Mostrando entradas con la etiqueta Mateo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mateo. Mostrar todas las entradas

miércoles, 7 de agosto de 2024

Los lirios de los campos

    Uno de los párrafos más bellos de toda la literatura universal que conozco son estas bellas y misteriosas palabras que nos invitan al abandono y a despreocuparnos del futuro, que nos brinda la lectura del evangelio de Mateo: (Mateo 6, 25-34) y que reproduzco según la traducción de Nácar-Colunga que manejo:  
 
    (25) Por eso os digo: No os inquietéis por vuestra vida, por lo que habéis de comer o de beber, ni por vuestro cuerpo, por lo que habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? (26) Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? (27) ¿Quién de vosotros con sus preocupaciones puede añadir a su estatura un solo codo? (28) Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan. (29) Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. (30) Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? (31) No os preocupéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos o qué vestiremos? (32) Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. (33) Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os darán por añadidura. (34) No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su afán.
 
 
Campo de lirios,
Estudios Tiffany, c.1910
 
     Se contraponen aquí el cielo y la tierra y sus habitantes. En el primer caso son los pájaros sus habitantes, que efectivamente, no se preocupan ni por su vestimenta ni por procurarse el futuro alimento, y por ello no siembran, ni cosechan ni guardan en graneros lo cosechado para el día de mañana. Tampoco se preocupan por lo que han de vestir.
 
    A continuación se dice: Y del vestido ¿por qué preocuparos. Aprended de los lirios del campo, cómo crecen: no se fatigan ni hilan. ¿Qué sentido tiene decir que los lirios del campo no se fatigan ni hilan? Por supuesto que para crecer no necesitan fatigarse trabajando ni hilar. No hacía falta decirlo. En el caso de las flores no tiene mucho sentido decir que no se preocupan por el vestido como hacemos las personas. Su estado es la desnudez, y ahí radica su belleza. A poco que pensemos sobre ello, enseguida podemos sospechar que tras estos lirios un tanto surrealistas de los campos puede haber algún error de traducción e interpetación, como revela J. Enoch Powell, en La evolución del evangelio: una nueva traducción del primer evangelio con comentario y ensayo introductorio (New Haven: Yale University Press, 1994). 
 
    En griego "los lirios" se escribe ΤΑΛΕΙΡΙΑ, que puede confundrise con ΤΑΘΗΡΙΑ, que significa “las bestias”, que probablemente era la lectura original, mucho más lógica, porque si es así las bestias y no los lirios del campo se contrapondrían perfectamente a las aves del cielo. El problema de esta interpretación es que ΤΑΛΕΙΡΙΑ no es la palabra que aparece en el texto evangélico original, sino ΤΑΚΡΙΝΑ, que es un sinónimo que lo ha sustituido para glosarlo. En el texto griego se dice, además, que miremos cómo los lirios del campo τὰ κρίνα τοῦ ἀγροῦ crecen αὐξάνουσιν, lo cual, tratándose de las bestias del campo, no tiene tampoco mucho sentido. Es posible, comenta, Enoch Powell que se haya confundido αὐξάνουσιν (crecen) con οὐ ξαίνουσι (no cardan): solo una letra diferencia ambas escrituras. De ahí resultaría que la frase "los lirios del campo crecen" debería leerse "las fieras del campo no cardan", que es mucho más lógico con lo que sigue y con lo que precede sobre las aves del cielo, dado que cardar es el proceso previo a hilar, y por lo tanto no necesitan trabajar en la confección textil, lo que se corresponde con que "sembrar" es la labor previa a "cosechar". 
 
 

 
    Lo que está en juego en este texto no es la idea de crecer -no se puede ver cómo crecen los lirios, ya que es imposible, según el dicho, ver cómo crece un geranio-, sino la de alimentarse y vestirse, cómo son preocupaciones que no tienen ni las aves del cielo ni las bestias del campo, que no necesitan cardar ni trabajar -glosa que en realidad sobraba porque en realidad cardar e hilar son trabajos humanos generalmente realizados por mujeres- ni hilar para vestirse. 
 
    La inserción retórica posterior de Salomón y del horno puede estar motivada por la objeción de estar vestidos como las bestias lo están, con su piel y pelaje, lo que puede haber sugerido la confusión ya establecida de los lirios. Pero esta elaboración se ve traicionada por que los lirios luego son sustituidos por χόρτος 'hierba', dado que con lirios no se alimentan precisamente los hornos, y lo absurdo que resulta la idea de vestir tanto los lirios como los pastos. 
 
    He aquí la traducción que propone Powell del pasaje de Mateo, incorporando sus cambios: ¿Y por qué os preocupáis por la ropa? Observad las *fieras* del campo: no *cardan* ni hilan. Pero os digo que Salomón con toda su gloria no estaba vestido como una de ellas. Y si así viste Dios la hierba del campo, que hoy está y mañana se echa en el horno, ¿no hará mucho más por vosotros, oh hombres de poca fe?

viernes, 28 de abril de 2023

Lecciones de economía: 5.- Economía evangélica.

  De Aristóteles, aunque filósofo pagano, le viene al cristianismo medieval la crítica del interés que produce el capital, porque el dinero es estéril y no debería generar dinero,  y, si lo hace, es contra natura. Escribía, en efecto, Aristóteles en la Política: «Muy razonablemente es aborrecida la usura, porque, en ella, la ganancia procede del mismo dinero, y no de aquello para lo que éste se inventó. Pues se hizo para el cambio; y el interés, al contrario, por sí solo produce más dinero. De ahí que haya recibido ese nombre, pues lo engendrado es de la misma naturaleza que sus generadores, y el interés es dinero de dinero; de modo que de todos los negocios éste es el más antinatural» (Aristóteles: Política, I, X, 1258 b, 4-5, según la ed. de la Biblioteca Básica Credos, trad. y notas de Manuela García Valdés, Madrid, 2000).


    Es lo que se ha formulado en latín durante la Edad Media de diversas formas: pecunia pecuniam non parit, o nummus non parit nummos (Tomás de Aquino recordando a Aristóteles): el dinero no produce dinero. Se trata, más que de una constatación de la realidad, de una condena ética. Ciertamente el dinero puede generar dinero, como reconoce Aristóteles, pero resulta inmoral que sea así. Santo Tomás retomará la doctrina del estagirita y el catolicismo condenará la usura, es decir, el hacer uso de los intereses que va a  producir un capital prestado. No se les ocultaba ni al estagirita ni al aquinate que, aunque una suma de dinero no debía engendrar intereses,  sí que podía producir riqueza y convertirse en un negocio. Si un granjero adquiría, por ejemplo,  un gallo y una gallina, al cabo de un año podía tener un gallinero de pollos y de gallinas, y podría vender las aves, a más de los huevos que pusieran, y obtener una suma mayor de la invertida inicialmente, pero esta era una riqueza y ganancia legítimas.

 El cambista y su mujer,Quentin Massys (1514)

    Para el usurero en el medievo, sin embargo, no había salvación posible. Ya el papa León Magno había afirmado: fenus pecuniae funus est animae: el interés del dinero es la muerte del alma, haciendo un juego de palabra en latín entre el término económico “fenus” (usura) y “funus” (muerte, de donde fúnebre), lo que conllevaba que a los usureros se les negara en toda la cristiandad sepultura religiosa. La usura era la muerte, un pecado contra natura como la sodomía, ya que pretender que el dinero genere dinero era lo mismo que un caballo engendre algo de otro caballo, y no de una yegua. Si la usura es la muerte del alma, como pontificó aquel santo padre, los usureros estaban en peligro de condenación eterna por lo que sólo salvarían su alma si devolvían los intereses, que son una ganancia ilícita, ya que se ha lucrado sin trabajar, aprovechándose del trabajo de los demás, lo que va contra el precepto del Señor: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”.

    Leemos, sin embargo, en el evangelio de Mateo (25,14-30)  la parábola de los talentos, que tiene su equivalencia en la de las minas de Lucas (19, 11-27). Vamos a detenernos en la primera porque nos sirve para entender la doble acepción del término talento: la antigua como unidad monetaria (talentum, en latín; tálanton en griego) y la moderna como capacidad de rentabilizar económicamente una capacidad artística, facultad o aptitud humana. 

    Recordemos la historia que Mateo pone en boca de Jesús sin entrar en muchos detalles: Un terrateniente se ausenta y reparte su hacienda entre sus siervos confiándoles una fortuna de varios talentos. Al cabo de un tiempo -y era fundamental que transcurriera un tiempo- volvió el señor y quiso saber qué habían hecho con el dinero: los dos primeros, que habían negociado con el dinero, le devolvieron el capital doblemente incrementado. Ambos complacieron a su señor, que les premió por ello. El tercero, sin embargo, le devolvió el talento que le había confiado su señor y que él había enterrado celosamente para conservarlo, sin sacarle partido alguno. El señor le recriminó por eso: “¡Siervo malo y perezoso! Si sabías que cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí, debías haber entregado mi dinero a los banqueros. De ese modo, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses” .

La adoración del becerro de oro, Nicolas Poussin (1633-1634)

    Hay otra versión de la parábola en el Evangelio apócrifo de los nazarenos donde hay tres siervos a los que su señor les confía su riqueza: uno multiplica el dinero con los intereses, otro entierra el dinero, y un tercero, y esta es la novedad, gasta el dinero en prostitutas. Sólo el primer siervo recibe la aprobación de su señor, mientras que el segundo es censurado por haber guardado y no rentabilizado y "maximizado", como se dice ahora, su talento, es decir, por su falta de espíritu emprendedor o financiero, y el tercero encarcelado por haber derrochado el talento. Pero es precisamente el tercero el único que ha hecho el uso para el que fue creado el dinero: para la compra de cosas o servicios. El primero lo ha capitalizado, el segundo no lo ha usado, y el tercero lo ha gastado.

    El señor sería Dios y los siervos los hombres. Los talentos serían los dones que el Señor otorga a sus esclavos para que los desarrollen de un modo fructífero,  y lo que se critica es la inactividad o indolencia que no desarrolla su talento, que lo sepulta, o que lo malgasta. El sentido de la parábola es claro: se trata de fomentar el espíritu capitalista, de capitalizar el dinero, de hacer que cuatro pesetas valgan un duro.

 
 La adoración a Mamón,  Evelyn de Morgan (1909)

    Aunque en el Sermón de la Montaña, Jesucristo dice (Mateo 6, 24): "Nadie puede servir a dos señores, pues o bien, aborreciendo al uno, amará al otro, o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas." Cito por la traducción de Nácar-Colunga, que traducen "riquezas" lo que en otras versiones, más literales, se lee que no se puede servir a la vez a Dios y a Mamón. .   ¿Quién es este Mamón, también llamado Mammón y Mamona? Es sin duda el espíritu diabólico que controla las finanzas de este mundo, es decir, el Dinero. Se puede glosar la enseñanza evangélica como que no se puede servir a la vez a Dios y al Demonio, que es el Dinero. Sin embargo, ambos señores contrapuestos en el Sermón de la Montaña han resultado al fin y a la postre ser el mismo señor, dado que Dios ha resultado que era Mamón y viceversa, o dicho de otra manera resultó que Dios era el Becerro de Oro, cuyo culto prohibió Moisés fundiendo la idolatrada estatua,  con lo que se destruye la afirmación evangélica de que no se puede servir a la vez a Dios y al Dinero porque son lo mismo: dos caras de la misma moneda.

Moneda de un duro con la efigie del rey emérito Juan Carlos I

    Hay un dicho en el refranero popular español que reza “Nadie da duros a cuatro pesetas”. La peseta era la antigua moneda de España, que fue sustituida por el euro en el año 2002. El duro era una moneda que valía cinco pesetas. Por eso otro dicho popular decía: “El duro es Dios, y la Virgen la peseta”. Un duro, pues, eran cinco pesetas. Se entiende así el sentido del refrán: nadie te da algo que vale más por menos precio. ¿Nadie? El refranero, como de costumbre, miente, porque, aunque moralmente sea condenable, pecunia pecuniam parit: el dinero crea dinero. Si tenemos 4 pesetas y las invertimos durante un año a un interés del 25%, obtenemos unos intereses de una peseta, por lo que al cabo del año 4 pesetas se han convertido en 5 pesetas: nos han dado un duro por cuatro pesetas. El equivalente del dicho con la moneda actual sería: "Nadie da euros a ochenta céntimos".

    Ante lo cual, sólo nos queda recordar y cantar aquella copla popular: Me vendí por un duro. / Resultó que era falso: / ¡Me cagué en el futuro!