jueves, 26 de octubre de 2023

Historia, magistra uitae

    De la pregunta retórica que formula Cicerón en De Oratore (II,36) se ha sacado una definición de la Historia como 'maestra de la vida': "Pero ¿con qué otra voz si no es con la del orador, la historia, testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera de la antigüedad, se encomienda a la inmortalidad?" (historia uero testis temporum, lux ueritatis, uita memoriae, magistra uitae, nuntia uetustatis, qua uoce alia nisi oratoris immortalitati commendatur?).
 
    Quiere decirse con ella que el análisis del pasado ofrece elementos que ayudan en las elecciones y en los comportamientos del presente, y se utiliza muchas veces para animar al estudio de la historia, que es historiografía. No en vano la historia nace con la escritura. El término latino magistra, femenino de magister, está formado sobre el adverbio “magis” que significa “más”, y se contrapone a minister, formado sobre “minus”, que quiere decir “menos”, origen de nuestro ministro. Etimológicamente el maestro es el que nos enseña, y el ministro el que nos sirve. 
 
Clío, la musa de la Historia.
 
    Me acordaba de esta definición de Cicerón de que la historia es la maestra de la vida cuando leía la reflexión del poeta francés Paul Valéry (1871-1945), que en sus Miradas sobre el mundo actual y otros ensayos, escribía (el énfasis en negrita es mío):  
 
    La Historia es el producto más peligroso que haya elaborado la química del intelecto. Sus propiedades son bien conocidas. Provoca sueños, embriaga a pueblos enteros, les imprime recuerdos falsos, exagera sus reflejos, mantiene abiertas sus viejas heridas, los atormenta en su reposo, los induce a delirios de grandeza o de persecución, y hace a las naciones más amargas, arrogantes, insufribles y vanas. 
 
    La Historia justifica lo que se quiera. No enseña rigurosamente nada, pues lo contiene todo y proporciona ejemplos de todo. 
 
    ¡Cuántos libros se han escrito titulados “la lección de esto, las enseñanzas de aquello”!  Nada podría ser más ridículo de leer tras los acontecimientos que siguieron a los acontecimientos que estos libros interpretaban en la dirección del futuro.
 
    En el estado actual del mundo, el peligro de dejarse seducir por la Historia es mayor que nunca. 
 
La Musa Clío, Pierre Mignard (1689)
 
    La argumentación de Paul Valéry contra Clío, la Historia como magistra uitae es que no puede enseñarnos nada porque contiene ejemplos de todo, de una cosa y de su contraria. La musa de la Historia, Clío, la grandilocuente, la mentirosa, -Clío, cantando hazañas, devuelve al pasado su tiempo- se encarga de engañarnos haciéndonos creer que hay otras épocas, y que la nuestra, que es en verdad la única que hay aquí y ahora, comparada con las pasadas, que sólo existen en la memoria de esta,  es mejor o peor que aquellas, ocultándonos el hecho fundacional que inaugura la Historia Universal que es nuestra expulsión del paraíso, y que toda la historia desde entonces no es más que la crónica de nuestro destierro y del exilio.
 
    Entre nosotros, Rafael Sánchez Ferlosio ha despotricado también contra la Historia definiéndola como historia de la dominación, y afirmando que la Historia, el Progreso y el Futuro son dioses que exigen un tributo de sangre, y son divinidades precisamente gracias al tributo sangriento que nos exigen. 
 

    Decía el historiador medievalista francés Marc Bloch (1886-1944) que el buen historiador se parecía al ogro de la leyenda, que ahí donde olfatea carne humana, ahí sabe que está su frase. Pero no es el historiador, sino la propia Historia, con mayúscula honorífica, la que es como el ogro carnívoro de los cuentos, que donde huele a carne fresca sabe que se encuentra el botín y la presa que va enseguida a devorar convirtiendo la vida en biografía, es decir, reduciéndola a crónica del tiempo, a cómputo y a cuento. 
 
    Habría que concluir, enmendando a Cicerón y siguiendo la reflexión del poeta: historia, mala magistra uitae: la historia es mala maestra de la vida.

miércoles, 25 de octubre de 2023

Abanico de tancas

Suele aquel que ve creer que se puede ver, creer que se ve, y tener fe en lo que ve, como el apóstol Tomás. 
 
Telespectador: aquel que cree en lo que ve por televisión: televidente que ve, telecreyente que cree. 
 
Cordero no soy, ni el Señor es mi pastor: tiro al monte yo; baló la cabra montés triscando campo a través. 
 

 
¡Que salga el autor a recibir la ovación y la aclamación del público espectador en pie por La Creación! 
 
Me cago yo en Él, en el dinero de Dios, que me emputeció, y me cago en mí también, que por Él me emputecí. 
 
Ego sum qui sum? Pero yo no sé quién soy ni si soy o no; si soy el que era o seré  otro distinto de mí. 
 
¿Dónde Canaán, la Tierra de Promisión, se halla? ¿En qué lugar? ¿Dónde, Dios del Sinaí, cartografiada está? 
 

 
¿Qué es este sindiós? ¿Qué es esto, Dios de Israel? ¿Es tu voluntad? ¿Cómo puedes consentir, Señor, tanta iniquidad?
 
 ¡Eso sí que no! Mi esquela de defunción: aquí yace don... Fulano de Tal y Cual. Sí, pero ese no soy yo. 
 
oOo
 
 Según la Güiquipedia sabelotodo, la tanka (sic, por la k) es un tipo de poesía tradicional japonesa, que consta de cinco versos de 5-7-5-7-7 sílabas. Pero si tenemos en cuenta que el final de cada verso es siempre agudo, en castellano, según nuestro cómputo versificatorio, serían 6-8-6-8-8.

martes, 24 de octubre de 2023

¿Seguro e imprescindible?

    Decían que vacunarse era seguro e imprescindible, o sea que no se podía prescindir de ello. Lo decían con un culterano imble, neologismo con el que bautizó Rafael Sánchez Ferlosio a los palabros tan gratos a los políticos profesionales que empiezan por in- ('no', incorporando y asimilando la negación) y acaban por -ble (sufijo latino *-dhli, que evoluciona a -bili-s, y da pie a una serie muy productiva de adjetivos, como stabilis, por ejemplo, origen de nuestro 'estable', cuyo paradigma sería imposible). Vienen los políticos con estos imbles a decirnos que no hay alternativa, que no hay posibilidad de hacer algo que no esté ya hecho, vamos, que es imposible, o dicho en román paladino: que no puede ser. 
 
     Hace años vi un documental sobre el adoctrinamiento televisivo en Corea del Norte, y este anuncio de la Comunidad de Madrid me lo ha traído inevitablemente a la memoria.No sé si me explico.
 
 
 
    Que vacunarse era seguro y que no podía prescindirse de ello porque era im-prescindi-ble es lo que decía el grupo de expertos (y expertas) científicos (y científicas) de renombre mundial, cuyos nombres propios son, para que conste la fechoría: Ana Rosa Quintana (“No hay que tener miedo a vacunarse, hay que vacunarse”), Rafael Álvarez El Brujo (”Vacunarse es seguro e imprescindible”), Susana Griso (“La vacuna es la solución, hay que vacunarse”), Enrique Cerezo (“Vacunarse es seguro y es imprescindible”) Carmen Lomana (“No tengáis miedo, la vacuna es segura. “, Antonio Resines (“No hay que tener miedo a la vacuna, hay que vacunarse”), Fabiola Martínez (“La vacuna es la solución, hay que vacunarse”), Joaquín Prat (“No hay que tener miedo a la vacuna, hay que vacunarse”), Pepa Muñoz (“Vacunarse es seguro y es imprescindible”), Emilio Butragueño (“Debemos vacunarnos, es la mejor solución Belén Esteban (“Vacunarse es seguro y, sobre todo, es imprescindible. Todo el mundo a vacunarse.)” 
 
 
      Destaca Carmen Lomana, con su mascarilla negra y personalizada con unos brillantes -¿o son diamantes?- en forma de C, que es la inicial de Carmen, que le dan un aire islámico de musulmana que cubre su rostro, aunque no su rubia cabellera, porque, al parecer, no le basta el pinchazo o pinchazos que se habrá puesto para inmunizarse y no contagiarnos, y prefiere, predicando con el ejemplo para que cunda, embozalarse para que en boca cerrada no le entren las moscas. 
 
 
   Si igual que las elecciones democráticas el vacunarse verdaderamente sirviera para algo bueno, estaría prohibido, no nos quepa la menor duda de ello. 
 
     O, por usar otro símil, el Ejército, al igual que la industria armamentista, trabaja tanto por la paz y para la paz como la industria farmacéutica que está detrás de esta exhortación a vacunarse porque es seguro e imprescindible trabaja por y para la salud.
 
      Destaca finalmente la que fue denominada al modo de Lady Di "la princesa del pueblo", Belén Esteban con su traca final animando a todo el mundo a vacunarse.
 
 

     Que este despropósito lo haya hecho (y sufragado) la Comunidad de Madrid es lo de menos. No es más que uno de los muchos ejemplos de la publicidad que pululaba por por la mayoría de los países occidentales acaudillados por la OMS. Si tiene algo de notorio y significativo es que ha sido sufragado por "el ente autónomo último, el puro y sincero", como dice el himno de dicha Comunidad, donde reside la villa y la corte, y la capital de todas las Españas.

 
    Estos personajes de la farándula de la sociedad del espectáculo nos venden la vacuna -la idea de que es segura e imprescindible- como si nos estuvieran anunciando un champú o un crecepelo para los calvos. 
 

      A ver qué excusa pone esta panda cuando se vea, como se está viendo ahora a gran escala, las consecuencias de estos experimentos y ya no puedan taparlas... Repiten todos como cotorras el guion que les marca el pagador: "seguro" e "imprescindible" como si fuera un mantra religioso al mismo tiempo que científico -la Ciencia es la moderna religión del siglo XXI, el nuevo opio del pueblo que diría Carlos Marx si resucitara-.
 
    ¿Qué van a decir ahora estos personajillos cuando hasta el fabricante de esas vacunas (Pfizer) ha reconocido en una nota de prensa que su mágico producto causa miocarditis y pericarditis y cuando todos sabemos, habida cuenta de lo que ha sucedido y a la vista está de los numerosos efectos adversos que incluyen la muerte, hubiera sido mejor prescindir de ellas?

    "Seguro e imprescindible" no es una mentira, son dos.

lunes, 23 de octubre de 2023

¿De qué lado estás tú? (y II)

    Los que ya peinamos canas, si aún no nos hemos quedado calvos, recordamos cómo nos engañaron durante más de cuarenta años con la llamada Guerra Fría. Nos inculcaron que había dos bandos opuestos y que había que decidirse por uno o por otro, el prosoviético o el proamericano, y resultó que los dos no eran tan distintos, sino dos caras de la misma moneda: uno consistía en que el estado estaba sometido al capital, el norteamericano, y el otro, el soviético, que el capital estaba sometido al estado.
 
   Parecía que no había ninguna alternativa a esa falsa disyunción. Parecía que uno no podía decir que no a ambas formas de poder, porque si negaba una afirmaba, así nos hacían creer, inevitablemente la otra. 
 
    Cuando con la caída del muro de Berlín se vio que sólo quedaba una forma ya, que era la democrática progresada en la que se funden y confunden estado y capital, la mayoría de la gente, profundamente anestesiada, sólo sabía gastar dinero compulsivamente y comprar cosas que no necesitaba para nada: viajes y vacaciones para huir a ninguna parte, móviles y ordenadores para conectarse a la red y desconectarse de la realidad entre otras cosas por ejemplo. 
 

 
    Tras la caída del muro, asistimos a la retransmisión en directo de la Guerra del Golfo, una guerra autorizada y orquestada por la ONU contra el régimen iraquí, encabezada por Estados Unidos. Era fundamental que viéramos que había una guerra en el golfo pérsico, en la que participaba nuestro país entre muchos otros, de modo que creyéramos como contrapartida que vivíamos bajo un régimen de paz, democracia y libertad. El poder había progresado tanto que había encontrado a través de la información la forma sofisticada de entretenernos y de mantenernos subyugados. 
 
    Después entramos en el siglo XXI con la retransmisión una y otra vez, entrando en bucle, de la destrucción de las torres gemelas, que sirvió de pretexto al Imperio para declarar la guerra al terrorismo, bajo la que hemos vivido durante este primer cuarto de siglo hasta que en 2019 se declaró la guerra al virus con la proclamación de la Pandemia merced a la Organización Mundial de la Salud. 
 
    Desde arriba se fomenta el miedo. Lo hemos vivido muy recientemente. Nunca se nos dijo desde las altas instancias que no cundiera el pánico y que mantuviéramos la calma, sino todo lo contrario: se procuró alarmarnos, declarándose estados de emergencia y la guerra de todos contra todos, contra nosotros mismos y la naturaleza... 
 
Salvador Dalí pintando El rostro de la guerra en 1940
 
 
    Tanto la pandemia, como la guerra de Ucrania, y ahora la de Israel y Hamás son creaciones de los mal llamados medios de comunicación. El Estado, mediante la información, nos hace creer en la realidad y en la necesidad de lo que por todos los medios a su disposición nos ofrece. Los televidentes somos telecreyentes. 
 
    Decir que la prensa es el cuarto poder es algo ya obsoleto. Es la televisión en el sentido más amplio del término, que incluye además del electrodoméstico que casi nadie que pase de los cuarenta reconoce públicamente que ve por vergüenza, la radio que escuchan los taxistas, la prensa escrita y todas las redes sociales a través de ordenadores, tabletas y móviles, la que nos hace tragar la realidad por un tubo a raudales con la producción acelerada de noticias para pasto y entretenimiento de las masas, que mueve tanto dinero y tiene un poder tan elevado que a su lado los demás poderes del Estado no tienen que esforzarse mucho, les basta con dejarse llevar por la corriente actualizada y dominante. 
 
 
    Nuestros gobiernos y gobernantes procuran que estemos entretenidos y al día... que nos aprendamos los nombres propios de los supuestos protagonistas, títeres en realidad de los hilos que los manejan, las cartas geográficas que nos facilitan, los datos históricos, gráficos y porcentajes numéricos, y que discutamos sobre todo ello, que nos informemos, en definitiva, para que nos formemos nuestra propia opinión personal, sin que nos hartemos nunca del mar innumerable de opiniones en el que bogamos: cada cual tiene el derecho y el deber de tener la suya, por muy modesta que sea, porque ese es el sello de identidad que configura su personalidad.
 
    Las guerras que se libran actualmente no son las de un pueblo contra otro. Son guerras, en plural, pues tiene que haber más de una, que los líderes mundiales están librando contra todos los pueblos del mundo. Es la guerra de las altas finanzas, o del Dinero sin más, contra la humanidad.

domingo, 22 de octubre de 2023

Ofensiva de paz

    Gracias a la viñeta de Andrés Rábago El Roto que publicó El País el pasado 20 de octubre, que presenta una silla sobre la que se abre un periódico con un titular que reza en letras mayúsculas “TEMOR ANTE UNA POSIBLE OFENSIVA DE PAZ”, dedicada como está a Ben Shahn , he conocido la obra de este artista lituano que se afincó en los Estados Unidos (1898-1969), y el cuadro original en el que está basada la viñeta. 
 
 
 
 
    Se trata de una témpera o pintura al temple sobre papel pintada en la primavera de 1940 y actualmente en el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago, en la que se ven dos hombres sentados en una silla, uno a la izquierda, con sombrero y mirando al frente, y otro a la derecha, de perfil y con las piernas cruzadas, sosteniendo entre ellas un ejemplar de un periódico, con una silla vacía en medio sobre la que reposa otro ejemplar del mismo periódico abierto con el curioso titular en letras mayúsculas: DEMOCRACIES FEAR NEW PEACE OFFENSIVE! (Las democracias temen una nueva ofensiva de paz). 
 
 
 Las democracias temen una nueva ofensiva de paz, Ben Shahn, (1940)
  
    La pintura, de índole realista, está basada en una fotografía neoyorquina tomada por el propio pintor en la que se inspiró, retratando el clima que se respiraba durante la Depresión en la ciudad norteamericana. Solía Ben Shahn utilizar sus fotografías -también era fotógrafo- como material para sus pinturas. 
 
 
 
    Esta foto, tomada a mitad de los años 30, de dos hombres sentados en una calle de la ciudad de Nueva York con un periódico entre ellos sirvió de base para su cuadro Las democracias temen una nueva ofensiva de paz (1940), en la que Shahn altera sutilmente el titular del periódico que entrevemos que era DEMOCRACIES FEAR NEW WAR OFFENSIVE (Las democracias temen una nueva ofensiva de guerra). Estamos en el período de entreguerras, y este detalle, aparentemente insignificante de sustituir la palabra WAR (guerra) por PEACE (paz), es quizá lo más significativo de toda la composición: Lo que temen las democracias, que son los regímenes de gobierno que comenzaban a imponerse en Occidente por aquel entonces, no era una “ofensiva de paz”, expresión que se contradice y que aparentemente resulta un oximoro, sino una ofensiva de guerra. Pero no se trata de un lapsus linguae, sino de aplicación de la dialéctica heraclitana de la coincidentia oppositorum: Lo que temían las democracias occidentales es que se descubriera que la guerra era la paz, y que la paz era la guerra. 
 
Detalle central de "...nueva ofensiva de paz", Ben Shahn, (1940)
 
    No en vano el sabio de Éfeso, que nos dijo que la realidad gustaba de ocultarse, había escrito que Guerra era el padre de todas las cosas. Llamar paz a la guerra (o guerra a la paz) es como llamar vida a la muerte (o viceversa), es ver cómo los contrarios no sólo se complementan, sino que no son tan contrarios.
 
    Viene la viñeta de Andrés Rábago El Roto, reproduciendo el motivo central del cuadro de Shahn, a atacar la creencia de que disfrutamos de paz al decirnos “TEMOR ANTE UNA NUEVA OFENSIVA DE PAZ”, porque lo que temen los regímenes actuales -las democracias, que decía Shahn, en las que se confunde ya el Estado que intenta la globalización con el Capital globalizado- es la ofensiva de paz, porque estamos, aunque no lo parezca, en guerra constantemente, en guerra permanente, en una guerra que se alimenta de señalar a unos amigos y a otros enemigos, configurando, como dicen los periodistas para minimizar su alcance, conflictos generacionales, sexuales, de clases sociales, nacionales... que habitual- e irónicamente pasan desapercibidos como guerras porque consideramos que forman parte de la paz. Y las guerritas que hay ahora, como la de Ucrania o la de Israel y tantas otras, que no son nada todavía en tanto que llega y no llega la tan temida como deseada III Guerra Mundial, sólo sirven para mantener el engaño de que esto que llamamos paz no puede ser una guerra de verdad porque esa sería la otra, la de la "realidad", la que nos echan por la tele y nos venden como tal.
 
    Lo mismo que la existencia de las cárceles sirve para que creamos los que estamos por ahora fuera de ellas que gozamos de libertad, la existencia de estas guerras sirve para que creamos que esta falsa paz que tenemos es la paz verdadera de verdad. 
   

sábado, 21 de octubre de 2023

¿Tú de qué lado estás? (I)

    ¿De qué lado estás tú? ¿Tú con quién estás? ¿Con Putin o con Zelensky? ¿Con los judíos o con los palestinos? Es una pregunta viciosa, capciosa, engañosa, que intenta alinearnos en uno de los dos bandos que se presentan como rivales, cuando en realidad no lo son, no son sino uno solo y el mismo bando subdividido por cada lado en pueblo frente a gobierno, que tiene tomado al pueblo como rehén. . Nos hacen creer que hay dos bandos y que tenemos que tomar partido por uno u otro, y decidir cuál es el bueno y cuál el malo de la película que nos proyectan en la caverna de Platón.
 
    Y el pueblo, sea judío o sea palestino, es víctima ante todo de su gobierno que le impone una bandera y que lo sacrifica en nombre de la Patria haciendo que se enfrente a otro pueblo. Por eso no hay que posicionarse a favor de una u otra bandera, de Israel o de Palestina, ni de Rusia o de Ucrania como se nos exige a cada paso, sino en contra de todas las banderas y todos los Estados, porque todos los Estados son terroristas -y no sólo el de Israel, por cierto, aunque sea uno de los mayores- a favor sólo del pueblo sometido. 
 
 
    La caverna de Platón sigue siendo una metáfora ilustrativa muy válida de la situación actual en la que estamos inmersos, una metáfora perfecta de la esclavitud contemporánea a la que nos someten los gobiernos y los medios de comunicación a su servicio y que no vemos porque creemos que la esclavitud es un fenómeno histórico abolido de la haz de la tierra. Somos esclavos ignorantes que ignoran su esclavitud y aman las propias cadenas, que son sus banderas, que las aceptan en lugar de la libertad y que se baten con quien quiera rompérselas porque no saben vivir sin ellas. 
 
    Lo que Platón no había imaginado ni por asomo seguramente todavía es lo que solo se manifiesta plenamente hoy, que allá abajo, en la oscura caverna, los esclavos se enfrentan a hostia limpia entre sí, defendiendo cada uno las opiniones que los encadenan a la pantalla donde se proyecta no la realidad, sino su simulacro. Los esclavos, en lugar de cooperar en nombre de la común liberación, se declaran la guerra unos a otros, y, en cuanto al resto, unos aplauden, otros abuchean la película que les proyectan los mal llamados medios de comunicación al servicio del Poder. 
 
 
    Si uno ve la televisión, escucha la radio, que es lo mismo para el caso que la televisión pero sin imágenes, que no dejan por otro lado de ser imágenes, lee los periódicos de cuando en cuando, entra en las redes sociales, visualiza los vídeos de youtube, vive, aunque no lo parezca, de espaldas a la realidad so pretexto de estar paradójicamente informado de ella. Nos piden que nos informemos para poder formarnos una opinión personal propia, y poder opinar sobre las noticias que nos sirve por esos medios la industria descomunal de producción de eventos que mueve cantidades ingentes de dinero, enterándonos de las actualidades, profundizando en sus causas y proponiendo soluciones, opinando constantemente, que no razonando, al cabo y al fin. 
 
    La realidad de verdad no es la virtual que nos sirven los medios, sino la que está, sospechamos, en el exterior de la caverna. La guerra no se libra sólo en los campos de batalla, se libra principalmente en nuestras mentes a través de la manipulación que llevan a cabo las pantallas que retransmiten tanto imágenes como palabras. 
 
    Uno no se libra ingenuamente de la caverna porque se niegue a ver imágenes y prefiera oír palabras: las palabras son también imágenes. En la caverna abundan tanto las sombras como los ecos. Todos los dispositivos hacen posible programar nuestras percepciones. Desde los temas propuestos hasta los dogmas que los sustentan y el ángulo o sesgo elegido, la información a la que tenemos acceso por cualesquiera medios está ahí para (in)formarnos y conformarnos haciéndonos creer lo que quienes nos dirigen quieren que pensemos y creamos como si fuera cosa de nuestra propia cosecha personal. Y como tienen el monopolio de la información, las élites gobernantes pueden hacer que creamos cualquier cosa.
 
 
    A la pregunta de la viñeta de Caín publicada en La Razón de “¿Con quién vas tú en esta guerra?”,la respuesta podría ser mejor: “Con el que me digan los medios, que son los que me informan de que hay una guerra y de que hay dos bandos, uno bueno y otro malo". Ahora bien, lo que dice la mujer tiene también su miga: "Yo voy con quienes me manden. Y ¿quiénes me mandan a mí? Mis representantes, aquellos que yo he votado, que para eso los he elegido: para que me manden. Para eso simpatizo con ellos, no hace falta que vaya a votarles, puedo abstenerme, y es igual, para que me digan lo que debo pensar y con quién tengo que alinearme en esta guerra".

viernes, 20 de octubre de 2023

Pareceres (XXXI)

151. - Metrodoro de Quío. Poco es lo que nos ha llegado de este prefilósofo presocrático griego, poco más que este fragmento no poco valioso sin embargo, que dice tanto en tan pocas palabras: Ninguno de nosotros sabe nada de nada; ni siquiera esto mismo de si sabemos o no sabemos, ni si sabemos que sabemos o que no sabemos; ni si en total hay algo o no lo hay.
 
 
152.- CEO. Ya no se dice jefe, ni siquiera líder, anglicismo que era eufemismo de jefe y un calco semántico del alemán Führer, sino CEO, otro anglicismo flagrante, que pretende que el jefe pase desapercibido y que es acrónimo de Chief Executive Officer, o sea, Director Ejecutivo – y tras la denominación de "el Ejecutivo" se esconde uno de los tres poderes del Estado, que es el Gobierno. Pero tras esta denominación de CEO también está camuflado el viejo jefe, el francés chef, y el italiano capo, y el castellano cabo y capitán y cabecilla, que son variantes del latín caput, el viejo término que señalaba la cabeza que la guillotina de la Revolución Francesa no logró decapitar. 
 
153.- Comillas irónicas, o el lenguaje que se (re)vuelve contra sí mismo. ¿Qué diferencia hay entre una palabra sin comillas (vida) y la misma con comillas (“vida”)? El arte de entrecomillar nos brinda la posibilidad de usar el lenguaje en su función metalingüística, es decir, de hacer que el lenguaje se mire al espejo, y así podemos, por ejemplo, preguntarnos si nuestra vida, la vida que llevamos es “vida”. Las comillas pueden indicar ironía, e incluso sugerir lo contrario de lo que significa el término ordinariamente. Por ejemplo, nos presentó a su “hermosa” novia, quiere decir que nos presento a una novia que creía que era “hermosa”, y era fea como un demonio. A veces en el lenguaje hablado se acompaña del gestual haciendo un aspaviento de ambas manos cerradas pero agitando los dedos índice y corazón de cada una para indicar que lo que estamos diciendo lo ponemos entre comillas, es decir, le aplicamos la ironía. 
 

 
154.- Un mantra tibetano: Un mantra personal. Algunos aspiran a fraguarse un mantra personal para recordarse de manera constante, a fuerza de repetición y autoconvencimiento, cuál es el objetivo de su vida y el propósito que quiere cumplir, un recordatorio de nuestro objetivo más importante. Lo curioso de la palabra sánscrita «mantra» es que es un compuesto de man, que significa «mente», y tra, que quiere decir «liberación». Según la RAE un mantra no sería más que un pensamiento, pero en realidad es una herramienta que pretende liberar la mente de los pensamientos perturbadores. En los libros de autoayuda aconsejan que los mantras sean siempre positivos y que no contengan nunca la palabra negativa por excelencia, que es “no”. No estoy de acuerdo. Y prueba de ello propongo un mantra bien conciso, que uno debe repetirse todas las mañanas: “No creas”. 
 
 
 155.- El símbolo matemático de infinito, acuñado por John Wallis en el siglo XVII, es un ocho tumbado que guarda relación con el uróboro o serpitente que se muerde la cola, y con la pescadilla que se enrosca. Veo que hay cierta relación con la cinta de Moebius, sin principio ni fin, que sería en tres dimensiones el equivalente del símbolo en dos dimensiones. El símbolo se denominó lemniscado (del latin lemniscatus, adornado con lemnisco, y este del griego λημνίσκος “lazo” o propiamente lemnisco, que era el nombre de la faja o cinta que en señal de recompensa honorífica acompañaba a las coronas y palmas de los atletas victoriosos o de los convidados a un banquete).  La cinta de Moebius no tiene ni principio ni fin: la primera representación que poseemos de ella, avant la lettre, es quizá el mosaico de la gliptoteca de Munich del diós Aión. (Eón). Eón o Aión (en griego antiguo: αἰών, del griego arcaico αἰϝών) es un dios de la mitología griega adoptada por los romanos, que lo llamaron Evo, y que aparece en la expresión Medio Evo. Dios supremo e imparcial, es señor del tiempo eterno y de la prosperidad, que no tiene ni comienzo ni final, opuesto a Crono, que era el tiempo empírico dividido en pasado, presente y futuro. 
 
 
 
Dios Eón con el espectro zodiacal enroscado

jueves, 19 de octubre de 2023

Baile general de máscaras

    La palabra “máscara”, con el significado de careta que se pone una persona para así disfrazarse entra en castellano en 1495. El término puede proceder según Corominas del árabe máshara que significa bufón, payaso, personaje ridículo o risible que es el hazmerreír general, y entra probablemente a través del catalán màscara. El término árabe está relacionado con el verbo sáhir, que significa 'burlarse de alguien', de uso general en esa lengua, aparece ya en el Corán. 

 

     Mascareta es el diminutivo catalán de màscara. Me apropio de él para sustituir el término médico 'mascarilla', de infausto recuerdo, que el gobierno español nos obligó a ponernos en interiores y exteriores, tan utilizado y reutilizado por toda la población, incluso hasta por las parturientas en el paritorio, durante la mascarada general de la pandemia orquestada por la Organización Mundial de la Salud. Me apropio del término porque en castellano sugiere un entrecruce de “más” y de “careta”, término este que tiene mucho que ver con “cara”, que a su vez hay que remontar lo más seguro al griego κάρα (leído como en español), que significa “cabeza”. Es un término que se introduce en castellano en el siglo XII, del que derivan caradura, por ejemplo,  descaro y descarado, así como malencarado (pero la RAE no recoge 'bienencarado'), y la careta con la que uno se tapa la cara o, si se prefiere el término, el careto

 

    Este video cortísimo muestra a las mil maravillas la simulación orquestada que fue la pandemia. Había un virus peligrosísimo según decían en el aire que había que frenar con una mascareta que lo que hacía era dificultar nuestra respiración, es decir la emisión del anhídrido carbónico o CO2 a la atmósfera. No impedía que los virus entraran y salieran por ella como Perico por su casa. Las mascaretas pueden impedir el paso de las bacterias pero nunca de los virus, que a través de ellas campan a sus anchas.

 

    Cualquiera reconoce que ponerse eso es un coñazo, pero como los políticos deben predicar con el ejemplo, porque esa es su función pedagógica y docente, vemos aquí lo que hace entre bastidores uno cualquiera de ellos, un caradura que representa a todos: se enmascara para contribuir a la mascarada general. Porque ellos, las autoridades, son el mascarón de proa del barco que se hunde pero nunca acaba de hundirse del todo del Estado. Llega el sinvergüenza al plató televisivo sin la prenda que simboliza sumisión, como Dios, o sea el Gobierno, ordena y manda. Le facilitan una mascareta sus asesores de imagen. Se la pone para que la audiencia lo vea con ella puesta. Se acerca al micrófono y se desenmascara sólo para poder hablar, facilitar el reconocimiento facial de su careto, no impedir la lectura de los labios que puedan hacer los sordos y no dificultar la emisión de la voz, que podría salir distorsionada.... Pero nosotros no debemos quitárnosla en público, sólo podremos hacerlo en la intimidad del encierro de nuestro agridulce hogar. Debemos enmascararnos,  hasta que lo permita el gobierno asesorado por el esperpéntico comité de expertos, porque no es una medida sanitaria o saludable, sino política de control de población.

miércoles, 18 de octubre de 2023

Es bueno sentirse mal

    Si creíamos que ya lo habíamos oído todo dentro de la nueva anormalidad o subnormalidad en la que vivimos o, mejor, nos viven, después de aquel oximoro del "enfermo asintomático", estábamos muy equivocados. Faltaba algo más todavía. Y ese algo es lo siguiente: es bueno sentirse mal. O, si se quiere, en versión del eslogan del revolucionario ruso Nikolái Chernyshevski, cuyos escritos inspiraron a Lenin: Cuanto peor, mucho mejor.
 
     No lo digo yo. Lo dice una revista tan prestigiosa y tan desprestigiada al mismo tiempo por publicar artículos como este como National Geographic: It’s good to feel bad after your COVID shot. New research suggests that the worse your symptoms are after getting the COVID-19 vaccine, the better. Para que se entienda mejor, en castellano: "Es bueno sentirse mal después de la vacuna contra el COVID. Una nueva investigación sugiere que cuanto peores sean sus síntomas después de recibir la vacuna COVID-19, mejor."
 

      El artículo habla de un tal Jeremy Warner, oncólogo de la Universidad de Brown en Providence, Rhode Island, que se ha dejado inyectar la friolera de seis veces el suero contra la enfermedad del virus coronado. El susodicho doctor, para mantener protegidos a sus pacientes, se arremanga y expone el deltoides al pinchazo de turno tan pronto como la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de EE. UU.) recomienda una nueva dosis o refuerzo, pero teme las consecuencias, porque después de cada chute, Jeremy  experimenta fiebre, dolores de cabeza, escalofríos y dolor e hinchazón en las articulaciones junto con la sensibilidad esperada en el lugar de la inyección. "Lo peor fue el segundo pinchazo que duró dos o tres días", recuerda Warner.
 
    Pero Jeremy Warner ya no tiene que preocuparse. La buena noticia es que un reciente estudio (aún no revisado por pares) revela que más efectos secundarios podrían ser beneficiosos porque reflejan una mayor producción de anticuerpos que combaten el virus después de la vacunación. Cuantos más síntomas reportan las personas, mayores son sus niveles de anticuerpos, es decir, sus defensas contra la enfermedad del virus, dice el director del despropósito. 
 
    Para las eminencias de la investigación: "Los efectos secundarios muestran que la vacuna funciona, porque algo tiene que hacer efectivamente en nuestro organismo". Lo que está fuera de dudas y no se discute es que las vacunas contra la enfermedad del virus coronado son abrumadoramente seguras y eficaces (COVID-19 vaccines are overwhelmingly safe and effective). 
 
  
     Aunque los síntomas pueden ser desagradables y molestos  (fiebre, escalofríos, dolor muscular, náuseas, vómitos, dolor de cabeza y/o fatiga moderada a severa), los datos de los que disponen los autores del estudio proporcionan la evidencia científica de que el sistema inmunológico está haciendo lo que debe hacer. Es una buena señal. Dicho en términos generales, cuantos más síntomas presente el cuerpo tras la vacuna covidiciosa -no vamos a llamarlos efectos adversos, dicen-, mucho mejor y más adecuada respuesta de anticuerpos.
 
    Ahora bien, puede preguntarse alguien: Si uno se ha dejado pinchar y no ha tenido síntomas ¿está por eso acaso menos protegido? Los encargados del estudio, dicen que de ninguna manera, que uno en ese caso puede estar tranquilo, porque, si se ha dejado inocular, está protegido de la hospitalización y de la muerte. Ha habido, reconocen los autores, muchas personas que informaron síntomas leves o ningún síntoma y tenían elevados niveles de anticuerpos neutralizantes. 
 
    A pesar de la posibilidad de que se presenten síntomas incómodos, los científicos enfatizan que las personas no deben tener miedo a las vacunas covidiciosas. Pero si alguien presenta síntomas muy graves después de recibir la vacuna, no debe dudar en buscar urgentemente la atención médica, advierten los responsables, por si acaso. 
 
     "Los riesgos de contraer COVID, o potencialmente una enfermedad mucho más grave, si cabe, son probablemente mucho peores que los síntomas desagradables que experimentan las personas cuando se vacunan", dicen. Así que si bien Jeremy Warner, el oncólogo de la Universidad de Brown, detesta recibir cada inyección de COVID, quien, según dice, no lo hace por él -por él no lo haría- sino por sus pacientes y seres queridos con quienes entra en contacto, ahora, gracias a National Geographic sabe que cuanto más jodido se sienta después de cada pinchazo, mucho mejor. Si le da un ictus o un ataque al corazón, está de suerte: sus niveles de protección frente a una enfermedad inexistente son óptimos.

martes, 17 de octubre de 2023

La religiosa y el pecado

    No sé muy bien si ha sido el cuadro de El Pecado de Heinrich Lossow (1843-1897) el que me ha traído a la memoria la canción francesa de Brassens La religiosa o si ha sido esta la que me ha traído a aquel. El caso es que se me han presentado relacionados entre sí por una parte el óleo de Lossow que representa a un cura y una monja practicando sexo en el templo, al lado de lo que parece una pila de agua bendita, sin que la celosía que los separa impida el gozoso contacto carnal, y por otro lado la canción de Georges Brassens (1921-1981), que me he entretenido traduciendo en metro y rima. 
 
    La versión que hago, un tanto libre, me separa en cuanto a la letra del original (traduttore, traditore) en algunos puntos, pero me acerca más a él en cuanto a la música. La letra cuenta no pocas fantasías que van en aumento de una monja y unos monaguillos que, al verla o imaginarla con sus ojos desorbitados, que comienzan tocando la campanilla y acaban en su calenturienta imaginación masturbándose al final de la canción. No sabemos en estos versos si admirar más el talento o el tacto del inmenso poeta que era Georges Brassens al tocar un tema tan escabroso como es la castidad nada natural y forzada de tantos sacerdotes y religiosas católicos, apostólicos, romanos.
 

 El pecado, Heinrich Lossow (1880)
 
    Consta la canción de diez quintetos, y cada uno está formado por cinco versos de arte mayor, alejandrinos, es decir de catorce sílabas partidos por la mitad en dos hemistiquios heptasilábicos, con rima ABABA. El quinto verso comienza siempre, a modo de estribillo recurrente, mencionando a los monaguillos. 
 
    El tíulo de El Pecado del óleo de Lossow me trae enseguida a la cabeza una frase de Ralph Waldo Emerson (1803-1882), el poeta norteamericano, que dice: "Creemos en nosotros mismos como no creemos en los demás. (We believe in ourselves as we do not believe in others). Nos permitimos a nosotros mismos todas las cosas, y lo que llamamos pecado en los demás es experiencia para nosotros (We permit all things to ourselves, and that which we call sin in others is experiment for us)", y es que lo que denominamos pecado (carnal) no es sino una gozosa celebración de la carne que ni las rejas de la celosía del convento pueden impedir.  


 
    Su blanca toca a todos sorprende en la capilla; / si el cristiano sucumbe de su hermosura en pos, / el pagano y ateo, no es poca maravilla, / creerían a veces hasta en el mismo Dios. / Y ya los monaguillos tocan la campanilla... 
 
    Se dice que debajo de su toca fatal / que enarbola en la misa con no poco rigor, / esta monjita esconde, qué escándalo total, / una larga coleta y rizos en redor. / Y ya los monaguillos se agitan ante tal...
 
    Se dice que debajo del sayo, vanidades, / lleva coquetamente unas medias de raso, / encajes de puntillas, ligas, frivolidades, / todo lo que hace, en fin, que el diablo venga al caso. / Y ya los monaguillos piensan obscenidades... 
 
    Se dice que de noche -más alucinaciones- / mientras duermen las sores roncando sin complejo / o bien devotamente rezan sus oraciones, / ella se despelota delante del espejo; / los pobres monaguillos sufren calenturones... 
 
    Se dice que se mira desnuda con agrado / de frente, de perfil y también el trasero / después de sin pudor su atuendo haber colgado / del crucifijo que hace las veces de un perchero. / Y ya en los monaguillos se insinúa el pecado... 
 
 
    Se dice que hace al cielo mirando el comentario: / “¡Señor, qué buen trabajo en cuanto a proporción!”/ después que con malicia añade al inventario: / “¡El arco de mi espalda es una bendición!”. / Y ya los monaguillos sufren un buen calvario... 
 
    Se dice a media noche, madre, y va empeorando, / que se mezclan con raros acordes al compás / la voz enamorada de ángeles suspirando / y la voz de la monja que grita "¡otra vez!, ¡más!". / Y están los monaguillos, infelices, sudando... 
 
    Y el cura, por los chismes que escucha atomentado, / cree que el buen Jesús, así es como razona, / en su cabeza ya, ay, de espinas coronado, / necesidad no tiene de encima más corona. / Y ya los monaguillos se han algo meneado. 
 
    Todo son chismorreos, sueltas a la maldita, / infundadas calumnias que esparce Satanás. / No hay mechas ni ricitos so la toca bendita / ni una larga melena, sino el cráneo a ras. / Y ya los monaguillos ponen buena carita... 
 
    En su alma no hay pasiones que puedan asentarse, / no hay sospechosas ligas bajo el sayo tenaz / ni en la frente de Cristo veréis cuernos alzarse; / él, dichoso en su cruz, puede dormir en paz / y ya los monaguillos, tristones, masturbarse.
 
Monja arrodillada rezando, anverso y reverso del cuadro de Martin van Meytens (1731)