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domingo, 3 de mayo de 2020

Encuentro fortuito con Epicteto

Me llega casualmente vía correo electrónico una cita sobre la muerte atribuida a Epicteto (50-125?). Se trata de una máxima, es decir de una frase que en pocas palabras dice muchas e importantes  cosas, vulgarizada hasta la saciedad en la Red, que dice así: "La fuente de todas las miserias para el hombre no es la muerte, sino el miedo a la muerte". 


Investigando sobre ella, descubro que pertenece a las Disertaciones por Arriano, libro III, 26, 38 de Epicteto, el esclavo que llegó a ser filósofo estoico. Hay que decir que Epicteto como otros maestros de la antigüedad no escribió nada, y que sus enseñanzas fueron orales. Fue su discípulo, el historiador Arriano de Nicomedia, quien puso por escrito el pensamiento de su maestro en las dos obras que nos han llegado, el Manual y las Disertaciones. Hay traducción española de esta obra, publicada por la Bilioteca Clásica Gredos, núm. 185, de Paloma Ortiz García con introducción y notas.

La frase en su original griego no es una afirmación sino una pregunta retórica: ἆρ᾽ οὖν ἐνθυμῇ, ὅτι κεφάλαιον τοῦτο πάντων τῶν κακῶν τῷ ἀνθρώπῳ (καὶ ἀγεννείας καὶ δειλίας) οὐ θάνατός ἐστιν, μᾶλλον δ᾽ ὁ τοῦ θανάτου φόβος; que podríamos traducir literalmente más o menos así: ¿Acaso no entiendes que el fundamento precisamente de todos los males para el hombre (tanto de la falta de nobleza como de la cobardía) no es la muerte, sino más bien el miedo a la muerte? 

Lo que suele traducirse por “la fuente”, “la raíz”, o aquí "el fundamento" se dice en griego κεφάλαιον τοῦτο que propiamente significa "el punto capital" (así en la traducción de Paloma Ortiz: ¿No te das cuenta de que lo capital de todos los males para el hombre y de la falta de nobleza y de la cobardía no es la muerte, sino más bien el miedo a la muerte?), o, lo que es lo mismo, "lo más importante", relacionado como está con la cabeza ἡ κεφαλή. 

 Detalle del Triunfo de la Muerte, Brueghel el Viejo (1562)

Más conocida entre las obras de Epicteto es el Manual entre nosotros, en cuyo capítulo quinto insiste de otra manera sobre la misma idea. A fin de cuentas, como dice Paloma Ortiz, Epicteto, "maestro de profesión, no podía verse libre de la más tiránica de las servidumbres pedagógicas: la repetición": Ταράσσει τοὺς ἀνθρώπους οὐ τὰ πράγματα, ἀλλὰ τὰ περὶ τῶν πραγμάτων δόγματα· οἷον ὁ θάνατος οὐδὲν δεινόν ἐπεὶ καὶ Σωκράτει ἂν ἐφαίνετο, ἀλλὰ τὸ δόγμα τὸ περὶ τοῦ θανάτου, διότι δεινόν, ἐκεῖνο τὸ δεινόν ἐστιν.  Así traduce la frase Paloma Ortiz: Los hombres se ven perturbados no por las cosas, sino por las opiniones sobre las cosas. Como la muerte, que no es nada terrible -pues entonces también se lo habría parecido a Sócrates- sino que la opinión sobre la muerte, la de que es algo terrible, eso es lo terrible.

Otra versión, mucho más antigua del mismo texto en nuestra lengua: Conturban a los hombres, no las cosas, sino las opiniones que de ellas tienen. Por exemplo, la muerte no es un mal, porque si lo fuera, así lo habría sentido Sócrates. Es un mal, sí, la opinión de la muerte, que un mal la juzga. (Traducción de don José Ortiz, publicada en Valencia en 1816, del Enchiridion o Manual de Epicteto, de la que nos ofrece también su propia versión latina “atada en lo posible al texto griego”: Perturbant homines non ipsae res, sed opiniones quas de rebus habent. Exempli gratia: mors malum non est, alioquin et Socrati talis visa foret; sed opinio de morte, quae malum eam iudicat, malum est). 

La deuda con Sócrates, a través de Platón en este caso, es evidente. Epicteto sostiene, al igual que Sócrates, que nadie hace mal a sabiendas, que sólo se obra el mal por ignorancia: "Cuando alguien asiente a lo falso, sábete que no quería asentir a lo falso -pues toda alma se ve privada de la verdad contra su voluntad-, sino que la mentira le pareció verdad". (Disertaciones I, 28, 4-5).   



Lo que te mata no es el virus, perfecta alegoría de la Muerte que todos llevamos dentro, sino el miedo. El miedo te mata porque no te deja vivir. No se puede vivir con miedo. No porque no se pueda, porque de hecho se puede y es como vivimos habitualmente, o, mejor dicho, como sobrevivimos y existimos. No se puede vivir con miedo porque el miedo es lo que no nos deja vivir, lo que nos mata. El miedo es nuestra muerte cotidiana. 

El enemigo, por otra parte, ya no es el otro. El infierno ya no son los otros, como dijo Sartre. Somos nosotros mismos. O mejor: el enemigo soy yo mismo, está latente o patente dentro de mí. El bicho o virus coronado como el rey soy yo. El miasma de la peste está dentro de mí, que soy a la vez fuente y susceptible de contagio. Ya lo dice la letra de la canción del Dúo Dinámico que entonan a modo de himno: Resistiré: Cuando mi enemigo sea yo. 

Pero la verdadera peste, el verdadero virus que mata es el miedo, el miedo a la muerte, una muerte de la que no tenemos ninguna experiencia propia, que siempre nos es ajena. Son los demás los que se mueren, no nosotros. Todavía. Porque nuestra muerte -mors certa, hora incerta; muerte cierta, hora incierta- está inscrita en el futuro, es una amenaza que pende sobre nuestra cabeza como la espada de Damoclés. Nunca está presente ni es mía. Sino siempre ajena. 

¿Qué es la muerte, entonces? Si la muerte es algo es una idea, falsa como todas las ideas, que nos hacemos de algo. Real, si se quiere, sí, pero falsa. La muerte, ese miedo sustancial, constitutivo y constitucional, lo llevamos dentro, es nuestro ser. Dondequiera que vayamos la llevaremos con nosotros. Contagiaremos todo lo que toquemos. Contra ese virus nada puede la ciencia ni la medicina, ni las mascarillas ni los guantes ni los antivirales. Y no porque lo diga Epicteto, ni ningún otro maestro, sino porque tiene razón.