lunes, 5 de abril de 2021

El periodismo como sostén de la realidad

    Unas declaraciones de un veterano periodista español, Iñaki Gabilondo, llaman mi atención porque dicen más verdad de la que suelen decir los periodistas, dedicados como cariátides (no en vano algunos se llaman columnistas), a sostener y no enmendar el templo de la realidad, o, como ellos prefieren decir, la actualidad. 

    Tras medio siglo de actividad profesional, que se dice pronto, este hombre decide retirarse paulatinamente de los medios de creación y manipulación de la opinión pública a los que ha servido fielmente durante tanto tiempo descolgándose con unas jugosas confesiones.

    Al comentario no exento de cierto amable reproche del entrevistador de “usted parece el periodista que huye de la actualidad porque ya no la soporta”, responde: “Para hacer este trabajo hay que tener fe (y yo la estaba perdiendo)”. Respuesta con la que le da la razón en parte, reconociendo que ya no soporta la actualidad, y razonando el motivo de su incomodidad personal de tener que salir todos los días a la palestra con un "escepticismo excesivo".

    Con eso ya está dicho todo: el trabajo del periodista es defender la realidad, la actualidad como él dice. Su labor improbus consiste en sostener que la actualidad es la verdad, y para eso hace falta mucha fe porque si la actualidad fuera verdad se sostendría por sí misma ella sola y no necesitaría de la periódica charlatanería impresa y expresa de los reporteros que dé cumplida cuenta de ella. 


    El sano escepticismo o falta de fe hace que a uno le entre el gusanillo de la duda, la duda razonable que, a su vez, hace que uno se sienta incómodo con su trabajo y de algún modo empachado, como sostenía en declaraciones a otro medio: “Me retiro de este territorio a petición propia porque deseo dejar de hacer comentarios y análisis políticos. (…) El problema es que estoy empachado. Sé defender mis opiniones, pero cada vez me cuesta más tenerlas”. 

    Reconoce el afamado comentarista político que tiene, como todo hijo de vecino, sus opiniones particulares, pero cada vez le cuesta más “tenerlas”, es decir, albergarlas y asumirlas como propias, como si la razón común que le asiste a él como nos asiste a todos le estuviera liberando de la necesidad de defender a capa y espada lo menos común que tenemos, nuestras convicciones, dentro de lo común que es que cada cual tenga sus propias opiniones. Por eso reconoce, confidencialmente: “Para asomarse día a día hacen falta unas fuerzas que ya no tengo y una fe que flaquea. No quiero ser el cenizo pesimista de las 8:30. Antes de que se apague la luz, prefiero iluminar otros rincones”.

    Es una lástima que el desengaño, por así llamarlo, les llegue a las personas a una edad tan avanzada, que necesitemos tantos años, setenta y ocho en su caso, para que, como él dice, nos flaquee la fe, para que la obesa mórbida que es esa virtud teologal se nos quede en los puros y desnudos huesos. Pero así como no hay razones para el optimismo, tampoco debe haberlas para el pesimismo ceniciento. 


    Facta non uerba (hechos, no palabras) dice el proverbio clásico, pero no hay facta sin uerba, no hay actualidad sin un periodismo que la sostenga. La actualidad no deja de ser una de las hipóstasis de la eternidad, al igual que los bancos son la hipóstasis del capitalismo. Y el hecho de que los hechos, valga la redundancia, necesiten palabras muestra de alguna manera su vulnerabilidad e inconsistencia, y revela que quizá no estén tan hechos como parece a simple vista. Tal vez los hechos no estén tan hechos como su nombre indica, o "hacidos", como diría un niño que está aprendiendo a hablar. Acaso no estén tan hechos como para que, a falta de palabras que los justifiquen, no puedan deshacerse. Esto último no está garantizado por nada ni por nadie, desde luego. Pero por eso mismo puede merecer la pena intentarlo, por si acaso.

domingo, 4 de abril de 2021

Nótulas coronavíricas (II)

Aquí va un titular de un periódico digital. En la portada aparece una pregunta que despierta nuestra curiosidad enseguida, planteada a modo de antiguo catecismo: ¿Qué dice la ciencia sobre los contagios en el interior de los bares? Si clicamos ahí, para conocer el veredicto de la respuesta de tan docta señora como es la Santa Madre Iglesia de la Ciencia, nos sale esto: La ciencia avala el cierre del interior de los bares para frenar los contagios en lugares con altas tasas de incidencia. El cierre de la hostelería, según el aval de la ciencia, "es una de las medidas más efectivas para disminuir la incidencia y mortalidad". El aval, para quien lo entienda, se basa en una concluyente “revisión global de estudios (sic) sobre cómo afectan las limitaciones de la hostelería a la pandemia”.  Hoy en día sentarse en la mesa de un bar o acercarse a la barra -...bares, qué lugares / tan gratos para conversar. / No hay como el calor / del amor en un bar, que cantaban Gabinete Caligari-... se han convertido en delitos y para algunos en crímenes de lesa humanidad. El interés que tienen en chapar los bares, cafés y restaurantes se debe a que en esos establecimientos la gente se relaciona y habla, y a eso es a lo que más miedo le tienen, porque hablando se entiende la gente y si la gente habla y se entiende se les acaba la tontería en cuatro días. Por eso la imposición del tapabocas y las progresivas prohibiciones de reunirse y hasta de acercarse a los prójimos. 

oOo 

 “Sanidad planea modificar los indicadores para cerrar el interior de los bares con una tasa de incidencia de 150”. Aquí está la madre del cordero y la clave de todo: si Sanidad modifica los indicadores, puede decretar el cierre de lo que se le antoje. Sin querer identificamos dos palabras que no deberían igualarse ni coordinarse, que son “incidencia” y “mortalidad”, porque no son lo mismo. En cuanto a la incidencia, se nos da un dato numérico y como tal apabullante: incidencia de 150 casos, que, aparentemente, debe de ser la hostia. Acostumbrados como estamos a que nos den los datos en tantos por ciento, 150 parece que es muchísimo. Pero hay que tener en cuenta cuál es el parámetro que utilizan, que no es el tanto por ciento (100) sino el tanto por cien mil (100.000). La famosa indicencia de 150 casos, reducida a tanto por ciento, no llega ni siquiera a un (1) caso, dado que es 0,15%.  ¿Y qué decimos de la mortalidad? Pues que es muchísimo menor que la de la incidencia. La tasa de letalidad de 0,05% en toda la población es menor que la de la gripe estacional. Está claro que quieren chapar los bares, lo que no está tan claro es la razón. No puede ser, desde luego, la gravedad de la situación que no es tan grave en absoluto. Como decía Ferlosio, mientras no cambien los dioses -en este caso los parámetros científicos- nada habrá cambiado. Los umbrales epidémicos, definidos según criterios inalcanzables, dibujan un horizonte sanitario imposible de lograr, el covid cero, alimentado por la utopía higienista de la seguridad total sin riesgo. Una vez que hemos mencionado a la bicha, ya la hemos creado y dado la existencia. No podemos pretender ahora que desaparezca así como así por las buenas si no dejamos de conjurarla y de creer en ella y en la Ciencia que la justifica y que la ampara. 

 
oOo 

Pero todavía hay que decir algo sobre la famosa incidencia de contagio y los famosos "casos" sensacionalistas. El triunfo de esta pandemia ha sido el carácter asintomático de la mayoría de sus contagios, que de una manera capciosa se han identificado con enfermos apestados como los antiguos leprosos. Hay gente sana a la que le ha entrado la paranoia  de someterse voluntariamente a sofisticadas y caras pruebas de laboratorio y análisis para ver si estaba enferma y por lo tanto era contagiosa. En una situación normal a nadie le da por ir una vez a la semana al cementerio o consultar a diario las esquelas o notas necrológicas de los periódicos y tanatorios para saber si uno mismo ya está muerto y no se había percatado. Claro, pero no estamos en una situación normal. Y por eso a mucha gente le ha dado la psicosis paranoica de querer saber si estaba enferma y no se había enterado y tenía que ponerse en tratamiento enseguida quedándose en casa y tomando, si le subía al pensarlo la fiebre, paracetamol. Ya se han encargado los que nos gobiernan democráticamente, con la colaboración inestimable de los medios de formación y manipulación de la opinión pública a su servicio, de declarar el Estado de Alarma y de implementar, como dicen ellos, el concepto vacío de Nueva Normalidad para que esto no fuera una situación normal. Y nos lo recuerdan todos los días, desde hace ya algo más de un año. Y ya está bien, me parece a mí y a mucha gente que ya está empezando a hartarse, de tanta tontería.
 

sábado, 3 de abril de 2021

¡Trágala, perro! (Una estampa de Goya)

 


Explicación de esta estampa del manuscrito del Museo del Prado: El que viva entre hombres será jeringado irremediablemente: si quiere evitarlo habrá de irse a habitar a los montes y cuando esté allí conocerá también que esto de vivir solo es una jeringa.

...del manuscrito de la Biblioteca Nacional: No le echan mala lavativa a cierto Juan Lanas unos frailes que galantean a su mujer, y le ponen un taleguillo al cuello a manera de reliquia para que se cure y calle. La mujer se ve detrás cubierta por un velo, y un monstruo de enorme cornamenta preside la función autorizándolo todo nuestro Padre Prior.

...del manuscrito de Ayala: Intentan unos frailes curar a un pobre Marcos, colgándole al cuello una reliquia y echándole lavativas por fuerza.

Goya en este Capricho presenta, en primer término, a un fraile que sujeta una enorme jeringa preparada para el hombre arrodillado y suplicante, un Juan Lanas o un pobre Marcos, es decir, uno cualquiera, un buenazo y bobo que se somete y se presta sin oponer resistencia a todo lo que se quiere hacer de él, por muy vergonzoso y humillante que sea, al que va a administrar una lavativa. 

Al parecer Goya se inspiró en un suceso de la época. Un marido cornudo, engañado por un fraile, pretendió burlarse de su burlador y resultó burlado. Aquí no nos interesa mucho ahora porque el autor hace abstracción del caso particular y lo hace universal desarrollando la sátira de la sociedad española de su tiempo que es este nuestro todavía, en la que un estamento, la clerigalla, abusa de la gente obligándola a “tragar” lo inaceptable. El pueblo, por su parte, representado por el Juan Lanas o pobre Marcos arrodillado representa al inculto y supersticioso pueblo español.


Si donde el manuscrito de la Biblioteca Nacional dice “frailes” entendemos ahora “personal sanitario” y Juan Lanas o el pobre Marcos se quedan como símbolo de quienes padecemos las recomendaciones de las autoridades del Ministerio de Sanidad del Gobierno, tenemos una radiografía perfecta de lo que está sucediendo en España, sometida a la dictadura sanitaria decretada por una organización filantrópica (hay amores que matan, dice el refrán) como es la Organización Mundial de la Salud, que nos quiere tanto que nos hará sufrir por nuestro bien, como reza otro refrán.

De poco vale, como aquí vemos, que el humillado Juan Lanas o pobre Marcos junte sus manos y suplique clemencia o caridad. De nada le sirve el taleguillo colgado del cuello a modo de reliquia para que se cure, es decir, la mascarilla obligatoria en el exterior a la vista de todos, que ya está preparada la descomunal jeringuilla, es decir la inyección del suero milagroso y purgativo, que el frailazo va a endilgarle por salva sea la parte de su anatomía.

Algo hay de sádico en la expresión de los frailes que deja corto al marqués de Sade. Estos, en efecto, disfrutan sintiendo el gozo que están cometiendo y la atrocidad que van a llevar a cabo, gritando "¡Trágala, perro!", como leemos en el texto. Es los que los ministros de sanidad de los gobiernos nos espetan. El pobre Marcos o Juan Lanas -da igual su nombre, mutato nomine de te -es decir, de nosotros- fabula narratur- acabará dando gracias a Dios por la merced que el personal sanitario le ha infligido inyectándole el suero milagroso que aliviará sin duda su enfermedad inexistente.

Goya nos ha legado, quizá sin querer, quizá queriendo, en este grabado con su lenguaje simbólico la descripción magistral no de un hecho concreto de un momento histórico y los actores que en él intervinieron, sino el retrato universal y atemporal de lo que estamos viviendo ahora, jeringados como estamos en aras de la Salud, ese enfermizo ideal que nos enferma. Hay un macho cabrío en el trasfondo que preside la escena. ¿A quién representará? De algún modo es el Padre Prior que no sólo no impide que esto suceda, sino que lo autoriza.

El comentario del Museo de El Prado viene a decirnos que así es nuestra vida: esto del vivir es una geringa (sic). El argumento que utilizan las autoridades sanitarias es que es por nuestro bien y nuestra quebrantada salud, y de rebote, por el bien y la salud de los demás, que se antepone como ideal perverso a la libertad y dignidad de la propia vida de todos y de cada uno. Encima, tendremos que darles las gracias por obligarnos a comulgar con piedras de molino.

viernes, 2 de abril de 2021

Nótulas coronavíricas (I)

¡Bulo! Titular periodístico más falso que Judas: Las vacunas devuelven la vida a las residencias (de ancianos)”. No son los sueros inyectados en sí lo que les devuelve la vida a los residentes que han sobrevivido a duras penas, sino el efecto placebo que provocan. Dicen, los supervivientes: “Estábamos esperándolo como agua de mayo”. Estos pueden volver a la vida, los que han muerto no. El titular del periódico aclara innecesariamente: La movilidad interna de los residentes fue restringida durante muchos meses, no han podido recibir visitas y no se les ha permitido salir. Ahora, con la llegada de la vacuna, las medidas de control se relajan poco a poco. Hasta ahora no se les dejaba salir a no ser que fuera, como suele decirse, con los pies por delante a fin de aumentar estadísticamente el número de muertos y la tasa de mortalidad. A partir de ahora, ya pueden entrar y salir de los tanatorios..., ¡perdón!, quería decir geriátricos, o, más políticamente corregido, residencias de mayores cuando y como quieran. Una enfermera reconoce: “Estoy contenta. La vacuna era uno de los objetivos de la pandemia."  Yo no voy a negar que la sanitaria esté contenta. Si ella lo dice, será cierto. Es algo que depende de su estado de ánimo, en donde yo ni entro ni salgo, pero sí voy a matizar y corregir su razonamiento: La vacuna, por así llamarla, no se inventó para la pandemia, sino al revés: la pandemia para la vacuna. 

 oOo 

El 24 de marzo de 2021, publicaba El País un editorial titulado “Vacunas: última llamada”, que recuerda al último aviso que se da en un aeropuerto a los pasajeros para que procedan al embarque, a riesgo, si no lo hacen, de perder el avión. A continuación advierte el periódico global, uno de los más influyentes, si no el que más, en lengua española, y lacayo como el que más del Régimen: “Es imperativo acelerar la vacunación ya para salvar vidas y la fe en la UE”. ¿Por qué tanta prisa y con tanta urgencia? ¿Por qué hay que acelerar la inoculación del suero ya, con esa exigencia perentoria? ¿Por qué es tan imperativo? Las dos razones que esgrime el editorialista son muy distintas: porque estamos a punto, dice, de perder nuestra última oportunidad de salvar nuestras vidas, que corren peligro de muerte, y, en segundo y no menos importante lugar, porque hay que salvar la fe en la UE, que supongo que son las siglas de la sacrosanta Unión Europea. Esto último no lo había oído nunca hasta ahora. Y me llama la atención por su carácter teológico y porque me parece muy significativo que se compare con la primera razón y de alguna manera se equipare a ella, como si tuvieran algo que ver nuestras vidas con la existencia de ese engendro político. ¿Por qué es tan importante la salvaguarda de la fe, esa vieja virtud teologal, en el esperpento ese de la UE, maldita la falta que le hace a nadie, y se pone al mismo nivel que nuestras propias vidas? ¿A quién le va la vida en ello para exigir imperativamente que aceleremos la comunión salvífica con el elixir de la eterna juventud si no es a la propia industria farmacológica que nos convierte de ese modo a todos sin excepción en sus conejillos de Indias, y en sus pacientes o, lo que es lo mismo, sus clientes como si fuéramos enfermos crónicos?

jueves, 1 de abril de 2021

Mascarillas playeras

    La distancia interpersonal ya no será determinante para obligar al uso de la mascarilla, como al parecer era hasta ahora y no nos habíamos enterado muy bien... El Boletín Oracular del Estado (BOE) promulga una ley que obliga a llevar el tapabocas en cualquier espacio público, sin importar la distancia a la que uno se encuentre de sus congéneres.

    Hasta ahora, en la vía pública o en los espacios al aire libre era obligatorio el uso de mascarilla si no se podía mantener una distancia mínima de un metro y medio con el resto de la humanidad, según la norma estatal, aunque las comunidades autónomas, más papistas que el papa, es decir que papá Estado, habían establecido exigencias más duras con sus propias excepciones que confirmaban la regla y que chocaban con la legalidad vigente de ámbito estatal. 

 

      El Ejecutivo ha hecho los deberes y se ha puesto al día, actualizando su página güeb para incluir que el cubrebocas* es obligatorio “siempre”. Y eso quiere decir que también en la playa, ahora que llega el buen tiempo. Y esto significa que también en las playas nudistas donde se permite a los naturistas tomar el sol in puris naturalibus, pero con la mascarilla puesta en su sitio... Se convierte así esta prenda en un complemento playero imprescindible junto con el traje de baño, las chanclas, las gafas de sol, la sombrilla... y los arenales de las playas, por su parte, se convierten en quirófanos y clínicas donde cada toalla es una cama de hospital de campaña atiborradas de enfermos imaginarios con máscaras quirúrgicas, gracias al Estado Terapéutico que vela por nuestra óptima salud.


    No dice nada el BOE sobre el baño. Se admite como exención de la mascarilla la práctica del deporte individual, pero bañarse en la playa sorteando las olas y sumergiendo de vez en cuando la cabeza en el agua no es practicar la natación, que es un deporte olímpico, por lo que el baño de olas, como se decía antaño, no nos eximiría de llevar el embozo. Pero aquí empiezan los problemas: si uno decide pegarse un chapuzón con la mascarilla obligatoria puesta, es muy probable que esta dificulte su respiración, y si se empeña en meter la cabeza debajo del agua pueda provocar su propia asfixia. Claro que si uno se ahoga con el barbijo no habrá contagiado afortunadamente a nadie, gracias a lo que se habrá logrado lo que se pretendía con esta medida profiláctica, que era que descienda la tasa de contagios. 

    Si uno no se ahoga bañándose con el bozal reglamentario, es probable que este se deteriore y pierda su funcionalidad y se venga abajo por su propio peso, desprotegiéndonos a nosotros y a los demás, lo que acrecentará sin duda la incidencia de los contagios estivales. Uno se arriesga así, además, a que algún agente de policía que patrulle por allí para vigilar el cumplimiento de la legalidad vigente le proponga amablemente para una sanción... 



NOTA BENE.- La docta Academia de la lengua aclara que "los términos tapaboca(s) y cubreboca(s), referidos a la mascarilla sanitaria, son igualmente válidos y se documentan en el español americano, con diversa preferencia según las áreas". Cubreboca(s) me parece a mí más políticamente correcto porque insiste en la cobertura protectora que supuestamente ofrece la prenda, mientras que tapaboca(s), más realista, aporta a la idea de "cubrir" la de cerrar lo que está descubierto o abierto. Además, la propia Academia recoge la locución verbal, de uso coloquial, "tapar la boca a alguien" y la define como "cohecharlo con dinero u otra cosa para que calle", y también "citarle un hecho o darle una razón tan concluyente que no tenga qué responder".

miércoles, 31 de marzo de 2021

¡Que viene una ola! ¡Socorro!

    Vino una ola era una canción de Manolo Díaz (1967), dramática y alarmista en su fondo y forma como ella sola. Alertaba de la llegada inminente de una ola gigantesca y peligrosa para los bañistas desprevenidos, como la persona querida que se estaba bañando con el cantante. Éste le ruega, tendiéndole la mano, que se aferre a él después de repetir cuatro veces que viene una ola y que le dé la mano. 

    Viene una ola, viene una ola, viene una ola, viene una ola, y su corriente te aparta de mí. / Dame la mano, dame la mano, dame la mano, dame la mano, haz un esfuerzo y agárrate a mí.

    Y, aunque no se nos dice porque hay una elipsis u omisión intencionada de un segmento narrativo importante, la ola se lleva a la persona querida.  El cantante le ruega entonces a Dios encarecidamente que salve a la persona amada, perdonándole la vida, que no permita que se ahogue ya que se ha arrepentido... 

     ¡Oh no, por Dios! ¡vuelve aquí!, ¡oh Señor, por favor,  sálvala! Yo te lo pido: ¡ayúdala, sé buen amigo, perdónala, se ha arrepentido ya!

    Pero sucede lo inevitable, lo que el Señor no pudo o no quiso evitar, pese a la encarecida súplica del cantante: vino la ola, lo repite cuatro veces, y se llevó a esa persona querida; cuatro veces repite "algo querido". Nunca había sentido el cantante, que había visto venir la tragedia,  tantísima impotencia y tanto dolor.

     Vino una ola, vino una ola, vino una ola, vino una ola, y sin motivo el mar me robó algo querido, algo querido, algo querido, algo querido; nunca he sentido yo tanto dolor.

    Vuelve a repetirse el estribillo, que es la plegaria contrafactual del cantante al Señor para que no suceda lo que ha sucedido: ¡Oh no, por Dios! ¡vuelve aquí!, ¡oh Señor, por favor,  sálvala! Yo te lo pido: ¡ayúdala, sé buen amigo, perdónala, se ha arrepentido ya!

    Y se cuatripite  "viene una ola" como colofón de la canción y como advertencia para futuras oleadas. 

    Según algunos se trataba de una canción protesta por la ausencia de socorristas dedicados a salvar las vidas de los intrépidos bañistas en las playas españolas de aquellos años.

La gran ola de Kanagawa, Katsushika Hokusai (1830-1833)
 
   Recordaba esa canción cuando leía esta mañana en un periódico cualquiera este titular: Las restricciones de Semana Santa, claves para frenar la cuarta ola.Los periodistas recurren habitualmente a la metáfora de las olas para hablar, por ejemplo, de temperaturas muy elevadas, alertándonos de una “ola de calor”.  También recuerdo que en las postrimerías de la dictadura franquista y durante la transición, con la denominada “apertura”, se hablaba, sobre todo en los medios más conservadores, de la “ola de creciente inmoralidad y de pornografía y erotismo que nos invade”. Ahora nos alertan de que viene una ola, como en la canción de Manolo Díaz, pero esta vez pandémica, más propiamente epidémica, que es la cuarta según su cómputo. Por otra parte nos tranquilizan, porque hay unas "restricciones" que pueden frenarla.
 
    Cada vez que se avecina un período vacacional se intensifican las restricciones gubernativas supuestamente “sanitarias”. En realidad no tienen que ver con nuestra salud física y mental, no menos importante la una que la otra, sino con el Ministerio de Sanidad del Gobierno de España del que emanan, y de sus consejerías y versiones autonómicas vasallas y adláteres. Al hacer de la salud el valor supremo de la vida por encima de la libertad, nos restringen esta en nombre de la seguridad y aquella en aras de la salvación de futuras vidas, lo que resulta incongruente. Puede afirmarse sin empacho que hemos asistido a la mayor represión de la libertad y de la sociedad a lo largo de nuestra vida sin que la mayoría democrática y sumisa de la gente haya protestado ni levantado la voz. 


     No es extraño, pues, que un periódico cualquiera del Régimen -y todos lo son de un modo u otro- justifique las limitaciones gubernativas, encaminadas a frenar la presunta cuarta ola con el fin supremo de “salvar vidas”. Su saludable, bienintencionado y salvífico propósito justificaría los medios, en este caso unas medidas represivas que impiden nuestra movilidad tanto en el tiempo como en el espacio, y que nos fuerzan a llevar mascarilla para “filtrar” los supuestos virus que pululan en el exterior y el interior de nosotros mismos así como a pedir cita previa hasta para hacer nuestras necesidades fisiológicas más elementales.

    Pero una cosa es cierta: desde la orilla no se ve ningún oleaje porque no hay cuarta ola, que no es más que una metáfora, aunque sí que existe mucha resignada expectación por su llegada. Son los que dictan las medidas restrictivas para evitar la catástrofe los que paradójicamente conjuran, airean y crean la catástrofe de la que después darán cumplida cuenta periodística. Juegan las autoridades sanitarias, con la ayuda inestimable de los medios de manipulación y creación de la opinión pública a su servicio y con el apoyo de los científicos a sueldo de los gobiernos e industrias farmacéuticas, a hacer profecías falsas y apocalípticas para justificar medidas que restringen nuestras libertades formales y burguesas, que son las únicas que tenemos, aunque tampoco sean gran cosa.

    Si no pasa nada después de Semana Santa se dirá que ha sido gracias al seguimiento obediente de dichas restricciones. Si pasa algo, cacarearán que "estaba cantado" y lo achacarán a nuestro incumplimiento y falta de responsabilidad. Nos reprocharán como a niños pequeños que hemos sido malos y ahora tenemos que pagar el impuesto revolucionario en muertes e incidencias de casos y más casos cuya tasa subirá como la espuma a su conveniencia, por seguir con la metáfora marina, tras la resaca de la ola.

    El lema de la canción, que repetía machaconamente “viene una ola”, alcanzó tanta popularidad en España en los años sesenta y setenta que los hermanos Calatrava hicieron una versión bufa de ella que llegó a tener tanta fama o más que la original. Uno de los hermanos canta la canción original, y el otro hace sus comentarios satíricos. No viene nada mal recordarla para reírnos un poco de tanto alarmismo alarmante y maldecir el estado de alarma (del italiano all(e) arme "¡a las armas!") a la espera del armisticio o supresión de hostilidades.

 

martes, 30 de marzo de 2021

Sobre Alejandro Magno

Iron Maiden, el legendario grupo británico de heavy metal, cuyo nombre, la Doncella de Hierro, evoca una terrible máquina de tortura medieval, dedicó una canción a la figura de Alejandro Magno en su álbum Somewhere in Time, publicado en 1986.



La letra refleja bastante bien algunas de las facetas más importantes que la historiografía le ha atribuido a la figura de este personaje: la conquista de Asia Menor, la difusión del helenismo, la fundación de Alejandría en Egipto, ciudad que todavía lleva su nombre, y de tantas otras Alejandrías,  la anécdota del nudo gordiano... No se entiende sin embargo muy bien la afirmación que hace la canción de He paved the way for Christianity ("¿allanó el camino a la Cristiandad?"). Se pueden afirmar muchas cosas sobre Alejandro, pero esa, precisamente, y en sentido riguroso, no, a no ser que consideremos que la cruz se propagó por el mundo gracias a la espada. Alejandro es pagano, vivió y murió en el siglo IV antes de Cristo (366-323), y bajo ningún concepto puede considerarse un precursor del cristianismo.

La letra de la canción comienza con una cita de Plutarco, que pone en boca de Filipo de Macedonia, padre de Alejandro, cuando este cumplió 16 años: My son,  ask for thyself another Kingdom, for that which I leave is too small for thee: "Hijo mío, reclama para tí otro reino, porque este que te dejo es demasiado pequeño para ti".

He aquí un vídeo que subtitula la letra de la canción en castellano sobre imágenes de la fallida y espléndida película que Oliver Stone consagró a la figura de Alejandro en el año 2004.

Frente al fenómeno de mitificación de la figura de Alejandro de la citada película y de la susodicha canción como difusor del helenismo a la que hemos asistido en la modernidad, se alza contra la opinión de estos papanatas el criterio de Séneca, el filósofo cordobés, quien en una carta a su amigo Lucilio, la epístola núm. 94, arremete contra la figura histórica del macedonio, que propagó la guerra por el mundo entero.

De Alejandro Magno escribe: La locura de devastar las tierras ajenas incitaba al desdichado Alejandro y lo impulsaba hacia lo desconocido. ¿Piensas acaso que está cuerdo quien comienza por realizar sus matanzas precisamente en Grecia, donde ha sido educado? ¿Quien arrebata a cada uno lo que le es más querido: a Esparta le impone la servidumbre y a Atenas el silencio? No satisfecho con la ruina de tantas ciudades que Filipo había vencido o comprado, abate a otras en otros países y propaga la guerra por el mundo entero sin que, agotada, se detenga su crueldad en parte alguna, al modo de las fieras salvajes que muerden más de lo que su hambre reclama.

Ya tiene reunidos muchos reinos en uno solo, ya los griegos y los persas temen al mismo déspota, ya sufren el yugo hasta los pueblos que eran libres del poder de Darío; con todo, va más allá del océano y del Oriente y se indigna de que la victoria lo aparte de las huellas de Hércules y de Baco; se dispone a violentar a la misma naturaleza. No es que quiera andar, es que no puede detenerse, como las pesas arrojadas al precipicio que no se detienen hasta yacer en el fondo.

El juicio que emite sobre Alejandro es implacable: estaba loco. Su ira devastadora comienza por Grecia. Alude Séneca, aunque no lo menciona expresamente, a la destrucción de Tebas en el 355 ante porque la ciudad se había rebelado ante el falso rumor de la muerte del macedonio, y menciona el castigo que le infligió a Esparta, dominándola por el terror, y a Atenas, a la que ofreció condiciones más favorables de rendición privándola de su parresía o libertad de expresión. No pudo, sin embargo, emular a Hércules y a Baco que, según la leyenda, habían llegado hasta la India, porque cuando arribó con sus huestes al Indo, sus soldados, fatigados, le obligaron a volver sobre sus pasos y a abandonar su loca carrera hacia adelante.

Concluye Séneca su reflexión sobre este personaje, después de cargar también contra los romanos Pompeyo, Julio César y Mario: Éstos, mientras lo trastornaban todo, eran trastornados ellos mismos a la manera de los torbellinos, que hacen dar vueltas a los objetos que han arrebatado, pero son ellos mismos los que dan vueltas primero y su acometida es tanto más violenta por cuanto no pueden controlarse en absoluto; de ahí que, habiendo ocasionado el mal a muchos, también ellos experimentan aquella fuerza destructora con la que han dañado a tantos. No hay que pensar que uno puede ser feliz a costa de la infelicidad ajena.

lunes, 29 de marzo de 2021

Jefe o jefa ¿qué importa?

    “Que un jefe sea hombre o mujer no es algo que sea relevante”. Esto lo ha declarado la primera fémina que alcanza el grado de Teniente Coronel (“¿Tenienta Coronela?”) en el Ejército de España y que lucirá, por lo tanto, las dos estrellas de ocho puntas en las hombreras de su guerrera, recibiendo el tratamiento correspondiente, si todavía se estila, de Usía, abreviatura de Vuestra Señoría.

    Y tiene razón la mujer (no menciono su nombre propio, porque no viene al caso: lo que dice ella lo podría decir cualquiera, y, por usar su misma expresión, "no es relevante"): ya no importa el sexo biológico de quien ejerce el mando. Lo mismo da que da lo mismo que la jefatura la ejerza el macho o la hembra. Como dijo el rey católico de Aragón fascinado por la anécdota de Alejandro Magno y el nudo gordiano “Tanto monta, monta tanto”. Contaba la leyenda que quien desatara el nudo que se hallaba en el templo de Gordio dominaría Asia. Impaciente Alejandro, no lo desanudó sino que lo cortó de un tajo de su espada, como si diera lo mismo la manera de hacerlo con tal de lograr el objetivo. Se adelantó a Maquiavelo: el fin justificaría los medios. El caso es que el lema fernandino era algo así como "Tanto monta cortar como desatar", abreviado "Tanto monta" a lo que luego se añadió la coletilla popular "... monta tanto / Isabel como Fernando",  creando un pareado de octosílabos con rima asonante. 
 

    Algunos feministas consideran esto un progreso. Y tienen razón en parte: es un progreso en la historia de la dominación del hombre (incluida la mujer en el mismo saco) por el hombre. Pero no se puede hablar de un progreso en el sentido contrario de la liberación de ese dominio, en el de la lucha del pueblo contra el yugo que le impone el poder, el yugo que cantó Miguel Hernández (“Yugos os quieren poner, / gentes de la tierra mala, / yugos que habéis de dejar, / rotos sobre sus espaldas”).

    Efectivamente. Ya no es relevante que el jefe de la manada humana sea macho o hembra. Lo que sigue siendo bastante relevante es que haya jefes, tengan o no tengas testículos, y que haya ejércitos profesionales, porque lo que no se cuestiona, pese al feminismo, es la jerarquía y la propia existencia de las fuerzas armadas, sino la participación de las mujeres en dichas fuerzas y jerarquía, que comenzaron a integrarse voluntariamente en el ejército español a partir de 1988, haciendo realidad así el mito de las amazonas.
 

 (Heraclés luchando contra las amazonas)

    La palabra jefe entró en castellano según Corominas a mediados del siglo XVII como préstamo del francés chef, que a su vez deriva del latín CAPVT CAPITIS cabeza de donde ya teníamos en castellano "cabo" y "capitán" y "capataz", y en italiano "capo". A partir de 1843 está documentado en nuestra lengua su femenino "jefa".

    Fuera del ámbito militar, tener un jefe o una jefa es algo que comienza a estar mal visto, cuando es una característica de todas las personas que trabajan por cuenta ajena, o propia, si son sus propios jefes o jefas. Últimamente se habla mucho de que el jefe (boss en la lengua del Imperio) debe tratar de ser un líder (leader, que es anglicismo). ¿En qué consiste eso? Se supone que en ser empático, comunicador, en no mandar, sino en conseguir que sus subordinados hagan las cosas sin necesidad de que se les ordene cómo y cuándo hay que hacerlas, tan motivados que se identifiquen con la empresa y sean capaces de sacarla adelante, en un estado de total felicidad. 

    Hay que huir del jefe a la vieja usanza, autoritario, que sólo sabe dar órdenes. El moderno jefe ha de procurar ser uno más, un compañero y amigo, agradable, que no dice una palabra más alta que otra, un líder carismático que ejerce una jefatura trasformadora o liderazgo transformacional (vil traducción de transformational leadership en la lengua del Imperio), el nuevo estilo que tiene como objetivo influir positivamente en las forma de ser o actuar de las personas subordinadas -“personas subordinadas” es término inclusivo y políticamente correcto en lugar de “subordinados”-, logrando que el equipo -idem- trabaje con entusiasmo hacia el logro de sus metas. Esta tendencia, no poco patética, no deja de ser el viejo cuento del lobo que aclara la voz y enseña por la puerta la patita enharinada a los cabritos para hacerse pasar por mamá cabra...

domingo, 28 de marzo de 2021

"¡Cuídate, España, de la propia España!"

Recupero un poema de César Vallejo (1892-1938) que llega a mi conocimiento por la traducción y reelaboración en italiano que ha realizado de él Giorgio Agamben, quien publica en su página su versión peculiar de “¡Cuídate, España, de tu propia España!”, incluido en la obra póstuma del poeta “España, aparta de mí ese cáliz” (1939).  Así dice la versión de Agamben en versión original italiana:

 Guardati Italia dalla stessa Italia

Guardati Italia dalla tua propria Italia
guardati dalla croce senza Cristo
guardati dal martello senza falce

Guardati dal vicino senza volto
guardati dal boia con la maschera
guardati da chi brucia il tuo cadavere

Guardati dalla quarantena senza peste
e dalla peste senza quarantena
guardati da chi ti separa dai tuoi giorni

Guardati dal teschio senza tibie
guardati dalle tibie senza il teschio
Guardati da chi conta le tue morti

Guardati Italia dai tuoi nuovi potenti
guardati da chi osserva l’obbedienza
guardati Italia dalla stessa Italia

oOo

Traduzco la versión de Agamben al castellano devolviéndole el vocativo “España” que Agamben ha sustituido por “Italia”, respetando el hendecasílabo y restituyendo los signos de puntuación que el italiano evita.

  ¡Cuídate, España, de tu propia España! / ¡Cuídate de cruz que no tiene Cristo! / ¡Cuídate del martillo sin la hoz!

 ¡Cuídate de tus vecinos sin rostro! / ¡Cuídate del verdugo enmascarado! / ¡Cuídate del que quema tu cadáver!

¡Cuídate de cuarentena sin peste / y de la peste sin la cuarentena! / ¡Cuida del que te aparta de tus días!

¡Cuida de la calavera sin tibias / y de las tibias sin la calavera! / ¡Cuídate de aquel que cuenta tus muertes!

 ¡Cuídate de tus nuevos poderosos! / ¡Cuídate del que observa la obediencia! / ¡Cuídate, España, de la misma España!

 oOo

He aquí el poema original de César Vallejo que acaba con un dramático "¡Cuídate del futuro!" y tres puntos suspensivos: 

¡Cuídate, España, de tu propia España!

¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de la hoz sin el martillo,
cuídate del martillo sin la hoz!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,
del verdugo a pesar suyo
y del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
negárate tres veces,
y del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,
y de las tibias sin las calaveras!
¡Cuídate de los nuevos poderosos!
¡Cuídate del que come tus cadáveres,
del que devora muertos a tus vivos!
¡Cuídate del leal ciento por ciento!
¡Cuídate del cielo más acá del aire
y cuídate del aire más allá del cielo!
¡Cuídate de los que te aman!
¡Cuídate de tus héroes!
¡Cuídate de tus muertos!
¡Cuídate de la República!
¡Cuídate del futuro!…

César Vallejo

sábado, 27 de marzo de 2021

¿Hay justicia? ¿Es justa la Justicia que hay?

Se suele personificar tradicionalmente a la justicia ya desde los antiguos romanos como una mujer, tal vez porque la palabra latina IUSTITIA -derivada de iustum “justo” y de ius(1) “derecho”- pertenece a la primera declinación y conlleva (casi mecánicamente) género gramatical femenino, por lo que a la hora de aplicarle un adjetivo como, por ejemplo, “caecus caeca caecum” que significa “que no ve, ciego, ciega”, debemos elegir el género gramatical femenino: IVSTITIA CAECA EST: la justicia es ciega.

Esta dama, sin embargo, no es ciega, propiamente hablando, aunque suele representársela desde antiguo con una venda en los ojos, aludiendo a que no hace distingos entre las personas, ya que para ella todos somos iguales, lo que nos recordaba el hoy jubilado Rey de España, el Emérito, le dicen, en una de sus postreras alocuciones navideñas televisadas. Decía el Borbón literalmente: “La justicia es igual para todos”, una afirmación que provocó enseguida la irrisión y carcajada general. 




Esta mujer está además provista de una balanza con la que sopesa las acciones humanas y de una espada justiciera con la que castiga las que juzga delictivas. De esta forma, la dama de la justicia personifica la idea de “justicia”: juicio, castigo, igualdad ante la ley. Es también el arcano octavo del Tarot, y está, además, relacionada con el signo zodiacal de Libra, que en latín significa “balanza”, que simboliza el equilibrio; y también está relacionada con Virgo, bajo la advocación de Astrea, hija de Zeus y de Temis, que era su nombre cuando la justicia reinaba en la Tierra.

Astrea difundió entre los hombres los sentimientos de equidad y virtud. Esto ocurrió en la Edad de Oro, pero al degenerar el género humano, nunca mejor dicho, con el progreso de la Historia,  la maldad se apoderó del mundo (las enfermedades, el trabajo, la esclavitud, la guerra, el dinero y un larguísimo y de sobra conocidísimo etcétera), y Astrea abandonó el planeta, subió al cielo en su destierro y se convirtió en la constelación de Virgo. Desde entonces no hay Justicia en el mundo, o, por decirlo de otra manera, desapareció Astrea y se crearon en su lugar los tribunales de justicia, las leyes justicieras, los jueces -desoyéndose las palabras del verbo divino “no juzguéis y no seréis juzgados”(2)- , las prisiones para que los que estamos eventualmente fuera de ellas creamos por contraposición a los que están encarcelados que nosotros somos libres y ellos no, asegurándose así de que en esta Edad de Hierro en la que estamos inmersos y malamente sobrevivimos no volvería a reinar la justicia de verdad nunca más en el mundo. Por lo que a la primera pregunta que hacíamos (¿Hay justicia?), la respuesta es que no. Y en cuanto a la segunda (¿Es justa la Justicia que hay, esto es, la existente?) la respuesta no puede ser otra que tampoco.


(1) No está de más recordar aquí la paradoja ciceroniana del summum ius, summa iniuria, suprema justicia, suprema injusticia, que indica que llevar la justicia al extremo resulta extremadamente injusto. Cabe mencionar también a propósito de esto las palabras del presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, don Carlos Lesmes, sobre la actual ley española de Enjuiciamiento Criminal, que según él “está pensada para el robagallinas, no para el gran defraudador”.


(2) Nolite iudicare, ut non iudicemini -en el griego original, μὴ κρίνετε, ἵνα μὴ κριθῆτε- son unas de las palabras más repetidas del evangelio y que menos caso se hacen. Las refieren los evangelistas Mateo (7,1) y Lucas (6,37) en el llamado Sermón de la Montaña. Con esta frase, el nazareno se rebelaba contra el derecho farisaico, ya que el único juicio correspondería sólo a Dios, es decir, a sabe Dios quién, por eso el verbo divino se opone a la lapidación de la adúltera, reprochando a los que iban a lincharla: qui sine peccatum est uestrum, primus in illam lapidem mittat: quien esté libre de pecado de vosotros, que arroje el primero la piedra contra ella. Se ha tratado de desactivar la carga subversiva del nolite iudicare interpretando la frase erróneamente como que quiere decir “no juzguéis mal o a la ligera”, cuando lo que quiere decir es, simplemente, "no juzguéis", es decir, que no juzguemos, que renunciemos a juzgar las acciones de los demás, porque no saben lo que hacen, no sabemos lo que hacemos, lo que afecta tanto al fuero interno de cada uno como a los tribunales de justicia. 


Traigo a colación de todo esto la fotografía de esta desmitificadora escultura del danés Jens Galschiot, que es una nueva alegoría esperpéntica  del peso o la carga, para ser más justos, de la Justicia: una justicia inicua, de una obesidad mórbida, desesperadamente lenta como el caballo del malo en las películas del oeste, casi inhumana, soportada por un pueblo sumiso y cansado de ella. El escultor tituló su obra "La supervivencia de los más gordos". Se puede contemplar en el puerto de Copenhague. Simboliza al mundo rico industrializado asentado sobre los hombros de un escuálido africano que a duras penas puede sostenerlo.

viernes, 26 de marzo de 2021

Nótulas

El coloso, atribuido a Goya.

En la segunda década del siglo XXI todos de la noche a la mañana nos hemos convertido en pacientes, es decir, en soportadores de males y en, vamos a decir, padecientes, aunque no padezcamos en la inmensa mayoría ningún mal de hecho ni estemos enfermos, pero nos abruman con una infinidad de males en potencia que hay que prevenir si no queremos lamentarlo: todos somos o seremos sufridores  porque podemos contagiar y contagiarnos. El Estado terapéutico sonríe satisfecho: ha conseguido declarando el Estado de Alarma y la guerra preventiva al virus doblegar a casi toda la población, sometiéndola a todo tipo de vejaciones con el nombre de tratamientos profilácticos. Y así en prevención de futuros males e infecciones respiratorias graves nos prescriben que dejemos de respirar... Somos incompatibles, pasivos patibularios. El Estado, impasible él, es el patíbulo, es decir, el tablado en el que se ejecuta la pena de muerte, mientras que nosotros, sus súbditos, somos los patibularios, los condenados al patíbulo, carne de cañón. ¿Hasta qué punto la paciencia es una virtud? ¿Hasta cuándo en fin vas a abusar, Estado Terapéutico, Ogro filantrópico, de nuestra paciencia?

oOo 

 

Un pentámetro yámbico de William Shakespeare, con arranque trocaico que hace que suene más solemne, porque contraviene el ritmo en el arranque del verso para llamar así más poderosamente nuestra atención, de la escena primera del acto cuarto de El Rey Lear es la sentencia del veredicto que Gloucester da sobre los tiempos que corren, que son estos mismos nuestros, todavía, aunque parezca mentira, por aquello de Machado de que "hoy es siempre todavía", y que son literalmente una peste, en la que los locos e idiotas conducen a los que están ciegos: Tis the time's plague when madmen lead the blind

El grabado de Thomas Nast que se reproduce más abajo para ilustrar el verso de Shakespeare, publicado por la revista neoyorquina Harpers Weekly,  muestra una figura central que es la alegoría del Tiempo alado, con su reloj de arena y su guadaña cercenadora que representa que el futuro es la muerte, y dos figuras la de un loco, que es la alegoría del gobierno, que lleva las riendas y guía hacia el abismo de un precipicio a una mujer con una venda en los ojos, que, ciega como es, simboliza en principio a la justicia, pues lleva ceñidas a la cintura las pesas de la balanza y enfundada la espada justiciera, pero que es también la representación viva de la gente del pueblo, es decir, de lo sometido, de la mujer y, por lo tanto, de los súbditos de ese gobierno de los locos.

 

This the times' plague when madmen lead the blind. (Shakespeare) Grabado de Thomas Nast (1876)

Se me ocurren dos traducciones en verso: La primera conserva el número de sílabas y el ritmo del pentámetro yámbico en castellano con un hendecasílabo yámbico (Peste es que locos guíen hoy a ciegos), tiene el inconveniente de que resulta muy comprimido en nuestra lengua porque no incluye los artículos. En inglés casi todas las palabras son ordinariamente monosilábicas -todas lo son en este verso salvo madmen-  y no pueden ser vertidas al castellano en el mismo molde silábico dado que nuestras palabras son por lo general polisilábicas; en la segunda versión opto por añadirle dos sílabas más al hendecasílabo para incluir los artículos convirtiéndolo en un tridecasílabo también yámbico:  La peste de hoy: los locos guían a los ciegos