sábado, 10 de julio de 2021

La cruz de san Andrés

    Era Andrés hermano de Pedro, pescadores ambos, a los que Jesús les hizo sus discípulos diciéndoles que serían "pescadores de hombres" (en griego ἁλιεῖς ἀνθρώπων, halieís anthrópon). Fue Andrés quién reconoció el primero en Jesús al mesías, por lo que se lo llamó en griego Protocleto, el primer llamado, y quien se convirtió en su fervoroso discípulo, hasta el punto de haber sufrido el mismo suplicio que el Maestro: la crucifixión. 
 
    Pero igual que su hermano Pedro, pidió que no le crucificaran en una cruz como la de Jesús, por lo que le amarraron, según la leyenda en Patrás, capital de la provincia romana de Acaya, en Grecia, en una “crux decussata”, es decir, con forma de aspa, una cruz que se conoce desde entonces como cruz de san Andrés. En ella estuvo padeciendo durante tres días que aprovechó para predicar e instruir en la fe cristiana a todos los que se le acercaban. 
 

Tripalium, origen etimológico de la palabra "trabajo". 

    Al apóstol se le atribuyen estas palabras: “¡Salve Santa Cruz, tan deseada, tan amada! Sácame de entre los hombres y entrégame a mi Maestro y Señor, para que yo, de ti, reciba al que por ti me salvó!
 
    Esta cruz, con color rojo y anaranjado, formó parte de los sambenitos de los condenados por la Inquisición, bordada en la espalda y en el pecho. También fue ampliamente utilizada en vexilología y heráldica. 
 
    En el siglo XVI, Teresa de Avila, alias santa Teresa de Jesús, la mística, escribe un poema dedicado a San Andrés sobre el estribillo "¡qué gozo nos da verte!", abordando la temática de la muerte jubilosa y del sufrimiento placentero en el que no falta el deleite masoquista: 
 
Santa Teresa de Jesús, José de Ribera (1630)
 
Si el padecer con amor / puede dar tan gran deleite, / ¡qué gozo nos dará el verte!
 
¿Qué será cuando veamos / a la inmensa y suma luz, / pues de ver Andrés la cruz / se pudo tanto alegrar? / ¡Oh, que no puede faltar / en el padecer deleite! / ¡Qué gozo nos dará el verte!
 
El amor cuando es crecido / no puede estar sin obrar, / ni el fuerte sin pelear, / por amor de su querido. / Con esto le habrá vencido, / y querrá que en todo acierte. / ¡Qué gozo nos dará el verte! 
 
Pues todos temen la muerte, / ¿cómo te es dulce el morir? / ¡Oh, que voy para vivir / en más encumbrada suerte! / ¡Oh mi Dios, que con tu muerte / al más flaco hiciste fuerte! / ¡Qué gozo nos dará el verte!
 
¡Oh cruz, madero precioso, / lleno de gran majestad! / Pues siendo de despreciar, / tomaste a Dios por esposo, / a ti vengo muy gozoso, / sin merecer el quererte. / Esme muy gran gozo el verte.

viernes, 9 de julio de 2021

Del martirio de san Sebastián

    Son muchos los pintores que han plasmado el martirio de san Sebastián recibiendo los flechazos. Sirva como botón de muestra un ejemplo:

Martirio de san Sebastián, Hans Memling (v. 1475)

    Pero me interesa sobre todo el tratamiento del tema que hace Giovanni Antonio Bazzi il Sodoma, que presenta al santo recibiendo de manos de un ángel del cielo la corona del martirio a modo de recompensa por haber dado testimonio de su fe inquebrantable soportando los efectos adversos del asaeteamiento que lo acabarían llevando a la muerte, es decir, a la otra vida, a la vida verdadera, que es eterna y no temporal como esta que vivimos el común de los mortales.

  

Martirio de san Sebastián, Giovanni Antonio Bazzi, il Sodoma (1525)

     En el lienzo del florentino no aparecen los verdugos, aquellos arqueros mauritanos que por orden del emperador le habrían asaeteado en puntos no vitales de su cuerpo para alargar la agonía de su muerte, que han ejecutado su labor clavándole una flecha en las costillas, otra en el cuello y otra en un muslo, sino el santo de una belleza andrógina amarrado al árbol y atravesado por las flechas en actitud de recibir la iluminación de la gracia que le otorga el ángel del Señor como divina recompensa: la inmunización y salvación de su alma.

Fotografía de Gabriel Pérez-Juana
 

     La corona es un símbolo de superación y de consecución, como se ve en el uso lingüístico de la expresión "coronar una empresa" para referirse al cumplimiento perfecto y, por lo tanto, definitivo de una obra. La corona es el símbolo visible de un logro. La corona de metal o diadema es además un símbolo de luz y de iluminación recibida, siendo como suele ser de oro radiante. La corona resplandeciente, como la que el ángel le impone al santo en el lienzo de Bazzi il Sodoma es el símbolo por excelencia de la más alta finalidad evolutiva: quienes triunfan sobre sí mismos, como los mártires, se santifican y logran la corona de la vida eterna.    

    Se creía en la Edad Media que la devoción a San Sebastián protegía de la peste. De hecho la ciudad de Donostia/San Sebastián lleva ese nombre en honor de su santo patrón, por cuya divina intercesión se habría puesto fin a la epidemia del año 1596. Donostia, es al parecer, la versión eusquera de su nombre latino: Done (abreviación de Domine) Sebastiane. La plaga asoló Pasajes y San Sebastián y cuando los efectos amainaron, los donostiarras atribuyeron el éxito a sus plegarias y rogativas a San Sebastián y a San Roque. 

    Pero el origen de dicha devoción se retrotrae a la Edad media, como queda dicho, y puede estar relacionado con la creencia antigua de que las epidemias que diezmaban periódicamente a la población europea eran un castigo de Dios, o retrotrayéndonos más aún, de los dioses, un castigo en definitiva que la divinidad lanzaba, a modo de flechas, contra la gente por alguna falta cometida que no había sido expiada. 

Fotograma de la película Sebastiane, Derek Jarman (1976)
 

    Hay una tradición literaria muy antigua que remonta ya, por ejemplo, a nuestro primer poema épico, la Ilíada de Homero, en cuya rapsodia primera el dios Apolo desencadena la peste disparando sus mortíferas flechas entre el ejército griego por la injuria cometida contra su sacerdote Crises: “Posaba después de las naves al par; y dardo funesto / tiró, y tremebundo vibró del arco de plata el estruendo. / Primero a los mulos iba atacando y rábidos perros; / mas luego, asestando sus astipecinas flechas a ellos, /tiraba; y contino ardían sin número piras de muertos”. (Canto I, versos 48-52, traducción A. García Calvo). Los griegos caían como moscas asaeteados por Apolo. 

    Volvemos a encontrarnos a la peste en el inicio de Edipo Rey de Sofoclés, pues el desorden tiene a Tebas al borde del caos, "la peste odiosa avanza arrasando tierra y pueblo; / por quien se vacía la mansión de Cadmo, y negro / el Hades se enriquece en llantos y gemidos”. Edipo ha enviado a su cuñado Creonte a la mansión profética de Apolo a consultarle al dios qué puede “hacer o qué decir para salvar al pueblo”. Y el oráculo del dios le dice que la muerte del antiguo rey de Tebas, Layo, aún sigue impune, de lo que se deduce que a eso se debe el castigo divino de la plaga: “De su muerte claramente el dios encarga ahora / que se castigue a los culpables quienes sean”. Edipo emprende entonces la ardua tarea de expiar ese crimen, desterrando o matando al asesino del antiguo rey, y comienza su investigación policial, que le llevará a la revelación de Tiresias, el adivino ciego que paradójicamente todo lo ve, y que le espeta: “Asesino digo tú del hombre de quien indagas”. Resulta que el detective que investiga el caso de asesinato es el propio asesino y no es consciente de ello... Pero es la epidemia la que, otra paradoja, inicia la redención de Tebas. La plaga, que es el castigo justiciero de Apolo, no cesa hasta que se hace justicia, hasta que Edipo rey descubre que él es el asesino que buscaba y se arranca los ojos, y ciego marcha al exilio: su crimen no consistía en haber matado a un hombre, Layo, que era el rey de Tebas, sino a un hombre que era su propio padre que lo abandonó al nacer para que no sucediera eso mismo que había sido profetizado, y en haberle hecho hijos a su madre hasta que se haga justicia. 

    Si las flechas son la personificación mortal de la peste, y Sebastián no muere de resultas de los flechazos -al parecer le rescataron medio muerto unas mujeres y le curaron-, es porque en realidad alcanza la vida eterna: porque la muerte es la vida verdadera, no sujeta a la temporalidad. Como superviviente se le venera y como protector de la peste. Tradicionalmente, las plagas eran representadas como una lluvia de flechas que emanaban de la mano justiciera de Dios o de los dioses. Así, nació la creencia de que aquel que había sobrevivido a un ataque de flechas -San Sebastián, en el primero de sus martirios- era capaz de proteger a los devotos de las calamidades que diezmaron a la población durante la Edad Media.

    Muchos personajes públicos de la sociedad del espectáculo han prestado su imagen, como hiciera Elvis Presley, el Rey del Rock, con valor ejemplarizante y doctrinario recibiendo el pinchazo de la aguja salvífica para dar testimonio de su fe sanitaria. Hemos visto días atrás a una famosa locutriz española retransmitiendo el evento de su primera comunión con un candor incombustible. Hemos visto también al presidente del gobierno de las Españas recibiendo la primera dosis de la inyección, publicitando la fotografía en su red social a los cuatro vientos digitales. En la imagen adjunta abajo vemos al Ministro de la Salud francés, el señor Olivier Véran, quien cual moderno Sebastián, ofrece, cubriéndose pudorosamente la tetilla y alzando la vista al techo del centro de vacunación, su hombro y brazo desnudos al pinchazo de la moderna azagaya que es la jeringuilla que le inocula la enfermera.

El ministro francés de la salud Olivier Véran se somete a la inyección. 
 
 

jueves, 8 de julio de 2021

Hostal Coridalós

    El Hostal Coridalós (así en castellano, mejor que Korydallós, la transcripción internacional del término griego con que suele aparecer escrito el nombre común de la alondra crestada, cogujada o totovía) estaba situado a medio camino entre Atenas y el santuario de Eleusis, que era un lugar sagrado de peregrinación e iniciación para los griegos donde se celebraban ritos mistéricos relacionados con la muerte y la resurrección en honor de la diosa madre Deméter y su hija Perséfone, Core, la Muchacha por excelencia de la antonomasia, a la que raptó Plutón, también llamado Hades, el invisible, para convertirla en su esposa sumiendo a su madre en honda tristeza y desesperación por la pérdida de su hija. Recurrió Deméter ante el soberano del Olimpo reclamando justicia y este sentenció en un juicio salomónico que la muchacha sería compartida sucesivamente por el raptor y por la madre en riguroso turno, estableciendo el mito del eterno retorno de las estaciones del año. 
 
 
     En realidad no se sabe cuál era el verdadero nombre del propietario del Hostal Coridalós. Unos lo llamaban Procrustes, otros Damastes, otros Polipemón, y alguno Procoptas. Ninguno de estos nombres, de hecho, era su verdadero nombre propio, que desconocemos, aunque parece que ha quedado consagrado el primero de ellos, de difícil pronunciación, por lo que tradicionalmente se ha simplificado en Procustes o Procusto por la dificultad de pronunciar en dos sílabas sucesivas una consonante oclusiva seguida de una vibrante. Todos ellos eran nombres comunes y parlantes, que revelan que tras ellos hay una historia: Procrustes quiere decir “machacador y alargador”, Damastes “domador”, Polipemón “muchos males”, y Procoptas “estirador”. Son nombres parlantes, propios de los cuentos populares, que quieren sugerir y describir el carácter de este siniestro personaje que, ofreciendo hospitalidad a los forasteros como era menester entre los griegos, era sin embargo un anfitrión obsesionado por hacer que el zapato encaje con la horma previa amoldándose perfectamente. 
 
    El hostal Coridalós brindaba a los peregrinos parada y fonda, pues era también un mesón que servía pitanza. Hemos de imaginar que las viandas eran sabrosas y que su vino, aderezado quizá con adormidera, invitaba al sueño reparador después del largo viaje. Nos da cuenta de la historia de este personaje el epítome de la Biblioteca de Apolodoro, o mejor dicho, del presunto autor de dicho libro, el pseudo-Apolodoro. 
 
 
 
    La posada, que estaba a la vera del camino, disponía de dos lechos, uno corto y otro largo, pero su atribución no era aleatoria; el anfitrión a los de baja estatura, una vez cenados y adormecidos, los acostaba en el largo, amarrándoles con unos grilletes de cada una de sus extremidades a las cuatro esquinas de la cama. Después de este ritual comenzaba a darles martillazos para estirar sus miembros so pretexto de igualarlos a la longitud del lecho, o colocándoles, según otra versión,  unos yunques en los pies hasta que sus miembros, descoyuntados, alcanzaban el tamaño adecuado; y en cambio a los de elevada estatura los acostaba en el lecho diminuto y les amputaba las partes del cuerpo que sobresalían con un hacha afilada. El lecho que les ofrecía el propietario del hostal acababa siendo, como puede verse, el molde definitivo, un lecho conyugal donde el huésped contraía nupcias con la mismísima muerte después de una horrible sesión de tortura que sólo podía explicarse por el afán igualitario del anfitrión que aplicaba a todos sus huéspedes el mismo rasero que deformaba la realidad conformándola para que se adecuara a la idea previamente establecida. 
 
 
 
    Según Diodoro, sin embargo, el hostal Coridalós, sólo disponía de un único lecho ideal a modo de compartimento estanco que no se adaptaba por algún misterio inexplicable a la estatura, fuese cual fuese, de ningún forastero, por lo que el anfitrión siempre acababa o bien estirando a los bajos en el lecho que se convertía de pronto en un potro de tortura o bien acortando a los altos en el lecho convertido en guillotina, de manera que sus cuerpos respondieran al mismo patrón ideal, que era la media aritmética inexistente en la realidad. Obviamente este lecho no se adecuaba nunca a la estatura de los huéspedes, sino que eran estos los que eran cortados o alargados con enormes sufrimientos e instrumentos de tortura al previo patrón establecido. 
 
    Un día pasó por allí un tal Teseo, cuando viajaba de Trecén, en el Peloponeso, a Atenas. Teseo estaba abocado a ser un héroe que iba a matar al Minotauro en el más célebre de sus trabajos que más fama le daría. Cerca del hostal fluía el río Cefiso, que desemboca en el golfo Sarónico no lejos del puerto del Pireo. Pausanias en su Descripción de Grecia ha dejado escrito precisamente que “junto a este Cefiso mató Teseo a un ladrón llamado Polipemón, de sobrenombre Procrustes”. Que Pausanias califique al dueño del hostal de ladrón no debe entenderse que fuera porque les diera a elegir a sus huéspedes si preferían entregarle la bolsa a cambio de la vida o la propia vida a cambio de la faldriquera, sino a que les arrebataba inexcusablemente ambas posesiones no sin grandes sufrimientos además, habida cuenta de su afán igualitario que sólo puede compararse con el rasero de la mismísima muerte, que a todos los seres iguala, a hombres y mujeres, a niños y viejos, a ricos y pobres, a los esclavos y a los libres. 
 

 Teseo dando muerte a Procrustes, ánfora ática de figuras rojas (470 a. C.)
 
    Tenía Teseo el precedente heroico de Heraclés, que en su viaje a la corte de Busiris, legendario faraón de Egipto, fue arrestado y encadenado y, cuando iba a ser sacrificado como víctima propiciatoria como se hacía todos los años con el primer forastero que llegaba al país del Nilo para obtener una buena cosecha, logró desatarse haciendo uso de su hercúlea fuerza, y mató a Busiris. Con el modelo paradigmático de Heraclés, Teseo, después de la suculenta cena y del vino adormecedor que le ofreció el propietario del hostal Coridalós, no se rindió al sueño, sino que sobreponiéndose bien despierto y viendo lo que quería hacer con él,  le sometió a la misma tortura que él aplicaba a sus clientes. 
 
    Hemos de suponer que el héroe hizo con el dueño del hostal lo mismo que él hacía con los forasteros: primeramente le colocó en el potro de torturas que alargaba sus miembros hasta dislocarlos y desmembrarlos, y finalmente le decapitó, pagándole con su misma moneda, sometiéndole como hacía él con sus víctimas al que acabó denominándose lecho de Procusto, y liberando a la humanidad de este modo de su letal amenaza igualitaria. 
 
Prisión de Coridalós
 
    Ya no está el Hostal Coridalós. Hoy, en su lugar, que conserva su nombre, hay modernos hoteles, pensiones y comercios.  Coridalós es una localidad perteneciente a la unidad periférica de El Pireo, en la región del Ática, a donde se puede llegar en metro desde Atenas. Coridalós ya no es lo que era. Hoy es prácticamente un suburbio de la capital de Grecia y, sin embargo, sigue siendo lo mismo que fue y ha sido siempre. El río Cefiso, también llamado Mavros Potamós, o sea Río Negro, sigue fluyendo por allí. Durante quince quilómetros lo hace por debajo de la moderna autovía. El Hostal Coridalós estaba emplazado con bastante probabilidad en donde hoy se alza la prisión de máxima seguridad, la más importante de Grecia, la Cárcel de Coridalós, institución fundamental del Estado moderno, donde hay reclusos de ambos sexos privados de libertad. No ha vuelto a pasar por allí, desde entonces, ningún Teseo que encarcele al carcelero y libre a los internos de su condena.

miércoles, 7 de julio de 2021

Derecho a elegir

    Reconozco que Forges no es uno de mis humoristas gráficos preferidos. Nunca me han gustado mucho los trazos gruesos de sus dibujos, en los que aprecio sin embargo un estilo inconfundible, que les da una impronta muy personal, lo mismo que su firma. Al parecer utilizaba “forges” como nombre artístico porque así se dice “fraguas” en catalán, y ese era el apellido paterno de Antonio Fraguas de Pablo (1942-2018).

    Se han reseñado de él muchos aspectos positivos y se ha destacado el costumbrismo de su crítica social, siempre amable, así como el fino oído que tenía para captar y reflejar el lenguaje popular contemporáneo repleto de anglicismos.
 


    Si tuviera que elegir una sola de sus viñetas, me quedaría sin duda con esta por la ironía gentil que desprende su texto y el hondo calado que refleja del ser humano contemporáneo que se siente libre en plena naturaleza ante un amanecer o una puesta de sol, y que insiste en que es libre porque puede elegir entre las diversas opciones que le brinda la sociedad de consumo y del espectáculo en la que vive.

    El texto no tiene desperdicio: podemos elegir banco, cadena de televisión, petrolera, comida, red telefónica, informador y opción política, pero cada una de estas opciones está adjetivada con una oración de relativo que la descalifica. Podemos elegir un "banco que me exprima", escribe Forges, en lugar de un contundente "que me robe" o, más sensacionalista aún, "que me atraque", más acordes con la realidad económica. Sin embargo la expresión elegida por el humorista es "que me exprima", como si fuéramos una naranja de la que se extrae el zumo.



    Una crítica en el mismo sentido, pero mucho más mordaz y radical, porque va a la raíz del problema, y sin contemplaciones es la que ofrece el Roto en esta viñeta, sobre el  mismo tema del derecho a elegir, en la que un hombre le dice a un cordero, que como en la vieja fábula grecolatina de Esopo o de Fedro representa a otro hombre, que puede elegir matadero, y le pregunta que qué le parece, como si pudiera resultar emocionante la elección, en el fondo trivial, de un matadero u otro, porque lo que está claro que no puede elegir es que no lo sacrifiquen: eso es indiscutible y no entra dentro de las posibilidades electorales.


 


    En los dos casos, ambos humoristas gráficos, intentan provocar nuestra reflexión a través de sus viñetas utilizando un humor que pretende hacernos reflexionar sobre nuestra condición humana y el engaño teórico y práctico en el que vivimos. Se nos vende como dogma de fe no sé si liberal o neoliberal el reconocimiento de nuestro derecho a elegir, que se considera un derecho humano fundamental. El problema reside en que las opciones que tiene nuestra elección están determinadas por la oferta previa que nos brinda el mercado de la economía entre una marca y otra marca comercial indiferentes, y el de la política entre los candidatos propuestos casi idénticos, sin que nosotros hayamos participado en la propuesta.  
 


    En este sentido merece la pena recordar el artículo que publicó en Le Figaro el 28 de noviembre de 1888 el escritor francés Octave Mirbeau (1848-1917), titulado "La huelga de los electores". Escribe allí sobre el llamado silencio de los corderos, por utilizar el título de una conocida película, en el que se rebela contra el llamado derecho a elegir de los electores, esos animales irracionales, inorgánicos, alucinantes, que han votado ayer, seguirán votando hoy, cuando les manden, y votarán mañana y siempre: “Los corderos van al matadero. No dicen nada, no esperan nada. Pero al menos no votan al carnicero que los sacrificará ni al burgués que los comerá. Más necio que las bestias, más borrego que los borregos, el elector nombra a su carnicero y elige a su burgués. Ha hecho revoluciones para conquistar ese derecho”.

martes, 6 de julio de 2021

Milonga del creyente perplejo

    Dedicado a alguien, cuyo nombre propio omito porque no deja de ser un pseudónimo como todos los nombres propios, que rindió hace unos años homenaje públicamente en la Red a la primera baja de las Fuerzas de Defensa de Israel, la cual, según él, "ofrendó su vida por la seguridad y el derecho a existir de Israel", y se olvidó de los muertos del otro bando, que también son nuestros muertos, pero que para él no contaban.  
 
    Ese alguien pedía asimismo -¿a quién?- la protección para los “miles de soldados hombres y mujeres –¡la guerra ya no es cosa de hombres, sino también de mujeres igualadas en lo peor a los hombres!- que están llevando a cabo la operación -la matanza- en Gaza”. 
 
    Nuestros son los muertos de uno y otro bando, porque todas las guerras son guerras civiles, guerras entre hermanos, guerras fratricidas. No tenemos derecho a reclamar sólo las víctimas de un bando olvidando las del otro.  
 
    A él y a los que piensan como él les conviene escuchar la hermosísima canción de Jorge Drexler de la Milonga del moro judío, cuyo estribillo, que escribió Chicho Sánchez Ferlosio, reza así: “Yo soy un moro judío / que vive con los cristianos; / no sé qué Dios es el mío, / ni cuáles son mis hermanos”. 
 

 
       Esta cuarteta genial de Chicho muestra a la perfección el conflicto de las tres grandes religiones monoteístas que han triunfado en el mundo moderno. Dichas religiones suelen estar asociadas al nacionalismo y etnicismo más recalcitrantes. Todas ellas se creen la religión verdadera, y ninguna lo es.  Las tres religiones monoteístas tienen un único Dios con nombres distintos, que, en el fondo, es la misma divinidad, llámese Jehová Alá o Yavé.
 
    El moro judío entre cristianos no sabe qué Dios es el suyo, ni quiénes son sus hermanos correligionarios, si los moros, los judíos o los cristianos. Lo que nos viene a decir la copla es que esas divisiones religiosas son, en el fondo, triviales: las tres religiones monoteístas del Libro son la misma religión, y por lo tanto las disputas religiosas entre moros, judíos y cristianos no tienen ningún sentido o fundamento, y no son más que malentendidos. 
 
 
    Jorge Drexler compuso la Milonga del moro judío, con el estribillo de Chicho, y la cantó. He aquí la letra de la canción compuesta por tres décimas de Drexler y la cuarteta intercalada del estribillo de Chicho.
 
    En fin, es muy fácil, como canta Drexler, sentirse pueblo elegido y considerar que los enemigos son los terroristas, y nuestra guerra una guerra justa. Es muy fácil, pero es mentira, porque lo mismo pueden pensar nuestros enemigos de nosotros. Y con razón, con un poco de razón, porque todos tenemos un poco de razón al fin y al cabo (pero ninguno en particular la tenemos del todo y en exclusiva).
 
 
 
    Por cada muro un lamento / En Jerusalén la dorada / Y mil vidas malgastadas / Por cada mandamiento. / Yo soy polvo de tu viento / Y aunque sangro de tu herida / Y cada piedra querida / Guarda mi amor más profundo, / No hay una piedra en el mundo / Que valga lo que una vida.
 
    Yo soy un moro judío / Que vive con los cristianos. / No sé qué Dios es el mío / Ni cuáles son mis hermanos. 
 
    No hay muerto que no me duela, / No hay un bando ganador, / No hay nada más que dolor, / Y otra vida que se vuela. / La guerra es muy mala escuela,  / No importa el disfraz que viste. / Perdonen que no me aliste / Bajo ninguna bandera. / Vale más cualquier quimera Que un trozo de tela triste.
 
    Yo soy un moro judío / Que vive con los cristianos. / No sé qué Dios es el mío / Ni cuáles son mis hermanos. 
 
    Y a nadie le dí permiso / Para matar en mi nombre. / Un hombre no es más que un hombre, / Y si hay Dios, así lo quiso. / El mismo suelo que piso / Seguirá, yo me habré ido / Rumbo también del olvido.  / No hay doctrina que no vaya / Y no hay pueblo que no se haya / Creído el pueblo elegido. 
 
    Yo soy un moro judío...

lunes, 5 de julio de 2021

Una fábula contemporánea

La prensa saca la noticia a modo de globo sonda alarmista y alarmante de que el gobierno, basándose en la experiencia del año pasado, se plantea una Ley de Seguridad Nacional mediante la cual “todos los mayores de edad podrán ser movilizados en España en caso de crisis.” 
 
Copio los dos primeros párrafos del artículo: Toda persona mayor de edad estará obligada a la realización de las “prestaciones personales” que exijan las autoridades competentes, siguiendo las directrices del Consejo de Seguridad Nacional, cuando se declare en España un estado de crisis. En este supuesto, todos los ciudadanos sin excepción deberán cumplir las órdenes e instrucciones que impartan las autoridades
 
Así lo establece la reforma de la Ley de Seguridad Nacional que prepara el Gobierno y que incorpora algunas de las lecciones aprendidas durante casi año y medio de crisis sanitaria. (Los subrayados son míos). 
 
Se trata de un anteproyecto. Probablemente algunos lectores se planteen que esto no puede ser, que es imposible que se llegue a una situación tan grave como esa, a una crítica “situación de interés para la Seguridad Nacional”. Dirán que es imposible que un gobierno de progreso como el que tenemos se atreva a algo así, porque sería ir demasiado lejos... Algunos llegarán incluso a compararlo con un Golpe de Estado perfecto habida cuenta de la militarización de la sociedad civil que presupone en unos tiempos en los que ya nos creíamos libres de la vieja mili que imponía el servicio militar obligatorio a los varoncitos en edad de merecer. 
 
 
Pero ¿quién podía haberse imaginado hace unos años que íbamos a estar todos confinados sin poder salir de casa, que se establecerían toques de queda o restricciones de movilidad nocturna, según el ridículo eufemismo gubernamental, que se iba a imponer la obligación de portar mascarilla en interiores y exteriores y guardar la distancia de seguridad con los demás de seis pies, metro y medio en el sistema métrico decimal, que muchos vecinos, convertidos en policías de los balcones, iban a denunciar a sus convecinos por incumplimiento de las restricciones, que iba a ser preciso un salvoconducto para adquirir artículos de primera necesidad y para salir del término municipal, que se iba a proceder a una vacunación masiva e innecesaria sin prescripción facultativa, y que policías y hasta soldados patrullarían manu militari por las calles para velar por el respeto de las sacrosantas ordenanzas sanitarias, imponiéndose la más vergonzosa de las censuras, la moral y políticamente corregida, en los medios de masificación? 
 
Ya hemos visto, en efecto, cómo cosas que parecían impensables como esta dictadura -¡democrática!- sanitaria han pasado a ser neonormales de un plumazo, sin ninguna resistencia, porque hay un caldo de cultivo previo que hace que unas medidas así se aprueben mayoritariamente por la población previamente adoctrinada en la mentira y amedrentada convenientemente. Son capaces de eso, y de mucho más una vez que han comprobado la falta de resistencia y la docilidad de la ciudadanía manipulada por todos los medios de masificación al servicio del Estado y capital. 
 
Precisamente esta metáfora del “caldo de cultivo” que acabo de emplear, me trae a la memoria una fábula moderna, la fábula de las ranas y la cazuela de agua. No pertenece al repertorio tradicional grecolatino de Esopo y Fedro, donde sin embargo encontramos historias protagonizadas por ranas como, la más famosa de ellas, la de las que le pedían un rey a Zeus, y este, harto de sus reivindicaciones,  les envió una hidra que se las zampó a todas, o aquella otra de las dos ranas que buscaban agua porque se les había secado la charca, y a la vista de un pozo, una aconseja saltar sin pensarlo más, pero la otra, más prudente, aconseja no hacerlo porque el pozo podría secarse y entonces no podrían salir de él...  Tampoco aparece, por lo que se me alcanza, en el Panchatantra y la tradición india o la china, y no se encuentra en sus versiones medievales y posteriores, en las colecciones de Iriarte y Samaniego, entre nosotros, o Lafontaine, en lengua francesa, ni en las más modernas que yo pueda conocer. 
 
 
Es una fábula contemporánea porque, no nos engañemos, nunca como ahora y nunca hasta ahora se había visto una aceptación tan acrítica de una situación tan insoportable y porque está inspirada en la más rabiosa actualidad, como suele decirse, es decir en una realidad que no se había sufrido hasta las postrimerías del siglo XX y comienzos del XXI, y que ahora adquiere todo su potencial significado, en plena dictadura sanitaria que te hace mal por tu propio bien, que te enferma en defensa de tu salud y finalmente te mata con la disculpa de salvar tu vida. La fábula es una parábola de dicha dictadura sanitaria.
 
Hay quien le atribuye la autoría al escritor franco-suizo Olivier Clerc (1961-...) que la publicó en su libro La rana que no sabía que estaba hervida y otras lecciones de vida (2005), pero el propio Clerc reconoce en una nota que el autor de esta alegoría, como él la denomina, es Marty Rubin, que publicó en 1987 El síndrome de la rana hervida
 
Los griegos no tenían un término específico, como el latino "fabula", para referirse a estas pequeñas narraciones, caracterizadas por su brevedad. Unas veces las llaman logos y otras mythos, dos palabras que tienen una gran riqueza conceptual, y que, aunque ordinariamente se contraponen en la historia de la filosofía cuando se habla del paso del mythos al logos, son prácticamente sinónimos en el caso que nos ocupa. Estamos ante un logos que es un mythos y viceversa: un cuento que es un razonamiento, un razonamiento que es un cuento. 
 
Otra de las características, junto a su concisión, es el carácter alegórico que utiliza generalmente el mundo animal para referirse al humano. Hay también una intención moral que le da un carácter pedagógico de interés para la vida, dado que se evalúa una conducta humana determinada. Pero lo que puede faltar, y a menudo lo hace, es la moraleja porque no necesita estar explícita, ya que en la mayoría de los casos, como este que nos ocupa, se halla implícita.
 
La fábula, sea en verso o en prosa, tiene un carácter generalmente anónimo y popular, por lo que a veces se recogen varias versiones con diversas variantes, como sucede con los chistes y las anécdotas; según quién cuente la historia adquieren relevancia determinados rasgos en detrimento de otros, que van perdiendo interés. 
 
 
Pero vayamos ya a la fábula de las ranas y la cazuela de agua: Una ranita saltó un día a una cazuela de agua fría. Alguien encendió de repente la lumbre. La rana no notó que el agua se iba templando a fuego lento. Ella nadaba y disfrutaba del agua cuya temperatura se iba caldeando más y más poco a poco, pero no se percataba del aumento gradual. Se sentía segura y despreocupada como cuando el sol en la canícula del estío templa el agua del estanque... La ranita se fue amodorrando. Enseguida dejó de nadar. Ahora se limitaba a flotar como un peso muerto. Finalmente se adormeció entre las burbujitas del agua que empezaba a hervir. Cerró los ojos y ya no volvió a abrirlos nunca más.
 
Otra rana, que la vio flotando plácidamente, se lanzó a la misma marmita, pero no aguantó ni un solo segundo en ella: -¡Me abraso!, -croó despavorida. Y saltó, a tiempo estuvo, escaldada pero viva librándose de aquella añagaza mortal.
 
No hace falta ninguna moraleja que nos explique lo que quiere decir la fábula.

domingo, 4 de julio de 2021

THX 1138 o La parábola budista de la casa en llamas

    THX 1138, la ópera prima de George Lucas, el director de la setentera y comercial Guerra de las Galaxias, es hoy una película ya de culto que pertenece al género de la ficción científica, que es como debe llamarse propiamente la science-fiction (y no ciencia-ficción, como aquí se tradujo mal en su momento sin tener en cuenta que el orden de palabras del nombre y su complemento inglés es inverso al del español), que proyecta en el futuro una distopía o utopía negativa, en la línea de las grandes novelas pesimistas y al fin y a la postre realistas del siglo XX, también llevadas a la pantalla, Un mundo feliz de Aldous Huxley o 1984 de George Orwell, donde la humanidad vive subyugada por el poderoso Estado y por una religión a su servicio que invita al consumo, a ser feliz y a creer en las masas, o sea, en la democracia. 
 
 
    En ese mundo del futuro, la dominación del hombre por el hombre, lejos de haber desaparecido de la faz de la Tierra, se ha acentuado hasta extremos increíbles que dejan muy atrás a los regímenes totalitarios fascistas, comunistas y capitalistas clásicos de nuestra reciente historia. Cincuenta años después de rodada la película, se puede decir que no es una cinta visionaria, como se dice a veces, sino clarividente. 
 
    En la sociedad que él entrevió, los sedantes -los tranquilizantes nuestros, desde la tila al valium o el lexatín- son fundamentales, y existe una sedación legal pero también drogas ilegales, justamente como en nuestro mundo. Según los críticos cinematográficos se trata de “una estremecedora exploración del futuro y un examen del presente”, claro está, porque esta exploración del futuro no deja de ser una proyección no muy exagerada del presente en la pantalla ficticia del siglo XXV, un mundo dirigido por los ordenadores donde los seres humanos están programados, donde nadie tiene un nombre propio, sino sólo un número de serie, como nuestro protagonista THX 1138 que da título a la película y que encarna un jovencísimo Robert Duvall, un hombre cuyo cuerpo y mente están controlados por un gobierno que ha implantado una religión personificada por Om, la sílaba sagrada del hinduismo y una imagen del rostro de Cristo, que actúa de confesor y sirve de utilidad para controlar mejor a la población, y que sólo exige, como todos los credos religiosos, fe: una fe inquebrantable en la producción y en el consumo. 
 
    La virtud del filme no es que esté hablando del futuro, sino que nos habla de nuestra realidad, por aquello de que el futuro está aquí, siempre ha estado aquí, muy presente, en la que la mayoría de la gente necesita sedación para poder soportar lo insoportable: que su vida se sacrifique inmolada en aras de ese futuro omnipresente. No es ficción científica, sino un espejo donde nos reflejamos nosotros mismos y nuestro mundo circundante. 
 
 
    Es lógico que nuestro protagonista, que no sabe lo que le pasa porque ha perdido la fe en el sistema, quiera huir de la ciudad, que es como la casa en llamas de la parábola budista, aunque no sepa si podrá sobrevivir o no en el exterior. Eso no lo sabe, pero sí sabe, en cambio, que donde no puede seguir viviendo ya ni sobreviviendo siquiera ni un momento más es dentro, en la ciudad y en la cárcel en la que vive él y vivimos con él nosotros, los espectadores de su tragedia, que es la nuestra, condenados. 
 
    Pero THX 1138, al que veremos luchar desnudo en una escena de combate contra las fuerzas del orden que tratan de impedir la celebración del coito con su compañera, se rebelará como todos nosotros en nuestro fuero interno, e intentará escapar de un mundo donde todo está controlado, desde los pensamientos hasta los sentimientos y donde el amor, por lo tanto, es un crimen, el acto sexual un hecho delictivo, y la libertad sólo un sueño imposible. 
 
 Fotograma de la película THX 1138, George Lucas (1971)
 
     A algún espectador del público puede no gustarle mucho el final de la película, que es decepcionante y no muy convencional porque no se sabe si lo que hay fuera de la ciudad de la que consigue al fin escapar THX es bueno o malo, mejor o peor que lo que ha dejado dentro y atrás… A mí me ha gustado mucho su final, porque es, desde mi punto de vista, un final abierto, nunca mejor dicho: un luminoso rayo de luz arrojado sobre el mundo tenebroso que es nuestro mundo, o, mejor dicho, la realidad en la que vivimos. Nuestro protagonista consigue emerger de la ciudad subterránea y de la cárcel blanca en la que había sido encerrado por su mala conducta, cárcel que destaca por su claridad enceguecedora y deslumbrante por sus espléndidos fondos blancos y su minimalismo donde no hay ningún objeto que distraiga nuestra atención; sólo desentonan los robots-policías negros que no quieren hacernos daño, que trabajan por nuestra seguridad y por nuestro bien, que nos van a proteger de nosotros mismos y de nuestros malos pensamientos -¿os suena la argumentación? ¿no habéis oído nunca aquello de "vamos a haceros mal por vuestro propio bien"?-… 
 
    Los protagonistas (ciudadanos productores y consumidores, prisioneros) llevan un uniforme igualmente blanco y se caracterizan por su completa depilación. Me recuerda la parábola budista de la casa en llamas que cuenta Bertolt Brecht en sus Historias de almanaque (1949): «—Vi no hace mucho una casa que ardía. Las llamas / devoraban el tejado. Al acercarme advertí / que en su interior quedaba aún gente. Fui / a la puerta y les grité que el fuego llegaba ya al tejado y que debían / por tanto salir inmediatamente. Mas allí nadie / parecía tener prisa. Uno me preguntó, / mientras le chamuscaba el fuego las dos cejas, / qué tal tiempo hacía fuera, si llovía, / si hacía viento, si existía otra casa / y cosas por el estilo. Sin responder, / salí de nuevo. Estos, pensé, se abrasarán mas / seguirán preguntando. En verdad, amigos, / a quienes el suelo que pisan, la planta de los pies no queme tanto / que sientan deseos de cambiarlo por otro cualquiera, / nada tengo que decirles—. Así habló Gautama, el Buda» (versión de Jesús López Pacheco sobre traducción de Vicente Romano)Lo que hay fuera no puede ser peor que lo de dentro: cuando se quema nuestra casa es absurdo preocuparse de cuál será el tiempo que hace fuera, si bueno o malo, de por qué se quema, quién ha sido el autor del incendio, si fue un accidente o la obra de un pirómano, cómo se inició el fuego, etc.; lo que procede, en vista de que no podemos apagar las pavorosas llamas, es salir huyendo cuanto antes sin preocuparnos de qué gracias o desgracias pueden esperarnos fuera. 
 
 Fotograma de la película THX 1138, George Lucas (1971)
 
    Si estamos dentro no podemos saber lo que hay afuera hasta que hayamos salido y nos hayamos librado del peligro interior. Me gusta el final con ese momento en que THX 1138 consigue escapar de la ciudad agobiante, y presencia la puesta de sol. 
 
    No es cierto lo que reza el refrán, pensé, de que vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer. No es verdad. Esto es lo que nos enseña la parábola budista de la casa en llamas, su moraleja: lo bueno, conocido o no, siempre valdrá más que lo malo aquí y en Afganistán. La verdad te hace libre; la fe creyente.

sábado, 3 de julio de 2021

Libertad

    La obra escultórica Freedom (Libertad) del escultor norteamericano de padres griegos Zenón Frudaquis (1951-...), tallada en bronce y situada en una calle de Filadelfia (Pensilvania) representa cuatro figuras distintas que, en realidad, son la misma figura que se mueve de izquierda a derecha en composición, como si fueran cuatro viñetas consecutivas de una tira cómica o cuatro fotogramas de una película. 


     Comienza por la izquierda con una especie de momia cautiva encajada en su tumba.  En el segundo cuadro, hay una referencia a otra obra escultórica famosa: la figura recuerda al esclavo rebelde de Miguel Ángel, en el que se inspiró el artista. El esclavo intenta escapar de su celda.  Pese a que una obra escultórica es por definición estática, esta que nos ocupa da sensación de movimiento a primera vista.  La figura del tercer cuadro se ha arrancado de la pared que la tenía cautiva y está saliendo en busca de su libertad. Finalmente, en el cuarto cuadro, la figura humana ha conseguido desgajarse del muro, y está completamente exenta del resto de la composición, victoriosa y desnuda, con los brazos extendidos y una pierna en el aire, a varios metros de la pared y de la tumba que dejó atrás, por lo que evoca no sólo la libertad, que da título a toda la obra, sino el triunfo de la vida entendida como la liberación de la muerte. De lo que se trata es de escapar como sea, y se ha conseguido.


     Zenón Frudaquis (1951-...)

    Frudaquis declara que quería que cualquier persona pudiera entender el mensaje nada más ver la obra y reconocer al instante que se trata de la lucha por liberarse de cualquier sensación opresiva. Y lo ha conseguido.

 

    El escultor ha intentado reflejar más cosas en la obra, pero son anecdóticas y hasta cierto punto triviales frente al poderoso mensaje principal libertario, como por ejemplo el proceso mismo de elaboración, por lo que incrustó la maqueta en la esquina inferior izquierda. A lo largo del muro del fondo el escultor extendió la arcilla y la presionó con los dedos dejando sus huellas dactilares por toda la obra a modo de firma. En el muro incluye a su gato, que vivió durante 20 años con él, su madre, su padre y su propio autorretrato, de cuya boca sale la palabra “freedom” escrita al revés, lo que denota que el rostro fue esculpido en un espejo. Hay muchos más detalles escondidos en el muro para el público curioso, como la fecha de nacimiento del autor (7-7-51), expresada con monedas, dando a entender la relación existente entre el mercado y el arte como objeto de ese mercado. Y también hay un espacio para que el público interactúe, cómo no, con la escultura físicamente, introduciéndose en el hueco donde pone escrito “párate aquí” y tal vez inmortalizando el instante y congelándolo en una fotografía de recuerdo.


viernes, 2 de julio de 2021

Apuntes del natural

Hagamos visible no lo invisible, sino lo que siendo evidente no ha sido visto todavía. 
 

Un fragmento inédito de Friedrich Nietzsche del período de Así habló Zaratustra sobre la vida fácil que confiere el sentimiento de pertenencia a un rebaño: "Si quieres tener una vida fácil, entonces permanece siempre junto al rebaño. ¡Piérdete en el rebaño! ¡Ama al pastor y honra las fauces de su perro!" (Willst du das Leben leicht haben, so bleibe immer bei der Heerde. Vergiß dich über der Heerde! Liebe den Hirten und ehre das Gebiß seines Hundes!)

 


El emperador Marco Aurelio, que gobernó el Imperio romano en latín, se dice a sí mismo en sus Meditaciones (6. 30) escritas en la lengua griega que tanto amaba: Ὅρα μὴ ἀποκαισαρωθῇς, μὴ βαφῇς· γίνεται γάρ. Así lo traduce Manuel J. Rodríguez Gervás: “Sé vigilante, no te cesarices, no te empapes en púrpura, cosa que ocurre.” Y, por su parte, A. Gómez Robledo: “Mira no vayas a cesarizarte ni a imbuirte de este espíritu, cosa que suele acontecer.” La palabra “cesarizar” es un neologismo inventado por el propio Marco Aurelio, calcada sobre el título de César (Καῖσαρ, Caesar en latín, Kaiser en alemán) y el prefijo ἀπό (apó, que hallamos por ejemplo en apoteosis, término que en el mundo clásico significaba concesión de la dignidad de dioses a los héroes o semidioses), con el sentido de asumir la monarquía, hacerse emperador, convertirse en césar. Después de Gayo Julio César todos los emperadores de la gens Iulia, como se sabe, adoptaron su sobrenombre, nombre propio que pasó a ser nombre común, sinónimo de emperador y título honorífico de todos los césares siguientes. Resulta al fin que nuestro emperador más estoico era también el más cínico en el sentido moderno de la palabra. Lo que se dice a sí mismo el emperador, meditanto consigo mismo, es que tiene que mantenerse atento porque el poder puede nublarle la razón o, en terminología más moderna, corromperlo: No te cesarices, César; Napoleón no te napoleonices; individuo, no te individualices.

 
Cuando la dominación ve que sus bases son cuestionadas y empiezan a tambalearse, el Estado que la sustenta no tiene inconveniente en despojarse de su careta democrática más amable, y mostrar la verdadera cara dura de los cuatro poderes que lo constituyen: -el ejecutivo, que ejecuta, el legislativo, que legitima, el judicial que perjudica y criminaliza, y el cuarto poder, prensa y demás medios de masificación, que contribuyen a sostener la mentira toda de la realidad. En estos casos, las fuerzas de seguridad muestran su verdadera esencia haciendo que prevalezca la razón de la fuerza sobre la fuerza de la razón: el autoritarismo, la coacción, el terror, la impunidad más absoluta y brutal. 
 
 
 Las tentaciones de san Antonio, Robert Auer (1927)
 
Si la exhibición de la desnudez de hombres y mujeres normales y corrientes estaba prohibida por la censura eclesiástica, no era así si quienes exhibían sus vivos cueros eran los dioses paganos de griegos y romanos. De esta excusa se sirvieron pronto los artistas de todos los tiempos para expresar la belleza del cuerpo humano, so pretexto de retratar al Redentor semidesnudo en la cruz, por ejemplo, o el martirio de san Sebastián atravesado por las flechas de sus verdugos, o la tentación de un san Antonio acosado en el desierto por visiones concupiscentes de mujeres desnudas, que, en realidad, eran diablos o espíritus súcubos, o a nuestros primeros padres Adán y Eva en el paraíso, como Dios los trajo al mundo, antes de que se avergonzaran de su desnudez y nos avergonzáramos todos de la nuestra. 
 
Estudiando la lengua de Homero: Igual que el oro viejo, las palabras griegas resplandecen en la noche como las estrellas que están tan lejos y a la vez destellan cerca, como un puñado deslumbrante de monedas, tan entrañablemente nuestras, tan ajenas.
 
 
Hemos sido esclavos, después siervos, ahora somos empleados, públicos o privados, según nos contrate el Estado o el Capital, tanto monta, monta tanto, gracias a las florituras del lenguaje políticamente cortés; empleados, que no sólo quiere decir que tengamos un empleo, lo que no es poco en un país con varios millones de desempleados, sino también que el empleo nos tiene a nosotros, nos usa y abusa de nosotros. Los empleados hacemos hogaño las mismas cosas que hacían antaño los esclavos, pero se nos ha cambiado el nombre, brillante ejercicio retórico éste de dignificación apelativa, menudo eufemismo. 
 
El enemigo número uno es uno mismo porque uno hace siempre, aunque no quiera, lo que está mandado. Uno obra según su propia voluntad, así y sólo así obra según la voluntad de Dios, que eso es lo que quiere. Dios quiere que hagas lo que a ti te dé la gana, porque así y sólo así estás haciendo, sólo lo sabe Él, lo que Dios manda. 
 
Un alquimista tentado por el Lujo, Martin de Vos (1532-1603)
 
El Dinero Fiat se denomina así por la palabra latina que significa “hágase”, como aparece en la Biblia: Et dixit Deus: fiat lux et lux facta est. Y Dios dijo: hágase la luz y la luz se hizo. Sólo que hay que cambiar la luz por el dinero, con lo que corregimos la Vulgata: Et dixit Deus: fiat argentum et argentum factum est. Y Dios dijo: hágase el dinero y el dinero se hizo. Y si ahora cambiamos, siguiendo a Nietzsche, a Dios, que ha muerto, por el Estado, que es su nueva epifanía, corregiríamos de nuevo la Vulgata en el siguiente sentido: Et dixit Status: fiat argentum et argentum factum est. Y dijo el Estado: Hágase el dinero, y el dinero se hizo. El Estado, como moderno alquimista tentado por un desmesurado afán de lucro (luxury, luxuria en latín), creó el dinero, el oro virtual, que no existía,  de la nada.

jueves, 1 de julio de 2021

El síndrome de la cara sin rostro

    El síndrome de la cara sin rostro afecta, según los psicagogos, a las personas que se sienten inseguras pensando en la despenalización de la mascarilla, que ellos interpretan erróneamente que es un escudo protector, ahora que va a dejar de ser obligatoria en exteriores hasta nueva orden siempre que se respete la distancia de seguridad. 
 
    Se sienten desprotegidos si no llevan nada que cubra sus vías respirartorias ante posibles contagios del virus coronado de espículas. La retirada de la mascarilla en exteriores no es obligatoria, al contrario de lo que era su uso hasta ahora. Si una persona se siente protegida por llevarla es por el efecto placebo, no porque esté efectivamente protegida. 
 
    Recordemos lo que decían las autoridades cuando empezó todo esto, hace ya más de un año y medio: las mascarillas sólo sirven para que el que está enfermo no contagie a los demás, no para no ser contagiado. De ahí se sacó la norma totalitaria de que si todos llevábamos mascarillas no nos contagiaríamos los unos a los otros, olvidando que si uno está sano, no necesita llevarla porque no va a contagiar a nadie. 
 


    Ahora bien, aquellas personas que creen que la mascarilla las protege pueden padecer, inducidos por esa falsa creencia, el síndrome de la cara vacía que les generará ataques de pánico y crisis de ansiedad cuando vean a otras personas, potenciales contagiadores, sin ellas.
 
    Los psicagogos recomiendan a las personas que quieran tratarse la estrategia de la aproximación sucesiva y paulatina para que se acostumbren a la situación que les provoca miedo y ansiedad de manera gradual y flexible. 
 
    Igual que aprendimos hace año y medio a convivir con la mascarilla, algo que era impensable, podemos adaptarnos ahora como camaleones a vivir sin ella. 
 

     Este síndrome no es todavía un trastorno o enfermedad mental, dado que aún no ha sido tipificado en los manuales psiquiátricos de diagnóstico. Sí que se trata de un síndrome, es decir, de un conjunto de síntomas característicos que, según la docta Academia, pueden ser de una enfermedad o de un estado determinado, cuyas características en este caso son el miedo a contagiar o ser contagiado, la sensación de inseguridad o de desnudez y la incomodidad de interactuar con personas que no la llevan, lo que puede inducirnos a evitar los contactos sociales y a desarrollar una fobia social. 
 
    Una vez que hemos sido engañados al hacernos creer el Estado sanitario, provocándonos una distorsión cognitiva, que la mascarilla nos protegía a todos y cada uno, es normal sentirse ahora desprotegido y sufrir este síndrome de la cara sin rostro, máxime cuando el levantamiento de la prohibición viene de arriba y se interpreta se quiera o no se quiera como una orden. 
 
    Da risa el diagnóstico de los psicólogos, esos psicagogos o manipuladores de almas, del síndrome de la cara sin rostro. Si un individuo se quita la mascarilla, etimológicamente la personilla, lo peor que le puede pasar, si se mira en el espejo, es descubrir lo feo que es.