Tiene su cosa el latinajo: Qui patrem
suum necat non peccat (el que mata a su padre no peca).
La gracia, una vez que se sabe que el "necat" que rima con "peccat"
quiere decir "mata", reside en que no son divinas palabras, como diría
Valle Inclán, sino diabólicas o demoníacas, ya que llevan la contraria a
las sagradas escrituras y preceptos religiosos. La frase quiere decir
que quien mata a su padre no comete pecado, contradiciendo así el cuarto
mandamiento de la ley de Dios, ya que dar la muerte no es forma de
honrar uno a nadie, y menos a su padre, y el quinto, que prohíbe
taxativamente la matanza. Pero estos latines tienen su gracia, y no por
la rima fácil, que no deja de ser una peculiaridad idiomática propia de
cada lengua mundana no exportable a las demás, sino porque una de las
seis palabras que contiene es ambigua. En efecto, esa frase puede
entenderse y traducirse también así: No
peca quien mata al padre... de los cerdos; pues
suum, además del posesivo "suyo", puede ser el genitivo plural de sus, suis
(primo hermano del griego ὗς ὑός hûs huós)
“cerdo”, de donde el adjetivo castellano suido, que se aplica
según la Real al mamífero artiodáctilo paquidermo (perdón por los
tres neologismos grecolatinos seguidos), de jeta bien desarrollada y
caninos largos y fuertes que sobresalen de la boca, como por ejemplo
el sus scrofa, vulgarmente jabalí.
Pero
la gracia de ese latinajo tampoco se agota en la doble lectura. Desde
un punto de vista psicoanalítico y freudiano, matar uno a su padre no es
un pecado ni un crimen sino el destino fatal de todo animal racional
macho que se aprecie, siempre y cuando el crimen se cometa
simbólicamente como modo de superación sublimada del complejo de Edipo.
No
se trata de asesinar uno a su padre biológico, claro está, que eso es
pecado y además delito de parricidio, entendido este como el asesinato
que es de un pariente consanguíneo en línea ascendente de hijo a padre o
descendente de padre a hijo -de igual a igual, de semejante a
semejante, de par a par, que eso era par(r)icida- sino al
ideal o espiritual, es decir, al patriarca de todos los padres y padre
del patriarcado que todos llevamos dentro: el padre de todos los cerdos
de dos patas.
Desde
un punto de vista animalista, que equipara a la especie humana con la
porcina, sería igualmente un crimen matar, o sacrificar, como también se
dice, al cerdo cuando le llega su sanmartín, es decir, la fecha de su
matacía o matanza, pues suelen conceder los animalistas a las especies
animales dotadas de sistema nervioso central la categoría de
"sintientes", con lo que amplían la longitud de onda del concepto de
"humanismo" incluyendo a dichos animales y excluyendo de su estatuto a
plantas, rocas y otros seres vivos carentes de dicho sistema nervioso, y
entienden que el mandato divino "no matarás" les afecta también a
ellos, por lo que se abstienen de comer sus viandas.
Matanza del cerdo en la Edad Media
Pero
no se trata de matar físicamente al padre
de todos los puercos. Tampoco de asesinar físicamente al Santo Padre, o sea al Papa que vive en Roma,
vicario en la Tierra del Padre celestial, de Dios Padre, la autoridad suprema y omnipotente, al que no en vano se le rezaba en latín, como Dios manda, "Pater noster qui es in Caelis, sanctificetur nomen tuum, etcétera.".
(Ya se
encargará Satanás de arrastrar al falso Papa, que es el Anticristo,
dado que ha traicionado el espíritu cristiano de pobreza, junto a
todos nosotros, los fieles y cristianos secuaces de su secta, hasta el
pudridero de los infiernos cuando nos llegue la hora en el momento menos
pensado).
De lo que se trata es de matar simbólica- y metafóricamente uno a su propio padre, al que aborrece con toda su alma, por ser su rival en el amor de su madre y por encarnar el poder patriarcal que subordina a la mujer y a los hijos a su autoridad dentro de la Sagrada Familia.
De lo que se trata es de matar simbólica- y metafóricamente uno a su propio padre, al que aborrece con toda su alma, por ser su rival en el amor de su madre y por encarnar el poder patriarcal que subordina a la mujer y a los hijos a su autoridad dentro de la Sagrada Familia.
Cualquier revolución que se precie, empezando por la individual en nuestro fuero interno, tiene que inmolar de ese modo al Padre, pero no para sustituirlo una vez depuesto. La juventud francesa de mayo del 68 lo intentó en París durante un cierto tiempo, pero luego, en un momento dado, la magia desapareció y los jóvenes airados pasaron de una rebelión incontrolable e iconoclasta, que no ofrecía ninguna puerta de entrada a la represión porque no tenía cabezas visibles, a un movimiento asimilado, ordenado, legalizado y neutralizado por el Poder, empoderándose ellos mismos, como ahora se dice.
No consiguieron lo que de verdad pretendían. El desmadre de los jóvenes no llegó al despadre.
Pero no se puede hablar de éxito ni de fracaso, que son categorías económicas como el superávit y el déficit, porque la rebelión a su modo
sigue siempre viva y latente por lo bajo, de modo que renace y se viene arriba de vez en cuando en el lugar
menos pensado, como surgió, por ejemplo, cuando menos se esperaba, en Madrid, donde saltó la liebre el 15 de mayo de 2011: Que
por mayo era, por mayo / cuando faze la calor...
Agustín García Calvo en la Puerta del Sol, mayo 2011
Los
jóvenes parisinos, como los madrileños después y tantos y tantos
otros que han intentado matar al Padre (necare patrem suum), es
cierto, acabaron
convirtiéndose todos ellos en unos padrazos de cuidado. Y es que esa es
la
forma freudiana y ordinaria de matar uno metafóricamente a su padre y
de resolver
el conflicto edípico: convertirse uno en su propio padre, ocupar la
casilla que ha quedado vacía, el trono vacante. La mitología griega da
buena cuenta de ello, como de tantas otras cosas: Zeus se rebela contra
su padre Crono para destronarlo, quien a su vez se había levantado
contra su progenitor Urano, al que había castrado con una hoz, y
destronado: a rey depuesto, rey de repuesto.
Frente a esa falsa solución lo único que cabe es darle la vuelta a la cosa: además del desmadre, que es propio del sistema, tenemos que procurar el despadre, el desempadronamiento y la desempoderación, que es muchísimo más importante, y es la única forma, se me olvidaba decirlo, de combatir el patriarcado y de proceder a la matanza de los cerdos de dos patas.
Crono emasculando a su padre Urano, Giorgio Vasari (1564)
Frente a esa falsa solución lo único que cabe es darle la vuelta a la cosa: además del desmadre, que es propio del sistema, tenemos que procurar el despadre, el desempadronamiento y la desempoderación, que es muchísimo más importante, y es la única forma, se me olvidaba decirlo, de combatir el patriarcado y de proceder a la matanza de los cerdos de dos patas.
¿Cómo
se hace? Vamos a decir cómo no se hace esa revolución: Desde luego
no se hace fundando un partido político y presentándose a las
elecciones como creen algunos ingenuos que pretenden cambiar el mundo
para que el sistema siga igual. ¿Cómo se consigue entonces? Muy fácil:
diciendo (porque decir es una forma de hacer) a todo
Dios (Estado, Capital, Maestro, Papa, Patriarca de Alejandría, Dalai
Lama, Jefe o Jefa, Presidente o Presidenta y un larguísimo etcétera en
el que se incluye uno mismo, yo
mismo, por supuesto en última y no menos importante instancia: el ego es el último reducto y el más secreto donde se esconde el Padre de todos los Padres), diciéndole, decía: tú no eres mi padre: yo no soy tu hijo: no te
reconozco: lárgate: no quieras darme lecciones porque no hay lección
que valga.