lunes, 24 de enero de 2022

Más telegramas

El gobierno, de vacaciones. ¿Cómo vamos a estar dos semanas desgobernados?  Va a ser el caos. Dice un alma cándida, pero ¿hay acaso más caos que el gobierno?

A punto de finalizar la exitosa serie El cuento chino del virus de Wuhan, se estrena el lunes la prometedora El zar invade Ucrania levantando gran expectación.

 

Medidas sanitarias en caso de guerra: mascarilla, distancia física, gel hidroalcohólico, desinfección de granadas y salvoconducto de acceso al campo de batalla.


 
Crean un conflicto internacional para llenar los telediarios y para, al mismo tiempo, vaciarlos de paso de la cansina narrativa terrorista del virus asesino. 

 

 Sustituyen, como si no hubiera pasado nada durante los dos años que pronto van a cumplirse un trampantojo por otro, el fantasma de una guerra por el de otra.
 
Si la enfermedad es un error y el paciente un síntoma del error, la medicina se convierte en el arte de erradicar la enfermedad y por lo tanto a los pacientes.
 
 
 
Mientras que la medicina pretende curar al enfermo, la política sanitaria, mucho más soberbia, codicia exterminar las enfermedades exterminando a los enfermos.

 
 Según las palabras de algunos altos funcionarios, ministros y autoridades sanitarias: Usted es culpable de su mala salud. Usted es responsable de su situación. 
 
 
 El sano está, según la secta sanitaria, potencialmente enfermo y debe recibir para entrar en el reino de los cielos el bautismo vacunal de la nueva religión.  

Durante el año 2020 de la era cristiana se propagó que los que gozaban de buensa salud eran enfermos asintomáticos, una amenaza letal para la vida de los otros.


  Pretender dedicarse a salvar abstracciones fetichistas como el planeta o la vida es la nueva religión que exige que nos sacrifiquemos por mor de esos ideales.

Doctores tiene la Iglesia, o sea la comunidad científica, que en lugar de encomendarnos a la razón y la sabia duda, nos instilan una fe ciega en sus creencias.

 

 
La viróloga oficial del reino de las Españas dice que los que se han tridosificado se han adelantado a la mutación vírica poniendo la tirita antes de la herida. 
 
 El sistema penitenciario crea delincuentes; el sistema sanitario, enfermos, y, dentro de él, el manicomio, locos; todo a la mayor gloria del poder establecido.

domingo, 23 de enero de 2022

Gasajémonos de hucia

    He aquí un villancico, en el primitivo sentido de la palabra, de Juan del Encina (1469-1529) que me he permitido “traducir” y poner en castellano actual, dado que contiene algunas palabras que han caído ya en desuso como gasajarse, gasajoso y gasajo, huzia ó hucia, descruciar, cordojo, aburrir (con el sentido de aborrecer) y pensoso.

    Las tres primeras las conservamos con a-: agasajarse, agasajoso, agasajo; proceden del germánico gasalho, compañero, que en alemán moderno da origen a  gesellen y Gesellschaft, 'acompañar' y 'sociedad', respectivamente; descruciar viene del latín ex-cruciare “atormentar con el suplicio de la cruz”, al que se le ha antepuesto el prefijo privativo de(s)-, por lo que pasa a significar todo lo contrario: "liberarse de los tormentos"; cordojo es un compuesto de cor dolio, es decir, dolor del corazón, y pensoso viene de pensum "peso de la lana que la mujer tenía que hilar en un día", de donde pasa a tener un significado más general de "tarea, trabajo, obligación".

    Y sobre hucia, hay que decir que procede de fiducia, que en latín significaba ‘confianza’. Por la vía culta la adoptó el castellano sin modificaciones y así fiducia figura todavía en el vigente DRAE, aunque con la apostilla de “anticuada”; más vivo, sin embargo, está hoy su adjetivo derivado fiduciario, término  relacionado con los mundos del derecho y las finanzas. Por la vía vernácula normal, fiducia experimentó sucesivas alteraciones fiducia> fiuzia> fuzia> hucia, hasta llegar al término que utiliza Juan del Encina y que todavía recogía el  Diccionario del ’92 definiéndolo como ‘fianza, aval, confianza’, si bien tildándolo de “anticuado”.

    Cuando el español forma verbos a partir de sustantivos, suele aumentar la raíz de éstos con una a- inicial; así se obtiene de crédito,  acreditar. Siguiendo este procedimiento, de hucia se creó ahuciar, con la hache intercalada, que significa  "esperanzar o dar confianza, y también crédito". Confío en que se vea bien aquí la relación existente entre la fianza (económica) y la vieja fe religiosa "que mueve montañas", de ahí que ahuciar no sólo signifique tener confianza en una persona, sino también darle crédito, en el sentido económico del término.  Para expresar lo contrario sólo hay que anteponer el prefijo privativo des- y ya tenemos des-ahuciar, a imagen y semejanza de des-acreditar, por ejemplo.

    Esa es la relación que podemos establecer entre la hucia de Juan del Encina y los modernos desahucios, que no dejan de ser desconfianzas o desacreditaciones que hacen que el dueño, que suele ser una entidad bancaria,  despida al arrendatario, poniéndolo "de patitas en la calle". (Hemos explicado, de paso, el origen de la hache intercalada; hay que tener en cuenta que la grafía *deshaucio (a imagen de deshacer, por ejemplo) es incorrecta, por lo que llevamos visto, ya que es engañosa).   



    En cuanto al contenido del villancico de don Juan del Encina, presenta el tema del carpe diem horaciano, tras el que late el espíritu epicúreo y hedonista de disfrutar de los placeres de la vida porque los problemas vienen ellos solos sin que vayamos a buscarlos: ¡Busquemos siempre el placer, / que el pesar / viene sin irlo a buscar!

Gasajémonos de huzia, / qu'el pesar / viénese sin le buscar.                     

Gasajemos esta vida,  /descruziemos del trabajo;   / quien pudiere haver gasajo, / del cordojo se despida. / ¡Dele, dele despedida, / qu'el pesar / viénese sin le buscar!                             

Busquemos los gasajados, / despidamos los enojos; / los que se dan a cordojos / muy presto son debrocados. / ¡Descuidemos los cuidados,  / qu'el pesar / viénese sin le buscar!                              

De los enojos huyamos  / con todos nuestros poderes;  / andemos tras los plazeres,   / los pesares aburramos.  / ¡Tras los plazeres corramos, /   qu'el pesar  /   viénese sin le buscar!                               

Hagamos siempre por ser   / alegres y gasajosos; / cuidados tristes, pensosos, / huyamos de los tener. / ¡Busquemos siempre el plazer,  / qu'el pesar  / viénese sin le buscar! 
  
 

                           Disfrutemos bien a gusto (con confianza, sin remilgos) / que el pesar  /   viene sin irlo a buscar.

                           Disfrutemos de esta vida, /  evitemos su trabajo; / el que tenga un agasajo / de congoja se despida. / ¡Déle, déle despedida, / que el pesar / Viene sin irlo a buscar! 

                  Busquemos el agasajo, / despidamos los enojos; /        los que se dan a congojos / pronto se vienen abajo. / ¡Descuidemos los cuidados, / que el pesar / viene sin irlo a buscar!

                         De los problemas huyamos / con todos nuestros poderes; / andemos tras los placeres, / pesares aborrezcamos. /      ¡Tras los placeres corramos, / que el pesar / viene sin irlo a buscar!  

                         Hagamos siempre por ser  / alegres y cariñosos; / cuidados tristes, penosos, / evitemos padecer. / ¡Busquemos siempre el placer, / que el pesar / viene sir irlo a buscar!


    El grupo estonio Hortus Musicus canta el villancico epicúreo de Juan del Encina a partir del minuto 30,20 del video. Pero el álbum todo no tiene desperdicio: se trata de música renacentista donde se celebra el re-nacimiento del mundo clásico pagano; la Edad Media ha quedado atrás con sus luces y sus sombras. No fuera malo, como suele decirse. Ya nos advirtió Umberto Eco años atrás, en 1972, de la irrupción de una Nueva Edad Media estableciendo paralelismos entre el viejo medievo y la edad contemporánea: héla aquí llegada, habitando entre nosotros. 


sábado, 22 de enero de 2022

Borges espurio y auténtico

 "Si pudiera vivir nuevamente mi vida,

declinaría, créanme, tal eventualidad,

harto de la fatiga de esta triste existencia

y de esta realidad falsa en sus apariencias,

harto de soportar la gravedad del mundo

como el gigante aquel que fascinaba al niño

que era yo y que hojeaba láminas de los libros

 de la mitología de griegos y romanos,

antes de que él supiera que iba a ser su destino

ser Atlante fatal, su fatídico sino,

valga la redundante torpeza literaria.

No hay instante que valga la pena de vivirlo

ni el hastío tedioso de volverlo a vivir.

Déjenme en paz librarme de esta guerra, la vida;

déjenme que me muera no más, si ya he vivido."


 
 
 

Yo soñé esta mañana que moría y sentía

una gran sensación de alivio. Desperté

del sueño, y desperté francamente feliz

no porque fuera un sueño, sino porque era libre.

Olvídense de Borges, olvídense de mí.

 

oOo

Circula por la Red un falso poema atribuido a Jorge Luis Borges que se llama Aprendiendo. Está tan mal escrito que no puede ser obra de Borges. Además, parece una mala traducción de la lengua del Imperio que, como se sabe, es el inglés norteamericano. En cuanto a los contenidos, son realmente tópicos, típicos lugares comunes de un manual de autoayuda escrito por algún psicólogo doctorado por cualquier supuestamente prestigiosa University de los United States donde a sus autores les han regalado el título por su participación en el equipo de rugby, y les han dado una beca para hacer un curso monográfico sobre pensamiento único y convencional.

Al pobre Borges, que estará removiéndose en su tumba contra tal falsificación, le habría hecho gracia la superchería plagiaria si hubiera tenido algo más de arte y un poco solo de ingenio. Por mi parte, se me ocurre contraatacar con este Desaprendiendo, igualmente falsario, que quizá sí podía haber escrito Borges. 



  
Desaprendiendo

Con el tiempo y con los libros de la Biblioteca Universal uno debería percatarse de la relatividad de las cosas todas de la vida, y de la sutil semejanza que hay entre el día y la noche, entre un éxito y un fracaso, entre el bien y el mal, entre el odio y el amor, entre la verdad y su falsificación.

Con el tiempo comprendes que la vida, esa vieja raposa de la fábula de Esopo, la peor maestra que podía tocarte en esta escuela, lejos de enseñarte algo, te convierte, si te dejas llevar por ella, en un sinvergüenza y un infame canalla.

Con el tiempo uno no aprende nada de nada, absolutamente nada, excepto la fatiga de desaprender lo mucho y lo mal que ha aprendido, desandando el camino andado.

Con el tiempo todo se va, la vida se va, los amigos se van, se van las palabras, se van los instantes, fugitivos como el río de Heraclito el Oscuro, y sólo queda el viejo déspota al que los griegos llamaron Cronos, ese dios omnipresente al que sería preciso desenmascarar.

Con el tiempo y en cualqueir lugar del mundo, aquí y ahora mismo en Buenos Aires, por ejemplo, se descubre al fin que el tiempo no cuenta ni vale para nada, ni siquiera para cicatrizar nuestras múltiples heridas.

viernes, 21 de enero de 2022

¡Malditos protocolos!

    Que 'protocolo' es una palabra griega, cuyo prefijo proto- en la lengua de Homero quiere decir 'primero',  salta a la vista enseguida comparándola con protagonista, prototipo o protozoo por ejemplo. 

    Encontramos en nuestra lengua en 1611 (Covarrubias) atestiguado el término 'protocolo' como 'serie de documentos notariales', 'ceremonial', tomado del latín tardío protocollum, y este a su vez del griego bizantino πρωτόκολλον (prōtócollon) con el significado de 'hoja que se pegaba a un documento para darle autenticidad', propiamente 'lo que se pegaba en primer lugar'. El segundo término griego que entra en el compuesto es κόλλα, que significa 'pasta para pegar, goma, cola', lo que sugiere el engrudo con el que nos pegan el cartel del sambenito.

    La docta Academia recoge hasta cinco definiciones del término 'protocolo'. La más conocida hasta la fecha era “Conjunto de reglas establecidas por norma o por costumbre para ceremonias y actos oficiales o solemnes”. De hecho se leía a veces que algún personaje de la realeza se había saltado el protocolo, ridículas normas que estaban por encima del común de la gente normal y corriente. Pero quizá la definición que se ha impuesto después de estos dos años de irrupción pandémica del virus coronado ha sido la cuarta, a la que le falta, sin embargo, el carácter normativo y regulador de comportamientos que han adoptado los sedicentes protocolos: “Secuencia detallada de un proceso de actuación científica, técnica, médica, etc.”

    No deberíamos, sin embargo, menospreciar ni pasar por alto la quinta definición que da la docta Academia, circunscrita al campo de la informática, habida cuenta de la relación entre esta crisis sanitaria y el desarrollo de las telecomunicaciones: “Conjunto de reglas que se establecen en el proceso de comunicación entre dos sistemas.”

    Hemos asistido a la implatación de protocolos covídicos. Así, por ejemplo, se dictan instrucciones para saber cómo hay que actuar cuando uno es 'positivo' o contacto estrecho, y se decreta un período de aislamiento para los casos positivos asintómáticos (repárese en la contradictio in adiecto) o con síntomas leves de un tiempo determinado que varía según el capricho protocolario de los expertos. 

 

    El mayor éxito de los protocolos sanitarios ha sido, sin duda alguna, convencer a las personas sanas de que debían ponerse en cuarentena porque aunque no tuvieran síntomas de ninguna enfermedad estaban enfermos, o podían estarlo en cualquier momento. Las personas que gozaban de buen estado de salud eran consideradas un peligro para la comunidad porque en realidad no estaban sanas, como pretendían, sino enfermas, porque eran personas-sanas-imaginarias ya sea en acto con levísimos síntomas o en potencia aristotélica, los llamados asintomáticos, por lo que fueron constreñidos, entre otras cosas, a llevar mascarillas nasobucales, guardar distancias de seguridad de hasta dos metros con los demás y, en algunos países, como el nuestro, a confinarse en sus hogares, y a encomendarse a la poción mágica para toda la población, incluida la infantil: el famoso 'café para todos', entre otras muchas más barbaridades. 

    Las personas sanas eran un peligro para la comunidad porque en realidad no estaban sanas como creían y parecían a simple vista, sino potencialmente enfermas, por lo que se decidió enseguida ponerlas en cuarentena, confinándolas en sus domicilios bajo eslóganes gubernamentales difundidos por las autoridades sanitarias como “Quédate en casa. Salva vidas”.

    Lo que había por debajo de esta superchería científica no era un virus letal que iba a destruir a la humanidad, sino un golpe de Estado mundial contra los pueblos, perpetrado por los llamados fondos buitres que gobiernan los mercados. No se trataba de un golpe de Estado tradicional manu militari, sino de un auténtico coup d' État, de un Estado mundial o global como dicen ahora que fagocita y parasita la maltrecha soberanía popular.

    Se veía aquí un conflicto entre la estructura superficial y la profunda del Estado, que no es ningún secreto, ya que los gobiernos no son los mandatarios, sino que, como sabemos, los que mandan son los más mandados. Algo huele a podrido en la Dinamarca del Estado Profundo que quiere unificar el planeta, como dicen ahora, bajo la bandera de un neoliberalismo globalizado, tecnocrático y digital, y bajo una ideología progresista. En verdad ya no hay derecha ni izquierda entre los partidos políticos que se reparten el pastel de los gobiernos, sino arriba y abajo, y la guerra es vertical, no horizontal.

Hygieia o la Medicina (detalle),  Gustave Klimt (1862-1918)
 

    Cuando van a cumplirse dos años de esta pesadilla de brote psicótico colectivo inducido por las autoridades sanitarias, algunos gobiernos empiezan a hablar tímidamente de levantar restricciones y de volver a la vieja normalidad. Pero el daño está hecho. Y es irreparable. E irreversible. Ya no hablan de derrotar al virus invisible al que le habíamos declarado solemnemente la guerra, renovando así la metáfora bélica, porque han visto que ninguna de las estrategias implementadas, incluidas las inoculaciones milagrosas, han servido para acabar con el enemigo invisible, sino para todo lo contrario, por lo que ahora empiezan a decirnos que tenemos que acostumbrarnos a convivir con él y con sus innumerables mutaciones y secuelas.

    La epidemia, que fue declarada pandemia por la Organización Mundial de la Salud cambiando los criterios de definición para acomodar el ascua a su sardina, pasa a ser considerada ahora un mal endémico, una endemia con la que habrá que convivir como con el resto de las enfermedades, sin otorgarle ningún estatuto especial, como si fuera lo que siempre ha sido, una gripe, y sin tener que adoptar medidas restrictivas especiales que se han revelado al fin y a la postre completamente contraproducentes. 

    A fin de cuentas, vienen a decirnos, la pandemia no era más que una gripe con excesivo márquetin, dentro de una enorme operación comercial de digitalización, una gripe que, nos mintieron, no había desaparecido de la faz de la tierra gracias a las ridículas mascarillas y gestos de barrera.


    El fracaso de su estrategia -no hay error que no hayan cometido, como ha escrito el doctor y profesor francés Christian Perrone- les lleva ahora a dar marcha atrás tímidamente, anulando los pasaportes y los ridículos toques de queda, rebatuizados entre nosotros por el doctor Sánchez o por alguno de sus pésimos asesores lingüísticos como "restricciones de movilidad nocturna". El problema de todo esto es que atrás han quedado muchos muertos, demasiados muertos que no han sido víctimas del virus coronado, aunque figuren así en las estadísticas con las que nos amedrentaban día y noche, sino de las políticas demenciales antivirales de los gobiernos dictadas por la Organización Mundial de la Salud, y acatadas sumisamente por los gobiernos vasallos porque lo mandaba el protocolo.

    Recordemos la voz del sistema sanitario diciéndonos: Si tienes fiebre, quédate en casa. Y los ancianos, que han sido el grupo etario más afectado, muriéndose en las residencias porque no eran admitidos en los hospitales.

    Se han restringido libertades de reunión, asociación, movimiento... todo en nombre de un supuesto Bien Común, que no era ni bueno ni común, sino que respondía a los intereses privados de las industrias farmacéuticas, del entretenimiento serial y a las tecnológicas de la comunicación que nos incomunica. Y nos han aplicado cientos de protocolos. Este palabro no deja de ser en realidad un eufemismo de las instrucciones que quieren que sigamos para regular nuestro comportamiento.

    La primera vez que oí el término fue a un Jefe de Estudios de un Instituto de Educación Secundaria Obligatoria que encarecía a los profesores a aplicar el protocolo. No tenía en la boca otra palabra sino aquella a todas horas. Había que seguir el protocolo (protocol en la lengua del Imperio), lo que significaba que había que hacer no lo que él mandaba sino lo que estaba mandado, es decir, seguir las reglas de actuación programadas. 

    El Protocolo de Kioto​, desde el año 2005, que es cuando entró en vigor, era un reglamento de la ONU sobre el Cambio Climático que tenía por objetivo reducir las emisiones de seis gases de efecto invernadero con el objetivo de salvar el Planeta.​ Los protocolos sanitarios han venido a salvarnos la vida, es decir, a darnos la extremaunción, ese acto litúrgico que nos embarca en la góndola de Caronte.

    

    El propio sistema educativo, que ha empujado a la muerte voluntaria a tantos niños y adolescentes haciendo trizas su salud mental y haciendo que renuncien a la vida desde que comenzó la maldita pesadilla de histeria colectiva de la pandemia, a los que ha mareado con tomas compulsivas de temperatura, mascarillas obligatorias, distancias de seguridad, encierros y confinamientos y sentimientos de culpabilidad y todo tipo de sermones moralistas solidarios, amén de inoculaciones, leo en la prensa de una de las taifas carpetovetónicas que ahora “trabaja en un protocolo para prevenir el suicidio desde las aulas”. ¡Qué sarcasmo! ¡Qué manera de desollarlos o, lo que es lo mismo, de arrancarles el pellejo!

jueves, 20 de enero de 2022

La metáfora pedagógica del Buen Pastor

  
    Denuncia Emmánuel Lizcano en su libro Metáforas que nos piensan. Sobre ciencia, democracia y otras poderosas ficciones que el mundo en el que vivimos es una pura simulación, y que la realidad, por lo tanto, es igualmente ficticia. Vivimos en un mundo de representaciones, en una magnífica ficción que, como todos creemos en ella, se ha hecho real, se ha realizado, lo que no quiere decir, por otra parte, que sea verdadera: es falsa, como todo simulacro, una ilusión, un engaño.

    Uno de los mecanismos más potentes que tiene el lenguaje que utilizamos y que nos utiliza a nosotros es la creación y empleo de metáforas que son tanto más eficaces cuanto más nos pasan desapercibidas. Cuando usamos una metáfora y no una simple comparación, estamos viendo una cosa como si fuese otra, o desde la perspectiva de otra, porque una metáfora es una transferencia, una traslación que conlleva otro punto de vista. Cambiar de metáfora es cambiar de perspectiva. No nos referimos sólo a las poéticas, figuras estilísticas o retóricas, sino sobre todo a las políticas y cotidianas, aparentemente inofensivas si no fuesen falsificadoras. 



    Hay metáforas que están tan generalizadas que ya no nos damos cuenta de su condición metafórica; son las que Lizcano denomina “metáforas que nos piensan”, porque creemos que estamos usando una figura estilística o retórica y resulta que es una idea que está incrustada en nuestro cerebro y condicionando nuestro pensamiento y nuestra forma de razonar. Creemos que estamos diciendo algo muy original y resulta que estamos repitiendo una idea inculcada como si fuese un mantra, idea que, a modo de espejo cóncavo, deforma la realidad distorsionándola de una forma esperpéntica y valleinclanesca. El lenguaje no es un simple espejo que refleja la realidad, sino el poderoso artefacto taumatúrgico que la crea y la recrea.

    La crítica de estas metáforas que utilizamos inconscientemente a veces y que nos utilizan a nosotros, sus supuestos usuarios, permite socavar creencias muy arraigadas, cuestionar cantidad de cosas que damos por sentadas, desenmascarar ficciones que creemos certidumbres.


Estatuilla de mármol del Buen Pastor


    Leyendo a Pedro García Olivo, por ejemplo, encuentro una de esas metáforas: la del profesor como pastor, es decir, como educador, en el sentido de formador de la personalidad holística, integral del alumnado. El maestro y el profesor no son según esta metáfora 
meros transmisores de conocimientos, alguien que enseña algo, sino alguien que trata de formar y modelar la personalidad de sus pupilos a modo de Pigmalión que vela por su seguridad y aun por su salvación, o el alquimista que se empeña en sacar oro de donde no lo hay. 

    La metáfora pedagógica del profesor como pastor del rebaño es una ficción, una falsedad que interesa que sea real desde el momento en que se define a este como educador y no como mero enseñante, pero que puede desmontarse, y que García Olivo desmonta habitual- y lúcidamente como buen antipedagogo que es contraponiéndole otra y proponiéndonos por lo tanto un cambio de perspectiva: el profesor no es el pastor del rebaño, el Buen Pastor según la mitología cristiana que salva a la oveja descarriada, no; el profesor es, mercenario a sueldo del Estado y/o del Capital, él también, parte y no la menos importante sino pieza fundamental por cierto del sistema,  es el perro guardián del rebaño y también y por lo tanto, sin embargo, nos guste o nos disguste, un borrego más.
 
    Recordemos el proverbio georgiano de que la oveja siempre temió al lobo, ese peligro indefinido que acechaba lejos del rebaño y del redil, pero fue finalmente el pastor, el Buen Pastor, quien la llevó al matadero a sacrificarl. Al final se reveló que el Buen Pastor era de alguna forma el mítico lobo lengedario, el matarife, el enemigo de los corderos que so pretexto de criarlos y cuidarlos, para lo que les inculca el miedo a la libertad a fin de que acepten el redil y el rebaño, acabará sacrificándolos. 
 

    Quizá no esté de más tampoco recordar a Blanquita, la cabra de aquel buen pastor que era el señor Seguín, que prefirió una noche de libertad a toda una vida atada mediante una soga a una estaca.

 

miércoles, 19 de enero de 2022

Telegramas

Dos años que no regresarán, viviendo con el pánico, renunciando a la vida por miedo a la muerte. No vendrá la Parca a buscarnos, fuimos nosotros a su encuentro. 
 
  oOo 
 
A río revuelto, ganancia de pescadores. ¿Quién enturbió el río convirtiendo los peces en pescados, si no los codiciosos pescadores por el afán de su provecho? 
oOo
 

España, o el inhóspito nosocomio y sanatorio-tanatorio donde el único negocio que florece es el de las pompas fúnebres de los acojonados que renuncian a vivir.

oOo
 
 La palabra, convertida en moneda, crea el mundo, sublimándose hasta la divinidad espiritual de Dios, que es el dinero. Yo atesoro ceros, todos a la izquierda. 
oOo 
 
Muere señora atropellada por una ambulancia: el vehículo, metáfora desenfrenada del sistema sanitario, salió de la calzada y arrolló a la mujer y a su marido.
 
 
 oOo
 
 No son las manos lo que más se ha lavado con agua, jabón y gel hidroalcohólico durante estos dos últimos años de psicosis colectiva pandémica, sino el cerebro.
 oOo
 

En las bodas de Caná faltó el vino. Jesús, cual Dioniso taumaturgo, mandó llenar unas tinajas de agua, y fluyó al fin la sangre de Cristo, alegría milagrosa.

oOo

Si el niño adivinara el grado de envilecimiento del futuro adulto, rechazaría crecer y se volvería cada vez más pequeño, como el increíble hombre que menguaba.

oOo 

Lidiando al toro en el ruedo a sol y sangre. Le han clavado ya los rehileteros tres banderillas: Una, dos y tres. Y el toro, burlado, no sabe cómo obedecer. 
 


martes, 18 de enero de 2022

Se mata lo que se ama

    La actriz Jeanne Moreau cantaba en la película Querelle (1982) de Reiner Wender Fassbinder, basada en la novela homónima de Jean Genet, un fragmento de la Balada de la cárcel del Reading del genial Oscar Wilde. Eran estas tres estrofas:


Yet each man kills the thing he loves,
By each let this be heard;
Some do it with a bitter look,
Some with a flattering word;
The coward does it with a kiss,
The brave man with a sword!

Some kill their love when they are young,
And some when they are old;
Some strangle with the hands of Lust,
Some with the hands of Gold:
The kindest use a knife because
The dead so soon grow cold.

Some love too little, some too long,
Some sell, and others buy;
Some do the deed with many tears,
And some without a sigh:
For each man kills the thing he loves,
Yet each man does not die.


Que dicen más o menos esto:

Y todos matan lo que aman,
que lo oiga todo el mundo;
unos con la mirada
amarga,
otros con un piropo,
lo hace el cobarde con
un beso,
y el que es valiente a espada.

Su amor lo matan mozos unos
y cuando viejos otros:
con manos unos de lujuria
lo ahogan, y otros de oro;
usa el mejor la daga, pues
se enfría el muerto pronto.

Mucho aman unos, otros poco,
vende uno y compra otro;
 
con mucho llanto matan unos
y otros sin un sollozo:
y aunque lo que aman matan todos,
no dan la muerte a todos.


    El tío Oscar, en efecto, nos narra en la larga
Balada de la cárcel del Reading (1896) cómo un hombre tenía sangre y vino en sus manos: había asesinado a la mujer que amaba. Este hombre había sido condenado a la horca por asesinato, por lo que hoy llamaríamos violencia de género con una simplificación estúpida. “Matado había lo que amaba / e iba a morir por eso”. Sin embargo, como razona la balada, todos los hombres hacen, hacemos, lo mismo de alguna forma y no somos condenados a muerte por ello. Este es el mensaje: Cada hombre mata la cosa que ama: Cada uno mata el objeto de su amor, sea cosa o sea persona: Cada hombre mata el amor que siente cuando reconoce el amor que siente, cuando declara solemnemente que lo que siente es amor y pronuncia la fórmula sacramental "te quiero", y le pone nombre, una etiqueta, a sus sentimientos nunca antes experimentados con tanta intensidad. 


    Para mí es la reflexión más importante que inspira la balada: algo que va más allá del tópico "la maté porque era mía", pero que profundiza en él: matamos todo aquello que amamos porque somos incapaces de quererlo en libertad. No podemos gozar de aquello que poseemos: la posesión mata el goce. 

    Como dicen que le dijo Rousseau a Madame de Houdetot: "Si vos llegáis a ser mía, voy a perderos, precisamente porque luego os poseeré a vos, a quien adoro".

    La declaración solemne de un sentimiento mata el sentimiento. Tal vez era eso lo que quería decir la mítica canción de Joy Division: "Love will tear us apart" (El amor nos desgarrará) Que concluía con aquella reflexión: Love, love will tear us apart again. El amor nos separará de nuevo. No es la muerte lo que va a separarnos, sino el amor.

  

lunes, 17 de enero de 2022

De los nombres de Dios (gramática periodística terrorista)

(Última hora) Los hombres matan, la poli abate. (Rafael Sánchez Ferlosio)
Estos eran algunos de los titulares de la prensa electrónica que recogí allá por el 20 de agosto de 2018 sobre la noticia de la muerte de un presunto terrorista:

A) Con el verbo “abatir”, como sinónimo y eufemismo de “matar”:
-Por activa:
Los Mossos abaten a un hombre que entró armado en una comisaría gritando “Allahu Akbar” (El diario.es)
Abaten a un hombre al intentar acceder a comisaría Mossos al grito «Alá es grande» (La Razón)
Los Mossos abaten a un atacante que gritaba "¡Alá es grande!" en la comisaría de Cornellà (El español)

-Por pasiva:
El hombre abatido en la comisaría de Cornellà es de origen argelino y gritó con un cuchillo en la mano 'Alá es grande' (Infolibre) 
Abatido un hombre en una comisaria de Cornellá, al intentar asaltarla al grito de “Alá es grande” (Diario16)
Abatido tras intentar asaltar la comisaría de Cornellà al grito de «Alá es grande» (ABC)  
Abatido un argelino que entró en una comisaría de Barcelona al grito de “Alá es grande”. (El Diario Montañés)

B) Con el verbo, más propio, “matar” en activa:
Los Mossos matan a un hombre que entró en una comisaría al grito de “Alá es grande”. (El Mundo y Público coinciden)
Los Mossos matan a un hombre que entró en una comisaría con un cuchillo y gritó: “Dios es grande” (El País).


De los diez titulares 7 utilizan el verbo “abatir” tanto en activa (3, con el sujeto los Mossos: los Mossos abaten) como en pasiva (4). Los siete titulares se han inclinado por un eufemismo, que en las tres primeras acepciones del Diccionario de la Real Academia significa “derribar, hacer caer, tumbar”, y sólo en la cuarta “hacer caer sin vida a una persona o animal”). 

Los cuatro titulares que utilizan el participio de perfecto pasivo “abatido” omiten y por lo tanto ocultan el complemento agente “por los Mossos” que debe sobreentenderse y deducirse de la mención que hacen del lugar donde se ha producido el suceso: “una comisaría de Cornellá (tres titulares) y de Barcelona (un titular). Podemos concluir que un setenta por ciento presentan la noticia ocultando el hecho de que la policía de la Generalitat, los Mossos d'Esquadra, ha matado a un hombre (7 titulares), a un atacante (1 titular), a un argelino (1 titular) a un “sustantivo animado masculino singular” (1 titular). La voz pasiva periodística se emplea, precisamente, para ocultar el complemento agente, bien porque se sobreentiende, bien porque se desconoce, bien porque no se quiere resaltar, sino ocultar bajo un tupido velo de silencio.

Sólo tres titulares de los diez, un treinta por ciento, usan el verbo apropiado “matar” y lo hacen en voz activa: “Los Mossos matan”. Impecablemente correctos los tres titulares, que corresponden a El Mundo, Público y El País. Los tres coinciden en que el muerto -en alguna cadena televisiva que no recuerdo escuché el eufemismo "neutralizado"- es “un hombre”, sin especificar su origen argelino. Los tres coinciden en que el hombre “entró en una comisaría”. El País puntualiza “con un cuchillo”.

Todos los titulares dicen que la víctima, que algunos se atreven ya a considerar el presunto terrorista, gritó algo: “Alá es grande” (8 titulares), “Allahu Akbar” (1 titular) y “Dios es grande” (1 titular).

 Medallón de Santa Sofía, Estambul, con la inscripción "Allahu Akbar"

Hay que destacar que el grito debió de ser en lengua árabe, como dice el titular de Eldiario.es “Allahu Akbar”, en árabe y leído de derecha a izquierda الله أكبر, donde Allāhu es el nominativo de Alá (Dios), y la forma akbar el superlativo del adjetivo Kabir «grande», es decir «más grande», por lo que la traducción correcta no sería “Alá es grande” sino “Dios es el más grande”.

Sí, hay que traducir "Alá" por Dios, que es lo que significa. El País es el único que traduce "Alá" por Dios, pero lo hace sólo en la portada, porque en la página interior se arrepiente y lo modifica: Los Mossos abaten a un hombre que entró en la comisaría de Cornellà al grito de “Alá es grande”.

Indudablemente, el mejor titular desde un punto de vista informativo es el de El País, pero el de la portada, porque traduce el grito perfectamente al castellano: “Dios es grande”. 

Esto me recuerda a una aguda consideración que hacía Maurizio Bettini en su Elogio del politeísmo (publicado entre nosotros por Alianza editorial en 2016): “En éstas, en efecto, (se refiere a las religiones monoteístas) la divinidad no se distingue por un nombre propio, sino por un nombre común”. Lo que sucede es que un nombre común “dios” asume en las religiones monoteístas del libro el papel de nombre propio, porque al haber sólo uno en absoluto, exclusivo y excluyente, se escribe con mayúscula: Dios, anulándose la oposición nombre común/nombre propio.

Ya lo decía Minucio Felix en latín allá por los siglos II o III de nuestra era: “Nec Deo nomen quaeras; Deus nomen est: no le busques un nombre a “dios”: su nombre es “dios”. Y como nombre común que es, aunque ascendido a la categoría de nombre propio,  puede traducirse a otras lenguas: así decimos God en inglés, Bog en ruso, Dío en italiano, Dieu en francés... y Alá en árabe. 

Considera Bettini que dado que tanto en el cristianismo como en el islam la divinidad monoteísta lleva el nombre de “Dios” parece “obvio concluir que ambas religiones adoran, en realidad, al mismo dios”. Aunque reconoce que “cuesta trabajo admitir que la divinidad llamada por los musulmanes Alá, es decir, “el Dios”, sea la misma que los cristianos llaman “Dios”, aun cuando se le asigne de hecho el mismo nombre.” Pero así son las cosas.

domingo, 16 de enero de 2022

Hemos entrado en el invierno


Entró en funciones el invierno destemplado,

y hemos entrado de cabeza en él nosotros

con sus ventajas y sus inconvenientes largos:

es oficial, porque lo dice el calendario.

En esta temporada vuelven los catarros,

y los resfriados, los trancazos, la vieja gripe

que había desaparecido, aseguraban,

de la faz del mundo gracias a las mascarillas

y los confinamientos que ordenó el Gobierno...

La vuelta al cole precipita a los chavales

enmascarados e inoculados a las aulas

a recibir la confirmación del dogmatismo.

Se ha apoderado de la gente la morbosa

necesidad de hacerse pruebas y testarse.

Y se someten voluntarios a cribados,

a análisis, radiografías y chequeos

para saber si están acaso sanos, libres

de enfermedades contagiosas y letales,

víctimas que son de un puritanismo sanitario.

Y viven bajo un régimen terrorista, viven

acongojados por el miedo de la peste,

del bicho, del cáncer; son conscientes de su cuerpo,

son los enfermos imaginarios, sometidos

a prevenciones, profilaxis y controles.

¡Cuánta tristeza y cuánto enojo da ver filas

larguísimas, interminables en farmacias,

en los llamados vacunódromos, hospitales,

y laboratorios de gente sana a simple vista

que necesitan una prueba fehaciente:

saber si tienen virus coronado, el bicho,

que dicen, y que recibirán la confirmación

no sin sobresalto de la tremenda enfermedad,

que es la conciencia, mala, de su propio cuerpo!

Y se confinan, y se aislan y marchitan. 

Renuncian a vivir para salvar su vida

en aras de futura tierra prometida

en la que nunca entrarán. El fanatismo

científico y religioso se ha apoderado

de todo el mundo sometido a los dictados

del invierno que ha irrumpido en nuestras almas muertas.

 ¿Cómo saldremos de este atolladero? ¿Cómo

nos libraremos de este miedo de la Parca

que nos han metido e inculcado hasta las trancas,

que nos está matando en todos los sentidos

y no nos deja ya vivir? Nos han hurtado

las autoridades sanitarias la salud, 

que era la vida, la desnuda y pura vida,

con el pretexto de imponernos la futura

sanidad, enfermos todos en potencia siempre.

¡No se chequee, caballero; señorita,

no se haga pruebas, niéguese a cuidarse tanto,

no se preocupe, líbrese de toda cuita,

descuídese, abandónese un momento y viva,

que la salud no es otra cosa más que olvido!