-Me parece que el latiguillo utilizado por el Presidente del Gobierno de las Españas de “en aras de la Salud Pública” no es inocente, sino muy significativo de lo que pretende el Gabinete: inmolarnos, sacrificarnos, o sea, matarnos a todos los que pueda.
-¿No exageras un poco?
-En absoluto, la expresión sugiere la idea de sacrificio que se realiza en el altar donde se celebran los ritos religiosos con los que el sumo sacerdote consuma la ofrenda que hace a la divinidad, que en este caso, es la Salud Pública.
-Lo que pasa es que dicho así lo de “matarnos a todos” suena un poco bruto, ¿no?
-Pero hay que decirlo así para que lo entiendan los que no quieren entenderlo. ¿Qué pretende el Gobierno con el Ministerio de Sanidad a la cabeza “en aras de la Salud Pública”? Pues eso: matarnos; de miedo, y de verdad, psíquica- y físicamente, si cabe hacer un distingo tan torpe. Quitarnos la poca vida que nos queda en las venas. O si quieres te lo digo de otro modo: hacernos la vida imposible primero con el arresto domiciliario que hemos padecido y ahora con, entre otras medidas, el burka profiláctico.
-¿Y cómo reaccionamos los pobres chivos expiatorios, víctimas sacrificiales que somos nosotros, en las aras esas de la Salud Pública?
-Con, ya sabes, aquello de “¡Vivan las caenas!”. Agradecidos y tragando, como siempre, tragando por un tubo conceptos antes impensables como “distancia social”, que la mayoría considera justo y necesario...
-Eso me recuerda al prefacio litúrgico aquel de la Santa Misa: "Vere dignum et iustum est, aequum et salutare": En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación... que le dicen ahora en román paladino.
-Está bien que te acuerdes de la misa de Dios, porque resulta que ahora el Maligno ya no es el pobre demonio, sino algo mucho peor, un enemigo asesino, como decía el otro día el periódico, mucho más temible que Satanás; un enemigo perfecto, todopoderoso, como Dios mismo, que está en todas partes, y a la vez es a nuestros ojos invisible. Y que, como Dios, nos exige que tengamos fe y que creamos en Él si queremos salvarnos y no condenarnos por la cuenta que nos trae.
-Sí, y todo por el miedo que nos han inoculado en el cuerpo como ponzoñoso veneno los medios, con la televisión a la cabeza metida en casa de todo Cristo y la peste de interné en los móviles y tabletas dando cuenta a todas horas del número de contagiados, de curados y de muertos. Y encima algunos, para más recochineo, salían a las ventanas a aplaudir y todo como la claque del teatro.
-Sí, pero parece que la comparsa aquella de los palmeros de las ocho ha dado ahora paso a la mascarada de los embozos con que se tapan la boca y la nariz.
-Pues ¿no decía hace dos meses el impresentable matasanos ese que sale todos los días por la tele que los embozos no eran necesarios?
-Sí, eso mismo decía.
-¿Cómo es que ahora no sólo son necesarios sino obligatorios en los espacios y vías públicas a partir de los seis años de edad, pobres criaturas con el pañal ahora en la boca?
-El “doctor” ese, que no es doctor en medicina, aunque sí matasanos, todo hay que decirlo, ha reconocido que no podía obligársenos a llevar los embozos porque no había suficientes en el mercado. Y entonces decidieron engañarnos -eso no lo dice él, pero se desprende de lo otro- diciéndonos que sólo servían en el caso de estar contagiados para no infectar al prójimo, pero no para protegernos de la infección. Sin embargo ahora que los mercados están bien surtidos, resulta que son imprescindibles para protegernos del contagio en el desconfinamiento y ya pueden obligarnos. Y, de hecho, lo hacen por real decreto.
-Y eso que hay una ley contraria a esa, la ley mordaza, que le dicen, que prohíbe taparse la cara... Además ¿no decían nuestras abuelas que la cara era el espejo
del alma? ¿Cómo vamos a reconocer ahora a los prójimos si las
mascarillas nos igualan a todos?
-No te preocupes, los individuos siempre se las arreglan para individualizarse más. Ya verás cómo siguen haciéndose selfis con la mascarilla puesta personalizada y tuneada como expresión de la propia singularidad.
-Sí, y llegaremos a verlas de vivos colores y modelos. E incluso habrá grandes marcas que diseñarán sus propios embozos originales y exclusivos.
-Yo no sé, pero me da la sensación de que ahora que hay mascarillas para todos, no hay oxígeno para nadie. Nos falta el aire. Nos ahogamos. Y de eso se trataba, precisamente. Con la disculpa de no meternos el virus, nos privan del aire libre y de la alegría de vivir.
-Para aliviarte un poco la murria, te contaré que ayer, cuando ya eran obligatorias, éramos muchos en los Madriles los que no las llevábamos puestas. Daba gozo ver a tanta gente en el parque de San Francisco sentada en el césped, sin embozos, en corros, disfrutando de esta primavera que alcanza ya temperaturas de verano, lo que hace más absurdo e imposible ir amordazado con el bozal profiláctico.
-...Bueno, afortunadamente hay gente que no se deja gobernar.
-Lo que está claro es que todas estas leyes, decretos, regulaciones, disposiciones son imposibles de hacer cumplir. ¿Que no puedo dar un abrazo a un amigo? ¡Ja! ¿Que no puedo escaparme a casa de mi amante a besarnos y a hacernos el amor y a dejar que el amor nos haga y nos deshaga a nosotros? ¡Ja, ja!
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