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domingo, 4 de julio de 2021

THX 1138 o La parábola budista de la casa en llamas

    THX 1138, la ópera prima de George Lucas, el director de la setentera y comercial Guerra de las Galaxias, es hoy una película ya de culto que pertenece al género de la ficción científica, que es como debe llamarse propiamente la science-fiction (y no ciencia-ficción, como aquí se tradujo mal en su momento sin tener en cuenta que el orden de palabras del nombre y su complemento inglés es inverso al del español), que proyecta en el futuro una distopía o utopía negativa, en la línea de las grandes novelas pesimistas y al fin y a la postre realistas del siglo XX, también llevadas a la pantalla, Un mundo feliz de Aldous Huxley o 1984 de George Orwell, donde la humanidad vive subyugada por el poderoso Estado y por una religión a su servicio que invita al consumo, a ser feliz y a creer en las masas, o sea, en la democracia. 
 
 
    En ese mundo del futuro, la dominación del hombre por el hombre, lejos de haber desaparecido de la faz de la Tierra, se ha acentuado hasta extremos increíbles que dejan muy atrás a los regímenes totalitarios fascistas, comunistas y capitalistas clásicos de nuestra reciente historia. Cincuenta años después de rodada la película, se puede decir que no es una cinta visionaria, como se dice a veces, sino clarividente. 
 
    En la sociedad que él entrevió, los sedantes -los tranquilizantes nuestros, desde la tila al valium o el lexatín- son fundamentales, y existe una sedación legal pero también drogas ilegales, justamente como en nuestro mundo. Según los críticos cinematográficos se trata de “una estremecedora exploración del futuro y un examen del presente”, claro está, porque esta exploración del futuro no deja de ser una proyección no muy exagerada del presente en la pantalla ficticia del siglo XXV, un mundo dirigido por los ordenadores donde los seres humanos están programados, donde nadie tiene un nombre propio, sino sólo un número de serie, como nuestro protagonista THX 1138 que da título a la película y que encarna un jovencísimo Robert Duvall, un hombre cuyo cuerpo y mente están controlados por un gobierno que ha implantado una religión personificada por Om, la sílaba sagrada del hinduismo y una imagen del rostro de Cristo, que actúa de confesor y sirve de utilidad para controlar mejor a la población, y que sólo exige, como todos los credos religiosos, fe: una fe inquebrantable en la producción y en el consumo. 
 
    La virtud del filme no es que esté hablando del futuro, sino que nos habla de nuestra realidad, por aquello de que el futuro está aquí, siempre ha estado aquí, muy presente, en la que la mayoría de la gente necesita sedación para poder soportar lo insoportable: que su vida se sacrifique inmolada en aras de ese futuro omnipresente. No es ficción científica, sino un espejo donde nos reflejamos nosotros mismos y nuestro mundo circundante. 
 
 
    Es lógico que nuestro protagonista, que no sabe lo que le pasa porque ha perdido la fe en el sistema, quiera huir de la ciudad, que es como la casa en llamas de la parábola budista, aunque no sepa si podrá sobrevivir o no en el exterior. Eso no lo sabe, pero sí sabe, en cambio, que donde no puede seguir viviendo ya ni sobreviviendo siquiera ni un momento más es dentro, en la ciudad y en la cárcel en la que vive él y vivimos con él nosotros, los espectadores de su tragedia, que es la nuestra, condenados. 
 
    Pero THX 1138, al que veremos luchar desnudo en una escena de combate contra las fuerzas del orden que tratan de impedir la celebración del coito con su compañera, se rebelará como todos nosotros en nuestro fuero interno, e intentará escapar de un mundo donde todo está controlado, desde los pensamientos hasta los sentimientos y donde el amor, por lo tanto, es un crimen, el acto sexual un hecho delictivo, y la libertad sólo un sueño imposible. 
 
 Fotograma de la película THX 1138, George Lucas (1971)
 
     A algún espectador del público puede no gustarle mucho el final de la película, que es decepcionante y no muy convencional porque no se sabe si lo que hay fuera de la ciudad de la que consigue al fin escapar THX es bueno o malo, mejor o peor que lo que ha dejado dentro y atrás… A mí me ha gustado mucho su final, porque es, desde mi punto de vista, un final abierto, nunca mejor dicho: un luminoso rayo de luz arrojado sobre el mundo tenebroso que es nuestro mundo, o, mejor dicho, la realidad en la que vivimos. Nuestro protagonista consigue emerger de la ciudad subterránea y de la cárcel blanca en la que había sido encerrado por su mala conducta, cárcel que destaca por su claridad enceguecedora y deslumbrante por sus espléndidos fondos blancos y su minimalismo donde no hay ningún objeto que distraiga nuestra atención; sólo desentonan los robots-policías negros que no quieren hacernos daño, que trabajan por nuestra seguridad y por nuestro bien, que nos van a proteger de nosotros mismos y de nuestros malos pensamientos -¿os suena la argumentación? ¿no habéis oído nunca aquello de "vamos a haceros mal por vuestro propio bien"?-… 
 
    Los protagonistas (ciudadanos productores y consumidores, prisioneros) llevan un uniforme igualmente blanco y se caracterizan por su completa depilación. Me recuerda la parábola budista de la casa en llamas que cuenta Bertolt Brecht en sus Historias de almanaque (1949): «—Vi no hace mucho una casa que ardía. Las llamas / devoraban el tejado. Al acercarme advertí / que en su interior quedaba aún gente. Fui / a la puerta y les grité que el fuego llegaba ya al tejado y que debían / por tanto salir inmediatamente. Mas allí nadie / parecía tener prisa. Uno me preguntó, / mientras le chamuscaba el fuego las dos cejas, / qué tal tiempo hacía fuera, si llovía, / si hacía viento, si existía otra casa / y cosas por el estilo. Sin responder, / salí de nuevo. Estos, pensé, se abrasarán mas / seguirán preguntando. En verdad, amigos, / a quienes el suelo que pisan, la planta de los pies no queme tanto / que sientan deseos de cambiarlo por otro cualquiera, / nada tengo que decirles—. Así habló Gautama, el Buda» (versión de Jesús López Pacheco sobre traducción de Vicente Romano)Lo que hay fuera no puede ser peor que lo de dentro: cuando se quema nuestra casa es absurdo preocuparse de cuál será el tiempo que hace fuera, si bueno o malo, de por qué se quema, quién ha sido el autor del incendio, si fue un accidente o la obra de un pirómano, cómo se inició el fuego, etc.; lo que procede, en vista de que no podemos apagar las pavorosas llamas, es salir huyendo cuanto antes sin preocuparnos de qué gracias o desgracias pueden esperarnos fuera. 
 
 Fotograma de la película THX 1138, George Lucas (1971)
 
    Si estamos dentro no podemos saber lo que hay afuera hasta que hayamos salido y nos hayamos librado del peligro interior. Me gusta el final con ese momento en que THX 1138 consigue escapar de la ciudad agobiante, y presencia la puesta de sol. 
 
    No es cierto lo que reza el refrán, pensé, de que vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer. No es verdad. Esto es lo que nos enseña la parábola budista de la casa en llamas, su moraleja: lo bueno, conocido o no, siempre valdrá más que lo malo aquí y en Afganistán. La verdad te hace libre; la fe creyente.