sábado, 22 de agosto de 2020

Pólemos epidemios

Traigo aquí a colación un par de hexámetros de Homero (Ilíada, IX, 63-64), puestos en boca del viejo y sabio Néstor, rey de Pilo, que insulta con ellos a modo de maldición a quienes aman la guerra intestina, pólemos epidémios en griego, la guerra civil -y todas las guerran son en el fondo civiles aunque las hagan los militares-, que dicen en su propia lengua: ἀφρήτωρ ἀθέμιστος ἀνέστιός ἐστιν ἐκεῖνος / ὃς πολέμου ἔραται ἐπιδημίου ὀκρυόεντος. 

Suenan así en nuestra lengua en la versión de Emilio Crespo, una traducción fidedigna: “Sin familia, sin ley y sin hogar se quede aquel / que ama el intestino combate, que hiela los corazones.” Agustín García Calvo los traduce en hexámetros castellanos con rima asonante, una traducción más próxima a la música, porque es una versión rítmica que evoca la libertad y la servidumbre del verso homérico: “Hombre sin-ley es aquél, sin-hogar, sin-trato-con-buenos / que arda en amor de la guerra, heladora, peste de pueblos”. Me lanzo, por mi parte, no sin mucha osadía, a traducir estos versos, tal y como yo los entiendo, fundiendo los hallazgos de ambas versiones: “Un sin-hermanos-ni-amigos, sin-ley, sin-hogar es el hombre / que ama la guerra civil que hiela los corazones”. 


Y retomo el epíteto “epidemios”, sobre-el-pueblo, que Homero aplica a la guerra -pólemos-, y que será el origen de nuestro sustantivo “epidemia”, y la sugerencia del filósofo italiano Giorgio Agamben, quien en el artículo que publicaba el 2 de mayo de 2020 titulado “La medicina come religione”, que puede leerese traducido entero salvo el último párrafo aquí mismo,  presenta a la medicina, aparición de la vieja “ciencia”, como la nueva religión laica de nuestro tiempo, que, como toda religión, entraña una guerra religiosa basada en la fe de su férreo sistema de creencias que no puede ponerse en duda. 

Escribía allí Agamben que este “pólemos epidemios” era la nueva guerra civil mundial que desde un punto de vista político toma el lugar de las guerras mundiales tradicionales, sustituyendo incluso a las recientes guerras contra el terrorismo. ¿En qué consiste esta guerra? Se plantea entre una lucha contra el virus, epifanía del Mal, que potencialmente podemos portar todos en nuestro interior. Una de las armas que utiliza es, además de la distancia social, la mascarilla, que se esgrime a modo de escudo protector contra el Maligno. Mucha gente, cuando pasea en soledad, se desprende de ella a fin de poder respirar mejor a pleno pulmón, lo que es lógico y comprensible, pero se apresta enseguida a embozársela cuando ve que va a cruzarse con alguien, no vaya a ser que el Maligno, que puede estar dentro de alguno de ambos contagie a la otra persona... 


Como dice Agamben en el citado artículo: “Todas las naciones y todos los pueblos están ahora permanentemente en guerra consigo mismos, porque el invisible y escurridizo enemigo con el que están luchando está dentro de nosotros.” Esta guerra civil que se cierne sobre y contra el pueblo, pólemos epidemios, nos trae a colación aquella otra guerra de Heraclito de Éfeso, la guerra de la razón contra la realidad y falsedad del mundo.

Leamos el fragmento 53 de Heraclito: πόλεμος πάντων μὲν πατήρ ἐστι, πάντων δὲ βασιλεύς, καὶ τοὺς μὲν θεοὺς ἔδειξε τοὺς δὲ ἀνθρώπους, τοὺς μὲν δούλους ἐποίησε τοὺς δὲ ἐλευθέρους. Dice literalmente: Guerra de todos es padre, de todos rey, y a los unos los señaló dioses, a los otros hombres, a los unos los hizo esclavos, a los otros libres. ¿Por qué la guerra es el padre y no la madre de todo? 

No nos dejemos llevar por las apariencias del género gramatical de las lenguas que lo tienen. En griego la palabra “guerra”, pólemos, es masculina, mientras que en castellano es femenina. La guerra, para Heraclito, es “patér”, título que comparte con Zeus, “padre de hombres y dioses”, y por otro lado es “basileús” “rey”. No hace falta, como han hecho algunos traductores, recurrir a un sinónimo de “guerra” de género masculino como es “combate” para traducir el texto: “El combate es el padre de todas las cosas”. No es necesario llegar a tanto porque se pierde mucho por el camino.


Acaba Agamben su artículo diciendo que la filosofía, como ha sucedido a lo largo de la historia, deberá luchar contra esta nueva religión, que ya no es el cristianismo, ni siquiera el capitalismo, sino la ciencia y sus artículos de fe. Los amantes de la verdad, que son aquellos que no la poseen pero que la buscan y denuncian las mentiras dominantes, serán excluidos, insultados y acusados de difundir noticias falsas y teorías de la conspiración, cuando no censurados y considerados herejes.

viernes, 21 de agosto de 2020

Lo que no puede Dios totopoderoso (quod Deus omnipotens non potest)

El benedictino Pedro Damián refiere una conversación de sobremesa que sostuvo durante una cena con su amigo el abad Desiderio en el monasterio de Montecasino, probablemente en el año 1067. Resulta que se había desarrollado ampliamente durante los siglos IX y X el método dialéctico, basado en el empleo de la lógica y el razonamiento, en el que la ratio se contraponía a la auctoritas de las Sagradas Escrituras. 

Entre los acérrimos enemigos de la dialéctica, destaca este benedictino, que rechaza el uso de la razón, ya que es el mismo diablo, según él, el que inspira a las ciencias humanas sembrando la perniciosa semilla de la duda en las sagradas creencias. Para Pedro Damián la filosofía debería ser la ancilla theologiae o ancilla fidei, es decir, la esclava de la teología o de la fe y no otra cosa; la servidora no puede mandar al ama, a la que debe subordinarse como sumisa esclava del Señor. 

 Abadía de Montecasino

El diálogo mantenido en aquella velada en la abadía versó en torno a las palabras de una carta de san Jerónimo (22, 5) donde afirmaba el santo que la omnipotencia de Dios, que lo puede todo, no puede restaurar la virginidad de una doncella que la haya perdido. 

Resonaban acaso en sus oídos algunos latines paganos, como el ciceroniano: praeterita mutare non possumus: no podemos cambiar el pasado, o yendo un poco más lejos el factum est illud: fieri infectum non potest de una comedia de Plauto, que pone en boca de un tal Licónides:  hecho está eso: no puede deshacerse. Quizá también podían venirle a las mientes aquellos versos de Homero cuando Néstor, al oír el fragor del combate, sale de su tienda, contempla desolado que ha sido rota la resistencia del muro que creían inexpugnable, y a la vista de los desgraciados sucesos le dice a Agamenón: (Ilíada XIV, 53-54): ἦ δὴ ταῦτά γ᾽ ἑτοῖμα τετεύχαται, οὐδέ κεν ἄλλως / Ζεὺς ὑψιβρεμέτης αὐτὸς παρατεκτήναιτο (Sí, eso, cumplido, al menos, pasó, y de modo ninguno / Zeus mismo, el altitonante, podría mudarlo). Viene a decirlo el sabio rey de Pilo a Agamenón, el rey de reyes, que ni siquiera Zeus, el dios principal del panteón olímpico griego, puede cambiar lo que ha pasado. 

También podría venirle a la cabeza Platón, que puso en boca de Protágoras la siguiente consideración, abundando sobre la misma idea de que lo que ha sido no puede dejar de ser. Está hablando de cuando se castiga a alguien no por lo que ha hecho, que no puede deshacerse, sino pensando en el futuro, para que no vuelva a hacerlo: ὁ δὲ μετὰ λόγου ἐπιχειρῶν κολάζειν οὐ τοῦ παρεληλυθότος ἕνεκα ἀδικήματος τιμωρεῖται—οὐ γὰρ ἂν τό γε πραχθὲν ἀγένητον θείη—ἀλλὰ τοῦ μέλλοντος χάριν, ἵνα μὴ αὖθις ἀδικήσῃ μήτε αὐτὸς οὗτος μήτε ἄλλος ὁ τοῦτον ἰδὼν κολασθέντα. El que intenta castigar con razón aplica el castigo, no por la injusticia cometida -pues no se lograría que lo hecho no haya acaecido-, sino pensando en el futuro, para que no vuelva a cometer una injusticia ni este mismo ni otro al ver que éste sufre castigo. Lo que más nos interesa de esa frase ahora es el inciso, que insiste sobre la misma idea: pues no se conseguiría que lo hecho no haya sucedido.



Ejemplificaba así la imposibilidad de Dios de cambiar o cancelar el pasado y hacer que no haya sido lo que ha sido. La epístola escrita en Belén en el año 287 de nuestra era estaba dirigida a una tal Eustoquio, virgen romana,  y más que una carta era un breve tratado sobre la importancia de la guarda de la virginidad y sus excelencias.

Afirma literalmente Jerónimo en esa carta: Audenter loquor: cum omnia Deus possit, suscitare virginem non potest post ruinam. Valet quidem liberare de poena, sed non valet coronare corruptam. Lo que viene a sonar en  estos otros latines algo degenerados que hablamos ahora algo así: Me atrevo a decir: aunque todo lo puede Dios, no puede restabecer la virginidad (sc. a una virgen) después de su pérdida.   Aconseja más adelanta el santo a la joven Eustoquio que huya especialmente del vino: Vinum et adulescentia, duplex incendium voluptatis. O lo que es lo mismo: Vino y juventud doble incendio son de sensualidad. 


San Jerónimo escribiendo, Caravaggio 1605

No podía pasarle desapercibida al benedictino la extremada audacia dialéctica del santo Jerónimo, que afirmaba que pudiéndolo todo Dios había, sin embargo, algo que no podía, contradictio in terminis, como era hacer que no hubiera pasado algo que había efectivamente pasado, porque era un argumento racional contra la omnipotencia del Dios pantocrátor que establecía la fe…

En lenguaje popular se oye a veces una formulación similar a la de Jerónimo: Todo lo puede Dios menos hacer parir a las viejas. A los ojos inquisitoriales de Pedro Damián era peligrosísimo reconocer una cosa así, aunque el propósito de Jerónimo fuera bueno como era sin duda encarecer a la joven doncella romana a guardar su doncellez, porque suponía que Dios no lo podía todo y, por lo tanto, si no lo podía todo, era impotente.

Pedro Damián se apresura enseguida a escribir una carta como respuesta directa a Desiderio y a otros monjes de la abadía para que no cayeran en el error de Jerónimo. En relación con el punto planteado de si Dios puede restablecer la virginidad a una virgen que la ha perdido, la respuesta del benedictino, completamente irracional, será que sí, contrariamente a lo sostenido por san Jerónimo. La restauración de la virginidad puede entenderse en dos sentidos dice Pedro Damián: la restauración iuxta meritum y la restauración  iuxta carnem y, en la primera Dios puede en función de los méritos y su virtud devolver la virginidad a una mujer perdonándole su falta y haciendo que caiga en el olvido y llegue a ser virtuosa, incluso más virtuosa que la más casta de las vírgenes,  pero eso no basta. Otorgarle el perdón no borra el hecho, puede borrar su consecuencia o su cualidad de pecado, pero no anula el acto en sí, por eso se ve obligado Pedro Damián a afirmar respecto de la última que Dios también  tiene el poder de reparar la carne y devolverle a la mujer su virginidad  carnal:  Lo digo abiertamente, lo digo,  y sin temer ninguna crítica de consideración  filosófica afirmo rotundamente que puede Dios todopoderoso volver virgen a cualquier mujer casada varias veces, y reparar el signo de la incorrupción en la propia carne de ella, tal como salió del útero materno.

 San Pedro Damián, Andrea Barbiani (1776)

El problema que hay detrás de esta disputa es si la omnipotencia divina puede cancelar el pasado. Según el benedictino, Dios puede cambiar el futuro, el presente y el pasado. La justificación se encuentra en la eternidad de Dios, ya que en Dios todo es simultáneo y sucede a la vez, de una vez por todas para siempre, y llega a decir que para Él nunca pasan del todo las cosas pretéritas ni sobrevienen las futuras. Pedro Damián parte de una concepción absoluta de la omnipotencia divina y llega a cuestionar implícitamente el principio aristotélico de no contradicción en defensa de la fe que veía amenazada de resquebrajamiento.

Santo Tomás, por su parte, no llega a tanto: Afirma que Dios puede todo lo absolutamente posible, pero no lo imposible. Y esto último no por insuficiencia o impotencia del poder divino, algo inadmisible, sino porque lo que no puede ser, no puede ser, y además, como diría el otro, incorporando la negación en el adjetivo para hacer afirmativa la frase, es imposible. Por consiguiente, Dios no puede hacer lo imposible, pero no porque no pueda, sino porque, por definición, lo imposible no puede ser hecho ni hacerse. La conclusión del aquinate sería: “Ergo eadem ratione non potest facere de quocumque alio praeterito, quod non fuerit”.  Por lo tanto, por la misma razón (Dios) no puede hacer de cualquier otra cosa pasada que no haya sido: Dios no puede cancelar el pasado. ¡Qué más quisiera Él!


Pantocrátor

jueves, 20 de agosto de 2020

Taller de métrica (IV): El priapeo

Se denomina priapeo al dístico o estrofa compuesta de dos versos: un glicónico y un ferecracio. El nombre puede deberse al recuerdo de su empleo en principio para las inscripciones obscenas de las imágenes itifálicas de Priapo, alcanzando después un tratamiento literario en los poetas conocidos. El primero consta de ocho sílabas pero al ser la última aguda cuenta, en el cómputo castellano, como verso de nueve sílabas, y el segundo es un heptasílabo con final llano, en realidad, un glicónico amputado al que le falta la última sílaba.

Fresco del dios griego Priapo en la casa de los Vettii, Pompeya.

La gracia de este verso o, si se prefiere, estrofilla para la métrica castellana reside en que se evita el octosílabo llano, que es el verso de arte menor por excelencia más abundante en nuestra lírica. Pasamos así de un octosílabo agudo, eneasílabo para el cómputo, a un heptasílabo evitando el trillado octosílabo.

Pero estos versos, el glicónico y el ferecracio, no son simplemente versos "de sílabas contadas", sino que responden a un esquema rítmico, cuya base inicial son dos sílabas indiferentes al ritmo, un coriambo central (+ - - +) más un yambo para el glicónico (- +), y una sílaba no marcada para el ferecracio ( - ).

Este verso se encuetra ya en griego en los líricos Safó y Anacreonte, que lo utiliza en serie estíquica. En latín sólo está atestiguado en el carmen 17 y en el fragmento 1 de Catulo, en uno de los Priapea (86) de la Appendix Vergiliana  y en un fragmento de Mecenas.

Sirvan como ejemplo del carmen 17 de Catulo, los cuatro últimos priapeos:

nunc eum uolo de tuo / ponte mittere pronum,
si pote stolidum repen-/te  excitare ueternum,
et supinum animum in graui / derelinquere caeno,
ferream ut soleam tena-/ci  in uoragine mula.

De tu puente deseo a él / de cabeza tirarlo,
por de pronto si espabilar / puede torpe modorra,
y si deja en el lodazal / denso su alma indolente,
como mula su herraje en un / remolino viscoso. 

Parece que el primer ejemplo que encontramos en latín estaría en un fragmento de Catulo, citado por Terenciano Mauro, que comienza así:
hunc lucum tibi dedico / consecroque, Priape,
Este bosque dedico a ti / yo y te consagro, Priapo.

Un ejemplo en castellano de creación propia podría ser esta canción que compuse contra el servicio militar obligatorio:

 

En el tren a servir al rey / ya a los mozos se llevan,
bravos quintos, a hacer atroz / instrucción de la guerra.

Tren que surcas al ras el mar / de esta España y sus tierras,
que la partes de norte a sur, / haz, buen tren, que se pierdan,

que los mozos no lleguen hoy, / ni hoy ni nunca, a la meta,
cambia el rumbo y da marcha atrás, / y que nadie lo sepa.

Que al destino no lleguen, tren, / ni a lo que les espera:
voz de mando y el ronco son / de una fiera trompeta.

Tren, desanda el camino, y haz / que no lleguen, que vuelvan
 con la novia que triste está / sola haciendo la cuenta

de los días que faltan, ay, / de las noches que quedan;
que no lleguen nunca al cuartel; /  tren, bendito tú seas.     

miércoles, 19 de agosto de 2020

España esperpéntica

La palabra “esperpento”, de origen incierto pero de reciente raigambre familiar, significa en principio “persona o cosa muy fea”, documentada como está hacia 1878. A finales del siglo XIX se utiliza como metáfora de “desatino literario”, hasta que don Ramón María del Valle-Inclán la reivindica como dnominación del género literario propio que crea y que deforma la realidad acentuando sus rasgos más grotescos. 

El adjetivo “esperpéntico” nos viene como anillo al dedo para calificar la situación que vive España que, tras la fuga del rey emérito, que además de cazador de osos y elefantes y acérrimo defensor de la tauromaquia era presidente honorífico de la WWF, una de las mayores organizaciones mundiales dedicadas a la conservación de la naturaleza, se plantea una cuestión tan nimia cómo la de escoger entre una forma política de sumisión u otra, entre monarquía o república. 


El rey emérito, cuyas andanzas sirven ahora a los medios de comunicación para desviar la atención de la grave crisis sanitaria y económica que padecemos, hizo una fulgurante aparición estelar en la televisión nocturna durante el golpe de Estado del 23-F, lo que le valió el título honorífico de salvador de la patria y la democracia, haciendo que le rindieran pleitesía todos sus vasallos, incluso aquellos que le llamaban Juan Carlos el Breve, aun cuando su verdadero papel fuera más que dudoso. 

Juan Carlos “el campechano”, el de los accidentes domésticos, el mujeriego, el misterioso motorista que se quita el casco y se descubre en cualquier gasolinera, ha sido el rey de una época en la que la política cedió, sumisa, a la economía. 

En el libro “La Cruz y la Corona. Las dos hipotecas de la Historia de España”, de Gonzalo Puente Ojea (1924-2017), publicado por editorial Txalaparta en 2011, se puede leer este magnífico retrato del Emérito (págs. 269-271): “...ocurrió que me quedé al frente de la Embajada de Atenas en funciones de Encargado de Negocios interino, en el otoño de 1962, cuando Juan Carlos de Borbón y su esposa se habían residenciado en aquella capital, en espera de que el Caudillo de España decidiese su futuro inmediato, en el contexto de la perspectiva de una probable ascensión al trono. Durante este tiempo se sucedieron abundantes y largos diálogos, casi todos de contenido político, que siempre con gran respeto y cordialidad me permitieron conocer a fondo la mentalidad y opiniones del Príncipe: su admiración sin límites a la persona y por la obra política del Caudillo. En cuanto a la persona, me dijo que era como su “segundo padre” (…) En cuanto a la obra, ensalzó una y otra vez la grandiosa transformación material y social de España, acusando su mentalidad exclusivamente pragmática, todo en la línea del “desarrollismo” de López Rodó o del “Estado de obras” de Fernández de la Mora. Lo que más le interesaba eran el estado de las Fuerzas Armadas, y en general lo relacionado con lo militar, y su dedicación al deporte, y al uso de máquinas de gran tecnología -aviones, automóviles, naves de guerra o competición. En marcado contraste con la personalidad del Conde de Barcelona, hombre apasionado por la política y por la historia contemporánea española, Juan Carlos jamás me habló de estos temas, y me pareció que pasaba olímpicamente de los graves problemas recientes y actuales de la nación, o del pasado trágico del pueblo español; por el contrario, su juicio sobre las personas que contaban en el escenario político -juicios que expresaba con su lenguaje abierto, colorista y popular- coincidía con la actitud favorable o desfavorable a sus aspiraciones a reinar. En rigor, pude apreciar con consternación que se trataba de un joven apolítico, egoísta y de su generación, orientado solo por sus apetencias dinásticas y sus aficiones lúdicas, y con bajísimo nivel cultural.  

Retrato de la familia de Juan Carlos I, Antonio López (2014)

Pero la preocupación que dejó en mi ánimo -y que confirmaron mis ulteriores conversaciones con él- fueron dos: su avidez de dinero, quizá generada en las relativas estrecheces de su niñez; y su absoluta ignorancia de las razones que condujeron a su abuelo paterno al exilio, más su insensibilidad ante la herencia de miseria y persecución que habían sufrido los perdedores de la feroz guerra civil y seguían padeciendo en el plano de la libertad de pensamiento y de expresión cuantos exigían legítimamente la supresión de la Dictadura, de la que él era el Delfín, para instaurar de nuevo una verdadera Constitución democrática elaborada por Cortes Constituyentes elegidas directamente por el pueblo.” 

No pretendo hacer un análisis de cuál es la forma preferible de Estado. Creo que en el fondo da lo mismo porque es indiferente. Monarquía y república son, grosso modo, las dos caras de una misma moneda, que es el Estado. Si la república le conviene en un momento dado a la clase política y económicamente dominante, habrá república. Por ahora parece que no es el caso, dado que estamos asistiendo a un relanzamiento de la imagen de la corona, centrándose en la figura de Felipe VI. Pero en realidad a los españoles, obedientes y sumisos, les da igual, están dispuestos a votar lo que les manden eligiendo entre la falsa opción de izquierda o derecha, y, si se presenta el caso, entre la monarquía o la república.

martes, 18 de agosto de 2020

Mal haya quien lo consiente

    Siguiendo el modelo del estribillo y las rimas de una de las letrillas satíricas de Quevedo, se han ido componiendo estas coplas a dos manos a lo largo del tiempo lanzando sus maldiciones contra la Nueva Normalidad que se nos impone ahora y la actitud condescendiente y sumisa de quien lo consiente sin rechistar. 
 
    Finalmente han podido sonar y llegar al oído de la gente gracias a esta interpretación de voz y guitarra, que nos recuerda a algunas de las cosas que cantaban Chicho Sánchez Ferlosio o Elisa Serna durante la oprobiosa dictadura, en pleno auge de la llamada canción protesta. 
 
Que pase por ser normal / lo que a todas luces no es, / y creamos, al revés, / malo el bien y bueno el mal, / y a lo falso y demencial / le sigamos la corriente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que haya que llevar bozal / que tape boca y nariz, / y acatar la directriz / de una norma criminal, / llevar máscara mortal, / ay, obligatoriamente: ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que te apliquen protocolo / de propaganda del bulo, / dándote así por el culo / sin más remedio, Manolo, / y que no sea a ti solo / sino a tantísima gente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que resultes positivo / sin un síntoma aparente / y estando estupendamente, / y hasta que des negativo, / por ley te confinen vivo / como vulgar delincuente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que quieran estabularnos / otra vez como al ganado / que ha de ser sacrificado, / y, además, amordazarnos / a fin de, sanos, matarnos / avasalladoramente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que nos quieran convencer / de que el mundo ya ha cambiado, / que vivir arrodillado / es lo que nos toca hacer, / que se debe de creer / y callar y ser paciente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Y que tú y yo obedezcamos / lo que ordenan desde arriba / y, aunque vivir se prohiba, / complacientes lo aplaudamos, / y sirvamos a los amos / matándonos cruelmente: / ahí tienes quien lo consiente. 
 
 
Otras estrofas que también pueden cantarse según el mismo ritmo y melodía: 
 
Que tengamos que guardar / las normas protocolarias / y distancias sanitarias, / sin podernos abrazar, / vida mía, ni besar / en la boca tiernamente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que en camisas de once varas / nos metamos y que entremos / por el aro y que traguemos / y pongamos buenas caras / viendo las cosas tan claras, / sin que nos rechine el diente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que en cada esquina, señores, / salga un banco y nos esquilme / sin cámara que lo filme / oculta entre bastidores, / siendo los atracadores / los banqueros propiamente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que salga vida, ya ves, / de automático cajero, / lluvia de oro y de dinero, / y ande el mundo del revés / como viejo chocho al bies / sin que nadie lo desmiente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que tengamos que poner / culo, cama y palangana, / y hacerlo de mala gana, / manda huebos, y joder / echando siempre a correr / a la zaga de algún cliente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que nos corten, ay, las alas / los ministros de la guerra, / hijos de una mala perra, / con el vuelo de las balas, / por las buenas, por las malas, / dándonoslas en la frente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que haya tanto papeleo, / burocracia y verborrea, / que venga Dios y lo vea, / -y que conste aquí el cabreo-, / que haya juez y que haya reo / y escribano y escribiente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que nos vengan con monsergas, / profilaxis y pamplinas, / con chequeos, medicinas / con fundas para las vergas, / y placeres que postergas / a un futuro inexistente, / ¡mal haya quien lo consiente!
 
Que vayamos a votar / (¡voto a Cristo, vive Dios, / si uno y otro suman dos!) / a quien nos va a gobernar, / cuando así nos van a dar, / ay, democráticamente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que el que escribe sus razones / de buena razón se aleje, / y entre líneas se deje / la verdad y los cojones, / y por un par de doblones / le haga el juego al prepotente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que caiga en el saco roto / del olvido la letrilla / y no quede calderilla / de última copla ni el voto / ya ni por lo más remoto / dándole el cante a la gente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
   

lunes, 17 de agosto de 2020

¡Viva san Roque y el perro! (y 2)

San Roque, a pesar de ser un santo extensamente venerado desde finales de la Edad Media como demuestra el auge por toda Europa de las numerosas cofradías que llevan su nombre, no fue canonizado hasta que el papa Gregorio XIII incluyó a Roque de Montpellier en 1584 en el martirologio de la Iglesia, acto litúrgico-administrativo que no supuso propiamente la canonización, pero sí la proclamación oficial de su culto por la suprema autoridad de la Iglesia, un culto que exteendido entre el pueblo desde el siglo XIV había llegado ya hasta el Nuevo Mundo. 
Por otra parte, nada se sabe a ciencia cierta sobre este personaje, ni siquiera su lugar de nacimiento y muerte, o las fechas en que vivió. Otro papa, Urbano VIII, volvió a confirmar el culto a san Roque en 1629 al aprobar los textos litúrgicos de la misa y del oficio divino de la fiesta de san Roque. 

San Roque como protector de la pese, taller de Rubens (hacia 1623)
 
Leo en un periódico francés de 1885 (L' union monarchique du Finistère) la siguiente noticia: En Salon (Bouches du Rhône) se produjo una manifestación enteramente popular que llevaba triunfalmente una estatua de San Roque en reconocimiento por el fin del cólera. Quince días antes, en plena epidemia, había tenido lugar una ceremonia para pedir el fin de la peste sin que interviniera la policía, pero en esta ocasión las mujeres, que llevaban la imagen del santo, fueron increpadas por los agentes de la autoridad, lo que provocó que la multitud se indignara. Unas tres mil pesonas participaban en la manifestación. Las portadoras de la imagen oponen resistencia a los agentes. Finalmente se apoderan de la imagen del santo, y la multitud indignada protesta gritando: ¡Viva san Roque! 

 
Asimismo leo en otro periódico francés de 21 de agosto de 1896 (Le gaulois) la noticia “Una procesión civil” sucedida en Ajaccio (Córcega). Dice así (traduzco literalmente): 
 “Una viva agitación reinó en nuestra ciudad durante la jornada del 16 de agosto como consecuencia del disentimiento entre el obispo de Ajaccio y la cofradía de san Roque. 
 Tuvo lugar la procesión del santo y su estatua fue llevada en triunfo a pesar de la prohibición de Monseñor de la Foata y la ausencia del clero.
Durante toda la jornada del domingo, detonaciones de cajas, tiradas sobre la plaza del oratorio de san Roque, han resonado. Una muchedumbre considerable toma parte en el desfile que comienza a las seis; la estatua de san Roque, desapareciendo bajo los ramos y los ornamentos, es rodeada por una guardia de honor; hombres del pueblo se disputan el privilengio de llevarla a hombros. 
Llegada ante la iglesia parroquial cuyas puertas se cierran por orden ante la aparición de la estatua. Esta medida exaspera a la multitud que amenaza con derribar las puertas de la iglesia y entrar allí por la fuerza, pero acaban prevaleciendo consejos de prudencia y la procesión regresa a su punto de partida; san Roque se reintegra a su capilla, saludado por las campanas que sonaban a todo vuelo. Estallan los aplausos: “Viva san Roque” y se deshacen en diatribas contra el clero. 
En definitiva, hemos asistido a una procesión civil: hay que conocer la vivacidad del sentimiento religioso en este país para explicarse una anomalía semejante. De buena fe los miembros de la cofradía creyeron que defendían así los derechos de su corporación y la libertad de conciencia. (...)”.

domingo, 16 de agosto de 2020

¡Viva san Roque y el perro! (1)

En El gozque de San Roque dábamos cuenta de la copla anónima y popular: Por decir “¡Viva San Roque!”, / me llevaron prisionero. / Y ahora que estoy en prisiones: / “¡Viva San Roque y el perro!”. Se trata de una cuarteta compuesta por cuatro octosílabos con rima abab asonante, que se repite a lo largo del folclore nacional con algunas variaciones. Por ejemplo, con la variante: “y ahora que me han soltado”, en vez de “y ahora que estoy en prisiones”. O esta, en gallego donde es el hermano el prisionero: Por gritar “¡viva San Roque!” / prenderon a meu irmán. / Agora que o soltaron / “¡Viva San Roque e o can!”
El argumento de la copla parece sencillo: encarcelan a alguien por gritar “viva san Roque” y, cuando está en la cárcel o bien una vez que lo han soltado, en vez de arrepentirse, se reafirma en su grito, y añade intensificándolo, además “y su perro”, el fiel compañero del santo peregrino, pobre porque repartió su riqueza, y sanador de pestes y epidemias. Es como si dijésemos: “¿No quieres taza? Pues toma taza y media.” O “Si no quieres taza, dos tazas”. ¿Prohíben gritar “Viva San Roque”? Pues gritamos: “Viva San Roque... y el perro”. 

Sanctus Rocchus con el ángel y el perro. 
Me preguntaba qué puede tener de subversivo o de sacrílego ese grito para motivar que encarcelen a alguien por vociferarlo. Y la única respuesta que hallo es que probablemente el tal Roque no era un santo todavía, por lo que considerarlo “san Roque” antes de ser santificado por la Iglesia, podía considerarse una blasfemia pagana contra las sagradas creencias. 
No es ningún secreto que el politeísmo pagano subsistió en la Edad Media convirtiendo a los antiguos dioses en santos que coexistían con el culto ortodoxo. El pueblo a veces, con una mezcla de fe y superstición, rendía devoción a santos y santas, y aun a la Virgen María, más que al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, es decir, al Dios que es uno y trino, esto es, a la Sagrada Trinidad. 
Desde el siglo XIV, en efecto, era frecuente pintar en las puertas de las casas de muchos pueblos del sur de Francia y del norte de España las tres letras V S R, que eran las iniciales de “Vive saint Roch” o “Viva san Roque”, a modo de conjuro para que la peste no entrara por la puerta de esa casa. Y es que el santo, según la devoción popular, sin haber sido elevado todavía a los altares, curaba pavorosas enfermedades como la lepra o la peste. 
Estampa del siglo XVII
Es probable, aunque no he encontrado, documentación que lo demuestre fehacientemente, salvo la sugerencia de la propia copla, que fuera un grito reprimido por la Inquisición, y que quien lo pronunciara fuera encarcelado bajo la acusación de superchería, dado que Roch de Montepellier (1295-1349?) no fue canonizado hasta 1584 por el papa Gregorio XIII, pero ya era considerado saint/santo por el pueblo, que en muchas poblaciones y ciudades lo veneraba con gran devoción, encomendándose a él en época de epidemia.
La peste bubónica que diezmó Europa entre los siglos XIII y XIV, tuvo a muchos santos patronos para atacarla, uno fue Roque de Montpellier, que enseguida repartió su fortuna entre los pobres; estuvo en Roma y de camino encontró ciudades devastadas por la peste, dedicándose a asistir y cuidar a los apestados a los que sanó haciendo la señal de la cruz sobre ellos y aplicando los conocimientos de medicina adquiridos en su ciudad natal sede de una las más prestigiosa y centenaria escuela de medicina. Al haber contraído él mismo la peste, Dios le envió un ángel curador que le aplicó un ungüento en la herida, hizo brotar una fuente para saciar su sed, y cada día un perro le llevada pan robado de la mesa de su amo y lamía sus llagas inguinales o bubones, que dan nombre a la peste. Una vez curado, de regreso a su ciudad natal, fue denunciado como espía y lo encarcelaron, en donde murió hacia 1379.
Puede decirse que desde finales del siglo XIV y durante todo el siglo XV es uno de los santos más populares pero su canonización no llega hasta finales del siglo XVI, unos doscientos años después. Leyendo el artículo de Miguel Ángel Pico Pascual “Folklore musical e inquisicón. Nuevas aportaciones”  encuentro la siguiente referencia: “Por lo que atañe a los gozos -Composición poética en loor de la Virgen o de los santos, dividida en coplas, después de cada una de las cuales se repite un mismo estribillo- apuntaremos que en 1801 se abrió un expediente de censura contra unos dedicados a San Roque, impresos en catalán, expurgándose la letra”. (PAZ Y MELIÁ, A.: Papeles de Inquisición. Catálogo y extractos, Madrid, Patronato del Archivo Histórico Nacional, 1947, pg. 118, Referencia nº 340). 

Goigs - gozos a Sant Roc, vila de Albesa. Facsimil de uno del siglo XVIII o XIX. 
En los procesos inquisitoriales se censuraban ensalmos, agüeros y maleficios que contenían advocaciones de la Virgen o el nombre de santos, ya fueran oficiales o populares, para revestirlos de autoridad moral y religiosa. 
La iglesia celebra la festividad de este santo el día 16 de agosto, un día como hoy en el que, aunque concluida la epidemia en la mayor parte de la vieja Europa, los medios de formación de la opinión pública europea siguen manteniendo la fe en ella y sembrando el miedo, auténtico pánico, entre la gente, y las autoridades sanitarias prohíben (les gusta mucho conjugar ese verbo, el único que saben) la celebración de los festejos populares: ¡Viva, pues, san Roque y su perro!

sábado, 15 de agosto de 2020

Quid est ueritas?

¿Qué es la verdad? Dicen que le preguntó Poncio Pilatos a Jesús, el llamado Cristo, en el pretorio. Y éste guardó silencio: no supo qué contestar.  Su silencio nos ensordece. ¿Qué es la verdad? Nos seguimos preguntando nosotros: pregunta sin respuesta donde las haya.

 Cristo y Pilatos: ¿Qué es la verdad? (Nikolai Nikolaevich Ge, 1898)

Hay quien en la propia pregunta ha encontrado una respuesta. Pero esto sólo es válido para una de las muchas lenguas babélicas, el latín, si es que el gobernador y Jesús hablaron en latín y no en arameo, griego o hebreo. Si Pilatos le pregunta en latín qué es la verdad, le diría: Quid est ueritas?  A lo que Jesús no responde, pero si reordenamos las letras de la pregunta podemos obtener otra frase latina que podría ser la respuesta a dicha pregunta: Est uir qui adest: (La verdad) es el hombre aquí presente. Algunos le atribuyen este anagrama a san Jerónimo sin mayor fundamento. Resulta ingenioso, pero falso. Jesús no supo qué contestar y guardó silencio ante una pregunta retórica. Para Jesús la verdad es una revelación divina que él encarna, porque se cree posesor de ella, pero Pilatos, más griego e ilustrado, busca la verdad de verdad, desligada de cualquier dimensión teológica. 
 
Si desnudamos la pregunta, al final sólo nos queda el qué, el quid de la cuestión, que lo pone todo en tela de juicio. Al final nos queda la pregunta desnuda que se hacía Sócrates: τί ἐστιν; (¿Qué es…?) 

Malamente podía preguntarse un griego por la verdad, como sin embargo hacía Pilatos, porque para un griego la verdad es a-létheia, un des-cubrimiento, un des-velo, es decir, el acto de quitar el velo que cubre algo, la verdad para un griego es un término que se define no por lo que es, sino por lo que no es, y desde luego no es la realidad, entretejida de apariencias como está: no es lo que parece. 

No hay, pues, más verdad que el descubrimiento de la mentira de la realidad que se nos impone matemáticamente desde arriba y no es verdad. La única verdad que nos hace libres es el descubrimiento, apocalipsis o revelación de la mentira que nos constituye. Veritas uos liberabit.

viernes, 14 de agosto de 2020

Poli bueno, poli malo

No se trata de contraponer aquí el policía bueno al policía malo, sino de denunciar que “malo” y “bueno” son dos caras de la misma moneda, dos adjetivos, en este caso de la policía, que es el sustantivo, lo sustancial, y que, como si se tratara de un Jano bifronte, en determinadas ocasiones puede presentar su faceta más amable y en otras la cara más brutal. De hecho, desde un punto de vista político, que etimológicamente es lo mismo que policial, porque ambas palabras derivan de πόλις (polis), el nombre griego del Estado, son dos modos complementarios de actuación. 

La palabra policía, en español, derivada del latín politia, préstamo griego de  πολιτεîα "organización política, gobierno", se usaba ya en 1399 con el significado de "política" y "buena crianza" (cf. inglés policy); es a comienzos del siglo XIX cuando comienza a usarse como   "cuerpo encargado de velar por el mantenimiento de la seguridad de los ciudadanos, a las órdenes de las autoridades políticas" y también como miembro de ese cuerpo (inglés police). No se han perdido en castellano, sin embargo, los significados anteriores de urbanidad en el trato y costumbres, aunque sea poco usual, y  limpieza y aseo, y "buen orden que se observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliéndose las leyes u ordenanzas establecidas para su mejor gobierno".  

 

Según la inevitable Güiquipedia, "fue la necesidad de dotar a las ciudades españolas de una estructura de seguridad moderna, lo que determinó que en 1824, el rey Fernando VII dictase la Real Cédula en la que se creaba la Policía General del Reino"

Ordinariamente suele ser más efectivo el poli bueno, que consigue las cosas por las buenas, que el malo, que las consigue por las bravas y las malas, porque el primero levanta menos suspicacias y cuenta con el apoyo benevolente y el aplauso encendido de la mayoría democrática de la ciudadanía. Pero no hay polis buenos ni polis malos. Lo que hay, en realidad, son técnicas de poli bueno y de poli malo. 

Es de sobra conocida su táctica. Mientras éste te presiona y te tortura para sacarte hasta los hígados, aquel se muestra afable, comprensivo y te ruega que colabores con él, por tu propio bien, pero ambos, eso lo sabemos todos, tienen el mismo objetivo. No se trata de dos policías distintos, sino de dos tácticas policiales complementarias utilizadas según requiera la ocasión. Uno establece amenazante y violento tu culpabilidad incuestionable, y el otro hace lo mismo pero procurando que seas tú mismo, con el señuelo de la comprensión, educación y buenas maneras, quien reconozcas sinceramente tu culpabilidad y te ates la cuerda al cuello, hasta con cierto alivio. 

El poli malo tiene un perfil autoritario y violento, mientras que el poli bueno encarna la concepción de una policía civil y moderna, que mira por nuestra protección, más acorde con los tiempos que vivimos.

jueves, 13 de agosto de 2020

Discurso de defensa de Sócrates

Cuando echo la vista atrás y trato de recordar de lo mucho o poco que yo haya leído qué es lo que me ha dejado una huella más profunda y persistente a lo largo del tiempo,  tengo que remontarme al adolescente que yo era de dieciséis años, estudiante a la sazón del bachillerato de letras en el instituto. En clase de griego traducíamos y leíamos en español la Apología o Discurso de defensa de Sócrates, escrito por el joven Platón. Es este, sin duda, el libro más importante y fundamental que yo he leído, el que más me ha marcado. 

Si tuviera que elegir algún fragmento, podrían servir estas palabras pronunciadas por el sabio que sólo sabía que no sabía nada ante el jurado que había de condenarlo a muerte, por ejemplo.

He aquí el texto en primer lugar en versión original: τὸ γάρ τοι θάνατον δεδιέναι, ὦ ἄνδρες, οὐδὲν ἄλλο ἐστὶν ἢ δοκεῖν σοφὸν εἶναι μὴ ὄντα˙ δοκεῖν γὰρ εἰδέναι ἐστὶν ἃ οὐκ οἶδεν. οἶδε μὲν γὰρ οὐδεὶς τὸν θάνατον οὐδ᾽ εἰ τυγχάνει τῷ ἀνθρώπῳ πάντων μέγιστον ὂν τῶν ἀγαθῶν, δεδίασι δ᾽ ὡς εὖ εἰδότες ὅτι μέγιστον τῶν κακῶν ἐστι. (Platón, Apología 29ab)

Y he aquí tres traducciones o aproximaciones en nuestra lengua a esas palabras que Platón nos ha transmitido de su maestro: 

-Pues por cierto que el tener miedo de la muerte, ciudadanos, no es otra cosa sino creerse inteligente y sabio sin serlo uno: porque es creer que sabe lo que no sabe. Pues saber nadie sabe de la muerte ni aun siquiera si no será por ventura el mayor de los bienes todos para el hombre, pero le tienen, en cambio, miedo como si supieran bien que es el más grande de los males (Traducción de Agustín García Calvo, Diálogos socráticos, Platón, edit. Salvat, 1972). 

-En efecto, atenienses, temer la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo, pues es creer que uno sabe lo que no sabe. Pues nadie conoce la muerte, ni siquiera si es, precisamente, el mayor de todos los bienes para el hombre, pero la temen como si supieran con certeza que es el mayor de los males. (Traducción de J. Calonge Ruiz, Diálogos, Platón, Edit. Gredos, 2000) 

-Que temer a la muerte, Varones, no es otra cosa sino tenerse por sabio, pues es pensar saber lo que uno no sabe. Que nadie de cierto sabe ni siquiera si es para el hombre la muerte el mayor de los bienes; y, con todo, la temen como si supieran de buen saber que es el mayor de los males. (Traducción de Juan David García Bacca, Caracas 1980)