miércoles, 16 de septiembre de 2020

Aumento, augurio y augusto.

Dos dísticos elegíacos de Ovidio, incluidos en el libro primero de los Fastos, versos 609-612, nos aportan una interesante relación etimológica entre los términos latinos augustus -a -um, augurium y el verbo augere, que es el origen de nuestro “aumentar”.

Así dicen los versos en versión original: sancta uocant augusta patres, augusta uocantur / templa sacerdotum rite dicata manu; / huius et augurium dependet origine uerbi, / et quodcumque sua Iuppiter auget ope.

Que podemos traducir rítmicamente más o menos así: Llama el patricio “augusto” a lo santo, y el templo que mano / sacerdotal consagró llámase augusto también; / tiene el “augurio” también su origen en esta palabra, / y lo que con su poder Júpiter hace aumentar.

La raíz indoeuropea *aug- la hallamos en el verbo augere que propiamente significa crecer y hacer crecer; con el sufijo de agente masculino -tor, se forma *aug-tor, que evoluciona a auc-tor, el que hace que algo crezca, de donde derivan nuestro autor, autoría, autoridad, autoritario, autoritarismo, etc. Sobre este auctor con el significado añadido de “garante” y “vendedor” se formaría en latín vulgar *auctoricare, que explica nuestro otorgar.

Al verbo augere en latín tardío se le añadió el sufijo -ment- y se convirtió en augmentare, de donde procede nuestro aumentar, y el francés augmenter.

Señala también Ovidio en sus versos el término augurium, que por la vía culta conservamos en castellano como augurio, y que por evolución oral desembocó en agüero y agorero. Es probable que el saludo vascuence agur derive también de este término. El augurio era la observación e interpretación de los presagios que hacía el augur, lo que en latín se decía augurare, de donde proceden nuestro vulgar agorar y el culto augurar y su compuesto inaugurar.

 

Finalmente llegamos al adjetivo augustus -a -um, que significaba consagrado por los augurios y emprendido con augurios favorables, por lo que acabó siendo sinónimo de santo, venerable, majestuoso... Y fue el título que el senado le dio a Octaviano, por lo que se convirtió en un nombre propio que escribimos con inicial mayúscula, Augusto, origen también de otro nombre, el de san Agustín,  y que fue el nombre que recibió un mes del año en honor del emperador: agosto.

martes, 15 de septiembre de 2020

auctoritas vs. potestas y viceversa

La "potestas" es un poder que te sitúa por encima de los demás, en las altas esferas jerárquicas de la sociedad. Es una etiqueta que figura en tu tarjeta de visita. Es un cargo. Puede ser otorgado desde arriba, por alguien que tiene otro cargo superior y que te subordina, o puede ser otorgado desde abajo por los demás que delegan en ti su poder tras la ceremonia de unas elecciones democráticas, por ejemplo, pero siempre supone un empoderamiento. Etimológicamente está relacionado con "potis", cuya raíz indoeuropea significa "poder", y que hallamos también en "potens, -entis" y en el primer miembro del verbo "possidere", y  en griego en el término δεσπóτης (despótes, señor, amo, dueño, soberano), que conservamos en castellano en "déspota" y sus derivados "despótico" o "despotismo".

La "auctoritas" es un reconocimiento que surge de abajo, o, por mejor decir, que no viene de arriba. Tiene que ver más con el saber, un saber socialmente reconocido, que con el poder, y genera respeto y cierto prestigio, y se manifiesta enseguida sin necesidad de la violencia que ejerce el poder establecido, porque es razonable, es fruto del común razonamiento. Procede el término del verbo latino augere, que significa aumentar (cf. fr. augmenter; la palabra "auge", sin embargo, es en español un arabismo que significa apogeo de un astro), auxiliar, robustecer, ampliar, completar, apoyar, dar plenitud a algo...


El término "potestas" podríamos traducirlo por "poder" sin más, mucho mejor que por "potestad", que es su evolución lingüística desde el latín. "Potestas" es el poder socialmente reconocido y aceptado, lo tienen los políticos cuando desempeñan un cargo porque han sido  nombrados o elegidos para ello, lo que traducimos por poder y por autoridad, una autoridad temporal que termina con el cargo. Es el caso, por ejemplo, de un ministro de educación o de sanidad o de cualquier otro ámbito. La potestas es "autoritaria" por esencia, y es temporal.

El término "auctoritas", sin embargo, que evoluciona a "autoridad", es más peligroso porque en nuestra lengua, además de conservar su significado primitivo, invade el campo semántico de la "potestas" latina, es decir, conlleva poder puro y duro.  La "auctoritas" es esencialmente antiautoritaria. Y es atemporal.

La moderna capacidad de liderazgo (leadership en la lengua del Imperio) consiste en la mezcla y confusión de potestas y de auctoritas: el moderno líder (o Führer en la lengua del Reich) no sólo debe tener el poder, sino también el reconocimiento del pueblo que le otorga dicho poder por su valía, por su "auctoritas".

Durante la república romana ambos términos estaban al parecer separados: auctoritas tenía el senado, mientras que los magistrados, es decir, los gobernantes, gozaban de potestas, es decir,  del poder administrativo. Sólo las magistraturas superiores de la carrera política honorífica o cursus honorum, los cónsules y pretores, gozaban además de imperium, que era el derecho de decidir sobre la vida y la muerte de los ciudadanos, es decir, un poder absoluto, del que excepcionalmente gozaban también el dictador y el maestre de la caballería.  

Durante el Principado Augusto acapara ambas nociones: quiere gobernar con auctoritas y potestas, como los modernos líderes, por lo que su autoridad acabó por convertirse en una potestad superior a la ordinaria: los gobernantes después de él acabaron pensando que ´como él estaban revestidos no sólo de potestas, sino también de auctoritas. 

Y es así como llegamos a nuestros tiempos, en los que la razón juega el importante papel de limitar la potestad, el poder, desautorizándolo, deslegitimándolo.

Hay quien ha querido ver en los "mass media" o modernos medios de creación y manipulación de la opinión pública, y en los intelectuales orgánicos, una autoridad limitadora de la potestad, pero esto no es más que una apariencia engañosa, porque en la práctica los intelectuales a sueldo de  los gobiernos y los medios de comunicación son más instrumentos del poder que fuentes de conocimiento crítico; de hecho han sido calificados como el cuarto poder de los Estados, un poder en el que se apoyan los demás poderes.      

lunes, 14 de septiembre de 2020

Donde hay capitán...

 ...no manda marinero; o, donde hay patrón no manda marinero. El refrán es válido no sólo para las viejas dictaduras, sino también para las modernas democracias representativas en las que el presidente del gobierno es elegido por sufragio universal mayoritario.

El refrán francés equivalente sería: "il n' y a qu' un seul maître à bord", o sea: no hay más que un maestro a bordo, que por eso se llama el maestro de abordo, que es el superior jerárquico que ejerce su autoridad sobre la tripulación.

El equivalente inglés sería: "where a captain rules a sailor has no sway": donde manda el capitán el marinero no tiene mando. 

Vienen a decir estos refranes que el subordinado no puede mandar si hay un jefe, que es su superior jerárquico y quien detenta la autoridad, aunque no esté capacitado para ejercer el mando. 

Ubi maior, minor cessat, se decía en la Edad Media en latín: donde hay superior, se aparta el inferior. En latín clásico se encuentra la sentencia del Pseudo-Catón Maiori concede, es decir, cede al superior.

Sobre la necesidad de la obediencia debida al superior jerárquico que predican estos refranes, me viene enseguida a la memoria este pecio de Rafael Sánchez Ferlosio que aconseja al gobernante que se limite a gobernar sin pretender tener razón: “El que quiera mandar guarde al menos el último respeto hacia el que ha de obedecer: absténgase de darle explicaciones”. 

Los que mandan, los gobernantes, no sólo esperan de sus súbditos que obedezcan, sino también que comprendan sus razones y que juzguen por lo tanto que sus órdenes son razonables, lo que a su vez justifica su autoridad. Lo que esperan las autoridades de la ciudadanía, como dicen ellos con lenguaje correcto políticamente, no es que obedezca o desobedezca, porque eso en el fondo les da un poco igual -si alguien desobedece y lo pillan in fraganti le aplican una sanción administrativa o una detención según la legislación vigente y punto-, sino que reconozca que lo que se mandan es razonable, y que por lo tanto es razonable que haya unas autoridades sanitarias o educativas o del tipo que sea que nos mandan cosas razonables, porque esa es la justificación de su gobierno: no sólo que los haya elegido la mayoría democrática, sino que además actúen razonablemente en defensa del pueblo. 

Recurramos a la etimología de las lenguas antiguas para entender un poco en qué consiste la obediencia: obedecer es una palabra castellana atestiguada desde el siglo XIII tomada del latín oboedire, que es derivada de audire "oír" con el preverbio ob-, que aquí indica una relación complementaria de consecuencia con lo que se dice, y tiene el significado de "prestar oído, escuchar con atención, seguir el consejo, hacer caso". En gallego originó obedescer, en portugués obedecer, en catalán obeir, en francés obéir, en italiano ubbidire y en inglés to obey. En griego obedecer se decía también con un verbo que significa "escuchar": ὑπακούειν, compuesto de ύπό, que es el prefijo equivalente al latino sub, y el verbo ἀκούειν (cf. acústico), que en principio significaba "escuchar con atención" y también "responder cuando se llama a la puerta". En griego moderno significa "obedecer" y "escuchar".

¿Qué nos revelan las lenguas antiguas sobre el significado de "obedecer"?  Muestran algo tan sencillo como que la obediencia es en principio la escucha de lo que se dice, una escucha atenta. Si queremos aprender algo que no sabemos como montar a caballo, por ejemplo, debemos escuchar al que sabe y puede enseñarnos, prestar atención a sus consejos y recomendaciones. El que sabe es el experto, el que tiene experiencia y la transmite porque tiene autoridad (auctoritas) en la materia. El médico puede aconsejarnos que nos abriguemos en invierno si no queremos coger catarro; nosotros le obedecemos, es decir, le hacemos caso, le escuchamos porque es razonable lo que nos dice. A veces es nuestra propia experiencia el mejor médico al que obedecemos.

Las autoridades sanitarias se desautorizan a sí mismas cuando lo que aconsejan, recomiendan o dicen no es razonable. Entonces se plantea el problema de que como se les ha conferido potestad (potestas), es decir, poder político, pueden obligar y de hecho obligan a la ciudadanía a hacer lo que le ordenan, aunque sea algo irracional. Frente a esto la mayor desobediencia que nos cabe no es hacer lo contrario de lo que nos mandan, sino cuestionar con la fuerza de la razón, es decir con una simple pregunta como ¿por qué?, la razón de la fuerza.

domingo, 13 de septiembre de 2020

"Que para no ser nada soy madrileño"

El artículo de Alex Grijelmo que publicó El País El “Himno de Madrid” se debatió por carta  ha sacado a la luz la correspondencia entre el entonces alcalde madrileño Enrique Tierno Galván y el autor de la letra del himno Agustín García Calvo, que le fue encargado por el entonces presidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, por el que cobró el simbólico precio de una peseta. 

Según las cartas publicadas por la prensa, al alcalde no le convencían dos versos de la primera versión del himno donde se mencionaba la palabra “nada”: El primero definía a Madrid como “capital de la nada”, que Agustín se avino a sustituir por “capital de la esencia y potencia”. Y el otro verso, cuya sustitución fue más problemática, decía originalmente: “Que para no ser nada soy madrileño”, que fue finalmente cambiado por “Que sólo por ser algo soy madrileño”


Esto es lo que escribía el autor de la letra: En cuanto al verso ‘que, para no ser nada [soy madrileño]’, pienso que su reacción era bastante menos razonable y que alguna preocupación le hizo oír ‘que, para no ser nada soy madrileño’ como equivalente de que ‘ser madrileño = no ser nada’, cosa que la gente no habría de oír así, sino más bien como abreviación de ‘que para no ser ninguna de las cosas que se son, como castellano, vasco, catalán [soy madrileño]’: esto es al menos lo que el giro de esa coda, de sintaxis muy popular, más bien sugiere. Sin embargo, si sigue usted estimándolo ofensivo o duro, podría todavía sustituirse por ‘que, sólo por ser algo.


 

sábado, 12 de septiembre de 2020

Ο κορωνοϊός, el virus coronado

Es difícil saber en español si virus es singular o plural, si hay uno solo, como creen los monoteístas, o si hay varios e incluso muchos, como opinan los politeístas. El inglés ha recurrido a formar un plural viruses, que me temo que acabe por imponerse también entre nosotros, que, mientras tanto, debemos acudir a los artículos, para especificar si hablamos del virus, o de los virus, si hay uno, único y verdadero como Dios padre, o muchos, reales y falsos.

De una misma palabra indoeuropea surgen latín uirus, griego antiguo ἰός veneno y griego moderno ιός virus; de hecho al virus coronado se le llama actualmente κορωνοϊός en griego moderno. Un virus que no ha dejado de existir porque se sigue hablando constantemente de él, incluso ahora cuando parece que ya no lo hay, o lo hay tan leve y tan poco virulento que es como si no lo hubiera... Pero sigue existiendo, y siguen las autoridades sanitarias de nuestro estado terapéutico haciéndonos la vida imposible con las medidas profilácticas que impiden no sólo el contacto social, sino hasta el familiar...
 
La palabra está relacionada también con el antiguo indio viṣam veneno de una serpiente. Por ello los lingüistas postulan un origen común de los tres términos que sería *wis-, o más propiamente *weis-, raíz esta de la que podría derivar también el latín uena, procedente de *weis-na, origen de nuestra vena

Hay que tener en cuenta, para entender la discutida relación entre el virus y la vena, y el significado de la raíz originaria, que uirus no sólo es veneno en latín, sino también moco, jugo, savia, líquido que fluye, flujo espeso, viscosidad, fluido ponzoñoso y secreciones varias, generalmente con una nota semántica de 'capacidad de penetración en los tejidos'. Los romanos lo usan a veces para referirse al licor seminal.  
 
Muérdago (viscum album)

Esta raíz indoeuropea puede estar, a su vez, emparentada con *weiks-, de la que procede el griego antiguo ἰξός, muérdago, y el moderno ιξός con el mismo significado, y el latín uiscum, también muérdago, en botánica viscum album, de donde nos viene a nosotros el término visco, que es sinónimo de liga o materia pegajosa, y sus derivados, viscoso, que significa “pegajoso, glutinoso”, viscosidad, que es la cualidad de ese adjetivo,  y el verbo enviscar, que significa en primer lugar “untar con liga para que se peguen en ella los pájaros a fin de cazarlos” y connota, y es su uso más extendido, “azuzar” e “irritar, enconar los ánimos”. 

La palabra indoeuropea madre nunca tuvo propiamente plural ni singular. De hecho en latín no se usa nunca en plural. Ni tampoco tuvo nunca género gramatical, ya que en latín es neutro (malum uirus) pero en griego es masculina, por ejemplo. Téngase en cuenta que el género es una categoría gramatical inexistente en indoeuropeo, y una creación moderna de algunas lenguas derivadas.   

He aquí un ejemplo de su uso en latín. Nos lo ofrece Lucano en su Farsalia IX, 741-742, donde narra cómo muere un tal Aulo víctima de la mordedura de una dípsada que había pisado: ecce subit uirus tacitum, carpitque medullas / ignis edax, calidaque incendit uiscera tabe (Ah que le sube, callado, el veneno, y hambrienta desgarra / fiebre sus carnes, y quema sus tripas con tórrida podre).


¿Hay alguna relación etimológica entre el virus y su significado de "veneno"? No. El término veneno, del latín uenenum,  remonta a una raíz *wen, relacionada con “desear, esforzarse”. Si le añadimos el sufijo -es, tenemos el nombre del amor físico y de la diosa romana del amor: Venus, procedente de *wen-es, y sus derivados venéreo, venerar, y venera que es el nombre de la concha, palabra que en gallego ha desembocado en vieira y "concha" precisamente es sinónimo del sexo femenino, como en Argentina se denomina al coño. Recuérdese a este respecto el cuadro de Botticelli representando el nacimiento de Venus surgiendo de una concha marina. Esta misma raíz, con el sufijo añadido -no, *wen-es-no, origina el latín uenenum, con el significado primitivo de "poción amorosa o erótico filtro" (bebida o composición con que se pretende conciliar el amor de una persona, término este de "filtro" relacionado con el verbo φιλεῖν querer, amar). Resulta curioso que la etimología de veneno remonte nada más y nada menos que al amor, al propio Cupido, hijo de su madre Venus, y nos sugiera el veneno de sus flechazos, la metáfora del enamoramiento como envenenamiento y el adjetivo de "tóxico" aplicado al amor.

Igualmente la raíz *wen- con el sufijo -ia, wen-ia, dio origen en latín a uenia, que nosotros conservamos en venia “favor, gracia, perdón” y en el adjetivo venial, la calificación de los pecados perdonables o veniales frente a los mortales, que hacía la Iglesia. 
 
Pero en indoeuropeo eran dos raíces distintas, dos viejas palabras que no estaban emparentadas.

viernes, 11 de septiembre de 2020

Abducción en la playa

Me escribe un amigo y me dice que se avergüenza de lo que pasa en este país, y que se siente como Cernuda: “Si yo soy español, lo soy / A la manera de aquellos que no pueden / Ser otra cosa” (vv. 44-46). Y más adelante, en el mismo poema: “Soy español sin ganas”. Escribió en 1962, en el exilio, estos versos insertos en el poema Es lástima que fuera mi tierra, incluido en Desolación de la quimera

 

Me lo dice a propósito de unas imágenes que circulan por la Red, que parecen sacadas de una película de ciencia ficción, pero que están tomadas en una playa del país vasco, donde la policía detiene a una joven que se había saltado la cuarentena que al parecer debía observar porque había resultado positiva en una prueba de virus coronado que no especifica la carga viral que tiene y que no debía de ser muy alta a juzgar por lo que se encontraba haciendo, practicando surf en la playa, por lo que no debía de tener mucha fiebre ni toser ni estornudar mucho como para contagiar al resto de surfistas y bañistas, lo que recuerda un poco a esta viñeta de El Roto con el mismo tema, pero que sin duda había sido juzgada como apestada contagiosa.


 

jueves, 10 de septiembre de 2020

El reloj del canónigo Chirino

La mejor fotografía -captura de la luz, etimológicamente- que conozco de Cuenca no es una imagen, sino unas palabras de Pío Baroja que escribió en la primera parte de “Los recursos de la astucia”, titulada "La Canóniga", dentro de sus “Memorias de un hombre de acción”, que dicen: Cuenca, como casi todas las ciudades interiores de España, tiene algo de castillo, de convento, de santuario.

Retrata Baroja a estas ciudades españolas, entre las que descuella Cuenca, con dos sustantivos: son por un lado una fortaleza y por otro un oasis  en medio de las llanuras que les rodean, en la monotonía de los yermos que les circundan, en esos parajes pedregosos, abruptos, de aire trágico y violento.

(...) Son estas ciudades, ciudades roqueras, místicas y alertas: tienen el porte de grandes atalayas para otear desde la altura.

Cuenca, como pueblo religioso, estratégico y guerrero, ofrece este aire de centinela y observador.

Se levanta sobre un alto cerro que domina la llanura y se defiende por dos precipicios, en cuyo fondo corren dos ríos: el Júcar y el Huécar.

Estos barrancos, llamados las Hoces, se limitan por el cerro de san Cristóbal, en donde se asienta la ciudad y por el del Socorro y el del Rey, que forman entre ellos y el primero fosos muy hondos y escarpados.” 


Me sumerjo en la relectura envolvente de la novela de Baroja, que me trae el recuerdo vivo de Cuenca, y la fascinación que ejerció en mí, la primera vez que lo leí, el reloj que había pertenecido al canónigo Chirino, y que, una vez muerto este, había heredado Damián, el carpintero y fabricante de féretros. Había pasado el reloj del despacho del clérigo a la tienda de ataúdes del callejón de los Canónigos, situada en una casa antigua y negra, de piedra, con un arco apuntado a la entrada, en cuyo portal se hallaba el taller del carpintero donde se abría una ventana que daba a una hendidura por donde entraba la luz del sol y se entreveía la belleza natural de la Hoz del Huécar. 
 
Entre otros relojes que había allí, se destacaba uno alto de autómatas y de sonería, con el péndulo dorado y esmaltado en colores. Este reloj tenía una caja de color de caramelo oscuro llena de pinturas con guirnaldas y flores. Fijándose bien, en cada guirnalda se veía disimulado en ella un atributo macabro: aquí, una calavera con dos tibias; allí, un ataúd; en este rincón, un esqueleto. El péndulo tenía en medio de la lenteja una barca de latón sujeta con un tornillo y un contrapeso por dentro que hacía subir y bajar la proa y la popa alternativamente al compás de los movimientos del péndulo. En la barca había una figurita de Caronte. La esfera, de cobre, estaba rodeada de una orla de bronce con la efigie de Cronos, viejo haraposo y meditabundo, con unas alas en la espalda y un reloj de arena en la mano. (...)
 
Este reloj de pared tenía música y varias figuras aparecían al dar las horas. En el péndulo, Caronte se agitaba en su barca, y en la orla de bronce que rodeaba la esfera se leía: Vulnerant omnes, ultima necat. Damián, el marido de la Dominica, había arreglado el reloj y hecho que se movieran las figuras. Estas eran un niño y una niña, un joven y una doncella y un viejo y una vieja seguidos de la Muerte, representada por un esqueleto con su sudario blanco y su guadaña. Cuando desaparecían las edades de la vida seguidas de la Muerte, se abría una ventana y aparecía la Virgen. Al mismo tiempo que estas figuras pasaban por delante de la esfera del reloj sonaba una música melancólica de campanillas. (…)

Siempre que pasaba por delante del reloj del canónigo Chirino, Damián lo contemplaba con entusiasmo. Las guirnaldas de calaveras y tibias, entre flores, su carácter macabro y la salida de la Muerte le entusiasmaban. Se le antojaba una de las más bellas y geniales ocurrencias que podía haber salido de la cabeza de un hombre.

Le habían dicho lo que significaba el letrero en latín, y le parecía admirable: Vulnerant omnes, ultima necat. Todas hieren, la última mata.

Al final de la novela, el reloj del canónigo seguía funcionando y marcando el paso lento y pausado de las horas. El carpintero seguía fabricando ataúdes grandes y pequeños, féretros negros para hombres y mujeres y blancos para niños. Las tres edades de la vida -infancia, juventud y vejez- seguían desfilando y huyendo de la Muerte que las perseguía implacable con su sudario y su guadaña. El viejo Caronte se balanceaba en su barca. Y antes de que la música de campanillas tocara su sonata melancólica y apareciera la Virgen María, salía el viejo Cronos, alado y haraposo, meditando sobre el paso cronometrado, nunca mejor dicho, del tiempo con el reloj de arena en la mano.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Dictadura sanitaria

Dictadura sanitaria (cf. fr. dictature sanitaire, ing. health dictatorship, al. Gesundheitsdiktatur) parece un concepto nuevo, definido por los movimientos de oposición a las medidas coactivas de los estados so pretexto de lucha contra el virus coronado para acusar a los gobiernos de imponer restricciones a las libertades ciudadanas de reunión y asociación, manifestación y libertad de movimiento, básicamente. Parece que el adjetivo calificativo “sanitaria” aplicado al sustantivo “dictadura” con el que algunos definen la coyuntura política que estamos atravesando justifica de alguna manera la opresión y privación de libertad que conlleva una “dictadura”. Es como si legitimara la urgencia extraordinaria de un poder autoritario por mor de garantizar la pública salud.

El término “dictadura” lo hemos heredado del latín dictatura. En el paso de una a otra lengua se sonorizó la oclusiva dental sorda -t- intervocálica, fenómeno que la convirtió en -d-. Está formado sobre el verbo dictare que en principio es un verbo frecuentativo de dicere (decir), por lo que su significado primitivo era “decir una y otra vez, repetir”, pero enseguida pasó a connotar “para que conste por escrito”, es decir, “dictar”, como en los dictados escolares, por lo que se convirtió pronto en sinónimo de ordenar, mandar.

El sufijo -tura, que conservamos en muchas otras palabras como estatura, cultura, natura, literatura, modificado en el caso que nos ocupa en -dura, tiene una valor doble: por una parte se trata del llamado participio de futuro activo latino (morituri, los que van a morir; nasciturus, el que va a nacer, etc.), pero por otra tiene la forma colectiva del neutro plural, que acabó convirtiéndose en sustantivo femenino de la primera declinación. Lectura, por ejemplo, representa en principio el conjunto de textos que vamos a leer, para acto seguido pasar a ser el proceso de leerlos, el nombre de la acción que va a ejecutarse. Natura, que es el nombre latino de la naturaleza, representa en principio el conjunto de seres que van a nacer, es decir la pluralidad de naturus (reformulado en latín mismo con el sufijo incoativo -sc- como nasciturus). 

Cincinato abandona el arado para dictar leyes a Roma, Juan Antonio Ribera (c. 1806)
 

Conocido es el primer dictator romano, Cincinato, que fue revestido con poderes extraordinarios por el senado romano ante el peligro de una invasión militar, y que una vez cumplido su encargo, abandonó el cargo y volvió a sus labores agrícolas. Su ejemplo inspiró el nombre de la ciudad estadounidense de Cincinnati (Ohio), nombre puesto en honor de los "cincinatos", una asociación que honraba a George Washington, al que consideraba un «cincinato», es decir, un ejemplo de civismo que decidió retirarse de la política en 1796, renunciado a un tercer mandato como presidente de los Estados Unidos.

Pero la expresión "dictadura sanitaria" que estamos analizando no es tan nueva como parece.  La epidemia de gripe de 1918-19, llamada “gripe española” sirvió de gran revulsivo para sensibilizar a médicos y a la opinión pública en general de las penosas condiciones sanitarias que atravesaba España y de la escandalosa falta de organización y estructura sanitaria, argumentándose entonces la necesidad de una «dictadura sanitaria», expresión utilizada por primera vez entonces, por lo que yo he averiguado, en algunas publicaciones médicas de la época, que no hacía sino preparar el terreno, al menos en parte, para la dictadura de Primo de Rivera que vino después, que, como más tarde haría también la segunda república española, implementaría medidas higiénicas y sanitarias en favor de la población.

Volviendo al comienzo de este texto, calificar una dictadura de sanitaria, es como si estuviéramos tratando de sanearla, de considerarla buena o, al menos, si no un bien en sí mismo, un mal necesario. Pero no hay males necesarios, como hemos razonado muchas veces. La expresión “mal necesario” lo que hace es, sin querer a veces, justificar la necesidad del mal, en este caso de la dictadura, que como nos dicen las autoridades sanitarias sería necesaria hasta que dispongamos de una vacuna de la que no disponemos.

martes, 8 de septiembre de 2020

Libertad

 





Sur mes cahiers d’écolier / Sur mon pupitre et les arbres / Sur le sable sur la neige / J’écris ton nom

Sur toutes les pages lues / Sur toutes les pages blanches / Pierre sang papier ou cendre / J’écris ton nom

Sur les images dorées / Sur les armes des guerriers / Sur la couronne des rois / J’écris ton nom

Sur la jungle et le désert / Sur les nids sur les genêts / Sur l’écho de mon enfance / J’écris ton nom

Sur les merveilles des nuits / Sur le pain blanc des journées / Sur les saisons fiancées / J’écris ton nom

Sur tous mes chiffons d’azur / Sur l’étang soleil moisi / Sur le lac lune vivante / J’écris ton nom

Sur les champs sur l’horizon / Sur les ailes des oiseaux / Et sur le moulin des ombres / J’écris ton nom

Sur chaque bouffée d’aurore / Sur la mer sur les bateaux / Sur la montagne démente / J’écris ton nom

Sur la mousse des nuages / Sur les sueurs de l’orage / Sur la pluie épaisse et fade / J’écris ton nom

Sur les formes scintillantes / Sur les cloches des couleurs / Sur la vérité physique / J’écris ton nom

Sur les sentiers éveillés / Sur les routes déployées / Sur les places qui débordent / J’écris ton nom

Sur la lampe qui s’allume / Sur la lampe qui s’éteint / Sur mes maisons réunies / J’écris ton nom

Sur le fruit coupé en deux / Du miroir et de ma chambre / Sur mon lit coquille vide / J’écris ton nom

Sur mon chien gourmand et tendre / Sur ses oreilles dressées / Sur sa patte maladroite / J’écris ton nom

Sur le tremplin de ma porte / Sur les objets familiers / Sur le flot du feu béni / J’écris ton nom

Sur toute chair accordée / Sur le front de mes amis / Sur chaque main qui se tend / J’écris ton nom

Sur la vitre des surprises / Sur les lèvres attentives / Bien au-dessus du silence / J’écris ton nom

Sur mes refuges détruits / Sur mes phares écroulés / Sur les murs de mon ennui / J’écris ton nom

Sur l’absence sans désir / Sur la solitude nue / Sur les marches de la mort / J’écris ton nom

Sur la santé revenue / Sur le risque disparu / Sur l’espoir sans souvenir / J’écris ton nom

Et par le pouvoir d’un mot / Je recommence ma vie / Je suis né pour te connaître / Pour te nommer

Liberté.

 (Poésise et Vérité, Paul Éluard 1942)



lunes, 7 de septiembre de 2020

No, renó y recontranó

La primera forma de expresión de un niño recién nacido es el llanto. A los pocos meses comenzará a ensayar gorgoritos y vocales, y poco después a balbucear mezclando consonantes y vocales, repitiendo muchas veces la misma sílaba gugu, tata, mama, papa hasta que comience a alternar sílabas diferentes. 

Una de las primeras palabras que aprende a decir un niño es “no”. Leo que el cincuenta por ciento de los niños dicen “no” a los diecisiete meses, el setenta y cinco por ciento a los veinte meses y el 95 por ciento a los dos años. Es verdad que antes ya dicen cosas como “mamá” y “papá”, pero no son palabras que tengan significado propiamente hablando todavía, sino que son llamadas. 

A partir de los dos años comenzarán a reconocer cosas como “gato, tren, coche, casa” y a hacerse ideas o representaciones visuales de esas cosas. Más o menos a los veinticuatro meses los niños entran de lleno en una fase negativista, donde a todo contestan «no, no quiero». Una etapa donde niegan prácticamente todo, sin más. Dicha etapa negativa, como la del "por qué", la pregunta que se hacen siempre los niños cuando van entrando en uso de razón y lengua, es una fase de autoafirmación, según los psicólogos infantiles.

A raíz de ahí, también la negación es lo que dice el pueblo y la gente a lo que se le impone desde arriba y está mandado desde las altas instancias, y lo que dice nuestro corazón, que tiene algo de niño y de pueblo y de gente que se rebela contra lo establecido.

Ahora bien, la negación, que viene de fuera del lenguaje, que viene de abajo, puede incorporarse y acabar asimilada, como de hecho sucede enseguida, y entrar a formar parte de las palabras que tienen significado, es decir, de las ideas que constituyen la realidad, y, por lo tanto, de la realidad misma. 

Cuando alguien dice que es “ateo”, por ejemplo, no está negando la idea de “Dios” -theós- en griego, sino que al meter la negación, que es el prefijo negativo a(n)- en griego dentro de esa palabra e idea refuerza la idea, la reafirma, desactivando la fuerza negativa, afirmando la idea de "Dios", reafirmándola. 


Cuando decimos que no hay fin, no estamos diciendo que hay infinito, sino que no hay fin. Cuando negamos el principio de realidad, no queremos llegar a ninguna otra realidad una vez que hemos renegado de esta, lo que estamos diciendo y haciendo es una acción, una acción interminable, la de decir “no” y seguir diciendo “no”, “no es esto”, intentando desconcebir lo que se nos da concebido, mal concebido, engañosamente concebido.

La rebeldía del niño, del pueblo, de la gente sólo puede consistir en decir que “no”, un no que está vivo, que no se deja positivizar, que no pasa de decir que no una y otra vez. Cuando incorporamos el no, el in- de infinito, el an- de anarquía o el a- de ateo, ya no hacemos nada, ya no negamos, estamos afirmando. 

La negación tampoco puede convertirse en negacionismo o negativismo, es decir, en un -ismo, en una ideología, porque entonces se positiviza. Frente a eso sólo cabe seguir negando y renegando una y otra vez sin afirmar nada positivo. Como dicen en Aragón: no, renó y recontranó.