De
Aristóteles, aunque filósofo pagano, le viene al cristianismo
medieval la crítica del interés que produce el capital, porque el dinero
es estéril y no debería generar dinero, y, si lo hace, es contra natura.
Escribía, en efecto, Aristóteles en la Política: «Muy
razonablemente es aborrecida la usura, porque, en ella, la ganancia
procede del mismo dinero, y no de aquello para lo que éste se
inventó. Pues se hizo para el cambio; y el interés, al contrario,
por sí solo produce más dinero. De ahí que haya recibido ese
nombre, pues lo engendrado es de la misma naturaleza que sus
generadores, y el interés es dinero de dinero; de modo que de todos
los negocios éste es el más antinatural» (Aristóteles:
Política, I, X, 1258 b, 4-5, según la ed. de la Biblioteca
Básica Credos, trad. y notas de Manuela García Valdés, Madrid,
2000).
Es
lo que se ha formulado en latín durante la Edad Media de diversas
formas: pecunia pecuniam non parit, o nummus non parit
nummos (Tomás de Aquino recordando a Aristóteles): el dinero no
produce dinero. Se trata, más que de una constatación de la
realidad, de una condena ética. Ciertamente el dinero puede generar
dinero, como reconoce Aristóteles, pero resulta inmoral que sea así.
Santo Tomás retomará la doctrina del estagirita y el catolicismo
condenará la usura, es decir, el hacer uso de los intereses que va a producir un capital prestado. No se les
ocultaba ni al estagirita ni al aquinate que, aunque una suma de
dinero no debía engendrar intereses, sí que podía producir riqueza y convertirse en un negocio.
Si un granjero adquiría, por ejemplo, un gallo y una gallina, al cabo
de un año podía tener un gallinero de pollos y de gallinas, y
podría vender las aves, a más de los huevos que pusieran, y obtener una suma mayor de la invertida inicialmente, pero
esta era una riqueza y ganancia legítimas.
El cambista y su mujer,Quentin Massys (1514)
Para
el usurero en el medievo, sin embargo, no había salvación posible.
Ya el papa León Magno había afirmado: fenus pecuniae funus est
animae: el interés del dinero es la muerte del alma,
haciendo un juego de palabra en latín entre el término económico
“fenus” (usura) y “funus” (muerte, de donde fúnebre),
lo que conllevaba que a los usureros se les negara en toda la
cristiandad sepultura religiosa. La usura era la muerte, un pecado
contra natura como la sodomía, ya que pretender que el dinero genere
dinero era lo mismo que un caballo engendre algo de otro caballo, y no de una yegua. Si la usura es la muerte
del alma, como pontificó aquel santo padre, los usureros estaban en
peligro de condenación eterna por lo que sólo salvarían su alma
si devolvían los intereses, que son una ganancia ilícita, ya que se ha lucrado sin trabajar, aprovechándose del trabajo de
los demás, lo que va contra el precepto del Señor: “Ganarás el
pan con el sudor de tu frente”.
Leemos, sin embargo, en el evangelio de Mateo (25,14-30) la
parábola de los talentos, que tiene su equivalencia en la de las
minas de Lucas (19, 11-27). Vamos a detenernos en la primera porque nos sirve
para entender la doble acepción del término talento: la
antigua como unidad monetaria (talentum, en latín; tálanton
en griego) y la moderna como capacidad de rentabilizar económicamente
una capacidad artística, facultad o aptitud humana.
Recordemos la historia que Mateo pone en boca de
Jesús sin entrar en muchos detalles: Un terrateniente se ausenta y
reparte su hacienda entre sus siervos confiándoles una fortuna de
varios talentos. Al cabo de un tiempo -y era fundamental que
transcurriera un tiempo- volvió el señor y quiso saber qué habían
hecho con el dinero: los dos primeros, que habían negociado con el
dinero, le devolvieron el capital doblemente incrementado. Ambos
complacieron a su señor, que les premió por ello. El tercero, sin
embargo, le devolvió el talento que le había confiado su señor y
que él había enterrado celosamente para conservarlo, sin sacarle partido alguno. El señor le
recriminó por eso: “¡Siervo
malo y perezoso! Si sabías que cosecho donde no sembré
y recojo donde no esparcí, debías haber entregado mi dinero a
los banqueros. De ese modo, al volver yo, habría cobrado lo mío con
los intereses” .
La adoración del becerro de oro, Nicolas Poussin (1633-1634)
Hay otra versión de la parábola en el Evangelio
apócrifo de los nazarenos donde hay tres siervos a los que su señor
les confía su riqueza: uno multiplica el dinero con los intereses,
otro entierra el dinero, y un tercero, y esta es la novedad, gasta el dinero en prostitutas.
Sólo el primer siervo recibe la aprobación de su señor, mientras
que el segundo es censurado por haber guardado y no rentabilizado y "maximizado", como se dice ahora, su talento, es decir,
por su falta de espíritu emprendedor o financiero, y el tercero
encarcelado por haber derrochado el talento. Pero es precisamente el
tercero el único que ha hecho el uso para el que fue creado el
dinero: para la compra de cosas o servicios. El primero lo ha
capitalizado, el segundo no lo ha usado, y el tercero lo ha gastado.
El señor sería Dios y
los siervos los hombres. Los talentos serían los dones que el Señor
otorga a sus esclavos para que los desarrollen de un modo fructífero,
y lo que se critica es la inactividad o indolencia que no desarrolla
su talento, que lo sepulta, o que lo malgasta. El sentido de la
parábola es claro: se trata de fomentar el espíritu capitalista, de
capitalizar el dinero, de hacer que cuatro pesetas valgan un duro.
La adoración a Mamón, Evelyn de Morgan (1909)
Aunque en el Sermón de la Montaña, Jesucristo dice (Mateo 6, 24): "Nadie
puede servir a dos señores, pues o bien, aborreciendo al uno, amará al
otro, o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará al otro. No podéis
servir a Dios y a las riquezas." Cito por la traducción de
Nácar-Colunga, que traducen "riquezas" lo que en otras versiones, más
literales, se lee que no se puede servir a la vez a Dios y a Mamón. .
¿Quién es este Mamón, también llamado Mammón y Mamona? Es sin duda el
espíritu diabólico que controla las finanzas de este mundo, es decir, el
Dinero. Se puede glosar la enseñanza evangélica como que no se puede
servir a la vez a Dios y al Demonio, que es el Dinero. Sin embargo,
ambos señores contrapuestos en el Sermón de la Montaña han resultado al
fin y a la postre ser el mismo señor, dado que Dios ha resultado que era
Mamón y viceversa, o dicho de otra manera resultó que Dios era el
Becerro de Oro, cuyo culto prohibió Moisés fundiendo la idolatrada
estatua, con lo que se destruye la afirmación evangélica de que no se
puede servir a la vez a Dios y al Dinero porque son lo mismo: dos caras
de la misma moneda.
Moneda de un duro con la efigie del rey emérito Juan Carlos I
Hay un dicho en el
refranero popular español que reza “Nadie da duros a cuatro pesetas”. La
peseta era la antigua moneda de España, que fue sustituida por el
euro en el año 2002. El duro era una moneda que valía cinco
pesetas. Por eso otro dicho popular decía: “El duro es Dios, y la Virgen la
peseta”. Un duro, pues, eran cinco pesetas. Se entiende así el
sentido del refrán: nadie te da algo que vale más por menos precio.
¿Nadie? El refranero, como de costumbre, miente, porque, aunque
moralmente sea condenable, pecunia pecuniam parit:
el dinero crea dinero. Si tenemos 4 pesetas y las invertimos durante
un año a un interés del 25%, obtenemos unos intereses de una
peseta, por lo que al cabo del año 4 pesetas se han convertido en 5
pesetas: nos han dado un duro por cuatro pesetas. El equivalente del
dicho con la moneda actual sería: "Nadie da euros a ochenta céntimos".
Ante lo cual, sólo nos
queda recordar y cantar aquella copla popular: Me vendí por un duro. /
Resultó que era falso: / ¡Me cagué en el futuro!