martes, 18 de agosto de 2020

Mal haya quien lo consiente

    Siguiendo el modelo del estribillo y las rimas de una de las letrillas satíricas de Quevedo, se han ido componiendo estas coplas a dos manos a lo largo del tiempo lanzando sus maldiciones contra la Nueva Normalidad que se nos impone ahora y la actitud condescendiente y sumisa de quien lo consiente sin rechistar. 
 
    Finalmente han podido sonar y llegar al oído de la gente gracias a esta interpretación de voz y guitarra, que nos recuerda a algunas de las cosas que cantaban Chicho Sánchez Ferlosio o Elisa Serna durante la oprobiosa dictadura, en pleno auge de la llamada canción protesta. 
 
Que pase por ser normal / lo que a todas luces no es, / y creamos, al revés, / malo el bien y bueno el mal, / y a lo falso y demencial / le sigamos la corriente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que haya que llevar bozal / que tape boca y nariz, / y acatar la directriz / de una norma criminal, / llevar máscara mortal, / ay, obligatoriamente: ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que te apliquen protocolo / de propaganda del bulo, / dándote así por el culo / sin más remedio, Manolo, / y que no sea a ti solo / sino a tantísima gente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que resultes positivo / sin un síntoma aparente / y estando estupendamente, / y hasta que des negativo, / por ley te confinen vivo / como vulgar delincuente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que quieran estabularnos / otra vez como al ganado / que ha de ser sacrificado, / y, además, amordazarnos / a fin de, sanos, matarnos / avasalladoramente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que nos quieran convencer / de que el mundo ya ha cambiado, / que vivir arrodillado / es lo que nos toca hacer, / que se debe de creer / y callar y ser paciente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Y que tú y yo obedezcamos / lo que ordenan desde arriba / y, aunque vivir se prohiba, / complacientes lo aplaudamos, / y sirvamos a los amos / matándonos cruelmente: / ahí tienes quien lo consiente. 
 
 
Otras estrofas que también pueden cantarse según el mismo ritmo y melodía: 
 
Que tengamos que guardar / las normas protocolarias / y distancias sanitarias, / sin podernos abrazar, / vida mía, ni besar / en la boca tiernamente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que en camisas de once varas / nos metamos y que entremos / por el aro y que traguemos / y pongamos buenas caras / viendo las cosas tan claras, / sin que nos rechine el diente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que en cada esquina, señores, / salga un banco y nos esquilme / sin cámara que lo filme / oculta entre bastidores, / siendo los atracadores / los banqueros propiamente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que salga vida, ya ves, / de automático cajero, / lluvia de oro y de dinero, / y ande el mundo del revés / como viejo chocho al bies / sin que nadie lo desmiente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que tengamos que poner / culo, cama y palangana, / y hacerlo de mala gana, / manda huebos, y joder / echando siempre a correr / a la zaga de algún cliente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que nos corten, ay, las alas / los ministros de la guerra, / hijos de una mala perra, / con el vuelo de las balas, / por las buenas, por las malas, / dándonoslas en la frente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que haya tanto papeleo, / burocracia y verborrea, / que venga Dios y lo vea, / -y que conste aquí el cabreo-, / que haya juez y que haya reo / y escribano y escribiente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que nos vengan con monsergas, / profilaxis y pamplinas, / con chequeos, medicinas / con fundas para las vergas, / y placeres que postergas / a un futuro inexistente, / ¡mal haya quien lo consiente!
 
Que vayamos a votar / (¡voto a Cristo, vive Dios, / si uno y otro suman dos!) / a quien nos va a gobernar, / cuando así nos van a dar, / ay, democráticamente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que el que escribe sus razones / de buena razón se aleje, / y entre líneas se deje / la verdad y los cojones, / y por un par de doblones / le haga el juego al prepotente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
Que caiga en el saco roto / del olvido la letrilla / y no quede calderilla / de última copla ni el voto / ya ni por lo más remoto / dándole el cante a la gente: / ¡mal haya quien lo consiente! 
 
   

lunes, 17 de agosto de 2020

¡Viva san Roque y el perro! (y 2)

San Roque, a pesar de ser un santo extensamente venerado desde finales de la Edad Media como demuestra el auge por toda Europa de las numerosas cofradías que llevan su nombre, no fue canonizado hasta que el papa Gregorio XIII incluyó a Roque de Montpellier en 1584 en el martirologio de la Iglesia, acto litúrgico-administrativo que no supuso propiamente la canonización, pero sí la proclamación oficial de su culto por la suprema autoridad de la Iglesia, un culto que exteendido entre el pueblo desde el siglo XIV había llegado ya hasta el Nuevo Mundo. 
Por otra parte, nada se sabe a ciencia cierta sobre este personaje, ni siquiera su lugar de nacimiento y muerte, o las fechas en que vivió. Otro papa, Urbano VIII, volvió a confirmar el culto a san Roque en 1629 al aprobar los textos litúrgicos de la misa y del oficio divino de la fiesta de san Roque. 

San Roque como protector de la pese, taller de Rubens (hacia 1623)
 
Leo en un periódico francés de 1885 (L' union monarchique du Finistère) la siguiente noticia: En Salon (Bouches du Rhône) se produjo una manifestación enteramente popular que llevaba triunfalmente una estatua de San Roque en reconocimiento por el fin del cólera. Quince días antes, en plena epidemia, había tenido lugar una ceremonia para pedir el fin de la peste sin que interviniera la policía, pero en esta ocasión las mujeres, que llevaban la imagen del santo, fueron increpadas por los agentes de la autoridad, lo que provocó que la multitud se indignara. Unas tres mil pesonas participaban en la manifestación. Las portadoras de la imagen oponen resistencia a los agentes. Finalmente se apoderan de la imagen del santo, y la multitud indignada protesta gritando: ¡Viva san Roque! 

 
Asimismo leo en otro periódico francés de 21 de agosto de 1896 (Le gaulois) la noticia “Una procesión civil” sucedida en Ajaccio (Córcega). Dice así (traduzco literalmente): 
 “Una viva agitación reinó en nuestra ciudad durante la jornada del 16 de agosto como consecuencia del disentimiento entre el obispo de Ajaccio y la cofradía de san Roque. 
 Tuvo lugar la procesión del santo y su estatua fue llevada en triunfo a pesar de la prohibición de Monseñor de la Foata y la ausencia del clero.
Durante toda la jornada del domingo, detonaciones de cajas, tiradas sobre la plaza del oratorio de san Roque, han resonado. Una muchedumbre considerable toma parte en el desfile que comienza a las seis; la estatua de san Roque, desapareciendo bajo los ramos y los ornamentos, es rodeada por una guardia de honor; hombres del pueblo se disputan el privilengio de llevarla a hombros. 
Llegada ante la iglesia parroquial cuyas puertas se cierran por orden ante la aparición de la estatua. Esta medida exaspera a la multitud que amenaza con derribar las puertas de la iglesia y entrar allí por la fuerza, pero acaban prevaleciendo consejos de prudencia y la procesión regresa a su punto de partida; san Roque se reintegra a su capilla, saludado por las campanas que sonaban a todo vuelo. Estallan los aplausos: “Viva san Roque” y se deshacen en diatribas contra el clero. 
En definitiva, hemos asistido a una procesión civil: hay que conocer la vivacidad del sentimiento religioso en este país para explicarse una anomalía semejante. De buena fe los miembros de la cofradía creyeron que defendían así los derechos de su corporación y la libertad de conciencia. (...)”.

domingo, 16 de agosto de 2020

¡Viva san Roque y el perro! (1)

En El gozque de San Roque dábamos cuenta de la copla anónima y popular: Por decir “¡Viva San Roque!”, / me llevaron prisionero. / Y ahora que estoy en prisiones: / “¡Viva San Roque y el perro!”. Se trata de una cuarteta compuesta por cuatro octosílabos con rima abab asonante, que se repite a lo largo del folclore nacional con algunas variaciones. Por ejemplo, con la variante: “y ahora que me han soltado”, en vez de “y ahora que estoy en prisiones”. O esta, en gallego donde es el hermano el prisionero: Por gritar “¡viva San Roque!” / prenderon a meu irmán. / Agora que o soltaron / “¡Viva San Roque e o can!”
El argumento de la copla parece sencillo: encarcelan a alguien por gritar “viva san Roque” y, cuando está en la cárcel o bien una vez que lo han soltado, en vez de arrepentirse, se reafirma en su grito, y añade intensificándolo, además “y su perro”, el fiel compañero del santo peregrino, pobre porque repartió su riqueza, y sanador de pestes y epidemias. Es como si dijésemos: “¿No quieres taza? Pues toma taza y media.” O “Si no quieres taza, dos tazas”. ¿Prohíben gritar “Viva San Roque”? Pues gritamos: “Viva San Roque... y el perro”. 

Sanctus Rocchus con el ángel y el perro. 
Me preguntaba qué puede tener de subversivo o de sacrílego ese grito para motivar que encarcelen a alguien por vociferarlo. Y la única respuesta que hallo es que probablemente el tal Roque no era un santo todavía, por lo que considerarlo “san Roque” antes de ser santificado por la Iglesia, podía considerarse una blasfemia pagana contra las sagradas creencias. 
No es ningún secreto que el politeísmo pagano subsistió en la Edad Media convirtiendo a los antiguos dioses en santos que coexistían con el culto ortodoxo. El pueblo a veces, con una mezcla de fe y superstición, rendía devoción a santos y santas, y aun a la Virgen María, más que al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, es decir, al Dios que es uno y trino, esto es, a la Sagrada Trinidad. 
Desde el siglo XIV, en efecto, era frecuente pintar en las puertas de las casas de muchos pueblos del sur de Francia y del norte de España las tres letras V S R, que eran las iniciales de “Vive saint Roch” o “Viva san Roque”, a modo de conjuro para que la peste no entrara por la puerta de esa casa. Y es que el santo, según la devoción popular, sin haber sido elevado todavía a los altares, curaba pavorosas enfermedades como la lepra o la peste. 
Estampa del siglo XVII
Es probable, aunque no he encontrado, documentación que lo demuestre fehacientemente, salvo la sugerencia de la propia copla, que fuera un grito reprimido por la Inquisición, y que quien lo pronunciara fuera encarcelado bajo la acusación de superchería, dado que Roch de Montepellier (1295-1349?) no fue canonizado hasta 1584 por el papa Gregorio XIII, pero ya era considerado saint/santo por el pueblo, que en muchas poblaciones y ciudades lo veneraba con gran devoción, encomendándose a él en época de epidemia.
La peste bubónica que diezmó Europa entre los siglos XIII y XIV, tuvo a muchos santos patronos para atacarla, uno fue Roque de Montpellier, que enseguida repartió su fortuna entre los pobres; estuvo en Roma y de camino encontró ciudades devastadas por la peste, dedicándose a asistir y cuidar a los apestados a los que sanó haciendo la señal de la cruz sobre ellos y aplicando los conocimientos de medicina adquiridos en su ciudad natal sede de una las más prestigiosa y centenaria escuela de medicina. Al haber contraído él mismo la peste, Dios le envió un ángel curador que le aplicó un ungüento en la herida, hizo brotar una fuente para saciar su sed, y cada día un perro le llevada pan robado de la mesa de su amo y lamía sus llagas inguinales o bubones, que dan nombre a la peste. Una vez curado, de regreso a su ciudad natal, fue denunciado como espía y lo encarcelaron, en donde murió hacia 1379.
Puede decirse que desde finales del siglo XIV y durante todo el siglo XV es uno de los santos más populares pero su canonización no llega hasta finales del siglo XVI, unos doscientos años después. Leyendo el artículo de Miguel Ángel Pico Pascual “Folklore musical e inquisicón. Nuevas aportaciones”  encuentro la siguiente referencia: “Por lo que atañe a los gozos -Composición poética en loor de la Virgen o de los santos, dividida en coplas, después de cada una de las cuales se repite un mismo estribillo- apuntaremos que en 1801 se abrió un expediente de censura contra unos dedicados a San Roque, impresos en catalán, expurgándose la letra”. (PAZ Y MELIÁ, A.: Papeles de Inquisición. Catálogo y extractos, Madrid, Patronato del Archivo Histórico Nacional, 1947, pg. 118, Referencia nº 340). 

Goigs - gozos a Sant Roc, vila de Albesa. Facsimil de uno del siglo XVIII o XIX. 
En los procesos inquisitoriales se censuraban ensalmos, agüeros y maleficios que contenían advocaciones de la Virgen o el nombre de santos, ya fueran oficiales o populares, para revestirlos de autoridad moral y religiosa. 
La iglesia celebra la festividad de este santo el día 16 de agosto, un día como hoy en el que, aunque concluida la epidemia en la mayor parte de la vieja Europa, los medios de formación de la opinión pública europea siguen manteniendo la fe en ella y sembrando el miedo, auténtico pánico, entre la gente, y las autoridades sanitarias prohíben (les gusta mucho conjugar ese verbo, el único que saben) la celebración de los festejos populares: ¡Viva, pues, san Roque y su perro!

sábado, 15 de agosto de 2020

Quid est ueritas?

¿Qué es la verdad? Dicen que le preguntó Poncio Pilatos a Jesús, el llamado Cristo, en el pretorio. Y éste guardó silencio: no supo qué contestar.  Su silencio nos ensordece. ¿Qué es la verdad? Nos seguimos preguntando nosotros: pregunta sin respuesta donde las haya.

 Cristo y Pilatos: ¿Qué es la verdad? (Nikolai Nikolaevich Ge, 1898)

Hay quien en la propia pregunta ha encontrado una respuesta. Pero esto sólo es válido para una de las muchas lenguas babélicas, el latín, si es que el gobernador y Jesús hablaron en latín y no en arameo, griego o hebreo. Si Pilatos le pregunta en latín qué es la verdad, le diría: Quid est ueritas?  A lo que Jesús no responde, pero si reordenamos las letras de la pregunta podemos obtener otra frase latina que podría ser la respuesta a dicha pregunta: Est uir qui adest: (La verdad) es el hombre aquí presente. Algunos le atribuyen este anagrama a san Jerónimo sin mayor fundamento. Resulta ingenioso, pero falso. Jesús no supo qué contestar y guardó silencio ante una pregunta retórica. Para Jesús la verdad es una revelación divina que él encarna, porque se cree posesor de ella, pero Pilatos, más griego e ilustrado, busca la verdad de verdad, desligada de cualquier dimensión teológica. 
 
Si desnudamos la pregunta, al final sólo nos queda el qué, el quid de la cuestión, que lo pone todo en tela de juicio. Al final nos queda la pregunta desnuda que se hacía Sócrates: τί ἐστιν; (¿Qué es…?) 

Malamente podía preguntarse un griego por la verdad, como sin embargo hacía Pilatos, porque para un griego la verdad es a-létheia, un des-cubrimiento, un des-velo, es decir, el acto de quitar el velo que cubre algo, la verdad para un griego es un término que se define no por lo que es, sino por lo que no es, y desde luego no es la realidad, entretejida de apariencias como está: no es lo que parece. 

No hay, pues, más verdad que el descubrimiento de la mentira de la realidad que se nos impone matemáticamente desde arriba y no es verdad. La única verdad que nos hace libres es el descubrimiento, apocalipsis o revelación de la mentira que nos constituye. Veritas uos liberabit.

viernes, 14 de agosto de 2020

Poli bueno, poli malo

No se trata de contraponer aquí el policía bueno al policía malo, sino de denunciar que “malo” y “bueno” son dos caras de la misma moneda, dos adjetivos, en este caso de la policía, que es el sustantivo, lo sustancial, y que, como si se tratara de un Jano bifronte, en determinadas ocasiones puede presentar su faceta más amable y en otras la cara más brutal. De hecho, desde un punto de vista político, que etimológicamente es lo mismo que policial, porque ambas palabras derivan de πόλις (polis), el nombre griego del Estado, son dos modos complementarios de actuación. 

La palabra policía, en español, derivada del latín politia, préstamo griego de  πολιτεîα "organización política, gobierno", se usaba ya en 1399 con el significado de "política" y "buena crianza" (cf. inglés policy); es a comienzos del siglo XIX cuando comienza a usarse como   "cuerpo encargado de velar por el mantenimiento de la seguridad de los ciudadanos, a las órdenes de las autoridades políticas" y también como miembro de ese cuerpo (inglés police). No se han perdido en castellano, sin embargo, los significados anteriores de urbanidad en el trato y costumbres, aunque sea poco usual, y  limpieza y aseo, y "buen orden que se observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliéndose las leyes u ordenanzas establecidas para su mejor gobierno".  

 

Según la inevitable Güiquipedia, "fue la necesidad de dotar a las ciudades españolas de una estructura de seguridad moderna, lo que determinó que en 1824, el rey Fernando VII dictase la Real Cédula en la que se creaba la Policía General del Reino"

Ordinariamente suele ser más efectivo el poli bueno, que consigue las cosas por las buenas, que el malo, que las consigue por las bravas y las malas, porque el primero levanta menos suspicacias y cuenta con el apoyo benevolente y el aplauso encendido de la mayoría democrática de la ciudadanía. Pero no hay polis buenos ni polis malos. Lo que hay, en realidad, son técnicas de poli bueno y de poli malo. 

Es de sobra conocida su táctica. Mientras éste te presiona y te tortura para sacarte hasta los hígados, aquel se muestra afable, comprensivo y te ruega que colabores con él, por tu propio bien, pero ambos, eso lo sabemos todos, tienen el mismo objetivo. No se trata de dos policías distintos, sino de dos tácticas policiales complementarias utilizadas según requiera la ocasión. Uno establece amenazante y violento tu culpabilidad incuestionable, y el otro hace lo mismo pero procurando que seas tú mismo, con el señuelo de la comprensión, educación y buenas maneras, quien reconozcas sinceramente tu culpabilidad y te ates la cuerda al cuello, hasta con cierto alivio. 

El poli malo tiene un perfil autoritario y violento, mientras que el poli bueno encarna la concepción de una policía civil y moderna, que mira por nuestra protección, más acorde con los tiempos que vivimos.

jueves, 13 de agosto de 2020

Discurso de defensa de Sócrates

Cuando echo la vista atrás y trato de recordar de lo mucho o poco que yo haya leído qué es lo que me ha dejado una huella más profunda y persistente a lo largo del tiempo,  tengo que remontarme al adolescente que yo era de dieciséis años, estudiante a la sazón del bachillerato de letras en el instituto. En clase de griego traducíamos y leíamos en español la Apología o Discurso de defensa de Sócrates, escrito por el joven Platón. Es este, sin duda, el libro más importante y fundamental que yo he leído, el que más me ha marcado. 

Si tuviera que elegir algún fragmento, podrían servir estas palabras pronunciadas por el sabio que sólo sabía que no sabía nada ante el jurado que había de condenarlo a muerte, por ejemplo.

He aquí el texto en primer lugar en versión original: τὸ γάρ τοι θάνατον δεδιέναι, ὦ ἄνδρες, οὐδὲν ἄλλο ἐστὶν ἢ δοκεῖν σοφὸν εἶναι μὴ ὄντα˙ δοκεῖν γὰρ εἰδέναι ἐστὶν ἃ οὐκ οἶδεν. οἶδε μὲν γὰρ οὐδεὶς τὸν θάνατον οὐδ᾽ εἰ τυγχάνει τῷ ἀνθρώπῳ πάντων μέγιστον ὂν τῶν ἀγαθῶν, δεδίασι δ᾽ ὡς εὖ εἰδότες ὅτι μέγιστον τῶν κακῶν ἐστι. (Platón, Apología 29ab)

Y he aquí tres traducciones o aproximaciones en nuestra lengua a esas palabras que Platón nos ha transmitido de su maestro: 

-Pues por cierto que el tener miedo de la muerte, ciudadanos, no es otra cosa sino creerse inteligente y sabio sin serlo uno: porque es creer que sabe lo que no sabe. Pues saber nadie sabe de la muerte ni aun siquiera si no será por ventura el mayor de los bienes todos para el hombre, pero le tienen, en cambio, miedo como si supieran bien que es el más grande de los males (Traducción de Agustín García Calvo, Diálogos socráticos, Platón, edit. Salvat, 1972). 

-En efecto, atenienses, temer la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo, pues es creer que uno sabe lo que no sabe. Pues nadie conoce la muerte, ni siquiera si es, precisamente, el mayor de todos los bienes para el hombre, pero la temen como si supieran con certeza que es el mayor de los males. (Traducción de J. Calonge Ruiz, Diálogos, Platón, Edit. Gredos, 2000) 

-Que temer a la muerte, Varones, no es otra cosa sino tenerse por sabio, pues es pensar saber lo que uno no sabe. Que nadie de cierto sabe ni siquiera si es para el hombre la muerte el mayor de los bienes; y, con todo, la temen como si supieran de buen saber que es el mayor de los males. (Traducción de Juan David García Bacca, Caracas 1980)

miércoles, 12 de agosto de 2020

De la ley sálica

Una periodista, cuyo nombre propio no viene al caso, escribía en una revista dirigida a conformar la opinión pública un artículo titulado “Cambios sucesorios”, donde, entre otras cosas, decía lo siguiente: “... no parece lógico que en pleno siglo XXI, se siga aplicando la ley Sálica...” 
 
La Ley Sálica la introdujo en España Felipe V de Borbón en 1713, procedente del país vecino -galo o salio, que también así se llama; de ahí su nombre-. Prohibía, en efecto, reinar a las mujeres. Fue derogada por Fernando VII mediante la Pragmática Sanción de 1789, publicada al año siguiente. De hecho al abolir la ley Sálica, Fernando VII produjo una crisis en la sucesión del trono entre los que estaban a favor de su hija Isabel II y los partidarios de su hermano Carlos, provocando la primera guerra carlista. Por eso, a la muerte del monarca en 1833, ocupó el trono su hija Isabel II.
 
 Retrato de la reina Isabel II de España, Isidoro Lorenzo (1826-1895)
 
Así decía la citada ley sálica en latín:  Nulla portio hæreditatis de terra Salica mulieri veniat, sed ad virilem sexum tota hæreditas perveniat. O sea: que ninguna porción de la herencia de la tierra sálica vaya para la mujer, sino que toda la herencia le corresponda al sexo varonil.
 
En España, por lo tanto, no está vigente la ley Sálica desde hace 187 años. Lo que rige, y que la mencionada periodista confunde, como mucha otra gente, es un artículo de nuestra Constitución que aún está vigente y que establece la preferencia de los varones sobre las féminas a la hora de reinar. De hecho, si la reina Letizia tuviera un hijo varón ahora mismo, éste, según nuestra Constitución, estaría llamado, como príncipe heredero, a ocupar el trono por delante de la infanta Sofía y de la actual princesa Leonor. Este hecho, bastante poco probable (?), haría seguramente que se modificara nuestra Charta Magna haciendo que prevaleciera el derecho de primogenitura independientemente del sexual. 
 
En estos tiempos que corren (“en pleno siglo XXI”, como escribía la anónima periodista) hay quien piensa que debe modernizarse y derogarse dicho artículo de nuestra Charta Magna que da preferencia al varón, habida cuenta de la discriminación sexual que supone para las féminas. Esto supondría, si tuviera efectos retroactivos, que en España reinara la infanta Elena, por ser la primogénita, en lugar de Felipe VI, que está reinando por ser varón, pero que de hecho es el más joven de los hijos del monarca emérito: a día de la fecha tiene 52 años, mientras que sus hermanas tienen Cristina 55 y Elena tiene 56.
 
Claro está que la cosa es un poco más compleja de lo que parece a simple vista. Porque si el sexo no lo determinan los cromosomas, sino que es una elección libre del individuo, que puede sentirse a gusto dentro de su propio cuerpo o a disgusto y atrapado en él, cualquier individuo personal puede operarse para cambiar de sexo. La infanta Elena, por ejemplo, podría someterse ahora mismo a una operación de cambio de sexo y reclamar el trono de España, sin necesidad de modificar la Constitución, para lo que quizá también sería menester que cambiara de nombre en el Registro Civil.
 
Consideramos, sin embargo, algunos que sería más interesante la derogación de la Pragmática y la implantanción de una nueva Ley Sálica -"en pleno siglo XXI"- que, además de impedir reinar a las mujeres como la vieja, impida también a los varones asentar sus posaderas en el trono y exhibir su testa coronada. Estoy seguro de que así y sólo así desaparecería la discriminación sexual y la heráldica, porque de esta manera nadie sería más que nadie ni por haber nacido antes ni por el sexo que tenga entre las piernas o con el que se identifique.
 
 
No puedo dejar de hacerme eco aquí, para acabar, de aquellos versos populares de Lorca: Si tu padre quiere un rey, / la baraja tiene cuatro: /rey de oros, rey de copas, / rey de espadas, rey de bastos. / Corre que te pillo, / corre que te agarro, / corre que te lleno, / la cara de barro.

martes, 11 de agosto de 2020

Woodstock y El virus de Hong Kong

A diferencia de la gripe de Hong-Kong del invierno de 1968, invisible porque no fue retransmitida por televisión ni propagada por la prensa, la enfermedad del virus coronado de 2019, Covid-19 en la lengua del Imperio, de una letalidad muy similar, tiene sin embargo un protagonismo absoluto y monotemático en nuestras vidas, hasta el punto de que nos ha instalado en una Nueva Normalidad.

Cuando los historiadores escriben sobre las pestes y epidemias de épocas pasadas, se ocupan, entre otras, de la peste de Atenas, en la que murió Periclés, la peste antonina, la peste bubónica que asoló Europa durante la Edad Media, o, más modernamente, la gripe española de 1918. Ignoran, a menudo, que mucho más cerca de nosotros, en 1968, hubo una epidemia que causó alrededor de un millón de muertos en todo el mundo y unos cien mil en los Estados Unidos, mayores de 65 años en su  mayoría,  a la que se le dio un tratamiento político y médico muy distinto. Dichos historiadores tienen que investigar y rebuscar en las fuentes escritas y orales de los recuerdos de los mayores de 52 años para encontrar documentación sobre la gripe hongkonesa. 

Un testimonio: "En 1968/69", dice Nathaniel L. Moir en National Interest, "la pandemia de H3N2 -nombre técnico de la gripe de Hong Kong- mató a más personas en los Estados Unidos que el número total combinado de muertes estadounidenses durante las guerras de Vietnam y Corea".

Algunos no recuerdan casi nada de aquello. No hubo confinamiento. La mayoría de las escuelas y universidades permanecieron abiertas. Si se cerraron algunas no fue por órdenes de arriba, sino por absentismo escolar. Empresas y comercios no cerraron. Se podía ir al cine. Se podía ir a bares y restaurantes. Hay quien recuerda haber asistido a un concierto de Grateful Dead. 


De hecho, la gente no tiene memoria o conciencia de que el famoso concierto de Woodstock de agosto de 1969, planeado en enero durante el peor período de mortalidad de la epidemia, ocurrió entre la primera y la segunda oleada de la gripe hongkonesa en los Estados Unidos.

Los mercados bursátiles no colapsaron debido a la gripe. El Congreso no aprobó ninguna legislación específica. La Reserva Federal no hizo nada. Ningún gobernador actuó para imponer el distanciamiento social, el aplanamiento de curvas (a pesar de que cientos de miles de personas fueron hospitalizadas), la libertad de movimiento, el confinamiento o la prohibición de las multitudes.

La prensa habló de aquello, pero, como señala Bojan Pancevski en el Wall Street Journal: “En 1968-70, los medios de comunicación dedicaron atención superficial al virus mientras ponían la lupa en otros eventos como el la llegada a la Luna y la guerra de Vietnam, y la agitación cultural de la sociedad civil, movimientos por los derechos, protestas estudiantiles y la revolución sexual ".

  

La mítica pareja actual de Woodstock

La comunidad médica asumió la responsabilidad principal de paliar y mitigar la enfermedad, como cabía esperar. Se asumió ampliamente que las enfermedades requieren respuestas médicas y clínicas, no políticas.

Entonces se entendía que las personas menos vulnerables que contraían la gripe no solo fortalecían el sistema inmunitario sino que también contribuían a la mitigación de la enfermedad al alcanzar la "inmunidad colectiva". 

Si hubiéramos aplicado los criterios sanitarios y políticos actuales entonces como ahora, la nación de Woodstock, que reunió a medio millón de personas del 15 al 17 de agosto de 1969,  que cambió la música y la forma de vivir y de pensar de muchas personas para siempre y aún resuena hoy en nuestros oídos nunca habría ocurrido.

El contraste entre 1969 y 2020 no podría ser más sorprendente. Eran inteligentes. Somos idiotas O al menos nuestros gobiernos lo son.

Este virus en los EE. UU se produjo en dos oleadas en los meses de invierno de 1968 y 1969, mientras que Woodstock, apogeo hippie del amor libre y de la música rock, se celebró en agosto, entre la primera y la segunda oleada. A los organizadores de Woodstock no se les pasó por la cabeza suspender el festival en enero cuando fue programado. 

 

Jimi Hendrix descompone el himno norteamericano a la guitarra.

 
(Según el artículo de Jeffrey A. Tucker Woodstock Occurred in the Middle of a Pandemic publicado el 1 de mayo de 2020)

domingo, 9 de agosto de 2020

Terrorismo informativo

Titulares terroristas de la prensa escrita: La pandemia se desboca: España bate récord con 1.895 contagios en un día. La cifra real de nuevos infectados en realidad es mucho peor porque Aragón, la comunidad más afectada, no ha comunicado datos por problemas técnicos. Sanidad suma a las estadísticas 4.507 positivos en las últimas horas. La pandemia en España se ha desbocado en los últimos días. Los cerca de 600 rebrotes activos están llevando al país a datos de finales de abril, a cifras de pleno confinamiento. Un día más, España volvió a batir su propio récord de la 'nueva normalidad' con 1.895 contagios con fecha de diagnóstico en las últimas 24 horas, etcétera, etcétera, etcétera... 
 
Algunas consideraciones: Los tests se multiplican en número creciente cada día que pasa, cuando hoy ya son completamente inútiles. Recuérdese cómo en este país de María Santísima allá por la primavera, cuando la epidemia causaba estragos en medio de la encerrona a la que nos sometieron en su fase más aguda, que era paradójicamente la más grave, se consideraban inútiles tanto las mascarillas como los tests a que ahora nos obligan. Sin embargo a día de la fecha, en plena canícula veraniega, cuando la epidemia ha hecho mutis por el foro, las mascarillas -esas retículas por las que entran y salen sin ningún problema como Perico por su casa los virus coronados, tan diminutos ellos como invisibles a nuestros ojos- ya no son inútiles e ineficaces, sino, por el contrario y paradójicamente, indispensables y obligatorias, incluso en los espacios exteriores al aire libre donde se podría respirar a pleno pulmón.
 
 Fotografía de  Gabriel Pérez-Juana
 
Y las cifras de los tests de PCR, que se hacen ahora a diestro y siniestro, cuando ya pasó lo peor, y que arrojan resultados positivos, no distinguen el virus muerto del vivo -si tiene algún sentido hablar de “vivo” y “muerto” a propósito de virus- y se presentan como si fueran los fallecidos de esta primavera, reactivando el motor del miedo. Es absurdo. Incoherente. 
 
Véase a título de ejemplo este titular alarmista de un periódico provinciano de campanario como es El Diario Montañés, el decano de la prensa montañesa que se decía antaño, de ayer mismo, 8 de agosto de 2020: La pandemia se desboca: España bate récord con 1.895 contagios en un día. 
Preguntémosle a ese titular y a ese periódico terrorista: -¿Pandemia? ¿Qué pandemia? ¿Dónde está ya esa señora que se desboca cual yegua desenfrenada que yo no la veo? 
-¿Qué récord es ese que bate España de 1.895 contagios en las últimas 14 horas? ¿Contagios de qué, de un virus que ya no está activo o que, si lo está, lo está tan poco que no se nota si no es mediante esa prueba? Obviamente, cuantos más pruebas PCR se realicen más resultados habrá, tanto positivos como negativos. Pero ¿tienen algún sentido realizar ahora que ya ha pasado todo tantas y tantas pruebas como se hacen a diario para que al día siguiente aparezcan las cifras en los titulares de los periódicos del régimen?
 
Sí, claro que tiene algún sentido: aterrorizar a la población, seguir haciendo que cunda el pánico, que no decaiga entre la gente, especialmente entre la juventud, divino tesoro, que cantó Rubén, que se va para no volver. Que cunda el miedo a la muerte que a todos nos aguarda tarde o temprano. 
 
La paradoja es que no hay ninguna progresión en la epidemia, que todos los virólogos dan por finiquitada, pero cuantas más pruebas se realizan más resultados positivos se obtendrán.
 
Claro está que el terrorismo informativo que aquí denunciamos es, en último extremo, un terrorismo de Estado perpetrado por las autoridades sanitarias que ordenan hacer dichas pruebas de Reacción en Cadena a la Polimerasa (RCP) o PCR (Polymerase Chain Reaction) en la lengua del Imperio. La prensa, al fin y al cabo, no se inventa la realización y resultados de dichas pruebas; se limita a informar de ello. Vienen aquí a cuento aquellos hendecasílabos de la rima de Bécquer: ¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo... / Me hacía un gran favor... Le di las gracias.
 
 Un delirio colectivo en el sentido patológico de la expresión se ha apoderado de una parte significativa de la gente. Al principio fueron los dirigentes políticos y a rebufo de ellos los responsables de los medios de comunicación y los periodistas, lo que ha acabado contagiando y contaminando a una proporción cada vez mayor de personas. 
 
Cuando hay un delirio colectivo, las llamadas a la calma y a la razón no sirven para nada. Es la histeria lo que reina, el delirium tremens. La temática de este delirio colectivo, de esta segunda ola que ya nos invade y que se ha adelantado al invierno y al otoño, es la peligrosidad extrema de un virus desarmado e inofensivo en la actualidad. Pero eso, que es lo que está delante de nuestros propios ojos y narices, no se ve: vemos las ideas terroríficas -un amasijo de imágenes y palabras revueltas con ellas- que, a modo de vendas, no nos dejan ver; vemos, de cara a la pared y de espaldas a la realidad, las sombras proyectadas en nuestras macro- y micropantallas, instalados como estamos en la caverna mediática platónica. 
 
No estamos muertos todavía, sino cagados literalmente de miedo, lo que a lo mejor explica el acopio de papel higiénico, que vuelve a escasear en las estanterías de los supermercados.

viernes, 7 de agosto de 2020

Esperpento aragonés

El Departamento de Sanidad del Gobierno de la taifa de Aragón ha publicado un edicto informativo dirigido a los “contactos de enfermos COVID-19”, que no tiene desperdicio para el resto de la humanidad, aunque a primera vista pudiera parecer una singularidad idiótica de ese reino. Así comienza: “Le acaban de realizar a usted la prueba denominada PCR cuyo objetivo es detectar si usted está enfermo”.

Usted, es decir, cualquiera puede sentirse en plena forma, más sano que una manzana, puede que incluso no se le pase por la cabeza que pudiera estar enfermo y no saberlo, pero no se fíe de las apariencias que, como dice la gente, engañan a menudo: “Usted ha estado en contacto con una persona enferma de COVID-19”. Y eso le pone a usted en nuestro punto de mira. No se fíe: Nos consta fehacientemente por nuestros servicios de sabuesos rastreadores que Vd. ha estado en contacto con una persona enferma y “debe saber que puede desarrollar la enfermedad desde el contacto con el enfermo hasta 14 días después, es lo que conocemos como período de incubación”.
Es por eso por lo que le hemos sometido a la prueba PCR, que son las siglas al revés de Reacción en Cadena a la Polimerasa en la lengua del Imperio. Así que en breve “Un sanitario se pondrá en contacto con usted para darle el resultado de la prueba”.

...Otra vez la dichosa palabra “contacto”. ¿Si estoy enfermo, no podré contagiar al sanitario que se ponga en contacto conmigo? No, si lo hace virtualmente, a través de la Red. De hecho mis contactos informáticos están a salvo del contagio porque son virtuales, puras entelequias. ¡Esos son los únicos contactos buenos, me dicen implícitamente, los que sólo existen en las Redes Sociales!

Bien, me advierten de que el sanitario que contacte conmigo podrá darme la baja laboral, si la necesito, lo que me llena de alegría. ¿Cómo no voy a necesitar que me liberen siquiera temporalmente del laburo, y, sobre todo, si estoy enfermo? Liberarse del trabajo estando sano parece cosa harto difícil, cuando uno se ve obligado a ganarse el pan con los sudores de su frente.

Pero sigo leyendo la hoja parroquial del Reino Democrático de la Taifa de Aragón, y, oh sorpresa, aquí viene lo mejor de todo.  “Si el resultado de la PCR fuera negativo, nos dice que no está enfermo en el momento de la prueba, pero DE NINGUNA MANERA INDICA QUE ESTÉ LIBRE DE PADECER LA ENFERMEDAD EN LOS PRÓXIMOS DÍAS, por lo que DEBE PERMANECER AISLADO.”

Que conste que las mayúsculas, que se leen como si fueran auténticos alaridos, pertenecen al texto, no se las pongo yo. Los ojos me hacen chiribitas. No puedo dar crédito a lo que estoy leyendo: ¡Mi gozo en un pozo! Si te hacen la prueba dichosa, date por jodido, maño. Seas positivo o negativo, te va a dar igual.

No lo entiendo. Podría llegar a entender que si el resultado de la dichosa prueba fuera positivo yo debiera aislarme para no contagiar a los demás. Podría llegar a entenderlo, aunque me resistiría a considerarme “enfermo” simplemente porque haya resultado positivo, cuando yo me siento en plena forma, sin ningún síntoma de enfermedad. Pero ya digo, podría entender que aún no haya desarrollado los síntomas...

Ahora bien, que me digan que si resulto negativo y que, por lo tanto, no estoy enfermo “en el momento de la prueba”, debo, sin embargo, permanecer aislado porque no estoy libre de padecer la enfermedad en los próximos días, eso no hay Dios que lo entienda.

Lo que me están diciendo desde el Departamento de Sanidad de la taifa de Zaragoza es que, según la metafísica aristotélica, no estoy enfermo a día de la prueba PCR en acto (ἐνέργεια, enérgeia), pero podría estarlo en potencia (δúναμις, dýnamis) y desarrollar la enfermedad en las próximas dos semanas. Esto no deja de ser una entelequia en el sentido ordinario y vulgar de la palabra griega ἐντελέχεια entelécheia, es decir, una cosa irreal porque yo, de hecho, no estoy enfermo. Pero téngase en cuenta que en la jerga filosófica aristotélica la entelequia es el “fin u objetivo de una actividad que la completa y la perfecciona”, por lo que se identifica con la actualidad.

Si no estoy enfermo en acto, tampoco lo estoy en potencia. Podría estarlo, pero no lo estoy: esa es la contradicción. Puedo llegar a estarlo, o no. Pero aquí no se aplica el principio jurídico de "in dubio pro reo", en caso de duda a favor del reo, sino todo lo contrario: "in dubio contra reum": no hay presunción de inocencia, sino de culpabilidad. 

Lo peor es el “por lo tanto” que se sigue de todo lo anterior: -No debo salir de casa durante 14 días. -No debo salir de mi habitación -celda- y si es imprescindible, por ejemplo para ir al retrete, debo hacerlo con mascarilla, desinfectar el inodoro y lavarme las manos como hacía Poncio Pilatos. Tengo que evitar relacionarme con las personas con las que convivo. Es decir, no sólo se trata de un arresto domiciliario que me impide salir de casa, sino de un aislamiento en celda de castigo.

El documento, después de ampararse en una ley orgánica de Medidas Especiales en Materia de Salud Pública,  finaliza del siguiente modo: “Recordándole que de no seguir las recomendaciones arriba indicadas se puede provocar una situación de verdadero peligro para la salud de la población, al poder transmitir la enfermedad al resto de la comunidad”. Manda huebos. (Los textos entrecomillados están tomados literalmente del documento adjunto).

jueves, 6 de agosto de 2020

De límites y fronteras

Cuando Rómulo el 21 de abril del año 753 antes de nuestra era trazaba con la reja del arado lo que se ha dado en llamar el sulcus primigenius, el surco sobre el que se levantaría la primera muralla de Roma, no estaba delimitando sólo, como parece a primera vista, el perímetro del futuro oppidum o ciudad fortificada, sino el prototipo de todo Estado moderno. 

Sobre ese surco se alzará una muralla como baluarte defensivo y a la vez definidor de la ciudad, con el concepto aparejado de ciudadano para el que goza del privilegio de vivir bajo su protección intra muros y de disfrutar del derecho de ciudadanía. 

Rómulo estaba fundando Roma y el prototipo de todas las futuras romas. Nadie atravesaría impunemente ese surco primigenio, ni siquiera su propio hermano Remo, al que el digno vástago de Marte dará muerte cuando, burlándose de sus pretensiones, se atreva a traspasar ese límite trazado arbitrariamente. Y le increpará con estas palabras: “Así muera en adelante cualquier otro que franquee mis murallas”. 

Rómulo, pues, se convertía en el primer rey de esa ciudad, a la que daría su nombre, porque lo último que le faltaba a su proyecto político era un nombre propio que también la definiera: se llamaría Roma, forma abreviada y femenina del nombre de su fundador. Inauguraba así, regándolo con la sangre de su crimen fratricida, el trazado de la futura urbe, asesinato debido, como advierte el historiador Tito Livio, a ese mal ancestral que es la ambición de poder (regni cupido).
Muralla romana de Lugo

Entre nosotros, la muralla de Lugo (Lucus Augusti), conservada impecablemente, aunque de época tardía, es un buen ejemplo de muralla romana defensiva y definidora de una ciudad que acabará como todas desbordándola y extendiéndose extra muros

Otro ejemplo de muro es el uallum o vallado del campamento romano, que será el germen de tantas futuras ciudades. Tanto la muralla de la ciudad (murus) como la valla del campamento militar (uallum) servirán como modelos para trazar una vez que Roma se extienda por toda la cuenca del Mediterráneo el limes del Imperio romano allá donde no haya límites naturales como ríos, cordilleras, mares o desiertos. 

Las fronteras no aparecieron en Europa hasta los primeros tiempos del Imperio romano, pero el germen había surgido ya en el acto fundacional de Roma. El término "frontera", derivado del latín frons frontis “frente”, es de hecho una creación romance o neolatina que no existía en la lengua clásica, donde se prefería limes (genitivo limitis) o finis para expresar ese concepto. El sentido del término "frontera" sería "que está en frente, opuesto, confrontado", evocando el frente de combate y aludiendo a la parte frontal de un territorio opuesto. 

En muchas de las provincias sometidas al Imperio había límites naturales, por lo que no era preciso levantar muros. Pero a Roma se le plantearon algunos problemas de definición en sus límites septentrionales principalmente. Para resolverlos recurrió a un complejo sistema de fortines, torres de observación y vigilancia y muros que, como se verá, nosotros hemos de alguna forma heredado y recreado. 

Valla de Melilla
 
En Gran Bretaña el emperador Adriano emprendió durante su reinado (117-138 de nuestra era) la construcción de una barrera artificial de piedra y tierra (y de adobe en algunos tramos) que contaba con 17 fuertes guarnecidos por unidades de infantería que llegaron a totalizar 8.400 hombres: es el llamado limes Britannicus. A intervalos regulares de 1,6 quilómetros puertas fortificadas permitían el paso a través de la muralla siempre bajo supervisión militar. Las torres levantadas cada 500 metros permitían la vigilancia y el control del territorio. Una gran zanja impedía la aproximación a la muralla por el norte, a la que seguía colina arriba, valle abajo a través de ciénagas y matorrales a lo largo y ancho de Gran Bretaña durante 130 quilómetros. Es el MVRVS (H)ADRIANI. 

Un sistema de fronteras por el estilo se montó desde el Mar del Norte hasta el Mar Negro a lo largo del Rin y del Danubio que, junto con otras fortificaciones, constituyó el llamado LIMES ROMANVS o límite sin más: fortines, torres de vigilancia y los campamentos legionarios allí destacados. De igual modo se protegió el espacio entre ambos ríos, desde el sur de Bonn hasta un punto cercano a Regensburg, reforzándolo con foso y empalizada que en algunos puntos dieron paso luego a una muralla de piedra. Este muro se extendería a lo largo de 382 quilómetros. 

 Valla de Melilla
 
Podemos, en conclusión, ver en el limes Romanus (y en la Gran Muralla china en el ámbito oriental) algunos de los fundamentos más remotos de las fronteras modernas, que ahora sin embargo tienden a desaparecer, al menos en el interior de la vieja Europa, donde han dejado de ser físicamente necesarias, pero no por ello han dejado de levantarse nuevos muros a lo largo del ancho mundo como el de Gaza que se interpone entre Israel y Palestina, o el muro fronterizo de México y los Estados Unidos, o, sin ir tan lejos, la valla de Melilla entre nosotros que separa lo que es España y Europa de Marruecos y el África. 

Se celebra ahora por todo lo alto, además, por lo que leo en la prensa, la caída del muro de Berlín hace 30 años, pero no hay que cantar victoria en absoluto, porque Europa misma no ha dejado por eso de llenarse desde entonces de vallas y de muros. Desde 1990, en efecto, los estados de la UE y del espacio Schengen han construido unos 1.000 quilómetros de muros terrestres, el equivalente a seis Muros de Berlín, la mayoría de ellos en la Europa del Este y en los Balcanes, para detener la llegada de emigrantes y refugiados, ampliándose, por ejemplo, en 40 quilómetros la valla divisoria entre Eslovenia y Croacia, o empezándose a construir una barrera entre Letonia y Bielorrusia, por citar sólo un par de casos significativos.