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sábado, 6 de marzo de 2021

Ordeno y mando

El concepto de “autoridad” recubre entre nosotros la identificación de lo que los romanos llamaban potestas (el poder político efectivo) y auctoritas (la opinión de los expertos que hace que “aumente” la confianza y el reconocimiento de los gobernados; la raíz de la palabra es el verbo augere “aumentar”): la potestas requiere auctoritas: el poder quiere autorizarse, justificarse: tener razón. No sólo quiere el gobierno, sino el reconocimiento de los gobernados, porque sin ese requisito se desautorizaría su mandato.

Pero la razón, como el logos de Heraclito, es común, no es de nadie en particular porque lo que es del común “non es de ningún”. El que pretende arrogarse la razón lo que quiere de verdad es mandar, imponer la suya. Pero la razón y el ordeno-y-mando no se confunden nunca, como pretenden nuestros mandamases, porque son todo lo contrario.

Sufrimos un poder que quiere legitimarse doblemente, por un lado democráticamente al ser elegido por la mayoría del electorado, no por el pueblo, que ese no elige a nadie, pero como eso no basta, necesita también el aval constante de la ciencia y del saber de los expertos.

Cuando ciencia y poder político se confunden entre sí de manera que no se distinguen lo uno de lo otro, no es porque el poder se vuelva más racional, sino porque la ciencia se vuelve pseudociencia irracional.


“Quienes mandan y quienes obedecen mantienen un tipo de relación que causa miseria a todos los niveles”

El poder no sólo quiere la legitimidad democrática, sino además la legitimidad divina, vamos a decir, que le da la ciencia en esta época pretendidamente atea pero en verdad teológica, a fin de que el carisma científico legitime su gobierno y este pueda pasar por la expresión de la razón y por un despotismo democrático ilustrado. 

El boss, o sea el jefe que tiene la potestas, quiere revestirse, del carisma del leader, del que es seguido por su prestigio o auctoritas, por su "capacidad de liderazgo", no del que es obedecido porque tiene el mando. Pero en el fondo el leader no deja de ser el boss, el lobo disfrazado con la piel de cordero. Un calco semántico del término leader es el alemán Führer, y ya sabemos a dónde le llevó al pueblo alemán su seguimiento.

 

No es tanto que la ciencia se ha hecho con el poder político, como en otro tiempo lo hizo la religión, sino al revés, que el poder político se ha hecho con la ciencia, al menos la más sumisa y vendida. Con esta maniobra trata de infundirnos miedo, un miedo que está, según la ciencia a su servicio, justificado, de donde resulta que el miedo, que es lo más irracional que hay, se "racionaliza". Pero todo el mundo sabe que eso no puede ser porque es lo contrario, que el miedo que nos meten para que obedezcamos es una sinrazón. 

Si obedezco es porque a la fuerza ahorcan, no porque me parezca razonable hacerlo, como se me exige. El Poder, no contento con su ejercicio de gobierno y ordeno-y-mando, quiere que todos y cada uno de sus súbditos le den la razón, hasta que lo que se manda y lo que es razonable se confundan y sean lo mismo y parezca razonable que a uno le manden cualquier cosa que sea, de modo que dé la sensación de que uno no obedece al gobierno, sino a su fuero interno y hace lo que tiene que hacer y que, en todo caso, sometiéndose a la propia diosa Razón, porque eso es lo razonable. Parece así que no es necesario que le ordenen a uno hacer algo, ya que sale de uno mismo el hacerlo, sin necesidad de que se lo mande nadie. La voluntad individual se convierte de este modo en el peor de los tiranos. Y el más efectivo porque pasa inadvertido. 

El poder no se conforma con el hecho de vencernos, sino que quiere convencernos. Y ahí es donde falla, porque siempre podremos soltarle aquellas palabras tal vez apócrifas que se le atribuyen a don Miguel de Unamuno, rector a la sazón de la Universidad de Salamanca, que  el 12 de octubre de 1936 le espetó al general franquista Millán Astray : “Venceréis pero no convenceréis”. Es la eterna lucha de la razón y la fuerza: la fuerza de la razón contra la razón de la fuerza, el poder de la razón contra la razón del poder.

martes, 15 de septiembre de 2020

auctoritas vs. potestas y viceversa

La "potestas" es un poder que te sitúa por encima de los demás, en las altas esferas jerárquicas de la sociedad. Es una etiqueta que figura en tu tarjeta de visita. Es un cargo. Puede ser otorgado desde arriba, por alguien que tiene otro cargo superior y que te subordina, o puede ser otorgado desde abajo por los demás que delegan en ti su poder tras la ceremonia de unas elecciones democráticas, por ejemplo, pero siempre supone un empoderamiento. Etimológicamente está relacionado con "potis", cuya raíz indoeuropea significa "poder", y que hallamos también en "potens, -entis" y en el primer miembro del verbo "possidere", y  en griego en el término δεσπóτης (despótes, señor, amo, dueño, soberano), que conservamos en castellano en "déspota" y sus derivados "despótico" o "despotismo".

La "auctoritas" es un reconocimiento que surge de abajo, o, por mejor decir, que no viene de arriba. Tiene que ver más con el saber, un saber socialmente reconocido, que con el poder, y genera respeto y cierto prestigio, y se manifiesta enseguida sin necesidad de la violencia que ejerce el poder establecido, porque es razonable, es fruto del común razonamiento. Procede el término del verbo latino augere, que significa aumentar (cf. fr. augmenter; la palabra "auge", sin embargo, es en español un arabismo que significa apogeo de un astro), auxiliar, robustecer, ampliar, completar, apoyar, dar plenitud a algo...


El término "potestas" podríamos traducirlo por "poder" sin más, mucho mejor que por "potestad", que es su evolución lingüística desde el latín. "Potestas" es el poder socialmente reconocido y aceptado, lo tienen los políticos cuando desempeñan un cargo porque han sido  nombrados o elegidos para ello, lo que traducimos por poder y por autoridad, una autoridad temporal que termina con el cargo. Es el caso, por ejemplo, de un ministro de educación o de sanidad o de cualquier otro ámbito. La potestas es "autoritaria" por esencia, y es temporal.

El término "auctoritas", sin embargo, que evoluciona a "autoridad", es más peligroso porque en nuestra lengua, además de conservar su significado primitivo, invade el campo semántico de la "potestas" latina, es decir, conlleva poder puro y duro.  La "auctoritas" es esencialmente antiautoritaria. Y es atemporal.

La moderna capacidad de liderazgo (leadership en la lengua del Imperio) consiste en la mezcla y confusión de potestas y de auctoritas: el moderno líder (o Führer en la lengua del Reich) no sólo debe tener el poder, sino también el reconocimiento del pueblo que le otorga dicho poder por su valía, por su "auctoritas".

Durante la república romana ambos términos estaban al parecer separados: auctoritas tenía el senado, mientras que los magistrados, es decir, los gobernantes, gozaban de potestas, es decir,  del poder administrativo. Sólo las magistraturas superiores de la carrera política honorífica o cursus honorum, los cónsules y pretores, gozaban además de imperium, que era el derecho de decidir sobre la vida y la muerte de los ciudadanos, es decir, un poder absoluto, del que excepcionalmente gozaban también el dictador y el maestre de la caballería.  

Durante el Principado Augusto acapara ambas nociones: quiere gobernar con auctoritas y potestas, como los modernos líderes, por lo que su autoridad acabó por convertirse en una potestad superior a la ordinaria: los gobernantes después de él acabaron pensando que ´como él estaban revestidos no sólo de potestas, sino también de auctoritas. 

Y es así como llegamos a nuestros tiempos, en los que la razón juega el importante papel de limitar la potestad, el poder, desautorizándolo, deslegitimándolo.

Hay quien ha querido ver en los "mass media" o modernos medios de creación y manipulación de la opinión pública, y en los intelectuales orgánicos, una autoridad limitadora de la potestad, pero esto no es más que una apariencia engañosa, porque en la práctica los intelectuales a sueldo de  los gobiernos y los medios de comunicación son más instrumentos del poder que fuentes de conocimiento crítico; de hecho han sido calificados como el cuarto poder de los Estados, un poder en el que se apoyan los demás poderes.