martes, 30 de agosto de 2022
Un hombre (o lo que es lo mismo una mujer) como Dios manda
lunes, 29 de agosto de 2022
Guerras, guerras horribles (Bella, horrida bella)
Desde su fundación en 1776 los Estados Unidos de América han estado permanentemente en guerra 222 años de los 239 de su existencia si contamos hasta el año 2015, por poner ahí un límite convencional, aunque en realidad, desgraciadamente, el cómputo suma y sigue. Ahora mismo sin ir más lejos, en 2022, el Imperio de los Estados Unidos le hace la guerra a Rusia -y llevamos ya seis meses-, una guerra tácita e indirecta manejando a su títere mediático Zelenski y utilizando la invasión rusa de Ucrania como coartada, una guerra políticamente correcta y espectacular, que se presenta como la lucha de la democracia contra el Imperio del Mal de Putin, responsable de todas las crisis habidas y por haber, una guerra no declarada que subvenciona económicamente con millones de dólares y que jalea, manejando a todos sus vasallos occidentales a través de la OTAN incluido nuestro país... Dicho de otra manera sólo durante 17 años de los dos siglos largos de su historia ha estado cerrado el templo de Jano bifronte, y ha habido una época de paz.
Obtengo la información y la cronología completa, para los lectores a los que les interese la historia, de Info Wars, MediaPart.
domingo, 28 de agosto de 2022
La gran amenaza
Entre todas las amenazas que penden sobre nuestras cabezas coronadas como espadas de Damoclés, hay una de la que no se habla mucho, pero que está ahí como la que más encima de nosotros. Es la pérdida de la inteligencia de las cosas, o, dicho de otro modo, es la disminución general del coeficiente (o cociente, como prefieren decir otros) intelectual (CI) de la especie humana en relación con la política, la ciencia (que no hay que seguirla como un artículo de fe y acatarla dogmáticamente sino que hay que discutirla como han hecho siempre los doctores: nada de follow the science como si fuera nuestro leader), con la cultura y el sentido crítico y con la capacidad de comprender el mundo que nos toca.
El consenso sobre esta disminución es ahora inequívoco. Hay estudios psicométricos que muestran una caída en el coeficiente intelectual desde el año 2000 en adelante, una vez entrados en el tercer milenio de la era cristiana. Aparte de tales estudios psicométricos, el empirismo también lo demuestra. Un adolescente milenial de nuestro tiempo tiene la misma capacidad de comprensión que un niño de 10 años nacido en la segunda mitad del siglo pasado. Uno de los síntomas más visibles de esta regresión es la pérdida por reducción del vocabulario, reportada por numerosos estudios desde hace años y por la experiencia directa de este profesor de latín ahora jubilado que comprobaba en sus últimos años de docencia cómo, después de traducir una frase cualquiera de la lengua de Virgilio a la nuestra, había que traducir la traducción castellana a su paupérrimo registro lingüístico para que entendieran no ya el latín, que ni falta que hacía a esas alturas, sino el castellano.
Hay una película muy mediocre, más bien mala, pero que tiene mucha miga que decir y no poca gracia: Se llama Idiocracia (Mike Judge, 2007) pero que constituye una parábola profética. Así resume su argumento Filmaffinity: “Tras un experimento militar fallido, el oficial Joe Bawers (Luke Wilson) y la prostituta Rita (Maya Rudolph) despiertan quinientos años adelante en el futuro, en un mundo distópico en el que la selección natural ha favorecido a los más idiotas, debido a que se reproducen más. Esto ha resultado en una humanidad estúpida e ignorante, de modo que Joe descubre que es el hombre más inteligente del planeta. Pronto se convierte en un cercano consejero del Presidente de los Estados Unidos, el excéntrico Camacho (Terry Crews).” De esta película el crítico cinematográfico de El País Jordi Costa escribió: "Pocas comedias americanas recientes hurgan con tanta pertinencia en el estado (y el porvenir) de nuestra cultura globalizada." Y el de Rolling Stone: “La película estúpida más inteligente que se ha hecho nunca". Hay que verla para reírse, por no llorar, un buen rato.
La entrada en el siglo XXI marca un retroceso para el desarrollo de la inteligencia humana. Leo que en Dinamarca, donde el coeficiente intelectual de los reclutas se registra desde 1959, se observó que entre 1959 y 1989 aumentó 3 puntos por década. Sin embargo, entre 1989 y 1998, este mismo CI marcó un primer retroceso, reduciendo prácticamente a la mitad su progresión a +1,6 puntos. A partir de 1998, la caída es de -2,7 por década. Es decir, retrocediendo.
La idiotización de la población sería multicausal, pero hay factores de peso como el retraso en la entrada en la vida adulta por el excesivo proteccionismo paternalista de los niños (y de los adultos por papá Estado) y por toda una serie de prescripciones psicologizantes consistentes en la prolongación del tiempo de la 'infancia', el período en el que no se habla, etimológicamente, y por lo tanto no se piensa ni razona ni se desarrolla ningún sentido crítico. En definitiva, toda una educación orientada hacia la regresión fomentada por los medios de información y comunicación que nos amasan, lo que produce un retraso madurativo estructural y, por tanto, intelectual.
Y luego está la coincidencia del declive de la inteligencia humana concomitante con la transferencia de sus habilidades a la inteligencia artificial de la máquina. El confinamiento de los humanos en 2020 supuso el desconfinamiento, por así decirlo, de la inteligencia artificial. Le quitaron lo que quedaba de las operaciones mentales que aún dependían de los humanos, por ejemplo la memoria, o la orientación espacial, que está muerta gracias al GPS, que neutraliza esa capacidad de orientación de nuestro cerebro. A todo esto hay que sumar el efecto hipnótico de herramientas adictivas como las plataformas de streaming que fomentan la confusión entre ficción y realidad, la disminución de la capacidad de concentración en la lectura, etc. Sería muy ingenioso pensar que todo esto no deja cicatrices evolutivas.
Se fomenta también la ridícula idea de que la identidad está ligada a la autopercepción. Nos movemos en un universo de significantes muy pobres, no hay palabras complicadas en los medios, que se esfuerzan en resignificar las que les interesan, con significados a veces contrarios, el matiz se considera grandilocuente. Vivimos en el reino de la demagogia intelectual.
La imbecilización, lejos de ser una amenaza para
la democracia como podría parecer a primera y simple vista, es lo
que asegura su triunfo definitivo. Dentro de muy pocos años, el
promedio del coeficiente o cociente intelectual de la humanidad
rondará los 80. No habrá que esperar como en la citada película al año 2505 para que se haga realidad la gran amenaza de idiotización.
sábado, 27 de agosto de 2022
Los hijos metálicos de la tierra (y 2)
Se afianza así el mito de la madre tierra o madre patria o más propiamente matria, que diría don Miguel de Unamuno antes que nuestros feministas, que estamos obligados a defender por ser nuestra progenitora, como estamos obligados a defender a nuestros congéneres, porque son nuestros hermanos. Sin embargo, no somos todos iguales, pese al origen común y a nuestra hermandad, porque hay una diferencia considerable en la formación de nuestra alma o, si se prefiere, de nuestra personalidad.

viernes, 26 de agosto de 2022
Los hijos metálicos de la tierra (1)
jueves, 25 de agosto de 2022
El experimento del profesor Rosenhan
miércoles, 24 de agosto de 2022
Los tres monos sabios
martes, 23 de agosto de 2022
Formación de masas
El concepto "formación de masas" resulta familiar a los lectores de Agustín García Calvo, que se refería habitualmente a los medios de comunicación, mass media en la lengua del Imperio, como «medios de formación de masas», añadiendo a veces «de individuos personales».
El profesor Mattias Desmet, por su parte, de la Universidad de Gante ha publicado un libro en neerlandés De Psychologie van Totalitarisme (2022), traducido ya al inglés The psychology of totalitarianism, en el que aplica la teoría de formación de masas a la pandemia de COVID-19, y utiliza el término «mass formation», y eventualmente «mass formation psychosis». Ya Gustave Le Bon y el propio Freud ocasionalmente hablaron de la formación de masas, pero fue Elias Canetti quien acuñó el concepto, del que Desmet hace ahora un uso sistemático aplicándoselo a la pandemia.
Señala cuatro características en la formación de masas. La primera condición es la soledad o asilamiento social generalizados, que son fundamentales para que surja una masa de individuos, cosa que favoreció la pandemia. Se requiere que haya desconexión con el entorno, y atomización individual. Cita Desmet, en este sentido, la creación en el Reino Unido del Ministerio de la Soledad, y en los Estados Unidos de América la epidemia de soledad que se produjo en 2017. Es curioso que cuanto mayor es esta soledad más se vuelca, a falta de calor humano, en la tecnología y en los medios y retículas sociales. La segunda es la pérdida del sentido de la vida. La tercera es la ansiedad y el malestar psicológico. La frustración y la ansiedad son el caldo de cultivo, así como el descontento con el trabajo y lo que uno hace en la vida cotidiana. La cuarta, la irritabilidad y la agresividad que generan mucha tensión.
Los afectados no pueden distanciarse críticamente de lo que la masa cree aunque sea algo totalmente irracional. Lo más notable de todo es que no importa si lo que se cree es verdad o no lo es. Incluso parece que cuanto más absurdo es más se cree en ello, más entusiasmo despierta la creencia en las masas. Es la vieja doctrina medieval, digo yo, del Credo quia absurdum: Lo creo por lo absurdo que es, o como lo formuló Tertuliano «credibile quia ineptum est» o sea, resulta creíble o digno de crédito porque es ilógico.
Un ejemplo puede ser este cartel del Ayuntamiento de Almería que decía: «Te concedo que salgas a la calle sin mascarilla, a cambio de la vida de tu abuelo. El covid-19 provoca la muerte. No juegues con él». Lo absurdo de la creencia es que la mascarilla protegía contra el cóvid así como que los nietos podían contagiar y matar a los abuelos si no se ponían el dichoso símbolo de sumisión islámica -islam, por cierto, significa «sumisión» en árabe. Se ha visto igualmente a mucha gente conducir su automóvil personal con mascarilla cuando iban solos, convirtiéndose el embozo en un elemento simbólico de sometimiento incondicional al relato dominante y de pertenencia a la masa.
Los individuos masificados están dispuestos a sacrificarse y a sacrificar todo lo que para ellos era importante, y demuestran una gran intolerancia frente a los que no están de acuerdo con sus planteamientos, a los que a menudo estigmatizan y a los que insultan, denuncian y acosan tanto en público como en privado, destruyéndolos en los casos más extremos.
"No-vacunados a las cámaras de gas"
A lo largo de la historia de la humanidad se han producido muchos fenómenos de formación de masas: las cruzadas medievales, las cazas de brujas, la revolución francesa, la rusa, el nazismo, el estalinismo... Para que se produzca la formación de una masa, tiene que haber una disposición por parte de la gente, y curiosamente, contra lo que pudiera parecer a primera vista, cuanto mayor es el nivel educativo, más fácil es caer en la formación. Sería interesante profundizar en este tema, que nos lleva a cuestionar el papel de la educación a la hora de formar masas y aniquilar el "escepticismo popular".
Y en medio de este caldo de cultivo la función de los medios informativos es crucial, ya que ellos son los encargados de ofrecer una narrativa que los individuos personales consumen y con la que se identifican. La masa cree en un relato no porque sea verosímil sino porque la creencia, por muy demencial que sea, crea un nuevo vínculo social. La masa pueden convertir cualquier grupo humano en un motivo de ansiedad y de persecución: los musulmanes, los judíos, los antivacunas, los rusos... Los afectados se embarcan en una lucha heroica que los ha de conectar con otros como ellos y darle un sentido a su vida, emparanoiándose, a lo que contribuyen los medios de comunicación con sus informaciones, que son en realidad propaganda y adoctrinamiento.
Cada cual aislado en su hogar forma parte de la masa sin conexión física con el resto, no como en un estadio donde las masas al unísono gritan «gol» o corean la canción del grupo musical. La formación de masas es similar a la hipnosis, y se caracteriza por la pérdida de la racionalidad: la masa oye, pero no escucha. Se acepta la narrativa que difunden los medios porque establece un vínculo social: la gente se asomaba a ventanas y balcones a las ocho a aplaudir a los sanitarios porque lo mandaba la televisión instalada en la intimidad de sus hogares unifamiliares. En el mismo sentido, cuanto más absurdas son las medidas que toma la masa, más conforman y cumplen la función de un ritual.
La gente, dispuesta a sacrificarse, encuentra al fin un sentido a su vida y a su muerte, haciéndose sinónimas las expresones «vale la pena vivir por algo» y «vale la pena morir por algo». Esto explica, por ejemplo, la autoflagelación en los monasterios medievales, y cómo la tortura del cilicio acercaba dolorosa- y placenteramente a la vez a los monjes a Dios. Y explica los empleos históricos de los cruzados «Deus lo volt (Dios lo quiere)» y el «Gott mit uns (Dios con nosotros)» de los nazis.
Si la pandemia ha sido el primer gran fenómeno de formación de masas en la época moderna, el segundo está siendo en la actualidad la guerra de Ucrania. Y suma y sigue.
"Mata al ruso"
Algo que se vio durante la pandemia
fue el aislamiento para que no hablásemos, frente a lo que sólo
puede oponerse, propone Desmet, la formación de un grupo por muy
minúsuclo que sea que no se convierta nunca en una masa, y que se
disponga a hablar, dejarse hablar porque hablando se entiende la
gente y puede denunciar la deriva de la formación de masas al estado
totalitario, el totalitarismo 'democrático' que padecemos.
lunes, 22 de agosto de 2022
Vacaciones de verano
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Recordemos brevemente a Sísifo, que somos nosotros mismos. Somos Sísifo y su roca. Cuando llegamos a la cumbre de la montaña acarreando nuestra roca como Sísifo, tarea laboriosa, inútil donde las haya, la roca cae, se despeña y rueda por la ladera opuesta, monte abajo, obligándonos a correr tras ella, y reintentar el ascenso de nuevo en vano...
domingo, 21 de agosto de 2022
La viróloga dixit
Durante la primavera del año en curso, según iba entrando el buen tiempo como consecuencia del periódico calentamiento global del planeta producido por el cambio climático, las restricciones comenzaron a relajarse poco a poco. Las mascarillas desaparecían de los rostros en los espacios públicos aunque nunca definitivamente del todo (de hecho en nuestro país siguen siendo obligatorias a día de hoy en todos los trasportes públicos, hospitales y farmacias, pese a su suficientemente probada ineficacia en cualquier caso). Como consecuencia de ello, el distanciamiento social se alejaba paulatinamente de nosotros.
Ahora buscamos el acercamiento al prójimo: nos damos la mano y nos besamos como antes, casi sin ninguna precaución, como si no hubiera pasado nada y hubiera llegado el ansiado retorno de los abrazos. Hasta los políticos han dejado ya de hacerse reverencias orientales unos a otros guardando los dos metros protocolarios de la distancia de seguridad que recomienda la OMS y de llevarse la mano al pecho, como el caballero que pintó El Greco, en vez de darse un caluroso apretón de manos. Darse la mano es un gesto que genera confianza. La pandemia ha erosiado tremendamente esa confianza en el otro, que nos han hecho ver como un peligroso agente trasmisor de virus y bacterias.

De vez en cuando podemos todavía ver a alguien caminando solitario y atribulado con la mascarilla por la calle, pero es algo anecdótico, y la mayoría de la gente cree que se trata de un tarado miedoso o chiflado que todavía no se ha enterado de que ya no hay peligro ni es obligatorio el embozamiento al aire libre... Parece que la tormenta ha pasado. Vuelve el contacto físico, el único contacto propiamente hablando que hay. Hemos tenido, quien más quien menos, nuestros múltiples contactos digitales o espirituales sin tacto, gracias al único toque viral y vírico de la pantalla lisa -y táctil- de nuestro esmarfon, teléfono presuntamente inteligente o phono sapiens.
Un amigo me escribía el otro día, comentándome unas recientes declaraciones de la viróloga oficial del reino y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, doña Margarita del Val, en un curso de la desprestigiada UIMP. La susodicha alertaba de que “tenemos que prepararnos para el otoño y no lo estamos haciendo”. Me decía este amigo que cada vez le daba más grima esta señora, que seguía erre que erre insistiendo cual buitre carroñera en hacer declaraciones costantemente para salir en los medios y adquirir protagonismo a toda costa y poder seguir así, decía él, chupando del bote.
Según la inmunóloga orgánica la situación epidemiológica actual era 'favorable', aunque al mismo tiempo daba un dato alarmante que contradecía el diagnóstico anterior: los casos de muerte por coronavirus se habían multiplicado respecto a julio del año pasado... ¿Cómo era posible, me pregunto ingenuamente yo, si la mayoría democrática de la población estaba inmunizada con la pauta completa por las inoculaciones? ¿Cómo se explicaba eso? ¿No sería que los sueros anti-cóvid estaban resultando pro-cóvid?
Las aguas parece que están mansas en la superficie, pero son profundas. ¿Qué extrañas criaturas encontraremos acechándonos en sus profundidades abisales? La Agenda 2030 está establecida. Los responsables realmente no necesitan hacer nada más por lo pronto, salvo sentarse y esperar sus resultados.
Aunque la crisis sanitaria haya amainado, que no desaparecido -simplemente se informa menos, computándose sólo los casos de los mayores de sesenta años-, hay otras crisis, la energética, la alimentaria, la económica..., que son avatares de nuestro estado crítico y de la Crisis general.

Sigue adelante la digitalización de la llamada por los historiadores cuarta revolución industrial, una revolución que hará como las anteriores que todo cambie para poder seguir igual, o peor porque nos habremos engañado con la ilusión del cambio. Sigue adelante la veneración igualmente ilusoria por lo que la Agenda -lo que ha de ser hecho, etimológicamente, es decir, lo que no está necesariamente destinado a ocurrir, pero que se está diseñando para que ocurra, como escribía otro amigo- denomina la “Ciencia”, un conocimiento que sólo les es dado por infusión divina a los Expertos Sabelotodo. A ver si va a ser que sabe, usted, señora, o usted, caballero, o vamos a saber cualquiera de nosotros más que la Ciencia que todo lo sabe, que sabe hasta lo que no se sabe, hasta lo que no sabe ni Dios omnipotente y omnisciente.
La Ciencia se ha convertido en
la nueva forma de religión. No nos dicen abiertamente que tengamos fe en ella, porque suena arcaico, muy religioso y no poco fanático. En su lugar prefieren usar el término laico y más neutro de 'confianza': Confía en la Ciencia, nos dicen, pero viene a ser lo mismo, mera cuestión terminológica.
La maquinaria aparentemente está apagada. Sin embargo, está hibernando aunque estemos en verano. El mecanismo está en modo de espera y en reposo, o en stand-by, por decirlo en la lengua del Imperio. La megamáquina no ha sido desactivada y está lista para activarse en cualquier momento. Ahora mismo puede apretarse el botón y ponerse nuevamente a funcionar.