martes, 18 de agosto de 2020
Mal haya quien lo consiente
lunes, 17 de agosto de 2020
¡Viva san Roque y el perro! (y 2)
domingo, 16 de agosto de 2020
¡Viva san Roque y el perro! (1)
sábado, 15 de agosto de 2020
Quid est ueritas?
viernes, 14 de agosto de 2020
Poli bueno, poli malo
No se trata de contraponer aquí el policía bueno al policía malo, sino de denunciar que “malo” y “bueno” son dos caras de la misma moneda, dos adjetivos, en este caso de la policía, que es el sustantivo, lo sustancial, y que, como si se tratara de un Jano bifronte, en determinadas ocasiones puede presentar su faceta más amable y en otras la cara más brutal. De hecho, desde un punto de vista político, que etimológicamente es lo mismo que policial, porque ambas palabras derivan de πόλις (polis), el nombre griego del Estado, son dos modos complementarios de actuación.
La palabra policía, en español, derivada del latín politia, préstamo griego de πολιτεîα "organización política, gobierno", se usaba ya en 1399 con el significado de "política" y "buena crianza" (cf. inglés policy); es a comienzos del siglo XIX cuando comienza a usarse como "cuerpo encargado de velar por el mantenimiento de la seguridad de los ciudadanos, a las órdenes de las autoridades políticas" y también como miembro de ese cuerpo (inglés police). No se han perdido en castellano, sin embargo, los significados anteriores de urbanidad en el trato y costumbres, aunque sea poco usual, y limpieza y aseo, y "buen orden que se observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliéndose las leyes u ordenanzas establecidas para su mejor gobierno".
Según la inevitable Güiquipedia, "fue la necesidad de dotar a las ciudades españolas de una estructura de seguridad moderna, lo que determinó que en 1824, el rey Fernando VII dictase la Real Cédula en la que se creaba la Policía General del Reino"
Ordinariamente suele ser más efectivo el poli bueno, que consigue las cosas por las buenas, que el malo, que las consigue por las bravas y las malas, porque el primero levanta menos suspicacias y cuenta con el apoyo benevolente y el aplauso encendido de la mayoría democrática de la ciudadanía. Pero no hay polis buenos ni polis malos. Lo que hay, en realidad, son técnicas de poli bueno y de poli malo.
Es de sobra conocida su táctica. Mientras éste te presiona y te tortura para sacarte hasta los hígados, aquel se muestra afable, comprensivo y te ruega que colabores con él, por tu propio bien, pero ambos, eso lo sabemos todos, tienen el mismo objetivo. No se trata de dos policías distintos, sino de dos tácticas policiales complementarias utilizadas según requiera la ocasión. Uno establece amenazante y violento tu culpabilidad incuestionable, y el otro hace lo mismo pero procurando que seas tú mismo, con el señuelo de la comprensión, educación y buenas maneras, quien reconozcas sinceramente tu culpabilidad y te ates la cuerda al cuello, hasta con cierto alivio.
El poli malo tiene un perfil
autoritario y violento, mientras que el poli bueno encarna la
concepción de una policía civil y moderna, que mira por nuestra
protección, más acorde con los tiempos que vivimos.
jueves, 13 de agosto de 2020
Discurso de defensa de Sócrates
Cuando echo la vista atrás y trato de recordar de lo mucho o poco que yo haya leído qué es lo que me ha dejado una huella más profunda y persistente a lo largo del tiempo, tengo que remontarme al adolescente que yo era de dieciséis años, estudiante a la sazón del bachillerato de letras en el instituto. En clase de griego traducíamos y leíamos en español la Apología o Discurso de defensa de Sócrates, escrito por el joven Platón. Es este, sin duda, el libro más importante y fundamental que yo he leído, el que más me ha marcado.
Si tuviera que elegir algún fragmento, podrían servir estas palabras pronunciadas por el sabio que sólo sabía que no sabía nada ante el jurado que había de condenarlo a muerte, por ejemplo.
He aquí el texto en primer lugar en versión original: τὸ γάρ τοι θάνατον δεδιέναι, ὦ ἄνδρες, οὐδὲν ἄλλο ἐστὶν ἢ δοκεῖν σοφὸν εἶναι μὴ ὄντα˙ δοκεῖν γὰρ εἰδέναι ἐστὶν ἃ οὐκ οἶδεν. οἶδε μὲν γὰρ οὐδεὶς τὸν θάνατον οὐδ᾽ εἰ τυγχάνει τῷ ἀνθρώπῳ πάντων μέγιστον ὂν τῶν ἀγαθῶν, δεδίασι δ᾽ ὡς εὖ εἰδότες ὅτι μέγιστον τῶν κακῶν ἐστι. (Platón, Apología 29ab)
Y he aquí tres traducciones o aproximaciones en nuestra lengua a esas palabras que Platón nos ha transmitido de su maestro:
-Pues por cierto que el tener miedo de la muerte, ciudadanos, no es otra cosa sino creerse inteligente y sabio sin serlo uno: porque es creer que sabe lo que no sabe. Pues saber nadie sabe de la muerte ni aun siquiera si no será por ventura el mayor de los bienes todos para el hombre, pero le tienen, en cambio, miedo como si supieran bien que es el más grande de los males (Traducción de Agustín García Calvo, Diálogos socráticos, Platón, edit. Salvat, 1972).
-En efecto, atenienses, temer la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo, pues es creer que uno sabe lo que no sabe. Pues nadie conoce la muerte, ni siquiera si es, precisamente, el mayor de todos los bienes para el hombre, pero la temen como si supieran con certeza que es el mayor de los males. (Traducción de J. Calonge Ruiz, Diálogos, Platón, Edit. Gredos, 2000)
-Que temer a la muerte, Varones, no es otra cosa sino tenerse por sabio, pues es pensar saber lo que uno no sabe. Que nadie de cierto sabe ni siquiera si es para el hombre la muerte el mayor de los bienes; y, con todo, la temen como si supieran de buen saber que es el mayor de los males. (Traducción de Juan David García Bacca, Caracas 1980)
miércoles, 12 de agosto de 2020
De la ley sálica
martes, 11 de agosto de 2020
Woodstock y El virus de Hong Kong
A diferencia de la gripe de Hong-Kong del invierno de 1968, invisible porque no fue retransmitida por televisión ni propagada por la prensa, la enfermedad del virus coronado de 2019, Covid-19 en la lengua del Imperio, de una letalidad muy similar, tiene sin embargo un protagonismo absoluto y monotemático en nuestras vidas, hasta el punto de que nos ha instalado en una Nueva Normalidad.
Cuando los historiadores escriben sobre las pestes y epidemias de épocas pasadas, se ocupan, entre otras, de la peste de Atenas, en la que murió Periclés, la peste antonina, la peste bubónica que asoló Europa durante la Edad Media, o, más modernamente, la gripe española de 1918. Ignoran, a menudo, que mucho más cerca de nosotros, en 1968, hubo una epidemia que causó alrededor de un millón de muertos en todo el mundo y unos cien mil en los Estados Unidos, mayores de 65 años en su mayoría, a la que se le dio un tratamiento político y médico muy distinto. Dichos historiadores tienen que investigar y rebuscar en las fuentes escritas y orales de los recuerdos de los mayores de 52 años para encontrar documentación sobre la gripe hongkonesa.
Un testimonio: "En 1968/69", dice Nathaniel L. Moir en National Interest, "la pandemia de H3N2 -nombre técnico de la gripe de Hong Kong- mató a más personas en los Estados Unidos que el número total combinado de muertes estadounidenses durante las guerras de Vietnam y Corea".
Algunos no recuerdan casi nada de aquello. No hubo confinamiento. La mayoría de las escuelas y universidades permanecieron abiertas. Si se cerraron algunas no fue por órdenes de arriba, sino por absentismo escolar. Empresas y comercios no cerraron. Se podía ir al cine. Se podía ir a bares y restaurantes. Hay quien recuerda haber asistido a un concierto de Grateful Dead.
De hecho, la gente no tiene memoria o conciencia de que el famoso concierto de Woodstock de agosto de 1969, planeado en enero durante el peor período de mortalidad de la epidemia, ocurrió entre la primera y la segunda oleada de la gripe hongkonesa en los Estados Unidos.
Los mercados bursátiles no colapsaron debido a la gripe. El Congreso no aprobó ninguna legislación específica. La Reserva Federal no hizo nada. Ningún gobernador actuó para imponer el distanciamiento social, el aplanamiento de curvas (a pesar de que cientos de miles de personas fueron hospitalizadas), la libertad de movimiento, el confinamiento o la prohibición de las multitudes.
La prensa habló de aquello, pero, como señala Bojan Pancevski en el Wall Street Journal: “En 1968-70, los medios de comunicación dedicaron atención superficial al virus mientras ponían la lupa en otros eventos como el la llegada a la Luna y la guerra de Vietnam, y la agitación cultural de la sociedad civil, movimientos por los derechos, protestas estudiantiles y la revolución sexual ".
La mítica pareja actual de Woodstock
La comunidad médica asumió la responsabilidad principal de paliar y mitigar la enfermedad, como cabía esperar. Se asumió ampliamente que las enfermedades requieren respuestas médicas y clínicas, no políticas.
Entonces se entendía que las personas menos vulnerables que contraían la gripe no solo fortalecían el sistema inmunitario sino que también contribuían a la mitigación de la enfermedad al alcanzar la "inmunidad colectiva".
Si hubiéramos aplicado los criterios sanitarios y políticos actuales entonces como ahora, la nación de Woodstock, que reunió a medio millón de personas del 15 al 17 de agosto de 1969, que cambió la música y la forma de vivir y de pensar de muchas personas para siempre y aún resuena hoy en nuestros oídos nunca habría ocurrido.
El contraste entre 1969 y 2020 no podría ser más sorprendente. Eran inteligentes. Somos idiotas O al menos nuestros gobiernos lo son.
Este virus en los EE. UU se produjo en dos oleadas en los meses de invierno de 1968 y 1969, mientras que Woodstock, apogeo hippie del amor libre y de la música rock, se celebró en agosto, entre la primera y la segunda oleada. A los organizadores de Woodstock no se les pasó por la cabeza suspender el festival en enero cuando fue programado.
domingo, 9 de agosto de 2020
Terrorismo informativo
viernes, 7 de agosto de 2020
Esperpento aragonés
jueves, 6 de agosto de 2020
De límites y fronteras
Sobre ese surco se alzará una muralla como baluarte defensivo y a la vez definidor de la ciudad, con el concepto aparejado de ciudadano para el que goza del privilegio de vivir bajo su protección intra muros y de disfrutar del derecho de ciudadanía.
Rómulo estaba fundando Roma y el prototipo de todas las futuras romas. Nadie atravesaría impunemente ese surco primigenio, ni siquiera su propio hermano Remo, al que el digno vástago de Marte dará muerte cuando, burlándose de sus pretensiones, se atreva a traspasar ese límite trazado arbitrariamente. Y le increpará con estas palabras: “Así muera en adelante cualquier otro que franquee mis murallas”.
Rómulo, pues, se convertía en el primer rey de esa ciudad, a la que daría su nombre, porque lo último que le faltaba a su proyecto político era un nombre propio que también la definiera: se llamaría Roma, forma abreviada y femenina del nombre de su fundador. Inauguraba así, regándolo con la sangre de su crimen fratricida, el trazado de la futura urbe, asesinato debido, como advierte el historiador Tito Livio, a ese mal ancestral que es la ambición de poder (regni cupido).
Entre nosotros, la muralla de Lugo (Lucus Augusti), conservada impecablemente, aunque de época tardía, es un buen ejemplo de muralla romana defensiva y definidora de una ciudad que acabará como todas desbordándola y extendiéndose extra muros.
Otro ejemplo de muro es el uallum o vallado del campamento romano, que será el germen de tantas futuras ciudades. Tanto la muralla de la ciudad (murus) como la valla del campamento militar (uallum) servirán como modelos para trazar una vez que Roma se extienda por toda la cuenca del Mediterráneo el limes del Imperio romano allá donde no haya límites naturales como ríos, cordilleras, mares o desiertos.
Las fronteras no aparecieron en Europa hasta los primeros tiempos del Imperio romano, pero el germen había surgido ya en el acto fundacional de Roma. El término "frontera", derivado del latín frons frontis “frente”, es de hecho una creación romance o neolatina que no existía en la lengua clásica, donde se prefería limes (genitivo limitis) o finis para expresar ese concepto. El sentido del término "frontera" sería "que está en frente, opuesto, confrontado", evocando el frente de combate y aludiendo a la parte frontal de un territorio opuesto.
En muchas de las provincias sometidas al Imperio había límites naturales, por lo que no era preciso levantar muros. Pero a Roma se le plantearon algunos problemas de definición en sus límites septentrionales principalmente. Para resolverlos recurrió a un complejo sistema de fortines, torres de observación y vigilancia y muros que, como se verá, nosotros hemos de alguna forma heredado y recreado.
Un sistema de fronteras por el estilo se montó desde el Mar del Norte hasta el Mar Negro a lo largo del Rin y del Danubio que, junto con otras fortificaciones, constituyó el llamado LIMES ROMANVS o límite sin más: fortines, torres de vigilancia y los campamentos legionarios allí destacados. De igual modo se protegió el espacio entre ambos ríos, desde el sur de Bonn hasta un punto cercano a Regensburg, reforzándolo con foso y empalizada que en algunos puntos dieron paso luego a una muralla de piedra. Este muro se extendería a lo largo de 382 quilómetros.
Se celebra ahora por todo lo alto, además, por lo que leo en la prensa, la caída del muro de Berlín hace 30 años, pero no hay que cantar victoria en absoluto, porque Europa misma no ha dejado por eso de llenarse desde entonces de vallas y de muros. Desde 1990, en efecto, los estados de la UE y del espacio Schengen han construido unos 1.000 quilómetros de muros terrestres, el equivalente a seis Muros de Berlín, la mayoría de ellos en la Europa del Este y en los Balcanes, para detener la llegada de emigrantes y refugiados, ampliándose, por ejemplo, en 40 quilómetros la valla divisoria entre Eslovenia y Croacia, o empezándose a construir una barrera entre Letonia y Bielorrusia, por citar sólo un par de casos significativos.