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jueves, 14 de mayo de 2020

El colmo del eufemismo

Si no era ya harto ridículo llamar a los ciegos invidentes, como hacen algunos con no poca pedantería, empleando el lenguaje para ocultar la realidad, y no llamando a las cosas por su nombre (al pan pan, y al vino vino), vicio que ya denunció Quevedo entre nosotros (“Por hipocresía llaman al negro, moreno; trato a la usura; a la putería, casa; al barbero, sastre de barbas y al mozo de mulas, gentilhombre del camino”*), he aquí el eufemismo políticamente corregido, mejor que “correcto”, o sea, la corrección política aplicada al eufemismo: discapacitados visuales

Y dando un paso más aún, en pro del lenguaje incluyente, para que no se sientan excluidas las mujeres, que no tendrían por qué sentirse así ni ofenderse, habida cuenta de que nos hallamos ante un uso no marcado del género gramatical masculino que incluye al femenino, pero algunas se sienten privadas de mención e invisibilizadas, según afirman: personas discapacitadas visuales, o su variante estilísticamente alternativa: personas con discapacidad visual

 Viñeta de Alberto Montt

Así, podemos leer aberraciones escritas como esta joya: “Por suerte, la naturaleza que es sabia, hace que las personas discapacitadas visuales desarrollen mucho más el resto de sus sentidos, el del oído, el del olfato y, por supuesto, el del tacto.” O esta otra: “En España, son 70.000 las personas discapacitadas visuales afiliadas a la ONCE”, en la que, por cierto, es de agradecer que se mantenga el acrónimo ONCE, cuya “c”, como se sabe, es la letra inicial de “ciegos”: Organización Nacional de Ciegos de España

Supongo que, aplicando el mismo criterio, a los sordos se les acabará llamando discapacitados auditivos, y para que quede claro que no excluimos a las sordas cuando hablamos de “discapacitados” usando el masculino como término marcado, mejor: personas discapacitadas auditivas o con discapacidad auditiva, expresiones que, feas como ellas solas como demonios, atentan a todas luces contra el principio de economía del lenguaje y contra el buen gusto y la sencillez a la hora de hablar y de escribir.

oOo

NOTA.- Hurgando en la obra de Quevedo no encuentro esta frase, tan repetida en interné, escrita como tal. Se trata de una abreviación de este párrafo de los Sueños, que prefiero citar completo: Pues todo es hipocresía. Pues en los nombres de las cosas ¿no la hay la mayor del mundo? El zapatero de viejo se llama entretenedor del calzado. El botero, sastre del vino, porque le hace de vestir. El mozo de mulas, gentilhombre de camino. El bodegón, estado; el bodegonero, contador. El verdugo se llama miembro de la justicia; y el corchete, criado. El fullero, diestro; el ventero, güésped; la taberna, ermita; la putería, casa; las putas, damas*; las alcagüetas, dueñas; los cornudos, honrados. Amistad llaman al amancebamiento; trato a la usura; burla a la estafa; gracia, la mentira; donaire, la malicia; descuido, la bellaquería; valiente al desvergonzado; cortesano al vagamundo; al negro, moreno;  señor maestro al alabardero; y señor doctor al platicante. Así que ni son lo que parecen ni lo que se llaman: hipócritas en el nombre y en el hecho.    (Francisco de Quevedo, El Mundo por Dedentro, Sueños). Como puede comprobarse, todos los eufemismos de la primera cita  están en este párrafo salvo el de "barbero, sastre de barbas", que sin embargo es también creación del propio Quevedo, quien en La vida del buscón don Pablos, Pablos presenta a su padre como barbero que se avergüenza de que le llamen así y prefiere denominarse "tundidor de mejillas y sastre de barbas".

Nota*.- Le haría sin duda gracia a don Francisco de Quevedo que hoy a las putas se las denomine trabajadoras sexuales.

lunes, 13 de abril de 2020

Letalidad y Exitus (letalis).

¿Hay diferencia entre letalidad y mortalidad

Juzgad vosotros mismos. 

Mortalidad: cualidad de mortal, que deriva del latín mortalem que a su vez procede de mortem: “muerte”. Mortalidad es también la tasa de muertes producidas en una población durante un tiempo dado, en general o por una causa determinada. (Más popular, es decir, más nuestra y menos latiniparla, es la palabra mortandad, que es una alteración de *mortaldad, forma apocopada de mortalidad por la pérdida de la vocal átona pretónica, y que la academia define como “gran cantidad de muertes causadas por epidemia, cataclismo, peste o guerra”). 

Letalidad: cualidad de letal, derivado de letalem que a su vez procede del latín letum: “muerte”. Sinónimo de mortalidad. 

¿Por qué se emplea últimamente tanto “letalidad” en la expresión “tasa de letalidad” en lugar de la más comprensible “mortalidad” y “tasa de mortalidad”? Parece a primera vista elemental, querido Watson: porque se quiere ocultar con la culta latiniparla la realidad de la Muerte que hay detrás de la palabra. Y porque el palabro, siendo latino, nos llega sin embargo a través de la lengua del Imperio.

Asimismo, hablamos de inyección letal y no de inyección mortal para referirnos al método de ejecución consistente en inocular por vía intravenosa y de manera continua una cantidad letal, es decir, mortal, de diversos fármacos combinados, que producen, sucesivamente, inconsciencia, parálisis respiratoria y finalmente paro cardíaco. 

Igualmente los políticos y los periodistas que repiten sus palabras procedentes del lenguaje culto que no entiende el vulgo hablan ahora del elevado índice de letalidad del virus coronado el pasado año 2019, que está provocando estragos durante el presente año de 2020 entre la población de edad más avanzada confinada en las residencias geriátricas, para ocultar la mortandad real. 

El triunfo de la Muerte, Pieter Bruegel (1562) 

Si recurrimos al diccionario de términos médicos de la Real Academia Nacional de Medicina, la cosa se aclara un poco: No es exactamente lo mismo mortalidad que letalidad, porque mortalidad es un término genérico que afecta a todo el mundo y letalidad es una mortandad específica que sólo se aplica a los afectados por alguna enfermedad. Por eso no es lo mismo la tasa de mortalidad, que se calcula tomando como referencia a la población total, que la de letalidad, que sólo tiene en cuenta a las personas afectadas por una determinada enfermedad. La tasa de mortalidad, según el citado diccionario, es la ‘proporción entre el número de fallecidos en una población durante un determinado periodo de tiempo y la población total en ese mismo período’ y la tasa de letalidad es el ‘cociente entre el número de fallecimientos a causa de una determinada enfermedad en un período de tiempo y el número de afectados por esa misma enfermedad en ese mismo período’.

Es curiosa en la lengua del Imperio la hache intercalada de lethal y lethality inexistente en latín (letalis, letalitas), que es fruto del cruce de la palabra latina letum con la griega λήθη léthe, olvido, propiamente Leteo, el legendario Río del Olvido que estaba en el Hades y que tenían que atravesar las almas de los muertos, y por lo tanto tiene también que ver con la ληθαργία lethargía y el λήθαργος léthargos, y con lo que está latente, es decir, oculto y no patente. La raíz originaria era λᾶθος, indoeuropeo *lādh-. 

En la jerigonza del gremio médico-sanitario se habla igualmente de exitus como sinónimo de muerte. Se trata de la abreviación del término latino exitus letalis, que literalmente significa “salida -como exit en la lengua del imperio- mortal”. Éxito, en efecto, es un cultismo que significa “salida”, del verbo exire, salir, que en castellano se ha caracterizado con una connotación positiva, de buena salida, de triunfo, de logro, pero que en su evolución vulgar no tiene: por ejemplo, forajido (que ha salido fuera, en primer lugar, después bandido), ejido (terreno comunal que está fuera del pueblo). 

Recuerdo que una vez solicité a un hospital público de nuestro sistema sanitario, el mejor del mundo, según dice sus apologetas, un certificado del fallecimiento de un familiar de segundo grado para presentarlo en el trabajo, porque allí había fallecido, y me dijeron los responsables administrativos que sólo podían darme uno de que había sido dado de alta, literalmente,  en el hospital. Supongo que las estadísticas de ese hospital arrojan un número muy elevado de altas médicas, porque allí no se muere nadie: los fallecidos son enseguida despachados a las dependencias del otro barrio en la barca de Caronte.