martes, 19 de mayo de 2020

¿La excepción confirma la regla?

En latín se decía “exceptio confirmat regulam” o también “exceptio probat regulam”: la excepción confirma la regla. Pero tiene un añadido en cualquiera de los casos que es “in casibus non exceptis”: en casos no exceptuados, es decir, cuando no hay excepciones. Sin embargo, no figura en ninguna fuente clásica latina, porque se trata sin duda de una glosa medieval al parágrafo XIV del Pro Balbo de Cicerón. 


Veamos el ejemplo. Cicerón, el más ilustre de los abogados, defiende en ese discurso al gaditano Lucio Cornelio Balbo que había obtenido la ciudadanía romana por sus servicios prestados a Roma. Los acusadores de Balbo argumentaban que no estaba justificada la concesión de la ciudadanía romana porque entre su ciudad natal, Gades, y Roma había un tratado de amistad. Cicerón, por el contrario, señala que sí se pueden admitir a la ciudadanía romana a aquellos que proceden de ciudades con tratados con Roma. El único caso en el que no sería posible ocurriría cuando el tratado entre ambas ciudades estableciera una excepción a esta regla general. Cicerón argumenta que hay algunos tratados, como los firmados con algunos pueblos bárbaros de la Galia, en los que se estipula por excepción que no sean admitidos como ciudadanos romanos. Haciéndose esto por excepción se deduce necesariamente que donde la excepción no exista, la admisión es lícita. 

Así dice el comienzo del parágrafo XIV del Pro Balbo en traducción de don Marcelino Menéndez Pelayo. Pero existen algunos tratados, como los hechos con los Germanos(?), Insubrios, Helvecios, Iapidos y otros pueblos bárbaros de la Galia, en los que se estipula, por excepción, que no sean admitidos por nosotros como ciudadanos romanos. Haciéndose esto por excepción se deduce necesariamente que donde la excepción no exista, la admisión es lícita. ¿Dónde está prohibido en el tratado con los gaditanos que pueda ser ciudadano romano cualquiera de ellos? En ninguna parte.” (etenim quaedam foedera exstant, ut Cenomanorum, Insubrium, Heluetiorum, Iapydum, non nullorum item ex Gallia barbarorum, quorum in foederibus exceptum est ne quis eorum a nobis ciuis recipiatur. quod si exceptio facit ne liceat, ubi non sit exceptum, ibi necesse est licere. ubi est igitur in foedere Gaditano, ne quem populus Romanus Gaditanum recipiat ciuitate? nusquam.).

Lo más parecido a la frase susodicha que hay en el párrafo ciceroniano es quod si exceptio facit ne liceat, ubi non sit exceptum, ibi necesse est licere, que don Marcelino traduce bien como Haciéndose esto por excepción se deduce necesariamente que donde la excepción no exista, la admisión es lícita. O más literalmente: Pero si la excepción hace que no sea lícita (sc. la ciudadanía), donde no haya sido exceptuado, es necesario que allí sea lícita. 

En esa frase se menciona la “excepción” pero no aparece ninguna mención explícita a “regla”, aunque sí a lo que es lícito o ilícito, que se glosa con la palabra “regula”: lo que está estipulado, lo que está mandado. Es importante remarcar que “ubi non sit exceptum” se glosa en “in casibus non exceptis” 



¿Qué uso se hace aquí de la excepción y de la regla? Pues el de la mutua exclusión. O hay excepción o hay regla general. Cicerón razona que, como no hay excepción, entonces vige la regla general. Como no se establece nada en contra en el tratado entre Gades y Roma, entonces Balbo puede ser ciudadano romano. Con este razonamiento, Cicerón ganó el juicio. 

Para el romano –al menos aquí y en este sentido- no es pensable que una excepción otorgue validez a una regla general. O hay excepción o hay regla general, pero no ambas cosas al mismo tiempo y en el mismo sentido. Lo cual, así explicado parece razonable. 

La palabra excepción proviene del latín exceptionem, término compuesto integrado por el prefijo centrífugo ex-, que se refiere al movimiento de dentro hacia fuera, como en las parejas inhumar/exhumar o importar/exportar, donde se opone al prefijo centrípeto in-, y captionem, donde encontramos el verbo capere, que significa tomar, coger, y el sufijo de acción -tion-em. La /a/ de la raíz verbal cap sufre alteración de timbre, y así el infinitivo del verbo en latín de *ex-capere pasó a ex-cipere, de donde por ejemplo procede nuestro término médico excipiente, que se define como “sustancia inerte que se mezcla con los medicamentos para darles consistencia, forma, sabor u otras cualidades que faciliten su dosificación y uso”, y el participio evoluciona, también con apofonía vocálica, de *ex-captum a ex-ceptum, origen de nuestro excepto

La palabra exceptionem, por lo tanto, significaba limitación, restricción o reserva. Y entró en nuestra lengua hacia 1384, donde ya está documentada. El diccionario de la Academia la define como “Cosa que se aparta de la regla o condición general de las demás de su especie”. 



Los derivados del verbo capere, origen de nuestro caber son muy numerosos y presentan además unas veces vocalismo “e” (a-cep-tar, con-ceb-ir, con-cep-tuar, de-cep-cionar, ex-cep-tuar, inter-cep-tar, pre-cep-tuar), otras veces vocalismo “i” (re-cib-ir, re-cip-iente, per-cib-ir, aper-cib-ir, desaper-cib-ido, anti-cip-ar, parti-cip-ar, prin-cip-iar), alguna vez vocalismo “o” (re-cob-rar, cob-rar), a veces vocalismo “u” (o-cup-ar, deso-cup-ar, re-cup-erar, preo-cup-ar), sin olvidar la pervivencia del vocalismo original “a” (cap-tar, caz-ar -procedente de *cap-tiare-, cap-turar). En cuanto al consonantismo, hemos comprobado como el fonema oclusivo labial sordo /p/ aparece muchas veces sonorizado en /b/. 

El término por lo anto “exceptionem” significa etimológicamente que está fuera del ancance de algo porque ha salido de ello, porque ha dejado de estar dentro, donde ya no cabe. La excepción, por definición, es una ruptura de la regla. Hay algo o alguien que se sale de la regla, algo excepcional que no confirma la regla, sino que la desmonta desbaratándola.

Confirmare, en latín, es un compuesto de firmare, como affirmare e infirmare. El verbo firmare, origen de nuestro firmar, está fundado sobre el adjetivo firmus que en principio significa fuerte, seguro, firme. De ahí que su contrario etimológico sea enfermar, con el prefijo negativo IN- y apofonía vocálica. Resulta asimismo curioso que de ahí proceda nuestra firma, porque el verbo que en principio significaba “dar firmeza a algo”, ya desusado con ese sentido, acaba siendo según la Academia poner “nombre y apellidos escritos por una persona de su propia mano en un documento, con o sin rúbrica, para darle autenticidad o mostrar la aprobación de su contenido.” Nos llevaría lejos ahora relacionar el valor añadido que la firma personal de un artista imprime a una obra, pero queda apuntado porque a veces el único valor de la obra es la propia firma. 

El caso es que confirmare en latín y en castellano significa en primer lugar corroborar la verdad, certeza o el grado de probabilidad de algo, o, más etimológicamente, corroborar la firmeza de algo, ponerlo a prueba, por lo que la excepción no valida la regla, sino lo contrario: la invalida. Pero lo que sí puede hacer la excepción y de hecho es lo que hace algunas veces es regularizarse y convertirse en la nueva regla.

La excepción pone a prueba la regla, lo que no quiere decir que la apruebe, sino todo lo contrario: la desaprueba: su propia existencia desautoriza la regla -etimológicamente la reja- que se había tratado de imponer. 

¿Qué puede querer decir que la excepción confirma la regla? Que si hay una excepción es porque, por definición, había una regla que, por la propia excepción, ha quedado demostrado que no era perfecta y que no se podía generalizar. Eso es lo que confirma la excepción: que había, pero que ya no hay, ninguna regla, porque alguien o algo se ha salido de ella, de la cárcel conceptual que era su celda. 

De hecho, la mejor formulación de la frase sería exceptio probat regulam, donde el término probat (prueba, en castellano) tiene dos acepciones similares pero muy diferentes en este caso: pone a prueba y aprueba. Y no es lo mismo poner a prueba que aprobar. La acepción correcta a la luz de todo esto es pone a prueba, por lo que la mejor traducción del proverbio latino es La excepción pone a prueba la regla.

lunes, 18 de mayo de 2020

Taller de métrica (II)

Los versos más frecuentes del teatro antiguo tanto griego como romano, teatro siempre en verso y nunca en prosa, son el trímetro yámbico (senario yámbico en su versión romana), y el tetrámetro trocaico cataléctico (“cataléctico” quiere decir que ha sufrido catalexis, es decir, que se le ha amputado el último medio pie al esquema rítmico del verso), que es el setenario trocaico romano, también llamado “uersus quadratus”. 

En los esquemas que vamos a utilizar, el signo “+” indica que la sílaba es portadora del ritmo, y el signo “-” que no está marcada rítmicamente. 

El ritmo yámbico sería como el tic-tác del reloj: - +, un tiempo no marcado seguido de otro marcado. 

El ritmo trocaico sería a la inversa, como si dijéramos tíc-tac: + - sílaba marcada, seguida de sílaba no marcada. 

¿Qué se puede decir de la elección de uno u otro de estos ritmos? El ritmo yámbico se siente como el normal y es por lo tanto el propio de la narración y del diálogo; el trocaico se interpreta como más exaltado, por lo que se utiliza para los trances dramáticos más líricos, como el ejemplo que vamos a leer de Plauto. 

Vamos a ocuparnos, en efecto, de estos últimos, los setenarios trocaicos. Si el tetrámetro trocaico tiene ocho pies, ocho troqueos (+ - ), el cataléctico tiene siete y medio. Aunque llamemos setenario a su adaptación latina o, más a lo culto, septenario, el nombre del verso engaña porque tampoco tiene siete troqueos, sino siete y medio. 

Su esquema mínimo sería de quince sílabas, siendo la última marcada: + - + - + - + - + - + - + - +. Ahora bien, la riqueza de este verso consiste en que no presenta casi nunca el esquema “puro”, porque, comparable al compás ternario de la música, admite sustituciones: cada troqueo (+ -) puede disolverse: en tres sílabas sin marca rítmica ninguna - - - ; en tres sílabas con marca en la primera, convirtiéndose de hecho en un dáctilo: + - -; o con la marca rítmica al revés de lo normal en la tercera sílaba, convirtinéndose en un anapesto: - - +. Tanto en el primer caso, en el que no hay ninguna marca rítmica, como en el tercero en el que el ritmo cae a contratiempo, el verso se siente igual, como respondiendo al mismo esquema, lo que le proporciona una gran riqueza y variedad expresiva. 


Es característico, además, de este verso una diéresis medial, que vamos a marcar con el signo “ // ”, por lo que su esquema puro, sin sustituciones, sería: + - + - + - + - // + - + - + - +, como en los octosílabos de algunos de nuestros romances, que alternan el final llano, con lo que el verso cuenta ocho sílabas, con el agudo, que entonces tiene siete: “cuando canta la calandria // y responde el ruiseñor”. 

Tomemos, por ejemplo estos del comienzo del monólogo de Carino (vv 469-473), del Mercator de Plauto, en el que el protagonista lamenta lo mucho que está sufriendo, y se compara con el rey Penteo, que fue destrozado por las bacantes,  y habla de quitarse la vida, para lo que por cierto recurrirá al médico. Esta alusión al médico podemos verla como cómica, ya que el médico es el matasanos, el enterrador, o como el asistente del suicidio que ayuda a morir, porque Carino está tan desesperado que piensa en quitarse la vida. 

Cito el texto latino según la edición de Lindsay de Oxford Classical Texts 1936. 
Pentheum diripuisse aiiunt Bacchas: nugas maxumas
fuisse credo, praeut quo pacto ego divorsus distrahor.
qur ego ueiuo? qur non morior? quid mihist in uita boni? certumst, ibo ad medicum atque ibi me toxico morti dabo, 
quando id mi adimitur, qua caussa uitam cupio uiuere. 

Así los traduzco con alguna libertad, pero rítmicamente:   Descuartizaron las bacantes, dicen, a Penteo: fue / nada, creo, comparado con lo que estoy sufriendo yo. / ¿Por qué vivo y no me muero? ¿Qué hay de bueno en mi vida? Voy, / cierto, al médico a ir y la muerte con veneno a darme allí, / ya que me quitan la razón de que quiera la vida yo vivir. 

domingo, 17 de mayo de 2020

NOLI ME TANGERE

NOLI ME TANGERE: No me toques. Son las palabras que Jesucristo le dirige a María Magdalena, que lo había reconocido una vez resucitado y le había llamado "Maestro", según el Evangelio de Juan 20, 17: Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido al Padre. Cito como de costumbre por la traducción que manejo de Nácar-Colunga.


Noli me tangere, Correggio (c. 1525)

Me llamaba la atención que Jesús no permitiera a la Magdalena que lo tocara, como si fuera a contaminarlo con su tacto impuro, sobre todo cuando, en la segunda aparición a los discípulos, le permite hacerlo al incrédulo Tomás, que había dicho que necesitaba ver para creer en las manos del Señor la señal de los clavos y "meter el dedo en el lugar de los clavos" y su mano "en su costado". Jesús entonces le dijo aquello de Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron

Por otra parte, Jesús no se muestra tampoco enemigo del contacto físico cuando los niños se acercaban a él ut eos tangeret, para que los tocara. Los celosos discípulos del Maestro querían impedirlo y les decían a los niños que guardaran las distancias, pero entonces es cuando Él, en un gesto de noble y platónica pedofilia, en sentido literal de "amor por los niños",  les dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí (Sinite pueros uenire ad me), y no se lo prohibáis (et nolite uetare eos); pues de ellos es el reino de Dios (talium est enim regnum Dei).

No me toques es la traducción literal del Noli me tangere. De eso no cabe duda. Pero el evangelio de Juan no fue escrito originalmente en latín, sino en griego, y la expresión original griega que se ha traducido al latín por noli me tangere es μὴ μoυ ἅπτoυ (mè mu háptu). Dicit ei Jesus: Noli me tangere, nondum enim ascendi ad Patrem meum: λέγει αὐτῇ ὁ Ἰησοῦς· μή μου ἅπτου· οὔπω γὰρ ἀναβέβηκα πρὸς τὸν πατέρα μου· 

La incredulidad de Tomás, Caravaggio (c. 1602) 
El verbo  ἅπτομαι, que rige genitivo, significa en voz media "atar para sí" antes que "tocar, coger, tener comercio carnal", por lo que una traducción alternativa directa del griego, sin pasar por el latín, podría ser no te me acerques, no te ates o aferres a mí o incluso no me retengas, lo que cuadra mejor con lo que viene a continuación: porque aún no he subido al Padre

En todo caso, NOLI ME TANGERE es, desgraciadamente, un lema muy apropiado para estos tiempos que corren de uirus coronarium o, mejor dicho, de coronarium uirus, en que el Estado nos impone como rasgo definitorio de esa "nueva normalidad" que pregona el distanciamiento social, guardar las distancias con el prójimo, la distancia de seguridad de dos metros, prohibiéndonos el acercamiento físico, es decir, natural, el contacto para evitar el contagio.

sábado, 16 de mayo de 2020

Cada loco con su tema

A propósito del refrán "Cada loco con su tema", o " Cada uno con su cadaunada", como ya decía don Miguel de Unamuno, o "Caúno con su caunada", en forma popular, traigo un texto literario -considerado poema en prosa, porque no está en verso-  del poeta francés Charles Baudelaire titulado "Cada cual con su Quimera", donde se menciona este monstruo híbrido de la mitología griega de cabeza y cuerpo de león, cola que es una serpiente y una segunda cabeza de cabra ignívoma -es decir, que vomita fuego- que sale de su lomo, propiamente imposible por lo que, como nombre común, designa también "aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo"

Cada cual con su Quimera


Bajo un amplio cielo gris, en una amplia llanura polvorienta, sin senderos, sin hierba, sin un cardo, sin una ortiga, tropecé con muchos hombres que caminaban encorvados. 

Cada uno de ellos llevaba a sus espaldas una Quimera enorme, tan pesada como un saco de harina o de carbón, o la impedimenta de un soldado romano de infantería. 

Pero la monstruosa bestia no era un peso inerte; al contrario, envolvía y ahogaba al hombre, con sus músculos elásticos y poderosos; se prendía con sus dos vastas garras al pecho de su montura; y su cabeza fabulosa coronaba la frente del hombre, como uno de aquellos cascos horribles con que los guerreros antiguos esperaban infundir terror al enemigo. 

Interrogué a uno de aquellos hombres y le pregunté adónde iban de aquel modo. Me contestó que no sabía nada, ni él ni los demás; pero que, sin duda, iban a alguna parte, ya que les empujaba una necesidad invencible de caminar. 

 Quimera de Arezzo (circa 400 a. de C.)

Cosa curiosa que notar: ninguno de aquellos viajeros parecía irritado contra la bestia feroz, colgada de su cuello y aferrada a su espalda; se hubiera dicho que la consideraba como que formaba parte de sí mismo. Todos aquellos rostros fatigados y serios no mostraban ninguna desesperación; bajo la bóveda esplinética* del cielo, hundidos los pies en el polvo de un suelo tan desolado como ese cielo, caminaban con la fisonomía resignada de los condenados a esperar siempre. 

Y el cortejo pasó a mi lado, y se perdió en la atmósfera del horizonte, por el lugar donde la superficie redondeada del planeta se sustrae a la curiosidad de la humana mirada. 

Y durante algunos instantes me obstiné queriendo penetrar aquel misterio; pero pronto la irresistible Indiferencia se dejó caer sobre mí, y me quedé más profundamente agobiado que ellos mismos con sus abrumadoras Quimeras. 

Charles Baudelaire, Petits poèmes en prose (Publicado en La Presse, el 28 de agosto de 1862, bajo el título A cada cual la suya.)

NOTA*.- El Diccionario de la RAE recoge el anglicismo “esplín” (spleen, tomado del griego σπλήν splḗn “bazo”), adoptado por el propio Baudelaire en su El spleen de París, con el significado de “melancolía, tedio de la vida”. Asimismo, se recoge el término médico esplenético/esplénico como “perteneciente o relativo al bazo”, pero no la connotación inglesa y bodeleriana de “melancólico” que tiene aquí, porque se pensaba que la atra bilis residía en el bazo, que segregaba la bilis negra o “melancolía”. 

 Cada uno con su Quimera, Henri Martin (1891)

Inspirado sin duda en el texto de Baudelaire, y con el mismo título, este lienzo del pintor francés Henri Martin, que representa una procesión de gente diversa caminando sin rumbo fijo y condenados, como dice el poeta, "a esperar siempre", cada cual con su personal "cadaunada", "tema", o "Quimera".  El cortejo va presidido por un hombre desnudo que lleva una victoria alada en la mano y una rama quizá de laurel, por lo que su Quimera puede ser la victoria deportiva, pues podría tratarse de un atleta olímpico. Tras él un monje, cuya Quimera es un ángel alado, lo que sugiere, como su mirada al cielo, la preocupación por la salvación de su alma. Tras ellos otras gentes, cada cual con su cadacualada.


viernes, 15 de mayo de 2020

Monstrum horrendum, ingens

La Opinión Pública no existe naturalmente. Es un engendro  de los medios de comunicación que se impone a las masas a fuerza de repetición y de ampliación. El poeta Virgilio la personificó en la Eneida, donde nos presenta su célebre alegoría (libro IV, versos 173-190). 

Virgilio, obviamente, no la denominó con el término moderno “Opinión Pública”, sino “Fama”, pero es básicamente lo mismo: la información selectiva y distorsionada de la realidad, la producción y el producto de los media,  entre los que descuella en la actualidad interné y sus llamadas redes sociales, vasta maquinaria de propaganda y de difusión de bulos y noticias -noticias que son bulos y bulos que son  noticias- para conformar la opinión mayoritaria, convencional y dominante que se le impone a la gente.

La Fama, como dice Pierre Grimal, más que un mito antiguo es una alegoría moderna, creación del propio Virgilio, de la que luego se aprovecharán otros poetas latinos,  como Ovidio, que recargó algunos de sus atributos en sus Metamorfosis. Su morada, por ejemplo, es un palacio sonoro, entero de bronce, abierto de par en par, con mil aberturas por las que penetran todas las voces, incluso las más leves, y salen amplificadas.

La Fama es calificada por Virgilio de “monstrum horrendum, ingens”. La imaginería de este monstruo -todo ojos, bocas y oídos- resalta su doble capacidad receptora, ve y oye, y difusora, pregona sin descanso todo lo que ve y lo que oye transmitiendo y mezclando en batiburrillo toda la información tanto verdadera como falsa, sin distinción ninguna. Por eso, como dice el poeta de Mantua, cuenta “pariter facta atque infecta”; a la vez lo que ha sucedido y lo que no, lo que fue y lo que no era. Sin descanso. Día y noche. Sus efectos son devastadores. Oigamos ya esos versos.

Sale de pronto la Fama por todas las plazas de Libia; 
no hay ningún otro mal más raudo y veloz que la Fama. 
Vive de su movimiento y cobra andando su fuerza; 
débil con miedo al comienzo, se alza luego a los aires, 
pisa el suelo y esconde su testa entre las nubes. 

 Alegoría de la Fama según Virgilio Hans Weigel el Viejo (segunda mitad del siglo XVI)

 La hubo la madre Tierra, airada contra los dioses, 
-la última, cuentan que fue, de Ceo y Encédalo hermana- 
a ella parido, veloz en sus pies y sus rápidas alas, 
monstruo gigante, atroz; cuantas plumas hay en su cuerpo, 
hay tantos ojos en vela debajo y (pasma decirlo), 
hay tantas lenguas y bocas parlantes y orejas atentas. 
Vuela de noche en medio del cielo y la tierra, en tinieblas 
zumba que zumba, y no cierra al dulce sueño sus ojos; 
por el día se sienta, vigía en lo alto del techo 
o en torreones y a grandes ciudades aterroriza: 
firme contando lo falso y lo malo como lo cierto. 
Ella entonces llenaba los pueblos de dichos volubles
 ebria de gozo, y cantaba a la par lo que fue y lo que no era. 


La Fama,  grabado núm. 44 de la Eneida, Sebastian Brand (1502) .

jueves, 14 de mayo de 2020

El colmo del eufemismo

Si no era ya harto ridículo llamar a los ciegos invidentes, como hacen algunos con no poca pedantería, empleando el lenguaje para ocultar la realidad, y no llamando a las cosas por su nombre (al pan pan, y al vino vino), vicio que ya denunció Quevedo entre nosotros (“Por hipocresía llaman al negro, moreno; trato a la usura; a la putería, casa; al barbero, sastre de barbas y al mozo de mulas, gentilhombre del camino”*), he aquí el eufemismo políticamente corregido, mejor que “correcto”, o sea, la corrección política aplicada al eufemismo: discapacitados visuales

Y dando un paso más aún, en pro del lenguaje incluyente, para que no se sientan excluidas las mujeres, que no tendrían por qué sentirse así ni ofenderse, habida cuenta de que nos hallamos ante un uso no marcado del género gramatical masculino que incluye al femenino, pero algunas se sienten privadas de mención e invisibilizadas, según afirman: personas discapacitadas visuales, o su variante estilísticamente alternativa: personas con discapacidad visual

 Viñeta de Alberto Montt

Así, podemos leer aberraciones escritas como esta joya: “Por suerte, la naturaleza que es sabia, hace que las personas discapacitadas visuales desarrollen mucho más el resto de sus sentidos, el del oído, el del olfato y, por supuesto, el del tacto.” O esta otra: “En España, son 70.000 las personas discapacitadas visuales afiliadas a la ONCE”, en la que, por cierto, es de agradecer que se mantenga el acrónimo ONCE, cuya “c”, como se sabe, es la letra inicial de “ciegos”: Organización Nacional de Ciegos de España

Supongo que, aplicando el mismo criterio, a los sordos se les acabará llamando discapacitados auditivos, y para que quede claro que no excluimos a las sordas cuando hablamos de “discapacitados” usando el masculino como término marcado, mejor: personas discapacitadas auditivas o con discapacidad auditiva, expresiones que, feas como ellas solas como demonios, atentan a todas luces contra el principio de economía del lenguaje y contra el buen gusto y la sencillez a la hora de hablar y de escribir.

oOo

NOTA.- Hurgando en la obra de Quevedo no encuentro esta frase, tan repetida en interné, escrita como tal. Se trata de una abreviación de este párrafo de los Sueños, que prefiero citar completo: Pues todo es hipocresía. Pues en los nombres de las cosas ¿no la hay la mayor del mundo? El zapatero de viejo se llama entretenedor del calzado. El botero, sastre del vino, porque le hace de vestir. El mozo de mulas, gentilhombre de camino. El bodegón, estado; el bodegonero, contador. El verdugo se llama miembro de la justicia; y el corchete, criado. El fullero, diestro; el ventero, güésped; la taberna, ermita; la putería, casa; las putas, damas*; las alcagüetas, dueñas; los cornudos, honrados. Amistad llaman al amancebamiento; trato a la usura; burla a la estafa; gracia, la mentira; donaire, la malicia; descuido, la bellaquería; valiente al desvergonzado; cortesano al vagamundo; al negro, moreno;  señor maestro al alabardero; y señor doctor al platicante. Así que ni son lo que parecen ni lo que se llaman: hipócritas en el nombre y en el hecho.    (Francisco de Quevedo, El Mundo por Dedentro, Sueños). Como puede comprobarse, todos los eufemismos de la primera cita  están en este párrafo salvo el de "barbero, sastre de barbas", que sin embargo es también creación del propio Quevedo, quien en La vida del buscón don Pablos, Pablos presenta a su padre como barbero que se avergüenza de que le llamen así y prefiere denominarse "tundidor de mejillas y sastre de barbas".

Nota*.- Le haría sin duda gracia a don Francisco de Quevedo que hoy a las putas se las denomine trabajadoras sexuales.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Memento mori: moriremos.

La opinión, porque no es más que una opinión, que quede claro desde el principio, de que morir es algo malo, lo peor que le puede pasar a uno en la vida, no es una opinión cualquiera como cualquier otra: es la opinión fundamental y generalizada entre los seres humanos, nuestra opinión constitutiva y constitucional, por así decirlo, y es el epicentro de todas las opiniones humanas. Si en algo nos diferenciamos del resto de los seres vivos, es en que nosotros sabemos que vamos a morir. Nos lo tienen enseñado desde muy pequeños.  Y lo tenemos aprendido y creemos, además, que eso no es bueno.

Frente a esta opinión se puede esgrimir la contraria, como creo recordar que hacía Cicerón en sus Conversaciones en la villa de Túsculo: morirse es lo mejor que le puede pasar a uno en la vida.  Traía el ilustre abogado, ya en su vejez, en apoyo de esta tesis la historia de Trofonio y Agamedes, los dos arquitectos que construyeron el templo consagrado a Apolo en Delfos. Una vez realizada su obra, le pidieron al dios que les concediera como recompensa no algo en concreto, nada específico de eso que suelen pedir los hombres como salud, dinero o amor, sino lo que él, en su inmensa sabiduría, considerara que era el mejor premio que les pudiera conceder. 

 Ruinas del templo de Apolo en Delfos
 
El dios les manifestó a través de un sueño que fueran al tercer día a buscarlo al templo que habían construido, donde lo hallarían. Al fin iba a desvelarse el secreto mejor guardado de todos los tiempos: qué era lo mejor para el hombre. 

Pues bien, al tercer día Agamedes y Trofonio acudieron al templo a buscar lo que habían pedido. Allí mismo fueron ese mismo día hallados muertos con una sonrisa de felicidad e incredulidad en sus rostros que indicaba que aquello que les había sido concedido no era un castigo, como ordinariamente creen los seres humanos, sino la mayor recompensa por la trayectoria de toda una vida. 

Hay otra leyenda en el mismo sentido. La cuenta Heródoto, el padre de la Historia, con mayúscula, y la pone en boca de Solón, uno de los siete sabios de Grecia, que se la contó al rey Creso. La anécdota está relacionada también con Delfos, aunque transcurre en Argos, porque en Delfos se hallaron las dos estatuas que datan del siglo VI antes de nuestra era, de los dos mozos Cléobis y Bitón desnudos, los dos hermanos gemelos como dos gotas de agua de robustos cuerpos y largas trenzas. Eran hijos de Cídipe, la sacerdotisa argiva de Hera. En una ocasión en que debía acudir desde Argos al templo de la diosa, al Hereo a presidir un festival en su honor, no podía hacerlo porque los bueyes que debían tirar del carro no habían vuelto de la arada. El tiempo apremiaba. Estaba a punto de comenzar la solemnidad, y la sacerdotisa no llegaba...

Cléobis y Bitón, siglo VI a. C.

Ambos hermanos, ni cortos ni perezosos, se uncieron entonces ellos mismos a la gamella y tiraron del carro que llevaba a su madre e hicieron a toda velocidad a pie el recorrido completo de cuarenta y cinco estadios, unos ocho quilómetros,  -cuesta arriba en su último tramo, porque el santuario se encontraba en lo alto de una colina. 

Una vez allí, la madre le rogó a la diosa Hera que les concediese a los dos gemelos el mejor regalo que el cielo le pudiera otorgar a una persona, ya que habían honrado con su gesto a la diosa y a ella misma, su madre, por lo que humildemente le suplicaba para ellos el don más preciado que pudiera alcanzar un hombre en vida. 

La diosa, agradecida, se lo concedió. Ambos muchachos, exhaustos como estaban, fueron hallados, después de los sacrificios rituales y del banquete, yaciendo en el suelo y sumidos en lo que parecía un profundo y agradable sueño, después de la fatiga del esfuerzo y de la opípara comida. Pero ya no despertaron nunca porque era la muerte el regalo que Hera les había concedido. 

Los argivos mandaron hacer unas estatuas de ellos y las consagraron a Apolo en Delfos, donde se hallan actualmente, en el museo de la localidad, no lejos de las ruinas del templo, en la falda del monte Parnaso. 

Traíamos aquí a cuento el otro día la cita de Epicteto “Conturban a los hombres, no las cosas, sino las opiniones que de ellas tienen. Por exemplo, la muerte no es un mal, porque si lo fuera, así lo habría sentido Sócrates. Es un mal, sí, la opinión de la muerte, que un mal la juzga." (Traducción de don José Ortiz). Con ella el sabio estoico que como Sócrates no dejó nada escrito pone en duda la maldad de la muerte, recurriendo al criterio de autoridad: Sócrates. Magister dixit. Lo ha dicho el maestro. Pero que no sea un mal no significa ni conlleva que sea un bien.  Si la muerte fuera un mal, Sócrates lo hubiese sabido. ¿Por qué? Porque Sócrates, según el oráculo de Delfos, era el hombre más sabio del mundo. Pero ¿en qué consistía su sabiduría? No más, ni menos, que en el reconocimiento de su ignorancia. Sócrates no tiene la certidumbre de que la muerte sea un mal, pero tampoco de que sea un bien, porque no tiene ninguna certeza: solo incertidumbre. Recordemos las últimas palabras de su discurso de defensa ante el jurado que lo condenó a muerte: "Pero, sí, ya es hora de que nos marchemos, yo a morir, vosotros a vivir; pero cuáles de nosotros vamos a mejor negocio, cosa es oscura para todo ser, salvo si acaso para el dios." (Platón, Apología de Sócrates).

Es muy difícil combatir la opinión de que la muerte sea algo malo, sin que caigamos en la opinión contraria de que es algo bueno, y aun más, lo mejor que le puede ocurrir a uno, y algo que deberíamos procurarnos enseguida. 

Es muy difícil no caer en un juicio de valor sobre algo que desconocemos radicalmente, porque no tenemos ninguna experiencia previa de la muerte, y porque la certeza que tenemos de ella se da en otros seres vivos, no en nuestras propias carnes, ni podremos experimentarla tampoco nunca, como diría Epicuro, cuando estemos muertos porque entonces ya no experimentaremos nada. 

 
Joven que sostiene una calavera, Frans Hall (c. 1616)


Sin embargo estamos condenados a muerte por el célebre silogismo, cuyas premisas son “todos los hombres son mortales, Sócrates es un hombre” y su inevitable conclusión: “luego Sócrates es mortal”. La versión políticamente corregida por el extremo celo feminista de las premisas del silogismo reza, no vaya a ser que alguien crea ingenuamente que se libran las mujeres de la condena a muerte: “todos los seres humanos son mortales, Sócrates es un ser humano, luego Sócrates es condenado a la pena capital”. 

El miedo a la muerte, por lo tanto, nos constituye decisivamente como personas. Recordemos en este punto el saludo de los monjes cartujos: Hermano, morir habemos. Dice uno, y el otro le responde: Hermano, ya lo sabemos. 

Ese “morir habemos” es la perífrasis verbal que da origen a nuestro Futuro Imperfecto o Simple, según otros, del modo Indicativo de nuestras gramáticas escolares: morir habemos,   morir hemos, (hemos de morir, tenemos que morir)  moriremos

Esa conciencia de nuestra condena a muerte es lo que nos constituye y nos define, frente a otros seres vivos, que la ignoran. Pero esa condena a muerte no es más que una condena al futuro. Las personas no estamos libres del miedo a la muerte y de la opinión de que es lo peor que nos puede pasar, pero hay algo dentro de nosotros que, sin empujarnos a la opinión contraria y a precipitarnos a todos al suicidio, como se oye neciamente a veces (“Si no crees que la muerte es algo malo ¿por qué no te suicidas?”), llamémoslo “sócrates” o simplemente “razón”,  nos dice que no hay razones para temer ni tampoco para desear lo que se desconoce.

Pero en las personas no manda la razón, que sin embargo a todos nos es común, como diría Heraclito; mandan las opiniones personales, y estas están alimentadas por el miedo, un miedo que no nos deja vivir, sino que nos obliga a hacer planes para el futuro, es decir, a posponer la vida, sabiendo como sabemos que en el futuro no se vive, que tan sólo se vive no vamos a decir en el presente, que no deja de ser otra idea, sino “aquí” y “ahora”, dos adverbios deícticos que apuntan a lo que está fuera del lenguaje y que rompen la ilusión espacial y temporal. 

No, en el futuro no se vive, porque el futuro tan solo es promesa de vida y amenaza de muerte. No está aquí y ahora, pero es lo que nos mata a nosotros aquí mismo y ahora mismo.

martes, 12 de mayo de 2020

Mensajería política breve

Las religiónes cristiana y mahometana se preocupan más por la otra vida, que es la verdadera, que por esta que tenemos, que es la real y falsa por lo tanto. 

Atareados como están tomando decisiones, no tienen tiempo de razonar y poner en cuestión las decisiones -idioteces- que se les ocurren y acaban imponiéndonos.

Las relaciones personales fuera del núcleo familiar confinado, cada vez más restringido al individuo o a la pareja y poco más, son exclusivamente telemáticas. 

No hay contagio porque no hay contacto, que etimológicamente es lo mismo. Los únicos contactos permitidos, los virtuales. Las redes sociales son la sociedad. 

El “distanciamiento social” o "físico", como dicen otros, es un significativo eufemismo del nuevo orden mundial que desde las altas esferas quieren imponernos.

El prójimo se ha convertido en eventual agente patógeno y fuente de contagio. No debemos aproximarnos. Sólo se permite el contacto virtual, sin roce corporal.

Por razones de seguridad cercenan las libertades formales. No vamos a decir la Libertad, con mayúscula, que no pueden porque no existe, pero sí las libertades.


La industria farmacéutica está más interesada en hacer crónicas las enfermedades que en curarlas; sus medicamentos son placebos que alargan así la enfermedad.

Un bulo es una noticia falsa, una trola como una bola, pero, en verdad, todas las noticias son bulos, incluidas las reales, siempre falsas, nunca verdaderas. 

Significa poco que un gobierno democrático esté a la derecha o a la izquierda, lo significativo es que está arriba, y el pueblo abajo, nicho de votos y mercado.

Infodemia: neologismo híbrido grecolatino vía inglesa: sobreabundancia de información que hay y que en vez de aportar claridad a los asuntos provoca confusión.


Gracias a nuestra conexión a la Red Informática Universal, se perfecciona la dominación haciéndose extensible más allá de las barreras físicas de la presencia.

El término especular procede de speculum, que significa “espejo”, de ahí la creencia de que la imagen que vemos en el espejo, nuestro reflejo, éramos nosotros. 

Tanto en la vida laboral como en la privada se nos dice que hay que estar conectados, permanentemente en alerta, siendo la desconexión una utopía irrealizable. 

Libertad de expresión ¿para qué? ¿Para expresar un pensamiento esclavo en un lenguaje servil que descerraja como sonoros cuescos ideas y opiniones personales?

domingo, 10 de mayo de 2020

Identidad y minoría de edad

¿Quién puede juzgar dónde empieza la mayoría de edad y el uso de razón y dónde acaba la infancia? ¿No hay acaso una línea de sombra cuyo espesor varía según los casos? Quizá esa línea sea la responsabilidad de los actos. 

El niño, que es proteico, es irresponsable de sus actos. Se supone que cuando puede responder de ellos, es porque ha accedido a la mayoría de edad. 

¿Quién es, sin embargo, totalmente responsable de sus actos? ¿Nosotros mismos? Imposible. Nuestra identidad personal que se oculta bajo nuestro nombre propio es siempre cuestionable. 

Antonio Machado, en carta a Juan Ramón Jiménez, a principios de 1913 le confesaba lo siguiente: "Yo mismo me pregunto algunas veces ¿quién escribe muchas cosas que salen de mi pluma? Me declaro irresponsable de las tres cuartas partes de todo cuanto he hecho y de cuanto haga en lo sucesivo."  


Porque ni siquiera  somos los mismos: en un instante, como por arte de magia, bendita artimaña, hemos dejado de ser lo que éramos y cambiado, somos ya otros distintos: somos y, a la vez, oh paradoja, no somos los mismos, por lo que no podemos responsabilizarnos de nuestros actos ni acceder a la mayoría de edad,  y seguimos viviendo en el más inocente de todos los paraísos, la infancia. 

El perdón cristiano de todos nuestros pecados radicaría en la absoluta inocencia del que no puede ostentar una identidad personal que justifique y lo responsabilice de todos y cada uno de sus actos.

sábado, 9 de mayo de 2020

Del cáñamo y el cánnabis

Resulta curioso el poder significativo de las palabras: si decimos cáñamo, que es la palabra patrimonial castellana derivada de cannabum, variante alomorfa de cannabim, estamos hablando, según la Academia de la “planta anual, de la familia de las cannabáceas, de unos dos metros de altura, con tallo erguido, ramoso, áspero, hueco y velloso, hojas lanceoladas y opuestas, y flores verdosas”.

Con "cáñamo" nos referimos también por metonimia a cualquier cosa de cáñamo como fibras textiles derivadas de esa planta, tales como la estopa, o distintos tipos de cordajes  o unas alpargatas, sin ir más lejos. Y denominamos "cañamón" a la semilla del cáñamo, que se utiliza, entre otras cosas, para alimentar pájaros, como revela el refrán: "No por miedo de gorriones se deja de sembrar cañamones".

Diciendo "cáñamo" nos hallamos ante una sustancia perfectamente normal como cualquier otra. Estamos dentro de la ley comercial de la oferta y la demanda. Pero, sin embargo, si decimos “cannabis” que es, más que el cultismo, el latinismo y nombre científico de la misma planta, estamos hablando de una sustancia ilegal estupefaciente (“preparación a base de una o más partes del cáñamo índico que, consumida de distintas maneras, especialmente fumada, tiene propiedades estupefacientes o terapéuticas", según la misma Academia). 

Y entonces aparecen los otros nombres populares concurrentes para referirse a ella, como marihuana o mariguana, maría, hierba (por antonomasia) o hachís (que es lo mismo que “hierba” pero en árabe clásico), sobre todo si nos referimos a la resina del cáñamo índico previamente desecado.

Esta planta era perfectamente conocida y cultivada por los antiguos romanos, según noticias de Plinio, Columela y otros:
 
HERBA CANNABIS SILVATICA

Del herbario del pseudo-Apuleyo

  
Imagen tomada del manuscrito iluminado Sloane 1975 de la Biblioteca Británica, realizado en torno a 1190 en Inglaterra o norte de Francia (f 44 v, detalle).

Nomen istius herbe Canabe (El nombre de esta hierba (o planta) es cánnabis). Nascitur autem hęc herba locis asperis et secus vias iunxta sepes. (Nace esta planta en lugares agrestes y al borde de los caminos junto a las cercas). Prima cura ipsius ad sanandum. (Su principal utilidad es para sanar).  

En la página siguiente se habla de sus efectos: Miraberis bonum effectum (Admirarás su buen efecto).



Según el Herbario del pseudo-Apuleyo, la herba Cannabis siluatica, es decir la planta silvestre del cáñamo sirve para curar por un lado el dolor de los pechos o mamario (ad mamillarum dolorem): Ponga la planta de cáñamo silvestre machacada con grasa (la axungia latina, origen etimológico de nuestra "enjundia", nombre de la gordura o manteca de cualquier animal), reabsorbe el edema o tumor, y si hubiera una erupción, la hace desaparecer. (Herbam cannabem siluaticam tunsam cum axungia imponat, discutit tumorem, et si collectio fuerit, expurgat); y por otro lado sirve para las quemaduras producidas por el frío (ad frigore exustos). En este caso: amasarás el fruto de la planta del cáñamo silvestre triturado con semilla de ortiga y vinagre y lo aplicarás encima de ellas (Herbae cannabis siluaticae fructum tritum cum orticae semine et aceto subiges et eis impones).

viernes, 8 de mayo de 2020

Enseñanza on line

A raíz de la pandemia se han suprimido en España, por lo que yo sé y hasta fecha de hoy mismo, las clases presenciales en los centros de enseñanza, que se han cerrado de golpe y sopetón a cal y canto.  Pero la Escuela se ha reinventado sobre la marcha enseguida y ha pasado del confinamiento de los jóvenes en las (j)aulas a meterles estas en casa, donde están igualmente recluidos bajo confinamiento.  

Las (j)aulas son ahora virtuales,  pero como decía aquel cantar "aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión". Son ahora virtuales, sí, pero no porque hayan desaparecido o corran peligro de desaparecer, sean imaginarias y estén en vías de extinción, sino porque han entrado, igual que el teletrabajo, en casa y el hogar, en la vida privada del recinto familiar.

Así como algunos trabajos, en efecto, relacionados con la administración del Estado y de las empresas se han convertido en teletrabajos, la Escuela se ha transformado en telescuela, docencia telemática, con un aumento considerable de carga lectiva y de horario delante de la pantalla del ordenador, de la tableta o del móvil tanto de profesores como de alumnos. 

La posición autoritaria y evaluadora del profesor no se ha visto mermada, antes al contrario; se ha reforzado telematizándose.  Se habla ya de establecer de iure algo que ya está establecido de facto: la implantación de un sistema mixto que combine la educación presencial con la educación en línea (on line, en la lengua del Imperio), alternándola. 


Esto complica sobre todo la tarea de los profesores, forzados a trabajar de forma presencial, como siempre,  con un grupo reducido de alumnos en clase, la mitad de la clase -se habla de un tope de quince alumnos-, por ejemplo, para evitar contagios, y a trabajar al mismo tiempo telemáticamente con la otra mitad para los que ese día les tocó quedarse en casa, duplicando su jornada laboral e introduciéndola más en el ámbito de la vida privada de los propios profesores, que ven así incrementados sus horarios y trabajo sin que ello suponga un incremento de salario. 

Parece, por otra parte, que son pocos los niños (algunos lo cifran en menos de un 15%) los que todavía no tienen acceso a la Red Informática Mundial (World Wide Web en la lengua del Imperio). Esta cifra puede ser algo superior, pero eso no impide la impartición telemática a la mayoría conectada, que ya es un hecho. Además, desde hace tiempo, las administraciones educativas tratan de que ningún alumno se quede atrás, desconectado, por no tener acceso a las Tecnologías de la Información y la Comunicación, las famosas TIC, porque según la monserga de la jerga pedodemagógica y su verborrea al uso eso “sería un elemento de quiebra de la equidad, de la igualdad de oportunidades y de la exclusión” (sic).

El problema práctico que se plantea para el próximo curso que se nos echa encima, pues está claro que los cursos no van a dejar de caerles encima uno detrás de otro a las nuevas generaciones, puede resolverse con soluciones altruistas de préstamo por el propio centro educativo o por las administraciones del Estado, suministrándoles la conexión que ahora les falta a esa minoría “desfavorecida” afectada por la “brecha digital”. 

Los pedagogos más optimistas se frotan las manos y apuntan a que de esta crisis puede salir algo bueno, como el refuerzo -cómo no- el propio sistema educativo, y que la pandemia puede ser el catalizador que impulse por fin la transformación de todo un sistema de enseñanza anclado en el pasado y obsoleto, basado en la memorización, en otro auténticamente "educativo", cimentado en el adoctrinamiento y en la adquisición de las mágicas (in)competencias. Que Dios nos coja confesados.