viernes, 22 de mayo de 2020

CORONARIVM VIRVS

El coronarium virus ha sido propagado a lo largo y a lo ancho de todo el globo terráqueo por los medios de comunicación de masas, que han sido sus agentes pestíferos que nos han infectado con sus miles de informaciones pestilentes: sin ellos no habría existido ni aterrorizado no ya a medio mundo, sino a todo el universo mundo global.



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ETS (Enfermedades de Transmisión Sexual, actualización del término obsoleto “venéreas” o relacionadas con la diosa romana Venus, griega Afrodita, por lo que también "afrodisíacas"). El sexo, la "S" de esta sigla, no es ya una fuente de pecado o, lo que es lo mismo, de placer, sino de transmisión de enfermedades... sexuales.

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Las autoridades sanitarias sacaron hace años un lema “póntelo, pónselo”, que se refería al profiláctico por excelencia, el condón preservativo. Algunos, ante la urgencia de tan imperativo mandato que se repetía hasta la saciedad, llegaron incluso a ponérselo hasta para orinar.

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No se sabe muy bien si fue Madame de Sévigné o Madame De Staël quien definió el preservativo como: “coraza contra el placer” y “tela de araña contra el peligro”, dada su rudimentaria factura en aquellos tiempos. Es posible que hoy, cuando la técnica ha avanzado que es una barbaridad, sean ya también una coraza contra el peligro de contraer una enfermedad o un embarazo no deseado, pero siguen siendo, igual que entonces, una "cuirasse contre le plaisir". 

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En estos momentos de virus coronario el lema se actualiza: “póntela, pónsela”. Ahora se refieren a la mascarilla, claro. Un comité de expertos sexólogos aconseja a los amantes que se salten en la refriega amorosa los besos en la boca (o, en su defecto, que se besen con las mascarillas puestas). 

 
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Nueva actualización del eslogan: Póntelos, pónselos (los guantes). ¿A qué fin ponerse unos guantes supuestamente asépticos que son un verdadero nido de virus y bacterias cuando nuestra piel es lo suficientemente inteligente y sensitiva como para saber lo que se toca y lo que no? 

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Una periodista y escritora del Régimen que escribe en el "periódico global", antes "diario independiente de la mañana", cuyo nombre propio omito por gentileza, el de ella y el del diario, a los que debería caérseles la cara, si la tuvieran, de vergüenza, escribe con alma de cántaro puritano que es necesaria “una información especializada y esencial para construir una nueva identidad” (sic), y exige que las mascarillas sean obligatorias cuanto antes en los espacios públicos y, esto es lo mejor de todo, “comenzar una pedagogía de su uso en la intimidad”. 

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No es lo mismo elegir encerrarse y aislarse voluntariamente que la obligación de hacerlo que nos ha impuesto manu militari, por Real Decreto Ley, el Gobierno declarando el Estado de Alarma. No es lo mismo elegir dejar de verse con la gente que la prohibición del contacto por amenaza de contagio, que es una contradicción etimológica in terminis contacto/contagio. 

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Hemos perdido la libertad de entrar y salir y circular a la hora que uno quiera por donde uno quiera a cambio de la inexistente seguridad, que nos garantiza supuestamente la existencia, esa sí, real y palpable, de las denominadas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. 



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La expresión “guardar la distancia de seguridad” procedente del ámbito del tráfico rodado aconsejaba que entre un vehículo y otro que circulan en el mismo sentido había que guardar un espacio mínimo a fin de evitar la colisión con el vehículo en caso de frenada que se tiene por delante y con el que se tiene por detrás. También se decía que había que “guardar las distancias”, con los desconocidos, y que de entrada no había que permitirles mucha o ninguna familiaridad en el trato. Ahora nos dicen que, por nuestro propio bien, debemos guardar con todo quisque hijo de vecino, conocido o no, una distancia mínima de seguridad... de dos metros, por lo que habría que cambiar de acerca -mucha gente ya lo hace- cuando vayamos a cruzarnos con alguien conocido o desconocido. 

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¿Cómo darse la mano, un abrazo o un beso sin guardar la distancia social (o física, como prefieren decir otros) mínima de dos metros? ¿Cómo hacerlo llevando mascarilla a modo de bozal o mordaza y enfundándose unos guantes de nitrilo, vinilo o látex? ¿Cómo estando enmascarillado dirigirle una sonrisa a alguien y leer un estremecimiento en sus labios? ¿Cómo fumar un cigarrillo y más, cómo compartirlo "fumando un cigarrillo a medias" como cantaba la otra?  Hemos pasado de demonizar el plástico, a plastificarnos completamente metiéndonos dentro de una burbuja protectora y asfixiante "por nuestro propio bien y por el de los demás". 

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Del sano escepticismo popular: un anciano le confiesa a otro que no quiere ir al médico, no vaya a ser que le haga unos análisis y le encuentre “algo que no tiene”, o sea, no vaya a ser que coja allí alguna enfermedad que se le diagnostique. Mientras no hay diagnóstico, en efecto, no hay enfermedad. Puede haber un conjunto de síntomas inconexos que forman parte de la propia vida de uno, pero en cuanto se diagnostica la enfermedad, los síntomas adquieren un sentido, que son fruto no de la enfermedad sino de la con-sciencia o con-ciencia de ella. 



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De un editorial de El País, de fecha 20 de mayo de 2020: Pero, aunque hayamos dejado atrás el periodo más agudo de la epidemia, el virus asesino sigue ahí y, si se le da la oportunidad, mientras no haya una vacuna, continuará expandiéndose, con el riesgo de nuevos y peligrosos rebrotes. Además de alarmarnos con la expresión “nuevos y peligrosos rebrotes” para que cunda el pánico y prosiga el Estado de Alarma cuando el propio editorialista acaba de reconocer que el punto álgido de la epidemia ya ha pasado, el párrafo es tremendamente injusto con el virus. Me parece que es faltarle al respeto calificar al virus de “asesino”. Podría cuadrarle mejor “mortal” o “letal”, como prefieren decir otros para camuflar la idea de muerte, pero no dejaría de ser una exageración hipérbolica, porque no mata a todo el que contagia, sino a un pequeño porcentaje. Nunca “asesino”. El virus, si queremos atribuirle la voluntad propia de un ser vivo y consciente, de un peligroso sicario, querría no matarnos, sino que viviéramos para poder él alojarse dentro de nosotros. No quiere matarnos, quiere que vivamos y que le hospedemos.

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Policía pedagógica.- Se oye mucho en los medios de masificación últimamente la expresión de que la policía hace pedagogía cuando, sin hacer uso de la legítima violencia policial,  se dedica a recordar a la población las normas de obligado cumplimiento "por el bien propio y de los demás" que emanan del Ministerio de Sanidad. La labor pedagógica es el paso previo a la sanción económica de los ciudadanos y, en caso de resistencia a la autoridad, la detención de estos. La pedagogía consiste, pues, en inculcarnos el cumplimiento de lo que llaman la "nueva normalidad", que no deja de ser una anormalidad, una ἀνωμαλία o anomalía.

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