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jueves, 28 de julio de 2022

Trabajo asalariado y esclavitud

    Una cita de David Graeber sobre la relación que puede haber entre el trabajo asalariado y la esclavitud pone las cosas para que las entendamos en su sitio: Los primeros contratos salariales que se conocen fueron en realidad los de los esclavos. ¿Qué os parece un modelo de capitalismo surgido de la esclavitud? Donde algunos antropólogos como Jonathan Friedman afirman que la esclavitud no era más que una versión antigua del capitalismo, nosotros podríamos argumentar fácilmente, de hecho con mucha más facilidad, que el capitalismo moderno es en realidad una versión renovada de la esclavitud. Ya no es necesario un grupo de personas que se dedique a vender o alquilar a otros seres humanos, nos vendemos nosotros mismos. Pero en definitiva no existe una gran diferencia. ('Fragmentos de antropología anarquista', edit. Virus, Barcelona 2017).

    La idea subrayada por mí en negrita de que "nos vendemos nosotros mismos" se agrava con la autoexplotación, como la define Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio (edit. Herder, 2015): El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación. Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad. El explotador es al mismo tiempo el explotado. Víctima y verdugo ya no pueden diferenciarse. 
 
    Nada más engañoso, en efecto, y autocomplaciente que ese sentimiento de libertad que acompaña según el coreano a la autoexplotación porque uno se engaña a sí mismo creyéndose erróneamente libre al no ser explotado por los otros.

    El hombre depresivo -escribe Han- es aquel animal laborans que se explota a sí mismo, a saber, voluntariamente, sin coacción externa.
 
Del homo faber al animal (tele)laborans
 

    En La agonía de Eros (edit. Herder 2015) desarrolla Byung-Chul Han esta teoría: El sujeto actual del rendimiento se parece al esclavo hegeliano, si bien con el detalle de que no trabaja para el amo, sino que se explota de manera voluntaria a sí mismo. Como empresario de sí mismo es amo y esclavo a la vez. Se trata de una unidad funesta que Hegel no pensó en su dialéctica. El sujeto de la propia explotación está privado de libertad en idéntico grado que el sujeto de la explotación ajena. Si entendemos la dialéctica de amo y esclavo como historia de la libertad, no se puede hablar del final de la historia, pues todavía estamos muy lejos de ser realmente libres. Bajo esa hipótesis, hoy nos encontramos en un estadio histórico en que el amo y el esclavo forman una unidad. Somos amos del esclavo o esclavos del amo, pero no hombres libres, cosa que habría de hacerse realidad, justo al final de la historia. Y según lo dicho, la historia, entendida como historia de la libertad, no ha llegado al final. Sólo llegaría al final cuando nosotros fuéramos libres de hecho, cuando no fuéramos ni amos ni esclavos, ni esclavos del amo, ni amos del esclavo.

viernes, 6 de marzo de 2020

Bullshit jobs

Escribía el profesor David Graeber en un artículo publicado en The Guardian el 4 de mayo de 2018 I had to guard an empty room: the rise of the pointless job sobre lo que él denominaba el surgimiento de los trabajos sin sentido, popularmente llamados bullshit jobs, que podríamos traducir como "trabajos de mierda" (la traducción "trabajos de caca-de-vaca" sería demasiado idiomática), es decir, de aquellas ocupaciones que no tienen ninguna razón de ser desde el punto de vista del propio trabajador que tiene que desempeñarlas cada día, pero que exigen que el empleado finja creer -al final todo es cuestión de fe, sea fingida o  sea real- que hay una buena razón para llevarlas a cabo.

 The gold, Stanislav Plutenko (2010)

Y citaba el siguiente testimonio, que no tiene desperdicio, de un vigilante de seguridad que quería quedar en el anonimato encargado de salvaguardar la sala vacía de un museo: Trabajé como guardia de museo para una compañía de seguridad multinacional encargado de una sala de exhibición que había quedado inutilizada. Mi trabajo consistía en proteger esa sala vacía, asegurándome de que ningún visitante del museo tocara, bueno, nada de ella, porque no había nada que tocar, y vigilar que nadie provocara un incendio. Para mantener mi mente despierta y concentrar mi atención, se me prohibió cualquier forma de distracción mental, como libros, móviles, etc. Como nunca había nadie allí, me quedé quieto y moví los pulgares durante siete horas y media, esperando que sonara la alarma de incendios. Si así fuera, debía levantarme con calma y salir. Eso era todo.

Se me ocurre que la definición que da Graeber del bullshit job se puede generalizar a la mayoría de los trabajos y ocupaciones en los que nos empleamos los humanos seres, y no sólo al caso escandaloso del segurata de la sala vacía que cita, lo que me trae a la memoria aquella frase del cómico norteamericano ya fallecido William Melvin Hicks, más conocido como Bill Hicks, que decía que había dos drogas legales -aparte de todos los venenos farmacológicos existentes- que nuestra civilización occidental toleraba -y aún fomentaba, diría yo-: cafeína de lunes a viernes que nos estimule y proporcione la energía suficiente para desempeñar nuestro bullshit job, y alcohol de viernes a domingo para olvidar y mantenerse uno tan abducido por la estupefacción que no se percate del círculo vicioso en el que vive.





Se le atribuye, por cierto, a David Graeber la siguiente e ingeniosa ocurrencia que revela el engaño del sistema democrático en el que vivimos: Pregunta: ¿Cuantos votantes hacen falta para cambiar una bombilla? Respuesta: Ninguno. Porque los votantes (y sus votos) no pueden cambiar nada.