sábado, 1 de mayo de 2021

En el día del trabajo

    En las calendas de mayo los sindicatos prosistémicos  y subvencionados por el binomio Estado/Capital del Régimen celebran, meras gestorías laborales que son, la fiesta que llaman del trabajo, como si esto del trabajo fuera algo bueno, algo que hubiera que festejar saliendo a las calles a reclamar incremento salarial, menos paro y mejores condiciones laborales, pero nunca el fin de la explotación laboral misma y del trabajo asalariado, nuestra moderna esclavitud. 

    
    La palabra “trabajo” procede, como se sabe, del latín “tripalium”, nombre de un instrumento de tortura,  consistente en tres palos o estacas cruzadas, a las que se sujetaba la víctima del suplicio: de ahí proceden también “travail”, en francés, “trabalho” en portugués y “treball” en catalán, pero también en inglés, vía normanda, “travel”, tal vez por la fatiga que conllevan los viajes organizados y el descubrimiento de que ya no existe el viaje propiamente dicho, sino el turismo de masas, y que el viajero de verdad, a diferencia del moderno turista, es el que no sabe a dónde va.
 
    Trabajar, en la lengua de Cervantes, significa en primer lugar “sufrir, padecer,  esforzarse por conseguir algo”,  de donde más tarde derivaría su significado actual de “laborar, obrar, hacer algo a cambio de un salario, actividad remunerada”. 


Pintada etimológicamente didáctica, que ha sido borrada, en el muro de un colegio.

    Ese primer significado, lo hallamos en plural en el título del Persiles cervantino: Los trabajos de Persiles y Sigismunda, o también cuando hablamos de los doce trabajos de Hércules, aunque el Diccionario de la Academia lo ha relegado a su novena acepción:  «Penalidad, molestia, tormento o suceso infeliz». 

    Había en latín también otra palabra “labor”, que es la que ha conservado el italiano “lavoro”,  de donde salió el “laburo” argentino, y el cultismo castellano, la labor. De ahí procede el verbo “laborare” y de él nuestro cultismo “laborar” (como en aquella divisa de ora et labora -reza y trabaja-, de san Benito y sus monjes benedictinos) y la palabra patrimonial “labrar”, que se especializó en el trabajo agrícola de la labranza.



    Sucede que el trabajo en su origen era ‘sufrimiento’. Y es que desde que abrimos la Biblia por el Génesis sabemos que, lejos de ser una bendición, como pontificó un papa, el trabajo era un castigo divino, una maldición bíblica. Dios, con la expulsión del paraíso, condena a nuestros primeros padres, a Eva a parir con dolor y a Adán a ganar el pan -la vida, que no es un don gratuito- con el sudor de su frente. 

    Resulta también significativa por lo sarcástica que es a este respecto la inscripción que figuraba a la entrada de los campos de exterminio nazis Arbeit macht frei: el trabajo libera. Pero ¿qué o quién nos libera del trabajo? No parece que la tecnología vaya a hacerlo. En todo caso, ¿quién nos libera de la tecnología?

 

    ¡Y cuánta razón tenían los ludditas, que destruían las máquinas, siguiendo el ejemplo del joven Ned Ludd,  que rompió el telar del taller de confección a martillazos!
 
    Y cuantísima razón el entrañable Quino que ante la constatación, manda güebos, de que había que trabajar para ganarse la vida se preguntaba: "¿Pero por qué esa vida que uno se gana tiene que desperdiciarla en trabajar para ganarse la vida?".  

    No estaría mal que un día como hoy se hiciera un profundo silencio, un silencio de verdad en el que dejaran de oírse las vuvuzelas sindicales en los mítines y procesiones al efecto y los cacareados gritos de "¡viva la clase obrera!" que nos ensordecen. Si un grito debiera oírse hoy, primero de mayo, en conmemoración de los mártires anarquistas de Chicago de 1886, sería este otro: "¡Muera el trabajo asalariado! ¡Abajo el trabajo!", y esta oportuna canción de Chicho Sánchez Ferlosio, por ejemplo, que viene más a cuento que nunca: "Hoy no me levanto yo".


viernes, 30 de abril de 2021

IN PRINCIPIO ERAT VERBVM

    En el principio era el verbo (ἐν ἀρχῇ ἦν ὁ λόγος), esto es, la palabra, así empieza el Evangelio de Juan. Hoy tendríamos que decir, más bien, que eso sería en el principio de los tiempos, porque ahora lo que queda de aquello, no es el λόγος, el uerbum, la palabra, sino sólo imagen: la imagen es lo único que cuenta en la actualidad. Si “in principio erat uerbum” hoy estamos bajo la dictadura de la imagen: nunc est imago.

    La máquina expendedora de imágenes, la televisión, operativa desde 1956 en las Españas, es la primera escuela del niño, la auténtica παιδεíα, paideia, enciclopedia o educación. La educación audiovisual, es un poderoso medio que desarrolla la capacidad de ver en detrimento de la de entender y razonar. Decir que es un instrumento de comunicación es minimizar su importancia propedéutica y pedagógica. Decir que hay mucha telebasura es ocultar que la televisión, toda ella sin excepción, es basura. Al niño se le enchufa en casa desde muy temprano,  horas y horas, lo que explica que la tierna criatura amamantada por la televisión sea después un adulto infantilizado que sólo responderá a estímulos audiovisuales. Cuando vaya a la escuela primaria y después al instituto descubrirá que en el aula también, como en su casa, no faltan los medios audiovisuales. 
 
    Cuando se habla aquí de televisión, se hace en sentido amplio, no hace falta decirlo,  y se incluye también Internet, que, desde la primera conexión que se realizó en España a la Red de Redes en 1990, ha crecido y sigue creciendo imparablemente, y hoy es la mayor máquina de producción de imágenes y vídeos, incorporada en seguida por el Ministerio de Educación y Ciencia como instrumento fundamental de educación y aprendizaje en escuelas, institutos y universidades.

    No viene mal recordar la etimología de la palabra “infancia”: está compuesta de la negación in- “no” y de la raíz verbal fa-ri “hablar”. Su correlato griego sería: afasia, incapacidad de hablar debida a una lesión cerebral, con la negación griega incorporada a- y la misma raíz indoeuropea *bhā-, por lo que la infancia sería la etapa en la que el ser humano no habla y por lo tanto no razona todavía porque no hace uso de la maquinaria del lenguaje. No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que esta etapa cada vez se alarga más: cuanto más aumenta la edad media de la población y esta envejece más, más se infantiliza, más perdura en ella una eterna niñez y adolescencias que no acaban nunca.



    Se impone la infantilización: la impulsividad, la falta de reflexión. Se rinde culto a las imágenes, que se han convertido en sagradas. Las imágenes son veneradas como íconos. De hecho, es significativo el uso moderno de la palabra ícono (representación religiosa de pincel o relieve, usada en las Iglesias cristianas orientales) como sinónimo de imagen. Recuerdo a una abuela, que analfabeta como era, cuando veía un libro con muchas imágenes decía con más razón de lo que parecía que tenía muchos "santos". 

    Han adquirido más valor que las palabras, como advertía el viejo adagio: una imagen vale más que mil palabras, lo que explica su preponderancia pornográfica. No es que el homo sapiens, producto de la cultura escrita, esté en proceso de ser desplazado por el homo videns, producto de la imagen, como advertía Giovanni Sartori en su libro Homo videns, la sociedad teledirigida, sino que ya se ha consumado ese hecho: no hay homo sapiens sino homo videns, esos animales fabricados por la televisión y por las micropantallas cuya mente no razona porque se lo impiden las ideas,  imágenes o visiones de la realidad,  pero no la realidad misma, proyectadas en la pared de la caverna platónica. 
 
     Decía Susan Sontag (1933-2004): “Life is a movie; death is a photograph.” La vida es una película; la muerte es una fotografía. Fotografíar a alguien, según ese aforismo, sería asesinarlo; hacerse un selfie o una selfie, como quiera decirse, un suicidio. Y no es exageración. Añadía Susan Sontag: All photographs are memento mori. To take a photograph is to participate in another person’s (or thing’s) mortality, vulnerability, mutability. Precisely by slicing out this moment and freezing it, all photographs testify to time’s relentless melt.”  Todas las fotografías son un memento mori. Tomar una foto es participar en la variabilidad, vulnerabilidad y mortalidad de otra persona (o cosa). Precisamente, al recortar este momento y congelarlo, todas las fotografías son testimonio de la disolución implacable del tiempo. ("Sobre la fotografía").

    La preocupación por quién controla los medios de comunicación, si son públicos o privados, y en este último caso, qué grupos o empresas hay detrás no nos deja ver el problema que plantea el propio medio audiovisual, lo controle quien lo controle, que es algo que resulta indiferente al fin y a la postre. El problema consiste en que el hecho de ver prevalece sobre el hecho de oír hablar: la voz es secundaria, está en función de la imagen que comenta. Lo que no sale por la televisión no existe. Non uidi, ergo non est: no lo he visto, luego no existe.



    Fruto de esa infantilización de los adultos, la juventud se ha convertido en un valor en alza, a la vez que se desprecian las canas: por eso mucha gente mayor se tiñe el cabello, para aparentar que es más joven de lo que es, o se hace implantes capilares y recurren a la cirugía estética para parecer que tiene menos años de los que tienen. Los jóvenes no quieren parecerse a los viejos, sino que son los viejos los que imitan a los jóvenes en pos de la eterna juventud. La madurez, que es el conocimiento que nos han proporcionado no tanto los años como los desengaños a lo largo de la vida, no se considera una virtud, sino una rémora, un lastre del que hay que desembarazarse a toda costa para parecer lo que ya no se es, para maquillar nuestra imagen, por lo que la inmadurez se considera normal en un adulto. Qué pena.

jueves, 29 de abril de 2021

Un código QR en el cielo de Changái

    El código QR (Quick Response en la lengua del Imperio, de Respuesta Rápida en la nuestra) es una evolución bidimensional cuadrada del código de barras lineal que ya conocíamos en los productos de consumo, y que almacena datos codificados. El código QR es algo que, poco acostumbrados como estábamos, cada vez estamos empezando a ver más en España.
 
 
    Recuerdo la primera vez que vi uno en un restaurante. Al pedir la carta, me dijeron que escaneara el susodicho código, al que había que acceder a través del móvil y del programa correspondiente que lo leía. El camarero justificó con la mejor de sus sonrisas la ausencia de carta de menú por razones sanitarias. La típica cartulina manoseada por los clientes ya no estaba disponible porque podía ser un nido de viruses y contagiar el peor de todos ellos, el coronavirus o virus coronado, que estaba causando estragos, que había contagiado a una de cada cien personas en el mundo, y de ese uno por ciento de los que lo habían contraído estaba matando a uno de cada centenar, aunque se nos hizo creer a todos desde el primer momento que lo habíamos todos contraído ya sea en acto o en potencia aristotélica, y que por lo tanto íbamos a morir más tarde o más temprano de COVI o con COVI. 
 
 
 
    La inclusión de software que lee códigos QR en teléfonos móviles le permite al usuario que utiliza la aplicación (y que al mismo tiempo es utilizado, en voz pasiva, por ella) la comodidad de no introducir datos (números y letras) de forma manual en el teléfono, cosa que para las personas de edad avanzada es algo farragoso y engorroso por la falta de práctica y torpeza de nuestros dedos y por los problemas de visión, que con la presbicia, que en griego quería decir "vejez", vamos adquiriendo. 

    Cuando era pequeño y yo tenía una vista de lince me dijeron que ya vería lo que entonces no acertaba a ver algún día (“ya lo verás, ya lo verás... cuando seas mayor"), y lo que veo ahora, cuando ya soy eso que llaman una persona mayor, es que no veo nada sin gafas y veo muy poco con ellas. 
 
     Las direcciones y los URL (Uniform Resource Locators en la lengua del Imperio, o localizadores de respuesta uniforme en la nuestra) incrustados en códigos QR se están volviendo cada vez más comunes en revistas, anuncios publicitarios,  y hasta en tarjetas de presentación y de visita. Se están, pues, haciendo moneda de uso corriente gracias a que permiten simplificar en gran medida la tarea de introducir detalles individuales en la agenda o lista de contactos de un teléfono móvil. Ahí radica su éxito.


Chagái (China)

    Pero lo último sobre estos códigos que he oído es que en el Extremo Oriente, en el cielo nocturno de Changái se ha visto recientemente un código QR gigante, el más grande formado en el mundo hasta la fecha que pasará a engrosar el libro de los records que se le ocurrió escribir al ejecutivo de la cervecería irlandesa Guinness, formado con mil quinientos drones luminosos que sobrevolaron por la noche la gran ciudad china. Formaban así la bandera de la nueva religión tecnocrática, para que la gente pueda, apuntando con sus aparatos supuestamente inteligentes, o dotados al menos, digamos, de una inteligencia artificial, ya que no natural, descargarse juegos de vídeo que entretengan su lento, sumiso y pausado caminar hacia la muerte.


    Al parecer la China comunista/capitalista es uno de los países del mundo donde más se utilizan estos códigos de barras bidimensionales. Al escanearlos con los móviles, llevan a los usuarios a la página de descarga para que instalen el producto correspondiente, lo que no deja de ser una interesante muestra publicitaria de mercadotecnia para pescar incautos muy efectiva.

miércoles, 28 de abril de 2021

Por arte de magia

    Érase una vez un beduino que se encontró una lámpara maravillosa enterrada en la arena de una playa, la frotó y se le apareció un genio que, en agradecimiento por haber sido liberado de su cautiverio, le dijo:

    -Pídeme un deseo, y te lo concederé.


     -Quiero ser feliz, -dijo el beduino.

   -Bueno -replicó el genio- ese es un deseo muy abstracto que no está en mi mano concedérterlo, ya lo siento. Tienes que pedirme algo mucho más concreto.

    -Está bien -dijo el beduino y añadió, después de reflexionar un rato. -Voy a pedirte algo más concreto: Quiero que desparezca lo que me impide ser feliz. -Añadió satisfecho de haber acertado a formular lo que quería.

    -Está bien -accedió el genio agitando su varita mágica. –Eso sí puedo concedértelo. Si así lo quieres, así será.

    -Así lo deseo.

    -¡Pues sea, tú lo has querido!

    Y en ese mismo momento desapareció el beduino por el arte de la magia de la varita del genio de la lámpara.

martes, 27 de abril de 2021

La vacuna va que chuta

    Corre por la Red Informática Universal un vídeo de agitprop (vulgo, “agitación y propaganda” o “propaganda de agitación”, si se prefiere) del Ministerio de Sanidad del Gobierno de las Españas que presenta a un anciano jubileta, un tal Juan Contreras, que dice querer vacunarse para poder abrazar a sus nietos. 
    El hombre, enmascarado, se quita para hablar la mascarilla quirúrgica, que retira de nuestra vista, no faltaba más, porque va a decirnos algo importante. ¿Qué nos dice este hombre y a través de él, el Gobierno nacional? 
    Lo primero que hace es una apelación a nuestros sentimientos: Que echa mucho de menos a sus nietos y a Manuel el primero, el más chiquitín. Te abraza, te dice: eres el mejor abuelo... ¡del mundo... abuelo!  El diminutivo "chiquitín", aplicado al nene que abraza al abuelo y le regala el oído,  nos llena de ternura enseguida por el raudal de cariño que transmite. Pero me pregunto yo: ¿Quién o qué le impide a Juan Contreras abrazar a sus nietos y a Manuel el primero? ¿El virus coronado, las Instancias Superiores de su alma y de la residencia de ancianos, o ambas cosas a la vez? 
 

        Acto seguido, el jubileta da el salto de lo emotivo a lo pseudointelectual, y nos suelta a bote pronto para convencernos sin que venga a cuento: Las vacunas nos protegen de muchas cosas. Nadie se muere de polio ya, ni de la viruela. Se hace eco así de la narrativa oficial del discurso dominante de que las vacunas han salvado vidas, y de que lo que van a suministrarnos va a salvar la nuestra y la de todos también... 
    El problema viene con que el abuelete chochea un poco ya y está comparando viejas vacunas experimentadas como las de la polio y la viruela, con "lo que van a suministrarnos": las inoculaciones transgénicas de la Covid19, que aún están en fase de experimentación en los voluntarios que chantajeados o convencidos de las bondades de la ciencia se prestan a ello,  y aún no están aprobadas, que se sepa si alguien no lo sabe, sino sólo autorizadas provisionalmente, y que, además, en sentido estricto no deberían llamarse ni siquiera “vacunas”, porque se trata más bien de tratamientos médicos preventivos experimentales de carácter genético. 
    A continuación nos suelta, con una confianza ciega que raya en fe de carbonero a prueba de bombas, convencido como está, que para eso le pagan: La vacuna es lo que nos va a ayudar a que esto a ver si de verdad una vez se va por ahí. En cuanto me llamen me pongo la vacuna, y es lo que teníamos que hacer todo el mundo. Y concluye con un ambiguo: Yo me vacuno seguro. (Lo que es seguro es que tiene la intención de vacunarse. Otra cosa es que vaya a hacerlo con alguna garantía de seguridad). 
 
"Vacunódromo", exitoso neologismo. Haciendo cola, con mascarilla y distancia de seguridad para chutarse.

    No puedo dejar de relacionar este anuncio que acabo de ver por primera vez en un foro de interné con la información que me llega por otro lado del gobierno belga, que transmite este mensaje oficial en francés a sus súbditos francófonos: Cuando usted reciba una invitación para vacunarse, acepte la cita inmediatamente. Esta invitación es un tique no solo para su libertad, sino también para la libertad de todos nosotros. Nótese la curiosa expresión “tique -del inglés ticket- de libertad”: la invitación es el vale canjeable por la libertad. 
    La vacuna salvífica va a liberarnos en un futuro más o menos lejano o inmediato de esta dictadura higienista sanitaria en que nos han sumido nuestros gobiernos amparados por la Organización Mundial de la Salud entre otras Organizaciones No Gubernamentales.
 
     Pero más lejos ha ido todavía nuestro Presidente del Gobierno, de las Españas don Pedro Sánchez, Doctor en Economía, al calor de un mitin en plena campaña electoral madrileña, soltando la siguiente ecuación, que es una perla: Libertad hoy es vacunar, vacunar y vacunar. Nos proporcionaba así la definición seguramente más original por lo estrambótica y rocambolesca que haya dado nunca alguien de libertad, repitiendo hasta tres veces la palabra “vacunar”, como si quisiera inocularnos de ese modo el sacrosanto suero en tres dosis sucesivas.
     Sólo nos falta ya que Su Santidad el Papa bendiga la inoculación y diga como vicario de Cristo que es, si no lo ha hecho ya, que la vacuna es la hostia consagrada que va a redimirnos con la que todos debemos comulgar para salvarnos y alcanzar la gloria bendita de la vida eterna y del Cielo aquí en la Tierra.

lunes, 26 de abril de 2021

Terrorismo

 


terrorismo (según el diccionario de la lengua española de la Real Academia Española)

1. m. Dominación por el terror.

2. m. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.

3. m. Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos.

oOo

La definición de terrorismo debe incluir

 tanto a quien infunde el terror

 como a quien, una vez infundido, lo difunde: 

los mass media, en la lengua del Imperio. 

 

domingo, 25 de abril de 2021

Perseo o El asesino, de Ray Bradbury

El asesino, cuento publicado en 1953 dentro de una colección titulada “Las doradas manzanas del sol”, no es quizá uno de los mejores relatos breves de Ray Bradbury (1920-2012), pero no es tampoco desde luego uno de los peores. El mismo año en que publicó El asesino apareció su celebrada novela Fahrenheit 451, título cuyo significado nos aclara el autor en el subtítulo: temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde, novela llevada al cine por F. Truffaut en 1966 en una espléndida película, que narra la historia de un bombero que por orden del gobierno se dedica a la quema de libros. 

Enmarcado dentro de lo que era ficción científica en el año de su publicación y es años después rabiosa actualidad, El asesino nos presenta una sociedad donde la tecnología lo domina todo invadiendo todas las parcelas de la vida. Lo que se temía entonces que iba a suceder ha ocurrido: eso es lo que pasa ahora: el futuro ya está aquí. 

Es básicamente un diálogo entre dos personajes, Albert Brock, el asesino, y un psiquiatra. ¿Qué crimen ha perpetrado el señor Brock para que se lo denomine “el asesino”? No ha matado a ningún ser humano, ni siquiera a ningún ser vivo, sino que ha destruido diversos artefactos tecnológicos que se caracterizan por la producción de ruido -incluida la música, que forma parte de la sonora opresión general- y que impiden que haya silencio: aparatos como el teléfono, esa máquina de fantasmas, el televisor, la radio, el fonógrafo... 


 Perseo decapitando a Medusa, Laurent-Honoré Marqueste, 1876


En un momento del diálogo, surge la crítica de la democracia: gobierna la mayoría, pero no tiene razón, y ese gobierno irracional de la mayoría se impone a la totalidad, oprimiendo y ensordeciendo a las minorías. El psiquiatra le pregunta a Brock que por qué no actuó de una manera pacífica, sin hacer uso de la violencia, uniéndose a alguna asociación de enemigos de la tecnología, firmando peticiones y manifiestos, luchando por reformas legales y constitucionales. “Al fin y al cabo, estamos en una democracia (After all, this is a democracy)”, concluye sentenciando el doctor, aunque más propiamente debería matizar diciendo tecnodemocracia o demotecnocracia.
 
A lo que el asesino responde que eso es, efectivamente, lo primero que hizo: protestó, participó en manifestaciones, firmó manifiestos y peticiones al gobierno, pero no sirvió de nada porque enseguida comprendió que su postura era minoritaria, dado que a la mayoría de la gente, que es la que manda, le gustaba el ruido y estaba satisfecha con la proliferación tecnológica y el estruendo producido. Fue entonces cuando decidió pasar a la acción destruyendo los estrepitosos cachorros y explicando la razón de su práctica. El psiquiatra le reprocha su actuación diciéndole que tenía que haber obrado como un buen soldado, es decir, obedeciendo y acatando la voluntad de la mayoría: Then you should have taken it like a good soldier, don't you think? The majority rules.

Perseo decapitando a Medusa (detalle), Laurent-Honoré Marqueste, 1876 
 
Un hallazgo de El asesino, desde mi punto de vista, es la definición que nos da de la televisión, válida para todas las pantallas, estableciendo dos metáforas que son referencias a la mitología clásica griega. Así describe Brock su asesinato del televisor hogareño: Luego entré y disparé al aparato de televisión, esa bestia insidiosa, esa Medusa, que petrifica a mil millones de personas todas las noches mirándola fijamente, esa Sirena que llamaba y cantaba y prometía tanto, y daba, al fin y al cabo, tan poca cosa, pero yo mismo siempre volviendo a él, volviendo, esperando y aguardando hasta que... ¡pum!

Dejando aparte la alusión a las sirenas, cuyo canto fascinante resultaba mortal para los que lo escuchaban, ocupémonos ahora de Medusa, que era una de las tres górgonas, monstruos femeninos de la mitología griega: Euríale, Estenó y Medusa, siendo esta última propiamente Gorgó, la Górgona por excelencia, y la única mortal de las tres hermanas. 

Hubo un héroe en aquellos lejanos tiempos, Perseo, que con ayuda de las ninfas, que le ofrecieron unas sandalias aladas para poder volar, una alforja, el casco de Hades que hacía invisible a quien se lo ponía, una cimitarra o espada curva, regalo de Hermes, y un espejo de Atenea, llegó hasta las górgonas, a las que encontró durmiendo. 
Perseo y las Górgonas, Walter Crane, 1890?
 
¿Cómo eran estas criaturas monstruosas? Eran de una horrible catadura, nunca mejor dicho: cabezas envueltas y rodeadas de serpientes entrelazadas, colmillos de jabalí, manos de bronce y alas de oro; y petrificaban dejando literalmente de piedra a quien las miraba de frente. Igual, diríamos, que todas las cadenas de televisión actuales tanto públicas como privadas repletas de telebasura, publicidad, reality shows... Realmente la única diferencia entre unas y otras es sólo la fuente de financiación. 

Perseo, que es el moderno telespectador y va a ser “el asesino”, se acerca a Medusa vuelto de espaldas y guiado por Atenea -personificación de la antigua sabiduría-, mirando a su enemiga nunca directamente sino reflejada en el espejo. De esta manera se arrima a ella y le cercena la cabeza de un tajo e inmediatamente la mete en la alforja, emprendiendo enseguida el vuelo de regreso. Las otras górgonas quieren perseguirlo y vengar la muerte de su hermana, pero no consiguen verlo gracias al casco de Hades que hace invisible a Perseo, por lo cual nuestro héroe sale sano y salvo de la aventura apagando definitivamente el aparato de televisión, con lo que ha derrotado al Mal, y logrando así salir de la platónica caverna. 
 
 Rihanna como Medusa, GQ Magazine 2013
 
El poder de las pantallas, no sólo de la pequeña, sino de todas, independientemente de su tamaño, no es sólo anestésico, sino fatal: letal. Sus imágenes nos dejan petrificados. Muertos. Frente al monstruo, el héroe que se rebela contra ella, que se niega a mirarla -que no ve la pantalla que vomita imágenes-, y que finalmente la destruye, nos libera de su maléfico influjo invitándonos al heroísmo de cometer el crimen de no mirarla nunca, para no dejarnos seducir por sus cantos letales de Sirena. 

sábado, 24 de abril de 2021

Más mensajería breve

Dice la docta Academia que un mentecato es un tonto, fatuo, falto de juicio, privado de razón, pero revela más la etimología: mente captus: cautivo de su mente.

El éxito abrumador de la palabra “protocolo” ha consistido en desbancar y oscurecer un término que ya no sonaba muy bien debido a su trasparencia: “reglamento”.

 
Para ser un triunfador en una sociedad como la nuestra donde la imagen lo es todo, importa muchísimo más que ser honesto, como la mujer del César, parecerlo. 

El que avisa... El módulo de FOL (Formación y Orientación Laboral) de Formación -Deformación- Profesional informa del síndrome del burnout o de quema laboral.  
 
El Líder Supremo cántabro rechaza usar la mascarilla playera “porque es un incordio tremendo” pero acatará la medida si la acuerden las autoridades competetentes. 
 
 
La gente en su inmensa mayoría obedece resignadamente para que esto se acabe de una vez, pero esto no va a terminarse nunca mientras la gente siga obedeciendo. 
 
Hay quienes se privan de oxígeno y de aire libre en soledad y en plena naturaleza para autoprotegerse de un virus respiratorio que acabarán dejándose inocular. 
 
Hay anarquistas de salón que, enemigos del Estado, Le reclaman educación y sanidad pública, asistencia social, subsidio de desempleo, renta básica... seguridad. 
 
Cuando se nos mete una idea en la cabeza, se incrusta como un clavo remachado a machamartillo o rémora que impide el razonamiento, y no hay manera de sacarla.
 
“Estamos trabajando para mejorar su futuro. Disculpen las molestias.” En aras de un dios sangriento, el futuro, sacrifican lo único que tenemos, el presente. 

 
"Trabajamos en pro de su calidad de vida. Obras de acondicionamiento del cementerio". Mensaje sarcástico en la lengua de Molière de un ayuntamiento quebequés. 

El príncipe y la princesa se casaron y fueron felices. Todos fueron muy dichosos en el reino, salvo las perdices sacrificadas a fin de celebrar el casamiento.

Plutarco biografió las vidas paralelas de griegos y romanos, pero ahora cada uno llevamos dos vidas que no convergen nunca, una doble vida: pública y privada.

Hay lugares "sagrados" o "santuarios" para los creyentes que ya no creen en Dios ni en el Hombre, sino en otro fetiche, la Naturaleza: los Parques Naturales.

Dicen que dijo Tales que agradecía haber nacido humano y no animal, varón y no mujer, griego y no bárbaro, en un mundo que era ya racista, machista y especista.

Decía el filósofo galo Michel Serres que la música, sin ser portadora de ningún sentido, los poseía todos, lo que yo hago extensivo a la vida de los hombres. 

El éxito profesional no puede ser ninguna otra cosa más que lo que sugiere la etimología del vocablo "exitus": una salida, una válvula de escape del trabajo.

La gente, acostumbrada a imágenes espectaculares, se decepciona ante la naturaleza, que hay que tunear para que se parezca a la foto del National Geographic.

Al complejo de Edipo que Freud diagnosticó a todos los varoncitos y su correlato femenino el de Electra, hay que añadir ahora el moderno complejo de Narciso.


Suele ser tarde cuando uno descubre, ay, que el sueldo que gana por la dedicación que conlleva su trabajo no le compensa en absoluto por su pérdida de tiempo.

En nuestra sociedad del espectáculo sólo faltaba un adolescente enamorado de su hermosa figura proyectando sus selfis en las mil pantallas de la red universal.

Una superstición tan grande -tanta religio, en latín- se apoderó de la ciudad, según Livio, que el senado prohibió las supercherías religiosas... extranjeras.
 
Virus coronado persistente gracias al empeño esmerado de periodistas y políticos, que tanto de izquierdas como de derechas sacan rentabilidad de su existencia.

Marcio, un célebre adivino, profetizó a posteriori el desastre de Cannas, que, dado a conocer después de realizado, "se había cumplido": uaticinium ex euentu.

Marcelo, viendo bajo sus ojos la ciudad de Siracusa que había conquistado, quizá la más bella del mundo por entonces, lloró de alegría y de pena por su hazaña.

Dice Livio que en dos años no había sucedido nada digno de memoria en España porque la guerra, lo solo reseñable, se hacía más políticamente que con las armas.

La esquizofrenia de la doble vida, maldición bíblica del trabajo y tiempo libre, la obligación y la devoción, las dos caras de la misma y falsa pieza de moneda.



Caronte, el barquero, le dijo al millonario: Deja el dinero aquí, que de nada te va a servir en el otro mundo: a mí dame sólo un simbólico óbolo por el pasaje.

viernes, 23 de abril de 2021

¿Quién soy yo?

    Érase una vez un beduino que recién llegado a Bagdad después de una larga travesía por el desierto y no poco aturdido por el gentío tropezó al doblar una esquina con otro beduino, cayendo ambos al suelo.

    -Perdón -dijo educadamente mientras se levantaba y recuperaba del golpe. 

    -No hay de qué. No sé de quién ha sido la culpa. Los dos íbamos distraídos. -contestó el otro hombre recuperándose también de la caída. 

Familia beduina, Carl Haag (1859)
 

    -Déjame que te haga una pregunta, por favor: ¿tú eres tú o eres yo? ...Te lo pregunto porque si eres yo, entonces yo debería ser tú.

    -¡Menuda pregunta! Me parece a mí que estás algo zumbado de la cabeza, si no lo estabas ya antes del golpe.  

    -No, lo pregunto porque tú y yo somos de la misma edad y complexión, beduinos ambos. Los dos vestimos ropas iguales. Yo diría que nos parecemos como dos gotas de agua. Pensé que podría haberme confundido contigo tras la caída.

 

    -¡Por supuesto que yo soy yo y tú eres tú!

    -Pues eso es lo que yo decía: pero si tú eres yo y yo soy tú, entonces entramos en un círculo vicioso, y me pregunto para salir de él ¿quién, por el amor de Dios, soy yo?

    -Tú sabrás...

    -¿Qué voy a saber? Mi padre me decía a menudo: "Dime con quién andas y te diré quién eres". Sus palabras me perseguían día y noche porque yo quería saber quién era. Me decía también que tuviera cuidado con las malas compañías. Pero yo no sabía si mis amigos eran buenos o malos. Tampoco sabía si el bueno o el malo era yo.

    -El mío decía que valía más estar solo que  mal acompañado. 


     - Además: ¿Cómo voy a saber quién soy yo si estoy cambiando cada dos por tres? Ya no soy el niño que era... Pero, al mismo tiempo, algo me dice que, aunque cambie, sigo siendo el mismo. 

    -¿No le preguntaste nunca al mulá de la mezquita?

    -Sí, una vez le pregunté y me dijo: “Sé tú mismo”. Pero para ser yo mismo necesitaba lo primero saber quién era yo. Por eso me lo preguntaba y sigo preguntándomelo ahora: ¿Quién soy yo? Sigo sin saberlo.

jueves, 22 de abril de 2021

El homo digitalis on line

El sujeto de hoy es un empresario de sí mismo que se explota a sí mismo. El sujeto explotador de sí mismo se instala en un campo de trabajo en que es al mismo tiempo víctima y verdugo”. (Byung-Chul Han, Psicopolítica, traducción de Alfredo Bergés, editorial Herder, pág. 93)

 El homo digitalis, siempre on line, incluso cuando duerme, si es que duerme pendiente como está las veinticuatro horas del día de la minúscula pantalla, depende tanto del hilo de la red que lo enreda que cada vez se relaciona menos con las personas que tiene alrededor, o, mejor dicho,  sólo se relaciona con quienes están a su lado  virtualmente, convirtiéndolos en sus contactos,  con los que no tiene, paradójicamente,  ningún contacto físico, sino sólo el táctil a través de la pantalla de su smartphone.
 
El homo digitalis es el sujeto digital, cualquiera que lea esto en una pantalla. El sujeto digital u homo numericus está sometido a la Red. La etimología de la palabra “sujeto” no engaña a nadie ni deja lugar a dudas: sub-iectus: sujetado, sojuzgado, sometido, subordinado, súbdito: sub quiere decir que está por debajo, y iectus, (modificación de iactus, igual que en ob-iectus, implica que está echado, lanzado, arrojado, como el dado (alea) de la aleatoria suerte que se tira al aire (alea iacta est). 
 
El sujeto digital es alguien que se propone a sí mismo como objeto digital de consumo: graba su voz, filma su imagen, que publica y publicita, privatizando sus ocurrencias individuales y personalizadas, por lo que puede decirse, con exacta terminología, que es un idiota en el sentido etimológico del término, alguien que se idiotiza. El prefijo ob indica enfrentamiento y, antes que eso, encuentro cara a cara. 
 
El sujeto digital es alguien que, como Narciso, se encuentra con su propia imagen, y se enamora de ella como un tonto embelesado que, como algunas estatuas de Buda, se dedica a lo que el bachiller Sánchez acertó a denominar onfaloscopia, es decir, a la contemplación de su propio ombligo, que exhibe impúdicamente además para el público.



    El sujeto digital es un heautontimorúmeno, víctima y verdugo de sí mismo simultáneamente, no sucesiva- ni alternativamente. Terencio acuñó esta expresión griega y tituló así una de sus comedias: significa "aquel que se atormenta e inflige castigo a sí mismo", la víctima que colabora con su verdugo, que no es otro más que él mismo. El homo digitalis puede, por lo tanto, exclamar como el personaje del poema de Baudelaire: ¡Yo soy la herida y la navaja! / ¡Soy el sopapo y la mejilla! / ¡Yo soy el cuerpo y soy la rueda, / y soy la víctima y verdugo!

    El sujeto de hoy es el homo digitalis, recluso y, a la vez, guardián de su propia cárcel que es él mismo. Su biografía se reduce a su TL (timeline, en la lengua del Imperio), la línea temporal donde expone en secuencia cronológica a su propia mirada ególatra, y a la contemplación de los demás, especialmente de sus seguidores (followers, en la misma lengua), todas las ocurrencias propias y ajenas de las personas a las que sigue, tejiéndose la tupida red de un entramado social, donde las relaciones están mediatizadas por una pantalla que virtualiza la realidad desvirtualizándola paradójicamente.


 El homo numericus siempre "atento a su pantalla"
 
 La Red hace que sus usuarios estemos interconectados, que estemos en línea “on line”, alineados. Línea es en su origen un curioso adjetivo que ha suplantado al sustantivo. Se decía en efecto, en tiempos de Maricastaña, cuando en el mundo se hablaba todavía la lengua franca latina, “linea chorda”: es decir “cuerda de lino”: un cordel de lino que usaban carpinteros y albañiles para hacer rectos sus trabajos, de donde pasó a significar “línea” en general. Chorda era el sustantivo latino, que evoluciona en castellano a “cuerda”, en su origen palabra griega (“chordé”), que significaba “tripa” e incluso “cuerda de un instrumento musical hecha con tripas”, y que se omitió y se sobreentendía cuando se decía simplemente “(chorda) linea”.

    El caso es que esta palabra, que en gallego se escribe liña, en portugués linha y en catalán llinya, pero se pronuncia igual en las tres lenguas, se dijo también liña en castellano viejo allá por 1220, de donde derivaron los términos actuales aliñar, que propiamente significaría “poner en línea”, y su contrario desaliñar, pero liña se perdió. Hoy nadie comprende esta vieja palabra.



    Hacia 1490 se restableció la palabra latina original como cultismo línea y así ha llegado hasta nuestros días. En francés, por su parte, se dijo ligne, de donde quizá le venga al inglés no sin el influjo latino culto, line, mientras que en italiano se conservaba el adjetivo latino sustantivado linea y en rumano se dice linie.

    Es curioso cómo del nombre de esta hierba, el lino, cuyo tallo se utiliza para confeccionar tejidos, y la linaza, su semilla, para extraer harina y aceite, se haya llegado al significado actual, y se diga, por ejemplo, que la linería son los tejidos de uso diario en el hogar: los manteles, las toallas la ropa de cama y demás. Esto nos lleva a la lingerie: linge en francés (evolución de ligne) era camisa, lo que uno se ponía para ir a la cama: una camisa o un camisón. Y de ahí a la lencería o conjunto de lienzos y de ahí a la ropa interior femenina. Y es que la etimología de lienzo nos retrotrae al latín linteum, que también está relacionado con el linum: en principio tejido que se hace de lino, luego de cáñamo o algodón también.




    El caso es que los hómines digitales del siglo XXI estamos alineados, puestos en línea, on line, en fila india, como los soldados en un desfile de un batallón, uno detrás de otro, todos interconectados. No caminamos ni podemos ir a nuestro ritmo, según nuestro paso, a donde queramos, sino que seguimos una línea trazada, la línea del tiempo (timeline), un camino, desoyendo la voz del poeta, a don Antonio Machado, que nos repetía que no había camino, que no había ninguna linea trazada de antemano, “sino estelas en la mar”.

 Hay quien dice que no es el uso de las redes sociales, sino el mal uso o abuso de ellas lo que fomenta la soledad y el egocentrismo narcisista, así como los falsos amigos, convertidos en followers que dan un “me gusta” (like en la lengua del Imperio) a nuestras ocurrencias,  pero en realidad todo uso lleva implícito en sí el abuso, y no sólo por hacer un uso excesivo, sino sobre todo porque no es el usuario, pese a su nombre, el que utiliza la Red, sino la Red la que utiliza al usuario.


El usuario se convierte de hecho en un empleado de la Red a tiempo parcial que se dedica a emitir y a recibir información a todas las horas, a producir y a reproducir, haciéndose eco de lo que otros proclaman. ¿Qué es esta información? Cualquier cosa que se publique en la Red. La superabundancia de información que circula por las redes nos desinforma paradójicamente, hace que no distingamos lo importante de lo superficial.

El homo digitalis, que ha dado el paso de sujeto a objeto digital, se conviertre así en emisor y receptor de información, en agente de la Red. En definitiva, el usuario es un dependiente, alguien que tiene dependencia, que está subordinado a la Red, que lo obliga a confesarse públicamente y a leer las confesiones públicas de los demás en menos de ciento sesenta caracteres, atrapados como están, por mensajes mínimos y raudos, algunos efímeros, en diversas pantallas estupefacientes en las que hay pocos vislumbres de razón común y muchas, demasiadas opiniones personales. 


    Estamos asistiendo a la vieja polémica de la neutralidad de los medios. Quieren convencernos de que la tecnología no es ni buena ni mala, sino neutral, independiente de esas categorías morales; lo que puede ser bueno o malo es el uso que nosotros hagamos de ella, por lo que nos ponen en guardia contra el mal uso de la tecnología responsabilizándonos a nosotros mismos, culpabilizándonos de lo que podamos hacer, cuando lo que estamos diciendo aquí y se nos oculta es que es la tecnología la que nos usa a nosotros, la que nos convierte en sus empleados, en sus usuarios: sin querer estamos trabajando gratis et amore para Facebook, Twitter, Snapchat… y un largo larguísimo etcétera. ¿A cambio de qué? A cambio del mísero jornal (money is time lo mismo que time is money) de convertir nuestra vida en biografía on line que discurre a través de la línea imaginaria del tiempo, lo que se llama en la lengua del Imperio, time line.