Son muchos los pintores que han plasmado el martirio de san Sebastián recibiendo los flechazos. Sirva como botón de muestra un ejemplo:
Pero me interesa sobre todo el tratamiento del tema que hace Giovanni Antonio Bazzi il Sodoma, que presenta al santo recibiendo de manos de un ángel del cielo la corona del martirio a modo de recompensa por haber dado testimonio de su fe inquebrantable soportando los efectos adversos del asaeteamiento que lo acabarían llevando a la muerte, es decir, a la otra vida, a la vida verdadera, que es eterna y no temporal como esta que vivimos el común de los mortales.
En el lienzo del florentino no aparecen los verdugos, aquellos arqueros mauritanos que por orden del emperador le habrían asaeteado en puntos no vitales de su cuerpo para alargar la agonía de su muerte, que han ejecutado su labor clavándole una flecha en las costillas, otra en el cuello y otra en un muslo, sino el santo de una belleza andrógina amarrado al árbol y atravesado por las flechas en actitud de recibir la iluminación de la gracia que le otorga el ángel del Señor como divina recompensa: la inmunización y salvación de su alma.
La corona es un símbolo de superación y de consecución, como se ve en el uso lingüístico de la expresión "coronar una empresa" para referirse al cumplimiento perfecto y, por lo tanto, definitivo de una obra. La corona es el símbolo visible de un logro. La corona de metal o diadema es además un símbolo de luz y de iluminación recibida, siendo como suele ser de oro radiante. La corona resplandeciente, como la que el ángel le impone al santo en el lienzo de Bazzi il Sodoma es el símbolo por excelencia de la más alta finalidad evolutiva: quienes triunfan sobre sí mismos, como los mártires, se santifican y logran la corona de la vida eterna.
Se creía en la Edad Media que la devoción a San Sebastián protegía de la peste. De hecho la ciudad de Donostia/San Sebastián lleva ese nombre en honor de su santo patrón, por cuya divina intercesión se habría puesto fin a la epidemia del año 1596. Donostia, es al parecer, la versión eusquera de su nombre latino: Done (abreviación de Domine) Sebastiane. La plaga asoló Pasajes y San Sebastián y cuando los efectos amainaron, los donostiarras atribuyeron el éxito a sus plegarias y rogativas a San Sebastián y a San Roque.
Pero el origen de dicha devoción se retrotrae a la Edad media, como queda dicho, y puede estar relacionado con la creencia antigua de que las epidemias que diezmaban periódicamente a la población europea eran un castigo de Dios, o retrotrayéndonos más aún, de los dioses, un castigo en definitiva que la divinidad lanzaba, a modo de flechas, contra la gente por alguna falta cometida que no había sido expiada.
Hay una tradición literaria muy antigua que remonta ya, por ejemplo, a nuestro primer poema épico, la Ilíada de Homero, en cuya rapsodia primera el dios Apolo desencadena la peste disparando sus mortíferas flechas entre el ejército griego por la injuria cometida contra su sacerdote Crises: “Posaba después de las naves al par; y dardo funesto / tiró, y tremebundo vibró del arco de plata el estruendo. / Primero a los mulos iba atacando y rábidos perros; / mas luego, asestando sus astipecinas flechas a ellos, /tiraba; y contino ardían sin número piras de muertos”. (Canto I, versos 48-52, traducción A. García Calvo). Los griegos caían como moscas asaeteados por Apolo.
Volvemos a encontrarnos a la peste en el inicio de Edipo Rey de Sofoclés, pues el desorden tiene a Tebas al borde del caos, "la peste odiosa avanza arrasando tierra y pueblo; / por quien se vacía la mansión de Cadmo, y negro / el Hades se enriquece en llantos y gemidos”. Edipo ha enviado a su cuñado Creonte a la mansión profética de Apolo a consultarle al dios qué puede “hacer o qué decir para salvar al pueblo”. Y el oráculo del dios le dice que la muerte del antiguo rey de Tebas, Layo, aún sigue impune, de lo que se deduce que a eso se debe el castigo divino de la plaga: “De su muerte claramente el dios encarga ahora / que se castigue a los culpables quienes sean”. Edipo emprende entonces la ardua tarea de expiar ese crimen, desterrando o matando al asesino del antiguo rey, y comienza su investigación policial, que le llevará a la revelación de Tiresias, el adivino ciego que paradójicamente todo lo ve, y que le espeta: “Asesino digo tú del hombre de quien indagas”. Resulta que el detective que investiga el caso de asesinato es el propio asesino y no es consciente de ello... Pero es la epidemia la que, otra paradoja, inicia la redención de Tebas. La plaga, que es el castigo justiciero de Apolo, no cesa hasta que se hace justicia, hasta que Edipo rey descubre que él es el asesino que buscaba y se arranca los ojos, y ciego marcha al exilio: su crimen no consistía en haber matado a un hombre, Layo, que era el rey de Tebas, sino a un hombre que era su propio padre que lo abandonó al nacer para que no sucediera eso mismo que había sido profetizado, y en haberle hecho hijos a su madre hasta que se haga justicia.
Si las flechas son la personificación mortal de la peste, y Sebastián no muere de resultas de los flechazos -al parecer le rescataron medio muerto unas mujeres y le curaron-, es porque en realidad alcanza la vida eterna: porque la muerte es la vida verdadera, no sujeta a la temporalidad. Como superviviente se le venera y como protector de la peste. Tradicionalmente, las plagas eran representadas como una lluvia de flechas que emanaban de la mano justiciera de Dios o de los dioses. Así, nació la creencia de que aquel que había sobrevivido a un ataque de flechas -San Sebastián, en el primero de sus martirios- era capaz de proteger a los devotos de las calamidades que diezmaron a la población durante la Edad Media.