Era Andrés hermano de Pedro, pescadores ambos, a los que Jesús les hizo sus discípulos diciéndoles que serían "pescadores de hombres" (en griego ἁλιεῖς ἀνθρώπων, halieís anthrópon). Fue Andrés quién reconoció el primero en Jesús al mesías, por lo que se lo llamó en griego Protocleto, el primer llamado, y quien se convirtió en su fervoroso discípulo, hasta el punto de haber sufrido el mismo suplicio que el Maestro: la crucifixión.
Pero igual que su hermano Pedro, pidió que no le crucificaran en una cruz como la de Jesús, por lo que le amarraron, según la leyenda en Patrás, capital de la provincia romana de Acaya, en Grecia, en una “crux decussata”, es decir, con forma de aspa, una cruz que se conoce desde entonces como cruz de san Andrés. En ella estuvo padeciendo durante tres días que aprovechó para predicar e instruir en la fe cristiana a todos los que se le acercaban.
Al apóstol se le atribuyen estas palabras: “¡Salve Santa Cruz, tan deseada, tan amada! Sácame de entre los hombres y entrégame a mi Maestro y Señor, para que yo, de ti, reciba al que por ti me salvó!”
Esta cruz, con color rojo y anaranjado, formó parte de los sambenitos de los condenados por la Inquisición, bordada en la espalda y en el pecho. También fue ampliamente utilizada en vexilología y heráldica.
En el siglo XVI, Teresa de Avila, alias santa Teresa de Jesús, la mística, escribe un poema dedicado a San Andrés sobre el estribillo "¡qué gozo nos da verte!", abordando la temática de la muerte jubilosa y del sufrimiento placentero en el que no falta el deleite masoquista:
Si el padecer con amor / puede dar tan gran deleite, / ¡qué gozo nos dará el verte!
¿Qué será cuando veamos / a la inmensa y suma luz, /
pues de ver Andrés la cruz / se pudo tanto alegrar? / ¡Oh, que no puede faltar / en el padecer deleite! / ¡Qué gozo nos dará el verte!
El amor cuando es crecido / no puede estar sin obrar, / ni el fuerte sin pelear, / por amor de su querido. / Con esto le habrá vencido, / y querrá que en todo acierte. / ¡Qué gozo nos dará el verte!
Pues todos temen la muerte, / ¿cómo te es dulce el morir? / ¡Oh, que voy para vivir / en más encumbrada suerte! / ¡Oh mi Dios, que con tu muerte / al más flaco hiciste fuerte! / ¡Qué gozo nos dará el verte!
¡Oh cruz, madero precioso, / lleno de gran majestad! / Pues siendo de despreciar, / tomaste a Dios por esposo, / a ti vengo muy gozoso, / sin merecer el quererte. / Esme muy gran gozo el verte.