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jueves, 22 de abril de 2021

El homo digitalis on line

El sujeto de hoy es un empresario de sí mismo que se explota a sí mismo. El sujeto explotador de sí mismo se instala en un campo de trabajo en que es al mismo tiempo víctima y verdugo”. (Byung-Chul Han, Psicopolítica, traducción de Alfredo Bergés, editorial Herder, pág. 93)

 El homo digitalis, siempre on line, incluso cuando duerme, si es que duerme pendiente como está las veinticuatro horas del día de la minúscula pantalla, depende tanto del hilo de la red que lo enreda que cada vez se relaciona menos con las personas que tiene alrededor, o, mejor dicho,  sólo se relaciona con quienes están a su lado  virtualmente, convirtiéndolos en sus contactos,  con los que no tiene, paradójicamente,  ningún contacto físico, sino sólo el táctil a través de la pantalla de su smartphone.
 
El homo digitalis es el sujeto digital, cualquiera que lea esto en una pantalla. El sujeto digital u homo numericus está sometido a la Red. La etimología de la palabra “sujeto” no engaña a nadie ni deja lugar a dudas: sub-iectus: sujetado, sojuzgado, sometido, subordinado, súbdito: sub quiere decir que está por debajo, y iectus, (modificación de iactus, igual que en ob-iectus, implica que está echado, lanzado, arrojado, como el dado (alea) de la aleatoria suerte que se tira al aire (alea iacta est). 
 
El sujeto digital es alguien que se propone a sí mismo como objeto digital de consumo: graba su voz, filma su imagen, que publica y publicita, privatizando sus ocurrencias individuales y personalizadas, por lo que puede decirse, con exacta terminología, que es un idiota en el sentido etimológico del término, alguien que se idiotiza. El prefijo ob indica enfrentamiento y, antes que eso, encuentro cara a cara. 
 
El sujeto digital es alguien que, como Narciso, se encuentra con su propia imagen, y se enamora de ella como un tonto embelesado que, como algunas estatuas de Buda, se dedica a lo que el bachiller Sánchez acertó a denominar onfaloscopia, es decir, a la contemplación de su propio ombligo, que exhibe impúdicamente además para el público.



    El sujeto digital es un heautontimorúmeno, víctima y verdugo de sí mismo simultáneamente, no sucesiva- ni alternativamente. Terencio acuñó esta expresión griega y tituló así una de sus comedias: significa "aquel que se atormenta e inflige castigo a sí mismo", la víctima que colabora con su verdugo, que no es otro más que él mismo. El homo digitalis puede, por lo tanto, exclamar como el personaje del poema de Baudelaire: ¡Yo soy la herida y la navaja! / ¡Soy el sopapo y la mejilla! / ¡Yo soy el cuerpo y soy la rueda, / y soy la víctima y verdugo!

    El sujeto de hoy es el homo digitalis, recluso y, a la vez, guardián de su propia cárcel que es él mismo. Su biografía se reduce a su TL (timeline, en la lengua del Imperio), la línea temporal donde expone en secuencia cronológica a su propia mirada ególatra, y a la contemplación de los demás, especialmente de sus seguidores (followers, en la misma lengua), todas las ocurrencias propias y ajenas de las personas a las que sigue, tejiéndose la tupida red de un entramado social, donde las relaciones están mediatizadas por una pantalla que virtualiza la realidad desvirtualizándola paradójicamente.


 El homo numericus siempre "atento a su pantalla"
 
 La Red hace que sus usuarios estemos interconectados, que estemos en línea “on line”, alineados. Línea es en su origen un curioso adjetivo que ha suplantado al sustantivo. Se decía en efecto, en tiempos de Maricastaña, cuando en el mundo se hablaba todavía la lengua franca latina, “linea chorda”: es decir “cuerda de lino”: un cordel de lino que usaban carpinteros y albañiles para hacer rectos sus trabajos, de donde pasó a significar “línea” en general. Chorda era el sustantivo latino, que evoluciona en castellano a “cuerda”, en su origen palabra griega (“chordé”), que significaba “tripa” e incluso “cuerda de un instrumento musical hecha con tripas”, y que se omitió y se sobreentendía cuando se decía simplemente “(chorda) linea”.

    El caso es que esta palabra, que en gallego se escribe liña, en portugués linha y en catalán llinya, pero se pronuncia igual en las tres lenguas, se dijo también liña en castellano viejo allá por 1220, de donde derivaron los términos actuales aliñar, que propiamente significaría “poner en línea”, y su contrario desaliñar, pero liña se perdió. Hoy nadie comprende esta vieja palabra.



    Hacia 1490 se restableció la palabra latina original como cultismo línea y así ha llegado hasta nuestros días. En francés, por su parte, se dijo ligne, de donde quizá le venga al inglés no sin el influjo latino culto, line, mientras que en italiano se conservaba el adjetivo latino sustantivado linea y en rumano se dice linie.

    Es curioso cómo del nombre de esta hierba, el lino, cuyo tallo se utiliza para confeccionar tejidos, y la linaza, su semilla, para extraer harina y aceite, se haya llegado al significado actual, y se diga, por ejemplo, que la linería son los tejidos de uso diario en el hogar: los manteles, las toallas la ropa de cama y demás. Esto nos lleva a la lingerie: linge en francés (evolución de ligne) era camisa, lo que uno se ponía para ir a la cama: una camisa o un camisón. Y de ahí a la lencería o conjunto de lienzos y de ahí a la ropa interior femenina. Y es que la etimología de lienzo nos retrotrae al latín linteum, que también está relacionado con el linum: en principio tejido que se hace de lino, luego de cáñamo o algodón también.




    El caso es que los hómines digitales del siglo XXI estamos alineados, puestos en línea, on line, en fila india, como los soldados en un desfile de un batallón, uno detrás de otro, todos interconectados. No caminamos ni podemos ir a nuestro ritmo, según nuestro paso, a donde queramos, sino que seguimos una línea trazada, la línea del tiempo (timeline), un camino, desoyendo la voz del poeta, a don Antonio Machado, que nos repetía que no había camino, que no había ninguna linea trazada de antemano, “sino estelas en la mar”.

 Hay quien dice que no es el uso de las redes sociales, sino el mal uso o abuso de ellas lo que fomenta la soledad y el egocentrismo narcisista, así como los falsos amigos, convertidos en followers que dan un “me gusta” (like en la lengua del Imperio) a nuestras ocurrencias,  pero en realidad todo uso lleva implícito en sí el abuso, y no sólo por hacer un uso excesivo, sino sobre todo porque no es el usuario, pese a su nombre, el que utiliza la Red, sino la Red la que utiliza al usuario.


El usuario se convierte de hecho en un empleado de la Red a tiempo parcial que se dedica a emitir y a recibir información a todas las horas, a producir y a reproducir, haciéndose eco de lo que otros proclaman. ¿Qué es esta información? Cualquier cosa que se publique en la Red. La superabundancia de información que circula por las redes nos desinforma paradójicamente, hace que no distingamos lo importante de lo superficial.

El homo digitalis, que ha dado el paso de sujeto a objeto digital, se conviertre así en emisor y receptor de información, en agente de la Red. En definitiva, el usuario es un dependiente, alguien que tiene dependencia, que está subordinado a la Red, que lo obliga a confesarse públicamente y a leer las confesiones públicas de los demás en menos de ciento sesenta caracteres, atrapados como están, por mensajes mínimos y raudos, algunos efímeros, en diversas pantallas estupefacientes en las que hay pocos vislumbres de razón común y muchas, demasiadas opiniones personales. 


    Estamos asistiendo a la vieja polémica de la neutralidad de los medios. Quieren convencernos de que la tecnología no es ni buena ni mala, sino neutral, independiente de esas categorías morales; lo que puede ser bueno o malo es el uso que nosotros hagamos de ella, por lo que nos ponen en guardia contra el mal uso de la tecnología responsabilizándonos a nosotros mismos, culpabilizándonos de lo que podamos hacer, cuando lo que estamos diciendo aquí y se nos oculta es que es la tecnología la que nos usa a nosotros, la que nos convierte en sus empleados, en sus usuarios: sin querer estamos trabajando gratis et amore para Facebook, Twitter, Snapchat… y un largo larguísimo etcétera. ¿A cambio de qué? A cambio del mísero jornal (money is time lo mismo que time is money) de convertir nuestra vida en biografía on line que discurre a través de la línea imaginaria del tiempo, lo que se llama en la lengua del Imperio, time line.