domingo, 30 de abril de 2023

Lecciones de economía: 6.-El valor del dinero en el tiempo.

    El principal axioma de la educación financiera al servicio de la economía de la empresa y de las entidades bancarias es: “Un euro (o un dólar, o cualquier otra moneda: todas son iguales para el caso) vale más ahora que mañana”. Este principio no contempla el efecto de la inflación que hace que el poder adquisitivo de los salarios y del dinero disminuya con el tiempo y que se disparen -se inflen, se hinchen- los precios del consumo, lo que echaría por tierra la afirmación, sino el hecho de que si se posee un capital hoy puede invertirse de modo que mañana se tenga más que hoy, porque el dinero se reproduce y a la vez que produce más dinero crea el tiempo que lo produce: la tierra prometida del futuro: pecunia pecuniam parit.

    En italiano hay un dicho que reza meglio un uovo oggi che una gallina domani, esto es, que es mejor un huevo hoy que una gallina mañana, es lo que nos dice Nuestra Señora de la Incertidumbre, porque la recepción de algo en el futuro es incierta e insegura, habida cuenta de la inexistencia del futuro -siempre por venir- (y de la gallina) si no hay capital sometido a tasa de interés por medio que lo cree, como veremos. 


    "Todo necio", dijo Machado, "confunde valor y precio". No confundamos nosotros el valor con el precio del dinero, que es el lucro que reporta el vil metal. En realidad deberíamos hablar del precio y no del valor del dinero, pero ya está consagrada la expresión.  El valor del dinero en el tiempo (en inglés, Time Value of Money, abreviado usualmente como TVM) es un concepto económico fundamentado en la premisa de que un emprendedor(*) prefiere recibir un pago de una suma fija de dinero hoy, en lugar de recibir el mismo valor nominal en una fecha futura.

    Suelen manejarse dos conceptos económicos importantes: Valor Futuro (VF) y Valor Presente (VP). ¿Qué relación hay entre el VF y el VP? Según una página de economía cualquiera que consulto al azar en la Red, se trata “de dos caras de una misma moneda”, expresión muy significativa. Prescindiendo de los adjetivos “futuro” (que va a ser) y “presente” (que está delante), nos queda lo sustancial: valor. El dinero tiene un valor, pero ese valor no lo tiene per se, se lo conferimos nosotros.

    Por otra parte, el Valor Futuro (VF) del dinero en el tiempo es el valor que creemos que tendrá una suma determinada de dinero de la que disponemos en la actualidad (VP, o Valor Presente), o que decidimos invertir, emprendedores que somos, en un proyecto determinado. Para poder calcular el VF necesitamos conocer la tasa de interés que vamos a aplicar a nuestro capital en los períodos de tiempo venideros. 


    La fórmula del Interés simple es muy sencilla: Interés = Capital x Rédito x Tiempo partido todo por 100, ya que el Rédito se establece en tanto por ciento. Si queremos averiguar los intereses que producirá un capital al 0% en un año, la solución es muy sencilla: cero. No hay interés. El Valor Futuro se equipara al Valor Presente. El capital no se ha incrementado porque no ha habido afán de lucro ni ganancia. 

    Pero siempre se espera que el mismo dinero tenga un VF mayor que el VP. ¿Por qué? Por el interés, porque el dinero produce dinero, o, dicho de otra manera, porque el dinero genera tiempo, una expectativa de futuro en la que recuperaremos nuestro capital incrementado. Ese incremento (que es el interés que se interpone: inter est) no deja de ser un excremento propiamente dicho, es decir, y perdón por lo vulgar de la expresión, una mierda.

    Despejemos ahora el factor T(iempo) en la fórmula. Se establece así la ecuación de T = Interés x 100 / Capital x Rédito. Si presuponemos, pasando del 0 al 100, un hipotético Rédito del 100%; T sería igual al Interés dividido por el Capital; al ser idénticos Interés y Capital, porque este último se habría duplicado, el factor T sería un año justamente: hemos generado un año de dividendos: doce meses, trescientos sesenta días: el dinero ha parido una suma equivalente de dinero durante un año y, a la vez, ha generado ese año: el Tiempo sería el cociente de la división de los dividendos (el Interés) por el divisor (el Capital).


    El término cociente se remonta al vocablo latino quotiens (adverbio que deriva de quot, “cuantos” y que significa “cuantas veces”) y que por lo tanto indica la cantidad de veces que el divisor está contenido en el dividendo.

    ¿Qué le sucede ahora al factor T, pongámonos en este otro caso, si la tasa de interés es del 0%? Si no hay interés ninguno por medio, la ecuación se reduce a T = Interés (que es 0) x 100 partido del Capital x 0. El resultado de la operación sería igual a cero. El tiempo sería cero, vacío, ninguno. En conclusión: sin interés o con un interés del 0%, el Tiempo, es decir, el futuro no existe, y el Capital no es más que una convención que sólo tiene el valor actual que queramos darle, y nuestro dinero no funcionaría en un país donde no se admite nuestra moneda, o en una isla desierta de los mares del sur, si es que todavía queda alguna, o en un pueblo abandonado de la serranía de Cuenca donde ya no vive ni Dios.

¿Esto es economía crítica? No, lo que aquí hacemos es crítica de la economía.
 
 
(*) Nótese cómo se ha sustituido el término "empresario" por el aparentemente más positivo o neutro "emprendedor", debido seguramente a sus connotaciones despectivas capitalistas, y de qué modo el sistema educativo fomenta el sedicente espíritu emprendedor, y cómo se oculta el grosero materialismo anteponiendo el noble sustantivo "espíritu". Nótese cómo también las autoridades en lugar de fomentar el espíritu crítico y el aprendizaje, alientan el "emprendizaje", horrísono palabro, o los talleres, más horrísonos todavía,  como he leído por alguna parte, de emprendeduría (sic).  

oOo

Lluvia de dinero
 (Moscú, un día ya lejano de julio de 2011)

El sueño de que se ponga de repente a llover interminablemente, y que las gotas de la lluvia infinita que cae del cielo sean billetes de banco llevó a decenas de conductores de Moscú a salir a trompicones de sus coches y tirarse al suelo de la autopista a la caza del dinero, cuando vieron que su sueño se hacía realidad aquel día rutinario y gris.

Los diez carriles de una de las autopistas de entrada y salida a Moscú no fueron suficientes para absorber el monumental atasco de tráfico que se organizó cuando unos desconocidos –ángeles bienhechores del Señor, que regalaba dinero gratis a los moscovitas como si fuera el maná caído del cielo, según unos, o quizá idiotas, según otros, o quizá ladrones, como en las películas, perseguidos por la policía que se desembarazaban del botín- lanzaron una lluvia de billetes que revolotearon y se posaron al fin como hojas que caen de los árboles en otoño al soplo del viento sobre el asfalto. Muchos conductores deteniendo sus autos en marcha salieron a recogerlos a la calzada, esparcidos como estaban por el firme.

Eran numerosos billetes de banco de mil rublos, unos 25 euros al cambio. El problema de estos billetes, cuando los conductores los examinaron con detenimiento es que eran falsos. Saltaba enseguida a la vista. ¡Qué desilusión! La ilusión se desinflaba como pompa de jabón.

Pocos se pararon a pensar que, en verdad, aunque no salte tan pronto a la vista, todos los billetes de banco, por más que sean de curso perfectamente legal, son falsos en verdad. Pocas veces nos paramos a pensar, engañados como estamos, que el dinero, siendo real como es, una cosa realísima, la realidad de las realidades más real de todas, no deja de ser pese a eso, o por eso mismo, una mentira, y que como dice la pintada anónima en la pared: todos los billetes son falsos.

sábado, 29 de abril de 2023

¿Qué es Europa?

    ¿Qué es Europa? Antes de decir lo que sea Europa conviene decir lo que desde luego no es. Europa no es, como se pretende, la Unión Europea (UE) ni desde un punto de vista geográfico ni histórico tampoco, porque la UE es un engendro burocrático normativo impuesto desde arriba que responde a una ideología capitalista y militarista bajo la tutela de los Estados Unidos de América, vía OTAN.

    ¿Qué es, entonces, Europa? Europa es un mito en construcción permanente, que los políticos profesionales del viejo continente utilizan, cuando las cosas no les van bien, para decir que hace falta 'más Europa', queriendo decir 'más Unión Europea', que ya hemos visto que no es lo mismo. No se sabe para qué hace falta eso ni a quién le hace falta exactamente. También aprovechan para descalificarse unos a otros tachándose de anti-europeos, como si ese fuera el peor reproche que hacer se les pudiera. 

 

    Hoy, ningún partido político con representación parlamentaria cuestiona la trascendencia de la “construcción europea” ni su deriva autoritaria tanto en lo sanitario como en lo militar.  Los principales medios de (in)formación de masas predican el dogma europeísta, convencidos como están de que el engendro de la UE es "la encarnación del Bien", el jardín en medio de la jungla, como decía el otro.

    Esta supraestructura comenzó, al parecer, en 1951 con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), y yendo de la Ceca a la Meca, pasó a ser tras el tratado de Roma el Mercado Común en 1957, -con lo de 'mercado' ya se veía por dónde iban los tiros-, para convertirse después en la Comunidad Económica Europea (CEE), que sonaba un poco mejor que 'mercado' que recordaba a los mercaderes que Nuestro Señor expulsó del templo, aunque seguía siendo un ente económico-, y finalmente, pasó a ser lo que ahora se denomina la Unión Europea (UE).   

 

    Su evolución a lo largo del tiempo ha dado lugar a una estructura económica y política compleja que promueve intereses económicos y políticos que nada o muy poco tienen que ver con los deseos de la gente que vivimos en la vieja Europa raptada y violada por el tío de América.  

    Europa es un mito que habría que destruir para que pudiera vivir lo que hay por debajo de ese nombre propio: “Europa debe morir para que nosotros, la gente que vivimos en Europa, podamos vivir”.

    La llamada construcción europea no tiende a destruir los estados nacionales, sino a sustituirlos por un estado supranacional con vocación más o menos federal pero centralizado bajo el yugo imperialista, gobernado por la Comisión Europea, que es una de las siete instituciones o tentáculos del engendro, que ostenta el poder ejecutivo y la iniciativa legislativa, regentada por la señora Ursula von der Leyen, y que  ni siquiera ha sido elegida democráticamente, y subordinada a los intereses de Estados Unidos y de los poderes económicos privados, en aplicación de los artículos de fe del Foro Económico Mundial. 

  La lengua franca de la UE. es, curiosamente, el inglés, la lengua del Imperio, pese a que el Reino Unido se ha desmarcado de la Unión, y el único país que oficialmente habla inglés es Irlanda, pero, sin embargo, es el idioma oficial de la UE.  

Viñeta de Miki y Duarte
 
     Los contratos millonarios de la UE que firmó la presidenta con Pfizer-BionTech y las sanciones económicas que decretó contra Rusia, adoptadas a instancias del tío Sam, que son los principales beneficiarios de estas crisis, se vuelven contra la vieja Europa perjudicando a sus habitantes.

    Del mito clásico del rapto de Europa por Zeus escribimos aquí mismo. Vuelvo ahora sobre el soneto de Lope de Vega, aprovechando el motivo del rapto de la princesa fenicia que vino de Oriente, como la luz, y que fue violada en la isla de Creta por el toro monoteísta, y aprovechamos la sugerencia y algunas de sus rimas, para añadirle ahora un estrambote: 

Ya en la mar, el raptor y falso toro
 que era Zeus putañero el pie besaba 
 de la cándida Europa, que añoraba 
 muy lejana la costa y su decoro. 
 
 En las olas, relumbran hebras de oro
 de su pelo que el viento repeinaba. 
No sabía la ninfa que arruinaba
 libre aquel su albedrío, su tesoro. 
 
 Despojada en la arena de sus faldas,
 supo al fin cuán amargos los amores 
sometiéndose al macho, a sus espaldas. 
 
Ya violada, le afloran los colores, 
brotan líquidas perlas de esmeraldas:
 «Ay, he echado a perder -gimió- mis flores. 
 
 Me dejé avasallar, así es la Historia 
que me da muerte a mí, a mi nombre gloria.»

viernes, 28 de abril de 2023

Lecciones de economía: 5.- Economía evangélica.

  De Aristóteles, aunque filósofo pagano, le viene al cristianismo medieval la crítica del interés que produce el capital, porque el dinero es estéril y no debería generar dinero,  y, si lo hace, es contra natura. Escribía, en efecto, Aristóteles en la Política: «Muy razonablemente es aborrecida la usura, porque, en ella, la ganancia procede del mismo dinero, y no de aquello para lo que éste se inventó. Pues se hizo para el cambio; y el interés, al contrario, por sí solo produce más dinero. De ahí que haya recibido ese nombre, pues lo engendrado es de la misma naturaleza que sus generadores, y el interés es dinero de dinero; de modo que de todos los negocios éste es el más antinatural» (Aristóteles: Política, I, X, 1258 b, 4-5, según la ed. de la Biblioteca Básica Credos, trad. y notas de Manuela García Valdés, Madrid, 2000).


    Es lo que se ha formulado en latín durante la Edad Media de diversas formas: pecunia pecuniam non parit, o nummus non parit nummos (Tomás de Aquino recordando a Aristóteles): el dinero no produce dinero. Se trata, más que de una constatación de la realidad, de una condena ética. Ciertamente el dinero puede generar dinero, como reconoce Aristóteles, pero resulta inmoral que sea así. Santo Tomás retomará la doctrina del estagirita y el catolicismo condenará la usura, es decir, el hacer uso de los intereses que va a  producir un capital prestado. No se les ocultaba ni al estagirita ni al aquinate que, aunque una suma de dinero no debía engendrar intereses,  sí que podía producir riqueza y convertirse en un negocio. Si un granjero adquiría, por ejemplo,  un gallo y una gallina, al cabo de un año podía tener un gallinero de pollos y de gallinas, y podría vender las aves, a más de los huevos que pusieran, y obtener una suma mayor de la invertida inicialmente, pero esta era una riqueza y ganancia legítimas.

 El cambista y su mujer,Quentin Massys (1514)

    Para el usurero en el medievo, sin embargo, no había salvación posible. Ya el papa León Magno había afirmado: fenus pecuniae funus est animae: el interés del dinero es la muerte del alma, haciendo un juego de palabra en latín entre el término económico “fenus” (usura) y “funus” (muerte, de donde fúnebre), lo que conllevaba que a los usureros se les negara en toda la cristiandad sepultura religiosa. La usura era la muerte, un pecado contra natura como la sodomía, ya que pretender que el dinero genere dinero era lo mismo que un caballo engendre algo de otro caballo, y no de una yegua. Si la usura es la muerte del alma, como pontificó aquel santo padre, los usureros estaban en peligro de condenación eterna por lo que sólo salvarían su alma si devolvían los intereses, que son una ganancia ilícita, ya que se ha lucrado sin trabajar, aprovechándose del trabajo de los demás, lo que va contra el precepto del Señor: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”.

    Leemos, sin embargo, en el evangelio de Mateo (25,14-30)  la parábola de los talentos, que tiene su equivalencia en la de las minas de Lucas (19, 11-27). Vamos a detenernos en la primera porque nos sirve para entender la doble acepción del término talento: la antigua como unidad monetaria (talentum, en latín; tálanton en griego) y la moderna como capacidad de rentabilizar económicamente una capacidad artística, facultad o aptitud humana. 

    Recordemos la historia que Mateo pone en boca de Jesús sin entrar en muchos detalles: Un terrateniente se ausenta y reparte su hacienda entre sus siervos confiándoles una fortuna de varios talentos. Al cabo de un tiempo -y era fundamental que transcurriera un tiempo- volvió el señor y quiso saber qué habían hecho con el dinero: los dos primeros, que habían negociado con el dinero, le devolvieron el capital doblemente incrementado. Ambos complacieron a su señor, que les premió por ello. El tercero, sin embargo, le devolvió el talento que le había confiado su señor y que él había enterrado celosamente para conservarlo, sin sacarle partido alguno. El señor le recriminó por eso: “¡Siervo malo y perezoso! Si sabías que cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí, debías haber entregado mi dinero a los banqueros. De ese modo, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses” .

La adoración del becerro de oro, Nicolas Poussin (1633-1634)

    Hay otra versión de la parábola en el Evangelio apócrifo de los nazarenos donde hay tres siervos a los que su señor les confía su riqueza: uno multiplica el dinero con los intereses, otro entierra el dinero, y un tercero, y esta es la novedad, gasta el dinero en prostitutas. Sólo el primer siervo recibe la aprobación de su señor, mientras que el segundo es censurado por haber guardado y no rentabilizado y "maximizado", como se dice ahora, su talento, es decir, por su falta de espíritu emprendedor o financiero, y el tercero encarcelado por haber derrochado el talento. Pero es precisamente el tercero el único que ha hecho el uso para el que fue creado el dinero: para la compra de cosas o servicios. El primero lo ha capitalizado, el segundo no lo ha usado, y el tercero lo ha gastado.

    El señor sería Dios y los siervos los hombres. Los talentos serían los dones que el Señor otorga a sus esclavos para que los desarrollen de un modo fructífero,  y lo que se critica es la inactividad o indolencia que no desarrolla su talento, que lo sepulta, o que lo malgasta. El sentido de la parábola es claro: se trata de fomentar el espíritu capitalista, de capitalizar el dinero, de hacer que cuatro pesetas valgan un duro.

 
 La adoración a Mamón,  Evelyn de Morgan (1909)

    Aunque en el Sermón de la Montaña, Jesucristo dice (Mateo 6, 24): "Nadie puede servir a dos señores, pues o bien, aborreciendo al uno, amará al otro, o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas." Cito por la traducción de Nácar-Colunga, que traducen "riquezas" lo que en otras versiones, más literales, se lee que no se puede servir a la vez a Dios y a Mamón. .   ¿Quién es este Mamón, también llamado Mammón y Mamona? Es sin duda el espíritu diabólico que controla las finanzas de este mundo, es decir, el Dinero. Se puede glosar la enseñanza evangélica como que no se puede servir a la vez a Dios y al Demonio, que es el Dinero. Sin embargo, ambos señores contrapuestos en el Sermón de la Montaña han resultado al fin y a la postre ser el mismo señor, dado que Dios ha resultado que era Mamón y viceversa, o dicho de otra manera resultó que Dios era el Becerro de Oro, cuyo culto prohibió Moisés fundiendo la idolatrada estatua,  con lo que se destruye la afirmación evangélica de que no se puede servir a la vez a Dios y al Dinero porque son lo mismo: dos caras de la misma moneda.

Moneda de un duro con la efigie del rey emérito Juan Carlos I

    Hay un dicho en el refranero popular español que reza “Nadie da duros a cuatro pesetas”. La peseta era la antigua moneda de España, que fue sustituida por el euro en el año 2002. El duro era una moneda que valía cinco pesetas. Por eso otro dicho popular decía: “El duro es Dios, y la Virgen la peseta”. Un duro, pues, eran cinco pesetas. Se entiende así el sentido del refrán: nadie te da algo que vale más por menos precio. ¿Nadie? El refranero, como de costumbre, miente, porque, aunque moralmente sea condenable, pecunia pecuniam parit: el dinero crea dinero. Si tenemos 4 pesetas y las invertimos durante un año a un interés del 25%, obtenemos unos intereses de una peseta, por lo que al cabo del año 4 pesetas se han convertido en 5 pesetas: nos han dado un duro por cuatro pesetas. El equivalente del dicho con la moneda actual sería: "Nadie da euros a ochenta céntimos".

    Ante lo cual, sólo nos queda recordar y cantar aquella copla popular: Me vendí por un duro. / Resultó que era falso: / ¡Me cagué en el futuro!

jueves, 27 de abril de 2023

Lecciones de economía: 4.- Time is money, money is time.

    Hay una película mediocre pero ilustrativa que lleva por título “El Precio del Mañana” (In Time en inglés), dirigida por Andrew Niccol (2011). Se trata de una distopía en la que las personas, llegadas a una determinada edad, mueren repentinamente a no ser que tengan dinero para adquirir tiempo extra de vida.  Mientras que los ricos pueden vivir eternamente, el resto empobrecido de la población debe negociar o pedir préstamos para poder seguir viviendo.


    Ya lo dijo, según cuentan, Benjamin Franklin, un prohombre de Estado, en dos palabras: Time is money: el tiempo es dinero: horas de trabajo que se remuneran, que se convierten en dinero, un dinero que exige el sacrificio de nuestro tiempo, por lo que ese tiempo siempre futuro se convierte en un dinero también futuro. El refrán viene a decir que todo el tiempo que uno pueda dedicar a trabajar y generar dinero, es tiempo “bien invertido”, remunerado, que vale su peso en oro, que puede trocarse por dinero. En cambio, si uno se aparta de ese camino e invierte el tiempo en otros ocios o negocios, está perdiendo dinero y perdiendo, como suele decirse, el tiempo.

Tempus pecunia est, El tiempo es dinero, Richard Harpum (2004)

    El dicho tiene su equivalencia en castellano: “El tiempo es oro”, aunque el patrón oro ya esté desacreditado como moneda.  Se trata de una metáfora literaria y ecuación matemática que equipara esas dos magnitudes, aparentemente inconexas, en una sola, como si dijéramos A=B, por lo que también podríamos decir: y vivceversa B=A. Así que démosle la vuelta al archiconocido refrán y obtendremos una valiosa verdad, como propone George Gissing en 1903, en sus Papeles privados de Henry Ryecroft: “Money is time. With money I buy for cheerful use the hours which otherwise would not in any sense be mine; nay, which would make me their miserable bondsman.” (El dinero es tiempo. Con dinero compro para uso fruitivo las horas que de otra manera no serían mías en ningún sentido; más aún, que me convertirían en su miserable fiador).

    Con el dinero ya no sólo se compran cosas (y personas, y vientres de alquiler, si llega el caso), sino también, y sobre todo, ideas: más dinero y tiempo. Las cosas que más importan económicamente hablando, que no son las más importantes; las cosas que más valen, que no son las más valiosas, sino las más caras, las que cuestan cifras astronómicas de millones de millones, ya no son los bienes concretos que pueden palparse, comprarse y venderse en el mercado, sino los dineros, el capital mismo, que es la cosa que crea todas las cosas, el Ser Supremo, Dios en persona, lo que hace que las cosas (y las personas) sean tales y se compren y se vendan en el mercado global, estableciéndose otra ecuación indiscutible: Dinero = Dios, y viceversa. 


    Lo que importa hoy es que dinero compra dinero, dinero produce dinero: pecunia pecuniam parit. (PECVNIA era, por cierto, el nombre del dinero en latín, ya que “denarius”, de donde nos viene a nosotros la palabra, era el nombre de una moneda que valía diez ases como vimos en la primera entrega). ¿En qué consiste esa compraventa? En nada concreto y material, sino en todo lo contrario: en la más pura abstracción ideal e inmaterial. El dinero compra dinero que genera más dinero: crece y se multiplica.

    El dinero, según los economistas, es un bien (petición de principio: repárese en que el dinero se considera un bien, algo bueno), intercambiable por todos los demás bienes, incluido él mismo en el cómputo, porque él también es una mercancía, y, por lo tanto, tiene un precio que se expresa en dinero. ¿Resulta contradictorio? Lo es, en efecto.

    A veces oímos a esos economistas hablar del precio del dinero. Examinemos esta locución aparentemente inofensiva. No la confundamos con “el valor del dinero”. el valor es una cualidad subjetiva más bien que nosotros le atribuimos al vil metal, mientras que el precio es algo más objetivo y que es auto-referente: hace referencia precisamente al dinero mismo. ¿Cuánto dinero cuesta, qué precio tiene, precisamente, todo el dinero que hay en el mundo? ¿Hay suficiente dinero en el mundo, dinero extra que no entra en el cálculo total, como si dijéramos metadinero metafísico, para comprar todo el dinero del mundo, o habría que crearlo ex nihilo?


    A la pregunta de cuánto dinero hay en el mundo, no hay una respuesta exacta, porque depende de la definición de dinero que se dé. Cuanto más amplia y abstracta es la definición dada, más alta es la cifra y el número de ceros. ¿Hay dinero en el mundo para comprar el dinero que hay en el mundo?

    Pero hay un efecto secundario de primer orden en este proceso financiero: la inversión de dinero crea el tiempo, y cuando decimos el tiempo queremos decir el futuro, un futuro que no existía antes, que está esencialmente vacío pero que resulta rentable, que nos reporta una cantidad adicional de dinero por la inversión o el préstamo que hemos hecho a otra persona o a una entidad financiera que, por su parte, se lo va a prestar a otro usuario por el interés.

    Y en esa huida hacia adelante es donde el dinero crea el futuro, el nuestro propio y el de la humanidad en general, porque el dinero es tiempo, el dinero es futuro, y el futuro, que es el factor importantísimo con el que opera la economía, es la muerte. El templo de ese Ser Supremo está vacío. Ese vacío mismo era Dios: en eso consisten los depósitos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial y Universal Intergaláctico, el Sancta Sanctorum sólo contiene su propio vacío: eso eran las reservas de oro del erario público. Hay que repetirlo: Está vacío. Y el tiempo, como el rey en el cuento infantil de El Traje Nuevo del Emperador, está desnudo.

La persistencia de la memoria o Los relojes blandos, Salvador Dalí (1931)

    La relación entre ambos conceptos es interesante, pero compleja. Aparentemente el dinero es mucho más fácil de definir que el tiempo. Ya el obispo Agustín de Hipona, santificado por la Iglesia Católica,  constataba esta dificultad  en sus Confesiones (XI, 14, 17): quid est ergo tempus? si nemo ex me quaerat, scio; si quaerenti explicare uelim, nescio: Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. El tiempo resulta inaprehensible, por lo que no se puede hablar de él, explicarlo, pero gracias al dinero, que es el Dios creador de ese can Cérbero de tres cabezas -pretérito, presente y futuro, como los tiempos verbales de la gramática que aprendíamos en la escuela-, lo cronometramos y falsificamos.

miércoles, 26 de abril de 2023

Lecciones de economía: 3.- Educación en valores... bursátiles.

    Entre la progresía pedagógica ya es un clásico curricular, aunque algo démodé, el tema de la educación “en valores” (traducción de on values, en la lengua del Imperio). Se concebía la enseñanza, instrucción o proceso de aprendizaje como educación. De hecho la E de nuestro ominoso acrónimo ESO no significa "enseñanza", sino "educación" (la S,  "secundaria",  y la O, a la fuerza ahorcan, "obligatoria"). 
 
    Se entiende que haya una enseñanza primaria o básica y que pueda haber otra posterior secundaria, o media que se decía antes,  y aun una superior, especializada o universitaria, y una enseñanza o formación profesional, como le dicen, pero esos adjetivos no cuadran bien con "educación": la educación se tiene o no se tiene, puede ser buena o mala, pero no admite progresión ni grados en su adquisición.

    Decían aquellos pedagogos que no había que limitarse a transmitir unos conocimientos, sino que había que inculcar tra(n)sversalmente, como el que no quiere la cosa, unos valores tales como la solidaridad, que es la versión laica de la cáritas cristiana, la no discriminación sexual y racial, el espíritu de la tolerancia, la lucha contra la violencia y un largo etcétera con el que fomentaban la defensa de los derechos humanos y el buenrollismo desde la escuela y la más tierna infancia.

    Lo malo es que esos valores de los que se quería imbuir a las jóvenes generaciones han acabado, me temo, por convertirse en valores... bursátiles. Esa  educación en valores que estamos dando a nuestros hijos, a juzgar por el éxito de la Economía en nuestro sistema educativo, y por el fracaso de la Educación para la Ciudadanía y la prevención del acoso escolar (bullying en la lengua del Imperio) y la violencia contra las mujeres en la sociedad en general,  se ha quedado en agua de borrajas.

 

    Séneca escribió non uitae, sed scholae discimus no aprendemos para la vida, sino para la institución escolar. ¿Qué quería decir el cordobés? Que las cosas eran en su tiempo así, lo que criticaba porque deberían ser al revés, y de hecho, la frase suele citarse al contrario, pese a que Séneca no la escribió así en su epístola a Lucilio,  para indicar no cómo son las cosas, sino cómo deberían ser.
 
    A tenor de lo que sucede ahora, podemos nosotros imitando a Séneca decir: non uitae, sed bursae discimus no aprendemos para la vida, sino para la bolsa.  
 
    La palabra latina bursa significaba monedero o faltriquera donde se guardaba el dinero, de ahí nuestra bolsa y nuestro bolsillo; no tenía en latín todavía el sentido actual de casa de contratación, que adquirió del nombre de la familia flamenca Van der Bürse, en cuya sede se reunían los mercaderes venecianos para hacer sus negocios.
 
    No aprendemos, pues, para la vida, con el estudio de la Economía y Economía de la Empresa, sino para la Bolsa. Y ahí está la disyunción: "o la bolsa o la vida", como exigen los atracadores, los bandoleros o los salteadores de caminos. Tenemos que elegir: si amamos la vida, entregaremos la bolsa deshaciéndonos del dinero que llevamos encima, pero si amamos la bolsa que contiene la plata perderemos la vida. O enseñamos para la vida o enseñamos para la bolsa.


La bolsa y la vida, viñeta de Juli Sanchis “Harca”

    Alguien podrá objetar, con mucha razón, que no hay en el planeta Tierra vida humana que se precie, nunca mejor dicho,  si no hay bolsa que la respalde, porque con la bolsa se compran los medios de subsistencia, y de alguna manera la bolsa es la vida, por eso los modernos ladrones con traje de esmoquin, cuando nos atracan, nos sustraen, como en la sarcástica viñeta de Harca que os pongo arriba, la bolsa a la vez que la vida. 
 
    Si equiparamos estos términos a dinero y tiempo respectivamente, llegamos a la ecuación general: time is money y money is time, sobre lo que habrá que volver en otra entrada,   desde el momento en que el jornal es el salario equivalente a una jornada laboral, y el trabajo, la Arbeitskraft o fuerza de trabajo que decía Marx, se remunera no tanto por la producción de bienes o el servicio prestado como por el tiempo empleado en ello,  y se convierte, por lo tanto, en mercancía.

    Hagámonos a estas alturas la siguiente consideración: ¿Podríamos vivir sin la bolsa, es decir, sin dinero? Pero la pregunta estaría mal planteada. Hay que cuestionar lo que hay, no lo que no hay: ¿Se puede vivir con dinero, con el vil metal? ¿Es esto acaso vida? Algo nos dice por lo bajo y lo hondo que no, que es prostitución, la cual, no en vano, se ha considerado el oficio más viejo del mundo: la conversión del tiempo de nuestra vida en vil metal.

 
Viñeta de Quino

    Preguntémonos, a propósito, en este punto por el sentido de la expresión “vil metal”. ¿Por qué a un metal, en este caso al oro, lo calificamos de vil? Porque es el metal noble, precioso, es decir, el que pone precio a todas las cosas, y por eso mismo, el apreciado, y precisamente por eso, por ponerle precio a las cosas, incluso a la vida humana, el metal, el dinero es vil, nos envilece. 
 
    Es una forma, obviamente, despectiva de referirse al dinero, pero no se puede ser neutral o hablar positivamente de algo que es intrínsecamente perverso. 
 
    Otra razón de la vileza del metal es que por encima de cualquier otro interés humano, sentimental, familiar o de amistad interpone el interés del capital, cuyo objetivo es crecer y multiplicarse a sí mismo por la tasa que le interesa en un período de tiempo que automáticamente se establece y cronometra. 
 
    En muchos idiomas se justifica la vileza del dinero diciendo: “bussines are bussines”, “les affaires sont les affaires” o “los negocios son los negocios” con lo que se justifica lo injustificable.

martes, 25 de abril de 2023

Lecciones de economía: 2. -Mentiras, cochinas mentiras y estadísticas.

    En esta segunda entrega vamos a hablar de una de las aplicaciones prácticas de las matemáticas a las ciencias sociales en general y a la economía en particular, que es la estadística.

    Empecemos por preguntarnos qué es la estadística. La mejor definición que se me ocurre es la siguiente: La estadística es el arte de engañar  y manipular a la gente con números, utilizando políticamente la aritmética. Es una definición muy amplia pero adecuada. La palabra, como revela su etimología, procede de "estado" en un doble sentido: como situación en la que se está (status quo) y como instrumento de reducción a número de cosas y personas para su administración y gobierno (Estado como organización política); los censos eran una práctica muy común en la antigüedad: se computaba a la población para hacer recuento de los individuos a fin de administrarlos y gobernarlos.


    De la mentira de las estadísticas ya nos advierte un célebre aforismo: there are three kinds of lies: lies, damned lies, and statistics: “hay tres tipos de mentiras: mentiras, cochinas mentiras y estadísticas”. El gran Eduardo Galeano nos lo explica mejor y ejemplifica magistralmente en uno de sus Puntos de vista, diciéndolo muy clarito: Desde el punto de vista de las estadísticas, si una persona recibe mil dólares y otra persona no recibe nada, cada una de esas dos personas aparece recibiendo quinientos dólares en el cómputo del ingreso percápita.

    Vivimos en un mundo donde todo se reduce a cifras, no sólo las cosas, sino también las personas, que, al aritmetizarnos, nos cosificamos e igualamos como si fuéramos gotas de agua.  Y los números están por todas partes. Dejamos que nos numeren, y numerar es una contradicción, es uniformar lo que es diverso y multiforme.

    Hay un refrán medieval, que se remonta a lo que se me alcanza al teólogo benedictino Rupert von Deutz, que vivió entre los siglos XI y XII, y escribió entre otras obras De diuinis officiis, que dice, glosado,  “caballo y caballero no son dos seres, sino uno solo”. O en versión mitológica,  “caballo y jinete no son dos, sino un centauro”. Él lo decía así: homo sedens in equo non duo sunt, sed unus eques: Un hombre montado en un caballo no son dos, sino un solo hombre-a-caballo. Venía a cuento de cómo Dios hecho hombre no eran dos personas distintas, sino una sola, que se llamaba Cristo: no eran dos Dioses ni dos hombres ni siquiera dos Cristos, sino un único Cristo.
 Rupert von Deutz (Rupertus Tuitianus)

    Viene el benedictino a decir algo tan elemental como que no se pueden sumar cosas distintas. Lo paradójico es que todas las cosas son distintas, tienen algún distintivo, algo que las hace originales y únicas,  y que impide que puedan  equipararse. Solamente pueden sumarse dos cosas cuando las reducimos a su condición previa de cosas: caballo y caballero son dos animales o dos seres vivos, o, más en general, dos casos de cosa. Si los sumamos y metemos en el mismo saco, ya no son lo que eran, han perdido su especificidad al uniformarse lo que era diverso y pasarlo por el mismo rasero.

    No se pueden sumar peras y manzanas, decía nuestro profesor de matemáticas del instituto, alias Pitagorín, con más razón de la que él creía, a no ser que las convirtamos en piezas de fruta, por ejemplo: dos peras y dos manzanas son, efectivamente, cuatro piezas, un kilo de fruta. Las hemos sumado, las hemos unificado y reificado. Han perdido su sabor: ya no son ni peras ni manzanas. Y ¿qué es lo que nos obliga a sumarlas? Ni más ni menos que el dinero, que es la epifanía de todas las cosas, lo que las equipara, pone precio, da existencia en el mercado y acaba por sustituirlas a todas convirtiéndolas en mercancías, esto es, en ideas o palabras, o sea en números.

 
    Desde que el dinero y la propiedad privada son los pilares fundamentales del orden social que padecemos, las personas nos hemos convertido en números, y, por lo tanto, también en cosas, como atestigua nuestro Documento Nacional de Identidad, o los dígitos de nuestra cuenta bancaria y correlativa tarjeta de débito y crédito: meras cifras. (Y cifra es palabra de origen árabe, por cierto, que revela la esencia de los números:   ṣifr significa 'vacío, cero').  Y frente a eso no cabe más que un grito de rebeldía y sensatez: ¡No somos números!

    Las estadísticas sirven para engañarnos con sus cifras sobre las bondades del  régimen vigente La estadística, por ejemplo, habla del aumento de la esperanza de vida en nuestro primer mundo situándola por encima de los 70 años de edad. Ahora vivimos más, nos dicen. Y añaden, "y mejor", confundiendo la cantidad con la calidad, y la vida que vivimos con la edad que tenemos. No es raro que un mamarracho como es la presidente del Fondo Monetario Internacional hable de la conveniencia de alargar la vida laboral, retrasando por lo tanto la edad de la jubilación de la clase trabajadora. Si viven más,  que trabajen más, no vaya a ser que se jubilen muy pronto y no sepan qué hacer con su vida.

    El factor estadístico también se emplea en política para convencernos de que estamos saliendo de la crisis económica que es y genera el propio sistema, y del aumento del empleo o del desempleo que sube y baja, se estira y se encoge "como las tripas de Jorge". La estadística les sirve finalmente a los partidos políticos para arrogarse la representación y la representatividad, que son cosas distintas, del pueblo al recibir el respaldo de los votos de una minoría, en el mejor de los casos, del 15% o el 20% de la población, minorías que se pasan por mayorías, y mayorías  que se quieren hacer pasar por la totalidad. Pero la mayoría, por muy mayoritaria que estadísticamente pretenda ser, nunca será la totalidad, porque no hay todo que valga, porque no hay un conjunto cerrado y exacto del que no se pueda entrar o salir constantemente y ser más o menos.

    Al matemático Jacobi, que dijo "aei ho theós arithmetizei" Dios siempre aritmetiza, -otros atribuyen la frase a Gauss, el príncipe de los matemáticos, para quien la matemática era la reina de las ciencias y la aritmética la reina de las matemáticas- le corrigió Dedekind afirmando: el hombre siempre  aritmetiza. Las estadísticas, las haga Dios o el diablo, lo aritmetizan todo y a todos. Todo se reduce a una cuestión numérica porque nos han convertido en dígitos que tratan de definirnos, catalogarnos, uniformarnos, ubicarnos en la celda de una casilla estanca, que es el lugar que quieren que nos corresponda: el nicho de nuestra sepultura.  

lunes, 24 de abril de 2023

Lecciones de economía: 1.- El homo oeconomicus.

    ¿De qué se ocupa la Economía, la nueva asignatura estrella de nuestro sistema educativo tanto de 4º de eso que se sigue llamando ominosamente ESO -nomen est omen- como del  primer curso de Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales, y del segundo curso, donde se apellida ...de la Empresa? Elemental, querido Watson: Del dinero. ¿Y qué es eso del dinero? ¿Lo que llevamos acaso ahora mismo en el bolsillo o en el monedero? No. ¿Los ahorros de las pagas y propinas que guardábamos en la hucha con forma de cerdito cuando éramos pequeños? Tampoco. No estamos hablando de dinero contante y sonante, cash en la lengua del Imperio o efectivo o metálico, que es una especie ya en vías de extinción, estamos hablando del dinero inmaterial o como mucho de materia plástica de la tarjeta de crédito, un chip, una cifra matemática y abstracta, un valor numérico despojado de cualquier correspondencia con algo palpable y verdadero,  el valor económico de nuestra fuerza de trabajo en el banco de datos. Ya no es aquello de tanto tienes tanto vales, sino esto otro de tanto ganas tanto vales. El Banco te adelanta tu sueldo, el dinero que todavía no es tuyo, para que te endeudes, para que sigas trabajando a fin de pagarle la deuda contraída al Banco. 

 Denario romano de época republicana

    La etimología de las palabras “dinero, dineral, adinerado” nos lleva, como todos los caminos, a Roma: DENARIVM era el nombre de una moneda de plata que equivalía a diez ases, el denario. En la raíz de esta palabra está el número diez: dēnī, un numeral distributivo que significa “diez cada uno, de diez en diez, diez cada vez”. DENARIO, como cultismo es el nombre de esta moneda antigua romana que multiplica por diez el valor de un as, pero ha evolucionado vulgarmente a dinero, con el significado de moneda o billete de banco, y, en general, medio de pago comúnmente aceptado. Hasta en algunos países árabes (Argelia, Jordania, Túnez, Libia, Serbia...), el nombre de su moneda deriva del denario romano: el dinar.

    El inglés money (más adelante estudiaremos la ecuación imperial time is money -el tiempo es oro- = money is time -el dinero es tiempo-) tiene también una relación con el latín, procede del sobrenombre de la diosa Iuno Moneta, Juno muñidora o consejera, cuyo templo estaba anejo a la casa donde se acuñaba la moneda en Roma, lo que dió origen a nuestra palabra moneda, precisamente, y a las inglesas money, monetary.

    Hay dinero negro, que escapa al control fiscal, es decir, del Estado que quiere identificarse con el pueblo. Y dinero sucio, que suele ser dinero negro obtenido por medio de actividades ilícitas. Las expresiones dinero “negro” y “sucio” son perversas, porque dan a entender implícitamente que hay otro dinero “blanco” y “limpio”, que sería el que ganamos honradamente con el sudor de nuestra frente. Hay quienes hacen dinero: y se hacen ellos mismos dinero, pudriéndose en dinero, como el rey Midas, prototipo de los modernos banqueros, que todo lo que tocaba lo convertía en oro, es decir, en mierda, como en numerosos cuentos populares. La expresión “dinero falso” también es intrínsecamente perversa porque da a entender que hay un “dinero verdadero” que sería el de curso legal, cuando todos en el fondo sabemos que todos los billetes que hay en realidad son falsos, y el dinero la más falsa y abstracta de las monedas.


    Cuando el homo oeconomicus habla de dinero, no habla de la calderilla que lleva en el monedero o en la faltriquera, sino de la unidad artificial y arbitraria en la que se basa un sistema –el monetario o financiero-, que no expresa más que una cantidad desprovista de valor cualitativo por la que se endeuda su supuesto propietario. 
 
    ¿Qué vale un billete de curso legal de 50 euros del Banco Central Europeo? Que equivale a cincuenta euros. Y que un euro se subdivide en cien céntimos... Y que por esas magnitudes podemos adquirir cosas que tengan ese precio... Hace tiempo que desapareció el patrón oro que se guardaba en el Sancta Sanctorum del Banco que decía que a cambio de ese billete de curso legal que corría de mano en mano te correspondía una cantidad de oro. Ahora mismo la autoridad te pide que tengas fe en tu cuenta corriente donde ya no hay billetes sino una cifra equivalente que te permite adquirir determinadas cosas o acceder a determinados servicios... 
 
 
    Y tu fe se confirma cada vez que en una transacción comercial otro creyente te da algo, una cosa o un servicio, a cambio de esa cifra. Se está acabando la situación en la que a cambio del viejo billete de banco obtenías un producto o un servicio, y si su precio no ascendía a tanto, sino a una cifra menor, por ejemplo a treinta euros, te devolvía otro billete de 20 euros... Ahora se paga con la cifra exacta que se sustrae de tu cuenta corriente a través de la tarjeta electrónica. La fe no se sustenta en nada más que en la pura creencia -ya no hay reservas de oro que la avalen-, porque ese dinero es inmaterial. 
 
 Aviso a los atracadores: El Banco no dispone de efectivo.
 
    Las religiones hablan de fe, pero los mercados prefieren hablar de confianza, que es la versión laica de la vieja fe religiosa. La autoridad emisora no te pide ya fe -fides, en la lengua del viejo imperio romano-, que queda un poco obsoleto, sino confianza -fiducia, en la misma lengua-, por lo que se llama sistema fiduciario, que se basa en la confianza que en él depositamos todos los creyentes.  Confiar es compartir la fe en el sistema económico mundial. Lo contrario se llama desafío. 

domingo, 23 de abril de 2023

¿Va todo bien?

    Todo irá bien, nos aseguraban. Y a continuación nos endilgaban la consigna gubernamental del confinamiento: ¡Quédate en casa! ¡Salva vidas! ¡Sigue a la Ciencia! Pero aunque ahora quieran pasar página apresuradamente, hay que decir que no ha ido todo bien, sino al contrario: todo ha ido mal, francamente mal. Y va de mal hacia peor.
 
 
    La pandemia ha dejado una huella indeleble en todos, pero especialmente en las nuevas generaciones y en los ancianos que no se llevó por delante con las medidas de confinamiento y distancia social que se implantaron para enloquecernos, porque de lo que se trataba era de dinamitar nuestra salud mental volviéndonos psicóticos. Pero la verdadera pandemia empieza ahora de verdad. 
 
    Nuestras vidas han cambiado. El confinamiento -eufemismo que disimulaba lo que era el vulgar encierro de un arresto domiciliario en toda regla- modeló nuestro comportamiento en una medida mucho mayor de lo que nos gustaría. 
 
    Muchos se vieron obligados a trabajar desde casa, y aunque en principio la cosa parecía tener sus ventajas, pronto se dieron cuenta de que habían metido al enemigo -el trabajo- en el hogar. En seguida descubrieron que no podían compaginar el laburo con su vida privada y sus ocios. No tenían un horario fijo y a veces acababan currando a altas horas de la madrugada. 
 
    A lo cual se añadía el problema de que la gente no podía relacionarse con sus compañeros de trabajo, cosa que al principio a algunos les parecía ventajosa, pero pronto se vio que era una condena a la soledad que arruinaba la vida social. 
 
    La gente empezó a desconfiar de los demás. No es que antes confiaran mucho en sus semejantes, pero ahora desconfiaban sistemáticamente de todo hijo de vecino. Un simple e inocente estornudo síntoma de un resfriado común y corriente se interpretaba como si hubiera explotado una bomba atómica. 
 
 
    La restricción social y el distanciamiento tuvo en algunos un impacto inicial positivo en su estado de ánimo, por lo novedoso de la situación que parecía invitarnos a la introspección y al recogimiento, pero la alternancia de períodos de reclusión con sus toques de queda militares, cuarentenas y salvoconductos para viajar y entrar en los restaurantes y demás lugares de alterne si no nos habíamos inoculado, y los períodos de libre circulación desestabiliza el equilibro mental de cualquiera.
 
    Algunos, hacia el final del segundo confinamiento, comenzaron a padecer episodios depresivos.  Muchos adolescentes, enmascarados en sus centros de estudios, declaraban en sus redes sociales cosas terribles como: “Siento ansiedad, soledad, cansancio constante, angustia, pesimismo, un nudo en el estómago...Todos vamos a morir. 
 
    La pandemia que declaró la OMS ha tenido un impacto dramático en la salud mental de toda la población, afectando particularmente a niños, adolescentes y ancianos. A nivel mundial, pero también en el Reino de España hubo un aumento de la violencia doméstica y los problemas de convivencia.
 
    Aumentaron todos los comportamientos adictivos, destacando la adicción a Internet, que lograba imponerse como medida higiénica -el mundo real era peligroso porque circulaba un virus letal-, y se generó la actual adicción a las series televisivas, que lograban imponerse y provocar empachos y atracones. 
 
 
 
    Lo falso -un virus letal en la realidad- se volvía verdadero y lo verdadero -el virus letal de todas las pantallas- se volvía falso, y nos aferrábamos al móvil como a un clavo ardiendo para asomarnos al mundo exterior y comunicar con los demás. 
 
    La depresión, la ansiedad, el estrés, la fatiga, los trastornos del sueño y de la alimentación también registraron un considerable aumento. Los niños soportaron una pesada carga al perder su rutina diaria y su socialización, pero los ancianos también sufrieron un duro golpe. Los pacientes con demencia en particular mostraron un deterioro considerable debido a su aislamiento de la sociedad. 
 
    Sin embargo, los efectos en la salud mental no se limitaron a los dos años pandémicos, ya que, después de la pandemia, han venido otros desafíos: la crisis energética, la guerra de Ucrania, la crisis climática, y la siempre presente crisis económica que se traduce en la subida del IPC.
 
    Ha surgido, además, la repentinitis, como se ha dado en llamar al incremento de muertes súbitas de gente saludable que no llega a los hospitales y que las autoridades sanitarias se niegan a investigar, o cuando se les piden explicaciones, responden incoherencias tratando de normalizar lo escandalosamente anormal. O callan como putas o dicen que se deben al cambio climático, al tabaco o al alcohol y las drogas, o a la pertinaz sequía que atravesamos ahora fruto del cambio climático producido por las olas y oleadas virales, o por las siestas prolongadas, que, cosa desconocida hasta ahora, producen ictus e infartos de miocardio... 
 
 

    Los trastornos mentales comunes como la depresión, las fobias, los ataques de pánico, las crisis de ansiedad y del sueño han aumentado con la pandemia y siguen causando estragos en la post-pandemia decretada por las autoridades sanitarias que se apresuran en pasar página y "a otra cosa, mariposa".
 
    No hace falta ser ningún lince para diagnosticarnos a todos estrés postraumático, y una nueva pandemia no declarada por la OMS, pero sí inducida, de falta de estabilidad mental, debida a las secuelas de las medidas sanitarias de choque implementadas por los protocolos sanitarios, que no saludables: proceso traumático que nos deja el encierro, la incertidumbre, la ansiedad y el miedo paranoico a los demás. 
 
    Como dice un amigo: El nuevo mundo post-pandémico ha alterado la realidad hasta límites insospechados sumergiéndonos en catástrofes, desastres, colapsos y constantes crisis que configuran la virtualidad del espectáculo.