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viernes, 5 de marzo de 2021

La corbata o la soga al cuello

La palabra corbata entró en castellano en 1679 procedente del italiano corvatta (y también crovatta), propiamente “croata, relativa a Croacia”, porque era la prenda que llevaban al cuello los soldados de caballería croatas en 1635, cuando llegaron a París para ponerse al servicio del Rey Sol, Luis XIV, durante la Guerra de los Treinta Años como mercenarios, y que causó sensación por su carácter distintivo. El diccionario de la Academia la define como “prenda de adorno, especialmente masculina, consistente en una banda larga y estrecha de seda u otro tejido adecuado, que, colocada alrededor del cuello, se anuda o enlaza por delante dejando caer sus extremos sobre el pecho.” 
 
Si nos retrotraemos un poco más atrás, en la antigua Roma era una pañoleta alrededor del cuello que se empleaba de modo práctico para prevenir enfriamientos. Algunos legionarios utilizaban el conocido focale -relacionado con fauces, garganta-, “pañuelo para el cuello” (o sudarium, pañuelo sin más para recoger el sudor), una especie de bufanda que les protegía el cuello al aislar la piel del roce de la armadura y el casco. Pero en Roma no era una prenda exclusivamente masculina ni tampoco distintiva, ya que algunas matronas usaban un pañuelo similar, así como los oradores, que protegían de ese modo sus cuerdas vocales para no quedarse afónicos en sus discursos. 
 
Durante la Revolución Francesa la "cravatte" fue interpretada como un símbolo político según el color, que era negro para los revolucionarios y blanco para los partidarios del Ancien Régime. Después de la revolución, su uso se difundió durante el siglo XIX bajo la influencia del movimiento dandy.
 
 
El novelista francés Honoré de Balzac escribe sobre la corbata en su "Fisiología de la Toilette" (1830): Bajo el Antiguo Régimen, cada clase social tenía su propio atuendo: se podía reconocer al señor, al burgués, al artesano. Por lo tanto, la corbata (si podemos dar este nombre al cuello de muselina y al trozo de encaje con que nuestros padres se envolvían el cuello) no era más que una prenda necesaria, de tela más o menos rica, pero sin consideración, como si no tuviera importancia personal. Finalmente los franceses se igualaron en sus derechos, y también en su indumentaria, y la diferencia en la tela o el corte de la ropa ya no distinguía condiciones sociales. ¿Cómo reconocerse entonces en medio de esta uniformidad? ¿Por qué signo externo distinguir el rango de cada individuo? A partir de entonces se le reservaba a la corbata un nuevo destino: desde ese día, nació a la vida pública, adquirió importancia social; pues estaba llamada a restaurar los matices que se habían borrado por completo en la vestimenta, se convirtió en el criterio por el que se reconocía al hombre que-es-como-hay-que-ser ("comme il faut") y al hombre sin educación. [...] El hombre vale tanto como su corbata. Y, a decir verdad, la corbata es el hombre; a través de ella el hombre se revela y se manifiesta.” 
 
 
¿Es la corbata una representación subconsciente de la masculinidad? ¿Es la corbata el hombre mismo, como escribía Balzac? Al margen de su connotación psicoanalítica de símbolo viril fálico, lo que está claro es que se ha convertido en un símbolo de poder, que forma parte de la indumentaria formal masculina del traje de “chaqueta y corbata”. 
 
A pesar de ser una prenda imprescindible dentro del traje, a muy pocos hombres les gusta llevarla, aunque la mayoría sigue usándola por convención, porque la usa todo el mundo "comme il faut". Son muy pocos los Jefes de Estado, políticos, ejecutivos y banqueros que no la visten en Occidente, porque transmite una imagen de elegancia y solemnidad, aunque no esté lejos por otra parte de un convencionalismo arrogante. 
 
En los políticos, no hacer uso de ella puede ser parte de una estrategia populista que trata de acercarse a la gente proyectando un espíritu juvenil y un tanto inconformista y rebelde, como hicieron los sans culottes en la revolución francesa, sustituyendo los aristócratas culottes por los plebeyos pantalones, más holgados que los calzones ajustados de la nobleza y la rancia aristocracia. 
 
Los políticos de izquierdas del siglo XXI renuncian a la corbata para apartarse simbólicamente de la casta de la que paradójicamente forman parte, porque ninguno de ellos se descasta, es decir, se libera de la casta a la que pertenece, por no llevarla, sino que incurren a lo sumo en el oximoro de proyectar una imagen iconoclasta, una imagen que pretende romper con la establecida, pero que no rompe con la dictadura de la imagen; simplemente dan otra imagen diferente, como si fueran uno más de la  grey, una oveja del montón y no el pastor. 
 
Dentro de la rígida uniformidad que ofrece el traje masculino de chaqueta, pantalón, camisa y corbata, la corbata puede ser -al igual que la mascarilla lo es hoy para muchos- el toque personal de coquetería, distinción y detalle rompedor que pretende vanamente salirse de la uniformidad gregaria del rebaño con su diseño y colorido. En todo caso, no deja de ser, con su nudo bien apretado, una soga al cuello con la que uno puede ahorcarse y ahogarse.