sábado, 14 de marzo de 2020

Los más felices del mundo

Quizá Suecia sea el mejor país del mundo pero parece que allí la gente no es muy feliz sin embargo. Si utilizamos como criterios de satisfacción la prosperidad económica, la democracia, la competitividad, la cooperación social, la conciencia ecológica o la honestidad, está claro que la palma se la llevan los países nórdicos europeos. 

Pero según un estudio de la prestigiosa revista científica británica New Scientist, una red internacional de sociólogos ha evaluado los países del mundo para determinar dónde es más feliz la gente, siguiendo nueve criterios tales como tendencia genética a sentirse feliz, matrimonio (¡qué índice de felicidad más extraño este!), número de amigos, limitación de expectativas, deseos o ambiciones, hacer el bien, creencia, no compararse con los demás, mejor forma de ganarse la vida, y buen envejecimiento. 

Dos hermanas, Pierre Auguste Renoir, 1881

Los resultados muestran que la gente más feliz no vive allá entre los hiperbóreos, en el mejor país del mundo, que sería Suecia, sino en el hemisferio sur: en Nigeria, seguida de México, Venezuela, el Salvador y Puerto Rico, en este orden. 

Esta conclusión no convierte a Nigeria en un nuevo Edén, pues no deja de ser uno de los países más pobres del planeta, pero muestra que no hay relación directa entre riqueza económica y la felicidad. 

Antes bien, parece que la economía es un factor inhibidor de la felicidad ("happiness supressant"), algo que ya sabíamos o intuíamos, por otra parte. 

¿Por qué tienden, en ese caso, todos los gobiernos del mundo a mejorar la economía? ¿Por qué nos dejamos gobernar por las entidades bancarias y por los Mercados?

viernes, 13 de marzo de 2020

El caso del monje Virila

Una tarde de primavera, el abad del monasterio salió a pasear por la serranía de Leyre, en el antiguo reino de Navarra, como hacía todas las tardes por costumbre. El viejo abad, sin alejarse mucho del convento,  caminaba imbuido en sus muchas cavilaciones, hasta que sintió fatiga y se sentó a reposar junto a una fuente, donde permaneció absorto durante un rato en el que se le fue, como suele decirse, el santo al cielo escuchando, junto al fresco murmullo del agua, el canto melodioso de un ruiseñor embelesado.

De vuelta por la noche al monasterio, encontró que todo era diferente, como si todo hubiera cambiado de repente por arte de magia. El hermano que abrió el portón no reconoció a aquel hombre que afirmaba ser el abad, y creyó que había perdido la cabeza, ni él reconoció tampoco al portero, cuyo rostro apenas le resultaba familiar, como los rostros y los hábitos de todos los frailes que le salieron al encuentro. Todos unos perfectos extraños. El propio convento seguía en pie, y, aunque era sin duda el mismo de siempre, algo le decía que era diferente. 


Tras consultar los archivos, descubrieron que hacía trescientos años, un monje de aquel cenobio, llamado Virila, que había regentado el monasterio,  había salido una tarde de paseo y no había vuelto nunca más, por lo que se supuso que habría sido devorado por alguna alimaña. 

Virila, tal era el nombre del hombre, había estado oyendo el efímero canto de un ruiseñor durante un instante, cuando en realidad habían transcurrido tres siglos. El abad se había dejado llevar por el canto del ruiseñor, y se había fundido de hecho con el cántico melódico mismo del ave, uniéndose el sujeto y el objeto, y desapareciendo en esa unión el cronómetro del tiempo. 

Esta experiencia por muy singular que parezca no es ajena al individuo común de cualquier época y lugar. Sucede en los raros momentos en que el pintor se funde con el cuadro y el paisaje que está pintando,  o el alpinista con la escalada, de la misma manera que el oído se hace uno con la música que escucha. 

Nuestra vida, si bien la consideramos, se reduce por una parte a pasado, o sea, a biografía, y por otra a proyectos de futuro, ya sean temores o deseos, si no son ambas cosas. Y nada más. Pero ni en el futuro pasa nada ni en el pasado tampoco. 

Y ¿ahora? Ahora pasa algo, otra cosa, algo que escapa fuera de la realidad, algo de lo que sólo podemos ser conscientes cuando salimos de ella, cuando dejamos de vivir en el pasado y en el futuro, cuando como al abad Virila se nos va el santo al cielo y nos fundimos con el cántico del ruiseñor . 

Es el tiempo del goce de la experiencia del ahora, que conecta en cada momento con la vida que pasa, y que nos saca de la realidad gracias a esa válvula de escape que es “aquí y ahora”. Una vez que hemos salido de la realidad, ¿no son lo mismo tres siglos que tres minutos?

miércoles, 11 de marzo de 2020

Madrid amanecía (seguidillas para el 11 de marzo)

Madrid amanecía del sueño a cuestas. Era un once de marzo como cualquiera. 

Otro día de tantos de dura brega, de lucha por la vida, que no era fiesta. 

Desde los arrabales los trenes vuelan, zarpan uno tras otro, a toda vela hasta el corazón mismo de la gran bestia, la urbe que nos deslumbra, falsa moneda. 

Va la plebe al trabajo sin que se sepa que para mucha gente puede que sea éste su último viaje, y que no vuelvan. 




Van a que los engulla, vivos, la fiera máquina en su engranaje, rutina ciega, a inmolarse en sus aras a tumba abierta, a jornal mercenario de unas pesetas, a ganarse la vida, ay, y a perderla.

Estallaron las bombas, malditas sean. Desgarran cuerpos y almas en que hacen presa. Nadie puede creerlo ni se hace idea. 

Ya galopa el dolor a rienda suelta. Se abren, vivas, las carnes, rotas las venas. 

Deja, roja, en el alba la sangre huella. A la estación de Atocha la muerte llega, la que nadie esperaba, la que no espera.

martes, 10 de marzo de 2020

Un virus de destrucción y distracción masiva

La periodista Tamara Pearson en su lúcido y necesario artículo  "Todas las epidemias devastadoras de las que el coronavirus nos está distrayendo", All the Devastating Epidemics That Coronavirus is Distracting Us From publicado en la lengua del Imperio el 6 de marzo aquí muestra cómo los medios de masificación hacen un seguimiento diario –y la Red casi minuto a minuto y segundo a segundo- de los muertos que van cayendo y los contagiados del coronavirus, y cómo la cobertura de esta vírica pestilencia, tan innecesaria como alarmista, oculta otras epidemias y pestes que se ciernen sobre nosotros mucho más graves, virosas y amenazadoras que de este modo nos pasan desapercibidas. 

Han muerto lamentablemente 3.000 personas de coronavirus en los últimos dos meses, a razón de 50 personas al día en todo el mundo. Pero hay otras epidemias de las que no nos informan comparativamente mucho mayores, y con las que convivimos sin darnos mucha cuenta y sin que los gobiernos hagan nada por evitarlo. 


Estos son los datos reveladores y abrumadores que aporta T. Pearson y que pueden contrastarse en las fuentes autorizadas que cita su artículo: 
87.000 mujeres al año, o 238 al día, asesinadas. 
36.000 personas al día se ven obligadas a huir de sus hogares, habiendo un total de 70,8 millones de personas actualmente desplazadas por la fuerza. 
24.600 personas mueren cada día de hambre y 820 millones  no tienen suficientes alimentos que comer. 
10.000 personas mueren diariamente por falta de acceso a la atención sanitaria. 
6.000 personas mueren diariamente por accidentes o enfermedades relacionadas con el trabajo, siendo 2.3 millones de personas al año. -Hay 340 millones de accidentes laborales cada año. 
2.191 personas mueren por suicidio cada día enel mundo, 800.000 al año. 
1.643 personas mueren cada día debido al tabaquismo pasivo.
740 peatones mueren atropellados en las carreteras cada día.
Alrededor de 998 millones de mujeres en el mundo han sufrido violencia sexual (lo que supone un 35% de las mujeres). 
En cualquier momento dado, alrededor de 40.3 millones de personas padecen algún tipo de trabajo o matrimonio forzados. 
Un área forestal del tamaño del Reino Unido se destruye en el mundo cada año.  
Hay 150 millones de personas sin un lugar donde vivir y 1.600 millones de personas que viven en habitáculos en malas condiciones. 
– Mas del 50% de los indígenas adultos sufren diabetes del tipo 2. 
– Unas 560.000 personas aproximadamente fueron asesinadas en Siria en diciembre de 2018. 
– Casi la mitad de la humanidad vive con menos de 5 dólares y medio al día. 

 

Cada cual puede sacar sus propias conclusiones de los datos anteriores, habida cuenta de que hay muchas otras epidemias y pandemias más que no están debidamente cuantificadas en este mundo nuestro, pero lo que está claro es que los medios de masificación están fomentando el pánico, no vamos a decir innecesario, sino necesario sólo para asegurar el dominio del Estado y el Capital a través de la sumisión de la gente a lo que está mandado:  adquirir mascarillas-bozales en las farmacias y lavarse compulsivamente las manos,  no besar ni abrazar ni extenderle la mano a nadie, así como encerrarse en casa bajo arresto domiciliario masivo y cuarentena y no querer visitar a nadie, evitando aglomeraciones y fomentando la dispersión.  

De alguna manera hay que decir -alguien tiene que decirlo- que el periodismo que se está haciendo sobre el tema -inflando el globo del coronavirus COVID19 (COrona VIrus Disease 2019 o enfermedad del coronavirus del año 2019 en la lengua del Imperio, habrá que esperar a la actualización de 2020 para coger el último modelo de su aplicación práctica, como decía el chiste) es una forma de terrorismo, terrorismo informativo, es verdad, pero terrorismo al fin y al cabo, en el primer sentido de la palabra ("dominación por el terror"), porque está sembrando el pánico innecesario entre la población mundial y porque está silenciando interesadamente las otras y más letales pestes de las que habla Tamara Pearson en su estupendo artículo.  

Un vídeo de Jesús Quintero, el inolvidable Loco de la Colina, de hace unos cuantos años sobre el mismo tema sigue estando de rabiosa actualidad por aquello de  que hoy es siempre todavía:

 

domingo, 8 de marzo de 2020

Zenón dispara otra vez




Se oye sordo disparo, huele la tarde a pólvora. 
Una bala, calibre diez parabellum, rauda, 
disparada, derecha viene a mi corazón
del revólver que Samuel Colt inventó: un moderno
desalmado Zenón, ay, apretó el gatillo,
y esa bala, perdida, no a su destino, llega:
no es por falta ni yerro de puntería el caso:
antes de recorrer toda la trayectoria
desde el arma automática hasta mi pecho abierto
deberá recorrer una mitad del trecho,
y antes de esa mitad otra mitad y aún otra
y otra... ¿Dónde se pierde, dí, el proyectil entonces
en carrera infinita, quieta, por el espacio?
¿Dónde está el proyectil que ha de matarme vivo?
Me has herido, Zenón, sin que me alcance aún
ese tiro de muerte que ha de matarme ahora.
Sordo se oye disparo, huele la tarde a pólvora. 

 
 La flecha de Zenón de Elea

sábado, 7 de marzo de 2020

Del adoctrinamiento universitario

Unas declaraciones de la atolondrada, voy a decir, Ministra de Igualdad del Gobierno de España, doña Irene Montero, que ha defendido a capa y espada el derecho de toda mujer a llegar "sola y borracha" a su casa (mejor hubiera dicho "sola y a altas horas de la madrugada", porque lo de llegar a casa beodo uno o beoda una -igual da, que eso es la igualdad, nombre del ministerio que ella regenta- sin ayuda de nadie es un poco difícil, sobre todo cuando se roza el coma etílico-, sus declaraciones, decía, oídas de pasada en alguna cadena de televisión pública o privada, no recuerdo bien, pero igual da que da lo mismo, me han hecho recapacitar un poco sobre la función de la maltrecha Universidad en estos tiempos que nos corren.

Me explico. Le preguntaban los periodistas su opinión sobre el escrache que había sufrido recientemente el Vicepresidente don Pablo Iglesias, su pareja y padre de sus hijos, a cargo de unos estudiantes izquierdistas en un acto universitario al grito de "¡Fuera vendeobreros de la Universidad!", y ella defendiendo la libertad de expresión de los estudiantes, lo que la honra y me parece muy loable por su parte, alegaba que la Universidad era, lo oí de pasada, pero se me quedó grabado, un "centro de creación de ideas" (sic). Me quedé estupefacto con esta formulación que se le escapó a la ministra, que la soltó allá te va, a topa tolondro, es decir, sin mucha reflexión sobre lo que estaba diciendo -de ahí lo de atolondrada, que decía al principio-, pero por eso mismo es muy significativa y sintomática, aunque los medios no se hayan hecho eco que yo sepa,  de lo que realmente piensa en su fuero interno sobre nuestra alma mater, y analizándola me dije a mí mismo: cuánta verdad ha dicho sin querer decir lo que decía la ministra. 

 Plaza de Feijoo, Facultad de Psicología,  Oviedo

No dijo que la Universidad fuera un centro de difusión de ideas que se someten a la criba de la razón, lo que hubiera sido una expresión acertada y con la que podríamos estar todos muy de acuerdo. Tampoco dijo que fuera un centro de discusión de ideas y de libre pensamiento, donde cabían y se discutían libremente todas las ideologías, que sería mucho más noble y acertado todavía. Dijo que era un centro de "creación", literalmente eso dijo, es decir, de fabricación, de generación, de implementación, como dicen ahora con horrísono palabro de cinco sílabas, es decir, donde va uno con la cabeza vacía y se la amueblan enseguida con la argamasa del ideológico adoctrinamiento. 

Para que le metan a uno ideas en la cabeza no merece la pena, me parece a mí, matricularse en ninguna facultad. Todos tenemos ideas, muchas ideas, demasiadas ideas e ideología, y no tenemos ninguna necesidad de que nos inculquen ninguna más, sino más bien de lo contrario. Lo que debería, precisamente, hacer cualquier Universidad que se precie un poco es ayudarnos a desembarazarnos de los enquistamientos de las muchas que tenemos.

La Universidad, al menos la que yo recuerdo y a lo mejor tengo un poco idealizada, lo reconozco, era un centro de discusión, o mejor dicho, de deconstrucción, esto es de "desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual por medio de su análisis, mostrando así contradicciones y ambigüedades" según reza la Academia, de las muchas ideas que hay establecidas. 

Pero resulta reveladora, ya digo, la definición de la señora Montero de lo que es la Universidad española actual: un establecimiento donde se crean ideas políticamente corregidas, o, con un lenguaje más acorde al de la ministra, "un taller de ideas". Y es que ella, mucho más joven que yo y víctima que ha sido de la ESO española y del plan Bolonia, ha conocido otra Universidad, sin duda alguna, muy distinta de la mía, donde vas cual tabula rasa y te meten enseguida ideas en la cabeza para comerte el coco,  como en mis tiempos se decía.
 

viernes, 6 de marzo de 2020

Bullshit jobs

Escribía el profesor David Graeber en un artículo publicado en The Guardian el 4 de mayo de 2018 I had to guard an empty room: the rise of the pointless job sobre lo que él denominaba el surgimiento de los trabajos sin sentido, popularmente llamados bullshit jobs, que podríamos traducir como "trabajos de mierda" (la traducción "trabajos de caca-de-vaca" sería demasiado idiomática), es decir, de aquellas ocupaciones que no tienen ninguna razón de ser desde el punto de vista del propio trabajador que tiene que desempeñarlas cada día, pero que exigen que el empleado finja creer -al final todo es cuestión de fe, sea fingida o  sea real- que hay una buena razón para llevarlas a cabo.

 The gold, Stanislav Plutenko (2010)

Y citaba el siguiente testimonio, que no tiene desperdicio, de un vigilante de seguridad que quería quedar en el anonimato encargado de salvaguardar la sala vacía de un museo: Trabajé como guardia de museo para una compañía de seguridad multinacional encargado de una sala de exhibición que había quedado inutilizada. Mi trabajo consistía en proteger esa sala vacía, asegurándome de que ningún visitante del museo tocara, bueno, nada de ella, porque no había nada que tocar, y vigilar que nadie provocara un incendio. Para mantener mi mente despierta y concentrar mi atención, se me prohibió cualquier forma de distracción mental, como libros, móviles, etc. Como nunca había nadie allí, me quedé quieto y moví los pulgares durante siete horas y media, esperando que sonara la alarma de incendios. Si así fuera, debía levantarme con calma y salir. Eso era todo.

Se me ocurre que la definición que da Graeber del bullshit job se puede generalizar a la mayoría de los trabajos y ocupaciones en los que nos empleamos los humanos seres, y no sólo al caso escandaloso del segurata de la sala vacía que cita, lo que me trae a la memoria aquella frase del cómico norteamericano ya fallecido William Melvin Hicks, más conocido como Bill Hicks, que decía que había dos drogas legales -aparte de todos los venenos farmacológicos existentes- que nuestra civilización occidental toleraba -y aún fomentaba, diría yo-: cafeína de lunes a viernes que nos estimule y proporcione la energía suficiente para desempeñar nuestro bullshit job, y alcohol de viernes a domingo para olvidar y mantenerse uno tan abducido por la estupefacción que no se percate del círculo vicioso en el que vive.





Se le atribuye, por cierto, a David Graeber la siguiente e ingeniosa ocurrencia que revela el engaño del sistema democrático en el que vivimos: Pregunta: ¿Cuantos votantes hacen falta para cambiar una bombilla? Respuesta: Ninguno. Porque los votantes (y sus votos) no pueden cambiar nada.

jueves, 5 de marzo de 2020

Antivirales

Hay un virus peor que el coronavirus, peor que el trancazo que arrastra uno semanas enteras todos los inviernos, peor que la gripe española de 1918, la asiática, la aviaria, la mexicana, la porcina, o la china del siglo XXI,  cuya amenaza se cierne ahora sobre todos nosotros como espada de Damoclés: es el virus del miedo. 

Esa epidemia o, mejor dicho, pandemia porque amenaza al conjunto de toda la población, que está ahora tan de moda, hace que nos pongamos mascarilla hasta para besarnos en la boca: el miedo a la muerte, que se traduce en el miedo a contraer el susodicho virus de gripe o cualquier otro que se inventen y se tercie y pueda arrastrarnos hasta el otro barrio en la barca de Caronte. Pero es mentira: mi muerte, la mía propia, ni es inmediata ni está presente ni es mía propiamente hablando, sino siempre ajena y siempre por venir, aunque no se sepa a dónde ni cuándo. 


¿Para qué sirven entonces los virus? Aventuro algunas respuestas antivirales que no se excluyen sino que se complementan entre sí poliédricamente.

Para inocularnos el miedo, en primer lugar, que es el peor de todos los virus. El pánico es la auténtica epidemia que se convierte en pandemia que afecta a todo Cristo y de la que no se salva ni Dios, la más perniciosa de las pestes: virus que están sembrando los medios que se dicen de comunicación y que lo que hacen es todo lo contrario, incomunicarnos, porque lo realmente doloroso de la situación que atravesamos no es la gripe en sí, que es tan vieja o más que el catarro, sino la cobertura mediática desproporcionada que la Red convierte, además, en instantánea sembrando información cancerígena constantemente "en tiempo real". 

Para exorcizar una serpiente de verano en pleno invierno y cambio climático que nos haga olvidarnos de otros problemas más graves como el paro, el trabajo, la crisis, y demás, que eran virus más endémicos y pandémicos que la epidemia susodicha. 

Para alimentar a los mencionados y sedicentes medios de comunicación que, so pretexto de informarnos, nos incomunican, crean el fantasma de la opinión pública, generando masas alarmadas consumidoras de noticias y proporcionando temas de conversación cuando se agotan los consabidos y siempre recurridos de la crónica de sucesos y el tiempo atmosférico. 

Para enriquecer a los laboratorios y empresas farmacéuticas, o multiplicar la producción de las fábricas de preservativos como sucedió a raíz del SIDA, que se frotan ya las manos con el negocio de preparar millones de dosis de vacunas, mascarillas...

Para salvaguardar a los gobiernos y autoridades sanitarias, dejándolos en buen lugar, ya que ellos se preocupan de salvaguardarnos a los electores y contribuyentes suministrándonos los consejos profilácticos y las inyecciones que parece que van a salvarnos de una enfermedad grave o muerte inmediatas "por razones de salud pública y seguridad". 

Esto no es una teoría de la conspiración, sino la conspiración de la teoría y del pensamiento y el sentido común contra la sinrazón: pretenden silenciarnos con la mordaza de una mascarilla higiénica para que no abramos la boca y no hagamos uso de nuestra libertad de expresión y expresemos nuestra rebeldía contra el miedo que nos inculcan y la cuarentena que nos quieren imponer a todos en el cuerpo y en el alma. ¿Pandemia? La única pandemia que hay es la de la estupidez reinante y viralmente coronada.

miércoles, 4 de marzo de 2020

Una epidemia viral

Raro era el año en que no se publicaba alguna noticia sobre alguna nueva gripe, virus, peste o epidemia que los creadores de la opinión pública se sacaban de la manga  y que resultaba al fin y a la postre más vieja que el catarro de Matusalén. 

Los que tenemos algo de memoria histórica, por poca que sea, recordamos aquellas gripes de la primera década del siglo, en primer lugar, la aviar con flagrante anglicismo, o aviaria, mejor llamada,  y después la que empezó llamándose "mexicana", luego "porcina" y al final, con una denominación más científica y aséptica, gripe A o, más técnicamente, gripe H1N1. 

Se dijo que esas gripes eran una pandemia como en otro tiempo se hubiera dicho que eran una maldición de Dios como la peste. Y recuerdo que todo un jefe de Estado se dirigió a toda una nación y le habló de un virus “nuevo e incurable” que ya había causado varios muertos, y les pidió a los ciudadanos que no salieran a la calle, que no fueran a la escuela, ni al cine, ni a misa, ni a ninguna parte, imponiéndole una suerte de efectivo arresto domiciliario a todo un país de cien millones de habitantes como era México entonces, clausurando la vida pública y recluyéndola en el retrete de la privacidad para que la ciudadanía no se diera cuenta de lo que pasaba en la calle, y lo que pasaba en la calle era que en la calle, al fin y a la postre, no pasaba nada que no hubiera pasado ya, salvo el pánico que habían sembrado la alocución del presidente del gobierno, las autoridades sanitarias y los medios de comunicación. 

En España y en el mes de agosto del año 2009, el Colegio Oficial de Médicos de Madrid se cubrió de gloria colgando aquella memorable pancarta de casi treinta metros de largo en la fachada de su sede en la madrileña calle de Santa Isabel "en prevención de la gripe A" que decía: "No beses, no des la mano, di hola".


Incluso la presidenta de aquella institución llegó a declarar a la sazón que los españoles "afortunada o desafortunadamente" éramos muy propensos “a tocarnos y besarnos, incluso con las personas poco conocidas". Y llegó a proponer que imitáramos el saludo japonés, que resultaría, digo yo, no sólo más respetuoso y reverencial, sino también más saludable, y que, como se sabe, se hace inclinando la cabeza, a no menos de un metro de distancia, sin contacto corporal. 

Raro es el día a fecha de hoy en que no se publica alguna noticia sobre la gripe china, italiana, o más técnicamente coronavirus o COVID-19, para no estigmatizar a los chinos ni a los italianos, cuántos contagiados, cuántos muertos van cayendo... Se lo llamó, por cierto, coronavirus o virus coronario -lo de virus es obvio, veneno en latín-  porque, observado al microscopio, ya que a simple vista no hay quien lo vea y hay que verlo para creerlo, guardaba semejanzas con la imagen de la corona solar, siendo sus protuberancias como rayos solares.

 El virus a la izquierda y la corona solar a la derecha.


La palabra procede del latín corona con el significado actual de diadema, y esta del griego κορώνη (corone) que era el nombre específicamente de la corneja (cornix en latín) y genéricamente del cuervo (corvus corax). ¿Cuál era la relación entre nuestra corona y estas aves? No otra que la característica forma curva de su pico. 

Pero preguntémonos: cui bono prosit?  ¿A quién le beneficia? ¿Para qué sirvió en aquel entonces -y para qué sirve ahora- la información alarmista que proclamaba la universalidad y globalización de aquellas primeras pandemias del siglo XXI con consecuencias y efectos devastadores, que obligaban a la sociedad y a los gobiernos a ponerse mascarillas, tomar toda clase de medidas higiénicas y profilácticas como lavarse compulsivamente las manos y prepararse para combatirla mediante provisión de vacunas para la población? 

¿Para qué sirvió después la dosis de información tranquilizante que aseguraba que la gripe A tenía síntomas muy leves, que era mucho más benigna incluso que la gripe común y que podíamos inmunizarnos contra ella en casa mediante cualquier antiviral ya existente, o resignarnos a pasarla sin ninguna grave consecuencia durante una semana, pues ya se sabe lo que se dice de la gripe: que dura una semana con tratamiento y siete días sin él? 


Inventan una epidemia que se viraliza y hace pandemia globalizándose enseguida para imponer medidas restrictivas de la libertad a la población. 

Como dice Giorgio Agamben en un lúcido análisis sobre la incidencia del coronavirus titulado La invención de una epidemia publicado en versión original en italiano el 26 de febrero aquí: Parecería que, habiendo agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites. 



Todas las enfermedades que se han considerado epidemias en las dos décadas recientes, incluido el Covid-19 o coronavirus, han producido muchos menos muertos que enfermedades comunes y corrientes, como la gripe –de la cual, según la Organización Mundial de la Salud, mueren hasta 650 mil personas cada año en todo el mundo mundial. No obstante, estas nuevas epidemias sirven de pretexto a los gobiernos y autoridades sanitarias para declarar el estado de emergencia "por razones de salud y seguridad pública" con graves restricciones de la libertad por decreto ley.

martes, 3 de marzo de 2020

Faldas y pantalones

Antes el varón era el único que llevaba los pantalones: el cabeza de familia, el que ganaba el pan con el sudor de su frente prostituida al trabajo asalariado, el que iba a la guerra a morir por la patria y a pelear como macho por la propiedad y el usufructo del coño de la hembra, mientras que la mujer se ocupaba de “sus labores”, un cajón de sastre donde entraban las que se consideraban tareas propias de su sexo: cocinar, fregar platos, parir y criar a los niños, planchar y lavar los calzoncillos realmente sucios de su querido esposo y vástagos varones y un largo etcétera.  



Con la llamada “liberación” femenina, las féminas se han puesto también los pantalones, convirtiéndose en hombres de hecho, pero los hombres no nos hemos puesto faldas, ojo, o sólo lo hemos hecho en carnavales, por lo que no dejan de ser un disfraz en nuestro caso. La igualdad sólo se ha dado en un sentido. La mujer se equipara al hombre pero no el hombre a la mujer. El hombre que se pone faldas si no es carnaval es por lo menos un travestido, si no un degenerado o un marica, mientras que la mujer que se pone pantalones es una mujer moderna, una chica de hoy día. 

Actualmente los progres(istas), que se consideran paladines libertadores de las princesas, ven con buenos ojos que las féminas puedan mandar y adoptar cargos públicos, siendo copartícipes activas de la represión y del mantenimiento del orden establecido.

Bien mirado, no hemos avanzado mucho: lo único que ha progresado es la represión, por eso resulta un tanto sarcástico declararse progres(ista) en ese sentido de la palabra: porque lo que progresen son las formas de dominación.  No menos sarcástico resultaría considerarse conservador, sin aclarar qué es lo que uno considera digno de conservación.




La realidad es que tanto varones como hembras pueden gobernarnos  a los demás hombres y mujeres como quieran, lo que tiene que ver con el autoritarismo existente en la sociedad, que obedece a la voz de mando tanto de Isabel como de Fernando, igual da ya el timbre masculino o femenino de la voz.

Antes el autoritarismo era únicamente viril, militar, machista, patriarcal; ahora puede ser también feminista: es algo independiente del hecho de tener pene o vulva, lo que no deja de ser una falsa liberación. Sólo nos hemos librado del prejuicio de que la autoridad era masculina, porque ahora puede ser también femenina, pero no nos hemos liberado de lo que más importaba, que era de la propia autoridad. 

No nos hemos librado del Poder, con mayúscula, que ha resultado a la postre así, con la incorporación y el llamado   empoderamiento de la mujer, fortalecido.

lunes, 2 de marzo de 2020

El sueño de Asfalión

Cuenta Teócrito de Siracusa, o, si no fue él, a él se le ha atribuido la historia, que dos viejos pescadores muy pobres compartían una humilde choza a la vera del mar donde guardaban sus escasas pertenencias y los aparejos de la pesca. Uno de ellos, llamado Asfalión, se despertaba siempre en plena noche varias veces porque no lograba conciliar el sueño, atormentado por constantes pesadillas e inquietudes. Aunque era verano y las noches estivales eran cortas, a él se le hacían sin fin, interminables. Un sueño recurrente le asaltaba cada vez que los párpados se le cerraban. Soñaba que echaba al mar el anzuelo con el cebo desde una roca y que de pronto picaba un gran pez resplandeciente y brillante como un sol. Tras no pocos esfuerzos, lograba sacarlo y resultaba ser un pez de oro macizo digno del mismísimo Posidón, dios y señor de todos los océanos, que guardaba en el fondo del mar todos los tesoros de cientos de navíos hundidos, o una joya del ajuar de su cónyuge Anfitrite. 


La alegría de Asfalión era inmensa, porque se veía de repente inmensamente rico, como el rey Midas, que todo lo que tocaba lo convertía en oro, el noble metal de una pureza extraordinaria que no admitía mixtura ni corrupción ni podía ser falsificado. Juraba entonces solemnemente no volver a pescar más; y en ese mismo instante despertaba. 

Había comprendido que su sueño, el sueño de todo pescador, era verse libre de la pesca, como el sueño o expresión del deseo de todo trabajador es librarse del trabajo, y que gracias al pez de oro que había pescado quizá lo lograría... Le contó el sueño a su amigo, a fin de recabar su opinión, preocupado como estaba por si debía mantener la promesa que se había hecho a sí mismo en el curso de su sueño. Su compañero interpretó que el juramento no tenía ningún valor, igual que el pez de oro que había soñado, y que era mentira e ilusión,  un pez falso como la falsa moneda(1), por lo que más le valía echar la caña al mar como todas las mañanas y pescar un pez corriente y moliente, carnal, con sus espinas y escamas, que ese era el mayor tesoro del fondo marino, y olvidarse del oro y sus riquezas si quería llevarse algo a la boca a la hora del almuerzo. 

(1) Las primeras monedas fueron acuñadas en el antiguo reino de la Lidia. Pero enseguida comenzaron a proliferar las falsificaciones. Para detectarlas se utilizó la llamada piedra de toque, piedra de Lidia o lidita, un jaspe de color negro que servía para distinguir el oro verdadero y no confundirlo con el falso. La moneda falsa, hecha con plomo, tenía un baño dorado que imitaba al oro puro y de ley de veinticuatro quilates, que a simple vista confundía. Rayándola con la piedra de toque y echando un ácido se revelaba enseguida la falsedad de la moneda. 

En nuestra época moderna y contemporánea apenas circulan ya monedas ni billetes, lo que se llama dinero metálico o efectivo. El dinero material está en vías de extinción, si no ha desaparecido ya. La piedra de toque en nuestros días no puede ser otra que la inteligencia que dé razón a lo que todos sentimos en nuestro corazón.  ¿De qué podría servirnos la piedra de Lidia aquí y ahora si no es para denunciar la falsedad, que todos sospechábamos en nuestro fuero interno, de todas las monedas y billetes de banco tanto falsos como verdaderos, que circulan por el mundo todavía, y de todo el inmenso caudal de dinero inmaterial, no por espiritual menos real que el otro, el físico y tangible? 


"Los hombres tienen una piedra de toque con la que probar el oro, pero el oro es la piedra de toque con la que probar a los hombres", escribió el clérigo e historiador británico Thomas Fuller en el siglo XVII y en la lengua del imperio haciendo un significativo juego de palabras: ("Men have a touchstone whereby to try gold, but gold is the touchstone whereby to try men"). 

Los hombres no deberían preferir, como suelen hacer, el oro a las cosas adquiridas con él, porque las cosas, incluidas todas las personas en ese común denominador, siempre valdrán más que el oro, por muy pobres y humildes que sean, porque el oro no deja de ser un valor de cambio, un medio y no un fin, con que se compran y se venden. Serían hombres de poca valía si prefieren el oro a las cosas y personas, porque la posesión de este metal precioso, que es el más noble, envilece a aquél que lo posee, como el ejercicio del poder corrompe al que lo ejerce. Por eso se denomina "vil metal" al más puro y acrisolado de todos los metales.