La guerra antiterrorista que inició el Imperio contra el yijadismo islámico a raíz del 11 de septiembre de 2001, bajo la égida del señor George Bush, creo que se llamaba, apoyada por varios miembros de la OTAN/NATO y otros aliados, tenía como objetivo acabar con el terrorismo internacional eliminando los grupúsculos y grupos terroristas extranjeros. La Guerra, que es el padre de todo según Heraclito, o mejor la madre en nuestra lengua, no ha concluido aún. El terror que inspira tampoco. Sin embargo los enemigos han cambiado.
Veinte años después, instalados ya en la Nueva Normalidad, sigue la guerra contra el terror, pero el objetivo ya no es tanto exterior o extranjero como interior y nacional.
Me vienen a las mientes ahora unos latines de Cicerón, donde denunciaba la conjuración o conspiración -palabra prohibida en nuestros días- de Catilina según creo recordar, muy apropiados al caso: domesticum bellum manet, intus insidiae sunt, intus inclusum periculum est, intus est hostis: La guerra intestina permanece, dentro está la celada, dentro está agazapado el peligro, dentro está el enemigo público. Parece que ahora los servicios secretos consideran que, efectivamente, el enemigo público, en el sentido latino del término hostis, y no en el de inimicus, que es el enemigo personal, está dentro del sistema.
Algo de eso empezó a sospecharse cuando en la fase anterior de la lucha antiterrorista se veía que muchos guerrilleros islámicos eran ciudadanos europeos, nacidos, criados y educados en el viejo continente, y no talibanes de Afganistán o de remotos países del mundo oriental de Las mil y una noches... Y ahora se ve mucho más claramente porque, en rigor, nada queda ya fuera del sistema.
En la situación actual el enemigo es el virus invisible a simple vista. Se precisa una fe de carbonero en el microscopio electrónico para creer que lo que vemos a través de él es el virus causante de una enfermedad que produce síntomas muy parecidos a los de la influenza o gripe común, y en la mayoría de los caos ningún síntoma, creando la categoría peligrosa por lo contagiosa del enfermo asintomático, es decir, que no tiene ningún síntoma aparente de ninguna enfermedad y que, por lo tanto, no sabe que está malo y que, sin embargo, es un peligroso contagiador que hay que neutralizar.
Un sistema mundial hegemónico como es el capitalismo global, adoptado ya hasta por el comunismo chino, no tiene enemigos externos, dado que no hay ningún territorio geográfico que quede fuera del dominio del capital, sino enemigos internos que son, en primer término los que critican esa dominación y, contrarios a ella, se enfrentan no a la globalización, porque ya no es un proyecto, sino al sistema globalizado, que es un hecho, y critican su ideología anideológica, es decir, valga la contradicción, su ideología carente de ideología.
Por lo que respecta a la dictadura sanitaria que padecemos en nuestros regímenes democráticos, a la pregunta
inglesa de Who is the guilty? (¿Quién es el culpable?) o Who is the impostor?, la
respuesta es evidente y resplandece, sólo hay que abandonar la entonación
interrogativa y se responde por sí sola: WHO is the guilty o the impostor: WHO, es decir, la World
Health Organization, o entre nosotros la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, afirmar esto va a ser tachado de terrorista. ¿Cómo puede alguien criticar a una asociación tan venerable como esa? Y ¿Cómo puede una organización que se dice sanitaria y saludable atentar contra la salud mundial?
El enemigo es la desinformación y las teorías de la conspiración o de la conjuración. Y volvemos otra vez al viejo Cicerón y a su De coniuratione Catilinae, que se leía cuando yo estudiaba bachillerato y se leía algo de latín en versión original: Resulta que ahora los que denuncian la conjuración y no los conjurados son los conspiracionistas... O tempora, o mores!