La prensa saca la noticia a modo de globo sonda alarmista y alarmante de que el gobierno, basándose en la experiencia del año pasado, se plantea una Ley de Seguridad Nacional mediante la cual “todos los mayores de edad podrán ser movilizados en España en caso de crisis.”
Copio los dos primeros párrafos del artículo: Toda persona mayor de edad estará obligada a la realización de las “prestaciones personales” que exijan las autoridades competentes, siguiendo las directrices del Consejo de Seguridad Nacional, cuando se declare en España un estado de crisis. En este supuesto, todos los ciudadanos sin excepción deberán cumplir las órdenes e instrucciones que impartan las autoridades.
Así lo establece la reforma de la Ley de Seguridad Nacional que prepara el Gobierno y que incorpora algunas de las lecciones aprendidas durante casi año y medio de crisis sanitaria. (Los subrayados son míos).
Se trata de un anteproyecto. Probablemente algunos lectores se planteen que esto no puede ser, que es imposible que se llegue a una situación tan grave como esa, a una crítica “situación de interés para la Seguridad Nacional”. Dirán que es imposible que un gobierno de progreso como el que tenemos se atreva a algo así, porque sería ir demasiado lejos... Algunos llegarán incluso a compararlo con un Golpe de Estado perfecto habida cuenta de la militarización de la sociedad civil que presupone en unos tiempos en los que ya nos creíamos libres de la vieja mili que imponía el servicio militar obligatorio a los varoncitos en edad de merecer.
Pero ¿quién podía haberse imaginado hace unos años que íbamos a estar todos confinados sin poder salir de casa, que se establecerían toques de queda o restricciones de movilidad nocturna, según el ridículo eufemismo gubernamental, que se iba a imponer la obligación de portar mascarilla en interiores y exteriores y guardar la distancia de seguridad con los demás de seis pies, metro y medio en el sistema métrico decimal, que muchos vecinos, convertidos en policías de los balcones, iban a denunciar a sus convecinos por incumplimiento de las restricciones, que iba a ser preciso un salvoconducto para adquirir artículos de primera necesidad y para salir del término municipal, que se iba a proceder a una vacunación masiva e innecesaria sin prescripción facultativa, y que policías y hasta soldados patrullarían manu militari por las calles para velar por el respeto de las sacrosantas ordenanzas sanitarias, imponiéndose la más vergonzosa de las censuras, la moral y políticamente corregida, en los medios de masificación?
Ya hemos visto, en efecto, cómo cosas que parecían impensables como esta dictadura -¡democrática!- sanitaria han pasado a ser neonormales de un plumazo, sin ninguna resistencia, porque hay un caldo de cultivo previo que hace que unas medidas así se aprueben mayoritariamente por la población previamente adoctrinada en la mentira y amedrentada convenientemente. Son capaces de eso, y de mucho más una vez que han comprobado la falta de resistencia y la docilidad de la ciudadanía manipulada por todos los medios de masificación al servicio del Estado y capital.
Precisamente esta metáfora del “caldo de cultivo” que acabo de emplear, me trae a la memoria una fábula moderna, la fábula de las ranas y la cazuela de agua. No pertenece al repertorio tradicional grecolatino de Esopo y Fedro, donde sin embargo encontramos historias protagonizadas por ranas como, la más famosa de ellas, la de las que le pedían un rey a Zeus, y este, harto de sus reivindicaciones, les envió una hidra que se las zampó a todas, o aquella otra de las dos ranas que buscaban agua porque se les había secado la charca, y a la vista de un pozo, una aconseja saltar sin pensarlo más, pero la otra, más prudente, aconseja no hacerlo porque el pozo podría secarse y entonces no podrían salir de él... Tampoco aparece, por lo que se me alcanza, en el Panchatantra y la tradición india o la china, y no se encuentra en sus versiones medievales y posteriores, en las colecciones de Iriarte y Samaniego, entre nosotros, o Lafontaine, en lengua francesa, ni en las más modernas que yo pueda conocer.
Es una fábula contemporánea porque, no nos engañemos, nunca como ahora y nunca hasta ahora se había visto una aceptación tan acrítica de una situación tan insoportable y porque está inspirada en la más rabiosa actualidad, como suele decirse, es decir en una realidad que no se había sufrido hasta las postrimerías del siglo XX y comienzos del XXI, y que ahora adquiere todo su potencial significado, en plena dictadura sanitaria que te hace mal por tu propio bien, que te enferma en defensa de tu salud y finalmente te mata con la disculpa de salvar tu vida. La fábula es una parábola de dicha dictadura sanitaria.
Hay quien le atribuye la autoría al escritor franco-suizo Olivier Clerc (1961-...) que la publicó en su libro La rana que no sabía que estaba hervida y otras lecciones de vida (2005), pero el propio Clerc reconoce en una nota que el autor de esta alegoría, como él la denomina, es Marty Rubin, que publicó en 1987 El síndrome de la rana hervida.
Los griegos no tenían un término específico, como el latino "fabula", para referirse a estas pequeñas narraciones, caracterizadas por su brevedad. Unas veces las llaman logos y otras mythos, dos palabras que tienen una gran riqueza conceptual, y que, aunque ordinariamente se contraponen en la historia de la filosofía cuando se habla del paso del mythos al logos, son prácticamente sinónimos en el caso que nos ocupa. Estamos ante un logos que es un mythos y viceversa: un cuento que es un razonamiento, un razonamiento que es un cuento.
Otra de las características, junto a su concisión, es el carácter alegórico que utiliza generalmente el mundo animal para referirse al humano. Hay también una intención moral que le da un carácter pedagógico de interés para la vida, dado que se evalúa una conducta humana determinada. Pero lo que puede faltar, y a menudo lo hace, es la moraleja porque no necesita estar explícita, ya que en la mayoría de los casos, como este que nos ocupa, se halla implícita.
La fábula, sea en verso o en prosa, tiene un carácter generalmente anónimo y popular, por lo que a veces se recogen varias versiones con diversas variantes, como sucede con los chistes y las anécdotas; según quién cuente la historia adquieren relevancia determinados rasgos en detrimento de otros, que van perdiendo interés.
Pero vayamos ya a la fábula de las ranas y la cazuela de agua:
Una ranita saltó un día a una cazuela de agua fría. Alguien encendió de repente la lumbre. La rana no notó que el agua se iba templando a fuego lento. Ella nadaba y disfrutaba del agua cuya temperatura se iba caldeando más y más poco a poco, pero no se percataba del aumento gradual. Se sentía segura y despreocupada como cuando el sol en la canícula del estío templa el agua del estanque... La ranita se fue amodorrando. Enseguida dejó de nadar. Ahora se limitaba a flotar como un peso muerto. Finalmente se adormeció entre las burbujitas del agua que empezaba a hervir. Cerró los ojos y ya no volvió a abrirlos nunca más.
Otra rana, que la vio flotando plácidamente, se lanzó a la misma marmita, pero no aguantó ni un solo segundo en ella: -¡Me abraso!, -croó despavorida. Y saltó, a tiempo estuvo, escaldada pero viva librándose de aquella añagaza mortal.
No hace falta ninguna moraleja que nos explique lo que quiere decir la fábula.