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sábado, 8 de octubre de 2022

¡Alto (iba ya a decir 'stop') a los anglicismos! (I)

    En vez de decir que tenemos un coach o coaching podemos decir un 'entrenador' o un 'entrenamiento', si la cosa va por lo físico, y si va por lo otro, por lo psíquico o espiritual, un 'mentor', resucitando el nombre propio de Méntor, personaje de la Odisea, consejero de Telémaco.

    ¿Qué necesidad hay de decir crowdfunding cuando disponemos de un precioso término grecolatino que es 'micromecenazgo', que utiliza el prefijo griego micro- 'pequeño' y el término mecenazgo, que deriva del nombre propio de Gayo Cilnio Mecenas, aquel consejero del emperador Augusto y patrocinador y protector de artes y artistas?

    ¡Que nos inundan de fake news a todas las horas del día y de la noche no es un secreto para nadie! No hace falta más que encender el televisor y sintonizar una cadena pública o privada, da igual para el caso, a la hora de un informativo. Sin embargo, siempre hemos dicho que todo lo que decían los medios eran 'patrañas', 'bulos', 'cuentos' y, en definitiva, 'cochinas mentiras'. No hace falta recurrir al inglés para  dárselas uno de enterao y para que no lo entienda el vulgo a la primera.

 

    Decir que tenemos un look tal o cual no nos ahorra más que alguna sílaba, habida cuenta del monosílabo de la lengua del Imperio británico que empleamos, cuando podemos decir como toda la vida se ha dicho 'aspecto' 'apariencia' y hasta 'cara' o 'tipo'.

    En vez de hablar de vuelos low cost podemos decir 'baratos' o 'tirados de precio', si son muy baratos. La mayoría de las veces son tan baratos que cuesta más el tren o autobús de cercanías del aeropuerto a nuestro destino que el vuelo propiamente dicho al destino aeroportuario.

    ¡Cómo se ha impuesto lo de hacer las cosas on line cuando podemos decir tranquilamente 'en línea', usando la vieja palabra latina linea, que era el nombre de la fibra o hilo del lino -la cuerda que nos amarra y que marca la raya- y, sin embargo, cómo no ha cuajado o coagulado off line, que sería lo contrario, o sea, sin conexión, qué bendición, a internet o a otra red de datos!

     ¿Qué diferencia hay entre hacer running y ser runner, cuando puedes decir simplemente que eres 'corredor' y que sueles 'salir a correr', o si te empeñas en profesionalizarte, que practicas 'atletismo' y eres 'atleta', resucitando estas nobles y olímpicas palabras griegas?

    ¿Hay alguna diferencia entre ser single,  como dicen algunos, derivado del latín singulus vía anglosajona, y estar 'soltero',como se ha dicho toda la vida, derivado de solitarius, que generó dos palabras distintas (soltero/solitario), además del plus de tener unos conocimientos elementales muy básicos de la lengua del Imperio de los que presumir?

    ¿Qué necesidad había de ningún sponsor cuando disponíamos del nombre propio convertido ya en común de 'mecenas', para hablar de un patrocinador, y no tener que recurrir al viejo nombre latino del padrino vía anglosajona (sponsor sponsoris 'fiador, garante', y coniugii sponsor 'el que da palabra de casamiento o de unión conyugal')?

       ¿Por qué nos empeñamos en decir y escribir week-end -yo sería más partidario, en todo caso, de escribir güiquén como se hizo con el güisqui- cuando toda la vida hemos esperado el 'fin de semana' (o 'finde', como lo abreviamos ahora) confiando ilusamente en que supusiera el definitivo fin de la semana laboral y no la vuelta a empezar de todos los lunes?

lunes, 14 de junio de 2021

De la covidiotez como covidiotismo

No estoy de acuerdo yo con la docta Academia que adapta el anglicismo covidiot a la lengua de Cervantes como covidiota y lo define así: [Persona] Que se niega a cumplir las normas sanitarias dictadas para evitar el contagio de la covid. Y se queda tan ancha y tan pancha. No estoy de acuerdo con la definición. Es verdad que el terminacho fue inventado por periodistas norteamericanos como insulto para ofender a la gente que no se creía el relato oficial de la pandemia, pero puede volver como el bumerán hacia quien lo lanzó, y es lo que modestamente aquí voy a proponer.
 
El palabro es un calco estructural del inglés covidiot, voz atestiguada en la lengua de Shakespeare desde el año pasado en la prensa del Régimen, y consignada ya en el Oxford Advanced Learner's Dictionary (2020), lo que no extraña nada por la rapidez de los acontecimientos que se suceden de la noche a la mañana. Está fabricado como resultado de la suma de covid y de idiot. Y no hay que perder de vista que covid, a su vez, está creado ex nihilo a partir de la soldadura de tres términos corona, virus y disease, nombre este último de la enfermedad, por lo que significa "enfermedad del coronavirus" o, como preferimos algunos, "...del virus coronado". 
 
Parece que la palabra les viene como anillo al dedo a las autoridades académicas para describir en sintonía con las sanitarias a aquel que no cree en la declaración de la pandemia universal que proclamó solemnemente urbi et orbi la OMS y, como consecuencia, no practica -o se niega a cumplir como dice la docta institución- las normas sanitarias dictadas para evitar el contagio. 
 
Es decir se aplica el vocablo a los no creyentes y no practicantes, cuando lo lógico sería utilizarlo para describir a los creyentes y practicantes, porque no hay que perder de vista el significado del griego ἰδιώτης idiṓtēs, que es mucho más que un insulto similar a tonto o estúpido y el apelativo del que padece idiocia, que como término médico define la docta Academia del siguiente modo: Trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida en las primeras edades de la vida
 
Si consultamos un diccionario de griego, veremos que su significado original es “particular”. Debe compararse, para entenderlo bien, con el término emparentado “idioma”, y los famosos idioms ingleses, o expresiones peculiares de una lengua que no se dan en las demás: un idioma en castellano era también en principio una particularidad de estilo y una locución de sentido especial, uso del que derivó el actual de “lenguaje propio de una nación”. 
 
Además en griego también significaba “privado” como opuesto a “público”, y “propio” contrapuesto a “común”, por ejemplo en Heraclito aparece la locución idíe phrónesis -pensamiento particular o ideas propias, diríamos nosotros- opuesto al logos xynós o razón común. Pero no perdamos de vista el significado popular de “tonto, necio, ignorante”, que es como habitualmente se usa el término, y preguntémonos quién es el tonto, si el que cree que las normas sanitarias que se han dictado son para evitar el contagio de la covid, como dice la docta Academia, o el que duda de su eficacia y las critica abiertamente e incluso se niega a cumplirlas.
 
Pongamos un ejemplo: el hecho de llevar mascarilla nasobucal en plena naturaleza, por ejemplo en la playa cuando uno no está aquejado de ningún síntoma que delate una enfermedad que pueda contagiar a los demás poniendo en peligro su vida. En este caso vemos enseguida que la covidiotez o el covidiotismo consiste más bien, dando la vuelta a la definición académica, en [Persona] Que cumple las normas sanitarias dictadas, que no aconsejadas, para evitar el contagio de la covid
 
La duda, y de ahí el escepticismo y la incredulidad, nace de dentro y de abajo, mientras que la creencia es algo que se nos impone (y nos imponemos) desde fuera y desde arriba, es decir, desde las Altas Instancias tanto del Poder como de uno mismo, por la necesidad que tenemos de creer en algo, da igual que sea en los Reyes Magos que en la socialdemocracia. 
 
¿Quién es más covidiota, por lo tanto? ¿Este hombre que se echa una siesta solo, en plena naturaleza, embozado con la mascarilla nasobucal, como las autoridades sanitarias mandan, aquellas que tienen la autoridad del gobierno pero no la del conocimiento?
 
 
¿O esta mujer, que hace lo mismo, pero desoyendo las normas sanitarias vigentes, como aconseja el sentido común?



lunes, 13 de abril de 2020

Letalidad y Exitus (letalis).

¿Hay diferencia entre letalidad y mortalidad

Juzgad vosotros mismos. 

Mortalidad: cualidad de mortal, que deriva del latín mortalem que a su vez procede de mortem: “muerte”. Mortalidad es también la tasa de muertes producidas en una población durante un tiempo dado, en general o por una causa determinada. (Más popular, es decir, más nuestra y menos latiniparla, es la palabra mortandad, que es una alteración de *mortaldad, forma apocopada de mortalidad por la pérdida de la vocal átona pretónica, y que la academia define como “gran cantidad de muertes causadas por epidemia, cataclismo, peste o guerra”). 

Letalidad: cualidad de letal, derivado de letalem que a su vez procede del latín letum: “muerte”. Sinónimo de mortalidad. 

¿Por qué se emplea últimamente tanto “letalidad” en la expresión “tasa de letalidad” en lugar de la más comprensible “mortalidad” y “tasa de mortalidad”? Parece a primera vista elemental, querido Watson: porque se quiere ocultar con la culta latiniparla la realidad de la Muerte que hay detrás de la palabra. Y porque el palabro, siendo latino, nos llega sin embargo a través de la lengua del Imperio.

Asimismo, hablamos de inyección letal y no de inyección mortal para referirnos al método de ejecución consistente en inocular por vía intravenosa y de manera continua una cantidad letal, es decir, mortal, de diversos fármacos combinados, que producen, sucesivamente, inconsciencia, parálisis respiratoria y finalmente paro cardíaco. 

Igualmente los políticos y los periodistas que repiten sus palabras procedentes del lenguaje culto que no entiende el vulgo hablan ahora del elevado índice de letalidad del virus coronado el pasado año 2019, que está provocando estragos durante el presente año de 2020 entre la población de edad más avanzada confinada en las residencias geriátricas, para ocultar la mortandad real. 

El triunfo de la Muerte, Pieter Bruegel (1562) 

Si recurrimos al diccionario de términos médicos de la Real Academia Nacional de Medicina, la cosa se aclara un poco: No es exactamente lo mismo mortalidad que letalidad, porque mortalidad es un término genérico que afecta a todo el mundo y letalidad es una mortandad específica que sólo se aplica a los afectados por alguna enfermedad. Por eso no es lo mismo la tasa de mortalidad, que se calcula tomando como referencia a la población total, que la de letalidad, que sólo tiene en cuenta a las personas afectadas por una determinada enfermedad. La tasa de mortalidad, según el citado diccionario, es la ‘proporción entre el número de fallecidos en una población durante un determinado periodo de tiempo y la población total en ese mismo período’ y la tasa de letalidad es el ‘cociente entre el número de fallecimientos a causa de una determinada enfermedad en un período de tiempo y el número de afectados por esa misma enfermedad en ese mismo período’.

Es curiosa en la lengua del Imperio la hache intercalada de lethal y lethality inexistente en latín (letalis, letalitas), que es fruto del cruce de la palabra latina letum con la griega λήθη léthe, olvido, propiamente Leteo, el legendario Río del Olvido que estaba en el Hades y que tenían que atravesar las almas de los muertos, y por lo tanto tiene también que ver con la ληθαργία lethargía y el λήθαργος léthargos, y con lo que está latente, es decir, oculto y no patente. La raíz originaria era λᾶθος, indoeuropeo *lādh-. 

En la jerigonza del gremio médico-sanitario se habla igualmente de exitus como sinónimo de muerte. Se trata de la abreviación del término latino exitus letalis, que literalmente significa “salida -como exit en la lengua del imperio- mortal”. Éxito, en efecto, es un cultismo que significa “salida”, del verbo exire, salir, que en castellano se ha caracterizado con una connotación positiva, de buena salida, de triunfo, de logro, pero que en su evolución vulgar no tiene: por ejemplo, forajido (que ha salido fuera, en primer lugar, después bandido), ejido (terreno comunal que está fuera del pueblo). 

Recuerdo que una vez solicité a un hospital público de nuestro sistema sanitario, el mejor del mundo, según dice sus apologetas, un certificado del fallecimiento de un familiar de segundo grado para presentarlo en el trabajo, porque allí había fallecido, y me dijeron los responsables administrativos que sólo podían darme uno de que había sido dado de alta, literalmente,  en el hospital. Supongo que las estadísticas de ese hospital arrojan un número muy elevado de altas médicas, porque allí no se muere nadie: los fallecidos son enseguida despachados a las dependencias del otro barrio en la barca de Caronte.