miércoles, 13 de mayo de 2020

Memento mori: moriremos.

La opinión, porque no es más que una opinión, que quede claro desde el principio, de que morir es algo malo, lo peor que le puede pasar a uno en la vida, no es una opinión cualquiera como cualquier otra: es la opinión fundamental y generalizada entre los seres humanos, nuestra opinión constitutiva y constitucional, por así decirlo, y es el epicentro de todas las opiniones humanas. Si en algo nos diferenciamos del resto de los seres vivos, es en que nosotros sabemos que vamos a morir. Nos lo tienen enseñado desde muy pequeños.  Y lo tenemos aprendido y creemos, además, que eso no es bueno.

Frente a esta opinión se puede esgrimir la contraria, como creo recordar que hacía Cicerón en sus Conversaciones en la villa de Túsculo: morirse es lo mejor que le puede pasar a uno en la vida.  Traía el ilustre abogado, ya en su vejez, en apoyo de esta tesis la historia de Trofonio y Agamedes, los dos arquitectos que construyeron el templo consagrado a Apolo en Delfos. Una vez realizada su obra, le pidieron al dios que les concediera como recompensa no algo en concreto, nada específico de eso que suelen pedir los hombres como salud, dinero o amor, sino lo que él, en su inmensa sabiduría, considerara que era el mejor premio que les pudiera conceder. 

 Ruinas del templo de Apolo en Delfos
 
El dios les manifestó a través de un sueño que fueran al tercer día a buscarlo al templo que habían construido, donde lo hallarían. Al fin iba a desvelarse el secreto mejor guardado de todos los tiempos: qué era lo mejor para el hombre. 

Pues bien, al tercer día Agamedes y Trofonio acudieron al templo a buscar lo que habían pedido. Allí mismo fueron ese mismo día hallados muertos con una sonrisa de felicidad e incredulidad en sus rostros que indicaba que aquello que les había sido concedido no era un castigo, como ordinariamente creen los seres humanos, sino la mayor recompensa por la trayectoria de toda una vida. 

Hay otra leyenda en el mismo sentido. La cuenta Heródoto, el padre de la Historia, con mayúscula, y la pone en boca de Solón, uno de los siete sabios de Grecia, que se la contó al rey Creso. La anécdota está relacionada también con Delfos, aunque transcurre en Argos, porque en Delfos se hallaron las dos estatuas que datan del siglo VI antes de nuestra era, de los dos mozos Cléobis y Bitón desnudos, los dos hermanos gemelos como dos gotas de agua de robustos cuerpos y largas trenzas. Eran hijos de Cídipe, la sacerdotisa argiva de Hera. En una ocasión en que debía acudir desde Argos al templo de la diosa, al Hereo a presidir un festival en su honor, no podía hacerlo porque los bueyes que debían tirar del carro no habían vuelto de la arada. El tiempo apremiaba. Estaba a punto de comenzar la solemnidad, y la sacerdotisa no llegaba...

Cléobis y Bitón, siglo VI a. C.

Ambos hermanos, ni cortos ni perezosos, se uncieron entonces ellos mismos a la gamella y tiraron del carro que llevaba a su madre e hicieron a toda velocidad a pie el recorrido completo de cuarenta y cinco estadios, unos ocho quilómetros,  -cuesta arriba en su último tramo, porque el santuario se encontraba en lo alto de una colina. 

Una vez allí, la madre le rogó a la diosa Hera que les concediese a los dos gemelos el mejor regalo que el cielo le pudiera otorgar a una persona, ya que habían honrado con su gesto a la diosa y a ella misma, su madre, por lo que humildemente le suplicaba para ellos el don más preciado que pudiera alcanzar un hombre en vida. 

La diosa, agradecida, se lo concedió. Ambos muchachos, exhaustos como estaban, fueron hallados, después de los sacrificios rituales y del banquete, yaciendo en el suelo y sumidos en lo que parecía un profundo y agradable sueño, después de la fatiga del esfuerzo y de la opípara comida. Pero ya no despertaron nunca porque era la muerte el regalo que Hera les había concedido. 

Los argivos mandaron hacer unas estatuas de ellos y las consagraron a Apolo en Delfos, donde se hallan actualmente, en el museo de la localidad, no lejos de las ruinas del templo, en la falda del monte Parnaso. 

Traíamos aquí a cuento el otro día la cita de Epicteto “Conturban a los hombres, no las cosas, sino las opiniones que de ellas tienen. Por exemplo, la muerte no es un mal, porque si lo fuera, así lo habría sentido Sócrates. Es un mal, sí, la opinión de la muerte, que un mal la juzga." (Traducción de don José Ortiz). Con ella el sabio estoico que como Sócrates no dejó nada escrito pone en duda la maldad de la muerte, recurriendo al criterio de autoridad: Sócrates. Magister dixit. Lo ha dicho el maestro. Pero que no sea un mal no significa ni conlleva que sea un bien.  Si la muerte fuera un mal, Sócrates lo hubiese sabido. ¿Por qué? Porque Sócrates, según el oráculo de Delfos, era el hombre más sabio del mundo. Pero ¿en qué consistía su sabiduría? No más, ni menos, que en el reconocimiento de su ignorancia. Sócrates no tiene la certidumbre de que la muerte sea un mal, pero tampoco de que sea un bien, porque no tiene ninguna certeza: solo incertidumbre. Recordemos las últimas palabras de su discurso de defensa ante el jurado que lo condenó a muerte: "Pero, sí, ya es hora de que nos marchemos, yo a morir, vosotros a vivir; pero cuáles de nosotros vamos a mejor negocio, cosa es oscura para todo ser, salvo si acaso para el dios." (Platón, Apología de Sócrates).

Es muy difícil combatir la opinión de que la muerte sea algo malo, sin que caigamos en la opinión contraria de que es algo bueno, y aun más, lo mejor que le puede ocurrir a uno, y algo que deberíamos procurarnos enseguida. 

Es muy difícil no caer en un juicio de valor sobre algo que desconocemos radicalmente, porque no tenemos ninguna experiencia previa de la muerte, y porque la certeza que tenemos de ella se da en otros seres vivos, no en nuestras propias carnes, ni podremos experimentarla tampoco nunca, como diría Epicuro, cuando estemos muertos porque entonces ya no experimentaremos nada. 

 
Joven que sostiene una calavera, Frans Hall (c. 1616)


Sin embargo estamos condenados a muerte por el célebre silogismo, cuyas premisas son “todos los hombres son mortales, Sócrates es un hombre” y su inevitable conclusión: “luego Sócrates es mortal”. La versión políticamente corregida por el extremo celo feminista de las premisas del silogismo reza, no vaya a ser que alguien crea ingenuamente que se libran las mujeres de la condena a muerte: “todos los seres humanos son mortales, Sócrates es un ser humano, luego Sócrates es condenado a la pena capital”. 

El miedo a la muerte, por lo tanto, nos constituye decisivamente como personas. Recordemos en este punto el saludo de los monjes cartujos: Hermano, morir habemos. Dice uno, y el otro le responde: Hermano, ya lo sabemos. 

Ese “morir habemos” es la perífrasis verbal que da origen a nuestro Futuro Imperfecto o Simple, según otros, del modo Indicativo de nuestras gramáticas escolares: morir habemos,   morir hemos, (hemos de morir, tenemos que morir)  moriremos

Esa conciencia de nuestra condena a muerte es lo que nos constituye y nos define, frente a otros seres vivos, que la ignoran. Pero esa condena a muerte no es más que una condena al futuro. Las personas no estamos libres del miedo a la muerte y de la opinión de que es lo peor que nos puede pasar, pero hay algo dentro de nosotros que, sin empujarnos a la opinión contraria y a precipitarnos a todos al suicidio, como se oye neciamente a veces (“Si no crees que la muerte es algo malo ¿por qué no te suicidas?”), llamémoslo “sócrates” o simplemente “razón”,  nos dice que no hay razones para temer ni tampoco para desear lo que se desconoce.

Pero en las personas no manda la razón, que sin embargo a todos nos es común, como diría Heraclito; mandan las opiniones personales, y estas están alimentadas por el miedo, un miedo que no nos deja vivir, sino que nos obliga a hacer planes para el futuro, es decir, a posponer la vida, sabiendo como sabemos que en el futuro no se vive, que tan sólo se vive no vamos a decir en el presente, que no deja de ser otra idea, sino “aquí” y “ahora”, dos adverbios deícticos que apuntan a lo que está fuera del lenguaje y que rompen la ilusión espacial y temporal. 

No, en el futuro no se vive, porque el futuro tan solo es promesa de vida y amenaza de muerte. No está aquí y ahora, pero es lo que nos mata a nosotros aquí mismo y ahora mismo.

martes, 12 de mayo de 2020

Mensajería política breve

Las religiónes cristiana y mahometana se preocupan más por la otra vida, que es la verdadera, que por esta que tenemos, que es la real y falsa por lo tanto. 

Atareados como están tomando decisiones, no tienen tiempo de razonar y poner en cuestión las decisiones -idioteces- que se les ocurren y acaban imponiéndonos.

Las relaciones personales fuera del núcleo familiar confinado, cada vez más restringido al individuo o a la pareja y poco más, son exclusivamente telemáticas. 

No hay contagio porque no hay contacto, que etimológicamente es lo mismo. Los únicos contactos permitidos, los virtuales. Las redes sociales son la sociedad. 

El “distanciamiento social” o "físico", como dicen otros, es un significativo eufemismo del nuevo orden mundial que desde las altas esferas quieren imponernos.

El prójimo se ha convertido en eventual agente patógeno y fuente de contagio. No debemos aproximarnos. Sólo se permite el contacto virtual, sin roce corporal.

Por razones de seguridad cercenan las libertades formales. No vamos a decir la Libertad, con mayúscula, que no pueden porque no existe, pero sí las libertades.


La industria farmacéutica está más interesada en hacer crónicas las enfermedades que en curarlas; sus medicamentos son placebos que alargan así la enfermedad.

Un bulo es una noticia falsa, una trola como una bola, pero, en verdad, todas las noticias son bulos, incluidas las reales, siempre falsas, nunca verdaderas. 

Significa poco que un gobierno democrático esté a la derecha o a la izquierda, lo significativo es que está arriba, y el pueblo abajo, nicho de votos y mercado.

Infodemia: neologismo híbrido grecolatino vía inglesa: sobreabundancia de información que hay y que en vez de aportar claridad a los asuntos provoca confusión.


Gracias a nuestra conexión a la Red Informática Universal, se perfecciona la dominación haciéndose extensible más allá de las barreras físicas de la presencia.

El término especular procede de speculum, que significa “espejo”, de ahí la creencia de que la imagen que vemos en el espejo, nuestro reflejo, éramos nosotros. 

Tanto en la vida laboral como en la privada se nos dice que hay que estar conectados, permanentemente en alerta, siendo la desconexión una utopía irrealizable. 

Libertad de expresión ¿para qué? ¿Para expresar un pensamiento esclavo en un lenguaje servil que descerraja como sonoros cuescos ideas y opiniones personales?

domingo, 10 de mayo de 2020

Identidad y minoría de edad

¿Quién puede juzgar dónde empieza la mayoría de edad y el uso de razón y dónde acaba la infancia? ¿No hay acaso una línea de sombra cuyo espesor varía según los casos? Quizá esa línea sea la responsabilidad de los actos. 

El niño, que es proteico, es irresponsable de sus actos. Se supone que cuando puede responder de ellos, es porque ha accedido a la mayoría de edad. 

¿Quién es, sin embargo, totalmente responsable de sus actos? ¿Nosotros mismos? Imposible. Nuestra identidad personal que se oculta bajo nuestro nombre propio es siempre cuestionable. 

Antonio Machado, en carta a Juan Ramón Jiménez, a principios de 1913 le confesaba lo siguiente: "Yo mismo me pregunto algunas veces ¿quién escribe muchas cosas que salen de mi pluma? Me declaro irresponsable de las tres cuartas partes de todo cuanto he hecho y de cuanto haga en lo sucesivo."  


Porque ni siquiera  somos los mismos: en un instante, como por arte de magia, bendita artimaña, hemos dejado de ser lo que éramos y cambiado, somos ya otros distintos: somos y, a la vez, oh paradoja, no somos los mismos, por lo que no podemos responsabilizarnos de nuestros actos ni acceder a la mayoría de edad,  y seguimos viviendo en el más inocente de todos los paraísos, la infancia. 

El perdón cristiano de todos nuestros pecados radicaría en la absoluta inocencia del que no puede ostentar una identidad personal que justifique y lo responsabilice de todos y cada uno de sus actos.

sábado, 9 de mayo de 2020

Del cáñamo y el cánnabis

Resulta curioso el poder significativo de las palabras: si decimos cáñamo, que es la palabra patrimonial castellana derivada de cannabum, variante alomorfa de cannabim, estamos hablando, según la Academia de la “planta anual, de la familia de las cannabáceas, de unos dos metros de altura, con tallo erguido, ramoso, áspero, hueco y velloso, hojas lanceoladas y opuestas, y flores verdosas”.

Con "cáñamo" nos referimos también por metonimia a cualquier cosa de cáñamo como fibras textiles derivadas de esa planta, tales como la estopa, o distintos tipos de cordajes  o unas alpargatas, sin ir más lejos. Y denominamos "cañamón" a la semilla del cáñamo, que se utiliza, entre otras cosas, para alimentar pájaros, como revela el refrán: "No por miedo de gorriones se deja de sembrar cañamones".

Diciendo "cáñamo" nos hallamos ante una sustancia perfectamente normal como cualquier otra. Estamos dentro de la ley comercial de la oferta y la demanda. Pero, sin embargo, si decimos “cannabis” que es, más que el cultismo, el latinismo y nombre científico de la misma planta, estamos hablando de una sustancia ilegal estupefaciente (“preparación a base de una o más partes del cáñamo índico que, consumida de distintas maneras, especialmente fumada, tiene propiedades estupefacientes o terapéuticas", según la misma Academia). 

Y entonces aparecen los otros nombres populares concurrentes para referirse a ella, como marihuana o mariguana, maría, hierba (por antonomasia) o hachís (que es lo mismo que “hierba” pero en árabe clásico), sobre todo si nos referimos a la resina del cáñamo índico previamente desecado.

Esta planta era perfectamente conocida y cultivada por los antiguos romanos, según noticias de Plinio, Columela y otros:
 
HERBA CANNABIS SILVATICA

Del herbario del pseudo-Apuleyo

  
Imagen tomada del manuscrito iluminado Sloane 1975 de la Biblioteca Británica, realizado en torno a 1190 en Inglaterra o norte de Francia (f 44 v, detalle).

Nomen istius herbe Canabe (El nombre de esta hierba (o planta) es cánnabis). Nascitur autem hęc herba locis asperis et secus vias iunxta sepes. (Nace esta planta en lugares agrestes y al borde de los caminos junto a las cercas). Prima cura ipsius ad sanandum. (Su principal utilidad es para sanar).  

En la página siguiente se habla de sus efectos: Miraberis bonum effectum (Admirarás su buen efecto).



Según el Herbario del pseudo-Apuleyo, la herba Cannabis siluatica, es decir la planta silvestre del cáñamo sirve para curar por un lado el dolor de los pechos o mamario (ad mamillarum dolorem): Ponga la planta de cáñamo silvestre machacada con grasa (la axungia latina, origen etimológico de nuestra "enjundia", nombre de la gordura o manteca de cualquier animal), reabsorbe el edema o tumor, y si hubiera una erupción, la hace desaparecer. (Herbam cannabem siluaticam tunsam cum axungia imponat, discutit tumorem, et si collectio fuerit, expurgat); y por otro lado sirve para las quemaduras producidas por el frío (ad frigore exustos). En este caso: amasarás el fruto de la planta del cáñamo silvestre triturado con semilla de ortiga y vinagre y lo aplicarás encima de ellas (Herbae cannabis siluaticae fructum tritum cum orticae semine et aceto subiges et eis impones).

viernes, 8 de mayo de 2020

Enseñanza on line

A raíz de la pandemia se han suprimido en España, por lo que yo sé y hasta fecha de hoy mismo, las clases presenciales en los centros de enseñanza, que se han cerrado de golpe y sopetón a cal y canto.  Pero la Escuela se ha reinventado sobre la marcha enseguida y ha pasado del confinamiento de los jóvenes en las (j)aulas a meterles estas en casa, donde están igualmente recluidos bajo confinamiento.  

Las (j)aulas son ahora virtuales,  pero como decía aquel cantar "aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión". Son ahora virtuales, sí, pero no porque hayan desaparecido o corran peligro de desaparecer, sean imaginarias y estén en vías de extinción, sino porque han entrado, igual que el teletrabajo, en casa y el hogar, en la vida privada del recinto familiar.

Así como algunos trabajos, en efecto, relacionados con la administración del Estado y de las empresas se han convertido en teletrabajos, la Escuela se ha transformado en telescuela, docencia telemática, con un aumento considerable de carga lectiva y de horario delante de la pantalla del ordenador, de la tableta o del móvil tanto de profesores como de alumnos. 

La posición autoritaria y evaluadora del profesor no se ha visto mermada, antes al contrario; se ha reforzado telematizándose.  Se habla ya de establecer de iure algo que ya está establecido de facto: la implantación de un sistema mixto que combine la educación presencial con la educación en línea (on line, en la lengua del Imperio), alternándola. 


Esto complica sobre todo la tarea de los profesores, forzados a trabajar de forma presencial, como siempre,  con un grupo reducido de alumnos en clase, la mitad de la clase -se habla de un tope de quince alumnos-, por ejemplo, para evitar contagios, y a trabajar al mismo tiempo telemáticamente con la otra mitad para los que ese día les tocó quedarse en casa, duplicando su jornada laboral e introduciéndola más en el ámbito de la vida privada de los propios profesores, que ven así incrementados sus horarios y trabajo sin que ello suponga un incremento de salario. 

Parece, por otra parte, que son pocos los niños (algunos lo cifran en menos de un 15%) los que todavía no tienen acceso a la Red Informática Mundial (World Wide Web en la lengua del Imperio). Esta cifra puede ser algo superior, pero eso no impide la impartición telemática a la mayoría conectada, que ya es un hecho. Además, desde hace tiempo, las administraciones educativas tratan de que ningún alumno se quede atrás, desconectado, por no tener acceso a las Tecnologías de la Información y la Comunicación, las famosas TIC, porque según la monserga de la jerga pedodemagógica y su verborrea al uso eso “sería un elemento de quiebra de la equidad, de la igualdad de oportunidades y de la exclusión” (sic).

El problema práctico que se plantea para el próximo curso que se nos echa encima, pues está claro que los cursos no van a dejar de caerles encima uno detrás de otro a las nuevas generaciones, puede resolverse con soluciones altruistas de préstamo por el propio centro educativo o por las administraciones del Estado, suministrándoles la conexión que ahora les falta a esa minoría “desfavorecida” afectada por la “brecha digital”. 

Los pedagogos más optimistas se frotan las manos y apuntan a que de esta crisis puede salir algo bueno, como el refuerzo -cómo no- el propio sistema educativo, y que la pandemia puede ser el catalizador que impulse por fin la transformación de todo un sistema de enseñanza anclado en el pasado y obsoleto, basado en la memorización, en otro auténticamente "educativo", cimentado en el adoctrinamiento y en la adquisición de las mágicas (in)competencias. Que Dios nos coja confesados. 

miércoles, 6 de mayo de 2020

Cuarentena

El término “cuarentena”, como se sabe y se le ocurre enseguida a cualquiera fácilmente, está relacionado, igual que "cuarentón", con el número cuarenta. Deriva del latín quadraginta, que era el nombre de este número cardinal que multiplicaba diez por cuatro e indicaba, por lo tanto, cuatro decenas (al igual que el ordinal quadragesima (dies) es el origen de la religiosa "cuaresma" por la duración de cuarenta días de este período religioso). 

Su importancia, sin embargo, no procede del mundo romano, sino de la tradición judeocristiana. En efecto, si vamos al Antiguo Testamento, concretamente al libro del Génesis, que es el origen de todo, se nos habla del Diluvio Universal que decretó Dios. Leamos, por ehjemplo Génesis 6.5: Viendo Yavé cuanto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra y que su corazón no tramaba sino aviesos designios todo el día, se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra, doliéndose grandemente en su corazón, y dijo: “Voy a exterminar al hombre que creé de sobre la haz de la tierra, y con el hombre, a los ganados, reptiles y hasta las aves del cielo, pues me pesa haberlos hecho”. (Cito como de costumbre por la traducción de Nácar-Colunga) 




Leemos, pues, que Yavé, o sea, Dios se arrepintió de haber creado al hombre y decidió el exterminio, pero exceptuó a Noé, al único que encontró justo en esa generación, y a toda su casa, y le ordenó que construyera un arca de madera, porque iba a arrojar sobre la tierra un diluvio que haría perecer todo lo que había creado. Asimismo le dice: “dentro de siete días (otro número mágico, origen de la semana) voy a hacer llover sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches”. Y así fue, según el relato bíblico: Se rompieron todas las fuentes del abismo, se abrieron las cataratas del cielo, y estuvo lloviendo sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches.

Ahí tenemos, por primera vez, la mención de este número en la Biblia. La segunda aparición la leemos en el libro del Éxodo 24, 18, donde se nos dice que Moisés subió solo a la cumbre del monte Sinaí y permaneció “cuarenta días y cuarenta noches” antes de bajar con las Tablas de la Ley de los Diez Mandamientos, el famoso Decálogo. 

Cuarenta años vivió también Moisés como pastor en la tierra de Madián y cuarenta años duró el éxodo judío vagando por el desierto. Igulamente la esclavitud de los hebreos en Egipto había durado cuarenta décadas. 

 Autorretrato de Edvard Munch tras sufrir la gripe española, 1919

Asimismo, en el Nuevo Testamento hallamos que Jesucristo permaneció ayunando durante "cuarenta días y cuarenta noches" en el desierto hasta que al fin tuvo hambre (Mateo, 4, 1). Esto nos lleva a relacionarlo con la cuaresma, que rememora las seis semanas que van del domingo de Cuaresma al de Resurrección. La cuaresma (quadragesima dies) el cuadragésimo día antes de la Pascua. Comienza, en el rito latino, el Miércoles de Ceniza y termina en la tarde del Jueves Santo.​  

El número cuarenta, contabilizando días o años, simboliza en la tradición bíblica los períodos de retiro y aislamiento, pero también está relacionado con la purificación de la mujer después del puerperio. Así tenemos que María presenta a Jesús en el Templo cuarenta días después del parto navideño, el día 2 de febero, festividad de La Candelaria. 

Según Levítico 12, 1-5 Cuando dé a luz una mujer y tenga un hijo, será impura durante siete días; será impura como en el tiempo de su menstruación. El octavo día será circuncidado el hijo, pero ella quedará todavía en casa durante treinta y tres días en la sangre de su purficación; no tocará nada santo ni irá al santuario hasta que se cumplan los días de su purificación

Estas referencias judeocristianas impregnaron al número cuarenta de un halo mágico, lo que hizo que el gobierno de la Serenísima República de Venecia, en el año 1348 declarara el aislamiento preventivo de los buques que llegaban a su puerto ante el primer brote de la Peste Negra. Estos no podían desembarcar hasta que se cumpliera el periodo de “quaranta giorni” (cuarenta días). 

Hoy en día el término cuarentena alude al aislamiento preventivo ante enfermedades contagiosas, pero la duración de ese período varía según los casos y los gobiernos.

Las personas infectadas eran separadas del resto para evitar la propagación de la enfermedad entre los antiguos israelitas bajo la ley mosaica, como se establecía en el Antiguo Testamento.​ Por ejemplo, leemos en Números 5: Habló Yavé a Moisés, diciendo: Manda a los hijos de Israel que hagan salir del campamento a todo leproso, a todo el que padece flujo y a todo inmundo por un cadáver. Hombres y mujeres, todos los haréis salir del campamento para que no contaminen el campamento en que habitan

Lo que no se había visto hasta ahora es que toda la población fuera puesta en cuarentena o confinada ante una virulenta irrupción de un virus.

lunes, 4 de mayo de 2020

Seguiriyas contra el encierro, que es palabra más popular que confinamiento.

Si insisten, me pongo 
mascarilla ahora, 
pero mordaza no voy a ponerme
 que calle mi boca. 

Maldigo el Estado
 que nos acuartela, 
que dice velar por nuestra salud 
mientras nos apesta. 

No estoy encerrado
 por mi voluntad; 
me estabularon igual que al ganado,
 muy a mi pesar. 

 

 Me dejan salir
 a que haga las compras,
 pero no me dejan, niña, ir a verte,
 y a besar tu boca.

 Algunos dan palmas
 y fuertes aplausos, 
a encerrarse en casa como Dios manda: 
la claque del teatro.

 Por causa de un virus,
 por culpa de un bicho
 nos meten miedo en el alma y el cuerpo
 y de él nos morimos.

 Peor que la gripe
 del año pasado, 
esta, que es la actual, la que nos lleva
 hasta el otro barrio. 

 Los amantes, René Magritte (1928)

 Un virus muy malo
 que mata a la gente,
 peor que el virus coronado: el miedo, 
peor que la peste. 

Que use el cirujano
 mascarilla y guantes, 
que a nosotros, ay, maldita la falta, 
 niña, que nos hacen. 

 El cordero siempre
 se cuidó del lobo,
 no del pastor, que devoró al cordero, 
ay, después de todo. 

 No tiene sentido
 vivir así, mira, 
que por querer librarnos de la muerte 
 perdamos la vida. 

Aunque nos levanten
 el confinamiento,
 seguiremos en verdad encerrados;
 no nos engañemos.

 Fotografía de Gabriel Pérez-Juana (2020)


 Por miedo a enfermar, 
enfermé de miedo. 
Por miedo a la muerte, sólo una idea, 
de miedo me muero.

domingo, 3 de mayo de 2020

Encuentro fortuito con Epicteto

Me llega casualmente vía correo electrónico una cita sobre la muerte atribuida a Epicteto (50-125?). Se trata de una máxima, es decir de una frase que en pocas palabras dice muchas e importantes  cosas, vulgarizada hasta la saciedad en la Red, que dice así: "La fuente de todas las miserias para el hombre no es la muerte, sino el miedo a la muerte". 


Investigando sobre ella, descubro que pertenece a las Disertaciones por Arriano, libro III, 26, 38 de Epicteto, el esclavo que llegó a ser filósofo estoico. Hay que decir que Epicteto como otros maestros de la antigüedad no escribió nada, y que sus enseñanzas fueron orales. Fue su discípulo, el historiador Arriano de Nicomedia, quien puso por escrito el pensamiento de su maestro en las dos obras que nos han llegado, el Manual y las Disertaciones. Hay traducción española de esta obra, publicada por la Bilioteca Clásica Gredos, núm. 185, de Paloma Ortiz García con introducción y notas.

La frase en su original griego no es una afirmación sino una pregunta retórica: ἆρ᾽ οὖν ἐνθυμῇ, ὅτι κεφάλαιον τοῦτο πάντων τῶν κακῶν τῷ ἀνθρώπῳ (καὶ ἀγεννείας καὶ δειλίας) οὐ θάνατός ἐστιν, μᾶλλον δ᾽ ὁ τοῦ θανάτου φόβος; que podríamos traducir literalmente más o menos así: ¿Acaso no entiendes que el fundamento precisamente de todos los males para el hombre (tanto de la falta de nobleza como de la cobardía) no es la muerte, sino más bien el miedo a la muerte? 

Lo que suele traducirse por “la fuente”, “la raíz”, o aquí "el fundamento" se dice en griego κεφάλαιον τοῦτο que propiamente significa "el punto capital" (así en la traducción de Paloma Ortiz: ¿No te das cuenta de que lo capital de todos los males para el hombre y de la falta de nobleza y de la cobardía no es la muerte, sino más bien el miedo a la muerte?), o, lo que es lo mismo, "lo más importante", relacionado como está con la cabeza ἡ κεφαλή. 

 Detalle del Triunfo de la Muerte, Brueghel el Viejo (1562)

Más conocida entre las obras de Epicteto es el Manual entre nosotros, en cuyo capítulo quinto insiste de otra manera sobre la misma idea. A fin de cuentas, como dice Paloma Ortiz, Epicteto, "maestro de profesión, no podía verse libre de la más tiránica de las servidumbres pedagógicas: la repetición": Ταράσσει τοὺς ἀνθρώπους οὐ τὰ πράγματα, ἀλλὰ τὰ περὶ τῶν πραγμάτων δόγματα· οἷον ὁ θάνατος οὐδὲν δεινόν ἐπεὶ καὶ Σωκράτει ἂν ἐφαίνετο, ἀλλὰ τὸ δόγμα τὸ περὶ τοῦ θανάτου, διότι δεινόν, ἐκεῖνο τὸ δεινόν ἐστιν.  Así traduce la frase Paloma Ortiz: Los hombres se ven perturbados no por las cosas, sino por las opiniones sobre las cosas. Como la muerte, que no es nada terrible -pues entonces también se lo habría parecido a Sócrates- sino que la opinión sobre la muerte, la de que es algo terrible, eso es lo terrible.

Otra versión, mucho más antigua del mismo texto en nuestra lengua: Conturban a los hombres, no las cosas, sino las opiniones que de ellas tienen. Por exemplo, la muerte no es un mal, porque si lo fuera, así lo habría sentido Sócrates. Es un mal, sí, la opinión de la muerte, que un mal la juzga. (Traducción de don José Ortiz, publicada en Valencia en 1816, del Enchiridion o Manual de Epicteto, de la que nos ofrece también su propia versión latina “atada en lo posible al texto griego”: Perturbant homines non ipsae res, sed opiniones quas de rebus habent. Exempli gratia: mors malum non est, alioquin et Socrati talis visa foret; sed opinio de morte, quae malum eam iudicat, malum est). 

La deuda con Sócrates, a través de Platón en este caso, es evidente. Epicteto sostiene, al igual que Sócrates, que nadie hace mal a sabiendas, que sólo se obra el mal por ignorancia: "Cuando alguien asiente a lo falso, sábete que no quería asentir a lo falso -pues toda alma se ve privada de la verdad contra su voluntad-, sino que la mentira le pareció verdad". (Disertaciones I, 28, 4-5).   



Lo que te mata no es el virus, perfecta alegoría de la Muerte que todos llevamos dentro, sino el miedo. El miedo te mata porque no te deja vivir. No se puede vivir con miedo. No porque no se pueda, porque de hecho se puede y es como vivimos habitualmente, o, mejor dicho, como sobrevivimos y existimos. No se puede vivir con miedo porque el miedo es lo que no nos deja vivir, lo que nos mata. El miedo es nuestra muerte cotidiana. 

El enemigo, por otra parte, ya no es el otro. El infierno ya no son los otros, como dijo Sartre. Somos nosotros mismos. O mejor: el enemigo soy yo mismo, está latente o patente dentro de mí. El bicho o virus coronado como el rey soy yo. El miasma de la peste está dentro de mí, que soy a la vez fuente y susceptible de contagio. Ya lo dice la letra de la canción del Dúo Dinámico que entonan a modo de himno: Resistiré: Cuando mi enemigo sea yo. 

Pero la verdadera peste, el verdadero virus que mata es el miedo, el miedo a la muerte, una muerte de la que no tenemos ninguna experiencia propia, que siempre nos es ajena. Son los demás los que se mueren, no nosotros. Todavía. Porque nuestra muerte -mors certa, hora incerta; muerte cierta, hora incierta- está inscrita en el futuro, es una amenaza que pende sobre nuestra cabeza como la espada de Damoclés. Nunca está presente ni es mía. Sino siempre ajena. 

¿Qué es la muerte, entonces? Si la muerte es algo es una idea, falsa como todas las ideas, que nos hacemos de algo. Real, si se quiere, sí, pero falsa. La muerte, ese miedo sustancial, constitutivo y constitucional, lo llevamos dentro, es nuestro ser. Dondequiera que vayamos la llevaremos con nosotros. Contagiaremos todo lo que toquemos. Contra ese virus nada puede la ciencia ni la medicina, ni las mascarillas ni los guantes ni los antivirales. Y no porque lo diga Epicteto, ni ningún otro maestro, sino porque tiene razón.

sábado, 2 de mayo de 2020

Timón, el filántropo misántropo (y 2)

La radicalidad del mensaje del Timón de Luciano, de la que se hará eco William Shakespeare en su tragedia Timón de Atenas, estriba en su apuesta por la soledad y la renuncia a toda amistad. Ello se debe, según Hermes en el diálogo de Luciano, a que su filantropía y su compasión por los necesitados lo ha arruinado. Él era un hombre rico que lo compartía todo con los demás, y no se daba cuenta de que no muchos, sino todos sus pretendidos amigos no eran tales, sino aduladores interesados, por lo que, según el mensajero de los dioses, "no comprendía que estaba haciendo beneficios a cuervos y lobos". 


El dinero, que él poseía en gran cantidad, hizo que, cuando se arruinó por su humanitaria generosidad y fue a pedir ayuda a sus antiguos amigos, se convirtiera  en un acérrimo misántropo, en un enemigo de toda comunidad que se refugia como antídoto en el último reducto que le queda, al que se aferra como a un clavo ardiendo, el solipsismo del individuo personal, su propio ego. Por eso decía, en el fragmento que leíamos el otro día: "Un solo amigo tenga: Timón. Todos los demás sean enemigos y conspiradores".

Precisamente ese poder del dinero llamó la atención del joven Carlos Marx, que en sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, comentaba estos versos del Timón de Atenas, de William Shakespeare, (IV, 3, 28-29), donde el "much of this" se refiere a mucho oro, es decir, mucho dinero: Así que mucho dinero hará lo negro blanco, lo feo hermoso, lo falso verdadero, al plebeyo noble, al viejo joven, al cobarde valiente.  

Thus much of this will make black white, foul fair, 
Wrong right, base noble, old young, coward valiant.

Y comenta Marx al hilo de estos versos que el dinero “es la divinidad visible, la transmutación de todas las propiedades humanas y naturales en su contrario, la confusión e inversión universal de todas las cosas; hermana las imposibilidades” y, en segundo lugar, “es la puta universal, el universal alcahuete de los hombres y lo pueblos”.  Más adelante: "El dinero es, al hacer esta mediación, la verdadera fuerza creadora. (…) Como tal potencia inversora, el dinero actúa también contra el individuo y contra los vínculos sociales, etc., que se dicen esenciales. Transforma la fidelidad en infidelidad, el amor en odio, el odio en amor, la virtud en vicio, el vicio en virtud, el siervo en señor, el señor en siervo, la estupidez en entendimiento, el entendimiento en estupidez. Como el dinero, en cuanto concepto existente y activo del valor, confunde y cambia todas las cosas, es la confusión y el trueque universal de todo, es decir, el mundo invertido, la confusión y el trueque de todas las cualidades naturales y humanas."

viernes, 1 de mayo de 2020

Que por mayor era, por mayo

En estos tiempos de cuarentena -ya pasa de cuarenta días y cuarenta noches y va para cincuentena, y suma y sigue- en los que todo el país se ha convertido en una enorme cárcel voluntaria desde el momento en que el Gobierno decretó que nuestras viviendas fueran nuestras mazmorras, y la población, mayoritariamente engañada, acató esa decisión resignadamente y aprobando dichas medidas de confinamiento porque eran, se suponía, por nuestro bien; y aquellos que se lo saltaron fueron en primer lugar escarnecidos por sus vecinos desde ventanas y balcones, y en segundo lugar multados y detenidos por los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado o de orden público o como quiera que se llamen; en esta situación auténticamente kafkiana, me vienen a la cabeza los más hermosos versos de la lírica castellana: el romance del prisionero. La poesía nos recuerda la prosaica cárcel en la que vivimos y a la vez nos consuela de ella:





Que por mayo era, por mayo, 
cuando hace la calor, 
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor, 
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor,
sino yo, triste y cuitado,
que yago* en esta prisión, 
que ni sé cuándo es de día,
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor;
matómela un ballestero; 
déle Dios mal galardón. 

oOo

*NOTA.- Hay versiones del romance que dicen "que vivo en esta prisión". Hoy nadie diría "que yago", que es una forma verbal que nos suena rara al oído y quizá incomprensible. Se trata, sin embargo, de la primera persona del singular del presente de indicativo del verbo "yacer", que ofrece las siguientes formas alternativas: yazco, yazgo y yago (latín iaceo). El primer significado que da el diccionario de la Academia es, referido a una persona, "estar echada o tendida", como en latín, donde se oponía a sto "estoy de pie", origen de nuestro estoy, y a sedeo "estoy sentado", cuyo infinitivo sedere es el origen de nuestro "ser", pero el segundo significado, relativo a un cadáver, "estar en la fosa o en el sepulcro" le conviene más a nuestro prisionero del romance, que no vive propiamente en una prisión, sino que yace en ella como si estuviera muerto porque está privado de libertad.