La guerra preventiva es una perversión conceptual: consiste en atacar al enemigo antes de que él arremeta contra nosotros, por aquello que decía una vez un matón condecorado con una cicatriz en el labio superior izquierdo en la barra de un bar americano: “El que da el primero da dos hostias”.
Algo muy parecido a lo de aquel otro policía que sentenciaba que él disparaba primero descerrajándole una bala entre pecho y espalda al presunto delincuente y le preguntaba después, corriendo el riesgo seguro de que el interrogado no pudiera responderle por haberse encargado la Santísima Muerte, bendito sea su nombre, de llevárselo al otro barrio.
La legitimidad moral de la guerra preventiva iniciada por el Imperio es bastante dudosa por la dificultad que entraña determinar si la amenaza futura que supone el enemigo (y su propia condición de enemigo) es real o es sólo el fruto de nuestro temor histérico o incluso de nuestro deseo inconfesable.
Si se trata de una amenaza real, hay que valorar el peligro añadido que conlleva, no vaya a ser un riesgo insignificante que no justificaría nunca la barbaridad de una intervención armada, y que se utilizaría como mero pretexto tácito o coartada para atacar primero.
Pero lo más importante de todo sería hacerse la pregunta básica que le hizo una vez un recluta que estaba haciendo el servicio militar obligatorio o antigua mili al capitán de su compañía: “¿Quién es el enemigo, mi capitán?”
Elemental, querido Watson, que diría Sherlock Holmes: El enemigo es aquél al que le hacemos la guerra preventiva, sin declarársela siquiera como se hacía antaño con toda la panoplia y las formalidades que eran menester.
Mientras tanto, a nuestro alrededor, se hace la guerra
en nombre de la paz, en nombre de esta última se llevan a cabo las
más sangrientas campañas de exterminio. Los Estados, las modernas
repúblicas y monarquías, ya ni siquiera declaran la guerra
solemnemente como hacían antaño, porque no es políticamente correcto mentar a la bicha
–la guerra-, y entonces utilizan el eufemismo conceptualmente perveso de llamarla con el
nombre contrario, pero ni siquiera se la denomina "paz", que sería algo sarcástico, sino misión militar o intervención
humanitaria.