¿Quién puede juzgar dónde empieza la mayoría de edad y el uso de razón y dónde acaba la infancia? ¿No hay acaso una línea de sombra cuyo espesor varía según los casos? Quizá esa línea sea la responsabilidad de los actos.
El niño, que es proteico, es irresponsable de sus actos. Se supone que cuando puede responder de ellos, es porque ha accedido a la mayoría de edad.
¿Quién es, sin embargo, totalmente responsable de sus actos? ¿Nosotros mismos? Imposible. Nuestra identidad personal que se oculta bajo nuestro nombre propio es siempre cuestionable.
Antonio Machado, en carta a Juan Ramón Jiménez, a principios de 1913 le confesaba lo siguiente: "Yo mismo me pregunto algunas veces ¿quién escribe muchas cosas que salen de mi pluma? Me declaro irresponsable de las tres cuartas partes de todo cuanto he hecho y de cuanto haga en lo sucesivo."
Antonio Machado, en carta a Juan Ramón Jiménez, a principios de 1913 le confesaba lo siguiente: "Yo mismo me pregunto algunas veces ¿quién escribe muchas cosas que salen de mi pluma? Me declaro irresponsable de las tres cuartas partes de todo cuanto he hecho y de cuanto haga en lo sucesivo."
Porque ni siquiera somos los mismos: en un instante, como por arte de magia, bendita artimaña, hemos dejado de ser lo que éramos y cambiado, somos ya otros distintos: somos y, a la vez, oh paradoja, no somos los mismos, por lo que no podemos responsabilizarnos de nuestros actos ni acceder a la mayoría de edad, y seguimos viviendo en el más inocente de todos los paraísos, la infancia.
El perdón cristiano de todos nuestros pecados radicaría en la absoluta inocencia del que no puede ostentar una identidad personal que justifique y lo responsabilice de todos y cada uno de sus actos.
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