método de ejecución consistente en inocular por vía intravenosa y de manera continua una cantidad letal, es decir, mortal, de diversos fármacos combinados, que producen, sucesivamente, inconsciencia, parálisis respiratoria y finalmente paro cardíaco. 

Igualmente los políticos y los periodistas que repiten sus palabras procedentes del lenguaje culto que no entiende el vulgo hablan ahora del elevado índice de letalidad del virus coronado el pasado año 2019, que está provocando estragos durante el presente año de 2020 entre la población de edad más avanzada confinada en las residencias geriátricas, para ocultar la mortandad real. 

El triunfo de la Muerte, Pieter Bruegel (1562) 

Si recurrimos al diccionario de términos médicos de la Real Academia Nacional de Medicina, la cosa se aclara un poco: No es exactamente lo mismo mortalidad que letalidad, porque mortalidad es un término genérico que afecta a todo el mundo y letalidad es una mortandad específica que sólo se aplica a los afectados por alguna enfermedad. Por eso no es lo mismo la tasa de mortalidad, que se calcula tomando como referencia a la población total, que la de letalidad, que sólo tiene en cuenta a las personas afectadas por una determinada enfermedad. La tasa de mortalidad, según el citado diccionario, es la ‘proporción entre el número de fallecidos en una población durante un determinado periodo de tiempo y la población total en ese mismo período’ y la tasa de letalidad es el ‘cociente entre el número de fallecimientos a causa de una determinada enfermedad en un período de tiempo y el número de afectados por esa misma enfermedad en ese mismo período’.

Es curiosa en la lengua del Imperio la hache intercalada de lethal y lethality inexistente en latín (letalis, letalitas), que es fruto del cruce de la palabra latina letum con la griega λήθη léthe, olvido, propiamente Leteo, el legendario Río del Olvido que estaba en el Hades y que tenían que atravesar las almas de los muertos, y por lo tanto tiene también que ver con la ληθαργία lethargía y el λήθαργος léthargos, y con lo que está latente, es decir, oculto y no patente. La raíz originaria era λᾶθος, indoeuropeo *lādh-. 

En la jerigonza del gremio médico-sanitario se habla igualmente de exitus como sinónimo de muerte. Se trata de la abreviación del término latino exitus letalis, que literalmente significa “salida -como exit en la lengua del imperio- mortal”. Éxito, en efecto, es un cultismo que significa “salida”, del verbo exire, salir, que en castellano se ha caracterizado con una connotación positiva, de buena salida, de triunfo, de logro, pero que en su evolución vulgar no tiene: por ejemplo, forajido (que ha salido fuera, en primer lugar, después bandido), ejido (terreno comunal que está fuera del pueblo). 

Recuerdo que una vez solicité a un hospital público de nuestro sistema sanitario, el mejor del mundo, según dice sus apologetas, un certificado del fallecimiento de un familiar de segundo grado para presentarlo en el trabajo, porque allí había fallecido, y me dijeron los responsables administrativos que sólo podían darme uno de que había sido dado de alta, literalmente,  en el hospital. Supongo que las estadísticas de ese hospital arrojan un número muy elevado de altas médicas, porque allí no se muere nadie: los fallecidos son enseguida despachados a las dependencias del otro barrio en la barca de Caronte.

domingo, 12 de abril de 2020

¿Para quitarme un mal, me das mil males?

Quevedo, entre nosotros, como no podía ser menos, se convierte en un crítico furibundo de la medicina profiláctica y no curativa,  que perjudica la salud, -algo de lo que no suelen advertirnos las llamadas autoridades sanitarias, que resultan, al fin y a la postre, las menos saludables y las más perjudiciales para nuestro bienestar. 

Afirma en sus Fragmentos de la Vida de Marco Bruto: “Matan los médicos y viven de matar, y la queja cae sobre la dolencia.” Y “Mata el médico al enfermo con lo que le receta para que sane”. Acusa también a los médicos de complicidad criminal con los boticarios, la industria farmacéutica, diríamos hoy, a la hora de preparar “porquerías y hediondeces”. 

En El sueño de la Muerte denuncia que utilizan una jerigonza gremial grecolatina incomprensible para el pueblo llano: "Y luego ensartan nombres de simples que parecen invocaciones de demonios: buphthalmos, opopanax, leontopetalon, tragoriganum, potamogeton, senipugino, diacathalicon, petroselinum, scilla, rapa. Y como han oído decir que quien no te conoce te compre, disfrazan las legumbres porque no sean conocidas y las compren los enfermos. Elingatis dicen lo que es lamer, catapotia las píldoras, clíster la melezina (sic, en castellano antiguo por medicina), glans o balanus la cala, errhina moquear. Y son tales los nombres de sus recetas y tales sus medicinas, que las más veces de asco de sus porquerías y hediondeces con que persiguen a los enfermos se huyen las enfermedades".

Como testimonio, vamos a leer su soneto satírico-burlesco que lleva por título: “Médico que para un mal, que no quita, receta muchos


La losa (1) en sortijón pronosticada
 y por boca una sala de viuda (2), 
la habla entre ventosas (3) y entre ayuda (4), 
con el "Denle a cenar poquito o nada". 

La mula, en el zaguán, tumba enfrenada; 
y por julio un "Arrópenle si suda; 
no beba vino; menos agua cruda; 
la hembra, ni por sueños, ni pintada". 

 Haz la cuenta conmigo, doctorcillo: 
¿Para quitarme un mal, me das mil males? 
¿Estudias medicina o Peralvillo?(5)

¿De esta cura me pides ocho reales?(6) 
Yo quiero hembra y vino y tabardillo(7), 
y gasten tu salud los hospitales. 

Retrato de Francisco de Quevedo, Juan van der Hamen (?), medidados siglo XVII 
1.- Losa: Sepulcro de un cadáver, por la lápida que se coloca sobre las tumbas. Los médicos solían llevar en el pulgar una sortija con una gran piedra, de ahí lo de sortijón, con sufijo aumentativo, que le recuerda al paciente la futura muerte, pronosticándosela. Escribe Quevedo en el Libro de todas las cosas y otras más: “Si quieres ser famoso Médico, lo primero linda mula, sortijón de esmeralda en el pulgar, guantes doblados, ropilla larga y en verano sombrerazo de tafetán.”   

2.- Sala de viuda: por la negrura asociada al luto que vestían las viudas. La cara del médico le recuerda la muerte. Madame Daulnoy escribe en su Relación del viaje por España (1691) hablando de las viudas: “Me he enterado de que pasan el primer año de su duelo en una Habitación completamente entelada de negro, donde no entra ningún rayo de sol...” Al parecer se cubrían con telas austeras los cuadros, los muebles y todo lo que pudiera distraer a la viuda de su duelo. 

3.- Ventosa: Vaso o campana, comúnmente de vidrio, que se aplica sobre una parte cualquiera de los tegumentos del paciente, enrareciendo el aire en su interior al quemar una cerilla, una estopa, etc. 

4.- Ayuda: Lavativa, enema, o más propiamente énema (del lat. tardío enĕma, y este del gr. ἔνεμα) Líquido que se introduce en el cuerpo por el ano con un instrumento adecuado para impelerlo, y sirve por lo común para limpiar y descargar el intestino. 

5.- Peralvillo es una localidad de la Mancha, cercana a Ciudad Real, camino de Toledo,  que aparece citada en el Quijote en boca de Sancho Panza en el refrán “dar o terminar en Peralvillo” como sinónimo de acabar condenado a muerte. En Peralvillo, al parecer, era donde la Santa Hermandad de la Inquisición ejecutaba a los reos asaeteándolos. El maestro Covarrubias en el Tesoro de la lengua castellana alude a Peralvillo como "un pago junto a Ciudad Real, adonde la Santa Hermandad hace justicia a los delinquentes... con la pena de saetas". De ahí surgió el proverbio: La justicia de Peralvillo, que después de asaetado el hombre le fulminan el proceso; es decir, que en primer lugar se ejecuta al delincuente que ha sido sorprendido in fraganti delicto, es decir, cuando el delito está tan reciente que todavía huele, y posteriormente se formaliza el proceso y se le condena. Es una manera metafórica de aludir a los que empiezan a hacer algo por el final, por ejemplo, la casa por el tejado, como se dice vulgarmente, y una forma de acusar a la justicia de actuar injustamente mediante linchamiento al anteponer la ejecución al juicio. 

6.- Real: El real fue una moneda de plata que comenzó a acuñarse a finales del siglo XIV en el reino de Castilla y que fue la base del sistema monetario español hasta el siglo XIX. Había monedas de dos reales, cuatro reales y ocho reales. Los que hemos conocido la peseta como moneda española que comenzó a acuñarse en 1869 hasta la implantanción del euro en 1999, aún recordamos la moneda de dos reales, que equivalía a 50 céntimos de peseta, ya que la peseta equivalía a cuatro reales. Y un real equivalía a dos perras gordas -dos monedas de 10 céntimos que tenían un león que popularmente se denominaba perra- y una perra chica -una moneda de 5 céntimos-. 

7.- Tabardillo: Derivado de tabardo y atestiguado desde 1570 “especie de tifus”, así llamado según Coromines por la erupción de manchitas que cubren todo el cuerpo como un tabardo, que era una prenda de abrigo de la que deriva tabardina, que cruzada con gabán, desembocó en nuestra gabardina.

viernes, 10 de abril de 2020

Romance del hijo muerto o Romance del Viernes Santo.

Una conmovedora plegaria anónima a la Virgen de la Macarena en forma de romance de la madre de un miliciano muerto en la Guerra Civil española que no recuerdo donde leí por vez primera, pero que me impresionó vivamente y que no puedo dejar de recordar hoy, festividad de Viernes Santo.


Muerte de un miliciano, Robert Capa (1936)

¡Viernes Santo, Viernes Santo! 
Gemía la pobre vieja,
Llorando en la madrugada 
Sin consuelo de su pena. 

-Si hubieras tenido un hijo, 
Virgen Santa Macarena, 
No como tú lo tuviste, 
Sin dolor y por sorpresa, 
Sino como yo lo tuve, 
Porque lo parí de veras, 
Con desgarros, con ahogos, 
Y con fiebres en las venas, 
Y te lo hubieran matado 
Los cristianos que hoy te rezan 
Y sacan en procesión 
Y alarde de sus creencias, 
¡Cómo los maldecirías, 
Virgen de la Macarena!

 ¡Viernes Santo, Viernes Santo! 
Gemía la pobre vieja.