viernes, 28 de enero de 2022

Saturno devorando a sus hijos

    Leo en las hojas parroquiales electrónicas de mi comunidad autónoma, o sea en la prensa de campanario, que los directores de los IES, o sea I(n)stitutos de Educación Secundaria de Cantabria, piden ayuda a la Consejería de Educación de dicha taifa (cito literalmente) “ante el incremento de los trastornos de la salud mental del alumnado como consecuencia de la situación 'muy convulsa' que sufre la sociedad desde hace dos años por los 'estragos' del Covid-19”. 
 
    Reclaman que se dote a los centros de la figura del psicólogo escolar y que se aumente la dotación del servicio de Orientación (vuelvo a citar de la hoja parroquial) "para dar la mejor respuesta posible a esta problemática latente y mejorar la atención psicológica en nuestros centros educativos". 
 
Saturno devorando a su hijo, Goya (1819-1823)
 
      No voy a entrar yo en la necesidad o no de dichos psicagogos y orientadores desorientados la mayoría de las veces que reivindican los directores de los i(n)stitutos, que también deberían atender al profesorado y a los propios equipos directivos. Me llaman más la atención las justificaciones que esgrimen para reclamarlos, como si el problema no fuera en gran medida con ellos, y no me refiero solo a los equipos directivos de los centros, sino a los profesores y padres, a los adultos en general. 
 
    Afirman los directores claramente que los trastornos mentales que sufren los adolescentes se deben a la situación muy convulsa provocada por los estragos del Covid-19. No son los estragos de la enfermedad del virus coronado, me parece a mí, los que han provocado la convulsión de la sociedad, sino las medidas restrictivas y draconianas que se han aplicado y se siguen implementando desde mediados de marzo del 2020 secundadas unánimemente por los medios de información, empeñados en la tarea de desinformar y de hacer que cunda el pánico en la gente. Una de ellas, a título de mero ejemplo:  la aconsejada utilización de los barbijos FPP2, los más caros en el mercado y los más seguros, según los expertos de los platós televisivos, porque no dejan entrar ni salir a los virus. Claro que tampoco dejan entrar ni salir el aire por lo que se hace difícil, si no imposible, respirar. 
 
Saturno devorando a su hijo, Daniele Crespi (1619)
 
     Son los protocolos sanitarios en los hospitales y los protocolos escolares dictados por las autoridades sanitarias y educativas respectivamente los responsables de los trastornos de los adolescentes, a los que comenzaron encerrando en sus casas -confinando, decían entonces con un eufemismo deleznable para referirse a lo que no era sino un arresto domiciliario, España se convertía en un enorme centro penitenciario-, obligando a llevar mascarillas en las aulas y a mantener ridículas distancias de 'seguridad', tomándoles la temperatura compulsivamente todos los días y haciéndoles creer que estaban enfermos porque podían estarlo o porque lo decía una prueba fraudulenta que no tiene ningún valor diagnóstico pero que se ha utilizado para diagnosticar la 'enfermedad' asintomática, cerrando aulas y aislando y poniendo en cuarentena a los 'positivos' como si fueran apestados, inculcándoles desde el primer momento que podían matar sin querer a sus abuelos y progenitores, y finalmente que tenían que inocularse una sustancia experimental, ellos que no tenían prácticamente ningún riesgo de contraer ni de trasmitir la dichosa enfermedad. 
 
Saturno devorando a uno de sus hijos, Rubens (1636)
 
     Parece que el sistema de enseñanza, o educativo, como prefiere autodenominarse él, ha decidido no querer saber lo que está pasando. ¿Cómo no van a estar trastornados los jóvenes y adolescentes, si lo estamos todos, inducidos como hemos sido a una psicosis colectiva delirante y paranoica? ¿Quién está en los cabales de su sano juicio? Pero es especialmente triste que ellos, los adolescentes, y los niños, cuyas sonrisas se han visto congeladas bajo las ridículas mascarillas, estén viviendo bajo una dictadura mediática y sanitaria que les ha inculcado que los besos y los abrazos son conductas de alto riesgo que tenemos que evitar si no queremos contagiarnos y matar a los mayores. 
 
    Somos precisamente los mayores los que hemos sacrificado la infancia y la adolescencia. Nunca antes se había visto una cosa igual, que una generación inmole a los más jóvenes haciéndoles literalmente la vida imposible para asegurar su supervivencia. Miento, se había visto, sí, en la mitología: Saturno, entiéndase Crono,  el titán, que ante el temor no sólo de ser destronado sino de sucumbir a manos de uno de sus hijos, un temor que le había sido inculcado por Urano y Gea, el Cielo y la Tierra respectivamente en la lengua de Homero, depositarios de la sabiduría, que era la ciencia de aquel momento, y del conocimiento del porvenir, los iba devorando a medida que nacían.  Ayudó a su madre a vengarse de su padre Urano, que abusaba constantemente de ella, utilizando la hoz que ella le dio para cercenarle los testículos que arrojó al mar, de donde nacería según una versión Afrodita. Crono ocupó su lugar en el cielo y se hizo dueño del universo, casándose con su hermana la titánide Rea. Los romanos lo identificaron a él con Saturno y a ella con Cibeles. 

       Numerosos pintores, a lo largo de la histoira del arte, han representado la escena de antropofagia en la que Crono devora literalmente a cada uno de sus hijos.  Por ejemplo, y dentro del Museo de El Prado, sin ir más lejos, tenemos los impresionantes lienzos de Goya y el de Rubens, más antiguo.
 
 

    En la época imperial, con la romanización del norte de África, Saturno se identificó con el gran dios cartaginés Ba'al Hammon, al que los cartagineses ofrecían sacrificios humanos de niños, precisamente, recién nacidos. Las nuevas generaciones eran sacrificadas en aras de la supervivencia de sus mayores.
 
     Saturno, pues, ha engullido a todos sus vástagos, antes de que alguno de ellos le arrebate el trono y la vida, contagiándole el virus letal que no ha visto nadie todavía pero que como Dios existe, y cómo y cuánto existe... todavía.

jueves, 27 de enero de 2022

Tambores de guerra

    La casta dominante cambia de narrativa oficial y nos ofrece ahora el relato de una guerra inminente en la Europa del este, entre la madre Rusia y Ucrania, para salir huyendo de la crisis sanitaria y mediática coronaviral. El viejo truco del rabo del perro de Alcibíades, quien para distraer a la opinión pública ateniense decidió, como se sabe, cortarle el rabo a su perro suministrando así otro tema de conversación relativo a su persona, pero que distrajera de otros más turbios negocios con él relacionados. Cuando la situación interna de los países miembros del engendro de la Unión Europea está bloqueada, una buena crisis externa permite colaborar en la tarea de reducción de la población y fomentar el patriotismo y el ardor guerrero del que viven los traficantes de armas y los creadores de noticias.

    No es nada nuevo.  ¿No recuerdan los mayores la enorme mentira inventada por la CIA y la Casa Blanca para justificar la invasión de Iraq y el derrocamiento del sátrapa mesopotámico de la existencia de armas de destrucción masiva que amenazaban al estado de Israel, bendito de Jehová, y a toda Europa, conflicto -se popularizó entonces este eufemismo de 'guerra'- que enriqueció a los traficantes de armas estadounidenses y a los medios de comunicación ávidos de crear cortinas de humo?

     Los mismos europeos que se tragaron el cuento chino del virus de Wuhan, todo un montaje que permitió a los laboratorios farmacéuticos enriquecerse con el dinero de las arcas públicas de los contribuyentes del viejo continente y casi del entero mundo, se tragarán ahora el cuento de que el Zar es el peor dictador que ha existido y que la guerra es algo bueno, siempre y cuando no nos salpique mucho a nosotros, nos mantenga entretenidos e informados y no nos impida irnos de vacaciones para desconectar de vez en cuando. 



      Tras casi veinticuatro meses de agotamiento coronaviral, ¿qué mejor que una buena guerra lejos de nuestras fronteras para cambiar de relato y "a otra cosa, mariposa" como si aquí no hubiese pasado nada? Ya hacía tiempo que estaba claro que la farsa del virus coronado estaba llegando a su fin. Ya han conseguido vacunar a todo el mundo (sólo quedan unos pocos irreductibles) y la perspectiva de una tercera dosis -recuérdese a Paracelso sola dosis facit uenenum (Todo es veneno y nada es veneno, sólo la dosis hace el veneno)- siembra la duda incluso entre los más fanáticos fervientes defensores de la inoculación masiva de sustancias experimentales. Pero las industrias farmacéuticas pueden darse con un canto en los dientes satisfechas con la promesa de una inoculación renovada anualmente con el objeto de debilitar el sistema inmunitario so pretexto de fortalecerlo y contribuir así también a la reducción de la población del planeta superpoblado.

     Así que la élite occidental tiene que cambiar de coartada para seguir ganando dinero engañando a la opinión pública. Hay quien creía que la nueva superchería sería la "emergencia climática" para pasar de una dictadura a otra, pero, aunque hemos entrado en el invierno, este no ha producido realmente las catástrofes que darían crédito a la puesta en escena de dicho trampantojo. Así que hacía falta recurrir a algo más tradicional, algo tan viejo como la guerra de Troya,  que no suele fallar históricamente: una buena escaramua guerrera contra el zar ruso para distraernos, para volver a unirnos después de la crisis sanitaria que tanto ha separado a amigos y familias, como si todavía tuviéramos algo que compartir con estos sinvergüenzas que viven del erario público inventando enemigos imaginarios entre los que han figurado los chivos expiatorios que nos hemos negado a inocularnos.


    La casta dirigente de Occidente ha caído en el mundo zuckerbergiano del Metaverso, es decir, de la ilusión de un universo paralelo al mundo físico, virtual por supuesto, fomentado por los medios de creación de masas amodorradas, en el que cualquier persona que lo desee puede vivir y evadirse de la dura realidad. Ya le han puesto nombre y todo: lo llaman “Metaverso”, porque está más allá del universo conocido. Suena a ciencia-ficción, pero ya está moviendo dinero, es real. Ya se sabe, hay que seguir siempre la pista a la pasta: Las gafas de realidad aumentada y mixta, esas orejeras digitales, están a punto de ofrecernos la misma experiencia que nuestros ojos y oídos, y darnos el cambiazo de las cosas por sus ideas. 

    Parece que la tecnología quiere liberarnos de este mundo permitiéndonos fabricar otro u otros a nuestro antojo. Claro que así también tragamos más y mejor esta “nueva normalidad” en la que nos han metido, huyendo al dichoso Metaverso ese para evadirnos, donde,  más allá del arco iris, en la nube que diríamos, el cielo es azul, y los sueños que nos atrevemos a soñar, que son los que nos mandan, se cumplen como en la empalagosa canción Somewhere over the rainbow. Lo que parece que está cada vez más claro es que si hace unos años internet servía para desconectar de la realidad y evadirnos un rato de ella,  ahora va a ser nuestra prosaica realidad la que nos pueda servir para desconectar de la cada vez más todopoderosa Red de redes. 

 

    Permanezcan atentos a sus pantallas. China y Rusia están preparadas para la guerra, mientras nosotros nos preparamos para el espectáculo de la guerra. ¿Despertará alguna vez la opinión pública europea, convenientemente vacunada y anestesiada por los medios de masas, y comprenderá hasta qué punto le han mentido sus dirigentes del signo político que fueran -lo mismo da que da lo mismo- y hasta qué punto ha sido engañada otra vez?

miércoles, 26 de enero de 2022

Morir por las Ideas

    ¿Hay alguna idea por la que merezca la pena matar o morir, o simplemente vivir? No pocos jóvenes se hacen esta pregunta. ¿Hay algo por lo que merezca la pena sacrificarse en esta vida? Yo, que ya no soy joven, creo, sinceramente, que no. Si soy sabio, que no lo soy, y tengo alguans briznas de sabiduría no será por mis años, que no son pocos, sino por mis desengaños, que son muchos.

    Preguntémonos en primer lugar: ¿Quién ha inventado esas ideas o ideales por los que supuestamente merece la pena morir o vivir, que para el caso viene a ser lo mismo? Los inventores de ideas e ideales suelen ser pederastas muy longevos, filósofos de luengas barbas blancas fundadores de sectas religiosas, que se rodean de jovenzuelos incautos a los que incitan a matar y a morir, pero ellos no suelen matar, no vaya a ser que los metan en la cárcel, ni morir por ideas tampoco, desde luego.

    Decía Gandhi que por las ideas no se debía matar nunca, en todo caso se debía morir por ellas. Pero los verdaderos idealistas no suelen sacrificarse, sino incitar a los demás al sacrificio. Ellos alimentan las ideas vivas para que otros hagan el trabajo sucio de matar y morir por ellas.

  

    Están también, además de las ideas, las religiones: el cristianismo, por ejemplo. Cierto que ya lleva dos mil años de rodadura por el mundo, pero si ha durado tanto no es porque sus fieles hayan dado la vida por él en santo martirio, ya que si lo hubieran hecho no habría cristianos ni Cristo que lo fundó a estas alturas, sino porque han matado por él organizando cruzadas y guerras santas en nombre de la sacrosanta Cruz. Lo mismo vale para el islam.

    Si vemos al enemigo no como alguien a quien se puede matar, sino como alguien con quien se puede vivir, convivir,  no habría guerras. Recordemos que la palabra “enemigo” procede del latín “inimicus”, que quería decir “in-” no y “-amicus” amigo, o sea que enemigo es el que no es amigo. Y recordemos también que “amigo” viene de “amor”. Pues eso, no habría guerras en el mundo, como decíamos, ni siquiera guerras santas, perdón, guerras justas o intervenciones humanitarias, como dicen ahora con moderno eufemismo para disimualr la sangre del campo de Marte. No las habría si no tenemos enemigos. Si no tuviéramos enemigos, haríamos el amor y no la guerra.

 

    Sirva este lugar de modesto homenaje a Georges Brassens, el François Villon de la canción francesa, trovador genial donde los haya habido, que cantaba aquello de ¿morir por las ideas para dar sentido a nuestra existencia? Sí, pero poco a poco, sin prisa, con una muerte lenta que dure... toda la vida. 

    En esta canción se lanza Brassens contra lo que es la forma de dominación más abstracta, y a la vez, por eso mismo, la más mortífera, que tiene el Poder, que es la Idea adoptada como idea personal, que se identifica con la muerte, como sucede en la vida cotidiana, donde se reduce la vida a la idea de la vida, o sea a muerte, dado que la idea es la muerte de la cosa.

    Ofrezco la versión para cantar que hizo Agustín García Calvo de la canción de Brassens:

¡Morir por una idea!: idea interesante; / por no tenerla, yo por poco fallecí: / pues los que la tenían, mayoría aplastante, / aullando "¡Muera, muera!" se echaron sobre mí. / En fin, me han convencido; mi Musa desatenta / reniega de su error, y vota su moción; / con una leve enmienda a la formulación: / por la idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta.

Visto que nada va a perderse con la espera, / vamos al otro barrio sin prisa por llegar; / pues, si aprieta uno el paso, puede ocurrir que muera / por ideas que ya han mandado retirar. / Pues bien, si hay algo amargo y triste, es darse cuenta, / al rendir uno a Dios el alma, de que no / cogió la buena idea, de que se equivocó. / Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta.


 Los que con más ardor predican el espicho / casi siempre acá abajo se suelen demorar: / "Morir por una idea" es (nunca mejor dicho) / la razón de su vida, y la han de aprovechar. / Los hay que, con el noble ideal que los alienta, / si se descuidan, viven más que Matusalén; / deduzco que se dicen aparte ellos también / "Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta".

De ideas que den pie para estirar la pata / sectas de mil colores ofrecen arsenal; / así que si pregunta la víctima novata / "Morir por una idea, muy bien, pero ¿por cuál?"; / y, como se parecen una y otra y cuarenta, / al verlas con sus mil pendones avanzar / el listo en torno al hoyo da vueltas sin parar. / Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta. 

Y al menos, si bastara un par de escabechinas / para que todo al fin cambiara y fuera bien, / después de tantos siglos de ilustres sarracinas / tendríamos acá que estar ya en el Edén; / mas la Edad de Oro siempre mañana se presenta: / el Dios del Ideal jamás calma su sed; / y es siempre muerte y muerte, muerte una y otra vez. / Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta.

Ustedes, los que animan a pasar por el tajo, / mueran delante; el paso les cedemos, y ya; / pero dejen vivir a los otros, ¡carajo!: / la vida es todo el lujo que en vida se les da. / Porque, al fin, la Pelona nunca pierde la cuenta: / no hace falta que nadie le ayude en su misión. / ¡Basta de fantochadas al pie del paredón! / Por la Idea morir, sí, pero a muerte lenta, / sí, pero a muerte lenta.

       

Antonio Selfa canta la versión que hizo Agustín García Calvo de la canción de Brassens en el minuto 21,49. 

martes, 25 de enero de 2022

¿Quién cree en el periodismo?

    En el santoral laico ayer, 24 de enero, se celebró la efeméride del día del periodista. La AMI (Asociación de Medios de Información) publicó la siguiente publicidad, valga la redundancia, para propaganda bajo el título de “Gracias por mantenernos bien informados” y con el hashtag de índole religiosa #CreemosEnElPeriodismo, que presenta el Periodismo, con mayúscula honorífica, como un artículo de fe en el que al parecer la gente, escéptica por naturaleza, cree a pie juntillas. 

    Así dice el comunicado publicitario de la susodicha Asociación de medios de masificación, o sea de conversión de la gente en masas amorfas: “En los dos últimos años, nuestros periodistas han cumplido con su compromiso con la sociedad con seriedad y entrega, contrastando las informaciones y evitando excesos en momentos de extraordinaria incertidumbre. Gracias por vuestro trabajo.”


     La alusión a los dos últimos años es, obviamente, una referencia a la pandemia. Afirmar que los periodistas han cumplido con su compromiso con la sociedad con seriedad y entrega no es decir nada, si no se especifica en qué consiste ese compromiso al que con tanta seriedad se han volcado. La excelente labor de los periodistas durante la pandemia, salvo muy honrosas excepciones prácticamente inexistentes, ha sido la creación y sostenimiento de dicha pandemia. No han contrastado las informaciones, no han practicado un periodismo independiente y crítico, y no han evitado los excesos, sino todo lo contrario, los han provocado "en unos momentos de extraordinaria incertidumbre", que ellos mismos han propiciado, generando lo que se ha dado en llamar 'terrorismo informativo', hasta el punto de que puede corearse sin ninguna hipérbole el mote 'vosotros, periodistas, sois los terroristas'.
 
La 'excelente labor de los periodistas durante la pandemia', según El Roto.
 

    No hay que agradecer un trabajo que sólo ha servido para consolidar el terrorismo de la crisis sanitaria que impusieron al mundo la Organización Mundial de la Salud, por señalar en primera instancia al principal responsable, y demás organismos internacionales que están en la mente de todo el mundo, secundados rápidamente por la mayoría de los gobiernos tanto de derechas como de izquierdas que entraron en pánico.

    No hay que agradecerles nada a los periodistas: salvo que, horros de sentido crítico y de profesionalidad, han practicado a mansalva el terrorismo informativo convirtiéndose en la voz sumisa y obediente de su Amo. 

    En El periodismo como sostén de la realidad escribíamos:   Facta non uerba (hechos, no palabras) dice el proverbio clásico, pero no hay facta sin uerba, no hay actualidad sin un periodismo que la sostenga. La actualidad no deja de ser una de las hipóstasis de la eternidad, al igual que los bancos son la hipóstasis del capitalismo. Y el hecho de que los hechos, valga la redundancia, necesiten palabras muestra de alguna manera su vulnerabilidad e inconsistencia, y revela que quizá no estén tan hechos como parecen a simple vista. 

    No, no vamos a salir a las ventanas y balcones a aplaudirles a las ocho de la tarde en reconocimiento de su labor profesional como gratitud. No tenemos nada que agradecerles. Y sí mucho, muchísimo, que reprocharles: todo.

lunes, 24 de enero de 2022

Más telegramas

El gobierno, de vacaciones. ¿Cómo vamos a estar dos semanas desgobernados?  Va a ser el caos. Dice un alma cándida, pero ¿hay acaso más caos que el gobierno?

A punto de finalizar la exitosa serie El cuento chino del virus de Wuhan, se estrena el lunes la prometedora El zar invade Ucrania levantando gran expectación.

 

Medidas sanitarias en caso de guerra: mascarilla, distancia física, gel hidroalcohólico, desinfección de granadas y salvoconducto de acceso al campo de batalla.


 
Crean un conflicto internacional para llenar los telediarios y para, al mismo tiempo, vaciarlos de paso de la cansina narrativa terrorista del virus asesino. 

 

 Sustituyen, como si no hubiera pasado nada durante los dos años que pronto van a cumplirse un trampantojo por otro, el fantasma de una guerra por el de otra.
 
Si la enfermedad es un error y el paciente un síntoma del error, la medicina se convierte en el arte de erradicar la enfermedad y por lo tanto a los pacientes.
 
 
 
Mientras que la medicina pretende curar al enfermo, la política sanitaria, mucho más soberbia, codicia exterminar las enfermedades exterminando a los enfermos.

 
 Según las palabras de algunos altos funcionarios, ministros y autoridades sanitarias: Usted es culpable de su mala salud. Usted es responsable de su situación. 
 
 
 El sano está, según la secta sanitaria, potencialmente enfermo y debe recibir para entrar en el reino de los cielos el bautismo vacunal de la nueva religión.  

Durante el año 2020 de la era cristiana se propagó que los que gozaban de buensa salud eran enfermos asintomáticos, una amenaza letal para la vida de los otros.


  Pretender dedicarse a salvar abstracciones fetichistas como el planeta o la vida es la nueva religión que exige que nos sacrifiquemos por mor de esos ideales.

Doctores tiene la Iglesia, o sea la comunidad científica, que en lugar de encomendarnos a la razón y la sabia duda, nos instilan una fe ciega en sus creencias.

 

 
La viróloga oficial del reino de las Españas dice que los que se han tridosificado se han adelantado a la mutación vírica poniendo la tirita antes de la herida. 
 
 El sistema penitenciario crea delincuentes; el sistema sanitario, enfermos, y, dentro de él, el manicomio, locos; todo a la mayor gloria del poder establecido.

domingo, 23 de enero de 2022

Gasajémonos de hucia

    He aquí un villancico, en el primitivo sentido de la palabra, de Juan del Encina (1469-1529) que me he permitido “traducir” y poner en castellano actual, dado que contiene algunas palabras que han caído ya en desuso como gasajarse, gasajoso y gasajo, huzia ó hucia, descruciar, cordojo, aburrir (con el sentido de aborrecer) y pensoso.

    Las tres primeras las conservamos con a-: agasajarse, agasajoso, agasajo; proceden del germánico gasalho, compañero, que en alemán moderno da origen a  gesellen y Gesellschaft, 'acompañar' y 'sociedad', respectivamente; descruciar viene del latín ex-cruciare “atormentar con el suplicio de la cruz”, al que se le ha antepuesto el prefijo privativo de(s)-, por lo que pasa a significar todo lo contrario: "liberarse de los tormentos"; cordojo es un compuesto de cor dolio, es decir, dolor del corazón, y pensoso viene de pensum "peso de la lana que la mujer tenía que hilar en un día", de donde pasa a tener un significado más general de "tarea, trabajo, obligación".

    Y sobre hucia, hay que decir que procede de fiducia, que en latín significaba ‘confianza’. Por la vía culta la adoptó el castellano sin modificaciones y así fiducia figura todavía en el vigente DRAE, aunque con la apostilla de “anticuada”; más vivo, sin embargo, está hoy su adjetivo derivado fiduciario, término  relacionado con los mundos del derecho y las finanzas. Por la vía vernácula normal, fiducia experimentó sucesivas alteraciones fiducia> fiuzia> fuzia> hucia, hasta llegar al término que utiliza Juan del Encina y que todavía recogía el  Diccionario del ’92 definiéndolo como ‘fianza, aval, confianza’, si bien tildándolo de “anticuado”.

    Cuando el español forma verbos a partir de sustantivos, suele aumentar la raíz de éstos con una a- inicial; así se obtiene de crédito,  acreditar. Siguiendo este procedimiento, de hucia se creó ahuciar, con la hache intercalada, que significa  "esperanzar o dar confianza, y también crédito". Confío en que se vea bien aquí la relación existente entre la fianza (económica) y la vieja fe religiosa "que mueve montañas", de ahí que ahuciar no sólo signifique tener confianza en una persona, sino también darle crédito, en el sentido económico del término.  Para expresar lo contrario sólo hay que anteponer el prefijo privativo des- y ya tenemos des-ahuciar, a imagen y semejanza de des-acreditar, por ejemplo.

    Esa es la relación que podemos establecer entre la hucia de Juan del Encina y los modernos desahucios, que no dejan de ser desconfianzas o desacreditaciones que hacen que el dueño, que suele ser una entidad bancaria,  despida al arrendatario, poniéndolo "de patitas en la calle". (Hemos explicado, de paso, el origen de la hache intercalada; hay que tener en cuenta que la grafía *deshaucio (a imagen de deshacer, por ejemplo) es incorrecta, por lo que llevamos visto, ya que es engañosa).   



    En cuanto al contenido del villancico de don Juan del Encina, presenta el tema del carpe diem horaciano, tras el que late el espíritu epicúreo y hedonista de disfrutar de los placeres de la vida porque los problemas vienen ellos solos sin que vayamos a buscarlos: ¡Busquemos siempre el placer, / que el pesar / viene sin irlo a buscar!

Gasajémonos de huzia, / qu'el pesar / viénese sin le buscar.                     

Gasajemos esta vida,  /descruziemos del trabajo;   / quien pudiere haver gasajo, / del cordojo se despida. / ¡Dele, dele despedida, / qu'el pesar / viénese sin le buscar!                             

Busquemos los gasajados, / despidamos los enojos; / los que se dan a cordojos / muy presto son debrocados. / ¡Descuidemos los cuidados,  / qu'el pesar / viénese sin le buscar!                              

De los enojos huyamos  / con todos nuestros poderes;  / andemos tras los plazeres,   / los pesares aburramos.  / ¡Tras los plazeres corramos, /   qu'el pesar  /   viénese sin le buscar!                               

Hagamos siempre por ser   / alegres y gasajosos; / cuidados tristes, pensosos, / huyamos de los tener. / ¡Busquemos siempre el plazer,  / qu'el pesar  / viénese sin le buscar! 
  
 

                           Disfrutemos bien a gusto (con confianza, sin remilgos) / que el pesar  /   viene sin irlo a buscar.

                           Disfrutemos de esta vida, /  evitemos su trabajo; / el que tenga un agasajo / de congoja se despida. / ¡Déle, déle despedida, / que el pesar / Viene sin irlo a buscar! 

                  Busquemos el agasajo, / despidamos los enojos; /        los que se dan a congojos / pronto se vienen abajo. / ¡Descuidemos los cuidados, / que el pesar / viene sin irlo a buscar!

                         De los problemas huyamos / con todos nuestros poderes; / andemos tras los placeres, / pesares aborrezcamos. /      ¡Tras los placeres corramos, / que el pesar / viene sin irlo a buscar!  

                         Hagamos siempre por ser  / alegres y cariñosos; / cuidados tristes, penosos, / evitemos padecer. / ¡Busquemos siempre el placer, / que el pesar / viene sir irlo a buscar!


    El grupo estonio Hortus Musicus canta el villancico epicúreo de Juan del Encina a partir del minuto 30,20 del video. Pero el álbum todo no tiene desperdicio: se trata de música renacentista donde se celebra el re-nacimiento del mundo clásico pagano; la Edad Media ha quedado atrás con sus luces y sus sombras. No fuera malo, como suele decirse. Ya nos advirtió Umberto Eco años atrás, en 1972, de la irrupción de una Nueva Edad Media estableciendo paralelismos entre el viejo medievo y la edad contemporánea: héla aquí llegada, habitando entre nosotros. 


sábado, 22 de enero de 2022

Borges espurio y auténtico

 "Si pudiera vivir nuevamente mi vida,

declinaría, créanme, tal eventualidad,

harto de la fatiga de esta triste existencia

y de esta realidad falsa en sus apariencias,

harto de soportar la gravedad del mundo

como el gigante aquel que fascinaba al niño

que era yo y que hojeaba láminas de los libros

 de la mitología de griegos y romanos,

antes de que él supiera que iba a ser su destino

ser Atlante fatal, su fatídico sino,

valga la redundante torpeza literaria.

No hay instante que valga la pena de vivirlo

ni el hastío tedioso de volverlo a vivir.

Déjenme en paz librarme de esta guerra, la vida;

déjenme que me muera no más, si ya he vivido."


 
 
 

Yo soñé esta mañana que moría y sentía

una gran sensación de alivio. Desperté

del sueño, y desperté francamente feliz

no porque fuera un sueño, sino porque era libre.

Olvídense de Borges, olvídense de mí.

 

oOo

Circula por la Red un falso poema atribuido a Jorge Luis Borges que se llama Aprendiendo. Está tan mal escrito que no puede ser obra de Borges. Además, parece una mala traducción de la lengua del Imperio que, como se sabe, es el inglés norteamericano. En cuanto a los contenidos, son realmente tópicos, típicos lugares comunes de un manual de autoayuda escrito por algún psicólogo doctorado por cualquier supuestamente prestigiosa University de los United States donde a sus autores les han regalado el título por su participación en el equipo de rugby, y les han dado una beca para hacer un curso monográfico sobre pensamiento único y convencional.

Al pobre Borges, que estará removiéndose en su tumba contra tal falsificación, le habría hecho gracia la superchería plagiaria si hubiera tenido algo más de arte y un poco solo de ingenio. Por mi parte, se me ocurre contraatacar con este Desaprendiendo, igualmente falsario, que quizá sí podía haber escrito Borges. 



  
Desaprendiendo

Con el tiempo y con los libros de la Biblioteca Universal uno debería percatarse de la relatividad de las cosas todas de la vida, y de la sutil semejanza que hay entre el día y la noche, entre un éxito y un fracaso, entre el bien y el mal, entre el odio y el amor, entre la verdad y su falsificación.

Con el tiempo comprendes que la vida, esa vieja raposa de la fábula de Esopo, la peor maestra que podía tocarte en esta escuela, lejos de enseñarte algo, te convierte, si te dejas llevar por ella, en un sinvergüenza y un infame canalla.

Con el tiempo uno no aprende nada de nada, absolutamente nada, excepto la fatiga de desaprender lo mucho y lo mal que ha aprendido, desandando el camino andado.

Con el tiempo todo se va, la vida se va, los amigos se van, se van las palabras, se van los instantes, fugitivos como el río de Heraclito el Oscuro, y sólo queda el viejo déspota al que los griegos llamaron Cronos, ese dios omnipresente al que sería preciso desenmascarar.

Con el tiempo y en cualqueir lugar del mundo, aquí y ahora mismo en Buenos Aires, por ejemplo, se descubre al fin que el tiempo no cuenta ni vale para nada, ni siquiera para cicatrizar nuestras múltiples heridas.

viernes, 21 de enero de 2022

¡Malditos protocolos!

    Que 'protocolo' es una palabra griega, cuyo prefijo proto- en la lengua de Homero quiere decir 'primero',  salta a la vista enseguida comparándola con protagonista, prototipo o protozoo por ejemplo. 

    Encontramos en nuestra lengua en 1611 (Covarrubias) atestiguado el término 'protocolo' como 'serie de documentos notariales', 'ceremonial', tomado del latín tardío protocollum, y este a su vez del griego bizantino πρωτόκολλον (prōtócollon) con el significado de 'hoja que se pegaba a un documento para darle autenticidad', propiamente 'lo que se pegaba en primer lugar'. El segundo término griego que entra en el compuesto es κόλλα, que significa 'pasta para pegar, goma, cola', lo que sugiere el engrudo con el que nos pegan el cartel del sambenito.

    La docta Academia recoge hasta cinco definiciones del término 'protocolo'. La más conocida hasta la fecha era “Conjunto de reglas establecidas por norma o por costumbre para ceremonias y actos oficiales o solemnes”. De hecho se leía a veces que algún personaje de la realeza se había saltado el protocolo, ridículas normas que estaban por encima del común de la gente normal y corriente. Pero quizá la definición que se ha impuesto después de estos dos años de irrupción pandémica del virus coronado ha sido la cuarta, a la que le falta, sin embargo, el carácter normativo y regulador de comportamientos que han adoptado los sedicentes protocolos: “Secuencia detallada de un proceso de actuación científica, técnica, médica, etc.”

    No deberíamos, sin embargo, menospreciar ni pasar por alto la quinta definición que da la docta Academia, circunscrita al campo de la informática, habida cuenta de la relación entre esta crisis sanitaria y el desarrollo de las telecomunicaciones: “Conjunto de reglas que se establecen en el proceso de comunicación entre dos sistemas.”

    Hemos asistido a la implatación de protocolos covídicos. Así, por ejemplo, se dictan instrucciones para saber cómo hay que actuar cuando uno es 'positivo' o contacto estrecho, y se decreta un período de aislamiento para los casos positivos asintómáticos (repárese en la contradictio in adiecto) o con síntomas leves de un tiempo determinado que varía según el capricho protocolario de los expertos. 

 

    El mayor éxito de los protocolos sanitarios ha sido, sin duda alguna, convencer a las personas sanas de que debían ponerse en cuarentena porque aunque no tuvieran síntomas de ninguna enfermedad estaban enfermos, o podían estarlo en cualquier momento. Las personas que gozaban de buen estado de salud eran consideradas un peligro para la comunidad porque en realidad no estaban sanas, como pretendían, sino enfermas, porque eran personas-sanas-imaginarias ya sea en acto con levísimos síntomas o en potencia aristotélica, los llamados asintomáticos, por lo que fueron constreñidos, entre otras cosas, a llevar mascarillas nasobucales, guardar distancias de seguridad de hasta dos metros con los demás y, en algunos países, como el nuestro, a confinarse en sus hogares, y a encomendarse a la poción mágica para toda la población, incluida la infantil: el famoso 'café para todos', entre otras muchas más barbaridades. 

    Las personas sanas eran un peligro para la comunidad porque en realidad no estaban sanas como creían y parecían a simple vista, sino potencialmente enfermas, por lo que se decidió enseguida ponerlas en cuarentena, confinándolas en sus domicilios bajo eslóganes gubernamentales difundidos por las autoridades sanitarias como “Quédate en casa. Salva vidas”.

    Lo que había por debajo de esta superchería científica no era un virus letal que iba a destruir a la humanidad, sino un golpe de Estado mundial contra los pueblos, perpetrado por los llamados fondos buitres que gobiernan los mercados. No se trataba de un golpe de Estado tradicional manu militari, sino de un auténtico coup d' État, de un Estado mundial o global como dicen ahora que fagocita y parasita la maltrecha soberanía popular.

    Se veía aquí un conflicto entre la estructura superficial y la profunda del Estado, que no es ningún secreto, ya que los gobiernos no son los mandatarios, sino que, como sabemos, los que mandan son los más mandados. Algo huele a podrido en la Dinamarca del Estado Profundo que quiere unificar el planeta, como dicen ahora, bajo la bandera de un neoliberalismo globalizado, tecnocrático y digital, y bajo una ideología progresista. En verdad ya no hay derecha ni izquierda entre los partidos políticos que se reparten el pastel de los gobiernos, sino arriba y abajo, y la guerra es vertical, no horizontal.

Hygieia o la Medicina (detalle),  Gustave Klimt (1862-1918)
 

    Cuando van a cumplirse dos años de esta pesadilla de brote psicótico colectivo inducido por las autoridades sanitarias, algunos gobiernos empiezan a hablar tímidamente de levantar restricciones y de volver a la vieja normalidad. Pero el daño está hecho. Y es irreparable. E irreversible. Ya no hablan de derrotar al virus invisible al que le habíamos declarado solemnemente la guerra, renovando así la metáfora bélica, porque han visto que ninguna de las estrategias implementadas, incluidas las inoculaciones milagrosas, han servido para acabar con el enemigo invisible, sino para todo lo contrario, por lo que ahora empiezan a decirnos que tenemos que acostumbrarnos a convivir con él y con sus innumerables mutaciones y secuelas.

    La epidemia, que fue declarada pandemia por la Organización Mundial de la Salud cambiando los criterios de definición para acomodar el ascua a su sardina, pasa a ser considerada ahora un mal endémico, una endemia con la que habrá que convivir como con el resto de las enfermedades, sin otorgarle ningún estatuto especial, como si fuera lo que siempre ha sido, una gripe, y sin tener que adoptar medidas restrictivas especiales que se han revelado al fin y a la postre completamente contraproducentes. 

    A fin de cuentas, vienen a decirnos, la pandemia no era más que una gripe con excesivo márquetin, dentro de una enorme operación comercial de digitalización, una gripe que, nos mintieron, no había desaparecido de la faz de la tierra gracias a las ridículas mascarillas y gestos de barrera.


    El fracaso de su estrategia -no hay error que no hayan cometido, como ha escrito el doctor y profesor francés Christian Perrone- les lleva ahora a dar marcha atrás tímidamente, anulando los pasaportes y los ridículos toques de queda, rebatuizados entre nosotros por el doctor Sánchez o por alguno de sus pésimos asesores lingüísticos como "restricciones de movilidad nocturna". El problema de todo esto es que atrás han quedado muchos muertos, demasiados muertos que no han sido víctimas del virus coronado, aunque figuren así en las estadísticas con las que nos amedrentaban día y noche, sino de las políticas demenciales antivirales de los gobiernos dictadas por la Organización Mundial de la Salud, y acatadas sumisamente por los gobiernos vasallos porque lo mandaba el protocolo.

    Recordemos la voz del sistema sanitario diciéndonos: Si tienes fiebre, quédate en casa. Y los ancianos, que han sido el grupo etario más afectado, muriéndose en las residencias porque no eran admitidos en los hospitales.

    Se han restringido libertades de reunión, asociación, movimiento... todo en nombre de un supuesto Bien Común, que no era ni bueno ni común, sino que respondía a los intereses privados de las industrias farmacéuticas, del entretenimiento serial y a las tecnológicas de la comunicación que nos incomunica. Y nos han aplicado cientos de protocolos. Este palabro no deja de ser en realidad un eufemismo de las instrucciones que quieren que sigamos para regular nuestro comportamiento.

    La primera vez que oí el término fue a un Jefe de Estudios de un Instituto de Educación Secundaria Obligatoria que encarecía a los profesores a aplicar el protocolo. No tenía en la boca otra palabra sino aquella a todas horas. Había que seguir el protocolo (protocol en la lengua del Imperio), lo que significaba que había que hacer no lo que él mandaba sino lo que estaba mandado, es decir, seguir las reglas de actuación programadas. 

    El Protocolo de Kioto​, desde el año 2005, que es cuando entró en vigor, era un reglamento de la ONU sobre el Cambio Climático que tenía por objetivo reducir las emisiones de seis gases de efecto invernadero con el objetivo de salvar el Planeta.​ Los protocolos sanitarios han venido a salvarnos la vida, es decir, a darnos la extremaunción, ese acto litúrgico que nos embarca en la góndola de Caronte.

    

    El propio sistema educativo, que ha empujado a la muerte voluntaria a tantos niños y adolescentes haciendo trizas su salud mental y haciendo que renuncien a la vida desde que comenzó la maldita pesadilla de histeria colectiva de la pandemia, a los que ha mareado con tomas compulsivas de temperatura, mascarillas obligatorias, distancias de seguridad, encierros y confinamientos y sentimientos de culpabilidad y todo tipo de sermones moralistas solidarios, amén de inoculaciones, leo en la prensa de una de las taifas carpetovetónicas que ahora “trabaja en un protocolo para prevenir el suicidio desde las aulas”. ¡Qué sarcasmo! ¡Qué manera de desollarlos o, lo que es lo mismo, de arrancarles el pellejo!

jueves, 20 de enero de 2022

La metáfora pedagógica del Buen Pastor

  
    Denuncia Emmánuel Lizcano en su libro Metáforas que nos piensan. Sobre ciencia, democracia y otras poderosas ficciones que el mundo en el que vivimos es una pura simulación, y que la realidad, por lo tanto, es igualmente ficticia. Vivimos en un mundo de representaciones, en una magnífica ficción que, como todos creemos en ella, se ha hecho real, se ha realizado, lo que no quiere decir, por otra parte, que sea verdadera: es falsa, como todo simulacro, una ilusión, un engaño.

    Uno de los mecanismos más potentes que tiene el lenguaje que utilizamos y que nos utiliza a nosotros es la creación y empleo de metáforas que son tanto más eficaces cuanto más nos pasan desapercibidas. Cuando usamos una metáfora y no una simple comparación, estamos viendo una cosa como si fuese otra, o desde la perspectiva de otra, porque una metáfora es una transferencia, una traslación que conlleva otro punto de vista. Cambiar de metáfora es cambiar de perspectiva. No nos referimos sólo a las poéticas, figuras estilísticas o retóricas, sino sobre todo a las políticas y cotidianas, aparentemente inofensivas si no fuesen falsificadoras. 



    Hay metáforas que están tan generalizadas que ya no nos damos cuenta de su condición metafórica; son las que Lizcano denomina “metáforas que nos piensan”, porque creemos que estamos usando una figura estilística o retórica y resulta que es una idea que está incrustada en nuestro cerebro y condicionando nuestro pensamiento y nuestra forma de razonar. Creemos que estamos diciendo algo muy original y resulta que estamos repitiendo una idea inculcada como si fuese un mantra, idea que, a modo de espejo cóncavo, deforma la realidad distorsionándola de una forma esperpéntica y valleinclanesca. El lenguaje no es un simple espejo que refleja la realidad, sino el poderoso artefacto taumatúrgico que la crea y la recrea.

    La crítica de estas metáforas que utilizamos inconscientemente a veces y que nos utilizan a nosotros, sus supuestos usuarios, permite socavar creencias muy arraigadas, cuestionar cantidad de cosas que damos por sentadas, desenmascarar ficciones que creemos certidumbres.


Estatuilla de mármol del Buen Pastor


    Leyendo a Pedro García Olivo, por ejemplo, encuentro una de esas metáforas: la del profesor como pastor, es decir, como educador, en el sentido de formador de la personalidad holística, integral del alumnado. El maestro y el profesor no son según esta metáfora 
meros transmisores de conocimientos, alguien que enseña algo, sino alguien que trata de formar y modelar la personalidad de sus pupilos a modo de Pigmalión que vela por su seguridad y aun por su salvación, o el alquimista que se empeña en sacar oro de donde no lo hay. 

    La metáfora pedagógica del profesor como pastor del rebaño es una ficción, una falsedad que interesa que sea real desde el momento en que se define a este como educador y no como mero enseñante, pero que puede desmontarse, y que García Olivo desmonta habitual- y lúcidamente como buen antipedagogo que es contraponiéndole otra y proponiéndonos por lo tanto un cambio de perspectiva: el profesor no es el pastor del rebaño, el Buen Pastor según la mitología cristiana que salva a la oveja descarriada, no; el profesor es, mercenario a sueldo del Estado y/o del Capital, él también, parte y no la menos importante sino pieza fundamental por cierto del sistema,  es el perro guardián del rebaño y también y por lo tanto, sin embargo, nos guste o nos disguste, un borrego más.
 
    Recordemos el proverbio georgiano de que la oveja siempre temió al lobo, ese peligro indefinido que acechaba lejos del rebaño y del redil, pero fue finalmente el pastor, el Buen Pastor, quien la llevó al matadero a sacrificarl. Al final se reveló que el Buen Pastor era de alguna forma el mítico lobo lengedario, el matarife, el enemigo de los corderos que so pretexto de criarlos y cuidarlos, para lo que les inculca el miedo a la libertad a fin de que acepten el redil y el rebaño, acabará sacrificándolos. 
 

    Quizá no esté de más tampoco recordar a Blanquita, la cabra de aquel buen pastor que era el señor Seguín, que prefirió una noche de libertad a toda una vida atada mediante una soga a una estaca.

 

miércoles, 19 de enero de 2022

Telegramas

Dos años que no regresarán, viviendo con el pánico, renunciando a la vida por miedo a la muerte. No vendrá la Parca a buscarnos, fuimos nosotros a su encuentro. 
 
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A río revuelto, ganancia de pescadores. ¿Quién enturbió el río convirtiendo los peces en pescados, si no los codiciosos pescadores por el afán de su provecho? 
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España, o el inhóspito nosocomio y sanatorio-tanatorio donde el único negocio que florece es el de las pompas fúnebres de los acojonados que renuncian a vivir.

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 La palabra, convertida en moneda, crea el mundo, sublimándose hasta la divinidad espiritual de Dios, que es el dinero. Yo atesoro ceros, todos a la izquierda. 
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Muere señora atropellada por una ambulancia: el vehículo, metáfora desenfrenada del sistema sanitario, salió de la calzada y arrolló a la mujer y a su marido.
 
 
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 No son las manos lo que más se ha lavado con agua, jabón y gel hidroalcohólico durante estos dos últimos años de psicosis colectiva pandémica, sino el cerebro.
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En las bodas de Caná faltó el vino. Jesús, cual Dioniso taumaturgo, mandó llenar unas tinajas de agua, y fluyó al fin la sangre de Cristo, alegría milagrosa.

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Si el niño adivinara el grado de envilecimiento del futuro adulto, rechazaría crecer y se volvería cada vez más pequeño, como el increíble hombre que menguaba.

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Lidiando al toro en el ruedo a sol y sangre. Le han clavado ya los rehileteros tres banderillas: Una, dos y tres. Y el toro, burlado, no sabe cómo obedecer.