domingo, 30 de agosto de 2020

Vuelta al cole

Ante la vuelta al cole que se avecina, muchos padres se preguntan si sus hijos tendrán que llevar en todo momento el embozo a clase, y, en caso positivo, a partir de qué edad. 
 
Si uno abre el periódico El País del otro día, por ejemplo, hay un artículo sobre este tema que no tiene desperdicio por lo sabroso que es. Lleva por título: “¿A qué edad obligan otros países europeos a llevar la mascarilla en clase? ” La pregunta es malintencionadamente capciosa, porque da a entender que otros países europeos, al igual que el nuestro, obligan a las tiernas criaturas infantiles a llevar la susodicha prenda a modo de uniforme a clase, lo que no es cierto en modo alguno. 
 
 
Lo que sucede es que al Periódico Global del Régimen le interesa y mucho -por algo será, sus intereses tendrá, como suele decir la gente- justificar la política sanitaria del gobierno de turno que padecemos, y por eso mismo no considera oportuno ni conveniente para ese propósito poco confesable informarnos de que hay países en el viejo continente donde, efectivamente, no es obligatoria ni siquiera recomendable la mascarilla en la escuela, como Suecia, por ejemplo, donde no lo ha sido nunca, donde sin ningún confinamiento, por cierto, no les ha ido tan mal como a nosotros y donde nunca se cerraron los colegios, u Holanda, donde los alumnos tampoco están obligados a guardar la distancia de seguridad de un metro y medio, al contrario de sus enseñantes, que sí deben guardarla. Pero de estos “otros” países europeos no nos informa el boletín oficial del Estado que es dicho rotativo progresista. 
 
El subtítulo de la noticia reza: “España es uno de los países más restrictivos -y no es esa la palabra, digo yo, porque España no restringe la medida, en el primer sentido de la palabra restringir, que es “ceñir, circunscribir, reducir a menores límites”, lo que restringe es la edad de los afectados, sino que lo que hace es constringir, es decir, constreñir, esto es, “obligar, precisar, compeler por fuerza a alguien a que haga y ejecute algo” por lo que debería decir que España es uno de los países más constrictivos-, imponiendo la medida de protección -"medida de protección" se hace gratuitamente aquí sinónimo de mascarilla- a partir de los seis años”. 
 


Leyendo el susodicho artículo nos enteramos de que probablemente España es el único país europeo donde la mascarilla va a ser obligatoria en toda la enseñanza primaria -desde los seis a los doce años- en todo momento y en todo lugar dentro del recinto escolar, lo que no deja de ser una barbaridad, que el citado periódico intenta justificar implícitamente como medida de protección y precaución. 
 
En otros países europeos, con los que nos compara, la “protección” se impone a partir de los 11 o 12 años, y en algunos de esos no precisamente en las aulas, sino en pasillos y otros espacios comunes, siguiendo el criterio de la OMS que en su última recomendación reconoce que los menores de 11 años tienen según la evidencia científica una capacidad mínima de contagio tanto por activa como por pasiva, por lo que la protección -léase el embozo- se vuelve en su caso innecesario. 
 
 
Pero en esta España de María Santísima, sin embargo, donde somos más católicos y papistas que el propio Papa, la obligación de tapar nariz y boca en el aula se impone a partir de los seis años, privando así a la sociedad de la sonrisa infantil. 
 
Para más colmo, en algunos de los diecisiete reinos de Taifas o comunidades autónomas, como en el caso de Cantabria, se recomienda incluso el uso del bozal en la etapa infantil o pre-escolar de 3 a 6 años, lo que no deja de ser otra monstruosidad.
 
¿No es, acaso, demencial todo esto? ¿No son una locura todas estas medidas que quieren imponer a los menores de edad en escolaridad obligatoria (mascarillas, distancia social, confinamiento, aulas burbuja, enseñanza a distancia...)? ¿Tiene, acaso, el uso de la mascarilla en la franja de edad que va de los seis a los doce años alguna fundamentación pedagógica, ya que no parece tenerla sanitaria según la Organización Mundial de la Salud? 
 
No es una pregunta ingenua, aunque sí retórica: la mascarilla, la distancia social y la enseñanza telemática en esas tempranas edades tienen un fundamento pedagógico muy evidente en el sentido que daba a la palabra el entrañable personaje de don Antonio Machado que fue Juan de Mairena cuando decía en sus momentos de mal humor: “Un solo pedagogo hubo. Se llamaba Herodes.”

sábado, 29 de agosto de 2020

Lejos de la vecindad humana

Escribe el apóstol de la desobediencia civil, civil disobedience, Henry David Thoreau (1817-1862) en Walden or Life in the woods (1854), que eligió ir a vivir a los bosques porque quería vivir solo, deliberadamente, para afrontar los hechos esenciales de la vida y... "no descubrir, a la hora de la muerte, que no había vivido". Eligió voluntariamente durante un período determinado de su vida alejarse de la sociedad y de la vecindad humana para vivir en la naturaleza. De alguna manera practicó, al modo de los antiguos ermitaños o como el cínico Diógenes, el distanciamiento social, aislándose de los demás, pero lo hizo motu proprio, no por obligación de decreto ley, como muchas personas en la actualidad, que se han visto confinadas en la soledad de su residencia ante una emergencia sanitaria que han declarado los gobiernos.

 


I have never felt lonesome, or in the least oppressed by a sense of solitude, but once, and that was a few weeks after I came to the woods, when, for an hour, I doubted if the near neighborhood of man was not essential to a serene and healthy life. Nunca me he sentido solo ni oprimido en modo alguno por un sentimiento de soledad sino una sola vez, y ello fue a las pocas semanas de mi llegada a los bosques cuando, por una hora, me asaltó la duda de si la vecindad próxima del hombre no sería esencial para disfrutar de una vida serena y saludable.

Henry David Thoreau (1817-1862)

To be alone was something unpleasant. But I was at the same time conscious of a slight insanity in my mood, and seemed to foresee my recovery. In the midst of a gentle rain while these thoughts prevailed, I was suddenly sensible of such sweet and beneficent society in Nature, in the very pattering of the drops, and in every sound and sight around my house. El estar solo resultaba ingrato. Con todo, era consciente de la anormalidad de mi ánimo y presentía ya mi recuperación. En medio de una suave lluvia, en tanto prevalecían estos pensamientos, me di cuenta de pronto de la dulce y beneficiosa compañía que me reportaba la Naturaleza misma, con el tamborilear acompasado de las gotas y con cada uno de los sonidos e imágenes que arropaban mi casa. 


an infinite and unaccountable friendliness all at once like an atmosphere sustaining me, as made the fancied advantages of human neighborhood insignificant, and I have never thought of them since. Every little pine needle expanded and swelled with sympathy and befriended me. I was so distinctly made aware of the presence of something kindred to me, even in scenes which we are accustomed to call wild and dreary, and also that the nearest of blood to me and humanest was not a person nor a villager, that I thought no place could ever be strange to me again. Era una sensación de solidaridad tan infinita e inefable, cual atmósfera que me guardara en su seno, que hacía insignificantes todas las ventajas imaginarias que pudiere comportar la vecindad humana, en las que no he vuelto a pensar ya desde entonces. Cada pequeña aguja de pino se dilataba, henchida de simpatía y amistad para conmigo. Tan patente se me hizo la presencia de algo vinculado a mí, hasta en aquellos paisajes que solemos considerar inhóspitos y tristes, y que lo más allegado a mí por humanidad y sangre no era persona ni ciudadano alguno, que pensé que ningún lugar podría ya resultarme jamás extraño.

viernes, 28 de agosto de 2020

En la salud y en la enfermedad

¿Por qué no se puede acabar de una vez por todas con la pandemia? Porque tenemos el enemigo en casa. El enemigo no es la epidemia propiamente dicha, que, de por sí, ya está finiquitada. El enemigo es la definición totalitaria de “pandemia” que han hecho las autoridades sanitarias: A pandemic is the worldwide spread of a new disease. Una pandemia es la propagación mundial de una nueva enfermedad. (Nótese que en esta definición no se habla para nada de letalidad ni de mortalidad específica: cualquier enfermedad que tenga una difusión universal, con tal de que sea "nueva", es una pandemia, independientemente de que haya muertos o peligro de muerte entre los enfermos). 
 


Necesitaríamos preguntarles a las autoridades sanitarias algo tan trivial cómo que entienden ellas por “disease”, es decir, por enfermedad. No es nada fácil definir qué es enfermedad, podríamos decir que es la falta de salud, pero eso nos lleva a definir entonces qué es la salud, algo que todos reconocemos que sólo sabemos a ciencia cierta lo que es cuando la hemos perdido. 
 
La OMS define la salud (health en la lengua del Imperio) como sigue: “a state of complete physical, mental and social well-being, not merely the absence of disease or infirmity” (WHO, 1946), o lo que viene a ser lo mismo: “un estado de completo bienestar físico, mental y social, no simplemente la ausencia de enfermedad -utiliza aquí la OMS los dos términos prácticamente sinónimos en la lengua del Imperio para referirse a la enfermedad “disease”, propiamente sajón, e “infirmity”, de origen latino)”. 
 

Según esta definición, efectivamente estamos sufriendo una nueva enfermedad de difusión universal que es el miedo al bicho, a la plaga, a la peste: a que lo tengamos dentro sin síntomas aparentes. Y lo tenemos bien metido. Ya se encargan los gobiernos y sus autoridades sanitarias, con la OMS a la cabeza, de hacernos la vida imposible aterrorizándonos a todas horas con sus noticias de nuevos brotes, repuntes, olas, casos, contagios... en el universo mundo. 
 
¿Cuál es la nueva enfermedad que se ha propagando por todo el mundo? Actualmente es la creencia, falsa como todas, de que somos enfermos en potencia y que que podemos contagiar a los demás, aunque no tengamos ninguna evidencia sintomática. Somos según la prueba de PCR positivos de hecho o, si resultamos negativos, somos positivos en potencia. Pero no. Somos, en realidad, negativos: no negacionistas: negadores de la enfermedad y de la salud, las dos caras de la misma moneda, que es la vida humana, que pretende administrar dicha Organización Mundial. Podemos portar virus coronados, pero no transmitirlos.

jueves, 27 de agosto de 2020

Nadie da duros a cuatro pesetas

Para entender el dicho español, ya pasado de moda desde que entramos en el euro, de que nadie da duros a cuatro pesetas, que nuestros mileniales no entenderán, hay que tener en cuenta que el duro era una moneda española que valía cinco pesetas.  Hoy diríamos "nadie da euros a ochenta céntimos".
 
 
Moneda de un duro (5 pesetas) con la imagen del hoy rey Emérito.
 
Leo sobre el origen del dicho español “Nadie da duros a cuatro pesetas”, lo que Andrés Rodríguez Amayuelas escribe en El Viejo Topo el 2 de abril de 2017: Cuentan que un político español de provincias, de finales del XIX, se presentaba a las elecciones provinciales. Para garantizarse el voto en el medio rural, decidió comprar su voto dándoles 4 pesetas a cada persona. Otro candidato, que ya era diputado, se enteró de la maniobra y, no queriendo perder su acta, decidió tomar cartas en el asunto. Se dirigió a quienes habían recibido el dinero del otro candidato y les dijo que a quienes le entregaran el dinero recibido y le votaran, les daría un duro… y así lo hicieron, quedando agradecidos por la generosidad del diputado. 
 
La anécdota, no sé si cierta, aunque un tanto imprecisa porque no menciona los nombres de los políticos, explicaría muy bien el origen del dicho. Ambos políticos compran el voto: el primero por cuatro pesetas, el segundo lo hace por una sola, dado que les da a sus electores un duro a cambio de cuatro pesetas, sí, y ahí está la picaresca española, y de su voto, que le resulta más barato que al anterior diputado, que había pagado 4 pesetas y perdido las elecciones... Se non è vero, como dicen los italianos, è ben trovato. 
 
Parece, sin embargo, que el pintor y escritor catalán Santiago Rusiñol, si no inventó la frase, sí protagonizó una anécdota relacionada con ella, al apostar con sus amigos que se ponía en la calle a vender duros a cuatro pesetas y a que nadie se los compraba, y en efecto, salió a la calle y vociferó o puso un cartel que decía: Vendo duros a cuatro pesetas. Nadie le hizo caso porque pensaban que quería darles monedas falsas, el gato por la liebre, o, simplemente, engañarles. Ganó la apuesta porque no vendió ni un solo duro ya que todo el mundo pensaba, con más razón seguramente de la que creían, que los duros eran falsos. Me explico: no eran falsos, porque eran de curso legal, pero sí eran falsos porque la gente no entendía que hubiera duros que pudieran valer cuatro pesetas, cuando el valor establecido era el de cinco pesetas. 
 
"Els quatre gats", Barcelona.
 
Escribe M. Martín Ferrand en ABC (22/04/2001): Santiago Rusiñol, parapetado tras su barba solemne y sus mostachos modernistas, fue un espléndido pintor, un aceptable escritor y un humorista en estado puro. En su tertulia barcelonesa de «Els quatre gats», especialmente con Casas, Utrillo y Regoyos, perpetraba bromas divertidísimas que luego ponía en práctica para demostrar empíricamente las notas de la condición humana. Muy cerca de la cervecería que le daba nombre a la tertulia, junto al edificio neogótico de Puig y Cadafalch, un buen día de finales del XIX Rusiñol instaló un tenderete, lo cubrió de auténticos duros de plata y, sentado frente a él, se puso a pregonar: «¡Duros a cuatro pesetas!». No vendió ni uno solo y les demostró así a sus contertulios la ineficacia de la verdad predicada en la calle, sin avales y garantías acreditativas. Los españoles desconfiamos, más que de ninguna otra cosa, de la verdad clara y limpiamente formulada. Los transeúntes le miraban y, en el mejor de los casos, esbozaban una sonrisa al tiempo que apretaban el paso para darse a la fuga.

miércoles, 26 de agosto de 2020

La misteriosa sonrisa

 ¿Quién le ha robado la sonrisa a la Gioconda?
 
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Fotografía de Gabriel Pérez-Juana (2020) 

martes, 25 de agosto de 2020

Petrarca y la soledad

Francesco Petrarca nació el 20 de julio de 1304 y murió un día antes de cumplir los 70 años, el 19 de julio de 1374. Gran poeta en lengua latina y toscana, reponsable entre nosotros de la introducción del hendecasílabo en la poesía culta castellana gracias a Boscán y a Garcilaso, fue sin duda uno de los primeros hombres modernos, inaugurador del renacimiento, del humanismo y del amor por la filología clásica. 


 Retrato de Petrarca, anónimo.

En un latín pulcro y esmerado escribió esta confesión surgida de lo hondo de su alma sobre la soledad preguntándose ubi sunt?: (Rerum Familiarum Libri VIII 7.19-20): ubi dulces nunc amici? ubi sunt amati uultus? ubi uerba mulcentia? ubi mitis et iucunda conuersatio?  ¿Dónde están ahora los dulces amigos, dónde sus amados rostros, donde sus halagüeñas palabras, dónde su entrañable y grata conversación?

quod fulmen ista consumpsit? quis terrae motus euertit? quae tempestas demersit? quae abyssus absorbuit? ¿Qué rayo fulminó esas cosas? ¿Qué terremoto las trastornó? ¿Qué tormenta las anegó? ¿Qué abismo las engulló?

stipati eramus, prope iam soli sumus. Eramos una piña, ahora estamos ya prácticamente solos.

nouae amicitiae contrahendae sunt. unde autem siue ad quid, humano genere paene extincto, et proximo, ut auguror, rerum fine?   Hay que hacer nuevas amistades. Pero ¿dónde y para qué, una vez casi extinguido el género humano y muy próximo, según creo, el fin de las cosas? 

sumus, frater, sumus — quid dissimulem? — uere soli? Estamos, hermano, estamos -¿a qué disimularlo?- verdaderamente solos. 

domingo, 23 de agosto de 2020

Un par de versos de Agatón

La primera palabra de la declaración de fe cristiana que surgió de los concilios de Nicea (Bitinia, en la actual Turquía) convocado bajo la presidencia del emperador romano Constantino en el año 325, y el concilio de Constantinopla (la actual Estambul) en el 381, es precisamente “credo”: yo creo, credo en latín, πιστεύω en griego): una declaración de fe. Por eso se llama credo niceno-constantinopolitano: credo in unum Deum, patrem omnipotentem, πιστεύω εἰς ἕνα Θεόν, πατέρα, παντοκράτορα: creo en un solo Dios, padre todopoderoso.

 Ícono ruso sobre el primer concilio de Nicea.

Sin embargo, según leo en la inevitable Güiquipedia, parece que en el concilio de Nicea el symbolum Nicenum o símbolo de la declaración dogmática de fe que surgió de allí comenzaba con un πιστεύομεν, credimus o creemos, es decir, con una declaración colectiva en primera persona del plural, en lugar de la del singular que acabó imponiéndose en Constantinopla como interiorización individual de la creencia general.  

Mucho antes de que se celebraran esos concilios ya Aristóteles había dejado escrito en la Ética a Nicómaco VI, 2, 1139 b. que había cosas que nadie, ni siqueira un dios, podía hacer: οὐκ ἔστι δὲ προαιρετὸν οὐδὲν γεγονός, οἷον οὐδεὶς προαιρεῖται Ἴλιον πεπορθηκέναι: οὐδὲ γὰρ βουλεύεται περὶ τοῦ γεγονότος ἀλλὰ περὶ τοῦ ἐσομένου καὶ ἐνδεχομένου, τὸ δὲ γεγονὸς οὐκ ἐνδέχεται μὴ γενέσθαι. Lo que viene a decir en nuestra lengua: Nada que haya ocurrido ya es objeto de elección, por ejemplo, nadie elige que Troya haya sido saqueada; porque tampoco se delibera sobre lo pasado, sino sobre lo futuro y posible, y lo pasado no puede no haber ocurrido

A continuación cita Aristóteles un par de versos de Agatón, poeta trágico nacido en el siglo V a. de C., cuyas obras no se conservan, sino solo algunos fragmentos, unas cincuenta líneas. Tras los grandes tres trágicos atenienses Ésquilo, Sofoclés y Eurípides, es el más celebrado. Pues bien, uno de esos fragmentos de Agatón, que aparece como personaje en el Banquete de Platón, y al que Aristóteles cita varias veces en la Poética porque al parecer había escrito una tragedia que no estaba basada en la mitología y la leyenda ni en la historia como Los Persas de Ésquilo, sino en caracteres inventados, son estos dos trímetros yámbicos que cita el estagirita en apoyo de su afirmación anterior: διὸ ὀρθῶς Ἀγάθων μόνου γὰρ αὐτοῦ καὶ θεὸς στερίσκεται, / ἀγένητα ποιεῖν ἅσσ᾽ ἂν ᾖ πεπραγμένα. Lo que viene a decir: por eso dice bien Agatón: «Pues de esto mismo está privado un dios también, / de hacer que no haya sido aquello que pasó». 

Symbolum Nicenum,  Credo in unum Deum (Johann Sebadstian Bach)


Si damos el paso de convertir el nombre común θεός, deus, dios, en nombre propio que escribiremos según nuestra convención habitual con letra inicial mayúscula: Θεός, Deus, Dios, hemos pasado del politeísmo al monoteísmo, que es lo que hace el credo niceno-constantinopolitano, que además califica a la divinidad, esencialmente masculina, de παντοκράτωρ, omnipotens, todopoderoso. 

Precisamente Aristóteles, apoyado en los versos de Agatón, viene a decirnos antes de que se establezca la creencia en ese dogma que la divinidad no puede ser omnipotente. Nadie, por lo tanto, ni siquiera un dios, ni tampoco Dios avant la lettre,  puede evitar que Troya haya sido destruida y saqueada como fue una vez que ha sucedido porque no se puede cancelar el pasado y hacer que lo que ha sido no haya sucedido.

sábado, 22 de agosto de 2020

Pólemos epidemios

Traigo aquí a colación un par de hexámetros de Homero (Ilíada, IX, 63-64), puestos en boca del viejo y sabio Néstor, rey de Pilo, que insulta con ellos a modo de maldición a quienes aman la guerra intestina, pólemos epidémios en griego, la guerra civil -y todas las guerran son en el fondo civiles aunque las hagan los militares-, que dicen en su propia lengua: ἀφρήτωρ ἀθέμιστος ἀνέστιός ἐστιν ἐκεῖνος / ὃς πολέμου ἔραται ἐπιδημίου ὀκρυόεντος. 

Suenan así en nuestra lengua en la versión de Emilio Crespo, una traducción fidedigna: “Sin familia, sin ley y sin hogar se quede aquel / que ama el intestino combate, que hiela los corazones.” Agustín García Calvo los traduce en hexámetros castellanos con rima asonante, una traducción más próxima a la música, porque es una versión rítmica que evoca la libertad y la servidumbre del verso homérico: “Hombre sin-ley es aquél, sin-hogar, sin-trato-con-buenos / que arda en amor de la guerra, heladora, peste de pueblos”. Me lanzo, por mi parte, no sin mucha osadía, a traducir estos versos, tal y como yo los entiendo, fundiendo los hallazgos de ambas versiones: “Un sin-hermanos-ni-amigos, sin-ley, sin-hogar es el hombre / que ama la guerra civil que hiela los corazones”. 


Y retomo el epíteto “epidemios”, sobre-el-pueblo, que Homero aplica a la guerra -pólemos-, y que será el origen de nuestro sustantivo “epidemia”, y la sugerencia del filósofo italiano Giorgio Agamben, quien en el artículo que publicaba el 2 de mayo de 2020 titulado “La medicina come religione”, que puede leerese traducido entero salvo el último párrafo aquí mismo,  presenta a la medicina, aparición de la vieja “ciencia”, como la nueva religión laica de nuestro tiempo, que, como toda religión, entraña una guerra religiosa basada en la fe de su férreo sistema de creencias que no puede ponerse en duda. 

Escribía allí Agamben que este “pólemos epidemios” era la nueva guerra civil mundial que desde un punto de vista político toma el lugar de las guerras mundiales tradicionales, sustituyendo incluso a las recientes guerras contra el terrorismo. ¿En qué consiste esta guerra? Se plantea entre una lucha contra el virus, epifanía del Mal, que potencialmente podemos portar todos en nuestro interior. Una de las armas que utiliza es, además de la distancia social, la mascarilla, que se esgrime a modo de escudo protector contra el Maligno. Mucha gente, cuando pasea en soledad, se desprende de ella a fin de poder respirar mejor a pleno pulmón, lo que es lógico y comprensible, pero se apresta enseguida a embozársela cuando ve que va a cruzarse con alguien, no vaya a ser que el Maligno, que puede estar dentro de alguno de ambos contagie a la otra persona... 


Como dice Agamben en el citado artículo: “Todas las naciones y todos los pueblos están ahora permanentemente en guerra consigo mismos, porque el invisible y escurridizo enemigo con el que están luchando está dentro de nosotros.” Esta guerra civil que se cierne sobre y contra el pueblo, pólemos epidemios, nos trae a colación aquella otra guerra de Heraclito de Éfeso, la guerra de la razón contra la realidad y falsedad del mundo.

Leamos el fragmento 53 de Heraclito: πόλεμος πάντων μὲν πατήρ ἐστι, πάντων δὲ βασιλεύς, καὶ τοὺς μὲν θεοὺς ἔδειξε τοὺς δὲ ἀνθρώπους, τοὺς μὲν δούλους ἐποίησε τοὺς δὲ ἐλευθέρους. Dice literalmente: Guerra de todos es padre, de todos rey, y a los unos los señaló dioses, a los otros hombres, a los unos los hizo esclavos, a los otros libres. ¿Por qué la guerra es el padre y no la madre de todo? 

No nos dejemos llevar por las apariencias del género gramatical de las lenguas que lo tienen. En griego la palabra “guerra”, pólemos, es masculina, mientras que en castellano es femenina. La guerra, para Heraclito, es “patér”, título que comparte con Zeus, “padre de hombres y dioses”, y por otro lado es “basileús” “rey”. No hace falta, como han hecho algunos traductores, recurrir a un sinónimo de “guerra” de género masculino como es “combate” para traducir el texto: “El combate es el padre de todas las cosas”. No es necesario llegar a tanto porque se pierde mucho por el camino.


Acaba Agamben su artículo diciendo que la filosofía, como ha sucedido a lo largo de la historia, deberá luchar contra esta nueva religión, que ya no es el cristianismo, ni siquiera el capitalismo, sino la ciencia y sus artículos de fe. Los amantes de la verdad, que son aquellos que no la poseen pero que la buscan y denuncian las mentiras dominantes, serán excluidos, insultados y acusados de difundir noticias falsas y teorías de la conspiración, cuando no censurados y considerados herejes.

viernes, 21 de agosto de 2020

Lo que no puede Dios totopoderoso (quod Deus omnipotens non potest)

El benedictino Pedro Damián refiere una conversación de sobremesa que sostuvo durante una cena con su amigo el abad Desiderio en el monasterio de Montecasino, probablemente en el año 1067. Resulta que se había desarrollado ampliamente durante los siglos IX y X el método dialéctico, basado en el empleo de la lógica y el razonamiento, en el que la ratio se contraponía a la auctoritas de las Sagradas Escrituras. 

Entre los acérrimos enemigos de la dialéctica, destaca este benedictino, que rechaza el uso de la razón, ya que es el mismo diablo, según él, el que inspira a las ciencias humanas sembrando la perniciosa semilla de la duda en las sagradas creencias. Para Pedro Damián la filosofía debería ser la ancilla theologiae o ancilla fidei, es decir, la esclava de la teología o de la fe y no otra cosa; la servidora no puede mandar al ama, a la que debe subordinarse como sumisa esclava del Señor. 

 Abadía de Montecasino

El diálogo mantenido en aquella velada en la abadía versó en torno a las palabras de una carta de san Jerónimo (22, 5) donde afirmaba el santo que la omnipotencia de Dios, que lo puede todo, no puede restaurar la virginidad de una doncella que la haya perdido. 

Resonaban acaso en sus oídos algunos latines paganos, como el ciceroniano: praeterita mutare non possumus: no podemos cambiar el pasado, o yendo un poco más lejos el factum est illud: fieri infectum non potest de una comedia de Plauto, que pone en boca de un tal Licónides:  hecho está eso: no puede deshacerse. Quizá también podían venirle a las mientes aquellos versos de Homero cuando Néstor, al oír el fragor del combate, sale de su tienda, contempla desolado que ha sido rota la resistencia del muro que creían inexpugnable, y a la vista de los desgraciados sucesos le dice a Agamenón: (Ilíada XIV, 53-54): ἦ δὴ ταῦτά γ᾽ ἑτοῖμα τετεύχαται, οὐδέ κεν ἄλλως / Ζεὺς ὑψιβρεμέτης αὐτὸς παρατεκτήναιτο (Sí, eso, cumplido, al menos, pasó, y de modo ninguno / Zeus mismo, el altitonante, podría mudarlo). Viene a decirlo el sabio rey de Pilo a Agamenón, el rey de reyes, que ni siquiera Zeus, el dios principal del panteón olímpico griego, puede cambiar lo que ha pasado. 

También podría venirle a la cabeza Platón, que puso en boca de Protágoras la siguiente consideración, abundando sobre la misma idea de que lo que ha sido no puede dejar de ser. Está hablando de cuando se castiga a alguien no por lo que ha hecho, que no puede deshacerse, sino pensando en el futuro, para que no vuelva a hacerlo: ὁ δὲ μετὰ λόγου ἐπιχειρῶν κολάζειν οὐ τοῦ παρεληλυθότος ἕνεκα ἀδικήματος τιμωρεῖται—οὐ γὰρ ἂν τό γε πραχθὲν ἀγένητον θείη—ἀλλὰ τοῦ μέλλοντος χάριν, ἵνα μὴ αὖθις ἀδικήσῃ μήτε αὐτὸς οὗτος μήτε ἄλλος ὁ τοῦτον ἰδὼν κολασθέντα. El que intenta castigar con razón aplica el castigo, no por la injusticia cometida -pues no se lograría que lo hecho no haya acaecido-, sino pensando en el futuro, para que no vuelva a cometer una injusticia ni este mismo ni otro al ver que éste sufre castigo. Lo que más nos interesa de esa frase ahora es el inciso, que insiste sobre la misma idea: pues no se conseguiría que lo hecho no haya sucedido.



Ejemplificaba así la imposibilidad de Dios de cambiar o cancelar el pasado y hacer que no haya sido lo que ha sido. La epístola escrita en Belén en el año 287 de nuestra era estaba dirigida a una tal Eustoquio, virgen romana,  y más que una carta era un breve tratado sobre la importancia de la guarda de la virginidad y sus excelencias.

Afirma literalmente Jerónimo en esa carta: Audenter loquor: cum omnia Deus possit, suscitare virginem non potest post ruinam. Valet quidem liberare de poena, sed non valet coronare corruptam. Lo que viene a sonar en  estos otros latines algo degenerados que hablamos ahora algo así: Me atrevo a decir: aunque todo lo puede Dios, no puede restabecer la virginidad (sc. a una virgen) después de su pérdida.   Aconseja más adelanta el santo a la joven Eustoquio que huya especialmente del vino: Vinum et adulescentia, duplex incendium voluptatis. O lo que es lo mismo: Vino y juventud doble incendio son de sensualidad. 


San Jerónimo escribiendo, Caravaggio 1605

No podía pasarle desapercibida al benedictino la extremada audacia dialéctica del santo Jerónimo, que afirmaba que pudiéndolo todo Dios había, sin embargo, algo que no podía, contradictio in terminis, como era hacer que no hubiera pasado algo que había efectivamente pasado, porque era un argumento racional contra la omnipotencia del Dios pantocrátor que establecía la fe…

En lenguaje popular se oye a veces una formulación similar a la de Jerónimo: Todo lo puede Dios menos hacer parir a las viejas. A los ojos inquisitoriales de Pedro Damián era peligrosísimo reconocer una cosa así, aunque el propósito de Jerónimo fuera bueno como era sin duda encarecer a la joven doncella romana a guardar su doncellez, porque suponía que Dios no lo podía todo y, por lo tanto, si no lo podía todo, era impotente.

Pedro Damián se apresura enseguida a escribir una carta como respuesta directa a Desiderio y a otros monjes de la abadía para que no cayeran en el error de Jerónimo. En relación con el punto planteado de si Dios puede restablecer la virginidad a una virgen que la ha perdido, la respuesta del benedictino, completamente irracional, será que sí, contrariamente a lo sostenido por san Jerónimo. La restauración de la virginidad puede entenderse en dos sentidos dice Pedro Damián: la restauración iuxta meritum y la restauración  iuxta carnem y, en la primera Dios puede en función de los méritos y su virtud devolver la virginidad a una mujer perdonándole su falta y haciendo que caiga en el olvido y llegue a ser virtuosa, incluso más virtuosa que la más casta de las vírgenes,  pero eso no basta. Otorgarle el perdón no borra el hecho, puede borrar su consecuencia o su cualidad de pecado, pero no anula el acto en sí, por eso se ve obligado Pedro Damián a afirmar respecto de la última que Dios también  tiene el poder de reparar la carne y devolverle a la mujer su virginidad  carnal:  Lo digo abiertamente, lo digo,  y sin temer ninguna crítica de consideración  filosófica afirmo rotundamente que puede Dios todopoderoso volver virgen a cualquier mujer casada varias veces, y reparar el signo de la incorrupción en la propia carne de ella, tal como salió del útero materno.

 San Pedro Damián, Andrea Barbiani (1776)

El problema que hay detrás de esta disputa es si la omnipotencia divina puede cancelar el pasado. Según el benedictino, Dios puede cambiar el futuro, el presente y el pasado. La justificación se encuentra en la eternidad de Dios, ya que en Dios todo es simultáneo y sucede a la vez, de una vez por todas para siempre, y llega a decir que para Él nunca pasan del todo las cosas pretéritas ni sobrevienen las futuras. Pedro Damián parte de una concepción absoluta de la omnipotencia divina y llega a cuestionar implícitamente el principio aristotélico de no contradicción en defensa de la fe que veía amenazada de resquebrajamiento.

Santo Tomás, por su parte, no llega a tanto: Afirma que Dios puede todo lo absolutamente posible, pero no lo imposible. Y esto último no por insuficiencia o impotencia del poder divino, algo inadmisible, sino porque lo que no puede ser, no puede ser, y además, como diría el otro, incorporando la negación en el adjetivo para hacer afirmativa la frase, es imposible. Por consiguiente, Dios no puede hacer lo imposible, pero no porque no pueda, sino porque, por definición, lo imposible no puede ser hecho ni hacerse. La conclusión del aquinate sería: “Ergo eadem ratione non potest facere de quocumque alio praeterito, quod non fuerit”.  Por lo tanto, por la misma razón (Dios) no puede hacer de cualquier otra cosa pasada que no haya sido: Dios no puede cancelar el pasado. ¡Qué más quisiera Él!


Pantocrátor

jueves, 20 de agosto de 2020

Taller de métrica (IV): El priapeo

Se denomina priapeo al dístico o estrofa compuesta de dos versos: un glicónico y un ferecracio. El nombre puede deberse al recuerdo de su empleo en principio para las inscripciones obscenas de las imágenes itifálicas de Priapo, alcanzando después un tratamiento literario en los poetas conocidos. El primero consta de ocho sílabas pero al ser la última aguda cuenta, en el cómputo castellano, como verso de nueve sílabas, y el segundo es un heptasílabo con final llano, en realidad, un glicónico amputado al que le falta la última sílaba.

Fresco del dios griego Priapo en la casa de los Vettii, Pompeya.

La gracia de este verso o, si se prefiere, estrofilla para la métrica castellana reside en que se evita el octosílabo llano, que es el verso de arte menor por excelencia más abundante en nuestra lírica. Pasamos así de un octosílabo agudo, eneasílabo para el cómputo, a un heptasílabo evitando el trillado octosílabo.

Pero estos versos, el glicónico y el ferecracio, no son simplemente versos "de sílabas contadas", sino que responden a un esquema rítmico, cuya base inicial son dos sílabas indiferentes al ritmo, un coriambo central (+ - - +) más un yambo para el glicónico (- +), y una sílaba no marcada para el ferecracio ( - ).

Este verso se encuetra ya en griego en los líricos Safó y Anacreonte, que lo utiliza en serie estíquica. En latín sólo está atestiguado en el carmen 17 y en el fragmento 1 de Catulo, en uno de los Priapea (86) de la Appendix Vergiliana  y en un fragmento de Mecenas.

Sirvan como ejemplo del carmen 17 de Catulo, los cuatro últimos priapeos:

nunc eum uolo de tuo / ponte mittere pronum,
si pote stolidum repen-/te  excitare ueternum,
et supinum animum in graui / derelinquere caeno,
ferream ut soleam tena-/ci  in uoragine mula.

De tu puente deseo a él / de cabeza tirarlo,
por de pronto si espabilar / puede torpe modorra,
y si deja en el lodazal / denso su alma indolente,
como mula su herraje en un / remolino viscoso. 

Parece que el primer ejemplo que encontramos en latín estaría en un fragmento de Catulo, citado por Terenciano Mauro, que comienza así:
hunc lucum tibi dedico / consecroque, Priape,
Este bosque dedico a ti / yo y te consagro, Priapo.

Un ejemplo en castellano de creación propia podría ser esta canción que compuse contra el servicio militar obligatorio:

 

En el tren a servir al rey / ya a los mozos se llevan,
bravos quintos, a hacer atroz / instrucción de la guerra.

Tren que surcas al ras el mar / de esta España y sus tierras,
que la partes de norte a sur, / haz, buen tren, que se pierdan,

que los mozos no lleguen hoy, / ni hoy ni nunca, a la meta,
cambia el rumbo y da marcha atrás, / y que nadie lo sepa.

Que al destino no lleguen, tren, / ni a lo que les espera:
voz de mando y el ronco son / de una fiera trompeta.

Tren, desanda el camino, y haz / que no lleguen, que vuelvan
 con la novia que triste está / sola haciendo la cuenta

de los días que faltan, ay, / de las noches que quedan;
que no lleguen nunca al cuartel; /  tren, bendito tú seas.     

miércoles, 19 de agosto de 2020

España esperpéntica

La palabra “esperpento”, de origen incierto pero de reciente raigambre familiar, significa en principio “persona o cosa muy fea”, documentada como está hacia 1878. A finales del siglo XIX se utiliza como metáfora de “desatino literario”, hasta que don Ramón María del Valle-Inclán la reivindica como dnominación del género literario propio que crea y que deforma la realidad acentuando sus rasgos más grotescos. 

El adjetivo “esperpéntico” nos viene como anillo al dedo para calificar la situación que vive España que, tras la fuga del rey emérito, que además de cazador de osos y elefantes y acérrimo defensor de la tauromaquia era presidente honorífico de la WWF, una de las mayores organizaciones mundiales dedicadas a la conservación de la naturaleza, se plantea una cuestión tan nimia cómo la de escoger entre una forma política de sumisión u otra, entre monarquía o república. 


El rey emérito, cuyas andanzas sirven ahora a los medios de comunicación para desviar la atención de la grave crisis sanitaria y económica que padecemos, hizo una fulgurante aparición estelar en la televisión nocturna durante el golpe de Estado del 23-F, lo que le valió el título honorífico de salvador de la patria y la democracia, haciendo que le rindieran pleitesía todos sus vasallos, incluso aquellos que le llamaban Juan Carlos el Breve, aun cuando su verdadero papel fuera más que dudoso. 

Juan Carlos “el campechano”, el de los accidentes domésticos, el mujeriego, el misterioso motorista que se quita el casco y se descubre en cualquier gasolinera, ha sido el rey de una época en la que la política cedió, sumisa, a la economía. 

En el libro “La Cruz y la Corona. Las dos hipotecas de la Historia de España”, de Gonzalo Puente Ojea (1924-2017), publicado por editorial Txalaparta en 2011, se puede leer este magnífico retrato del Emérito (págs. 269-271): “...ocurrió que me quedé al frente de la Embajada de Atenas en funciones de Encargado de Negocios interino, en el otoño de 1962, cuando Juan Carlos de Borbón y su esposa se habían residenciado en aquella capital, en espera de que el Caudillo de España decidiese su futuro inmediato, en el contexto de la perspectiva de una probable ascensión al trono. Durante este tiempo se sucedieron abundantes y largos diálogos, casi todos de contenido político, que siempre con gran respeto y cordialidad me permitieron conocer a fondo la mentalidad y opiniones del Príncipe: su admiración sin límites a la persona y por la obra política del Caudillo. En cuanto a la persona, me dijo que era como su “segundo padre” (…) En cuanto a la obra, ensalzó una y otra vez la grandiosa transformación material y social de España, acusando su mentalidad exclusivamente pragmática, todo en la línea del “desarrollismo” de López Rodó o del “Estado de obras” de Fernández de la Mora. Lo que más le interesaba eran el estado de las Fuerzas Armadas, y en general lo relacionado con lo militar, y su dedicación al deporte, y al uso de máquinas de gran tecnología -aviones, automóviles, naves de guerra o competición. En marcado contraste con la personalidad del Conde de Barcelona, hombre apasionado por la política y por la historia contemporánea española, Juan Carlos jamás me habló de estos temas, y me pareció que pasaba olímpicamente de los graves problemas recientes y actuales de la nación, o del pasado trágico del pueblo español; por el contrario, su juicio sobre las personas que contaban en el escenario político -juicios que expresaba con su lenguaje abierto, colorista y popular- coincidía con la actitud favorable o desfavorable a sus aspiraciones a reinar. En rigor, pude apreciar con consternación que se trataba de un joven apolítico, egoísta y de su generación, orientado solo por sus apetencias dinásticas y sus aficiones lúdicas, y con bajísimo nivel cultural.  

Retrato de la familia de Juan Carlos I, Antonio López (2014)

Pero la preocupación que dejó en mi ánimo -y que confirmaron mis ulteriores conversaciones con él- fueron dos: su avidez de dinero, quizá generada en las relativas estrecheces de su niñez; y su absoluta ignorancia de las razones que condujeron a su abuelo paterno al exilio, más su insensibilidad ante la herencia de miseria y persecución que habían sufrido los perdedores de la feroz guerra civil y seguían padeciendo en el plano de la libertad de pensamiento y de expresión cuantos exigían legítimamente la supresión de la Dictadura, de la que él era el Delfín, para instaurar de nuevo una verdadera Constitución democrática elaborada por Cortes Constituyentes elegidas directamente por el pueblo.” 

No pretendo hacer un análisis de cuál es la forma preferible de Estado. Creo que en el fondo da lo mismo porque es indiferente. Monarquía y república son, grosso modo, las dos caras de una misma moneda, que es el Estado. Si la república le conviene en un momento dado a la clase política y económicamente dominante, habrá república. Por ahora parece que no es el caso, dado que estamos asistiendo a un relanzamiento de la imagen de la corona, centrándose en la figura de Felipe VI. Pero en realidad a los españoles, obedientes y sumisos, les da igual, están dispuestos a votar lo que les manden eligiendo entre la falsa opción de izquierda o derecha, y, si se presenta el caso, entre la monarquía o la república.