viernes, 5 de marzo de 2021

La corbata o la soga al cuello

La palabra corbata entró en castellano en 1679 procedente del italiano corvatta (y también crovatta), propiamente “croata, relativa a Croacia”, porque era la prenda que llevaban al cuello los soldados de caballería croatas en 1635, cuando llegaron a París para ponerse al servicio del Rey Sol, Luis XIV, durante la Guerra de los Treinta Años como mercenarios, y que causó sensación por su carácter distintivo. El diccionario de la Academia la define como “prenda de adorno, especialmente masculina, consistente en una banda larga y estrecha de seda u otro tejido adecuado, que, colocada alrededor del cuello, se anuda o enlaza por delante dejando caer sus extremos sobre el pecho.” 
 
Si nos retrotraemos un poco más atrás, en la antigua Roma era una pañoleta alrededor del cuello que se empleaba de modo práctico para prevenir enfriamientos. Algunos legionarios utilizaban el conocido focale -relacionado con fauces, garganta-, “pañuelo para el cuello” (o sudarium, pañuelo sin más para recoger el sudor), una especie de bufanda que les protegía el cuello al aislar la piel del roce de la armadura y el casco. Pero en Roma no era una prenda exclusivamente masculina ni tampoco distintiva, ya que algunas matronas usaban un pañuelo similar, así como los oradores, que protegían de ese modo sus cuerdas vocales para no quedarse afónicos en sus discursos. 
 
Durante la Revolución Francesa la "cravatte" fue interpretada como un símbolo político según el color, que era negro para los revolucionarios y blanco para los partidarios del Ancien Régime. Después de la revolución, su uso se difundió durante el siglo XIX bajo la influencia del movimiento dandy.
 
 
El novelista francés Honoré de Balzac escribe sobre la corbata en su "Fisiología de la Toilette" (1830): Bajo el Antiguo Régimen, cada clase social tenía su propio atuendo: se podía reconocer al señor, al burgués, al artesano. Por lo tanto, la corbata (si podemos dar este nombre al cuello de muselina y al trozo de encaje con que nuestros padres se envolvían el cuello) no era más que una prenda necesaria, de tela más o menos rica, pero sin consideración, como si no tuviera importancia personal. Finalmente los franceses se igualaron en sus derechos, y también en su indumentaria, y la diferencia en la tela o el corte de la ropa ya no distinguía condiciones sociales. ¿Cómo reconocerse entonces en medio de esta uniformidad? ¿Por qué signo externo distinguir el rango de cada individuo? A partir de entonces se le reservaba a la corbata un nuevo destino: desde ese día, nació a la vida pública, adquirió importancia social; pues estaba llamada a restaurar los matices que se habían borrado por completo en la vestimenta, se convirtió en el criterio por el que se reconocía al hombre que-es-como-hay-que-ser ("comme il faut") y al hombre sin educación. [...] El hombre vale tanto como su corbata. Y, a decir verdad, la corbata es el hombre; a través de ella el hombre se revela y se manifiesta.” 
 
 
¿Es la corbata una representación subconsciente de la masculinidad? ¿Es la corbata el hombre mismo, como escribía Balzac? Al margen de su connotación psicoanalítica de símbolo viril fálico, lo que está claro es que se ha convertido en un símbolo de poder, que forma parte de la indumentaria formal masculina del traje de “chaqueta y corbata”. 
 
A pesar de ser una prenda imprescindible dentro del traje, a muy pocos hombres les gusta llevarla, aunque la mayoría sigue usándola por convención, porque la usa todo el mundo "comme il faut". Son muy pocos los Jefes de Estado, políticos, ejecutivos y banqueros que no la visten en Occidente, porque transmite una imagen de elegancia y solemnidad, aunque no esté lejos por otra parte de un convencionalismo arrogante. 
 
En los políticos, no hacer uso de ella puede ser parte de una estrategia populista que trata de acercarse a la gente proyectando un espíritu juvenil y un tanto inconformista y rebelde, como hicieron los sans culottes en la revolución francesa, sustituyendo los aristócratas culottes por los plebeyos pantalones, más holgados que los calzones ajustados de la nobleza y la rancia aristocracia. 
 
Los políticos de izquierdas del siglo XXI renuncian a la corbata para apartarse simbólicamente de la casta de la que paradójicamente forman parte, porque ninguno de ellos se descasta, es decir, se libera de la casta a la que pertenece, por no llevarla, sino que incurren a lo sumo en el oximoro de proyectar una imagen iconoclasta, una imagen que pretende romper con la establecida, pero que no rompe con la dictadura de la imagen; simplemente dan otra imagen diferente, como si fueran uno más de la  grey, una oveja del montón y no el pastor. 
 
Dentro de la rígida uniformidad que ofrece el traje masculino de chaqueta, pantalón, camisa y corbata, la corbata puede ser -al igual que la mascarilla lo es hoy para muchos- el toque personal de coquetería, distinción y detalle rompedor que pretende vanamente salirse de la uniformidad gregaria del rebaño con su diseño y colorido. En todo caso, no deja de ser, con su nudo bien apretado, una soga al cuello con la que uno puede ahorcarse y ahogarse.

jueves, 4 de marzo de 2021

Siete mensajes breves

Hoy no topamos con la Iglesia, amigo Sancho, sino con la Ciencia, su moderna reencarnación; la fe en ella pretende algo que no puede ser: que entremos en razón. 
 
 Como Antón Pirulero, cada cual que atienda a su juego y atienda a lo suyo, al margen del resto, y el que no atienda a esto, que pague una prenda y se desprenda. 
 
 
Hay hoy en boga una argumentación sofisticadamente falsificadora que nos dice que la verdad es mentira, que lo bueno es lo malo y que lo falso es lo verdadero. 
 
 La vida es una ETS o Enfermedad -cursa asintomática- de Transmisión Sexual con una tasa de mortalidad del 100%. Vivir mata, alertan las autoridades sanitarias. 
 

 
 El vicepresidente cántabro considera que “no procede inundar las calles” y apuesta por “movilizarse” en redes, medios y balcones (o sea: no moverse de casita). 
 
 

 

miércoles, 3 de marzo de 2021

Como el santo Job

El Poder sólo nos da derechos y libertades para podérnoslos mejor arrebatar. Nos da libertad provisional, condicional, como alternativa a la privación total de libertad que suponen la prisión o el arresto domiciliario en los que también podemos incurrir. El reo, y todos lo somos una vez que han desaparecido las presunciones de inocencia y de salud, disfruta de su libertad provisional bajo ciertas condiciones. 
 
Cuando el Poder que nos ha dado ciertos derechos y libertades nos los quita,  no nos queda otra que hacer como el santo Job, que dijo tras rasgar su vestidura, raparse la cabeza y postrar su rostro en tierra: "El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!". 
 
Y es que convertidos todos en pacientes por el Estado Terapéutico u Ogro Filantrópico, según la adecuada expresión que acuñó el poeta Octavio Paz, y que les viene de perlas a algunos sedicentes filántropos, hay que reconocer que tenemos más paciencia, en todos los sentidos de la palabra, que el santo Job, al que por cierto la Iglesia católica reconoce como modelo de santidad y lo incluye en su santoral, celebrando su onomástica el 10 de mayo. 
 
El santo Job, Léon Bonnat (1880)
 
El Señor le había dado a Job la riqueza de siete hijos y tres hijas y numerosos amigos, criados y ganados. Pero Satán se presentó ante el Señor argumentándole sabiamente que el amor que Job le profesaba se debía a sus numerosas bendiciones, es decir, que era un amor interesado. Ante lo cual el Señor decide poner a prueba a Job permitiéndole a Satán que le ataque donde más le duele: en sus bienes, su familia, su ganado, pero que a él no lo toque... 
 
Satán, el “enemigo”, no es todavía en el relato del Libro de Job el espíritu maligno demoníaco de la literatura posterior, sino un hijo de Dios, agente divino cuya misión es contrastar el valor de las acciones humanas y aquilatar el grado de virtud de los justos. Satán, pues, con permiso del Señor, ataca a Job y le causa múltiples desgracias: la enfermedad de la sarna, el ataque de caldeos y sabeos a sus criados, la muerte de sus reses, la pobreza, el repudio de su mujer y la muerte de sus hijos. 
 
Terminadas las pruebas y a pesar de todo lo ocurrido, Job continúa siendo fiel al Señor, por lo que Él le restituye su anterior felicidad y riqueza con más del doble de lo que tenía, acrecentando su capital inicial, con lo que se ve la relación entre el poder y el dinero.  


"Evita las reuniones sociales y sé prudente en todos tus contactos" (¿Orden o consejo?)
 
Darle a la gente derechos y libertades es la mejor manera para luego poder quitárselos y acallar las protestas contra el Poder, diciéndonos: "Son ustedes libres siempre que obedezcan".     Es lo que le recuerda Crisótemis a su hermana Electra en la tragedia de Sofoclés que lleva el nombre de esta última: "...si libre yo he de ser / en todo a los que mandan hay que obedecer"  (versos 341 y s.), lo que es decir que el libre ha de comportarse como el esclavo si no quiere perder el privilegio de ciertas libertades formales que no tiene el esclavo. Pero si hay algún privilegio que separa al libre del esclavo es precisamente el de no tener que obedecer en todo a los tiranos.
 
Ahí está la contradicción. El modelo que se está imponiendo en la situación actual es ese que se llama precisamente "estado de excepción", que tiene la ventaja de imponerse por igual a toda la población "sin excepción", como su nombre indica, y no sólo a vagos y maleantes, como aquella ley franquista... Poco importa que a veces tome otros nombres como "estado de alarma" o de "sitio" o como quiera que se llame. En el lenguaje justificativo que desde arriba se maneja, lo de la "excepción" es una constante marcada a hierro, hasta el punto de que no es una excepción, como ellos dicen, sino la regla, o la Nueva Normalidad, como la han bautizado.
 
Hay un progreso, enorme en los últimos tiempos, en esa obediencia debida que se le exige a la población para poder conservar sus derechos y libertades (que quedan reducidos al derecho y la libertad de seguir obedeciendo). Vienen a decirnos que no nos quitan la libertad, que nos rebajan un poco su intensidad, que nos la modulan porque nos están poniendo a prueba, como le pusieron al santo Job.
 
El justo Job y Satán, xilografía coloreada de las Crónicas de Núremberg (1493)
 
Justifican la privación de libertad por la excepcional gravedad de la situación, que los medios de información, conformación y formación de masas (mass media, en la lengua del Imperio) amplifican hasta la exageración, pero son ellos mismos los que declaran que la situación es excepcional.  Las autoridades sanitarias pueden hacer lo que les venga en gana con la gente cuando haya una situación excepcional que lo justifica, y habrá una situación excepcional que lo justifique cuando a ellos o a alguno de sus superiores jerárquicos política- y económicamente les venga en gana, sin que sea discutible nunca esa realísima gana. 
 
La maquinaria se ha puesto en funcionamiento y si alguien consigue alguna vez demostrar que no había hecho falta ponerla en marcha... será demasiado tarde. Las autoridades sanitarias han declarado que hay “pandemia” y con su sola declaración la han creado de la nada como por arte de magia, y todos, o al menos la mayoría, que no son pocos, han creído en ella. Es una declaración performativa que hace lo que dice, que construye la realidad, contra la que no cabe otra que la deconstrucción, como decían los filósofos posmodernos para referirse a la destrucción. Intentarán justificar la excepcionalidad de la situación echando mano de la ciencia, pero la ciencia que nos sirven como coartada no es ciencia sino vulgarización para que creamos en ella a pie juntillas, como la nueva epifanía que es de la vieja religión, pero no es la verdad, sino más bien todo lo contrario.

martes, 2 de marzo de 2021

Mascarilla, pandemia, televisión

El amuleto (del latín amuletum "objeto pequeño que se lleva encima, al que se atribuye la virtud de alejar el mal o propiciar el bien") que es la mascarilla se impuso gracias a la invención de la pandemia por obra y gracia de la OMS.  La pandemia, por su parte,  se propagó y viralizó por el universo mundo por el influjo de los medios de información, conformación y formación de masas (mass media, en la lengua del Imperio). Si hubiésemos estado libres de su maleficio pernicioso, otro gallo más saludable nos habría cantado. La pestilencia no habría existido de no ser por la retransmisión televisiva. En el término "televisiva" incluyo la nueva epifanía de la caja tonta que es la Red Informática Universal y las Redes Sociales, en cuya maraña se ven atrapados y enzarzados los mileniales, que ya no ven la tele, y los más incautos de nosotros, es decir, la mayoría, aunque no la totalidad de la población. Siempre hay alguna gente, aunque sea poca, que se salva. 

Lo mismo se podría decir de ese otro talismán  que es la vacuna, ese suero milagroso que ya le está haciendo efecto a uno sin habérselo inoculado todavía, como la purga de Benito, que le curó el prolongado estreñimiento al susodicho sin habérsela tomado, haciendo que se cagara por las patas abajo, como suele decirse vulgarmente, delante del boticario antes de haberse administrado el poderoso laxante. A los que les han puesto la inyección, les hace el efecto placebo al inmunizarlos de un peligro inexistente, si no les causa otros más graves estragos, daños secundarios colaterales y adversos que ya se verán con el tiempo, -los secundarios son patentes enseguida, los primarios se verán más a largo plazo-  porque aún es demasiado pronto para evaluarlos, dado que la vacuna se halla en fase de experimentación generalizada en la mayoría, aunque afortunadamente no en la totalidad de la población. Ahora bien, si como parece algunos se contagian y contagian un virus "mutante" después de haberse vacunado, ¿de qué sirve la vacunación? Siempre hay alguna gente, por poca que sea, que se salva.

La buena noticia después de un año es que al parecer están descendiendo los "casos" de la dichosa pandemia de todos los demonios en todo el mundo desde hace algún tiempo.

¿Se deberá al amuleto de la mascarilla y demás medidas profilácticas de supuesta barrera y contención como la distancia social y los cierres, lockdowns en la lengua del Imperio, confinamientos y cuarentenas? Parece que va a ser que no es por eso. En los raros países del universo mundo como Suecia o Bielorrusia donde no se impusieron dichas medidas represivas y draconianas también están descendiendo los llamados “casos”, y lo que es más importante, las hospitalizaciones y las muertes en la mayoría aunque no en la totalidad de la población. 


¿Se deberá la remisión al mágico talismán de las vacunas? Pues parece que va a ser que tampoco, porque la disminución se da en países donde van muy adelantados en eso de los pinchazos, como Israel, en efecto, pero también en otros como sus vecinos de Líbano o Palestina donde no hay jeringuillazos y donde también están disminuyendo los “casos”, hospitalizaciones y muertes de la mayoría aunque no de la totalidad de la población.

¿Desde cuándo se observa este fenómeno? Pues parece que desde hace cosa de un mes o así. ¿Habrá desaparecido milagrosamente la peste de la faz de la Tierra? Pues va a ser que tampoco. ¿Qué ha sucedido entonces? Pues parece que hay una explicación muy simple pero no sencilla: A mediados de enero la OMS, que es la madre del cordero y responsable de la plaga, avisó de que la mayoría de las pruebas de laboratorio que se estaban haciendo en todo el mundo para la detección del presunto virus arrojaban elevados índices de falsos positivos, es decir, de "casos" de enfermos que no sabían que lo estaban, asintomáticos, porque se estaban haciendo mal, cosa que se sabía desde el principio y que algunos científicos honrados denunciaron sin que se les hiciera ningún caso porque no interesaba a la industria farmacéutica. 

A raíz de esa fecha, los laboratorios, sin dejar de hacer nunca pruebas y más pruebas que hasta entonces habían servido para mantener viva la fe en la pandemia, se aplicaron el cuento y comenzaron a hacerlas según las nuevas directrices, encaminadas como estaban a certificar el éxito del amuleto de la vacuna, porque ahora sí que le interesaba a la industria fabricante a la que sirve la OMS.  Y claro está: se produce el milagro, pero no por la vacunación, que está todavía en pañales, sino porque se demuestra que la pandemia es una creación e invención de los laboratorios, que estaban realizando las pruebas adrede para arrojar altos índices de contagios y que cundiera el pánico, como se les había sugerido, a fin de que todo dios quisiera inmunizar se, o sea, vacunarse.

Así que no sólo descienden los “casos”, sino también, lo que parece más difícil de creer, los ingresos en los hospitales y las muertes. Pero el virus no ha desaparecido por arte de magia. ¿Qué ha sucedido entonces? ¿Ha dejado la gente de ingresar en los sanatorios y unidades de cuidados intensivos y morirse? No, la gente ha seguido hospitalizándose y muriéndose más bien a su pesar, como siempre, pero ya no de virus coronado, popularmente "covi", sino de otras cosas. Ha habido gente, por ejemplo, que ha fallecido de una neumonía como siempre, pero no de una neumonía "covi", porque le han hecho la prueba y, oh milagro, ¡ha resultado negativa! Ya no está contagiada la mayoría, que nunca la totalidad de la población. Siempre hay gente, por poca que sea que se salva, aunque le cueste algo más librarse de la superchería de los amuletos.  
 


lunes, 1 de marzo de 2021

RES NON VERBA

Suele traducirse el latinajo “res non uerba” por “cosas, no palabras”, porque “res” propiamente significa “cosas”, o también con cierto anacronismo “realidades”,  y “uerba”, origen de nuestro término gramatical “verbo” y del adjetivo “verbal”, sin más por “palabras”. 
 
 
Hay que decir, en efecto, que nuestra “realidad” y su adjetivo correspondiente “real” derivan de la palabra latina “res”, pero la “realitas” latina no es clásica, sino fraguada en la Edad Media. 
 
La frase “res non uerba” se le atribuye, sin mayor fundamento, a Marco Porcio Catón, más conocido como Catón el Viejo, un senador romano que vivió a caballo entre los siglos III y II a. C., célebre por la austeridad de sus costumbres y su nacionalismo romano. El dicho refleja el consabido lugar común del espíritu pragmático y poco teórico de los romanos frente al teórico de los griegos. La atribución a Catón quizá se deba a que se ha visto en él el prototipo de romano de viejo cuño y chapado a la antigua, enemigo de lo griego y lo moderno. 
 
Este tópico viene de muy antiguo, pues ya en Livio, cuando nos narra la guerra de los romanos contra Palépolis, una colonia griega asentada no lejos de donde luego surgió Nápoles, se lee que Roma envió feciales a los palepolitanos exigiéndoles una reparación por sus acciones hostiles contra los romanos que vivían en territorios aledaños, y que estos les dieron una respuesta arrogante, dado que eran griegos y los griegos, apostilla Livio, son gente lingua magis strenua quam factis, un pueblo más valiente de palabra que de obras, donde se contraponen la “lengua” y los “hechos”, otra vez las palabras y las cosas. 
 
Dentro del ámbito del latín cristiano surgió “facta, non uerba”, que quiere decir “hechos, no palabras”, y se relaciona con el tópico de la retórica clásica que contrapone el factum con el uerbum, o dicho en griego, el ἔργον (érgon) con el λόγος (lógos). En este sentido hay un viejo proverbio griego: La asamblea de Grecia no necesita de palabras, sino de hechos (οὐ λόγων ἀγορὰ δεῖται Ἑλλάδος, ἀλλ᾿ ἔργων). Herodas, en sus Mimiambos VII, vv. 49-50 presenta una distorsión cómica pero no poco significativa de este proverbio: Pero, como dicen, no son palabras sino dineros lo que hace falta en el mercado, sustituyendo la acepción política del término ἀγορά “asamblea ciudadana” por la económica “lugar de mercado”, y el término ἔργων (hechos) que se contrapone a las palabgras por χαλκῶν (dineros): ἀλλ᾽ οὐ λόγων γάρ, φασίν, ἡ ἀγορὴ δεῖται / χαλκῶν δέ. 
 
Cuando se dice “res, non uerba” lo que se quiere decir es que queremos la verdad desnuda de las cosas, no arropada por la palabra humana o el lenguaje artificioso en general, que tiene el gran poder de engañar y de falsificar, ya que como dijo Gorgias λόγος δυνάστης μέγας ἐστίν: la palabra es un poderoso soberano, que con un cuerpo muy diminuto y muy invisible lleva a cabo acciones muy propias de dioses: pues puede hacer que cese el terror, matar las penas, infundirnos alegría, y acrecentar la compasión.
 
El descubrimiento de que las realidades son ideas puede hacernos olvidar alegremente que las ideas también son realidades, y que por lo tanto la denuncia de su carácter falso no les libra de su condición de realidades. Si la realidad fuera real sin más no haría falta decirlo, se impondría por sí sola; cuando afirmamos que la realidad es la realidad o que es real la estamos convirtiendo en lenguaje, es decir, en mentira. 
 
Contraponer las cosas, hechos o realidades con las palabras nos lleva a oponer la práctica con la teoría, el hacer con el hablar, lo objetivo con lo subjetivo, olvidando que, como suele decirse, hablando se entiende la gente, y que por lo tanto hablar es una forma de hacer, y que hacer posible el entendimiento entre la gente es un activismo de por sí bastante revolucionario que libera a la acción de la tiranía mentirosa de las ideas y palabras.
 
Ya se sabe, además, que cuando se dice entre dos desconocidos en medio de una trifulca o discusión acalorada una frase como "¡Aquí va a haber algo más que palabras!" se siente enseguida como una amenaza, sabemos que ese algo no puede ser otra cosa más que hostias desgraciadamente.

domingo, 28 de febrero de 2021

El Árbol del Ahorcado

Se alza a la vera del camino el gran nogal

del que un suicida, soga al cuello, se colgó

condenándose a sí mismo a la pena capital:

lo llaman “el árbol del ahorcado”. 

                                                    Crece aún

y da su fruto: nueces que se perderán

sin recogerlas nadie y hojas que ajará

el otoño y las arrastrará el viento del sur

muy lejos. Ningún vecino nunca se atrevió

a derribarlo a hachazo limpio y despejar

su negra sombra a fin de desterrar así

su patibulario maleficio, invitación

al cadalso y barca de Caronte, y a seguir

la senda sin retorno del que por temor

de la Parca el hilo de su vida cercenó.

 

sábado, 27 de febrero de 2021

¿Información o propaganda?

Leo en la pantalla del ordenador un periódico digital de amplia difusión y talante progresista, cuyo nombre omito porque no me gusta hacer publicidad: Cómo paliar los efectos del uso de la mascarilla sobre tu tez en cómodos pasos. Sobre este titular, la foto de una bella señorita quitándose la mascarilla del rostro que aún le cuelga de la oreja y regalándonos la mejor de sus sonrisas.
 
 
Me entra entonces la duda ingenua pero razonable de si me encuentro ante un anuncio publicitario como sospecho a primera vista de una marca comercial de alguna crema facial o maquillaje por el estilo o ante una noticia de carácter informativo. 
 
Después de clicar en una misteriosa pestaña, leo en letra pequeña: “Este contenido está realizado por un anunciante y no interfiere en la información del periódico”. Ya está meridianamente clara la cosa: es publicidad comercial que ni siquiera se llama por su nombre, se denomina  “contenido ofrecido o patrocinado”. 
 
Los responsables del área comercial del diario digital justifican la inclusión del reportaje del siguiente modo: "El contenido patrocinado nos permite recibir financiación a la vez que contamos historias que les resulten interesantes (a los lectores). La función de este departamento comercial es crear historias mediante artículos, entrevistas y reportajes multimedia. Aportamos a nuestros patrocinadores nuestra conocida narrativa propia y trabajamos con ellos para ofrecerles una estrategia creativa y de distribución que se ajuste a sus intereses comunicativos". 
 
Una vez que se accede a la página, que en nada difiere del resto de las de ese diario, puede leerse lo siguiente: “Todo lo que necesitas para lucir una piel perfecta las 24 horas pese a la mascarilla.” No te preocupes, vienen a decirte: La falta de oxigenación, de transpiración y de vitamina D ha causado estragos en la epidermis, pero hay un maquillaje con tratamiento que te ayudará a recuperar el esplendor perdido
 
Ya se ve clarísimo que es publicidad, pero continúo leyendo porque el artículo no tiene desperdicio: “Si estás preocupada (sic por el uso del género femenino, el anuncio es sólo para señoras y señoritas, no para caballeros) por los efectos que ha tenido en tu piel la pandemia, con la mascarilla impidiéndote oxigenar medio rostro, la cuarentena y el actual semi confinamiento que nos impide disfrutar de la vitamina D solar tanto como sería necesario, aquí tienes unos cuantos consejos para volver a sentir una epidermis suave, aterciopelada, luminosa y a prueba de mascarillas.” 
 
 
Me encanta la crítica velada que se hace de la mascarilla y de los efectos cutáneos de la pandemia: ha impedido oxigenar medio rostro, y recibir la vitamina D solar “tanto como sería necesario”, lo que sería un mal menor si el tapabocas hubiese servido para algo bueno, pero el artículo no va a entrar a criticar la obligatoriedad del uso del barbijo, mordaza o bozal sino a poner remedio a sus efectos secundarios o colaterales adversos, por lo que no debe preocuparse, señora o señorita, ya que aquí van unos consejos para volver a sentir una epidermis “a prueba de mascarillas”. 
 
En suma, que se trataba de publicidad y propaganda, y no de información crítica, pero esta interferencia entre el contenido realizado por un anunciante y la información que suministra el periódico -generalmente malas noticias: cifras de muertos y contagiados y de lo que ellos llaman "casos", palabra mágica y performativa que convierte en enfermo imaginario al que no lo está,  hospitales colapsados en su mayoría, vacunas  y profecías científicas de futuras oleadas de epidemias y pandemias y virus asesinos- sólo conduce a la ceremonia de la confusión. 
 
Algo, sin embargo, podemos sacar en claro de todo ello que no deja de ser importante. Y es que hay que reconocer, la verdad sea dicha, que no hay ninguna diferencia entre lo uno y lo otro, que se ha difuminado tanto la definición de la noticia y del anuncio publicitario que se confunden una y otra cosa: lo que resulta revelador: las noticias, además de ser el cebo para meternos anuncios comerciales, no dejan de ser propaganda y la publicidad no deja de ser noticia. Y nosotros, receptores pasivos y consumidores de lo uno y de lo otro, que es lo mismo.

viernes, 26 de febrero de 2021

"Perdónanos nuestras deudas"

Todavía recuerdo que cuando aprendí el Padre nuestro de memoria, hace ya la friolera de algo más de cincuenta años,  decía hacia el final de la oración: "Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Mi sopresa ha sido grande al comprobar que ya no se reza así. La letanía que se cacarea machachonamente ahora, según he oído en misa,  es: "Perdónanos nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Ante este cambio significativo, me pregunto yo ¿qué dicen las divinas palabras del Maestro recogidas en las sagradas escrituras? Vayamos al texto en su versión original, que es lo que hay que hacer en estos casos, y así encontramos en el evangelio de Mateo capítulo 6, versículo 12 lo siguiente, escrito en griego, por cierto:

¿A qué se debe esta doble traducción, en primer lugar "deudas", que era la que yo recordaba,  y ahora "ofensas"? Se debe al parecer a que en griego la misma palabra ὀφειλήματα (opheilémata), que figura en el texto de Mateo,  (su forma abreviada y alternativa ὀφειλή (opheilé) sigue existiendo en griego moderno) significa ambas cosas y se puede entender de ambas maneras.

Resulta curioso que algo parecido pase en alemán. La misma palabra Schuld significa, en singular, "culpa", y Schulden en plural "deudas", con lo que en la lengua de Goethe se da a entender que quien tiene deudas es culpable, tiene la culpa, y por lo tanto tiene que pagarlas irremediablemente, lo que hace difícil, si no imposible,  el perdón, la Entschuldigung.

   

Pero esto que pasa en griego y en alemán, no sucedía en latín (y por ende en las lenguas derivadas, incluido en este caso el inglés), donde "culpa" -en el sentido de ofensa o falta- y "deuda" son dos palabras completamente distintas, por lo que había que elegir, a la hora de traducir con una sola palabra entre una u otra opción. 
 
En la primera versión que se hizo al latín de la Biblia,  la Vulgata, se optó por la palabra "débita", y de ahí vienen nuestras "deudas" y el Padre nuestro que yo recordaba, pero en la oración  que se reza en la actualidad en las iglesias españolas se ha preferido el otro significado de la palabra: no se perdonan las deudas -¡con el dinero no se juega!- sino las ofensas.  Algo muy significativo y que, en todo caso, puede explicar la política económica europea, dirigida por Alemania, en su relación con la deuda extranjera.

En latín, pues, hay dos palabras culpa y débitum para lo que en griego y en alemán sólo una. La palabra "culpa" se conserva tal cual en español, con la misma forma y significado. Cuando la misa se celebraba como Dios manda, o sea, en latín precisamente,  se entonaba aquello de "Mea culpa, mea maxima culpa...". Yo no llegué a oírlo así nunca porque, cuando yo era pequeño, la eucaristía ya no se celebraba en latín y con el sacerdote vuelto de espaldas a la congregación de los fieles, sino en román paladino. En su lugar se decía, golpeándose los feligreses el pecho: Por mi culpa, por mi grandísima culpa... Del verbo "culpare", que quería decir en principio reprochar una falta, y depués acusar,  inculpar, echar la culpa, tenemos en castellano los compuestos: in-culpar, dis-culpar y ex-culpar

La palabra débitum deuda nos lleva mucho más lejos. Si examinamos nuestros verbos "haber" y "deber" tan gratos a los economistas vemos enseguida que hay una estrecha relación entre ellos. Ambos proceden del latín habere y debere respectivamente. Hasta aquí nada de particular. Lo curioso es que debere es un compuesto del primero con el prefijo de delante. En efecto debere es etimológticamente *de-habere, lo que en términos de significado quiere decir que si habere es tener algo, debere es  tener algo que no es propio de uno, sino de otro, ajeno.

Del participio de este verbo, que es débitum viene nuestro cultismo "débito" (debt en la lengua del Imperio) y nuestra palabra patrimonial "deuda".    Débito se contrapone a crédito, como débitor -deudor-  se contraponía en la lengua del Lacio a créditor -acreedor-, lo que en términos económicos modernos significa que el deudor -aquel que tenía algo que no era suyo- había contraído una deuda porque el acreedor le había hecho un préstamo interesado, es decir, con intereses.

 El interés del Capital es que este se multiplique con el paso del  tiempo: i = c . r. t.

Debere se empleó en latín con  infinitivo para indicar la obligación de hacer algo, uso que hemos heredado en español: debeo ire > debo ir > tengo que ir.  En este sentido competía con habere, que sirvió para la creación del futuro en nuestro verbo: habeo ire > he de ir > ir hé > iré.

Volviendo a nuestro Padre nuestro que estás en los cielos...  Si la palabra ὀφειλήματα (opheilémata), como hemos visto, se traduce por "débita" en la Vulgata, ¿no deberíamos mantener, al lado de "ofensas",  la traducción "deudas" en español? ¿Por qué no lo hacemos? ¿No será porque no interesa que se perdonen las deudas en estos tiempos en los que la economía ha desplazado a la política de la faz del mundo y en los que Don Dinero no sólo es el más poderoso de todos los caballeros sino que parece que es, si no lo es de hecho ya, el único dios real y verdadero, aunque algo nos diga por lo bajo que nunca verdadero, por muy real que sea, sino más falso que Judas? ¿No deberíamos, sin embargo, perdonar cristianamente no sólo a los que nos ofenden sino también a nuestros deudores? ¿No es eso lo que Dios manda o nos mandaba?
 
Os propongo escuchar el Pater noster en latín. En primer lugar con la pronunciación eclesiástica, que es la italiana y no la latina, en este vídeo, donde se canta y acompaña de partitura gregoriana:


Y ahora me gustaría que escucháseis cómo suena con la pronunciación clásica restituida, que no se corresponde con ninguna de las pronunciaciones nacionales de las lenguas derivadas, y a la vez cómo suena ahora en cada una de esas lenguas romances: portugués, gallego, castellano, catalán, francés, italiano y rumano. (Por cierto, al llegar al "perdónanos nuestras deudas", la versión gallega es la única que presenta la nueva traducción "ofensas", preceptiva desde 1988, mientras que las demás lenguas siguen fieles en el audio a las viejas y originarias "deudas", más respetuosas con la Vulgata, esas que nadie, ni siquiera Dios según la conferencia espiscopal, está dispuesto ya a perdonar cristianamente hoy día).

 

jueves, 25 de febrero de 2021

Guerra preventiva

La guerra preventiva es una perversión conceptual: consiste en atacar al enemigo antes de que él arremeta contra nosotros, por aquello que decía una vez un matón condecorado con una cicatriz en el labio superior izquierdo en la barra de un bar americano: “El que da el primero da dos hostias”. 
 
Algo muy parecido a lo de aquel otro policía que sentenciaba que él disparaba primero descerrajándole una bala entre pecho y espalda al presunto delincuente y le preguntaba después, corriendo el riesgo seguro de que el interrogado no pudiera responderle por haberse encargado la Santísima Muerte, bendito sea su nombre, de llevárselo al otro barrio. 
 

 
La legitimidad moral de la guerra preventiva iniciada por el Imperio es bastante dudosa por la dificultad que entraña determinar si la amenaza futura que supone el enemigo (y su propia condición de enemigo)  es real o es sólo el fruto de nuestro temor histérico o incluso de nuestro deseo inconfesable. 
 
Si se trata de una amenaza real, hay que valorar el peligro añadido que conlleva, no vaya a ser un riesgo insignificante que no justificaría nunca la barbaridad de una intervención armada, y que se utilizaría como mero pretexto tácito o coartada para atacar primero.
 

 
Pero lo más importante de todo sería hacerse la pregunta básica que le hizo una vez un recluta que estaba haciendo el servicio militar obligatorio o antigua mili al capitán de su compañía: “¿Quién es el enemigo, mi capitán?” 
 
Elemental, querido Watson, que diría Sherlock Holmes: El enemigo es aquél al que le hacemos la guerra preventiva, sin declarársela siquiera como se hacía antaño con toda la panoplia y las formalidades que eran menester. 
 
Mientras tanto, a nuestro alrededor, se hace la guerra en nombre de la paz, en nombre de esta última se llevan a cabo las más sangrientas campañas de exterminio. Los Estados, las modernas repúblicas y monarquías, ya ni siquiera declaran la guerra solemnemente como hacían antaño, porque no es políticamente correcto mentar a la bicha –la guerra-, y entonces utilizan el eufemismo conceptualmente perveso de llamarla con el nombre contrario, pero ni siquiera se la denomina "paz", que sería algo sarcástico, sino misión militar o intervención humanitaria.

miércoles, 24 de febrero de 2021

INTVS EST HOSTIS

La guerra antiterrorista que inició el Imperio contra el yijadismo islámico a raíz del 11 de septiembre de 2001, bajo la égida del señor George Bush, creo que se llamaba, apoyada por varios miembros de la OTAN/NATO y otros aliados, tenía como objetivo acabar con el terrorismo internacional eliminando los grupúsculos y grupos terroristas extranjeros. La Guerra, que es el padre de todo según Heraclito,  o mejor la madre en nuestra lengua, no ha concluido aún. El terror que inspira tampoco. Sin embargo los enemigos han cambiado.

Veinte años después, instalados ya en la Nueva Normalidad, sigue la guerra contra el terror, pero el objetivo ya no es tanto exterior o extranjero como interior y nacional.

La primera catilinaria, Maccari (1880)

Me vienen a las mientes ahora unos latines de Cicerón, donde denunciaba la conjuración o conspiración -palabra prohibida en nuestros días- de Catilina según creo recordar, muy apropiados al caso: domesticum bellum manet, intus insidiae sunt, intus inclusum periculum est, intus est hostis: La guerra intestina permanece, dentro está la celada, dentro está agazapado el peligro, dentro está el enemigo público. Parece que ahora los servicios secretos consideran que, efectivamente, el enemigo público, en el sentido latino del término hostis, y no en el de inimicus, que es el enemigo personal, está dentro del sistema. 

Algo de eso empezó a sospecharse cuando en la fase anterior de la lucha antiterrorista se veía que muchos guerrilleros islámicos eran ciudadanos europeos, nacidos, criados y educados en el viejo continente, y no talibanes de Afganistán o de remotos países del mundo oriental de Las mil y una noches... Y ahora se ve mucho más claramente porque, en rigor, nada queda ya fuera del sistema. 

En la situación actual el enemigo es el virus invisible a simple vista. Se precisa una fe de carbonero en el microscopio electrónico para creer que lo que vemos a través de él es el virus causante de una enfermedad que produce síntomas muy parecidos a los de la influenza o gripe común, y en la mayoría de los caos ningún síntoma, creando la categoría peligrosa por lo contagiosa del enfermo asintomático, es decir, que no tiene ningún síntoma aparente de ninguna enfermedad y que, por lo tanto, no sabe que está malo y que, sin embargo, es un peligroso contagiador que hay que neutralizar.

Un sistema mundial hegemónico como es el capitalismo global, adoptado ya hasta por el comunismo chino, no tiene enemigos externos, dado que no hay ningún territorio geográfico que quede fuera del dominio del capital, sino enemigos internos que son, en primer término los que critican esa dominación y, contrarios a ella, se enfrentan no a la globalización, porque ya no es un proyecto, sino al sistema globalizado, que es  un hecho, y critican su ideología anideológica, es decir, valga la contradicción, su ideología carente de ideología. 


¿Dónde está el enemigo? Pues está, por ejemplo, en aquellos grupos o personas que protestan airadamente contra las restricciones sanitarias con motivo de la pandemia inventada y declarada por la Organización Mundial de la Salud o contra la brutalidad policial del Estado o contra los resultados de las elecciones norteamericanas, que se tachan de fraudulentos, y otras “narrativas falsas”, como pueden ser la existencia del Estado Profundo, de la inmunidad natural de rebaño, del cambio climático,  del sexo biológico... Los enemigos son los disidentes, los radicales, los científicos críticos que están contra la ciencia oficial, los extremistas, los que siembran el discurso del odio...

Por lo que respecta a la dictadura sanitaria que padecemos en nuestros regímenes democráticos, a la pregunta inglesa de Who is the guilty? (¿Quién es el culpable?) o Who is the impostor?, la respuesta es evidente y resplandece, sólo hay que abandonar la entonación interrogativa y se responde por sí sola: WHO is the guilty o the impostor: WHO, es decir, la World Health Organization, o entre nosotros la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, afirmar esto va a ser tachado de terrorista. ¿Cómo puede alguien criticar a una asociación tan venerable como esa? Y ¿Cómo puede una organización que se dice sanitaria y saludable atentar contra la salud mundial?

El enemigo es la desinformación y las teorías de la conspiración o de la conjuración. Y volvemos otra vez al viejo Cicerón y a su De coniuratione Catilinae, que se leía cuando yo estudiaba bachillerato y se leía algo de latín en versión original: Resulta que ahora los que denuncian la conjuración y no los conjurados son los conspiracionistas... O tempora, o mores!

martes, 23 de febrero de 2021

¡Levántate, Galicia!

 Ay, Galicia, ¡¿quién te ha visto?! / ¡¿Quién te ha visto y hoy te ve?!

¡Dios te libre del Gobierno / que te quiere subyugar,

de la ley y del decreto / que te quieren endilgar!

 Ay, Galicia, ¡¿quién te ha visto?! / ¡¿Quién te ha visto y hoy te ve?!

Con criterios sanitarios, / sana, te hacen enfermar,

y en defensa de la vida / te quieren, viva, matar.


 Ay, Galicia, ¡¿quién te ha visto?! / ¡¿Quién te ha visto y hoy te ve?!

Santiago de Zebedeo, se echa en el cielo a temblar:

Galicia, si no espabilas, cuánto vas a lamentar. 

 

 Ay, Galicia, ¡¿quién te ha visto?! / ¡¿Quién te ha visto y hoy te ve?!

¡Sumisa, no te arrodilles, / levántate y echa a andar

de camino a Compostela, / peregrina, a protestar!

 

 Ay, Galicia, ¡¿quién te ha visto?! / ¡¿Quién te ha visto y hoy te ve?!

Que se entere el mundo entero: / no te van a avasallar,

que en Galicia ha empezado / ya la gente a despertar.


Quien, Galicia, así te ha visto, / nunca te podrá olvidar.