lunes, 19 de julio de 2021

La policía hace pedagogía

    Un titular del 18 de julio de 2021 de El diario montañés, el periódico de campanario de Cantabria, reza en portada con grandes letras debajo de la foto de dos policías nocturnos a caballo: Cantabria respeta el toque de queda.

    Debajo, en letra más pequeña: La primera madrugada con límite horario transcurre sin incidente en los 53 municipios afectados. (Aclaración del que suscribe: El "límite horario" del toque de queda, avalado por la autoridad judicial, al que alude el titular es de 1 a 6 de la mañana, que es la franja en que la gente no puede circular libremente porque se supone que anda suelto el virus con nocturnidad y alevosía) A continuación se lee: Los dispositivos policiales realizaron una labor pedagógica para despejar las zonas de ocio.

    Llama mi atención la expresión “los dispositivos policiales”. Leyendo el artículo me entero de que una vez que comenzó el toque de queda la Plaza Cañadío fue invadida por seis coches de la policía local y nacional, lo que suponía la presencia de quince agentes efectivos humanos uniformados, además de los efectivos caninos, es decir, los perros policía, y la caballería, los efectivos equinos. Cuatro jinetes, en efecto, se incorporaron al equipo nocturno que controló el cumplimiento de la nueva medida draconiana. 

 

     Pero lo que más me llama la atención es la expresión “labor pedagógica” para referirse a la función de despeje de las zonas de ocio encomendada al cuerpo policial local y nacional. Pedagogía, en efecto, es palabra griega compuesta de pais paidós, que significa “niño”, y agogé que quiere decir “conducción”. ¿En qué consistía la labor pedagógica de la policía? Pues en conducirnos, por las buenas o por las malas, a casa o, en su defecto, a comisaría,  tratándonos como se trataría a un niño, y recordánonos lo que está mandado: A la una de la mañana todos (y todas y todes) a casita por la cuenta que os trae...”. La labor pedagógica consiste en hacernos cumplir las ordenanzas, que no admiten cuestionamiento: ¿Por qué uno no puede estar en la calle una noche calurosa de estío como esa a la una y cinco de la mañana paseando tranquilamente por ejemplo? Porque hay toque de queda. Y ¿por qué hay toque de queda? Porque hay un virus muy peligroso suelto. Y ¿por qué hay un virus tan peligroso suelto campando a sus anchas? Porque interesa que así sea, ni más ni menos. Y si no lo hay, se inventa para que cunda el pánico, porque existir existe, resistente como es, consistente y persistente. "Y ¡váyase usted para casa! Y aquí no hay más que hablar". 


    A veces me pregunto yo si eso que se denomina la mayoría silenciosa no tiene alguna responsabilidad en todo esto que está pasando. Hay un discurso que disculpa o justifica la conducta de esa mayoría silenciosa compuesta por individuos que son personas normales y corrientes, como usted y como yo, que simplemente hacen su trabajo lo mejor que pueden y se dedican a cumplir las órdenes que les dan desde arriba sin cuestionarlas porque es su forma de ganarse la vida, porque es su obligación y por la memez aquella de Calderón de que "su más principal hazaña es obedecer", como los soldados de los tercios de Lombardía y de Flandes. Ese discurso quiere responsabilizar solo a los oligarcas, pero  los oligarcas que tienen el poder y el dinero, tanto monta, los que mandan, los mandos, gobiernan porque otros, nosotros, los subordinados, obedecen.

 


     Yo diría que el policía que, procedente de la clase obrera más o menos como yo, hace su "labor pedagógica" diciéndome que me ponga la mascarilla, o que faltan cinco minutos para que me retire a mis aposentos porque a la una tengo que estar en casa, o que, dejando la pedagogía de lado pasa a la acción policial, es decir a obligarme a hacer lo que no quiero hacer, y me propone para una sanción, como suele decirse, por incumplimiento de la restricción de movilidad nocturna, o me detiene voluntariamente o a hostia limpia si me resisto y entonces ya no valen las palabras, y me lleva esposado a comisaría, pues no en vano vivimos en un estado policial, tiene tanta o más responsabilidad que Klaus Schwab, el economista y empresario alemán, presidente ejecutivo y fundador del Foro Económico Mundial de Davos, y artífice de la teoría del Gran Reinicio, o que Bill Gates, el fundador de Microsoft, el filántropo que odia a la humanidad, o que cualquiera de esos millonarios que hicieron el agosto con la pandemia, o cualquiera de los jefes y jefecillos, esos politicastros nuestros que, gobernados ellos, que son los más mandados, nos gobiernan a nosotros. 

 

    ¿Qué interés tiene ese policía, que al final será él mismo sustituido por un robótico dron de vigilancia y relegado a formar parte de la clientela de estómagos agradecidos de la Renta Básica Universal? ¿Qué interés, a parte del económico, les mueve a los policías que vendrán a buscarnos a casa para llevarnos voluntariamente o por la fuerza al centro de vacunación obligatoria? 

Una pintada popular: "Policía en todos los sitios. Justicia en ninguna parte." 

domingo, 18 de julio de 2021

Periodistas, terroristas.

    Un vídeo del Gobierno de Australia de 30 segundos, que puede herir la sensibilidad del público, alerta sobre la severa peligrosidad de la Covid-19. Una mujer joven se asfixia pese a los dos tubos de oxígeno en la nariz para respirar, y nos mira aterrada como diciéndonos: "Me estoy muriendo". A continuación se lee, en la lengua del Imperio: COVID-19 CAN AFFECT ANYONE, o sea que LA ENFERMEDAD DEL VIRUS CORONADO COSECHA DE CRIANZA 2019 PUEDE AFECTAR, por si no nos hubiéramos enterado, A CUALQUIERA. Nadie está libre de contraerla y, no sólo eso, no está libre ni Dios de contagiarla.

    Se oye de fondo la dificultosa respiración de la joven. Y, acto seguido, aparecen las consabidas consignas gubernamentales que quieren salvarnos la vida matándonos, es decir, haciéndonosla imposible y más difícil de lo que es: Stay home (Quédate y púdrete en casa), Get tested (Hazte la prueba, chequéate), Book your vaccination (Reserva tu inyección letal).

 

    El mensaje terrorista ha sido autorizado por el Gobierno australiano de Canberra, como parte de su campaña de agitación y propaganda, en realidad se trata de terrorismo de Estado, pero podía ser de casi cualquier otro país del globo terráqueo, empeñados como están todos los gobiernos del signo político que sean en aterrorizar a la población en esta guerra por la gobernanza mundial que han emprendido de hacernos mal por nuestro propio bien reforzando el poder del binomio Estado y Capital.

    ¡Qué tiempos aquellos en que un periódico serio como The Times escribía en un artículo editorial en 1854 sin que nadie se rasgase las vestiduras: "We prefer to take our chance with cholera than be bullied into health" (Preferimos arriesgarnos con el cólera que ser intimidados por la salud)! Imaginemos el escándalo que supondría que dijese algún periódico ahora: Preferimos tentar a la suerte con la Covid-19 que vivir acojonados con consignas sanitarias.

Fotograma del vídeo del Gobierno australiano que incita irresponsablemente a la vacunación.

    El caso es que a uno de nuestros flamantes plumíferos académicos, Arturo Pérez-Reverte, escritor cuya obra literaria desconozco -sólo he leído de él algunos artículos en los que destaca el uso gracioso que hace del lenguaje popular y coloquial, y poco más- le ha salido la vena periodística y por lo tanto terrorista y comenta en un tuite o pío-pío de esos que saca en sus redes sociales a propósito del susodicho vídeo: “Que es muy duro el video, dicen algunos, horrorizados. Pues claro que es duro. Para eso lo hicieron los australianos, para horrorizar y concienciar a los irresponsables y los tontos. Y justo por eso debería verlo todo el mundo”.

    Subrayo dos cosas que no entiendo: cómo reconoce que los australianos -se refiere al gobierno confundiéndolo con el pueblo- hicieron el video para “horrorizar” y “concienciar”, equiparando significativamente ambos términos como si tomar conciencia de algo  supusiese estar atemorizado, “a los irresponsables y los tontos”, volviendo a equiparar dos palabras que no son equiparables. Y finalmente añade que todo el mundo debería verlo, se supone que para horrorizarse, más de lo que a estas alturas estamos ya, y concienciarse permaneciendo en su casita bien encerrado, sometiéndose a las pruebas de Reacción en Cadena a la Polimerasa y demás análisis, ahora disponibles en farmacias a módicos precios, y correr pronto a vacunarse... Olvida el insigne plumífero que si el miedo es mal consejero, como dice el dicho popular, el horror sería terrorífico.



     Aterrorizar no es forma de concienciar a nadie, pero sí de gobernar con coacción. El miedo y la mentira son las dos grandes armas del Poder para impedir vivir a la gente su vida, inculcándoles el temor a la muerte que la envenena y haciendo que, como diría el académico, se caguen por las patas abajo. De ahí que corran despavoridos a comprar papel higiénico a los supermercados agotando las existencias. Vivir con miedo, en eso consiste ser esclavos, como decía el otro.

    Imagino que nuestro flamante académico se habrá inoculado a estas alturas, y no con una sola dosis, sino con las dos reglamentarias, como el presentador de televisión que en otro pío-pío de esos confesó el otro día, compungido: “Tras haber esquivado las cuatro primeras olas. Tras haber pasado más de un año trabajando casi todos los días y sin contagios. Tras haberme vacunado de la primera y segunda dosis. Esta semana he dado positivo en Covid. Y lo que es peor, parte de mi familia también”. 


     El cociente intelectual del presentador de “Todo es mentira” no ve la relación que hay entre lo uno y lo otro. El pasado mes de junio se inyectó la primera dosis, y no fue algo privado concerniente solo a su historial médico, sino que lo retransmitió públicamente en vivo y en directo por la tele para dar ejemplo a los telespectadores. Hace poco se ha puesto la segunda dosis y ahora ¡toma virus! Me recuerda mucho a una vecina que se vacunó contra la gripe por primera vez en su vida, pilló un trancazo descomunal que estuvo a punto de arrastrarla al otro barrio, y comentó: "¡Menos mal que estaba vacunada, que si no llego a estarlo...!"  No sabemos lo que hubiera pasado si no llega a estar vacunada. Eso no lo sabe nadie, ni Dios padre. Lo que sí sabemos es lo que le pasó estándolo.

    Claro que la estúpida lógica para encefalogramas planos que hay detrás de todo esto es muy sencilla: Si la inoculación tiene efectos secundarios: “Es normal que te escueza un poco y te dé algo de fiebre y que...” Si hay contagio tras la primera dosis: "Solo tenía una dosis y no estaba inmunizado todavía". Si se contagia tras la segunda: "Es que no habían pasado dos semanas". Si ya habían pasado dos semanas: "Es que la vacuna es para que no sea grave". Si es grave: "Es que es para que no se muera". Si se muere: "Es que no protege 100%. No hay nada cien por cien definitivo”.

sábado, 17 de julio de 2021

La enésima ola

    Ya nadie sabía muy bien en la Residencia si era la cuarta, la quinta o la sexta de las olas. Pero la noticia de la televisión era que había estallado una nueva ola epidémica, la enésima, y que inundaba en pleno verano el paseo marítimo y las terrazas de las cafeterías elegantes, después de romper contra los arenales de la playa y los diques que malamente podían contenerla. 
 
    La prensa oficial que leía el viejo en la Residencia insistía en que la repentina irrupción del tsunami se debía a la irresponsabilidad de la juventud, -divino tesoro, la juventud, ay, que se va para no volver, como cantó el poeta-, y al hecho de que los jóvenes no habían recibido ninguna dosis todavía en su inmensa mayoría, lo que ponía sobre el tapete la conveniencia de reinyectar a los residentes como él con una sobredosis, pues ya habían pasado seis meses desde la última inyección, y la ambulancia ululaba cuando venía a buscar a alguno con su sirena que hacía ladrar a los perros  con un aullido parecido al de los lobos. 
 
 
    Él había visto morir a algunos residentes estigmatizados como él, aunque nunca se sabía muy bien si morían por el estigma o debido a otra razón, como por ejemplo de viejos simplemente, de aquello que le pasaba a uno cuando le llegaba su hora y siempre se había llamado "muerte natural".  
 
    Solo a finales del año 2021 después de Cristo se había comenzado a ver algo de luz al final del túnel con la llegada de las primeras jeringuillas y las inyecciones en manos de sonrientes enfermeras. Hubo que arremangarse para sentir en el brazo el frío pinchazo de la aguja que garantizaba la salud. Y él lo hizo y sonrió a las animosas  enfermeras. No podía ocultar su alegría por lo que parecía el principio del fin de aquella pesadilla. Pero era una luz que en lugar de iluminar cegaba los ojos deslumbrados. 
 
    La ilusión, es decir, el engaño había durado poquísimo, muy poco... Lo cierto era que, pese a la doble inoculación  -o a causa de ella, como pensaba ahora-, estaban todos los residentes apestados. La gente seguía muriéndose lentamente y ya no se sabía la razón... Parecía que el túnel no tenía salida, que ni siquiera era un túnel, sino una tenebrosa galería.
 
    Leía el jubilado en el periódico que le facilitaba la Residencia que un estudio de la Universidad de Algún Sitio afirmaba que los perros y los gatos también podían estar estigmatizados. Según los científicos que habían llevado a cabo el estudio, los animales de compañía que habían sido objeto de su seguimiento, eran un foco de contagio, ya que habían resultado positivos a la prueba de Reacción en Cadena a la Polimerasa que avalaba la existencia del estigma, por lo que sus dueños deberían evitar el contacto con ellos a fin de no contagiarse de aquella plaga. Se imponía la distancia física. Había que hacer como con el resto de personas: guardar las distancias. Se dijo a sí mismo: "¡Ahora van a quitarnos también las caricias a los gatos!" 
 
El lector, Ferdinand Holder (c.1885)
 
    Era lo que faltaba. Que les prohibieran en el lazareto, como llamaba él a la Residencia, también la compañía silenciosa de los gatos, que le inspiraban una inmensa ternura, fieles compañeros de su soledad que iban y venían por aquellas dependencias a su antojo. En la Residencia, en efecto, había nacido de la noche a la mañana una camada felina que se dejaba acariciar y ronroneaba, y transmitía una inmensa paz a los ancianos morituros. 
 
    Había que aislarse, ese era el mensaje. Vivir como un náufrago a la deriva en el seno de la institución, privados de la sonrisa de los niños, de los abrazos y los besos de los hijos y los nietos, sin poder siquiera acariciar a un gato, con la serenidad y despreocupación que eso le daba a uno.
 
 
    El mundo en el que vivimos no tiene nada que ver con el mundo en el que creíamos vivir, pensaba el viejo, es una quimera sostenida por los que mandan, por los monitores de ocio y educadores, por el sistema sanitario que se encarga de crear e inventar enfermedades que diagnosticarnos, por las noticias de los medios de información, que están hechas para mostrarnos la realidad y ocultarnos, de paso, la verdad de que esa realidad que nos muestran es una mentira, real pero engañosa, por los mercados financieros cuya misión es hundirnos en la miseria haciendo que trabajemos toda la vida para ganarnos la vida y descubrir, al cabo, que hemos perdido eso que creíamos estar ganándonos, y, en fin, por el orden establecido, cuya tarea es sembrar el caos y el desorden.

viernes, 16 de julio de 2021

Humanismo, machismo, racismo, especismo

Se le atribuye al sabio Tales de Mileto el estar agradecido a la Fortuna por las tres siguientes cosas: primero por haber nacido hombre y no animal; segundo, varón y no mujer; y tercero heleno y no bárbaro.

ἔφασκε γάρ, φασί, τριῶν τούτων ἕνεκα χάριν ἔχειν τῇ Τύχῃ: πρῶτον μὲν ὅτι ἄνθρωπος ἐγενόμην καὶ οὐ θηρίον, εἶτα ὅτι ἀνὴρ καὶ οὐ γυνή, τρίτον ὅτι Ἕλλην καὶ οὐ βάρβαρος

Tales de Mileto agradecía haber nacido humano y no animal porque la sociedad en la que vivió, que es esta misma nuestra a pesar de lo mucho que ha llovido desde entonces, es una sociedad que privilegia la superioridad de una especie animal, la del homo sapiens, sobre todas las demás especies y cosas habidas y por haber, dando origen al especismo humanista.

Asimismo agradecía haber nacido varón y no hembra, al vivir en una sociedad de supremacía masculina, esencialmente patriarcal, lo que daba origen al machismo.

Finalmente daba gracias por haber nacido griego y no extranjero, lo que nos da idea de que la sociedad en la que vivía, y en la que vivimos nosotros, es una sociedad racista, donde la raza blanca se considera superior a las demás.

El dicho atribuido a Tales retrata mejor que ningún otro nuestra sociedad actual, basada en la creencia, falsa como todas, de que el ser humano es superior a los animales, el varón a la mujer, y el nacional(ista) al extranjero, lo que da lugar a los tres terribles -ismos que nos caracterizan: humanismo, machismo y racismo.




No existe ningún argumento lógico ni mínimamente coherente para que los llamados "seres humanos" creamos que somos el centro del universo (antropocentrismo, humanismo). No somos más que un tipo de cosas entre otras muchas cosas. Se dice que somos animales mamíferos pertenecientes a la especie homo sapiens sapiens, el hombre que sabe que sabe, cuando en realidad pertenecemos a la del homo sapiens non sapiens, o sea al hombre que sabe que no sabe, conscientes como somos de nuestra vasta ignorancia y numerosísimos prejuicios. 


El humanismo del que solemos hacer gala no es más que el último reducto del patriotismo y del nacionalismo más cerril, que nos ha hecho tanto daño a los propios seres humanos como al resto de las criaturas, plantas y seres del reino inerte. El nacionalismo y el patriotismo nos hacen creen que nuestra nación y nuestra patria son las mejores. El racismo nos hace creer que nuestra raza es superior. El sexismo nos hace creer que nuestro sexo es superior, el mejor. El especismo nos hace creer que la especie humana es superior a todas las demás, como culminación de la creación divina, ya que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, según la Biblia. El humanismo es la culminación y justificación de todos estos -ismos. Hasta hay un Partido Político Humanista que se presenta a las elecciones, colmo ya de los colmos.



El humanismo, como culminación de todos los -ismos, se basa en la creencia, falsa como todas, de que nosotros somos el fin de la creación: nuestra nación, nuestra patria, nuestra especie, nuestro sexo... sólo porque es lo nuestro, pero el hecho de que sean nuestros o ajenos no los hace ni mejores ni peores que los demás. Es lo que acertó a denominar genialmente Rafael Sánchez Ferlosio como "la moral del pedo": a ninguno nos molestan nuestras propias ventosidades, que pueden llegar a complacernos, mientras que las de los demás, por el contrario, nos ofenden, sin que objetivamente haya razones aromáticas para ello.

El animalismo se quiere plantear como la superación del humanismo, pero los animales en general y sobre todo algunos en particular, los que disponen de sistema nervioso central, los domésticos o mascotas, que privilegiamos como compañeros de nuestra soledad frente a los que criamos para comérnoslos, son demasiado parecidos a nosotros, demasiado humanos, pobrecitos, por lo que el animalismo tan en auge no deja de ser un nuevo humanismo de onda más amplia, que trata de conferir a algunos mamíferos algo de la dignidad humana, y que deja fuera inexplicablemente a otros animales, plantas y rocas y demás cosas del llamado reino inerte.


 
Ilustración de Pawel Kurczynski (1976-...)
 
 

jueves, 15 de julio de 2021

De la tiranía sanitaria actual

    Si los medios informativos no hablasen de la dichosa covid-19, hipnotizándonos en una suerte de alucinación colectiva, la gente no sabría que “eso”, sea lo que sea, ha existido alguna vez o existe todavía. La realidad sería diferente: los síntomas de la susodicha enfermedad se interpretarían como una gripe ordinaria más o menos perniciosa o una típica o atípica neumonía y se tratarían clínicamente, como se ha hecho siempre, y nadie aceptaría las ordenanzas sanitarias totalitarias impuestas de confinamiento, distanciamiento social y enmascarillamiento de las personas sanas, ni tampoco la inyección de dos dosis de un preparado preventivo que no sirve para curar sino para evitar, en el mejor de los casos, que se coja "algo" que no tiene un índice de letalidad significativo y que médicamente no justifica la asunción de ninguna de las susodichas medidas demenciales. 
 
 
 
    El nombre, en este caso “covid-19”, el acto nominalista de nombrar una cosa, la hace existir, ya sea subrayándola y extrayéndola del ruido de fondo, o haciéndola surgir de la nada como por arte mágica de encantamiento. La ingeniería social, al igual que el abracadabra, consiste en poner nombre a las cosas para que existan, borrando el gesto y provocando la ilusión de que ocurre espontáneamente por sí mismo y no como un acto performativo del lenguaje. 
 
 
En un IES (Instituto de Educación Secundaria)  de Málaga

     El poder político, por su parte, aplica todos los recursos de este nominalismo a su alcance para dar a entender que las cosas por él nombradas no dependen de su voluntad, sino que existen objetivamente al margen de su denominación, lo que permite establecer el dominio simbólico de una narrativa oficial gubernamental en la mente, que es el sistema operativo, de las personas. 
 
     La llamada crisis sanitaria en realidad no es tal cosa, es una crisis meramente política que repercute en la mentalidad y en la forma  de ver las cosas de la mayoría de la gente. Desde el punto de vista de la salud, la covid-19 no es un problema, pero sirve de argumento para llevar al mundo entero a una "nueva normalidad", a una sociedad "contactless", es decir, sin contacto humano, siguiendo un programa en el que desaparece la interacción social, que es controlada en la medida de lo posible y sustituida al fin por artefactos tecnológicos. 
 
    Para conseguir este objetivo paulatinamente, los gobiernos, sin importar su sesgo político de izquierdas o derechas, que resulta indiferente, promulgan medidas de control social irreversibles sin que ninguna de ellas sea capaz de anular a las demás. 
 
 
Póster de Paul Colin (1939)
 
    El confinamiento, por ejemplo, y el toque de queda -rebautizado ridículamente entre nosotros por el cráneo privilegiado del presidente del gobierno como “restricción de movilidad nocturna”- deben ser perpetuos aunque intermitentes para poderse sobrellevar cómodamente, el distanciamiento físico y el uso de mascarillas permanente, hasta el punto de que ahora, cuando en los reinos de taifas hispánicos se levanta la obligación de utilizarlas al aire libre, la ciudadanía acojonada sigue enmascarándose por voluntad propia, mostrando así que su voluntad coincide con la del Estado Terapéutico. 
 
    Y la reinyección deberá perpetrarse cada seis meses para actualizar el "pasaporte sanitario" de nuestro sistema inmunológico, la nueva versión del pase interno o salvoconducto de los viejos regímenes totalitarios, que se nos exigirá para entrar en un bar o un restaurante. Podrá darse entonces la curiosa paradoja de poseer uno la cartilla sanitaria al día y estar, sin embargo, contagiado y contagiar, teniendo vía libre a dichos establecimientos y otros eventos públicos, y podrá negarse el acceso a otro que no posea dicha licencia acreditativa pese a gozar de un óptimo estado de salud. 
 
 
 
    Al final se ve lo que importa: no se trataba de una cuestión sanitaria, sino de política obediencia. Lo que cuenta no es que contagies o no contagies, estés sano o no lo estés, que eso no le importa a nadie, si le importa a alguien, más que a ti, sino que obedezcas y te dejes inocular porque estás haciendo lo que Dios, es decir,  el Estado, manda, lo mandado.

miércoles, 14 de julio de 2021

Higienismo a ultranza (y II)

Con la imposición obligatoria de la mascarilla en todos los espacios públicos comunes tanto interiores como exteriores nos prohibieron dar la cara, cuya imagen quedaba reducida a la intimidad familiar, una vez que habíamos perdido el espacio público. La cara, que era el espejo del alma, se enmascaraba y así se despersonalizaba. 
 
Buena paradoja: la mascarilla -persona era el nombre de la máscara en latín- nos despersonaliza, haciendo que todos seamos máscaras impersonales, sustrayéndonos al reconocimiento de la mirada de los demás. 
 
El rostro es lo más propio mío, como revela la foto del Documento Nacional de Identidad al lado de la huella digital, pero lo que yo no puedo ver si no me miro en un espejo, como hizo Narciso enamorándose fatalmente de su propia imagen. 
 
Una sociedad sin rostro es una sociedad sin alma, porque el rostro es el espejo del alma. 
 
La imposición, por otra parte, de la distancia interpersonal demuestra que ya no hay comunidad, sino una agregación de individuos reunidos por casualidad que forman una grey, es decir, un rebaño.
 
 
Algo nos dice que una sociedad sana no puede basarse en la desconfianza de cada uno en relación con los demás. Como nos han inculcado esa desconfianza, nos han enfermado, nos han convertido en una sociedad enferma. No es saludable adaptarse a una sociedad enferma, como escribió Crisnamurti, no es un síntoma de buena salud. 
 
La expresión distancia social es una contradicción en sus términos. La sociedad no puede fundarse sobre la distancia. Inscribir la distancia en lo social significa borrar de un plumazo la sociedad, sustituyéndola por una suma de individuos congregados por azar pero perfectamente identificados. 
 
Lo que se pretende con la distancia social es la distanciación o el alejamiento de lo común. Y la palabra distanciación, mejor que distancia o distanciamiento, expresa muy bien el proceso que no está abocado a detenerse nunca. 
 
La sociedad se atomiza, es decir, se individualiza etimológicamente hablando, pierde el sentido de lo común. Desde hace año y medio vivimos sujetos y sumergidos en un océano de informaciones que cada día nos condicionan en función de los requisitos políticos.
 

 La gente que se somete es porque ve que hay una ganancia. Les han propuesto una falsa elección: "Si quieres recuperar tu vida anterior, tienes que cumplir estas condiciones". Es una promesa a todas luces falsa, porque la lógica que se ha impuesto de la distanciación y del constreñimiento social no tiene ninguna razón de encontrar en sí misma su propio límite que le ponga fin. 
 
El Estado, ávido siempre de poder, nunca renuncia al poder que se le otorga. La imposición ahora del pasaporte sanitario que se ofrece a cambio de someterse a la doble inyección inaugura una sociedad escalonada, graduada en función del estado médico de los individuos. De este modo el sistema inmunitario natural del ser humano se ve como un arcaísmo que hay que sustituir por un sistema inmunitario artificial explotable por la industria farmacéutica, que encuentra así un óptimo nicho de mercado. 
 
Un operador telefónico nos llama por teléfono -cada uno tiene ya su número propio individual e intransferible- y nos ofrece una “oferta inmejorable de inmunidad” por sólo, es un decir, 9,99 euros al mes -que salen de nuestros bolsillos a través de los impuestos indirectos, ojo, porque los pinchazos no son gratuitos, aunque lo parezcan, que nadie se llame a engaño- y con una permanencia de un año... La novedad es que si rechazas la oferta de la inyección letal antitanática -contra la muerte- pierdes algunos de los derechos que tenías. 
 
La vacunación es un acto de adhesión a un nuevo contrato social de tipo técnico-sanitario fundado en el ideal falso de la higiene común. 
 

 
El Poder ha sometido al pueblo a un referéndum: sí o no al nuevo contrato social. La inyección es el bautismo de fuego. Acceder a ella arremangándose uno es decir de hecho “sí” a este nuevo contrato social. 
 
Lo importante, además, no es la inyección que supone que uno está desarrollando cierta inmunidad, lo cual no está demostrado en absoluto, sino el documento acreditativo de ella, que se convierte en un requisito imprescindible para acceder a determinados eventos y en un salvoconducto para viajes. 
 
Hasta ahora el hecho de vacunarse por ejemplo anualmente de la gripe era una decisión privada que no afectaba a la relación con los demás. Era algo que pertenecía al historial médico de cada cual y que no condicionaba ningún comportamiento propio ni ajeno. La gente que se vacunaba de la gripe lo hacía, generalmente aconsejada por su médico de cabecera, para no contraer la enfermedad en una forma grave. 
 
La inyección ahora es mucho más que eso, es un gesto de adhesión al sistema del higienismo a ultranza preconizado por la Organización Mundial de la Salud y las autoridades sanitarias de los estados avasallados. 
 
¿No podríamos dejar de ser unos malpensados y olvidarnos por un momento del adagio “piensa mal y acertarás” y reconocer que la mascarilla, el pasaporte sanitario y la propia inyección que estamos analizando aquí son medidas tomadas para protegernos a los ciudadanos de nosotros mismos y que, por lo tanto, están al servicio no de los intereses de los laboratorios farmacéuticos sino del bien común? 
 
Claro está que esas medidas se han implementado, como dicen ahora, con las mejores intenciones del mundo, porque se ha creído que son buenas, eficientes y eficaces. Las intenciones que hay detrás de ellas son, a buen seguro, vamos a pensarlo así, inmejorables,  pero ya se sabe que de buenas intenciones está empedrado el pavimento del infierno. 
 
Litografía de Paul Colin (1949)
 
 Nadie hace mal a sabiendas, nos enseñó Sócrates, y es verdad: hacemos lo que hacemos porque creemos que es bueno. Y si hacemos algo malo no es porque lo hagamos adrede y a conciencia, sino por error y equivocación, nunca a propósito. 
 
Por eso hay que denunciar el engaño, es una labor política hacerlo: se han tomado unas medidas creyendo que eran buenas, y no lo son. Hay quien puede pensar, ingenuamente, que estamos en un paréntesis provocado por un suceso excepcional, la pandemia de los demonios, que ha requerido unas medidas excepcionales, que si no son buenas, porque no pueden serlo, son un mal menor, pero en realidad es un camino que una vez emprendido no tiene vuelta atrás, y el mal, por muy menor que sea, nunca es bueno.

martes, 13 de julio de 2021

Higienismo a ultranza (I)

    El establecimiento institucional de un “nuevo” régimen -que en realidad es más viejo que el catarro y no deja de ser el mismo perro con distinto collar, en este caso sanitario- basado en el terror fomentado por lo que podríamos denominar un higienismo a ultranza de la seguridad pública ha hecho posible la práctica destrucción de las relaciones humanas. Esto ha sido posible desde el momento en que gestos tan entrañables como darse la mano, abrazarse o besarse han sido catalogados potencialmente como mortalmente peligrosos, y se han recomendado sustitutos como reverencias orientales o choque de codos. Se ha propiciado, en lugar de la comunicación presencial, la televideofónica, supuestamente más segura, que a veces llamamos “virtual” porque es un sustituto de la “real”, lo que ha fomentado la instalación de redes inalámbricas y de difusión de la Red Informática Universal, que alejándonos nos acerca a los demás, o que acercándonos a los demás nos aleja del peligro que supone su contagio o, lo que es lo mismo, su contacto. 
 
 
Litografía de Paul Colin (1949)
 
    Esta ideología sin ideología que algunos han llamado higienismo securitario se ha fundamentado en la desconfianza en uno mismo y en los demás, y ha sido difundida por reputados virólogos, como el asesor de la canciller alemana, que afirmó con una sinvergonzonería rayana en el más puro cinismo: “Lo mejor sería que nos comportásemos como si estuviésemos contagiados y quisiésemos evitar la transmisión de la enfermedad”. ¿Cómo puede uno engañarse a sí mismo y a los demás emulando al Enfermo Imaginario de Molière, fingiéndose apestado cuando no lo está y no tiene ningún síntoma ni por asomo?
 
    Pero no acaba ahí la cosa, porque al mismo tiempo que el virólogo recomendaba eso, decía contradiciéndose a sí mismo que también había que ver la cosa al revés y considerar que los enfermos, no ya imaginarios sino reales, ya sea en acto o en potencia más bien aristotélica, eran los otros. Se diría que estaba Christian Drosten, tal es el nombre del responsable, parafraseando el célebre “l'enfer c'est les autres” de Jean Paul Sartre con un “le virus c'est les autres” (el virus son los otros). Es decir nos está invitando a vernos a nosotros mismos simultáneamente, con una grave distorsión de la realidad, como enfermos que pueden contagiar a los demás que están sanos, y como sanos a la vez que pueden ser contagiados por los demás, que están enfermos. 
 
 
    Es como si estuviéramos uniendo al triple lema de Orwell (la guerra es la paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza), un cuarto eslogan exitoso: la salud es una enfermedad grave que debe ser tratada lo antes posible porque es, además, contagiosa y mortal. 
 
    El Poder, auxiliado por científicos a sueldo de los laboratorios farmacéuticos como el susodicho, después de haber jugado la baza del miedo sembrando el pánico entre la población del planeta, utiliza ahora las cartas del resentimiento afirmando que los viejos son las víctimas de los jóvenes irresponsables que no siguen las medidas recomendadas por las autoridades sanitarias que velan por nuestra salud enfermándonos a todos y cada uno de nosotros. 
 
    Con ochenta y noventa años la gente ya no se muere de vieja, sino de la enfermedad del virus coronado, como si la vida pudiera continuarse indefinidamente si no fuéramos puestos en peligro constantemente por la amenaza potencial que suponemos nosotros mismos y nuestros congéneres viralizados. 
 
 

 
    El Poder afirma ahora que los que se han dejado inyectar van a ser o ya lo son víctimas de los que no, lo que viene a revelar por otra parte que la inyección no inmunizaba en absoluto. 
 
    Lo que quiere el Poder a toda costa es sustituir el resentimiento vertical del pueblo contra el gobierno en una desconfianza horizontal mutua entre el pueblo dividido entre sí. Es el viejo principio de inspiración maquiavélica del divide y vencerás. Es como si de pronto se hubiera trasladado la lucha vertical entre lo de arriba y lo de abajo, al enfrentamiento horizontal entre los de abajo, dividiéndonos entre los que se sentarán en el Juicio Final a la izquierda de Dios padre y los que se sentarán a la diestra del Señor, entendidas en un sentido muy amplio que va más allá de la política tradicional de los políticos que sólo aspiran a sucederse en el poder para que cambie el gobierno y pueda seguir el sistema igual, garantizando la alternancia. 
 
    La salud se ha convertido en la enfermedad de nuestros días: todos somos pacientes y víctimas de un higienismo a ultranza. Pacientes en acto, como los ingresados en hospitales y unidades de cuidados intensivos, o en sus propios hogares, donde son atendidos en el mejor de los casos por médicos teleoperadores; y pacientes en potencia todos los demás. No somos enfermos imaginarios, sino enfermos bien reales. ¿No es esto un delirio colectivo, una histeria sin precedentes, una paranoica y gravísima psicosis?

lunes, 12 de julio de 2021

Matar al Padre

    Tiene su cosa el latinajo: Qui patrem suum necat non peccat (el que mata a su padre no peca) La gracia, una vez que se sabe que el "necat" que rima con "peccat" quiere decir "mata", reside en que no son divinas palabras, como diría Valle Inclán, sino diabólicas o demoníacas, ya que llevan la contraria a las sagradas escrituras y preceptos religiosos. La frase quiere decir que quien mata a su padre no comete pecado, contradiciendo así el cuarto mandamiento de la ley de Dios,  ya que dar la muerte no es forma de honrar uno a nadie, y menos a su padre, y el quinto, que prohíbe taxativamente la matanza. Pero estos latines tienen su gracia, y no por la rima fácil, que no deja de ser una peculiaridad idiomática propia de cada lengua mundana  no exportable a las demás, sino porque una de las seis palabras que contiene es ambigua. En efecto, esa frase puede entenderse y traducirse también así: No peca quien mata al padre... de los cerdos; pues suum, además del posesivo "suyo", puede ser el genitivo plural de sus, suis (primo hermano del griego ὗς ὑός hûs huós) “cerdo”, de donde el adjetivo castellano suido, que se aplica según la Real al mamífero artiodáctilo paquidermo (perdón por los tres neologismos grecolatinos seguidos), de jeta bien desarrollada y caninos largos y fuertes que sobresalen de la boca, como por ejemplo el sus scrofa, vulgarmente jabalí. 


    Pero la gracia de ese latinajo tampoco se agota en la doble lectura. Desde un punto de vista psicoanalítico y freudiano, matar uno a su padre no es un pecado ni un crimen sino el destino fatal de todo animal racional macho que se aprecie, siempre y cuando el crimen se cometa simbólicamente como modo de superación sublimada del complejo de Edipo.  No se trata de asesinar uno a su padre biológico, claro está, que eso es pecado y además delito de parricidio, entendido este como el asesinato que es de un pariente consanguíneo en línea ascendente de hijo a padre o descendente de padre a hijo -de igual a igual, de semejante a semejante, de par a par, que eso era par(r)icida-  sino al ideal o espiritual, es decir, al patriarca de todos los padres y padre del patriarcado que todos llevamos dentro: el padre de todos los cerdos de dos patas.


    Desde un punto de vista animalista, que equipara a la especie humana con la porcina, sería igualmente un crimen matar, o sacrificar, como también se dice,  al cerdo cuando le llega su sanmartín, es decir, la fecha de su matacía o matanza, pues suelen conceder los animalistas  a las especies animales dotadas de sistema nervioso central la categoría de "sintientes", con lo que amplían la longitud de onda del concepto de "humanismo" incluyendo a dichos animales y excluyendo de su estatuto a plantas, rocas y otros seres vivos carentes de dicho sistema nervioso, y entienden que el mandato divino "no matarás" les afecta también a ellos, por lo que se abstienen de comer sus viandas.   

Matanza del cerdo en la Edad Media



    Pero no se trata de matar físicamente al padre de todos los puercos. Tampoco de asesinar físicamente al Santo Padre, o sea al Papa que vive en Roma, vicario en la Tierra del Padre celestial, de Dios Padre, la autoridad suprema y omnipotente, al que no en vano se le rezaba en latín, como Dios manda, "Pater noster qui es in Caelis, sanctificetur nomen tuum, etcétera.". (Ya se encargará Satanás de arrastrar al falso Papa, que es el Anticristo, dado que ha traicionado el espíritu cristiano de pobreza, junto a todos nosotros, los fieles y cristianos secuaces de su secta, hasta el pudridero de los infiernos cuando nos llegue la hora en el momento menos pensado).  

    De lo que se trata es de matar simbólica- y metafóricamente uno a su propio padre, al que aborrece con toda su alma, por ser su rival en el amor de su madre y por encarnar el poder patriarcal que subordina a la mujer y a los hijos a su autoridad dentro de la Sagrada Familia.


    Cualquier revolución que se precie, empezando por la individual en nuestro fuero interno, tiene que inmolar  de ese modo  al Padre, pero no para sustituirlo una vez depuesto. La juventud francesa de mayo del 68 lo intentó en París durante un cierto tiempo, pero luego, en un momento dado, la magia desapareció y los jóvenes airados pasaron de una rebelión incontrolable e iconoclasta, que no ofrecía ninguna puerta de entrada a la represión porque no tenía cabezas visibles, a un movimiento asimilado, ordenado, legalizado y neutralizado por el Poder, empoderándose ellos mismos, como ahora se dice.


    No consiguieron lo que de verdad pretendían. El desmadre de los jóvenes no llegó al despadre. Pero no se puede hablar de éxito ni de fracaso, que son categorías económicas como el superávit y el déficit, porque la rebelión a su modo sigue siempre viva y latente por lo bajo, de modo que renace y se viene arriba de vez en cuando en el lugar menos pensado, como surgió, por ejemplo, cuando menos se esperaba,  en Madrid, donde saltó la liebre el 15 de mayo de 2011: Que por mayo era, por mayo / cuando faze la calor...

 Agustín García Calvo en la Puerta del Sol, mayo 2011

    Los jóvenes parisinos, como los madrileños después y tantos y tantos otros que han intentado matar al Padre (necare patrem suum), es cierto, acabaron convirtiéndose todos ellos en unos padrazos de cuidado. Y es que esa es la forma freudiana y ordinaria de matar uno metafóricamente a su padre y de resolver el conflicto edípico: convertirse uno en su propio padre, ocupar la casilla que ha quedado vacía, el trono vacante. La mitología griega da buena cuenta  de ello, como de tantas otras cosas: Zeus se rebela contra su padre Crono para destronarlo, quien a su vez se había levantado contra su progenitor Urano, al que había castrado con una hoz, y destronado: a rey depuesto, rey de repuesto.

Crono emasculando a su padre Urano, Giorgio Vasari (1564)

    Frente a esa falsa solución lo único que cabe es darle la vuelta a la cosa: además del desmadre, que es propio del sistema, tenemos que procurar el despadre, el desempadronamiento y la desempoderación, que es muchísimo más importante, y es la única forma, se me olvidaba decirlo, de combatir el patriarcado y de proceder a la matanza de los cerdos de dos patas.

    ¿Cómo se hace? Vamos a decir cómo no se hace esa revolución: Desde luego no se hace fundando un partido político y presentándose a las elecciones como creen algunos ingenuos que pretenden cambiar el mundo para que el sistema siga igual. ¿Cómo se consigue entonces? Muy fácil: diciendo (porque decir es una forma de hacer) a todo Dios (Estado, Capital, Maestro, Papa, Patriarca de Alejandría, Dalai Lama, Jefe o Jefa, Presidente o Presidenta y un larguísimo etcétera en el que se incluye uno mismo, yo mismo, por supuesto en última y no menos importante instancia: el ego es el último reducto y el más secreto donde se esconde el Padre de todos los Padres), diciéndole, decía: tú no eres mi padre: yo no soy tu hijo: no te reconozco: lárgate: no quieras darme lecciones porque no hay lección que valga.

domingo, 11 de julio de 2021

El móvil inmóvil

El teléfono inteligente (esmarfon en la lengua del Imperio) fomenta el individualismo, por lo que resulta lo contrario del medio de comunicación que pretende ser. Se presenta como una herramienta de relación interpersonal, y sirve para incomunicarnos, atomizándonos, sustituyendo la realidad real, valga la redundancia, por la virtual. 

En ese sentido, las redes sociales destruyen las relaciones personales con el pretexto de crearlas. Su proliferación responde a un fenómeno de frivolización de las relaciones humanas, cada vez más espirituales y cada vez menos carnales. Hacen un uso demasiado gratuito y generoso de las palabras "amigo", "amor", "sexo" y de la palabra "contacto", que ha perdido ya toda su contingencia táctil y carnal.  En nuestras cada vez más habitadas y menos habitables ciudades, el móvil suple una carencia afectiva, ofreciéndonos una falsa solución al problema que nos crea. Te dice “nunca estarás solo” y te condena a la soledad. Te conecta con la gente más alejada, desconectándote de la que te rodea. Cuando sientes que estás solo,  miras la pantalla y de pronto ves que tienes un mensaje y piensas: “Bueno, al menos alguien se acuerda de mí”. Las pantallas no juntan a las personas, sino que publican su aislamiento, creyendo que de la suma de selfies surgirá una comunidad: el grupo de clase,  la familia, el trabajo, los amigos... sólo humo.

Habrá algunos ingenuos que piensen que el teléfono inteligente no es bueno ni malo de por sí, sino neutro; que la bondad o maldad del artilugio dependerá del uso que hagamos del cacharro. Son los mismos que opinan ingenuamente que la tecnología es aséptica, y está más allá del bien y del mal, por lo que se puede hacer un uso positivo o negativo de ella, depende de nosotros, sin que ella nos utilice ni condicione a nosotros, sus supuestos usuarios. No ven que la mera existencia de algunos artefactos como este, como las armas de fuego, la televisión o el automóvil es intrínsecamente perversa. 


Pensamos que manejamos el móvil pero es él el que nos manipula a nosotros, ya que su mera existencia nos impone el cuidado de atenderlo: tenemos que conectarnos, tener cargada la batería, estar permanentemente en línea, alineados, o lo que viene a ser lo mismo, alienados. En definitiva, el móvil no mueve ni libera al individuo, sino que refuerza su  inmovilismo, lo ata aún más a lo que ya estaba amarrado: fortalece sus cadenas laborales o sentimentales. No somos adictos a él, él se ha hecho adicto a nosotros. No lo controlamos, nos controla. ¿Y por qué tanta dependencia? ¿Por qué en todos lados gente mirando pantallas? El mundo digital aparece como un refugio del mundo real, al que suplanta. Si la realidad es decepcionante, interponemos  los ilusorios pantallazos que ocultan el mundo, la triste realidad que nos rodea. 

La gran pantalla cinematográfica dio paso a la pequeña de la televisión, instalándose en la intimidad del ámbito doméstico, en el privilegiado corazón del salón, como si fueran las llamas del fuego del hogar de la caverna platónica en torno a la que se congrega toda la familia. Con la aparición de la Red Informática Universal y los ordenadores personales, las pantallas se individualizaron ya plenamente, hasta llegar a la diminuta pantalla de nuestros móviles, que ya no ocupan un lugar fijo, sino que nos obliga a nosotros a moverlos a ellos y llevarlos siempre encima,  como nuestra propia sombra. 

La pantalla nos reduce a la condición simultánea de espectador y emisor, sujeto pasivo y activo: nos impone una imagen incontestable, lo que revela su carácter autoritario y sacrosanto. Ya no hay imágenes sagradas, se han sacralizado todas las imágenes: convertidas en íconos, a nosotros nos han vuelto iconófilos, iconodulos: esclavos de las imágenes. El usuario de la red no se ama a sí mismo, lo que ama es la imagen que proyecta de sí mismo, de la que está enamorado como Narciso, una fotografía falsa -virtual- pero real. Cientos de álbumes de fotos que reflejan el triste espectáculo que emite y exhibe uno de su propia vida, autopromocionándose, como si uno fuese el actor de su biografía, por lo general bastante miserable, hipócrita y anodina. 

 
La lectura de más de 6 líneas o de 140 caracteres en esas pantallas es algo inaceptable. Las emociones se reducen, empobreciéndose el lenguaje verbal, a emojis o emoticonos, es decir, a íconos o imágenes que tratan de expresar dichas emociones como figuras jeroglíficas, de ahí esa ansia de llenar los mensajes con ellos y de inventar nuevos pictogramas constantemente. 

En las redes sociales hay un positivismo absoluto que resulta al fin y a la postre bastante negativo, vomitivo y empalagoso por almibarado: hay “me gusta”, pero no hay "no me gusta”; hay “amigos”, que se convierten en seguidores (followers que dan fav o likes en la lengua del Imperio), pero no hay "enemigos”. 

El móvil se ha convertido en el símbolo máximo del individualismo solipsista de este nuevo milenio, como fue el automóvil en el siglo pasado. Ambos engendros tecnológicos se presentan como medios: el uno de comunicación y el otro de transporte, y tienen en común la idea de “movimiento”, lo que resulta paradójico cuando ese movimiento no conduce a ninguna parte, no tiene ningún fin que no sea la ocultación de la verdad: que este mundo no “si muove”, como afirmó Galileo, sino que, sin embargo, está quieto, “eppur stà fermo”, o si parece que se mueve es sólo para no dar la sensación de que está quieto, porque el movimiento que predican no existe. 



Ya lo dijo hace muchos siglos Zenón de Elea en griego: El móvil no se mueve ni en el lugar en el que está ni en el que no está.

¿Qué se puede hacer ante eso? Pues hablar de ello y denunciarlo, por ejemplo, como estamos haciendo aquí, porque hablar de algo ya es una forma de acción, aunque no sepamos muy bien para qué sirve. Puede que valga para, por ejemplo, darnos cuenta de lo engañados que estábamos. A lo mejor sirve para desengañarnos. Lo que, si es así, no es poco que digamos, ¿no?.

sábado, 10 de julio de 2021

La cruz de san Andrés

    Era Andrés hermano de Pedro, pescadores ambos, a los que Jesús les hizo sus discípulos diciéndoles que serían "pescadores de hombres" (en griego ἁλιεῖς ἀνθρώπων, halieís anthrópon). Fue Andrés quién reconoció el primero en Jesús al mesías, por lo que se lo llamó en griego Protocleto, el primer llamado, y quien se convirtió en su fervoroso discípulo, hasta el punto de haber sufrido el mismo suplicio que el Maestro: la crucifixión. 
 
    Pero igual que su hermano Pedro, pidió que no le crucificaran en una cruz como la de Jesús, por lo que le amarraron, según la leyenda en Patrás, capital de la provincia romana de Acaya, en Grecia, en una “crux decussata”, es decir, con forma de aspa, una cruz que se conoce desde entonces como cruz de san Andrés. En ella estuvo padeciendo durante tres días que aprovechó para predicar e instruir en la fe cristiana a todos los que se le acercaban. 
 

Tripalium, origen etimológico de la palabra "trabajo". 

    Al apóstol se le atribuyen estas palabras: “¡Salve Santa Cruz, tan deseada, tan amada! Sácame de entre los hombres y entrégame a mi Maestro y Señor, para que yo, de ti, reciba al que por ti me salvó!
 
    Esta cruz, con color rojo y anaranjado, formó parte de los sambenitos de los condenados por la Inquisición, bordada en la espalda y en el pecho. También fue ampliamente utilizada en vexilología y heráldica. 
 
    En el siglo XVI, Teresa de Avila, alias santa Teresa de Jesús, la mística, escribe un poema dedicado a San Andrés sobre el estribillo "¡qué gozo nos da verte!", abordando la temática de la muerte jubilosa y del sufrimiento placentero en el que no falta el deleite masoquista: 
 
Santa Teresa de Jesús, José de Ribera (1630)
 
Si el padecer con amor / puede dar tan gran deleite, / ¡qué gozo nos dará el verte!
 
¿Qué será cuando veamos / a la inmensa y suma luz, / pues de ver Andrés la cruz / se pudo tanto alegrar? / ¡Oh, que no puede faltar / en el padecer deleite! / ¡Qué gozo nos dará el verte!
 
El amor cuando es crecido / no puede estar sin obrar, / ni el fuerte sin pelear, / por amor de su querido. / Con esto le habrá vencido, / y querrá que en todo acierte. / ¡Qué gozo nos dará el verte! 
 
Pues todos temen la muerte, / ¿cómo te es dulce el morir? / ¡Oh, que voy para vivir / en más encumbrada suerte! / ¡Oh mi Dios, que con tu muerte / al más flaco hiciste fuerte! / ¡Qué gozo nos dará el verte!
 
¡Oh cruz, madero precioso, / lleno de gran majestad! / Pues siendo de despreciar, / tomaste a Dios por esposo, / a ti vengo muy gozoso, / sin merecer el quererte. / Esme muy gran gozo el verte.